Hemos leído el magnífico editorial recientemente publicado en su revista por Trilla A, sobre la epidemia por coronavirus COVID-191. Entendemos que la intención del autor, como especialista en medicina preventiva y epidemiología, no ha sido revisar los diferentes aspectos clínicos de la infección por SARS-CoV-2, de lo que estamos seguros tiempo habrá para rellenar hojas y hojas en los próximos meses en esta prestigiosa publicación, ni los diferentes tratamientos empleados. Pero lo que se puede deducir de su lectura, sobre todo por lectores alejados del diagnóstico, seguimiento clínico y tratamiento de esta enfermedad, es que se trata de una enfermedad meramente infecciosa, que produce básicamente un cuadro viral que se puede complicar con una neumonía más o menos grave con distrés, y cuyo tratamiento se sustenta en el uso de fármacos antivirales. Nada más alejado de la pura realidad. Desde el punto de vista clínico las manifestaciones clínicas pueden ser muy diversas, afectando prácticamente cualquier aparato, sistema u órgano de nuestra economía2–4. Desde el punto de vista terapéutico, y con idea de frenar otra muy grave complicación de esta infección, como es el síndrome de tormenta de citoquinas, junto al uso de antivirales es fundamental el uso de fármacos inmunomoduladores e inmunodepresores5.
Por tanto, la infección por SARS-CoV-2 representa, en nuestra opinión, el paradigma de una enfermedad sistémica, con un desencadenante infeccioso, en este caso el virus, y una respuesta inmunológica con manifestaciones sistémicas, que requiere del uso de un tratamiento inmunosupresor.