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Vol. 37. Núm. 3.
Páginas 83-84 (febrero 2001)
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La edad del poder
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JA. Flórez Lozanoa
a Ciencias de la Conducta. Departamento de Medicina. Universidad de Oviedo.
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En los próximos años es previsible un cambio en los patrones de envejecimiento como consecuencia de la llegada a la vejez de las generaciones del baby boom nacidas después de la segunda Guerra Mundial. Esas nuevas generaciones, se presume que van a modificar totalmente los planteamientos y necesidades acerca de la senectud. En efecto, aproximadamente uno de cada cuatro europeos, en este primer cuarto del siglo xxi, tendrá más de 65 años. Especialmente en España, se estima la existencia de la población más envejecida de la Tierra, ya que el 43% de la población tendrá más de 65 años. Sin duda, el aumento de la cultura, de las comunicaciones, de las nuevas tecnologías, de la calidad de vida y de una tendencia cada vez más acrecentada hacia el envejecimiento activo, en el que no existen límites para ningún tipo de actividad (física, intelectual, cultural, social, política, científica y política), va a generar un nuevo contexto sociocultural absolutamente distinto de la vejez y, por lo tanto, ello se va a traducir en nuevos enfoques, necesidades y recursos, superando los tradicionales paradigmas de intervención psicosocial en relación a los mayores. Sin duda, el nuevo vector de desarrollo en el mundo de las personas mayores apuesta por unos estilos de vida absolutamente distintos y ciertamente revolucionarios, tales como la actividad física regular, la dieta equilibrada, una vida intelectual y socialmente activa y, naturalmente, una mayor participación (huyendo de paternalismos trasnochados) en el tejido socioeconómico y político de la sociedad. Asimismo, cada vez más, la sociedad es consciente de la importancia de alcanzar ese envejecimiento competente pletórico de comportamientos saludables y salutogénicos y, para ello, la educación para la salud y la prevención de la enfermedad son mecanismos absolutamente indispensables que necesitamos potenciar a través de un mayor conocimiento y concienciación del fenómeno del envejecimiento en la población general; en fin, una nueva ancianidad que trata de superar el carácter impersonal y marginal de su vida cotidiana, satisfaciendo al mismo tiempo el anhelo de compañía, intimidad, apoyo emocional y amor. Y ello, porque el envejecimiento nos afecta a todos; continuamente estamos envejeciendo de manera inexorable, y la vejez es vida, es decir, actividad, participación, sentimiento de ser útil y mantenerse ocupado en tareas que han de ser valoradas socialmente, lo cual se traduce en una potenciación de la «imagen personal», de la seguridad y de la confianza en sí mismo. Además, esta nueva forma de «envejecimiento activo» disminuye significativamente las tasas de morbilidad y mortalidad, tal como se puso de manifiesto en el famoso Estudio Framingham. De ahí el interés de los programas de activación física y mental (jogging cerebral) que facilitan un envejecimiento «saludable» y un potencial de motivación desconocido, capaz de romper barreras, ciertamente desaprovechado en bien de la propia estructura socioeconómica del país.

Por todo ello, estamos convencidos de que las barreras que han impedido a los ancianos mantenerse activos se van a destruir, al mismo tiempo que surge cada vez con más fuerza una imagen social del anciano absolutamente distinta que borra el estereotipo negativo de la persona mayor definido por su pasividad y limitaciones psicofísicas. Con mucha frecuencia los mayores han sido vistos como una clase marginada (pobres, enfermos, frágiles, inútiles), sin ninguna fuerza considerable en la población. Pero este siglo xxi, sin duda, pertenecerá a los nuevos ancianos, no sólo por el número creciente sino también por el poder económico e intelectual acumulado. Esta población, los nuevos ancianos, cuyo poder económico se está multiplicando, también empieza a intervenir en la política de forma muy activa. Esto ha determinado que en los EE.UU. la población senecta se haya convertido en un poderoso grupo de presión (American Association for Retired Persons) con el fin de velar por sus intereses y seguir tomando sus propias decisiones. Estos cambios socioculturales lentos que se están dando en la cultura americana, también se empiezan a evidenciar en nuestro país y apoyan la idea de que el grupo con mayor control e influencia no será el de los jóvenes sino el de los ancianos. Sin embargo, a nadie se le oculta también la enorme proporción de gente longeva que lucha contra los problemas crónicos (enfermedades cardíacas, diabetes, déficit visual y auditivo, aislamiento social, cáncer, artrosis, osteoporosis, depresión, demencias, etc.) que causan incapacidad, dependencia y graves disfunciones psíquicas. Pero también es cierto que sabemos más que nunca sobre la salud y la enfermedad y que existen medidas que podrían producir una versión mucho más sana del envejecimiento, incluso con un coste más reducido que el actual. Me permito citar, finalmente, algunas de ellas: asignar más recursos a la investigación de enfermedades relacionadas con el envejecimiento, incrementar la formación geriátrica y gerontológica de los diversos profesionales, orientar los incentivos sociosanitarios hacia un envejecimiento sano y activo, y establecer un enfoque más humano, más respetuoso y más ético a la atención y cuidado del anciano. Todas ellas, y muchas otras, serán asumidas plenamente por los nuevos ancianos («la edad del poder»), ya que han interiorizado nuevos valores sociales y estilos de vida que les permitirá seguir decidiendo, participando y colaborando en el desarrollo socioeconómico, cultural e intelectual del país. En fin, cuando se aprende a fomentar las cualidades humanas de cada persona sin tener en cuenta su edad, existen realmente posibilidades de que la sociedad envejecida se convierta en una sociedad más humana, ello permite una mejor adaptación, autorrealización y calidad de vida de las personas mayores... Una persona autónomamente responsable y, en lo posible, ilusionada y feliz.

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