Hoy en día, el mundo nos bombardea de información, cada vez existen más herramientas para alcanzar objetivos que nunca antes hubiera alcanzado el ser humano. La tecnología y los nuevos descubrimientos nos obligan a ser más competitivos, en todos los aspectos de la vida diaria. Es común ver a un niño tratando de llamar la atención del padre que está todo el día trabajando, compitiendo para ganarse la vida. Es frecuente ver a estudiantes que sufren de enfermedades causadas por estrés, y es todavía más común ver grupos de jóvenes inmersos en el materialismo y la superficialidad, olvidándose así de su propia esencia.
Las personas pudiéramos vivir así, simplemente compitiendo para nuestro propio beneficio, haciendo planes a futuro, soñando con el éxito, pero las cosas no suelen ser así de fáciles, uno nunca sabe que tiene la vida preparado para nosotros y cuando menos nos lo esperamos, podemos recibir una sorpresa que nos obligará a cambiar los planes completamente de rumbo.... eso, a mí me sucedió.
Tenía 10 años, estaba en Chihuahua y era la víspera de Navidad, estaba emocionada de viajar y al fin poder ver a mi familia reunida: a mis primos, tíos, abuelos, me preparaba para el gran día. Había escogido mi ropa, había preparado mis regalos, me había despedido de mis amigas y les había deseado ¡Feliz Navidad!... las iba a extrañar en las vacaciones. Un día mí mamá me notó diferente, mi piel estaba amarilla, y entonces decidió llevarme al doctor. Nunca me habían sacado sangre pero decidí ser fuerte, no imaginé que después iba a ser algo común en mi vida. Cuando me volvieron a pedir un análisis, recuerdo que no entendía, si ya me habían sacado sangre ¿por qué otra vez? Y me la pasé llorando la noche antes, no creo que nadie se haya dado cuenta de eso. Fue así como comenzó una lucha con mi propio cuerpo, con mi mente y con mis emociones.
Me diagnosticaron hepatitis autoinmune y no pude regresar a la escuela después de vacaciones, con mi enfermedad me di cuenta que no era mi plan el que se estaba siguiendo, y me costó mucho aceptar ese plan "ajeno".
Es difícil entender el por qué de las cosas, y es todavía más difícil aceptar el sufrimiento que carga nuestro ser con las adversidades de un plan que no es el nuestro. Es mucho más fácil cuestionar a Dios, enojarse, maldecir, imaginar la vida de distinta manera, querer recuperar nuestro plan... es más fácil negar que disponerse a enfrentar las dificultades. Pero todos sabemos que no es lo mejor, que hay otra manera de ver las cosas y es más difícil porque implica hacer algo. Cuando una persona sufre sin esperanza, deja de luchar, no le da sentido a ese sufrimiento y sufre cada vez más. En realidad, no deja nada bueno ni para él mismo, ni para los que le rodean. El sufrimiento sin espera se contagia, es el camino más fácil porque implica simplemente sufrir.
Cuando entendí que los planes de Dios son planes perfectos, producto de su amor perfecto, tuve la oportunidad de cambiar mi actitud ante la adversidad, y hacer de esta experiencia y de mi sufrimiento físico y psicológico, un motivo de crecimiento personal y espiritual. Ahora no le cuestiono a Dios ¿por qué a mí, sino para qué a mí?
En estos 10 años que han trascurrido desde entonces, he tratado de darle un sentido positivo a cada situación de mi vida y he logrado encontrar el verdadero sentido a cada suceso, apoyada en la fe y con una buena dosis de esperanza, por lo que hoy puedo compartirles, que en los momentos de mayor dificultad y prueba, me he sentido amada y consolada por Dios.
Con el paso de los años, he comprendido y experimentado lo que mi doctor de la Mayo Clinic me decía: en una enfermedad, hay que tener un buen equipo médico para atender la parte física, una actividad o terapia psicológica que te ayude a canalizar el miedo, el enojo, la ansiedad, y fe en Dios que te permita la aceptación y el abandono, y realmente coincido que en la medida que una enfermedad se maneje en esas tres dimensiones, todo será más fácil de sobrellevar.
Hoy, a 10 años de mi diagnóstico, me siento una mujer plena, privilegiada, y sobre todo bendecida por Dios. Bendecida por estar bien, bendecida por los médicos que me han cuidado y que han sido para mí, un testimonio del amor de Dios en la tierra. Bendecida porque a pesar de todos los pronósticos tengo el privilegio de seguir creciendo, amando y viviendo al lado de mi familia y amigos, sin tener yo mayor mérito que otros jóvenes de mi edad.
Día con día, le doy gracias a Dios por la oportunidad de contemplar el paisaje por dónde camino, de conocer lo que me rodea, de aprender de los demás, de aprovechar cada momento, cada instante y le pido al Señor, que siempre pueda yo ser capaz de valorar la oportunidad que me da de vivir, y que haga de mí un testimonio vivo de amor y protección.
Correspondencia:
Roble 202,
Colonia Valle Alto.
C.P.64989. Monterrey, N.L., México.