La Profesora Maribel Forcadas Berdusán (1949-2012) falleció el pasado 14 de junio en el Hospital de Cruces en el que había desarrollado toda su carrera profesional, después de haber luchado sin desmayo contra una neoplasia maligna durante varios años.
Nacida en Uncastillo, donde su padre ejercía de médico rural, y criada en Zaragoza, Maribel –como le gustaba que todo el mundo la llamara– tenía las mejores virtudes del alma colectiva aragonesa. Cuando terminó sus estudios de medicina, ella también tuvo una breve experiencia como médico rural de la que se sentía a la vez orgullosa y agradecida por el aprendizaje que le había representado. En 1975 se incorporó como MIR al Hospital de Cruces en donde se formó en Neurofisiología con el Dr. Pedro Madoz y en Neurología en la incipiente unidad que yo mismo había iniciado pocos años antes. Desde entonces, nuestras vidas profesionales han discurrido íntimamente relacionadas. Tras su formación neurológica básica hizo una estancia en Burdeos con el Profesor Loiseau, célebre epileptólogo. Su tesis doctoral tuvo como tema el estudio clínico, neurofisiológico y neuropatológico de una serie excepcional de pacientes con insomnio y alucinaciones por lesiones del tegmento protuberancial. Después de más de 10 años como profesora asociada ganó el concurso de Profesora Titular en 1995. Poco después, con medios de fortuna, sin ningún apoyo oficial, iniciamos con el Dr. Madoz la unidad de monitorización video-EEG para pacientes con epilepsia. La implicación y la tenacidad de Maribel fueron determinantes para transformar aquella iniciativa voluntarista en una unidad bien estructurada y dotada como base del Programa Médico-Quirúrgico de Epilepsia de Osakidetza-Servicio Vasco de Salud, que es de referencia para toda la Comunidad Autónoma Vasca, y que recibe pacientes de otras comunidades. La Profesora Forcadas fue nombrada Jefa Clínica, y ejerció de manera ejemplar el liderazgo de ese programa que aglutina a neurólogos, neuropediatras, neurocirujanos, neurofisiólogos, neurorradiólogos, neuropsicólogos y especialistas en Medicina Nuclear con las dificultades bien conocidas de estas tareas multidisciplinares en los hospitales. Pero la Profesora Forcadas se supo ganar la confianza y la cooperación de todos ellos, arrastrados por su autoridad científica, su entusiasmo, su honestidad y su deseo de hacer bien las cosas en beneficio del paciente y no de ningún otro interés personal.
Esa misma capacidad para el trabajo cooperativo y los objetivos comunes le llevaron a servir en las Juntas Directivas de la Sociedad Española de Neurología (SEN) y en la Sociedad de Neurología del País Vasco. Fue miembro muy activo del Grupo de Epilepsia de la SEN participando en todas sus actividades docentes o científicas. Sus principales aportaciones y publicaciones fueron fruto de su experiencia clínica en el campo de la epilepsia y muy especialmente en los resultados del programa quirúrgico del Hospital de Cruces en todas sus facetas. Especialmente orgullosa estaba de la monografía «Epilepsia y Mujer» cuya edición dirigió 2 veces en compañía de sus íntimas amigas epileptólogas.
Además de esa intensa dedicación al campo de las epilepsias, Maribel nunca abandonó la neurología general y mantuvo a toda costa una consulta en la que seguía viendo pacientes de todo tipo con una muy alta competencia y dedicación. El encariñamiento con sus pacientes era mutuo y recibía constantes muestras de su aprecio y gratitud. Esa visión general de la neurología, su compromiso con el servicio al que consideraba como algo propio, su empatía para el trato, tanto con los médicos como con el resto del personal, han hecho de Maribel un elemento clave y mi principal apoyo para el desarrollo del servicio durante más de 30 años.
Durante estos años he asistido también a la evolución personal de Maribel. Desde la joven todavía, algo revolucionaria en las postrimerías del franquismo, casi dispuesta a ir a las barricadas en defensa de la libertad, la justicia o el feminismo, hasta la persona madura, responsable, felizmente casada con nuestro colega el Dr. José Larracoechea y madre de 2 hijos, María y Juan, a los que adoraba. Pero, esa evolución no le hizo perder ninguna de las características principales positivas de su personalidad, ni traicionar ninguno de los ideales de su juventud. No podía transigir con las injusticias o el nepotismo, se continuaba sublevando ante la opresión a las mujeres y no podía soportar la mediocridad o la incompetencia profesionales. He conocido pocas personas con tanto sentido de la dignidad personal, tan alérgica al chalaneo, ella que tenía el más alto sentido de la amistad. Por eso, seremos muchos los que lloraremos su ausencia y guardaremos su memoria para siempre.