La migraña crónica es una enfermedad sobre la que se investiga desde múltiples perspectivas, a la vista de su frecuencia y del grado de incapacidad que genera a los enfermos que la padecen. Los criterios que la definen han ido perfilándose en sucesivas ediciones de la Clasificación Internacional de Cefaleas, hasta quedar precisados con nitidez en la tercera y más reciente (ICHD-3, beta)1. Ello nos permite una selección bastante precisa de pacientes en estudios epidemiológicos, en ensayos clínicos y en el momento de individualizar terapias de aprobación también reciente, como la toxina botulínica tipo A.
Si bien hay acuerdo en definir el concepto, que resulta fácilmente comprensible para todos —cefalea durante un período mínimo de 3 meses, en los que está presente al menos 15 días al mes y la mitad o más de los episodios son de migraña—, en cambio, la denominación escogida nos parece poco adecuada. Si consultamos el término «crónico» en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española2, vemos que hace referencia a un trastorno o enfermedad de larga evolución, habitual, inveterado. Si la consulta la extendemos a diccionarios de lengua inglesa, porque estamos convencidos de que el término procede de esa lengua, en traducción directa de «Chronic migraine», el sentido es el mismo: trastorno o condición médica caracterizado por la larga duración; en esta lengua vemos aparecer un matiz ausente en español: la recurrencia3. De esta forma, crónico haría referencia a enfermedad que se mantiene en el tiempo y que es recurrente. Estas características definen bien a la migraña4. De manera que al decir crónica estamos utilizando un epíteto: no definimos o especificamos un nombre, sino que utilizamos un adjetivo que lo refuerza en su carácter.
Trastornos crónicos son también la artrosis, la diabetes mellitus o la hipertensión arterial, por citar 3 ejemplos. Por eso mismo, y hasta dónde sabemos, no suelen denominarse crónicos. Al hacerlo con la migraña, en realidad estamos utilizando una figura literaria del tipo de «blanca nieve» o «negro carbón».
Al adoptar este término, se ha desplazado a otros como migraña transformada, sin duda bastante imprecisos e inadecuados, aunque de uso común hasta la aparición de la ICHD-3. Estamos convencidos de que al escoger la denominación migraña crónica no se buscaban bellezas lingüísticas, sino insistir en la idea de persistencia en el tiempo, recurrencia y gravedad del trastorno. Esto se indica y cuantifica con los criterios que la definen. Este perfil temporal es un perfil de agudización en el seno de un trastorno crónico, que es lo que el nombre debería indicar en pura lógica.
Nos parecen más fieles a lo que se busca nombrar términos como reagudización, agravamiento o empeoramiento de migraña. Nos encontramos en un marco nosológico no muy distinto del de una crisis hipertensiva, una descompensación de diabetes o brotes artríticos dolorosos en artrosis, aunque estos puedan durar menos. Seguramente habrá otras muchas denominaciones que hagan justicia a una migraña que, siendo de por sí crónica, se agudiza y empeora.
Tenemos la certeza de que el nombre, consagrado, será muy difícil de modificar. Lamentablemente, no estamos ante un neologismo, que siempre puede terminar aceptándose de modo natural, más aún en el ámbito científico. Estamos consagrando un juego lingüístico, a nuestro modo de ver equivocado, que, al menos, conviene desenmascarar.