Este artículo busca aportar elementos que impulsen una crítica al multiculturalismo canadiense que tome en consideración las preocupaciones de las diásporas latinoamericanas establecidas en Canadá. Se argumenta que es necesario entender cómo se incorporaron a esta política tres características: la propaganda, la aspiración a convertir la diversidad cultural de ese país en una ventaja competitiva y la preocupación por la seguridad nacional. Para entender este comportamiento, se necesita poner en perspectiva la ideología que orienta las políticas migratorias y de administración de la diversidad cultural de Canadá.
This article contributes elements for a critique of Canadian multiculturalism that takes into account the concerns of the Latin American Diasporas established in Canada. The author argues that it is necessary to understand how three aspects are incorporated into this policy: propaganda, the aspiration to turn the country’s cultural diversity into a competitive advantage, and the concern for national security. To understand this, the ideology that orients Canada’s immigration and cultural diversity policies must be put in perspective.
El 14 de julio de 2009, el gobierno canadiense, dirigido por el Partido Conservador del entonces primer ministro Stephen Harper, impuso a los turistas mexicanos el requisito de la visa para ir a Canadá. El Estado canadiense justificó la adopción de esta medida afirmando que “desde 2005, el número de demandantes de asilo mexicanos casi [se] triplicó, pasando de aproximadamente 3400 en 2005 a más de 9400 en 2008”. Según el Ministerio de Ciudadanía e Inmigración de Canadá, “en 2008, la [Comisión de la Inmigración y del Estatuto de Refugiado] revisó y procesó 5654 demandas de asilo de inmigrantes mexicanos” y “aceptó 606 [de éstas], lo cual representa una tasa de aceptación global del 11 por ciento para los demandantes de asilo mexicanos” (Gouvernement du Canada, 2009). Lo anterior da cuenta de un problema de gran magnitud, ya que apuntaría a una cantidad abrumadora de deportaciones.
Resulta paradójico que, mientras que el país adoptaba semejante medida, el Estado canadiense y varias agencias privadas seguían difundiendo lo que Fernando Neira Orjuela denomina “campañas de promoción para la atracción de migrantes” (2011: 97). En efecto, mientras que por un lado, Canadá seguía promoviendo la inmigración, por otro, adoptaba una política estricta para controlar el flujo de viajeros procedentes de un país que constituía uno de sus socios comerciales más importantes. Lo anterior generó la impresión de que se estaba promoviendo e impidiendo la inmigración de manera simultánea.
El caso precedente no constituye el único ejemplo en el que emerge una disonancia entre la imagen de un lugar hospitalario que el Estado canadiense proyecta en el exterior y las experiencias de los migrantes latinoamericanos que buscan establecerse en ese país. Durante los noventa, fueron los migrantes chilenos quienes padecieron las consecuencias de un malentendido similar, como se leía en Quartier libre, el diario estudiantil de la Universidad de Montreal: “Desde el 18 de febrero [1998], dieciocho personas (de las cuales dos fueron hospitalizadas al inicio de la huelga) se dejan morir de hambre en el sótano de la iglesia St-Jean-de-la-Croix, en la esquina de las calles St-Laurent y St-Zotique […]. Durante los últimos meses de 1997, y después de que rechazaron sus solicitudes, centenares de inmigrantes fueron expulsados (Sampson, 1998)”. Al respecto, Caroline Lantero, citando al sociólogo Jean-Claude Icart, un experto en temas de inmigración y refugiados en Canadá, afirmaba: Los mexicanos no son los únicos que quedaron entrampados por el libre comercio; de igual manera, unos chilenos que llegaron en 1995, luego de la firma de un acuerdo de libre comercio entre Canadá y Chile: “Algunas agencias de viaje en Chile afirmaban en ese momento que las puertas de Canadá se abrían completamente como consecuencia de este acuerdo, que de ahora en adelante sería fácil entrar a Canadá, trabajar ahí y volverse ciudadano. El resultado fue que Canadá impuso una visa de entrada a los chilenos, dando cuenta del flujo considerable de reivindicadores del estatus de refugiado que provenía de ese país” (Lantero, 2008).
En ese caso, fueron agencias privadas las que retomaron el discurso del Estado canadiense relacionado con la “promoción para atracción de migrantes”, antes de que Canadá impusiera una visa a los migrantes chilenos, lo cual generó también la extraña impresión de que ese país fomenta e impide la inmigración.
En 2004, ocurrió un fenómeno similar con los migrantes colombianos, cuando Canadá firmó el Acuerdo del Tercer País Seguro con Estados Unidos, el cual obliga a los demandantes de asilo a “presentar su demanda en el primer país seguro al que llegan” (Gouvernement du Canada, 2016). Martha Colorado et al. explican que dicho acuerdo tuvo como consecuencia la reducción de casi un 50 por ciento, de la cantidad de solicitudes de colombianos demandantes de asilo, debido a que más de la mitad de ellos pasaban por Estados Unidos, lo cual daba cuenta, una vez más, de una contradicción entre la “promoción para la atracción de migrantes” y la manera en que Canadá lleva sus políticas migratorias a la práctica (Colorado et al., 2007: 31).
Para entender esta aparente paradoja entre el discurso que promueve la inmigración por parte de las instituciones migratorias canadienses y las numerosas políticas restrictivas que ese Estado implementa —las cuales son fuente de múltiples disonancias que se aprecian también en los testimonios de los migrantes latinoamericanos que encontramos en el trabajo de Fernando Neira (2011)—, es necesario poner en contexto el marco político y legal que orienta las políticas migratorias y administrativas de la diversidad cultural en Canadá, conocido como “multiculturalismo canadiense”. Al llevar a cabo este ejercicio, emergen ciertos elementos que se han incorporado, a medida que este marco se definía.
Por lo tanto, en este trabajo expongo cómo surgió el multiculturalismo canadiense, el cual se ha convertido en nada menos que un elemento fundamental de la reciente identidad nacional. Luego explico cómo han definido el multiculturalismo los actores encargados de ponerlo en práctica y de qué manera incorporaron tres características: el uso de las relaciones públicas, la aspiración a convertir la diversidad cultural en una ventaja comparativa para un mercado globalizado y la idea de seguridad nacional para establecer sus límites.
El objetivo de este ejercicio es esbozar una contextualización para desarrollar una perspectiva crítica de esta política de administración de la diversidad cultural, la cual se plantea a favor de una inclusión que tome en cuenta los intereses de las diversas comunidades culturales, lo que constituye un esfuerzo para salir de la dicotomía entre multiculturalismo e interculturalismo que surge cuando se trata el tema; este falso dilema plantea un debate sesgado por preocupaciones de índole identidaria. Un ejemplo de ello es la crítica al multiculturalismo realizada por Gérard Bouchard (2011: 398), entre otros, que, al tratar de “tomar en cuenta el contexto y el porvenir de la cultura mayoritaria”, termina colocando al multiculturalismo como una política que se preocupa demasiado por “el contexto y el porvenir de las culturas minoritarias”, lo cual contribuye a fortalecer el estereotipo de Canadá como un país magnânimo, cuyas políticas migratorias y administrativas de la diversidad cultural se guían por alguna suerte de humanitarismo desinteresado.
La construcción de una identidad nacional en la era de las relaciones públicasLas campañas de promoción para la atracción de migrantes, que lleva a cabo actualmente el Estado canadiense, corresponden a lo que Edward Bernays describe como propaganda o, como se conoce hoy, campañas de “relaciones públicas”, ya que consisten en un “intento coherente, duradero y de largo aliento de suscitar o desviar acontecimientos con el objetivo de influir sobre las relaciones de las masas con una empresa, idea o grupo” (Bernays, 1928: 25; 2008a: 33; 2008b: 15; Beaudoin, 2015: 70).1
Se afirma que estos esfuerzos son coherentes, ya que constituyen “un conjunto de actividades de diversa naturaleza” realizadas por varios actores, dirigidas a satisfacer intereses convergentes y “orientadas a destacar las características de la vida en Canadá, poniendo de relieve los aspectos positivos de ésta, mostrando las ventajas comparativas de elegir vivir en este país, con el fin de reclutar a los migrantes más calificados para ser incorporados en la economía local” (Neira, 2011: 97).
Asimismo, estos intentos son “duraderos y de largo aliento”, ya que, como lo menciona Neira (2011: 96-97), “desde el inicio del poblamiento del territorio que hoy ocupa Canadá […], la atracción de personas que reunieran ciertas características […] para convertirse en migrantes, residentes y posteriormente ciudadanos ha jugado un papel fundamental dentro del conjunto de políticas migratorias instrumentadas por dicho país”.
Como se observa, las campañas de promoción para la atracción de migrantes se orientan en función de un marco político y legal administrativa de la diversidad cultural, que se ha convertido en un elemento importante de la identidad canadiense, pues lleva por nombre multiculturalismo. Como lo afirma Liette Gilbert, “fuera de Canadá, el multiculturalismo es probablemente la imagen del país que mejor se conoce” (Gilbert, 2007: 12). Mediante esta política, que empezó a implementarse en 1971, el Estado canadiense ha proyectado al mundo una imagen de país tranquilo, tierra de asilo, lugar de abundancia, así como la de un actor magnánimo, mediante el uso reiterado de lo que se conoce como “relaciones públicas”, un eufemismo de “propaganda”.
Por medio de las relaciones públicas, se fabrican, destruyen y manipulan imágenes mentales diseminadas desde los medios de comunicación masiva, las cuales se conocen como estereotipos. De hecho, el concepto de estereotipo y su uso en el lenguaje actual fueron creados en el mismo contexto que la propaganda moderna por Walter Lippmann en Public Opinion (2003) (originalmente publicado en 1922). Por esta razón, Edward Bernays, el inventor de la propaganda moderna y fuertemente influido por Lippmann (2003), afirmaba que “el consejero en relaciones públicas a veces usa los estereotipos corrientes, a veces los combate y a veces crea unos nuevos” (1928: 162); en otras palabras, los estereotipos son la médula de las relaciones públicas, su materia prima.
Cuando se revisa la historia del multiculturalismo canadiense, llama la atención que la propaganda y, por ende los estereotipos, se convirtieron en un pilar de este conjunto de políticas administrativas de la diversidad cultural, el cual se volvió uno de los elementos más importantes de la identidad nacional canadiense. La construcción de esta identidad es fruto de un proceso considerablemente reciente: en 1867, se firmó el Acta de América del Norte Británica, que contenía los principios constitucionales de Canadá; sin embargo, no fue sino hasta 1982 cuando se repatrió esta Constitución. Antes de ese año, sólo Inglaterra podía modificar su contenido (Lacoursière et al., 2015: 326); por lo tanto, sólo a partir de 1982 fue que Canadá se volvió oficialmente un Estado independiente (Sampson, 2013) y Terranova fue la última provincia en unirse a la Confederación, lo cual no sucedió antes de 1949 (Waite, 2013).
Por otra parte, hasta 1964, el Estado canadiense usaba la bandera del Reino Unido (la bandera canadiense roja y blanca con la hoja de maple en medio sólo fue usada a partir de 1965). Las primeras celebraciones del Dominion Day —hoy conocido como el Canada Day—,2 en presencia de los parlamentarios en Ottawa, no se dieron antes del 1° de julio de 1958 (Levine, 2013). Basta con mirar las imágenes que encontramos, por ejemplo, en algunos timbres postales, monedas y billetes, donde aparecen fotografías o representaciones de la reina Isabel II, para entender a qué grado el fenómeno del nacionalismo canadiense es reciente.
Este aspecto implicó que la construcción de una identidad nacional estuviera marcada por elementos de un contexto posterior al momento en que la mayoría de los estados nacionales de América y de Europa se formaron. Contrariamente a otras independencias recientes, la construcción del estado-nación canadiense no tuvo lugar de forma bélica. Tal contexto y momento históricos fueron propicios para que la propaganda o relaciones públicas, la globalización de los mercados y las migraciones jugaran un papel preponderante en la formación del nacionalismo canadiense. De la interacción entre estos elementos surgiría el multiculturalismo que, hoy en día, constituye una parte de la identidad nacional, percibiendo a Canadá como un lugar hospitalario y acogedor para los inmigrantes, un país donde las diversas culturas conviven armoniosamente. También es gracias a esta política de administración de la diversidad cultural que se tiende a olvidar que, antes de los años sesenta, las políticas migratorias del Estado canadiense eran, como se demuestra a continuación, abiertamente discriminatorias, racistas y aplicadas discrecionalmente.
Las políticas migratorias canadienses antes del multiculturalismoSi bien es cierto que se tiende a olvidar el carácter abiertamente discriminatorio de las políticas migratorias y administrativas de la diversidad canadiense, conviene aclarar que tampoco se trata de un hecho que se niegue. En efecto, los ejemplos que dan fe del carácter racista de las políticas migratorias canadienses antes de los años sesenta son numerosos y se encuentran documentados hasta en publicaciones a las que se puede acceder desde el mismo sitio de internet del Ministerio de Ciudadanía e Inmigración Canadiense, por ejemplo, Forging our Legacy de Valerie Knowles, cuyo sexto capítulo contiene un apartado titulado “Canada Abolishes its Racist Immigration Policy” (Canadá termina con su política migratoria racista) (Knowles, 2000a: cap. 6).
Por lo tanto, el carácter abiertamente racista, discriminatorio y arbitrario de la política migratoria canadiense anterior a la década de los sesenta no es ambiguo. Por ejemplo, en el artículo 38 de una ley migratoria aprobada en 1910 se leía lo siguiente: El gobernador en Consejo puede, por proclamación u otro orden cuando lo considere necesario o conveniente […], c) prohibir por un periodo determinado o permanentemente el desembarque en Canadá o el desembarque en cualquier puerto de entrada especificado en Canadá, de inmigrantes que pertenezcan a cualquier raza considerada no apta para el clima o los requisitos de Canadá, o de inmigrantes de cualquier clase, ocupación o carácter especificados (s. a., 1910: 218).
En efecto, en este fragmento se prevé una discriminación basada en la raza, al dar explícitamente por sentado que existen “razas” que no son “aptas para el clima” nórdico de Canadá. Por otra parte, constatamos que la prohibición de entrada a los migrantes se deja a discreción del gobernador en Consejo, lo cual da fe de la arbitrariedad en torno al acatamiento de esta ley.
De hecho, el carácter abiertamente discriminatorio, racista y arbitrario de las políticas migratorias canadienses dio lugar a numerosos incidentes vergonzosos en la historia de Canadá. En 1905, el ministro del Interior canadiense, Frank Oliver, estableció “una jerarquía de los colonos que son más aptos para desarrollar el oeste” del país (Knowles, 2000a: cap. 3).
En 1923, el mismo día del Dominion Day, se aprobó la Ley de la Inmigración China, que redujo esta inmigración al grado de que sólo cincuenta ciudadanos de esa nacionalidad lograron instalarse en Canadá entre 1923 y 1947. Por esta razón, durante mucho tiempo, la comunidad china se rehusó a celebrar el Día de la Confederación, al que llamaban “Día de la Humillación” (Government of Canada, 2008). Además, aun cuando nada en la ley estipulaba desalentar la inmigración de algún grupo, como en el caso de los ciudadanos estadunidenses afrodescendientes a inicios del siglo xx, “los administradores elaboraron procedimientos para asegurarse de que la mayoría de las solicitudes presentadas [por aquéllos] fueran rechazadas” (Knowles, 2000b: cap. 2). Éstos son sólo unos cuantos ejemplos, entre muchos otros casos.
El final de las políticas migratórias abiertamente racistas de Canadá y la adopción del multiculturalismoEn 1958, Ellen Fairclough fue nombrada ministra de Inmigración del gobierno del progresista conservador John Diefenbaker. Fue la primera mujer en ocupar un cargo de ministra y se empeñó en acabar con las políticas migratorias abiertamente racistas y discriminatorias prevalecientes en Canadá hasta entonces, tarea que logró casi en su totalidad en 1962. Para alcanzar sus fines, argumentó que faltaba limitar la inmigración patrocinada, lo cual permitiría reducir el flujo de inmigrantes italianos que estaba superando al de los británicos: Al defender las medidas de su gobierno, la ministra, que estaba siendo atacada de todas partes, informó a la Cámara de los Comunes que la cantidad de casos atrasados de solicitudes de demandantes patrocinados había pasado de unos 77 158 el 31 de diciembre de 1955, a 131 785 el 28 de febrero de 1959. Solamente el número de demandantes italianos en espera pasó de aproximadamente 12 000 a finales de 1954 y de 23 000 a finales de 1955, a unos 63 000 el 28 de febrero de 1959 (Knowles, 2000a: cap. 6).
Sin embargo, Ellen Fairclough no logró la aprobación de la nueva ley migratoria sino hasta mediados de los sesenta, “cuando se hizo evidente que la inmigración procedente de Italia rebasaría la de Gran Bretaña por tercer año consecutivo” (Knowles, 2000a: cap. 6). Paradójicamente, al parecer, uno de los argumentos clave para acabar con las políticas migratorias abiertamente discriminatorias de Canadá era que sólo así se limitaría la inmigración de un determinado grupo nacional.
Otro de los factores que llevaron al Estado canadiense a dejar de lado sus políticas migratorias abiertamente discriminatorias fueron los numerosos cambios que se estaban operando en los valores occidentales a inicios de los sesenta. Por ejemplo, en Estados Unidos, los afrodescendientes luchaban para acabar con la discriminación, y el movimiento en contra de la guerra de Vietnam estaba cobrando fuerza.
En 1960, se promulgó la Carta Canadiense de Derechos y Libertades, la cual condenaba reiteradamente la discriminación. Lo anterior hacía que las políticas migratorias abiertamente racistas y discriminatorias se vieran considerablemente anacrónicas y no fueran coherentes con las nuevas normas antidiscriminatorias que se aplicarían en otros sectores (Knowles, 2000a: cap. 6).
Asimismo, en años previos, Canadá había adquirido acrecentadamente protagonismo en la escena internacional. Por ejemplo, el ministro de Asuntos Exteriores, Lester B. Pearson, fue elegido presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1952 y, en 1956, contribuyó a resolver la crisis del canal de Suez mediante la creación de fuerzas de paz regidas por la onu, por lo cual le fue entregado el Premio Nobel de la Paz en 1957 (Lacoursière et al., 2015: 447). El mismo Pearson fue elegido primer ministro de Canadá en 1963; en 1967, su gobierno eliminó los últimos vestigios de las políticas migratorias racistas de Canadá que favorecían la inmigración de europeos y estadunidenses (Knowles, 2000a: cap. 6).
El hecho de que la provincia francohablante de Quebec estaba atravesando un proceso histórico que se conocería como la Revolución tranquila, que se llevó a cabo con el lema “Dueños en nuestra casa”, fue otro factor que contribuyó a este cambio de mentalidad que se estaba operando en la sociedad canadiense. Durante esa época, los francocanadienses empezaron a afirmarse y a pedir un mayor reconocimiento por parte del Estado (Laing, 2013). Lo anterior condujo a la creación de la Comisión Real sobre el Bilingüismo y el Biculturalismo, cuyos trabajos, realizados entre 1962 y 1969, develaron un panorama mucho más complejo que los simples conceptos de bilingüismo o biculturalismo. Se llegaba a la conclusión de que Canadá constituía un país multicultural (Gilbert, 2007: 14).
Multiculturalismo, relaciones públicas y estereotiposComo he observado, Fernando Neira Orjuela llama la atención sobre la existencia de campañas de “promoción para la atracción de migrantes” a Canadá, a las cuales me refiero como propaganda migratoria institucional. Los orígenes de tales prácticas se remontan a finales del siglo xix.
En el artículo que escribió para la Canadian Encyclopedia, David G. Norman afirma que “uno de los primeros ejemplos del uso de relaciones públicas en Canadá —la campaña transatlántica del gobierno liberal de sir Wilfrid Laurier para atraer inmigrantes al oeste— se llevó a cabo antes del surgimiento de las actividades de relaciones públicas reconocidas como tal” (Norman, 2013). Es decir, el Estado canadiense no solamente fue un precursor de las “relaciones públicas”, sino también de las “relaciones públicas” en el ámbito de la inmigración. Desde muy temprano, como a finales del siglo xix, éstas ya ocupaban un lugar central en la implementación de las políticas migratorias del país. De acuerdo con la descripción que hace Norman de estas campañas, el estereotipo de Canadá que se buscaba vender era la imagen de un lugar en donde abundan las “campiñas doradas” y los grandes espacios (Norman, 2013). Sin embargo, hasta los años sesenta, como ya se ha mencionado, las políticas migratorias canadienses se basarían en criterios abiertamente racistas y discriminatorios y se aplicarían de manera discrecional (Beaudoin, 2015: 88-96).
Durante la década de los sesenta, se operaban grandes cambios en las mentalidades, tanto en Canadá como en el resto del mundo. Neil Bissoondath los sintetiza de la siguiente manera: El país que se había definido ampliamente, a inicios del siglo, mediante nociones de razas no era inmune a la potente ética liberal que la década [de los sesenta] había traído a Norteamérica. Al igual que los estadunidenses, los canadienses se habían conmovido por la ola de inspiración desatada por John y Robert Kennedy, quienes también se habían inspirado en Martin Luther King y fueron testigos de las luchas, a menudo violentas, por los derechos civiles en Estados Unidos; habían manifestado su oposición a la guerra en Vietnam. Y, en casa, Quebec se había reinventado dramáticamente a sí mismo, al crear prácticamente de la nada una nueva sociedad vibrante, después de haber sido una sociedad rural somnolienta y religiosa (Bissoondath, 1994: 38).
En 1968, llegó al poder un hombre que parecía encarnar estos cambios, el jefe del Partido Liberal, Pierre Elliott Trudeau. Su popularidad era tal, que se llegó a hablar de “trudeaumanía”. Según Bissoondath, ello generó expectativas desmedidas hacia su gobierno y, a inicios de los años setenta, “la realidad ya no podía estar a la altura de la fantasia”. El autor explica que: Grandes ideas llegaron a Ottawa, ideas que desencadenaron una avalancha de estudios, pero que, según la mayoría de las fuentes, dieron escasos resultados. Al llegar al tercer ano de su primer mandato como primer ministro, la rosa se estaba marchitando: la trudeaumanía se estaba convirtiendo en trudeaufobia y algunas preocupaciones surgieron con respecto a su próxima campaña y su próximo mandato. En 1971, mientras que su gobierno caía en la impopularidad (en gran parte gracias a una política sobre el bilingüismo que había sido mal explicada e intensamente implementada), Pierre Trudeau inició una política federal que cambiaría la cara de la nación para siempre: la política oficial del multiculturalismo (Bissoondath, 1994: 38-39).
Sin embargo, su gobierno fue marcado por numerosos conflictos con los quebequenses, que culminaron en la crisis de octubre de 1970, cuando el Frente de Liberación de Quebec secuestró a un diplomático británico y a un ministro provincial liberal. En respuesta, Trudeau decretó la ley marcial y el ejército canadiense fue desplegado en las calles de Montreal.
Para remediar esta situación, su gobierno decidió retomar las recomendaciones de la Comisión Real sobre el Bilingüismo y el Biculturalismo y, en 1971, diseñó apresuradamente una nueva política que cambiaría para siempre la percepción que se tiene sobre Canadá: la Ley para la Preservación y el Fomento del Multiculturalismo, mejor conocida como Ley del Multiculturalismo Canadiense. Sin embargo, esta política no se convertiría en ley hasta 1988. Es decir que, aun si el multiculturalismo se inspiró en la nueva “ética liberal” y los valores humanitarios que emergían en Canadá, esta política surgió esencialmente como una operación estratégica de damage control con fines electoralistas. Es por ello que la propaganda ocupa un papel crucial en la política canadiense, ya que se ha encontrado en su médula desde sus primeros balbuceos.
Cuando uno lee el contenido de la Política canadiense del multiculturalismo, se percata de que ésta se formula de manera casi tautológica. Por ejemplo, en el artículo 1(a) de la tercera sección, se afirma que “la política del gobierno federal en materia de multiculturalismo consiste […] en reconocer el hecho de que el multiculturalismo refleja la diversidad cultural y racial de la sociedad canadiense y reconoce la libertad, para todos sus miembros, de preservar, valorar y compartir su patrimonio cultural, así como sensibilizar a la población a este hecho” (citado en Beaudoin, 2015: 102).
Si simplificamos este enunciado, nos quedaríamos con la idea de que “el multiculturalismo consiste en reconocer que [este mismo] refleja la sociedad canadiense y sensibiliza a la población de este hecho”.
Por otra parte, Bissoondath llama la atención sobre lo que él llama sweet talk, una jerga que parece omnipresente en la formulación de esta política: El Acta para la Conservación y la Valoración del Multiculturalismo en Canadá, mejor conocida por su título corto, la Ley sobre el Multiculturalismo Canadiense, está redactada con frases que traen a la mente la expresión trinitense sweet talk. Es un documento que busca seducir mediante la repetición de generalizaciones gentiles y bien intencionadas […]. Recognition, appreciation, understanding; sensitive, responsive, respectful; promote, foster, preserve:3 estas palabras y otras por el estilo se repiten una y otra vez en la Ley sobre el Multiculturalismo, en medio de un matorral de fraseo legal como si fueran mantras de buena voluntad y fraternidad empleados por los cultos religiosos (Bissoondath, 1994: 41).
El fraseo en esta ley opaca la ausencia de una definición de lo que se entiende por multiculturalismo, así como del proyecto de sociedad que se propone. De lo anterior resulta la creación de un concepto con poco contenido y que, por lo mismo, se vuelve susceptible de llenarse de acuerdo con los intereses o las preocupaciones de las administraciones a cargo de ponerlo en práctica.
En otro orden, el aspecto moral de la retórica que se emplea lo convierte en algo riesgoso de criticar, un poco como si fuera un dogma o una religión, ya que, de atreverse, uno parecería atacar el bien. Como lo afirma el mismo autor: Uno se siente un poco ingrato al admitir que estas palabras evocan menos un suspiro de consuelo que un estremecimiento de suspicacia. Cuestionar tales sentimientos es como dudar de las declaraciones de amor materno: hay algo ligeramente vergonzoso en hacerlo. Sin embargo, es imposible evitar el olor a formaldehído, una pizca de esterilidad de vitrinas de museo. Es imposible ignorar la imagen de mariposas coloridas clavadas a un terciopelo azul por manos cuidadosas y amorosas, todo en afán de la mayor gloria de […] das mariposas? (Bissoondath, 1994: 42).
Por esta razón, Bissoondath compara el multiculturalismo canadiense con un culto en el cual no se tolera la crítica o el cuestionamiento y, por tanto, considera que “como declaración política, es desarmadora; como declaración filosófica, es casi ingenua con generosidad” (Bissoondath, 1994: 42).
El multiculturalismo canadiense toma fuerza de su propia vacuidad, ya que, por una parte, al no definir su proyecto, adolece de alguna sustancia que se podría cuestionar y, por otra, esta misma vacuidad hace que quienes lo administran llenen el concepto de acuerdo con sus intereses. Por lo mismo, el multiculturalismo se definio a lo largo del tiempo mediante la construcción de lugares comunes en torno a los cuales se intenta generar consensos. Lo anterior llevó a Bissoondath a preguntarse con ironía si los que clavan la mariposa lo hacen en nombre de su gloria, con lo cual, induce que sucede lo contrario y que éstos obedecen a los intereses del museo, de la institución que determina el contenido de la exposición.
En el libro de Bissoondath, aparece en filigrana el rol de las relaciones públicas en la formulación de la ley. Al respecto, él llama la atención sobre los siguientes aspectos: el Acta va de lo general a lo concreto, autorizando al ministro responsable a “tomar estas medidas según lo considera apropiado para […] a) alentar y asistir a los individuos, organizaciones e instituciones para proyectar la realidad multicultural de Canadá en sus actividades dentro y fuera del país; […] c) alentar y promover los intercambios y la cooperación entre las diversas comunidades de Canadá; […] e) alentar la conservación, la valoración, las oportunidades de compartir y hacer que evolucione la expresión de la herencia multicultural de Canadá; […] h) brindar apoyo a los individuos, grupos u organizaciones con el afán de conservar, valorar y promover el multiculturalismo en Canadá” (Bissoondath, 1994: 41-42).
El uso de palabras como “alentar”, “promover”, “valorar” y “proyectar” muestra la importancia de la percepción en la formulación del multiculturalismo. Por lo mismo, las relaciones públicas dedempeñan una función preponderante en esta política, ya que, sobre el papel, el multiculturalismo no busca enunciar cómo el Estado debe administrar los asuntos relacionados con la diversidad cultural del país; más bien, se otorga a las personas encargadas la tarea de brindar recursos para la proyección hacia adentro y afuera de una nueva imagen o estereotipo de Canadá, como un país en el que varias culturas (multi) conviven sin conflicto. En suma, si los estereotipos son la médula de la propaganda y la propaganda es la médula del multiculturalismo, entonces, los estereotipos también son la médula del multiculturalismo.
Al respecto, Bissoondath (1994: 83) llama la atención sobre la tendencia del multiculturalismo hacia lo que llama la “simplificación de las culturas”, lo cual se debe al hecho de que, en su discurso, se encuentra “la noción peculiar de la cultura como una mercancía: algo que puede ser exhibido, representado, admirado, comprado, vendido u olvidado”: Nuestra manera de abordar el multiculturalismo fomenta la devaluación de lo que éste pretende proteger y promover. La cultura se convierte en un objeto destinado a ser exhibido, en lugar de ser el corazón y el alma de los individuos que ésta moldea. La cultura, manipulada con fines de utilidad social y política, se convierte en folklore —como lo dijo René Lévesque—, aligerada y simplificada, privada del peso del pasado (Bissoondath, 1994: 88).
De esta manera, el discurso del multiculturalismo canadiense no sólo convierte a Canadá en un estereotipo, sino que lo hace con todas las culturas, ya que su principal vehículo son las relaciones públicas.
El multiculturalismo como ventaja comparativa en un mercado globalizadoEn “Legitimizing Neoliberalism Rather than Equality: Canadian Multiculturalism in the Current Reality of North America”, Liette Gilbert llama la atención sobre cómo se ha transformado la concepción del multiculturalismo a lo largo de cuatro décadas y termina demostrando que se convirtió en una categoría práctica para los distintos gobiernos, pues pudieron otorgarle significados que correspondían a sus intereses. Observa que, si bien en los años setenta y principios de los ochenta el multiculturalismo adoptaba “un lenguaje predominantemente inclusivo”, a finales de esa última década se empezó a enunciar como “una ventaja competitiva en un mercado globalizado” y, a finales de los noventa e inicios del 2000, se incorporaría a esta ideologia la dimensión de la seguridad nacional (Gilbert, 2007: 13).
Durante su creación, hacia los años setenta, la política del multiculturalismo recuperaba lo que Bissoondath designa como “la elegante visión del bien” y la nueva ética liberal canadiense que pareció encarnar Pierre Elliott Trudeau, inspirándose en el papel cada vez más protagónico que tenía Canadá desde que Lester B. Pearson propusiera la creación de las fuerzas de paz de la onu. Esta política cristalizaba entonces la imagen de un Canadá magnánimo, inclusivo, pacifista; pero, por otra parte, escondía, interna y externamente, las tensiones que existían, por ejemplo, entre los anglo y los francohablantes o las Primeras Naciones y el Estado. Tres años después de un acontecimiento tan polarizador como la crisis de octubre de 1970 —a la que me he referido en el apartado anterior—, se pretendía proyectar la imagen de una nación en donde la diversidad cultural convivía armoniosamente.
A mediados de los ochenta, las ideas del economista Milton Friedman estaban en boga y varios jefes de Estado, como Ronald Reagan y Margaret Thatcher, las ponían en práctica, pregonando que el gobierno interviniera cada vez menos en la economía, lo cual implicaba quitar las trabas estatales susceptibles de entorpecer la circulación de las mercancías. Al tener como vecino y principal socio comercial a Estados Unidos, era natural que estas ideas permearan el ambiente político en Canadá. En 1988, cuando el multiculturalismo se convirtió en una ley, el país estaba a un ano de firmar un importante tratado de libre comercio con el vecino del sur.
En consecuencia, la retórica inclusiva y humanitaria del multiculturalismo empezó a ceder paso a la idea de que éste constituía para Canadá una ventaja competitiva en una economía global. Como lo muestra Gilbert, los discursos de los políticos de la época son bastante ilustrativos de la fuerza que tenía esta visión del multiculturalismo. Como ejemplo, cita un discurso de 1986 pronunciado por el entonces primer ministro Brian Mulroney, titulado “Multiculturalism Means Business” (“Multiculturalismo significa negocios”): Nosotros, como nación, necesitamos aprovechar la oportunidad que nos ofrece nuestra identidad multicultural para consolidar nuestra prosperidad, con nuestros vínculos de comercio y de inversión en el mundo entero y con un espíritu empresarial renovado en casa […]· En un mundo competitivo, todos sabemos que la tecnología, la productividad, la calidad, la mercadotecnia y el precio determinan el éxito de nuestras exportaciones. Pero nuestra naturaleza multicultural nos coloca en una posición de ventaja para vender a ese mundo (Gilbert, 2007: 21).
Según esta idea, quien fuera a vivir a Canadá tenía que convertirse en un atributo que contribuiría a la competitividad del país. Lo anterior significó una redefinición de cómo se concebían las relaciones entre el Estado y los nuevos residentes; asimismo empezó a gestarse el estereotipo del inmigrante ideal: una persona joven, profesionista, con altas calificaciones laborales, que hable inglés o francés y que se integrara fácilmente· En otras palabras, se trata de alguien que contribuye mucho sin pedir nada a cambio: “El inmigrante económico, concebido como el inmigrante ideal para Canadá, tiene más probabilidades de ser autosuficiente y, por ende, no solicitará el apoyo de los programas sociales” (Gilbert, 2007: 20).
Multiculturalismo y seguridad nacionalEn 1990, el país entró en un periodo de recesión del que tardó en recuperarse. Por lo tanto, a principios de esa década, el desempleo creció y ello afectó también a la mano de obra calificada que el multiculturalismo canadiense lograba atraer para fomentar la “ventaja competitiva” del país: numerosos inmigrantes, quienes se encontraban económicamente explotados por las fuerzas globales y políticamente excluidos por las políticas nacionales, fueron integrados a los rangos marginalizados de la nueva sociedad. La inmigración, particularmente la inmigración no blanca, se percibió rápidamente como un fenómeno que “traía demasiados cambios culturales y sociales […], lo que causaba demasiados problemas de ajustes en las relaciones sociales y se generaba tensión para conseguir vivienda, lugar en las escuelas, el transporte, entre otros sectores” (Li, 2003: 143), cuando, en realidad, estos sectores ya se encontraban en un profundo estado de crisis. En consecuencia, los inmigrantes fueron relegados a las áreas existentes de los déficit democráticos de su nueva sociedad, mientras se les seguía describiendo como un reto y un obstáculo a la cohesión nacional (Gilbert, 2007: 20).
En esa época, el índice de desempleo en Canadá era más alto que en Estados Unidos y los sueldos más bajos (Gilbert, 2007: 20). Además, muchos de los inmigrantes calificados no lograban integrarse al mercado laboral por diversas razones, por ejemplo, la imposibilidad de que se les reconociera su experiencia profesional o sus estudios adquiridos fuera de Canadá. Para colmo, de la recesión que azotó el país en 1990 resultó un alto índice de desempleo que permanecería durante casi una década (Statistique Canada, 2015). Sin embargo, la idea del multiculturalismo, como ventaja competitiva, no desaparecía del discurso de los políticos; en 2003, el primer ministro liberal de entonces, Jean Chrétien, afirmaba que esta política constituía una fuente de “ventajas comparativas en un mundo cada vez más globalizado” (Gilbert, 2007: 20).
En consecuencia, las expectativas hacia los inmigrantes a través de este discurso no se cumplieron y se empezaron a usar como chivos expiatorios de algunos problemas que afectaban sectores que ya se encontraban en crisis (Gilbert, 2007: 20). Durante los noventa, un movimiento de derecha con tendencia conservadora y xenófoba empezó a gestarse en el oeste del país, hasta que se convirtió en partido político, primero el Partido de la Reforma y después la Alianza Canadiense, que se fusionarían con los elementos más reaccionarios del Partido Progresista Conservador. Fue este partido, dirigido por el primer ministro Stephen Harper, el que gobernó entre 2006 y 2015.
Antes de tal acontecimiento, los gobiernos liberales de Jean Chrétien y luego de Paul Martin ya habían empezado a modificar las leyes migratorias para volverlas más estrictas. Este endurecimiento de las políticas y de la legislación en torno a la inmigración se aceleró a petición del gobierno estadunidense de George W. Bush, después de los atentados del 11 de septiembre de 2001: “Canadá [trabajó] en revisar sus políticas en torno a la inmigración y los refugiados desde 1997. Este trabajo permitió al país moverse rápidamente y adoptar una nueva ley sobre la inmigración y la protección de los refugiados, [además de] firmar una declaración sobre la frontera inteligente Canadá-Estados Unidos” (Gilbert, 2007: 26).
Después de los atentados del 11 de septiembre, se creyó, erróneamente, que los terroristas involucrados habían cruzado la frontera de Canadá. Por lo tanto, el gobierno de George W. Bush presionó al gobierno canadiense para que cambiara sus leyes migratórias enmarcadas en la idea del multiculturalismo. Estados Unidos consideraba que éstas constituían un peligro para su seguridad nacional.
La investigadora Liette Gilbert afirma que, en ese momento, las políticas fronterizas de Canadá pasaron de un paradigma en el que prevalecía el comercio a otro en el que lo más importante era la seguridad (Gilbert, 2007: 23). El gobierno canadiense empezó a mimetizar las políticas antiterroristas de Estados Unidos: fue cada vez más común que los inmigrantes, sobre todo las personas de credo musulmán, fueran usadas como chivos expiatorios en el discurso público y sufrieron el estigma de poseer ese perfil racial y religioso.
Estas políticas se reforzaron a partir de 2006, cuando el conservador Stephen Harper se convirtió en el primer ministro de Canadá. Su gobierno, que se inspiraba profundamente en los neoconservadores estadunidenses, empezó a implementar leyes y políticas cada vez más hostiles respecto de la migración (Nadeau, 2010: 11). Se considera que la visa impuesta a los turistas mexicanos para visitar Canadá desde el año 2009 es un ejemplo de ello.
Estos factores generaron que la preocupación por la seguridad nacional se aunara a las relaciones públicas y a la búsqueda de la ventaja competitiva, para convertirse en una tercera característica del multiculturalismo canadiense, mediante la cual se institucionalizarían sus límites.
ConclusiónTodo lo anteriormente analizado explica, en buena medida, la impresión de que el Estado canadiense paradójicamente alienta y reprime la inmigración, ya que recurre a las relaciones públicas para atraer a los potenciales inmigrantes y proyectar a Canadá como un actor internacional magnánimo; pero, al enaltecer demasiado su multiculturalismo, se terminan justificando políticas represivas para preservarlo.
Hoy en día, el multiculturalismo consiste en un marco legal y político que proyecta una imagen estereotípica de Canadá como un país hospitalario y sin conflictos. Este discurso, promovido mediante el uso recurrente de campañas de relaciones públicas en las que participan actores políticos y económicos, contiene serias contradicciones. En efecto, por un lado, promueve la inmigración y la proyecta como una ventaja competitiva para Canadá; pero, por el otro, el Estado que enuncia dicho discurso también reprime a menudo la inmigración, en aras de la seguridad nacional. Las consecuencias se constatan incluso en México. Por ejemplo, en 2012, la organización Solidaridad sin Fronteras (2012) estimaba que un promedio de siete mexicanos eran deportados de Canadá cada día.
Finalmente, investigar sobre el multiculturalismo canadiense nos permite advertir cómo actores estatales y corporativos de poder se movilizaron para construir una nueva identidad nacional que legitimara una búsqueda de conciliación entre la competitividad global y la seguridad nacional, mediante el uso de campañas de relaciones públicas. Poco a poco, los ideales humanitarios heredados del gobierno liberal de Lester B. Pearson y de la ministra conservadora Ellen Fairclough fueron cediendo su lugar a estas nuevas preocupaciones y se usaron para construir un estereotipo de Canadá como un país hospitalario, pacífico y sin conflicto, así como un actor internacional magnánimo, con el afán de atraer con el aumento de mano de obra calificada que contribuya con el aumento de la competitividad del país en un mercado globalizado.
En la última campaña electoral federal, que concluyó el 19 de octubre de 2015, se supo públicamente que la familia de un niño sirio (fotografiado luego de haber sido hallado muerto en una playa de Turquía) había sido rechazada por el servicio canadiense de inmigración. Este hecho llamó la atención acerca del papel de Canadá como actor humanitario internacional y lugar de asilo para los refugiados, el cual se colocó en la agenda de la campaña. Varios partidos criticaron las políticas hostiles a la inmigración del gobierno saliente de Stephen Harper. Uno de aquéllos, el Partido Liberal, logró poner fin a nueve años de gobierno conservador. El jefe de este partido y actual primer ministro de Canadá es Justin Trudeau, hijo de Pierre Elliott Trudeau, el padre del multiculturalismo canadiense.
Este acontecimiento podría representar una encrucijada para el multiculturalismo canadiense, en la que se vislumbran una de dos opciones: seguir aplicando políticas migratorias influidas por la doctrina de la seguridad nacional o volver a los ideales humanitarios que ésta promueve e ir más allá de las campañas de relaciones públicas, para que Canadá esté a la altura de la imagen que ha buscado proyectar desde que ha abandonado sus políticas migratorias abiertamente racistas y discriminatorias.
Mientras tanto, desde la academia latinoamericana, sigue siendo primordial desarrollar una perspectiva crítica hacia el multiculturalismo canadiense, de manera que se genere información susceptible de desarmar la propaganda de las instituciones migratorias que proyectan una imagen de Canadá como un país magnánimo y hospitalario, sin explicar claramente que estas cualidades no son ilimitadas ni desinteresadas. Además, desarrollar una perspectiva crítica hacia el multiculturalismo sería una fuente de enseñanzas que nos ayude a elaborar nuevos marcos para situar las políticas migratorias y de administración de la diversidad cultural, combinada con la búsqueda de una integración significativa de las diversas comunidades culturales, tanto en Canadá como en otros países.
En la definición original se emplean las palabras “público” o “gran público” en lugar de masa. La razón por la que se prefiere usar el término “masa” es que el uso de “público”, por parte de Bernays, constituye una usurpación deliberada de los conceptos relacionados con la publicidad (véase Beaudoin 2015: 69-70).
El 1° de julio se celebra el aniversario de la Confederación, el cual se denominaba, hasta 1982, “Dominion Day” y al que hoy en día se llama “Canada Day” (véase O’Malley, 2012).