La COVID-19 es la enfermedad aguda causada por la infección del virus SARS-CoV-2. Puede presentarse como una infección de la vía aérea superior o bien con afectación pulmonar en forma de neumonía, que en un 30% de los casos evoluciona a síndrome de distrés respiratorio agudo (SDRA), fallo multiorgánico con necesidad de ventilación mecánica y elevada mortalidad1.
En esta fase aguda la afectación pulmonar en la tomografía computarizada de alta resolución (TCAR) muestra opacidades en vidrio deslustrado (50,2%) con consolidaciones alveolares de distribución periférica y subpleural. Otros hallazgos menos frecuentes son el engrosamiento intralobulillar o interlobulillar, el engrosamiento pleural, el patrón crazy paving (19,5%), las bronquiectasias (18%) y la distorsión bronquial (18,6%)2.
Una vez superada la fase aguda muchos pacientes siguen sufriendo sintomatología como fatiga, disnea, dolor torácico, palpitaciones, síntomas gastrointestinales, confusión mental, ansiedad y depresión, durante semanas o meses3. La OMS recomienda referirse a esta fase como «condición postCOVID-19», y ya hay códigos específicos ICD-10 (U09) e ICD-11 (RA02) para identificarla4. Esta condición post-COVID-19 (SPC) se define como aquellos síntomas y signos que se desarrollan durante o después de la infección aguda y continúan presentes durante más de 12 semanas, no siendo atribuibles a otra causa5.
En una revisión sistemática de 5.440 pacientes, se encontró una prevalencia de síntomas persistentes entre el 4,7 y el 80%, siendo los síntomas más frecuentes el dolor torácico (89%), la disnea (61%), la astenia (65%) y la tos (59%)6. Aunque se desconocen los mecanismos biológicos subyacentes asociados al desarrollo de SPC, la perpetuación de la enfermedad puede deberse tanto al propio virus, como a la respuesta inflamatoria secundaria7.
No se ha encontrado asociación entre la gravedad de la enfermedad y el desarrollo de SPC dado que puede aparecer en pacientes que no ha sufrido neumonía ni han precisado ingreso hospitalario8, pero entre los factores de riesgo relacionados con padecer SPC, el sexo femenino se ha asociado con un riesgo 3,3 veces mayor. Factores asociados a la presencia de alteraciones pulmonares persistentes son la edad avanzada, el tabaquismo activo, las comorbilidades, la necesidad de ingreso hospitalario y el requerimiento de oxígeno6-8.
Se han descrito distintos patrones intersticiales en la evolución de la enfermedad por SARS-CoV-2 que generalmente incluyen la neumonía organizada secundaria (NOS), su variante histológica la neumonía organizada aguda fibrinoide (NOFA)9 y/o neumonía intersticial no específica (NINE)10. Se ha documentado una prevalencia de hasta el 39% de fibrosis pulmonar residual (engrosamiento septal y bronquiolectasias de tracción, pérdida de volumen pulmonar, bandas fibróticas y más raramente panalización)11. Sin embargo, aún no podemos concluir que se traten de cambios fibróticos irreversibles, por lo que se recomienda el seguimiento clínico, funcional y radiológico de la afectación intersticial12.
En los pacientes sobrevivientes a la COVID-19, la difusión pulmonar de monóxido de carbono (DLco) es la alteración más común, presente en el 47,2% de los pacientes, seguida de un descenso en la capacidad pulmonar total (CPT) en un 25%, ambos asociados a la gravedad de la enfermedad aguda13. Además, también se ha documentado la presencia de una debilidad en la musculatura respiratoria que podría ser la responsable de síntomas frecuentes como la astenia y la disnea de esfuerzo14.
El reto ahora es como tratar a estos pacientes y cuál va a ser el seguimiento que se les debe hacer desde los servicios de neumología.
Debido a la amplia variedad de síntomas entre individuos con SPC, no existe un consenso sobre cómo hacer este seguimiento. Algunas sociedades científicas han planteado determinadas recomendaciones5 como la realización de una radiografía de tórax y pruebas funcionales a las 12 semanas después del cuadro agudo. La Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR) ha publicado una guía de consenso sobre cómo debe hacerse el seguimiento de los pacientes tras la infección aguda por COVID-1915. Este consenso recomienda la realización de una radiografía de tórax y espirometría a los 2-3 meses del alta hospitalaria con neumonía leve-moderada. Si la radiografía de tórax está alterada y/o persisten síntomas respiratorios se hará una espirometría, una DLco, una analítica completa (hemograma, función renal, perfil hepático, función tiroidea, proteína C reactiva, ferritina, dímero-D y péptido natriurético tipo B) y una prueba de imagen según si existe enfermedad pulmonar intersticial difusa (TCAR) o sospecha de enfermedad vascular (angio-TC). Además, el estudio de la fuerza muscular de los músculos inspiratorios y espiratorios (PIM, PEM, sniff nasal) es muy útil en pacientes que han tenido largas estancias hospitalarias.
No sabemos exactamente la magnitud de este grupo de personas, pero dado el número tan elevado de casos por el SARS-CoV-2 y teniendo en cuenta el porcentaje de pacientes que va a desarrollar un SPC es de prever que la demanda de atención en los servicios de neumología va a ser elevada. En la mayoría de casos el síntoma que hace buscar atención es la disnea de esfuerzo por lo que debemos estar preparados. Nuestro objetivo debe ser identificarlos, controlar sus síntomas y optimizar en lo posible la función pulmonar mejorando la calidad de vida.
Conflicto de interesesLos autores declaramos que no hay ningún conflicto de intereses con respecto a esta editorial.