Bajo ese sugerente título se aborda en este libro el tema de la visita presidencial de Porfirio Díaz a Yucatán, a la tierra de los mayas, en febrero de 1906, hasta ahora no tratado bajo la óptica aquí presentada. El texto constituye —y denota— una exhaustiva investigación histórica apuntalada en información proveniente de diversos archivos documentales, información hemerográfica, la utilización de la caricatura política como elemento complementario de indagación, así como del manejo de la historia del arte para complementar, de manera holística, la idea que el autor desarrolla en el contenido: lo sui generis del recurso publicitario de la fiesta porfiriana en el Mayab. Como bien señala su autor, aunado a los elementos metodológicos empleados, para la amalgama de los datos hubo de recurrir a largas meditaciones y reflexiones propias y con colegas especialistas en el tema porfirista, ofreciendo una interesante propuesta que gira en torno al supremo poder político del presidente y del control social en los inicios del siglo xx, a través de las prácticas de la imagen y los símbolos.
Con motivo del centenario de la revolución mexicana —y ahora por el del fallecimiento de Díaz—, la figura de éste ha vuelto ser foco de atención en los trabajos de investigación, como es el caso que nos ocupa, desarrollado en la península de Yucatán, otrora región apartada del centro de poder. El anecdotario recoge que del largo gobierno de Díaz, dos fueron los viajes más importantes por su relevancia y duración: el que realizó a la Yucatán en 1906, y el que hizo, en 1909, a la frontera con los Estados Unidos para entrevistarse con el presidente norteamericano. El pretexto del traslado presidencial en la primera fecha, se dice, fue la inauguración de las obras realizadas por la administración gubernamental de Olegario Molina, las cuales sirvieron de telón para ocultar el móvil de política y plan de división geográfica ejecutados, así como de sometimiento de los yucatecos y de los mayas rebeldes.
La obra de Victoria Ojeda se centra en la figura de Díaz, el protagónico, pero no es una apologética historiográfica, como el mismo autor alega al comienzo cuando refiere que no pretende “ni limpiar la imagen de don Porfirio”, sino que más bien se enfoca en un punto especial, la política de difusión de su imagen y, por consecuente, de los mecanismo utilizados para introducir y expandir su poder a través del medio simbólico-cultural.
La visita de Díaz, llamada fiesta presidencial, realizada del 5 al 9 de febrero de 1906, fue un acontecimiento rodeado de símbolos nacionales, todo un acontecimiento en la vida social, no sólo regional sino incluso internacional por la llegada de gente de Estados Unidos y Cuba para cubrir la nota periodística. Si bien, posteriormente la fastuosa visita solo se recordó como una anécdota entre los veteranos yucatecos, la obra de Victoria Ojeda nos muestra la magnitud que ésta tuvo y el pacto consecuente entre el ilustre huésped y la elite yucateca.
Ante tales acontecimientos de magnificencia, el trabajo nos propone en su análisis una vía sui generis del recurso publicitario utilizado en la fiesta porfiriana en el rico y próspero Mayab. En primer capítulo, Victoria se foca con especial empeño en la lectura simbólica que representaron los arcos triunfales, tanto en la antigüedad como en el mundo colonial novohispano, recurso de arquitectura efímera que también fue utilizado en la visita de Díaz a la tierra yucateca. El recorrido por aquellas obras va, desde la gloria de los romanos que levantaron arcos simbolizando victorias bélicas, pasando por el renacimiento italiano que las rescato en 1535 con la victoria de Túnez por Carlos V, hasta su introducción en la Nueva España para “retratar” a los virreyes que llegaban a esas tierras, de donde transcendió, hasta el triunfo de la Independencia nacional, como parte de un recurso de la imagen, del poder y la victoria. Esos arcos de triunfo se decoraban con figuras del panteón griego y romano, copiando a la vez, elementos arquitectónicos de aquellas épocas. En el devenir de esos arcos, es notorio que a fines del siglo xix, con motivos de unas fiestas presidenciales se erigiesen arcos de estilo neo-prehispánicos por los estados de Oaxaca y Yucatán (mixteco-zapoteco y maya, respectivamente), rompiendo el estilo que presentaron los arcos de los restantes estados del país.
Para recibir al presidente Díaz en Mérida, la capital económica y social de la península, después de un largo viaje, acompañado de numerosa comitiva, se levantaron doce arcos costeados por las diferentes colonias de extranjeros establecidas, y por el Gobierno del estado. El arco de este último destacaba por su diseño ya que, como apunta Victoria, constituyó la primera obra de estilo arquitectónico neo-maya en la región, cuya tendencia artística años más tarde estaría en boga e incluso se convertiría en oficial en el caso de Yucatán con el régimen socialista del Felipe Carillo Puerto.
El segundo capítulo aborda la creación del Territorio Federal de Quintana Roo, enfocándose a los comienzos y estrategias para calmar los ánimos sobresaltados de los yucatecos que vieron aquel hecho como una afrenta de disminución de poder y de espacio territorial, sin embargo la alta burguesía se benefició en la propuesta. Por su parte, los mayas sublevados que desde la Guerra de Castas (1847-1901) habían fincado sus resistencia en ese nuevo Territorio, quedaron a merced de un nuevo gobierno y bajo las armas vigilantes, con el fin de no ser una amenaza para la llamada “civilización”, eje principal de la visita, pues había que celebrar la victoria contra los mayas efectuada en mayo de 1901, la toma de la plaza de Chan Santa Cruz, último bastión de resistencia. Victoria nos descubre la astucia política de don Porfirio, de extasiado controlador, con el valor agregado de su vanidad y orgullo que se anteponían y conjugaban en la práctica.
El capítulo tercero aborda la visita presidencial, los detalles que nos presenta la obra son excepcionales, desde las inauguraciones de los hospitales y asilos, pasando por los arcos, paseos y banquetes en la ciudad y en el campo henequenero. En toda la crónica de los hechos destaca el rescate de las imágenes extraídas desde diferentes fuentes, el Álbum Conmemorativo, los periódicos, fotos de la prensa extranjera, etc. El autor nos va ilustrando tanto con la pluma que describe de manera ágil y clara, como por la imagen misma, que todo aquella obra ejecutada era la consecuencia de un plan, bien diseñado que se pensó con detalle y se obro a la perfección, no cabía duda. Desde los desfiles temáticos de mayas y héroes nacionales hasta llegar a la gran figura icónica de Díaz, el moderno Ser Supremo, dispensador de gracias, pinta de benefactor, y como “héroe de la paz”. En esta parte resulta notoria la relación que hace del Paseo Histórico realizado en Mérida como un ensayo del que se ejecutara cuatro años más tarde en la capital del país con motivo del centenario de la Independencia nacional.
El auge henequero que había convertido la tierra yucateca en la región más rica y prospera de la nación mexicana se le mostraba a Díaz en todo su esplendor. Las acusaciones en torno al maltrato de los peones mayas encasillados en las haciendas, había sido escándalo internacional por su semejanza a la esclavitud, pero la visita de Díaz daba la oportunidad a los hacendados de limpiar esa mala imagen por lo tanto se mostraba a una sociedad pulcra, limpia y alineada a los patrones higiénicos: Más aun, Díaz visitó una hacienda y “comprobó” la situación de los trabajadores, calificando de adecuado el trato que los indígenas recibían por parte del patrón.
Es en el cuarto capítulo, sin duda el más interesante, donde se desarrolla un análisis en torno al arte y al poder representado en el arco que mandó instalar el gobierno estatal, como máximo representante y anfitrión. Se hace un análisis del arco neo-maya patrocinado por el estado desde la perspectiva de la historia del arte, proponiendo que el arqueólogo e ingeniero Leopoldo Batres fuese su autor ya que él lo había sido de la obra neo-maya levantada en la ciudad de México a fines del siglo anterior. Se apoya la idea por el hecho de que Batres vino a Mérida un mes antes con Justo Sierra para la ceremonia de la inauguración de la estatua del padre del Ministro de Educación, sita en el Paseo de Montejo, y permaneció hasta la llegada del presidente Díaz. Tiempo suficiente para presentar a las autoridades locales un proyecto ya elaborado con un discurso artístico-político específico como punto central de la publicidad para el magno evento próximo a suscitarse. En el arco, la deidad de la lluvia entre los mayas antiguos y contemporáneos, Chaac, dejaba ver, tras la modificación de sus colmillos, unos bigotes muy porfirianos, los ojos también fueron transformados para que tuviese similitud con los de Díaz. En palabras del autor vemos que “ese arco tuvo una lectura (una condición de diálogo) y unos fines específicos perseguidos por el propio presidente. Para lograrlo […] se apoyó en una eficaz propaganda basada en un espectacular despliegue de imágenes simbólicas en el estratégico espacio urbano donde fue levantado: la Plaza Principal de Mérida, la sede de los poderes y sitio neurálgico de la ciudad” (p. 138).
La obra de Victoria Ojeda hace presente importantes puntos no analizados de ese suceso y, en otros casos, poco conocidos, que ofrecen una visión del pretexto y del texto de la visita presidencia, elevada a la categoría de fiestas presidencial, en una interesante narración de 183 páginas. El complemento de la obra lo constituyen las múltiples citas bibliográficas, las referencias a fuentes y archivos, que van sosteniendo toda la solidez de la investigación. Es una crítica particular de toda las fiestas presidenciales, y como se propone al final de su obra, la vanidad de Díaz de fijar el poder sobre aquella región lejana de su centro de poder, fue el móvil de aquel largo viaje desde la metrópoli pasando por tierra y mar, hasta subir a una calesa que lo condujo a la Plaza Principal de la ciudad de Mérida, en donde, quizá, tuvo la satisfacción al verse reflejado en la magnífica construcción efímera de triunfo, y que su rostro sea, a la vez, confundido con la imagen de una deidad del pueblo maya. Difícilmente encontraríamos una propaganda más eficaz y simbólica!
El texto, aparte de que constituye un magnífico ensayo histórico, nos lleva de la mano casi de manera obligada desde la nota de inicio que hace el autor del porqué escribió esa obra. A partir de ahí el lector no podrá dejar de seguir el hilo conductor que entreteje una historia con muy buena escritura, alejada de retorceduras del lenguaje que ahuyenta a los amantes de Clío y al público en general Al final de su trabajo, Victoria Ojeda vuelve con la respuesta a su pregunta inicial, cerrando de manera clara la narración y, recordando esa fresca mañana el 5 de febrero de 1906, concluye: “Después de todo lo narrado, es comprensible que la sonrisa esbozada por Díaz en el momento de su victoriosa entrada al magno escenario de la Plaza Principal, cruzando bajo el majestuoso arco, estuviese justificada: su poder y su vanidad estaban enaltecidos (p. 182).