Cada cierto tiempo, en el ámbito de los estudios históricos y regionales guatemaltecos, aparecen síntesis históricas de gran valor, enfocadas en los procesos temporales, culturales, políticos y económicos de una localidad y sus vecindades inmediatas. Ése es el caso del último libro de Jorge González Alzate, enfocado en los tres siglos coloniales de la ciudad de Quetzaltenango, conocida coloquialmente como Xelajú o Xela. La historia prehispánica y colonial de Quetzaltenango se conoce muy poco, a excepción de los trabajos sobre habitación prehispánica y colonial de la vecina región de Totonicapán y Momostenango (Carmack, 2001; Ciudad Ruíz 1984). Sin embargo, la mayor fuente de información sobre la zona es la evidencia etnohistórica que proviene, en su mayoría, de fuentes k’iche’, españolas y, en menor medida, mam. Para la época colonial existen varios trabajos, pero los de Zamora Acosta (1985), Taracena Arriola (1999) y Grandin (2000) se cuentan entre los más importantes. En ellos se menciona la dificultad del estudio histórico de la región en periodos largos dada la carencia de fuentes, en particular para finales del siglo xvi y para el xvii. Es en ese lapso donde el libro de González Alzate se inserta con un abordaje bastante original, evidente cuando se observa cómo está organizado el contenido. El autor divide los once capítulos principales en una síntesis que combina temáticas particulares y periodos históricos bien delimitados. Ésta es una forma de explicar procesos largos, elementos culturales y hechos particulares de manera concatenada, en medio de la carencia de fuentes ya mencionada.
Después de una explicación del marco geográfico y ecológico, el autor hace una breve referencia a la época prehispánica (principalmente k’iche’) en la región, que muestra la importancia del área dentro del Winaq (Estado) pero a la vez, la carencia de fuentes que permitan profundizar en el contexto (26-28). Los capítulos 2, 3 y 4 se enfocan en diferentes aspectos de todo el periodo colonial, como los institucionales y la formación del orden (cap. 2), el crecimiento de la población y el cambio cultural (cap. 3) y de nuevo el crecimiento de la población pero relacionado con la producción y la economía, en particular desde finales del siglo xvii a inicios del xix (cap. 4). Los capítulos 5, 6 y 7 se centran en un tema que ha cobrado un interés renovado en los últimos años: las rebeliones indígenas y multiétnicas, como fue el caso del motín de 1786 en Quetzaltenango. Este conjunto de capítulos presenta las diversas reformas llevadas a cabo por los Borbones y su impacto local (cap. 5); después dedica todo un capítulo al motín de 1786, sus causas y sus consecuencias inmediatas (cap. 6); y posteriormente muestra cómo, después del motín, las relaciones sociales se vieron modificadas y el alzamiento sirvió para restaurar el orden tradicional en una ciudad que se estaba transformando rápidamente (cap. 7). Los capítulos 8 y 9 se centran en la crisis del gobierno colonial español entre finales del siglo xviii y las primeras décadas del xix; concretamente, el capítulo 9 se enfoca en enlazar esta discusión —valiéndose del tema del primer experimento de Cádiz— con el contexto quetzalteco mediante los procesos de reforma constitucional española (cap. 10). También se analiza la independencia y el breve periodo de anexión a México, situación con la que los criollos y ladinos locales comenzaron a cristalizar la idea de una entidad política separada de la provincia (y después Estado) de Guatemala (cap. 11), tema ya trabajado de manera detallada por Arturo Taracena Arriola (1999).
Este libro resalta un aspecto que ha determinado el particular devenir de Quetzaltenango como ciudad y su entorno inmediato: la diversidad étnica. Fue a mediados y finales del siglo xvii cuando comenzó a tomar ese rostro multiétnico. Antes de ello, era un típico “pueblo de indios” k’iche’, de los más poblados del altiplano en un momento de crisis demográfica generalizada (61 y ss.). A pesar del crecimiento poblacional en el siglo xviii, González Alzate, basándose en datos obtenidos por George Lovell años atrás, menciona que el número de habitantes, antes de la llegada de los europeos, solo se equiparó hasta la década de 1960, es decir, más de cuatro siglos después (63). Otro dato a resaltar es que la región k’iche’ occidental (los departamentos de Totonicapán, el centro de Quetzaltenango, la porción occidental de Sololá y el norte de Suchitepéquez) se consideró como un conjunto de poblaciones fuertemente integradas entre sí, que poseían elementos económicos, políticos y culturales comunes. Dicha integración es posible verla, incluso hoy, en la particular interacción que los vecinos k’iche’ han tenido con el Estado y con otros grupos (por ejemplo, la oligarquía de la Ciudad de Guatemala y los extranjeros). Esta convivencia destaca más si se compara —en diferentes momentos de la historia— a los k’iche’ con otros grupos mayas, particularmente entre 1871 y 1944 (Carmack, 1995; Grandin, 1998 y 2000) y también durante la guerra del último tercio del siglo xx, donde su papel fue “neutral”, lo que no implicó que a nivel individual se decantaran por algún bando (Carmack, 1995; Grandin, 1998; Fox Tree y Gómez Ixmata 2007; Ekern, 2010). El trabajo de González Alzate muestra cómo, ya desde el siglo xvii, se perfilaba una élite k’iche’ muy poderosa en Quetzaltenango aunque, a juzgar por la evidencia de otros pueblos vecinos (Carmack, 1995; Pollack, 2008), ésta era una tendencia regional. En este sentido, la obra complementa las investigaciones previas sobre la región, en especial acerca del grado de riqueza de los k’iche’ y los españoles y criollos de Quetzaltenango hasta mediados del siglo xviii (50-60 y 79 y ss.).
La llegada de inmigrantes y la progresiva militarización de criollos y castas en el Quetzaltenango del siglo xviii —junto con otras reformas, como las alcabalas y los estancos— rompió el “pacto colonial” que se había respetado hasta ese momento. Partiendo de esta coyuntura, el autor se centra en el motín de 1786, un suceso interétnico e interclasista que tenía como objetivo expulsar a los agitadores y desestabilizadores del orden comunitario y volver al antiguo pacto. Como indica González Alzate, en los años siguientes, varios factores —desastres naturales y recesión económica— provocaron un breve retorno a la antigua condición social (149). Sobre este tema, Greg Grandin (2000, 79 y ss.) se centra en el quiebre de la estructura interna de la comunidad k’iche’: cuestionamientos entre macehuales y principales y también dentro de cada uno de estos grupos. Se echa de menos que González Alzate no haya realizado un estudio amplio del motín de la plaza de Quetzaltenango en 1815, un momento en el que los españoles y ladinos habían logrado la constitución de su propio Ayuntamiento (1806) y peleaban contra los k’iche’ para imponerse políticamente. Por otra parte, Grandin y González Alzate reconocen —este último trabaja el tema en su tesis doctoral (1994)— que entre 1786 y 1823 se gestó la idea de un racismo “científico” que veía a los indígenas como un problema para las élites mestizas y criollas. A la vez, estas élites construían una idea de identidad diferenciada, donde el racismo, el regionalismo y el liberalismo eran fundamentales en los discursos y prácticas separatistas (Taracena Arriola, 1999). El primer intento de conformar esa idea ocurrió entre 1830 y 1838 y después a partir de 1871. Dicha ideología, con sus matices, sigue siendo la dominante hasta hoy en las élites guatemaltecas y en buena parte de la población mestiza (267).
La investigación descrita en este libro debió prolongarse hasta, por lo menos, 1838, cuando se llega al pináculo del proyecto político altense de los ladinos y criollos: la creación del Estado de Los Altos. A pesar de integrar a Quetzaltenango dentro de la región k’iche’ occidental, la obra carece de referencias a las comunidades cercanas estudiadas de manera similar por otros especialistas (Carmack, 1995; Grandin, 1998; Pollack, 2008; García Vettorazzi 2010). La mención ayudaría a aclarar un poco más el papel de Quetzaltenango, así como las respuestas regionales, a los intentos de construcción de un Estado separado al de Guatemala. Un punto de vista comparativo a nivel regional podría haber ayudado a reconstruir mejor la historia de la comunidad k’iche’ en los siglos xvi y xvii. Como el autor promete un nuevo libro sobre el periodo siguiente (de 1825 en adelante), se espera que varios de esos vacíos sean cubiertos pues, a diferencia de los siglos anteriores, en el siglo xix sí abundan fuentes de todo tipo. Es importante el énfasis de González Alzate en las formas culturales, de autogobierno y de organización social de los k’iche’. Estos factores y sus particularidades culturales e históricas han sido documentados en las regiones adyacentes (MacKenzie, 2016) y se han denominado cosmopolítica, es decir, las formas culturales específicas de una sociedad para entender la política, la historia, la sociedad y las relaciones entre los individuos y el resto del cosmos. Es urgente trabajar a detalle este tema, en particular desde perspectivas que valoren la diferencia cultural y su fuerza (como el perspectivismo amerindio de Eduardo Viveiros de Castro (2010 y 2012), por ejemplo). En este sentido, el libro de González Alzate es valioso porque aporta datos e interpretaciones sugerentes y osadas, a la vez que plantea bastantes preguntas para trabajos futuros que ayudarían no solo a comprender el pasado de las comunidades mayas del altiplano guatemalteco, sino el presente y futuro como comunidades culturalmente diferenciadas.