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Vol. 10. Núm. 2.
Páginas 71-96 (julio - diciembre 2015)
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VISIONES INGLESAS SOBRE LA REGIÓN MAYA EN EL SIGLO XVI
ENGLISH VISIONS ON THE MAYA REGION IN THE SIXTEENTH CENTURY
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María Fernanda Valencia Suárez1
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RESUMEN

A través de la presentación y análisis de los documentos que fueron publicados en Inglaterra en el siglo xvi, este artículo aborda la génesis del proceso de construcción de visiones inglesas sobre la región que hoy se identifica como maya. En un contexto marcado por crecientes tensiones con España, la región maya —convenientemente cercana a los bastiones ingleses establecidos en el Caribe— fue vista por algunos en Inglaterra como una zona estratégica para mermar el poder español y promover las nacientes ambiciones imperiales inglesas.

Palabras clave:
Inglaterra
visiones
región maya
información
ABSTRACT

Through the presentation and analysis of the documents published and circulated in England during the sixteenth century, this article studies the origins of the process of construction of English visions about the region known today as Maya. In a context framed by increasing tensions with Spain, the Maya region —conveniently close to English havens in the Caribbean— was perceived by some Englishmen as a strategic zone to erode Spanish power and to promote English rising imperial aspirations.

Keywords:
England
visions
Maya region
information
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Con los viajes oceánicos de descubrimiento que protagonizaron navegantes de España y Portugal —y luego de Inglaterra, Holanda y Francia—, aparecieron en Europa imágenes de las tierras de América y de sus habitantes. Las primeras representaciones surgieron ligadas a la gloria de España por haber descubierto la existencia de un Nuevo Mundo y por haber conquistado imponentes ciudades y obtenido grandes tesoros. Así que, en la génesis de las visiones europeas, y particularmente en las inglesas, sobre la región maya quedó grabada, indeleble, la marca del vínculo con España, así como la idea de ser posible proveedora de riquezas para quienes pudieran cosecharlas. Lo que no duró mucho fue la interpretación de que las acciones de España le hacían merecer honor y gloria. Pronto surgieron tensiones en la relación entre Inglaterra y España, y estas se reflejaron en las visiones que los ingleses construyeron sobre la región que hoy conocemos como maya,1 y sus habitantes.

PRIMERAS VISIONES

A principios del siglo xvi, en Londres y en Bristol ya circulaban reportes, escritos y orales, sobre las tierras recién descubiertas (Pieper 2000, 123-125). Sin embargo, los reyes Enrique VII y Enrique VIII, al igual que la mayoría de sus súbditos, prestaron poca atención a esta información, acaso porque en los dos viajes que realizó a nombre de Inglaterra el marino italiano “John Cabot” no consiguió tesoros ni relatos sobre tierras prometedoras.2 En 1519, cuando empezaron a llegar noticias de los descubrimientos y conquistas españolas que daban cuenta de la existencia de pueblos avanzados y ricos que vivían en ciudades sofisticadas, algunos ingleses mostraron reacciones de consternación, y lamentaron que Inglaterra no hubiese sido la que descubriera y se apoderara, primero, de todas las riquezas.3 Sin embargo, a pesar de las quejas, en general, la primera respuesta inglesa a la conquista española del Nuevo Mundo, fue lenta y desconcertada.

No fue sino hasta mediados del siglo xvi que algunos comerciantes, intelectuales y políticos ingleses, con vocación emprendedora y patriótica, se dieron a la tarea de promover activamente la entrada y el remonte de Inglaterra en la competencia por los territorios, riquezas y mercados americanos. Entre las estrategias que emplearon estuvo la de conseguir y difundir información conveniente entre sus compatriotas.

En 1553, aproximadamente treinta y cinco años después de que en el continente europeo circulara el primer informe sobre el viaje de Juan de Grijalva a la península de Yucatán,4 Richard Eden —quien formaba parte de un grupo de mercaderes y marinos bien posicionados en la corte real— presentó a los lectores ingleses la primera información sobre la región maya. Estaba contenida en su libro A treatyse of the newe India with other new founde landes and islandes as well eastwarde as westward, que era una versión abreviada y traducida al inglés de la Cosmographia Universalis de Sebastian Münster, publicada en Basel en 1550.

La obra de Münster aportaba información sobre todo el mundo conocido y aunque la información que brindaba sobre América era más bien parca, señalaba que en el Nuevo Mundo existían varias islas que habían dado mucho “poder y dominio al rey de España” (Münster 1553, 100). La región de Yucatán y sus zonas adyacentes se presentaban como posesiones españolas valiosas, estratégicas y con ciudades que parecían ser importantes.

La versión original del libro de Münster estaba escrita en alemán y existía una traducción al latín. Ambas versiones contenían muchos mapas, entre ellos uno de América en el que aparecía marcada “Iucatana” como una isla entre la tierra continental y la isla de Cuba. Sin embargo, la versión inglesa de Eden no incluía ninguna ilustración, probablemente por el costo adicional que esto implicaba. Con todo, a través de esta publicación, Eden daba respuesta a una incipiente demanda de información sobre geografía y navegación que había surgido en Inglaterra como resultado de la reciente expansión del comercio marítimo inglés a partir del establecimiento de la llamada Company of Merchant Adventurers (Andrews 1984, 66-67), y al mismo tiempo contribuía a incrementar el interés por los pueblos y las riquezas descubiertas en América.

En 1553, la prematura muerte del enfermizo rey Eduardo VI puso en el trono a María Tudor, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón, quien pronto anunció que contraería nupcias con el español Felipe II, rey de Nápoles y duque de Milán. La alianza matrimonial fue recibida con preocupación y desconfianza en Inglaterra ya que el catolicismo de la nueva reina y sus políticas amenazaban con acercar a la corona inglesa de nuevo a Roma. No obstante, Richard Eden, más pragmático que religioso, pretendió ganarse la simpatía de María a fin de contar con el apoyo real en sus empresas. En 1555, Eden produjo otro libro sobre el Nuevo Mundo. Esta vez fue una compilación de narraciones diversas, que incluía como pieza principal la traducción del latín al inglés de las primeras cuatro Décadas del Nuevo Mundo del humanista italiano Pedro Mártir de Anglería. Eden realizó una traducción notablemente fiel de la versión de Orbe Novo Decades publicada en Basilea en 1533, que estaba basada en las primeras tres décadas contenidas en la edición de Alcalá de 1516 y además incluía un extracto de la cuarta década publicada en Basilea en 1521.5 A su traducción de las Decadas, Eden sumó algunos otros documentos que él mismo tradujo al inglés: la bula papal de 1493 en la que Alejandro VI otorgaba el derecho de posesión del Nuevo Mundo a España (ésta aparecía tanto en latín como en inglés) (Eden 1555, 167-173);6 algunas secciones del Sumario de historia natural de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo, publicado en Toledo en 1526 (174-213); un fragmento, traducido del italiano, del relato en el que Antonio Pigafetta narraba su viaje con Magallanes alrededor del mundo (214-232);7 un pequeño extracto titulado “otras cosas notables sobre las Indias” de López de Gómara traducido del español (309); y otras secciones extraídas de diversos autores con información sobre temas como “piedras preciosas y metales”, “especias de Calcuta”, “el Polo Antártico”, y descripciones de “Moscovia”, “Cathay”, y “Guinea en África”.

Richard Eden dedicó su obra a los “poderosos y serenísimos Felipe y María”8 y en su prefacio al lector, se lamentaba que “mientras España se había enriquecido en los últimos años, Inglaterra había declinado y empobrecido” (13).9 Eden expresaba abiertamente su anhelo de que Inglaterra pudiera mejorar su situación al obtener una tajada de las riquezas españolas en el Nuevo Mundo y abrigaba la esperanza de que España le diera a su país la oportunidad de probar suerte comerciando con sus colonias e incluso colonizando partes no habitadas (9, 16-17).

La información sobre Yucatán que contenía el libro de Eden la aportaba en su totalidad el texto de Mártir de Anglería, que en su última sección contenía las narraciones de los viajes de Hernández de Córdoba y de Grijalva. Eden acompañó su traducción con notas al margen que contenían algunos comentarios propios o que hacían énfasis en lo que a él le resultaba relevante. Anglería señalaba que Hernández de Córdoba y sus hombres llegaron a “Iucatana”, que los nativos llamaban a ese lugar “Eccampi” —nombre que Anglería probablemente derivó del nombre maya de Cabo Catoche, “Ecab”— y que los españoles lo nombraron “Eyrus o Alcair” por sus torres, magníficos templos y calles pavimentadas (Eden 1555, 149). Eden remarcaba en sus notas que “Alcair” era “una ciudad grande muy bien construida” (149). Al texto Anglería que describía a los habitantes de la ciudad como amigables, buenos constructores y comerciantes (149), Eden sumaba el comentario de que eran “gente humana, gente” (149) y subrayaba entre las características señaladas por Anglería que eran “artesanos y artífices virtuosos”, “gente vestida” e “idolatras circuncidados” (150).

Anglería narraba que los visitantes españoles siguieron la costa hacia el oeste pasando por las provincias de “Comi” y “Mai m [sic]”10 (150). Comentaba que los habitantes de estos lugares se asombraron al ver pasar los grandes barcos y que los españoles observaron atónitos “los edificios y templos cercanos al mar” (150). Refería Anglería también que Hernández de Córdoba y sus hombres navegaron hasta llegar a “Campechium, una ciudad de tres mil casas”, donde fueron bien recibidos por el rey Lazarus y pudieron observar un templo “con una imagen de un hombre hecho de mármol y atacado por dos bestias y una serpiente muy grande devorando a un león” (150). Respecto a esto Eden señalaba al margen que en este lugar había “ídolos e idolatría” y “casas de cal y piedra” (151). Además, el texto de Anglería relataba que en la provincia de “Aquanil” gobernada por “Cupoton”,11 los indígenas “barbaros” sorprendieron a los viajeros, los atacaron y dejaron malherido a su capitán Fernández de Córdoba, quien sólo sobrevivió lo suficiente para regresar a Cuba a contar sus experiencias y mostrar algunos tesoros (151). El comentario de Eden indicaba que “los españoles fueron obligados a huir y muchos fueron asesinados” (151).

Anglería informaba que las noticias traídas por Hernández de Córdoba habían alentado al gobernador de Cuba a lanzar una segunda expedición, capitaneada por Juan de Grijalva, la cual Eden marcaba en sus notas como “otra expedición” (151). Grijalva llegó a “Cozumella” (Cozumel), isla a la que Anglería describía como rica, habitada por gente cuyas “maneras y costumbres”, casas, templos, calles y vestimenta eran similares a las de “Iucatana” (151). Eden hacía hincapié en que Cozumel era una “isla fructífera” con “torres y templos”, donde se practicaba la “idolatría” y cuyos habitantes eran “personas gentiles” (151-152). Así mismo, Eden hacía el señalamiento de que “Iucatana estaba a cinco millas de Cozumella” (152).

El texto de Anglería marcaba que en “Campeebium” (Campeche) los indígenas recibieron amablemente a los visitantes pero al ver que no partían pronto se volvieron hostiles. Al respecto Eden anotaba “los bárbaros se resistieron” (152). Grijalva prosiguió su camino, nombrando un gran río con su nombre y bordeando las tierras adyacentes a Yucatán para descubrir si era una isla o no, “pues sospechaba que era más bien parte anexa al continente”. Eden reiteraba al margen “extensión de Iucatana”, “tierra firme” (152), notas que confirmaban al lector que Yucatán era una península y no una isla.

Más tarde, señalaba Anglería, Grijalva y sus hombres pararon en “la región de Palmaria”, gobernada por el rey “Potochanus”.12 Aquí los pobladores dieron la bienvenida “amistosamente” a los extraños sangrando su propia lengua, mano, brazo o cualquier parte del cuerpo. Eden indicaba que esto era una “muestra de amistad” y enfatizaba, con sus notas, los comentarios de Anglería respecto a que en este lugar existía la “castidad”, “el adulterio se castigaba”, “el matrimonio se honraba” y se practicaba el “ayuno” (153-154).

Anglería contaba que la expedición continuó avanzando siguiendo la costa y que, en un poblado más adelante Grijalva conoció a un rey llamado “Ovando” quien le ofreció mucho oro y joyas, y le informó que el oro bajaba en abundancia traído por los ríos desde lo alto de las montañas. Eden subrayaba que aquí se habían obtenido “ídolos, joyas y ornamentos de oro”, “una piedra de mucho valor”, que había “oro en las montañas y en los ríos” y que los nativos tenían “su manera de recolectar el oro” (154-155). El viaje de Grijalva terminó, según narraba Anglería, con el recibimiento hostil de algunos indígenas que se opusieron a que los españoles desembarcaran para abastecerse de agua dulce a su regreso hacía Cuba. Por esta razón, argumentaba el texto, los españoles se habían visto obligados a disparar un cañón que hizo que los nativos huyeran despavoridamente (155).

Finalmente, la última información sobre la región maya que Eden ofrecía era la referente al viaje de Hernán Cortés. Anglería narraba que el capitán español llegó a Cozumel. En sus notas al margen, Eden rescataba que “Iucatana podía compararse con el paraíso terrenal” y que en la “isla de Cozumella” los españoles habían encontrado “tapetes y telas” e “innumerables libros”, que los habitantes eran “idolatras circuncidados” y que “sacrificaban niños” (156-157). Anglería señalaba también que se sacrificaban niños de ambos sexos en honor a los “Zemes, que eran las imágenes de los espíritus familiares y domésticos a los que honraban como dioses”, pero aclaraba que los habitantes de Cozumel habían sido convencidos por Cortés para que dejaran sus “abominables supersticiones” y que ellos mismos habían destruido sus ídolos, lavando y tallando los pisos y las paredes de sus templos, que antes estaban llenos de sangre (157). Eden escribió al margen que los indígenas fueron “persuadidos fácilmente a la nueva religión” y convencidos de honrar “la imagen de una virgen bendita” (157).

En el siguiente pasaje narraba Anglería que Cortés había rescatado a Gerónimo de Aguilar —náufrago que estaba cautivo y le sirvió de intérprete—. Los comentarios de Eden al respecto eran que “Aquillaris” había estado “siete años cautivo en la isla de Iucatana”, que su compañero “Valdivia” había sido “sacrificado a los ídolos” y que Aguilar había logrado escapar y había sobrevivido en la corte del “Rey Taxmarus” (157).

Después de visitar Cozumel, los españoles continuaron hasta “Postanchana” (Potonchan)13 una “ciudad grande y notable” con muchas casas divididas por jardines y con casas de piedra caliza labradas con un trabajo artesanal muy bello (159). Anglería señalaba que aquí los españoles ganaron fácilmente con sus armas y caballos y que como resultado los indígenas se convirtieron a la religión cristiana, jurando fidelidad a la corona española, entregando mucho oro y veinte esclavas a Cortés antes de su partida (159-160).14 Eden comentaba que los indígenas habían creído que “los hombres y los caballos eran una sola bestia”, probablemente “centauros”, pero que finalmente los habitantes “habían recibido nuestra religión” (159). Claramente, Eden no hacía ninguna distinción entre la religión española y la inglesa, asumiendo- al menos en papel- una pertenencia e identidad con el cristianismo español.

Mencionaba Anglería en su libro que en “Potanchana” habían “maravillosos y muy finos edificios” construidos con muchos espacios placenteros tales como “galerías, solares, terrazas, portales, salones” y contaba que uno de los edificios era tan grande que los españoles lo habían recorrido por cuatro horas sin poder encontrar la salida (159). Además, Anglería hacía la observación de que Cortés había encontrado durante su viaje “las fundaciones de algunas viejas torres en ruinas” y que su atención había sido capturada por una torre con dieciocho escaleras que ascendían “a la manera de los templos solemnes” (159). Eden comentaba al respecto que “Potanhana” era “una ciudad de mil quinientas casas” donde había “palacios de grandeza maravillosa y bien construidos” (159).

Así, con toda esta información Eden proyectó en las mentes inglesas del siglo xvi la visión de que aunque los indígenas fueran llamados, en ocasiones, “bárbaros”, “idolatras” e incluso acusados de sacrificar niños en Cozumel (157),15 y de comerse a sus prisioneros (164),16 los habitantes de Yucatán, Campeche y Cozumel eran relativamente avanzados. Tenían “miles de instrumentos o herramientas y otras cosas así de hechura fina”, en sus casas había “muchos utensilios, ornamentos, tapetes colgantes de diversos colores a los que llamaban amaccas”, tenían mucha ropa e “innumerables libros” (156). Así vista, la región maya (al menos parte de lo que hoy es Quintana Roo, Yucatán, Campeche y Tabasco) aparecía como rica y relativamente civilizada.

El texto de Anglería dejaba claro que no todos los grupos indígenas eran fáciles de someter y, al respecto, se describían las diferentes reacciones que los indígenas habían mostrado a la llegada de los españoles: algunos fueron amables, otros tuvieron miedo a los caballos y al sonido de las armas de fuego, huyeron y se escondieron, y otros fueron hostiles y retadores (150, 152, 155, 156). Sin embargo, en su prefacio, Eden hacía hincapié en que los indígenas tenían buena disposición para adoptar el cristianismo y la cultura europea. De hecho, puntualizaba que todos los indígenas de la Nueva España habían sido convertidos y salvados de la idolatría por los conquistadores que “como ministros de gracia y libertad los habían liberado del yugo de Satán” (ii). La intención de Eden de ganar la simpatía de la reina María y de convencer a sus compatriotas de emular las hazañas españolas en el Nuevo Mundo es evidente. No obstante, poco después de la publicación de su libro, todavía en 1555, Eden fue acusado de herejía y expulsado de la corte real (Hadfield 1995, 13-14). Aunque no se salvó de las intrigas que se vivían en Inglaterra, su obra logró sembrar una semilla de curiosidad sobre el Nuevo Mundo y fue por largo tiempo una referencia obligada entre los ingleses interesados en América.

CAMBIO DE ALIANZAS

En 1558 cambió el clima político y religioso en Inglaterra. Cuando María Tudor murió, su media hermana Isabel accedió al trono. Durante su reino, la relación con España se volvió conflictiva y gradualmente los españoles tomaron el lugar de los franceses como enemigos principales de Inglaterra (McFarlane 1992, 16). Las tensiones surgieron por varios frentes: el religioso, el económico y el político; en todos ellos el Nuevo Mundo jugó un papel muy importante.

España se aferraba a conservar el monopolio comercial en sus colonias americanas y justificaba su exclusiva posesión del continente —compartido sólo con Portugal— con base en la bula papal de 1493, el tratado de Tordesillas de 1494 y el argumento de que estaba convirtiendo a los indígenas al Cristianismo. En Inglaterra, las acciones y argumentos de España se interpretaban como ilegitimas e inválidas.

Para entonces, las visiones inglesas que mostraban el Caribe como territorio apetecible ya se habían extendido y, para finales de 1560, los piratas ingleses, junto con otros piratas franceses y holandeses, se dedicaban al contrabando de esclavos y otras mercancías, así como a saquear y robar barcos, cargamentos y puertos españoles principalmente en las islas caribeñas, pero también en las costas de Centroamérica, la península de Yucatán y el Golfo de México (McFarlane 1994, 16 y Lloyd 1996, 9). Si bien las primeras incursiones piratas a la península de Yucatán las realizaron los franceses, los ingleses continuamente asaltaban barcos de comercio local en la costa oriental de la península y en la bahía de Honduras (Breton 1992, 31 y Campbell 2011, 97). John Hawkins y Francis Drake llegaron a las costas de Campeche en 1567 donde apresaron un barco español, antes de intentar tomar el puerto de San Juan de Ulúa sin éxito y tener que huir de regreso a Inglaterra (Pinet 1998, 136).

España respondió a las incursiones piratas capturando y reteniendo barcos ingleses anclados en puertos españoles (Andrews 1984, 122). El papa Pío V contribuyó excomulgando a Isabel y absolviendo a los católicos ingleses de su fidelidad a la corona (Pratt 2012, 63). La reina de Inglaterra respondió ofreciendo apoyo financiero a los marinos ingleses, aunque no abiertamente todavía, con el objetivo de que interrumpieran el flujo de metales preciosos a las arcas españolas y debilitaran al Imperio Español (Konstam 2000, 5). Inglaterra había convertido la caída de España en su objetivo.

En este contexto de rivalidades crecientes, la información sobre la América Española fue valorada como un insumo de primera importancia para orientar la opinión pública y construir verdades convenientes a los fines políticos, militares y comerciales de Inglaterra (Rabasa 1993, 85). Mercaderes y navegantes, oficiales del gobierno, editores y escritores compartieron el interés por promover inversiones para exploración, aventuras comerciales y expansión territorial, y cultivaron una obsesión creciente por recopilar, producir y circular toda la información disponible (Parker 1995, 2, 37-9, 75). Entre ellos figuraban personajes prominentes de la época como Walter Raleigh, Francis Drake, Humphrey Gilbert, Martin Frobisher, Francis Walsingham, William Cecil, Richard Willes, Thomas Nicholas y Richard Hakluyt (Andrews 1984, 36 y Rowse 1955, 159). Todos ellos, desde diferentes trincheras, lanzaron una cruzada común para posicionar a Inglaterra en el mapa americano y hacerla participe del flujo de riquezas americanas hacia Europa.

En 1577, Francis Drake emprendió su viaje alrededor del mundo y el navegante Humphrey Gilbert dirigió un discurso a la reina que tituló How Her Majesty may annoy the King of Spain. Gilbert proponía que se realizara una expedición naval para conquistar Santo Domingo y Cuba, y aseguraba que estas islas podrían usarse como base para lanzar una invasión a la Nueva España (Wright 1970, 319-320). Este argumento se convirtió en una cuestión de peso que colocó a la región como zona estratégica para los ingleses.

Ese mismo año apareció la segunda edición del libro que Richard Eden había publicado anteriormente. Era una compilación que incluía además del material presentado en 1555, una síntesis de las décadas de Pedro Mártir de Anglería, de la quinta a la novena, que no habían sido traducidas al inglés previamente. La preparación de este nuevo material fue realizada por el poeta y geógrafo Richard Willes, quien retomó el trabajo que Richard Eden dejó inconcluso al morir en 1576. La nueva versión ampliaba de manera considerable la información sobre la Nueva España, la conquista de México, la ciudad de Tenochtitlan y sus habitantes, sin embargo no aportaba información nueva sobre la región maya. El prefacio, escrito por Willes, buscaba presentar la traducción pro-española que Eden había realizado en 1555 de una manera más acorde con los aires que se respiraban en Inglaterra cargados de tensiones con España, y de aspiraciones y entusiasmo por el Nuevo Mundo. Así pues, Willes elogiaba la importancia de los viajes ultramarinos y del conocimiento geográfico, especialmente para lograr negocios exitosos, victorias, conquistas y muchas riquezas (1577, v). Ignorando cualquier restricción española impuesta a los viajeros ingleses, comentaba que la persistencia de “nuestros viajeros” en sus difíciles exploraciones al noroeste del continente americano podrían conseguir “mucha plata, sedas y perlas” (vii).

En 1578 salió a la luz en Londres nueva información en inglés: la traducción de La conquista de México de Francisco López de Gómara, que había sido publicada en Zaragoza en 155217 y prohibida por la corona española al siguiente año y nuevamente en 1566, con el fin de poner un alto a los reclamos y exigencias de los conquistadores y sus descendientes (Baudot 1995, 517).18 El traductor Thomas Nicholas, dedicado normalmente al comercio, había regresado recientemente a Inglaterra luego de pasar varios años condenado por herejía en Islas Canarias y en Sevilla. Su manejo del idioma español le sirvió para poner a disposición del público inglés algunas publicaciones de autores españoles.19 El texto de Gómara fue traducido fielmente por Nicholas, aunque con la omisión de algunos párrafos, y apareció con el título The pleasant history of the conquest of the weast Indies, now called New Spain. Nicholas ofrecía al lector nueva información sobre la Nueva España y prometía, en la epístola dedicada a Sir Francis Walsingham, que esta serviría como “un excelente precedente para quien quiera hacer nuevos descubrimientos” (López de Gómara 1578, i). Thomas Nicholas, como muchos de su compatriotas ingleses admiraba a Cortés —aunque no a los conquistadores españoles en general— y sus comentarios, tanto en su prefacio como en algunas de sus notas al margen, hacían eco a los argumentos de López de Gómara que lo presentaban como un héroe. Nicholas se refería a Cortés y a sus hazañas como “dignas de admiración” y como el ejemplo que sus compatriotas debían seguir (iiii, 28).

Thomas Nicholas, también en su prefacio al lector, describía a todos los habitantes de la Nueva España, sin distinciones, como “indios ignorantes” y “simples” que de manera rápida y fácil habían dejado su idolatría y sus sangrientos sacrificios humanos para convertirse al cristianismo (iv-v). Asimismo, ofrecía una imagen atractiva de la región maya y hacía notar que “John de Grijalva” y “Francisco Hernández de Córdova” habían descubierto la tierra firme e intercambiado mercancía, consiguiendo muchos tesoros a cambio de cosas de poco valor (vii). Anunciaba que el lector podría encontrar un inventario de esos tesoros en el interior del libro. Sin duda, lo que más llamó la atención de Nicholas era la supuesta riqueza de la región maya, y de la Nueva España en general. Repetidamente se mencionaban las riquezas y recursos encontrados.

El texto de López de Gómara relataba que Grijalva había descubierto que Yucatán no era una isla sino tierra firme (11). A “Xucatan” se le describía como un lugar “rico en oro y plata” y se comentaba que por no querer dejar dichas riquezas, algunos de los marinos acompañantes de Grijalva habían “llorado” cuando el capitán había decidido regresar a Cuba sin conquistar Yucatán (10-11). Como Nicholas había prometido, se presentaba un inventario completo de los artefactos que Grijalva había obtenido en sus intercambios con los indios, la mayoría objetos realizados en oro que, según la narración, habían “enamorado” de Yucatán a todos: ídolos de diversos tamaños, aretes, brazaletes, cuentas, cálices, copas, armaduras, ornamentos de plumas, etc (12-14).

En la sección en la que López de Gómara relataba el rescate de Gerónimo de Aguilar se mencionaba que Aguilar y sus compañeros habían naufragado en las costas de una provincia llamada “Maija”.20 Además se mencionaba que otro náufrago, Gonzalo Guerrero, había sobrevivido. Se contaba que él se había casado con una rica mujer indígena, había tenido hijos, se había convertido en capitán de los indios y había rechazado la invitación de Cortés para unirse a los españoles (34).

López de Gómara describía la visita de Cortés a “Acusamil” (Cozumel), una isla con casas hechas de piedra y ladrillo, cubiertas con paja y palma, y que era un santuario visitado por peregrinos de muchas partes (37). El texto indicaba que los templos estaban muy bien construidos y los describía de la siguiente forma: “Como una torre cuadrada ancha en la parte de abajo y luego recta con escaleras alrededor. Hasta arriba tiene un lugar hueco cubierto con palma y con cuatro ventanas en cada frente, esta es su capilla donde tienen a sus ídolos” (36). Además la narración mencionaba que los habitantes de Cozumel adoraban al dios de la lluvia en una cruz de diez pies de alto, sin embargo, Gómara aclaraba que “era imposible saber el origen de esa cruz “porque no hay memoria de la enseñanza del evangelio” (37). En las notas al margen Nicholas añadía: “un extraño ídolo” y “Dios de la lluvia” (36-37).

Acerca de la gente, López de Gómara comentaba que tenían la piel color café (brown people), que iban desnudos pero cubrían sus partes privadas con telas de algodón, que sacaban el agua fresca de pozos y recolectaban el agua de lluvia, que “sacrificaban niños, pero no muchos”, que algunas veces en lugar de niños sacrificaban perros, y que comían buenas frutas y maíz, que era una espacie de pan (35-36). En varias ocasiones se señalaba en el texto que al gobernador de cada pueblo en la región se le llamaba “Calachuni”21 (26, 35). Lo que Nicholas destacaba en una nota era que la gente de Cozumel había temido a los españoles cuando estos llegaron (37).

La narración continuaba con el relato de la batalla que Cortés y los españoles habían librado contra los indígenas de “Potonchan” que era, según el texto, “una ciudad amurallada con madera” donde los indios habían recibido a los visitantes hostilmente y armados, impidiéndoles entrar a su ciudad (37, 38). Se decía que Cortés había tenido que usar la fuerza y que por esa causa “mucha sangre indígena se derramó porque ellos luchaban desnudos y muchos fueron heridos” (43-44). El texto de López de Gómara hacía notar que los indios de Potonchan no eran “bárbaros ni tienen poco entendimiento del arte de la guerra” (52). Se señalaba que peleaban con estrategia, que sus armas eran arcos, flechas, resorteras, dardos y lanzas, y que portaban armaduras de madera y oro muy delgado para protegerse y un tipo de arnés hecho de algodón que se colocaban alrededor del estómago (52). Esta visión transmitía a los ingleses la idea de que los indígenas de la Nueva España no eran todos iguales; se podía distinguir entre aquellos capaces de realizar tareas sofisticadas y precisas y aquellos ignorantes y bárbaros. También era posible y necesario, lo sugería el texto, distinguir entre indios amigos y enemigos, entre aliados y adversarios.

EN ARAS DE LA OPORTUNIDAD

En 1580, Francis Drake regresó de su viaje alrededor del mundo. Su éxito fue recibido como una demostración de que “los ingleses ya habían sobrepasado a los mejores marineros del mundo”, y así lo escribió con orgullo, unos meses después, el marinero y científico inglés Robert Norman en un tratado sobre el uso del compás (Norman 1581, 6).

A este sentimiento de superioridad naval se unió el sentimiento anti-español alimentado por la llamada Leyenda Negra de la crueldad española22 que, entre otras cosas, argumentaba que los españoles habían cometido las más grandes atrocidades durante su conquista y colonización de América (Greer 2007, 1). Una pieza fundamental para defender esta idea fue el texto de Las Casas Breuissima relación de la destrycion de las Indias, publicado originalmente en Sevilla en 1552. La Inquisición española lo había prohibido en 1560 con el argumento de que contenía “terribles cosas sobre los soldados españoles” sin embargo, había circulado ampliamente en Europa (Alvarado 2000, 361 y Deive 1983, 357) y en 1583 apareció en Londres, con el título The Spanish Colonie, traducida de la edición en francés publicada en Amberes en 1579. El traductor, que firmaba como M.M.S., presentaba una selección —los primeros nueve apartados y algunos fragmentos de los secciones restantes— de la Breuissima Relación junto con un recuento de trece remedios propuestos por Las Casas para enmendar la situación en las Indias Occidentales (Las Casas 1583, 61- 69) y un resumen de la disputa entre Las Casas y Sepúlveda (71-75).

The Spanish Colonie retomaba y enfatizaba la crítica de Las Casas a la conquista española y usaba los argumentos de este autor para dar legitimidad a la visión inglesa, compartida con otros protestantes, especialmente en Holanda y Francia, de que los españoles eran “avaros, codiciosos, crueles y violentos” y que habían destruido en América civilizaciones enteras, torturando y matando a muchos y convirtiendo deficientemente a otros.

Sobre Yucatán, Las Casas narraba que estaba muy poblado, que producía miel y cera en abundancia, que la gente de este lugar era “la más notable de todas las Indias”, “muy merecedores de ser entrenados en el conocimiento de Dios” y que habían sido “atacados por los españoles mientras estaban en sus casas sin lastimar a nadie” (Las Casas 1583, 63). Las Casas aseguraba que en Yucatán los españoles hubieran podido fundar ciudades grandiosas en las que podrían haber vivido como en el paraíso, pero lamentaba que por su ambición “sin límites, su endurecido corazón y sus abominables ofensas” sobre “pobres inocentes” se habían hecho indignos de tales glorias (63).

Las Casas se refería a Guatemala y Honduras como “reinos grandes, de los más prósperos, fértiles y poblados”, “un paraíso de placeres”, que había sido destruido y desolado por las crueldades, villanías y abominaciones que los conquistadores cometieron contra los habitantes de estos lugares (48). Guatemala, un sitio “más poblado que México” había sido destruido en dos horas: sólo quedaron hombres, mujeres y niños despedazados (55).

El testimonio de Las Casas fue considerado como realmente valioso en Inglaterra. Los ingleses usaron sus escritos y otros documentos anti-españoles como un repositorio de historias anti-españolas que se podían usar cuando la ocasión lo demandara (Maltby 1971, 12). De hecho, resultaron muy útiles para construir, difundir y legitimar la visión de que los españoles cometían atrocidades y que los indígenas eran sus víctimas.

En 1581 Felipe II heredó el imperio portugués y su dominio sobre América se volvió casi completo. Conforme aumentaba el poderío español, crecía la necesidad inglesa de ponerle un alto (Appleby 1998, 55). La tensión siguió aumentando y, en 1585, España e Inglaterra se declararon la guerra. Francis Drake atacó algunos puertos en la península Ibérica y el Caribe, y se apoderó de Santo Domingo y Cartagena de Indias, exigiendo el pago de un rescate por su devolución (Frear 2010, 32-33). La reina Isabel brindó apoyó franco a las acciones de Drake y otros corsarios, y decidió intervenir en los Países Bajos a favor de las provincias rebeldes en contra del rey español (Swart 1975, 36). La respuesta de Felipe II fue organizar una Armada Invencible, pero su intento de invadir Inglaterra falló rotundamente en medio de una tempestad. Para los ingleses el episodio confirmó que el Imperio Español era una amenaza, reiterando los sentimientos hispanofóbicos y la certidumbre de que la voluntad divina favorecía a los protestantes (Rowse 1955, 181 y Maltby 1971, 76).

Richard Hakluyt, geógrafo involucrado en la organización de varias empresas marítimas en las Indias Occidentales y el principal promotor de la publicación de material sobre el Nuevo Mundo, usó en sus escritos una mezcla de mesianismo religioso y de sentimiento anti-español como aliciente para promover el establecimiento de colonias inglesas permanentes en América.

En 1582, Hakluyt presentó su libro Diverse Voyages, que era la recopilación de algunos viajes realizados por marineros ingleses y cuyo objetivo principal era promover que los ingleses exploraran y colonizaran tierras vacías en América: “ahora es el tiempo para Inglaterra en el Nuevo Mundo, el tiempo de Portugal ya pasó y España ha sido desnudada de sus secretos” (Hakluyt 1582, ii). Con esta publicación Hakluyt interpretaba la incursión de Inglaterra en América como legítima, deseable y urgente. El argumento era que había llegado el momento y la oportunidad para Inglaterra y que los debía aprovechar.

Con su libro, Hakluyt presentaba un mapa de Norte América “para mejor entendimiento”, realizado por el navegante, comerciante y geógrafo inglés, Micheal Lok. Era una proyección cónica del mar Atlántico donde Norte América aparecía bastante distorsionada. Se representaba el imaginario “mar de Frobisher” que se suponía como un paso entre el Atlántico y el Pacífico en la parte septentrional del continente. Aparecía una isla llamada “R. Elizabeth” y otra “Lok”, como el autor del mapa. En el extremo inferior izquierdo se distinguía “Mexico” y un poco más a la derecha un pedazo de territorio, muy cercano a las islas Tortuga y a “Isabella” (Cuba),23 que no es posible distinguir como isla o parte del continente, y que estaba marcado como “Iucoton” (Ver figura 1). El hecho de que Yucatán apareciera en el mapa sugiere que los ingleses la consideraban como una referencia geográfica relevante.

Figura 1.

Mapa de Michael Lok

Fuente: Richard Hakluyt, Diverse Voyages (Londres, 1582). Cortesía de la Biblioteca John Carter Brown, Brown University.

(1.09MB).

Es interesante que, a diferencia de otros mapas que circularon en la Inglaterra del siglo xvi, éste no era una copia de otros mapas europeos, sino que se presentaba como resultado de las observaciones y el conocimiento adquirido por los navegantes ingleses en el Nuevo Mundo. Lamentablemente no hay suficiente evidencia para conocer la influencia de este mapa en el público inglés y ni siquiera es posible afirmar que haya guiado a los marinos ingleses en sus viajes al continente americano. Sin embargo, el hecho de que haya sido publicado por Hakluyt sugiere que se difundió al menos entre su amplio círculo de influencia y que por lo tanto, no sólo refleja la visión sobre Yucatán de su creador, sino que es de esperarse que haya contribuido en la conformación de las visiones inglesas sobre la región caribeña.

Hakluyt siguió promoviendo las empresas coloniales y en 1584 escribió su Discourse of western planting con el que esperaba conseguir el apoyo de la reina. El texto argumentaba que España era la principal potencia enemiga de Inglaterra y del Protestantismo y que para derrotarla era indispensable detener el flujo de riquezas que obtenía de las Indias Occidentales. Además había que establecer colonias en América para contrarrestar el poder español, para poner un límite a las crueldades españolas cometidas contra los indígenas y para el beneficio económico de Inglaterra (Hakluyt 1995, 46, 50).

Hakluyt estaba convencido de que el Imperio Español era endeble y podía debilitarse si Inglaterra implementaba buenas estrategias. El texto puntualizaba que las colonias españolas en las Indias Occidentales no estaban tan protegidas como falsamente decían los papistas (católicos) y que las crueldades que los españoles habían cometido eran la causa de que los indígenas los odiaran mortalmente (47-48). También aseguraba que el monarca español Felipe II podría ser derrocado con una rebelión que iniciando en el Caribe, causara una revuelta general en todos los territorios de España en América. Argumentaba que los indígenas “cooperarían muy contentos de quitarse el yugo intolerable” y comentaba que las rebeliones ya habían comenzado en algunos de las posesiones españolas en América que estaban “gobernadas por una gran tiranía” (48, 52). Hakluyt afirmaba que la gente que los españoles habían conquistado y tratado como esclava “deseaba más que nada que le devolvieran su libertad”. Los indígenas oprimidos gritarían en una sola voz “libertad, libertad!” (52).

Hakluyt no había escrito su discurso pensando en publicarlo, sino para lectura de la reina y unos cuantos más en la corte.24 No se sabe si Isabel lo leyó, pero no hubo ningún cambio notable en su actitud hacia la colonización de América. Pese a todo, Hakluyt y sus compañeros no se dieron por vencidos, continuaron aventurándose hacia el Nuevo Mundo, con cartas patentes emitidas por la corte pero sin el apoyo económico y político que, desde su perspectiva, les permitiría hacer valer de una vez por todas el derecho inglés a establecer colonias y participar de las riquezas y mercados americanos, debilitando de paso al enemigo español.

Unos años más tarde, en 1589, Hakluyt presentó la primera versión —en un solo tomo— de Principal Navigations. Era su segunda compilación de relatos de viajes, actualizada y aumentada. El objetivo explícito era el mismo que en Diverse Voyages, quizá más ambicioso: usar la experiencia de navegación acumulada por los ingleses para mostrar lo lejos que se había llegado, motivar el apoyo y promoción de nuevas empresas y proveer de información estratégica a aquellos que se lanzaran a la necesaria tarea de establecer plantaciones y colonias. La obra estaba dedicada a Sir Francis Walsingham, secretario principal de la reina y miembro del consejo privado, y elogiaba a los viajeros ingleses que con sus hazañas “habían traído más luz sobre algunos aspectos (del Nuevo Mundo) que muchos historiadores” (Hakluyt 1589, 4 anverso). A pesar de este comentario, Hakluyt alababa el trabajo de Richard Eden, a quien muy probablemente había leído y consultado (4 anverso).

En el prefacio, Hakluyt anunciaba entre otras cosas, que el lector encontraría los testimonios de algunos ingleses que por primera vez habían logrado pasar en la flota española a la Nueva España: “muy excelentes discursos de nuestros hombres, algunos de ellos habitaron en la Nueva España por espacio de quince o dieciséis años y viajaron todo el país, descubriendo los más importantes secretos de las Indias Occidentales, que con el tiempo pueden sernos de mucho provecho” (4 reverso). El valor y utilidad de estos testimonios aumentaba bajo la consideración de que España mantenía las puertas cerradas de sus colonias americanas a extranjeros, especialmente si eran protestantes, a la vez que vigilaba celosamente lo que se publicaba sobre ellas (Herzog 1956, 47). Definitivamente no era cosa sencilla para un inglés poder recorrer libremente la Nueva España, y menos poder escapar a la Inquisición y regresar a Inglaterra a contar su experiencia.

Entre estos viajeros ingleses estaba John Chilton, quien había vivido en la Nueva España por diecisiete años y había visitado la región que entonces correspondía a las Capitanías Generales de Yucatán y Guatemala. En su “notable discurso acerca de la gente, costumbres, minas, ciudades, riquezas, fuerzas y otras cosas memorables de la Nueva España”, Chilton aportaba información sobre “el reino de Guatemala”, Honduras y la provincia de Soconusco (Hakluyt 1589, 587).

Chilton señalaba que “Guatimala” era la ciudad principal del reino de Guatemala y también que era muy rica pues a ella llegaba todo el oro de la costa de Veragua en Centroamérica (hoy Costa Rica, Nicaragua y Panamá). Además señalaba que en la península de Yucatán e incluso más abajo, hacia Puerto Caballos, en Honduras, la protección española era escasa (588). “En Mérida no hay puerto pero la ciudad está junto al río Tabasco que se puede navegar” y hacía notar que la principal mercancía que se comerciaba ahí era una madera llamada “Campeche” que funcionaba muy bien como colorante (588). Además señalaba que en la provincia de “Iucatan” había una ciudad llamada también “Iucatan”, que no tiene ninguna defensa costera, sólo que la tierra es baja y no hay ningún puerto para recibir barcos, a menos que sean las fragatas que llevan desde ahí cacao, miel y mantas de algodón” (589). La información geográfica de Chilton era un tanto vaga e imprecisa. Tal parece que por “Mérida”, el viajero inglés se refería a Santa María de la Victoria o Potonchan, o quizá al nuevo asentamiento que se fundó sobre el río Grijalva en 1564, llamado San Juan Bautista, hoy Villahermosa. Mientras que “Iucatan” era probablemente el puerto de Sisal.

Chilton señalaba que en el sureste de la Nueva España había indígenas rebeldes que no se habían sometido del todo al control español: “Hay una provincia llamada “La Candona” donde hay hombres indios de guerra que el rey español no puede conquistar, pues ellos tienen pueblos y fuertes en un gran lago en la cima de las montañas” (587).

En general, su visión era que en la Nueva España el control español no había podido ser establecido completamente, sino que había muchas rebeliones por el descontento de la gente, principalmente por los elevados impuestos y las injusticias. Entre los abusos cometidos, Chilton denunciaba a algunos frailes españoles que pedían a los indígenas cuatro reales a cambio de sacar su alma del purgatorio (589). Esto coincidía y reforzaba el discurso colonial inglés que argumentaba que los hispanos habían llevado a América una versión deficiente y supersticiosa de la religión cristiana, y se habían dedicado a bautizar a los indígenas en masa, al tiempo que los alejaban de Cristo con el mal ejemplo de su comportamiento. Con estos comentarios, los indígenas aparecieron ante los ingleses, como cristianos que habían tomado una ruta desviada debido a las malas enseñanzas de los españoles.

Hakuyt observaba con impotencia como la monarquía inglesa seguía prestando oídos sordos a sus llamados de atención sobre la importancia de establecer colonias permanentes en América. La estrategia de Isabel I era continuar el ataque de España en Europa y dejar que los bucaneros y piratas siguieran molestando a las colonias con sus ataques y saqueos. Pero los tiempos eran difíciles para los marineros ingleses a ambos lados del Atlántico. En 1589, el ataque inglés contra el puerto de la Coruña, con una Contra-Armada comandada por Francis Drake y John Norreys, terminó en fracaso total (Luna 2014, 170). España resurgió como potencia naval y en 1595 se multiplicaron los reportes de que estaba ensamblando una nueva armada para invadir Irlanda o Inglaterra (Andrews 1984, 240). Mientras tanto, las expediciones inglesas dedicadas a atacar barcos y asentamientos españoles en el Caribe sufrieron numerosos reveses, muchas fueron derrotadas y los célebres Sir John Hawkins y Sir Francis Drake murieron enfermos durante una fallida expedición para asaltar la flota que llevaba a España el tesoro desde Perú (241). La reina Isabel intentó entonces un ataque sorpresa al puerto de Cádiz. El ataque fue exitoso: se destruyeron dos galeones reales, otros dos fueron capturados y la ciudad fue saqueada. Sin embargo, el Imperio Español no parecía debilitarse.

Para algunos en Inglaterra la necesidad de establecer colonias en el Nuevo Mundo era cada vez más apremiante. El aventurero, cortesano y poeta Sir Walter Raleigh —miembro del círculo de influencia de Hakluyt, medio hermano del reputado navegante Sir Humphrey Gilbert y alguna vez favorito de la reina Isabel—, había intentado arduamente, desde 1592, encontrar el legendario El Dorado en la selva del Darién. Buscaba riquezas fabulosas, gloria y recuperar el favor real.25

Su búsqueda de El Dorado no tuvo éxito, sin embargo, halló otro plan para enaltecer a Inglaterra y de paso recuperar su honor: establecer en Guiana, junto a la desembocadura del río Orinoco (en el actual Venezuela), “una plantación inglesa que ofrecería a Inglaterra una vía alterna a las excursiones de piratas para procurar riquezas y gloria” y que además ofrecería una manera más fácil de invadir las colonias españolas (Raleigh 1596, 4).

Raleigh publicó, en 1596, The Discovery of the Large, Rich and Bewtiful Empire of Guiana, con el objetivo de relatar sus experiencias y hazañas, además de publicitar su empresa colonial y sus ideas. En su dedicatoria, aseguraba que el emperador de Guyana lo apoyaba y deseaba la protección de Inglaterra pues temía caer en manos de los crueles españoles. Raleigh también recalcaba que Inglaterra debía cambiar de estrategia militar, su argumento era que cuando los ingleses asaltaban tres o cuatro ciudades el rey de España no empobrecía ni se debilitaba. La mejor manera de apoderarse del tesoro español no era atacando puertos y litorales: aseguraba que las riquezas de la Nueva España y de Perú no estaban en las costas “esperando a que subiera la marea y se las llevara o secándose sobre la arena” (5). Los puertos y las ciudades costeras eran pobres y tenían pocas defensas, “sólo eran ricas cuando pasaba la flota con el tesoro para España” y no se afectaba al rey en lo absoluto quemando y saqueando esas ciudades (6). Los ingleses debían de internarse en la Nueva España y preparar bien la estrategia. Advertía que habría que considerar que los españoles podrían esconder su tesoro, pues con tantos caballos y esclavos podrían llevarlo “lejos donde nuestros hombres a pie no pudieran alcanzarlos” (6). Era necesario considerar que cerca de los puertos, tierra adentro, había ciudades más ricas que serían botines más valiosos (7).

Raleigh apuntaba que en un tratado anterior él mismo había escrito sobre las Indias Occidentales, describiendo minuciosamente las ciudades costeras de Nicaragua, Yucatán, Nueva España y las islas, e indicando la forma como podían ser “mejor invadidas” (7). Lamentablemente ese tratado nunca fue publicado y hasta ahora el manuscrito no ha sido encontrado. No se sabe qué información contenía pero es posible imaginar que el tono sería parecido al de su libro sobre Guiana, en donde Raleigh exhortaba a sus compatriotas a ir en busca de lo que “todos anhelamos, una mejor América para su majestad que la que el rey español tiene” (7). Raleigh suplicaba a la reina su apoyo, prometiendo dedicar el resto de sus días a lograr tal empresa, sacrificando su propio bienestar y riqueza al servicio y honor de Inglaterra (8).

En los últimos años del siglo xvi, mientras preparaba una segunda edición de Principal Navigations con información más completa, Hakluyt también promovió y financió la traducción del Itinerario del holandés Jan Huygen van Linschoten, que había aparecido en Holanda en 1596. El traductor era William Phillip, conocido por sus traducciones de relatos de viajes. La versión inglesa apareció en Londres en 1598, en una edición de cuatro volúmenes. El editor John Wolfe incluía una dedicatoria en la que aseguraba que el texto era “no sólo placentero, sino muy provechoso para nuestra nación inglesa” (Linschoten 1598, ii). El autor holandés brindaba, según Wolfe, “inteligencias raras” e “información del extranjero” que era importante examinar con el fin de indagar sobre sus beneficios para “nuestro país y nuestros connacionales” (ii).

En su prefacio al lector, el traductor seguía el mismo espíritu pragmático del editor y también hacía hincapié en la utilidad del texto especialmente para “aquellos deseosos y curiosos amantes de las novedades” (iv). Expresaba su deseo de que “esta traducción contribuya a incrementar el honor de Inglaterra más allá de todos los países del mundo” así como su esperanza de que se “dispersara y plantara la religión verdadera y la civilidad” y se encontraran nuevos mercados para exportar “las cosas que aquí abundan” e importar “lo que nos hace falta” (vi).

La traducción era bastante fiel y en el libro segundo, aunque dedicado a los viajes holandeses y portugueses a África, contenía “una descripción sobre América y sus muchas partes” (Linschoten 1598, 216). Linschoten nunca visitó América, sus secciones sobre la Nueva España, Yucatán, Guatemala, Nicaragua, y Honduras eran una síntesis de los trabajos de Gonzalo Fernández de Oviedo y de Pedro Mártir de Anglería. No obstante, el texto añadía algunas novedades. Se ofrecía información más detallada y precisa sobre la geografía y localización de la península de Yucatán, a la que se le da el nombre de “Iucaya”, “Iucatan” o “Iucatana” (216, 222, 223). Se indicaba que “hay novecientos millas desde Florida hasta Yucatán que es otro cabo que sale de tierra firme hacia el mar”, que “está a 60 millas de Cuba” y se señalaba que el mar comprendido entre Florida y Yucatán era llamado por algunos “Golfo de México” y por otros “de Florida” (226). Linschoten mencionaba el poblado de Xicalango como el límite de la península de Yucatán sobre el Golfo de México (228). A Guatemala la describía como una provincia hacia el interior de Yucatán (227).

Asimismo, usando como fuente la edición de 1530 en Alcalá de las Décadas de Mártir de Anglería (Anglería 1530, 57), advertía que los españoles habían nombrado a la península a partir de un problema de comunicación con los indígenas: “Tectetan, Tectetan” dijeron ellos y significaba “no te entiendo”, los españoles pensaron que era el nombre del lugar y luego derivaron del nombre “Tectetan” el de “Iucatan” (228). Es de hacer notar en el siglo xvii, esta anécdota se popularizó en Inglaterra y se incluyó en prácticamente todos los textos que hacían mención a Yucatán. Linchoten repetía la narración de las dos primeras expediciones españolas a la península de Yucatán, pero a diferencia de las traducciones de 1555 y 1577 de Anglería, aquí sí se hacía referencia a la llegada de Hernández de Córdoba a un lugar llamado “Donne” (Isla Mujeres). Contaba que había recibido ese nombre porque tenía ciertas torres de piedra con escaleras y con capillas donde había diversos ídolos que parecían mujeres (228).

El texto de Linschoten disipaba la idea de que Yucatán estaba lleno de riquezas. Describía la península como un lugar sin minas de oro o plata, una tierra dura y pedregosa, poco fértil, llena de maíz o “trigo turco” y abundante en pescado. Incluía en su relato la existencia de minas de sal pero las mencionaba sólo de manera anecdótica sin dejar ver ningún entusiasmo comercial (228). Finalmente, en su comentario sobre Yucatán, Linschoten mencionaba que los españoles habían sido muy crueles en su conquista y que muchos indígenas habían huido y se habían escondido (228). Con ello, fortalecía la visión inglesa sobre el resentimiento y el miedo que los indígenas de la región sentían hacia los españoles. Estos comentarios promovían una visión de la península Yucatán como importante para los ingleses, no por sus riquezas, sino por su situación geográfica y por el rechazo de los indígenas a someterse a los españoles.

El primer volumen de la segunda edición de Principal Navigations apareció en prensa en 1598. Sin embargo, el tercero que contenía la información sobre América con algunas novedades, incluyendo algunas relativas a la región maya, apareció en 1600. En este libro Hakluyt publicaba unas “cartas españolas” interceptadas en las islas de Nueva España por el pirata John Wattes que “contenían secretos relativos a ese país” (557). Entre otras cosas, incluían información sobre la ubicación y forma de navegar las costas de la península de Yucatán (619). Por ejemplo se indicaba cómo llegar desde la isla de Alacranes —la velocidad y la dirección que se debía seguir—, al puerto de Campeche. Se indicaba que en el camino estaba “Cape Sisal” y que en las costa de Campeche era posible encontrar “arena blanca tan fina como la de un reloj de arena” (620).

Se incluía también el relato del ataque del pirata William Parker de Plymouth a Campeche “principal ciudad de Yucatán” (603). Este había sucedido en 1597 y había sido el primer ataque inglés directamente al puerto de Campeche. Parker mantuvo sitiada la ciudad por diecisiete días y Hakluyt narraba que había conseguido plata y otras mercancías valiosas. Se comentaba que Parker había atacado también “Sebo”,26 un pueblo indígena de 300 o 400 habitantes en donde había conseguido madera de Campeche, “buena como colorante”, cera y miel (603).

Tras la muerte de Felipe II en 1598 y la de la reina Isabel en 1603 la tensión de Inglaterra con España cedió un poco. En 1604 Jacobo I de Inglaterra y Felipe III firmaron el Tratado de Londres que puso fin a la guerra. Como muestra de buena voluntad, el nuevo monarca inglés declaró la piratería ilegal, ordenando la restauración de todo el botín capturado en los últimos meses (Andrews 1984, 253). Además, acusó a Walter Raleigh de alta traición por asaltar puertos en las Indias Occidentales y lo confinó a la Torre de Londres (Corbett 2007, 401).

Aunque no abrazaba la causa protestante con el mismo vigor que su predecesora, Jacobo I reconocía la importancia del comercio americano para Inglaterra. Durante las negociaciones de paz, los ingleses pidieron que se garantizara su derecho a comerciar libremente en el Nuevo Mundo y a establecerse en tierras desocupadas por los españoles (Leitch Wright 1971, 31). España rehusó cumplir tales demandas. Al final el Tratado se firmó, pero en términos muy ambiguos que fueron interpretados a conveniencia por cada parte. España no tenía intención de compartir sus dominios. Inglaterra, aunque todavía no establecía ninguna colonia permanente en América, tenía ya una proyección imperial bastante clara y no pensaba renunciar al Nuevo Mundo.

Llegado el siglo xvii, en la mente de los ingleses estaba que el Caribe continental, así como algunas zonas de Campeche, Tabasco, Chiapas y Guatemala representaban el talón de Aquiles de España y la posibilidad de que Inglaterra obtuviera beneficios importantes. Los ingleses conocían cada vez mejor, aunque todavía con algunas confusiones y ambigüedades, no sólo las costas sino el interior del territorio. Ya no creían, como con las primeras informaciones a las que tuvieron acceso, que la región podría proveerles de oro, otros minerales y piedras preciosas. Pensaban, sin embargo, que podría servirles como puerta de acceso a la Nueva España y a sus riquezas, no sólo por su posición geográfica alejada de los centros de poder virreinal y cercana a los bastiones ingleses en el Caribe, sino porque estaba poco habitada, y escasamente protegida y controlada por los españoles. En cuanto a los habitantes indígenas de la región, los comentarios tanto positivos —que admiraban sus construcciones, sus códices y algunas de sus costumbres—, como negativos —que criticaban su idolatría, la práctica de los sacrificios humanos y su propensión al alcoholismo—, se subordinaban a la información que parecía más relevante y útil: su animosidad hacia los españoles y su carácter rebelde, valiente y desobediente. Así pues, la región maya fue constituyéndose como una zona estratégica desde donde, como algunos ingleses vislumbraban, se podría atacar y debilitar al Imperio Español con la ayuda de los pobladores originarios que parecían proclives a convertirse en aliados de Inglaterra.

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cephcis, unam,. Agradezco el apoyo brindado para la realización de esta investigación al programa de becas posdoctorales de la unam, a la Coordinación de Humanidades, al cephcis y al Proyecto papiit IG400113. Agradezco también a los dictaminadores de este artículo que se dieron el tiempo para leerlo detenidamente y aportaron comentarios y observaciones muy valiosas. Aprovecho para mencionar que todas las traducciones al español de los documentos ingleses incluidos en este artículo fueron realizadas por la autora.

El término “maya” será empleado aquí para designar a los grupos indígenas que comparten la raíz lingüística maya o mayense y a la región que durante la época colonial correspondía geográficamente a las Capitanías Generales de Yucatán y de Guatemala y que comprende a los actuales estados de Yucatán, Quintana Roo, Campeche, Tabasco y Chiapas, en la República Mexicana, así como a algunas regiones de Guatemala, Honduras y Belice.

Juan Caboto, de origen italiano, visitó Terranova y Labrador en la parte norte del continente americano, en 1497. El año siguiente realizó otro viaje del cual ya no volvió. Probablemente visitó Groenlandia y la Bahía de Chesapeake.

Para ejemplo ver la carta que el comerciante inglés Robert Thorne escribió a Enrique VIII en 1527 (Valencia 2009, 279).

Al regreso del viaje de Juan de Grijalva, el gobernador de Cuba envió al rey Carlos V un documento basado en las observaciones de Juan Díaz, capellán de la expedición, para informar acerca de los descubrimientos recientes. El texto se publicó con el tituló de Itinerario de la armada del rey Católico a la isla de Yucatán en el año 1518 y circuló ampliamente por Europa. Entre 1520 y 1522 apareció publicado en italiano (Venecia, 1520), en latín (Valladolid, 1522) y en alemán (Augsburgo, 1522) (León Portilla 2001, 29). El original en castellano no se ha encontrado. En 1858 Joaquín García Icazabalceta lo tradujo de la versión italiana y lo publicó en su Colección de documentos para la historia de México (García 1858). Ver también Agustín Yañez (1993, 2).

Eden presentó una versión corta de la cuarta década como la última parte de la tercera con el título “El último libro de Pedro Mártir de Anglería, de las tierras e islas recientemente encontradas y de las costumbres de sus habitantes” (Eden 1555, 149). Aparentemente no tuvo acceso a la edición completa de las Décadas de Pedro Mártir que contenía las ocho décadas y que se publicó en Alcalá en 1530 (Anglería 1530).

Es de notar que este apartado no menciona a Portugal, lo que fortalece el argumento de que Richard Eden buscaba exaltar a España como el imperio más poderoso y por lo tanto enaltecer la alianza de la monarquía española con Inglaterra.

Eden se basó en la versión del viaje de Pigaffeta que Giovanni Battista Ramusio presentó en su compilación Navegazioni y Viaggi en 1550 (Ballerini y Ciavolella 2007, xlviii).

La dedicatoria está escrita en italiano: “potentissimo ac serenissimo Philippo ac serenissimae potentissimae Marie”. El resto del libro, incluyendo el prefacio al lector, está en inglés (Anglería 1555, i).

Con el fin de agilizar la lectura, cuando se trate de referencias sucesivas de una misma obra citada (en este caso, por ejemplo, la de R. Eden publicada en Londres en 1555), luego de la primera —que irá completa—, en las siguientes se consignará únicamente el número de las páginas correspondientes a la información señalada.

Anglería las llama “Comi” y “Maiam” en el original (Anglería 1533, 68). Alguna de éstas sería muy probablemente Tulum (ver Sharer 2006, 760).

Se refiere a Champotón. Usa exactamente los mismos términos que Anglería (1533, 69).

El original de Anglería dice que pararon en el país de Palmaria en el lugar llamado “Potenchianu” (Anglería 1533, 70).

Algunos autores, desde el siglo xv y hasta nuestros días, han confundido Champotón y Potonchan. Sin embargo, estos son dos asentamientos distintos. Champotón está en el actual estado de Campeche, a unos 60 kilómetros al sur del puerto de Campeche. Potochan ha desaparecido pero era la capital del Señorío de Tabasco y estaba ubicada sobre el margen oeste del rio Grijalva en el actual estado de Tabasco. A pesar de que, como el mismo Bernal Díaz del Castillo señala, el cacique de Potochan era hermano del de Champotón (Díaz del Castillo 1970, 59), había entre estas dos ciudades varios puntos importantes, el pueblo de Tixchel, la Laguna de Términos y la ciudad de Xicalango (Chávez 2007, 116).

Hernán Cortés menciona en su quinta carta de relación que la Malintzin o Malinche le fue entregada entre las veinte mujeres, sin embargo Anglería no la menciona. (Cortés 2010, 304).

La referencia a la práctica de sacrificar niños aparece tanto respecto a la llamada Isla de los Sacrificios, frente a las costas del actual estado de Veracruz (Eden 1555, 153) como a la isla de Cozumel (157).

Esto se menciona cuando se narra que un “rey cruel” había tomado prisioneros a un grupo de españoles que naufragaron, y que a algunos, entre ellos el capitán Valdivia, habían sido sacrificados y el rey se los había comido en un banquete, “pues los indígenas de esta región se comen a sus enemigos y a los extraños” (Eden 1555, 164).

En 1554, se publicó otra vez en Zaragoza como la segunda parte de La historia de las Indias y la conquista de México. Esta nueva edición realizada por el mismo López de Gómara añadió más información, además de notas al margen del texto. Sin embargo, el gran parecido de la versión de Thomas Nicholas al texto de 1552, no deja lugar a dudas sobre cuál de estas usó el traductor inglés.

Con ese mismo fin en 1527 se había prohibido la edición de las cartas de relación escritas por Hernán Cortés.

Publicó también las traducciones de Las extrañas y maravillosas nuevas del reino de China en 1577, y La Conquista del Perú de Agustín de Zarate, en 1581.

En el original de 1552 en castellano López de Gómara se refiere a la provincial de “Maia”, en la siguiente edición en 1554 el mismo autor la llama “provincia Maya” (López de Gómara 1552, viii, López de Gómara 1554, xi).

Cada provincia estaba gobernada por un halach uinic, “hombre verdadero”, también llamado ahau, “señor”, quien gozaba de amplias facultades, tanto en el terreno civil como en el religioso (Ver Sotelo 1986, 24). El texto original usa el término “calachuni” y de ahí lo toma sin ningún cambio Thomas Nicholas (López de Gómara 1552, xi).

Julián Juderías acuñó la frase “Legenda Negra” en 1912 protestando por la caracterización de España por otros europeos como un país atrasado, ignorante, supersticioso y cruel. En el último cuarto del siglo xvi esta visión fue muy popular y circuló ampliamente en Italia, Alemania, los Países Bajos e Inglaterra.

La isla de Cuba fue nombrada “Juana” por Cristóbal Colon en su segundo viaje. (Colon 2006, 117, 157, 166-168, 213, 267). Sin embargo, en los primeros mapas europeos de América la isla aparece frecuentemente con el nombre de “Isabella”. Esto parece ser una confusión derivada del hecho de que Colon fundó en La Española (hoy República Dominicana y Haiti) una ciudad llamada la Isabela a la vez que nombró a una de las Antillas menores (Crooked Island o Saometo) con el mismo nombre. Así pues tanto en el planisferio de Cantino como en el mapa de Waldseemüller aparece la isla de Cuba con el nombre de Isabella y situada al oeste de la Española. Este error se repitió sucesivamente en mapas posteriores. A pesar de que Michael Lok usa todavía el nombre “Isabella”, para finales del siglo xvi era más frecuente encontrar el nombre de Cuba en la cartografía contemporánea (Brewer 2006, 90; Binding 2003, 32-33, McInstosh 2000, 119-120).

Sólo existe una copia manuscrita de este discurso que está custodiada por la Biblioteca Pública en Nueva York (MssCol 1282).

Raleigh había sido el favorito de la reina toda la década de 1580, pero en 1592 Isabel descubrió que estaba casado en secreto con una de sus damas de honor. Como consecuencia, el aventurero perdió sus privilegios y fue recluido en la Torre de Londres. Cuando fue liberado emprendió su viaje a Guiana (Ver Schmidt 2008, 4-5).

Posiblemente Seybaplaya, Campeche (Ver De Ita 2005, 130)

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