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Vol. 37. Núm. 147.
Páginas 202-218 (enero - marzo 2015)
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Los desafíos de las universidades de América Latina y el Caribe ¿Qué somos y a dónde vamos?
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Héctor Hiram Hernández Bringas, Jaime Martuscelli Quintana, David Moctezuma Navarro, Humberto Muñoz García, José Narro Robles*
Algunas ideas expresadas en este documento han sido expuestas, parcialmente, en presentaciones y textos del Dr. José Narro Robles, en su calidad de rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Los demás autores son miembros del personal académico de dicha Universidad.
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INTRODUCCIÓN

Los países latinoamericanos y del Caribe constituyen una comunidad muy importante, con historia, cultura, tradiciones, potencialidades y fortalezas diversas para enfrentar el futuro con visión de largo plazo. Grandes logros ha tenido la sociedad en el fortalecimiento de sus relaciones, en el manejo de su patrimonio cultural y en la consolidación de regímenes democráticos; no obstante, el crecimiento económico promedio registrado desde fines del siglo pasado y durante el primer decenio del actual ha sido insuficiente para continuar avanzando.1

La región en su conjunto enfrenta el reto de desarrollarse, con tasas de crecimiento altas y sostenidas, así como el de impulsar políticas públicas democráticas y solidarias que favorezcan la redistribución de la riqueza para combatir la terrible desigualdad social (Ostry et al., 2014).2 Por ello, se requiere cambiar los enfoques para la definición de políticas que sin duda han sido útiles, pero que ya se agotaron. América Latina necesita cambiar sus paradigmas para el desarrollo; en ese sentido, no tenemos duda de que el camino es diseñar políticas económicas que se sustenten en el uso del conocimiento para la generación de valor agregado.

La era actual es la era del conocimiento, la era digital; existe una gran oferta de información disponible para quien pueda acceder a los recursos más actuales de la tecnología. El conocimiento se ha convertido en uno de los factores de la producción, y las naciones que más progresan son las que han logrado cimentar sus estructuras productivas en el uso del conocimiento;3 en este proceso las universidades han jugado un papel de primer orden (Marginson y Van der Wenden, 2006).

América Latina debe entrar en este proceso de manera más enérgica, y ello le demandará contar con personal altamente calificado. También habrá de corregir las distorsiones del mercado ocasionadas por el modelo de desarrollo imperante. Se trata, entre otras cosas, de que se restablezcan los nexos entre la educación superior y el trabajo, deteriorados por el curso que ha seguido el mercado laboral.4

El panorama demográfico que caracteriza a la región, los desajustes en el mercado laboral actual, y la necesidad de elevar la competitividad social para participar de una manera más adecuada en la globalización, suponen esfuerzos decididos para desarrollar la educación superior apoyando la ampliación de la cobertura en aquellas universidades en las que estén más consolidadas la investigación científica, humanística y de innovación (Altbach y Balán, 2007).5

Particularmente, debe darse la atención debida a las universidades públicas, porque en ellas recaerá la mayor parte de la satisfacción a la ya creciente demanda de educación superior, y porque es ahí donde se realizan, mayormente, las tareas de investigación.

En las condiciones actuales, avanzar implica que las naciones se ubiquen convenientemente en el escenario global, en que ha habido un viraje del desarrollo mundial. Los países latinoamericanos han tenido posibilidades de vincularse a la globalización de distintas formas y modalidades, que obedecen a lo diverso de sus sistemas productivos, a las condiciones sociales y políticas prevalecientes, y a los intereses de atracción y penetración del mercado internacional en cada uno de ellos. América Latina es una muestra de que frente a la globalización no hay caminos únicos.6

Sin avances reales, y en virtud de las condiciones mundiales prevalecientes, los sistemas educativos, científicos y tecnológicos nacionales de Latinoamérica tienen pocas posibilidades de superar los actuales rezagos y llegar a nuevos estadios de desarrollo académico.

Dadas estas premisas, en este trabajo pretendemos analizar los retos y las posibilidades que las universidades públicas tienen en esta tarea. El compromiso de las universidades públicas con el desarrollo de las sociedades latinoamericanas, y con los proyectos nacionales, ha sido evidente a lo largo del siglo pasado y en el presente; ahora, no tenemos duda de que lo seguirá siendo. Por ello es necesario reflexionar sobre los problemas, retos y posibilidades que tienen las universidades latinoamericanas en la era del conocimiento.

Desde la Universidad Nacional Autónoma de México deseamos colaborar con algunas ideas para que instituciones públicas y autónomas, semejantes a la nuestra, dentro de la región, avancen en el cumplimiento de sus propósitos.7

En lo que sigue en este documento trataremos varios aspectos del problema, comenzando por presentar cuáles son las fortalezas económicas, demográficas y sociales de las que se puede partir para la transformación del modelo de desarrollo y el logro de un mayor crecimiento. En la segunda sección nos detendremos en los desafíos socioeconómicos, particularmente sobre la desigualdad y la pobreza, porque compartimos la idea de que son obstáculos al crecimiento que impiden arribar a mejores niveles de vida, incluido el acceso a la educación en sus distintos niveles. En la tercera parte formulamos la idea de que la educación y las universidades juegan un papel sustancial para superar estos grandes problemas. Por ello, revisamos cuál es la situación actual de la educación, y particularmente de la educación superior en América Latina.

Con la exposición de todo lo anterior, conseguimos delinear un marco histórico-estructural dentro del cual se hace el planteamiento de los desafíos que van a enfrentar nuestras universidades en lo que viene para nuestras sociedades.

Al final, hacemos un comentario y una reflexión sobre lo expuesto, considerando que estamos en un momento oportuno para darle un viraje a la universidad latinoamericana, conjugar esfuerzos académicos y establecer políticas educativas que los impulsen.

FORTALEZAS DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

La historia, la cultura, la población y los recursos naturales de la región representan una fortaleza actual y un sinnúmero de potencialidades para desarrollar una sociedad más igualitaria y con menos pobreza.

Entre estas fortalezas está el hecho de que los habitantes de América Latina y el Caribe representan más del 9 por ciento de la población del mundo y un PIB nominal de más del 9 por ciento del total mundial.8 Si a esto sumamos una media de edad menor a 28 años, definitivamente la región se encuentra en una posición ventajosa frente a países y regiones como Japón (45 años), Europa (40 años) y Estados Unidos (37 años). Adicionalmente, casi una quinta parte del total poblacional (17.8 por ciento) tiene entre 15 y 24 años de edad, lo que significa contar con 106 millones de jóvenes, un potencial enorme para cualquier región del mundo.

La población en edad de trabajar representa un “bono demográfico”, con edades comprendidas entre los 15 y los 64 años, que aún puede y debe ser capitalizado en la próxima década. De lo contrario, en 20 o 30 años será un terrible pagaré poblacional.

Además de ser una comunidad grande y poseer un gran mercado, la región cuenta con dos culturas milenarias heredadas de sus pueblos fundadores. En palabras de Miguel León Portilla, refiriéndose a Mesoamérica, esta región constituye una de las civilizaciones originarias del orbe, es decir, una civilización que no tuvo influencia alguna de otras culturas. Por eso es una de las cunas del progreso humano, uno de los núcleos civilizatorios del mundo.9 Lo mismo vale para el caso de la cultura inca.

En la región se hablan cientos de lenguas entre sus pueblos originarios y dos lenguas principales: el español y el portugués. El español, con más de 500 millones de parlantes, es la segunda lengua más hablada en el mundo. Más de 90 por ciento de los hispanoparlantes viven en América Latina. Según el Instituto Cervantes, el porcentaje de población que lo habla está en aumento, mientras que el de los que hablan chino o inglés disminuye por razones demográficas (Instituto Cervantes, 2013). El portugués, por su parte, es hablado por casi 240 millones de personas en el mundo, de las cuales 84 por ciento habita en Brasil o Portugal.10

Entre otras riquezas de América Latina, se pueden destacar las siguientes (Luzón, 2010): a) tener la mayor reserva de bosques y madera del mundo; b) contar con 10 por ciento de las reservas naturales de petróleo; c) disponer del 5 por ciento de las reservas naturales de gas; d) detentar 46 por ciento de la oferta renovable anual de agua potable; e) poseer 25 por ciento de la tierra cultivable; f) disponer de 40 por ciento de la producción y reservas de cobre y plata; g) contar con 25 por ciento de la oferta mundial de carne bovina, y h) tener 21 por ciento de la oferta mundial de carne de pollo.

DESAFÍOS SOCIOECONÓMICOS

Junto a las grandes riquezas de la región, entre las naciones que la conforman se registran enormes contrastes y la pobreza afecta a grandes grupos de población; la desigualdad es un problema histórico y estructural en esta parte del mundo. De hecho, se trata de la región más desigual del planeta (Bárcena, 2010).

Como región, América Latina ocupa la posición 77 en la clasificación del Índice de Desarrollo Humano de 2013. Los diferentes valores de este índice entre los países latinoamericanos confirman las fuertes desigualdades internas en materia de desarrollo social (PNUD, 2013). Chile y Argentina, por ejemplo, se clasifican como países de muy alto desarrollo humano, apenas abajo de Francia. Por su parte, México, Uruguay o Venezuela tienen un nivel de desarrollo humano alto, similar al de varios países de Europa del Este. En contraste, países como Haití presentan cifras de desarrollo parecidas a las de las naciones del África Subsahariana.

El ingreso nacional bruto per cápita de América Latina y el Caribe ascendía, en 2012, a 10 mil 300 dólares, mientras que en los países de desarrollo humano muy alto la cifra fue tres veces mayor (PNUD, 2013). La riqueza de la región evidentemente está mal distribuida y no bien explotada: en 2010, según datos del Banco Mundial, el 10 por ciento más acaudalado de la población acumulaba 38.6 por ciento de la riqueza, mientras el 10 por ciento más pobre obtenía apenas 1.3 por ciento.11

Adicionalmente, en América Latina, según estimaciones de la OIT, dos de cada diez jóvenes viven en situación de fragilidad social debido a que están empleados en actividades precarias, están desempleados o no estudian ni trabajan (OIT, 2013). En la actualidad uno de cada dos jóvenes se emplea en la economía informal, por lo cual su nivel de ingreso es mucho más reducido e inestable que el de los trabajadores formales. De igual forma, carecen de derechos laborales, de seguridad social y de atención a la salud, y también están condenados a una baja productividad (Kliksberg, 2010).

LA UNIVERSIDAD PÚBLICA EN AMÉRICA LATINA: ATRIBUTOS E IMPORTANCIA

La educación en todos sus niveles —y la educación superior en particular— son esenciales para que los países de la región superen estos grandes problemas. La educación es una responsabilidad irrenunciable para los Estados modernos; se cumple para casi la totalidad de la población en los niveles de primaria y secundaria, pero todavía falta para que la totalidad de jóvenes pueda acceder a la educación superior.

Es por ello que el papel de las universidades es de suma importancia en los procesos de transformación de los países. Es en ellas donde se modelan las personas altamente capacitadas que las nuevas circunstancias demandan. Ahí se forman individuos no sólo preparados en la producción eficiente de haberes y saberes, sino comprometidos con el desarrollo de su país y con el de la humanidad; individuos capaces de manejar grandes cantidades de información, de tomar decisiones innovadoras y de desarrollarse en diversos contextos laborales.

Los retos son enormes cuando se tiene plena conciencia de que una de las funciones de la educación superior es contribuir a la movilidad social y al mejoramiento de las condiciones de vida de la población. La condición de universidad pública implica un claro compromiso con la sociedad en su conjunto, para formar profesionales en todas las áreas del conocimiento, capaces de desenvolverse en un mundo cambiante y exigente; profesionales con conciencia, compromiso social y pensamiento crítico. El carácter público obliga, además, a la transparencia y la rendición de cuentas a la sociedad (García Salord, 2009; Durand, 2009).

El ejercicio de la autonomía ha sido fundamental para el funcionamiento de muchas de las universidades públicas latinoamericanas. La autonomía no es algo estático; se trata de un atributo en constante evolución y, por ello, en riesgo de sufrir retrocesos. Es necesario asumir y defender permanentemente, con responsabilidad, la autonomía, porque garantiza la independencia respecto de todos los poderes, sean éstos económicos, políticos o religiosos. Sólo con libertad de pensamiento puede mantenerse una actitud crítica, pero propositiva, ante la sociedad.

Una característica significativa de las universidades públicas es su pluralidad. La coexistencia de diferentes puntos de vista, de distintas perspectivas teóricas, de diversas ideologías, antagónicas incluso, es posible por el ejercicio cotidiano de la tolerancia. La tolerancia es la virtud cívica que permite a nuestras instituciones vivir a plenitud su pluralidad. La búsqueda de la verdad y de la belleza en todas sus expresiones, es uno de los propósitos fundamentales de las universidades y requiere de preparación y creatividad, pero también de la apertura a la opinión del otro, del debate informado, del diálogo y de la posibilidad del disenso.

Por todo ello, la universidad pública es una institución esencial para la vida democrática de los países. Mediante el cumplimiento de sus funciones, desempeña un papel de enorme importancia en la consolidación de los principios y valores colectivos que sustentan la democracia y la civilidad.

Es en las universidades públicas donde interactúan los diversos sistemas de valores que caracterizan a una sociedad auténticamente democrática. Es allí donde las diversas cosmovisiones científicas y culturales, en sentido amplio, pueden reconocerse. Es en ese espacio de pluralidad donde los integrantes de una sociedad nacional pueden estructurar su pertenencia social sin replegarse ni ser excluidos por su identidad étnica, regional, lingüística, cultural, religiosa, por su clase social, y mucho menos por su condición de género.

Las universidades públicas han contribuido de manera fundamental al desarrollo de la vida social y a la búsqueda del bienestar en general de la población; han apoyado de manera significativa la construcción de un Estado de derecho, la promoción y defensa de los derechos humanos y civiles, así como el reforzamiento de la identidad y la cohesión de la nación.

Es conveniente reiterar que entre educación y desarrollo hay una relación directa. Por ello, no sorprende que en muchas de las naciones más desarrolladas del planeta, la educación superior sea mayoritariamente pública, lo que no implica que necesariamente sea gratuita. Este es el caso de Dinamarca (donde 98 por ciento de los estudiantes de educación superior están en instituciones públicas), de Australia (92 por ciento), Finlandia (81 por ciento) o incluso de los Estados Unidos (73 por ciento).12

Las universidades públicas son instituciones que cultivan la gama más extensa de campos disciplinarios y profesionales, que incluye tanto las ciencias y las tecnologías como las humanidades y las artes. Gracias a ellas la región cuenta con una diversidad de programas de posgrado de alta calidad, y en ellas se lleva a efecto la gran mayoría de las actividades de investigación científica, social y en el campo de las humanidades.

La universidad pública es parte esencial del sistema social; ha cumplido y cumple dentro de él una función especial, expresada en sus fines de educar, investigar y extender la cultura; pertenece a la sociedad y está a su servicio. Por ello, y porque se sitúa en la esfera pública de la sociedad, el quehacer universitario es un bien público que adquiere sentido dentro de un proyecto de largo aliento que apunta a la construcción de una sociedad más democrática, más justa y equitativa.

SITUACIÓN ACTUAL DE LA EDUCACIÓN EN GENERAL Y DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR EN AMÉRICA LATINA

La situación educativa actual de la región presenta una serie de avances y logros que no pueden minimizarse, pero junto a ellos se mantienen grandes rezagos y deficiencias.

La población iletrada se redujo de 26 por ciento en 1970 a 8.3 por ciento en 2010 entre los mayores de catorce años; sin embargo, el número absoluto de iletrados es algo inaceptable. En 2010 había 35 millones de latinoamericanos iletrados, concentrados en los países más pobres, en los grupos indígenas y rurales, y en las mujeres (casi dos terceras partes del total).

El promedio de años de estudio en América Latina y el Caribe en 2010 era de 7.8 años. No llegamos siquiera a tener la educación elemental completa. La diferencia entre las cifras extremas, las mejores y las peores, es muy amplia: hay países que tienen más de diez años de escolaridad, en tanto que otros difícilmente rebasan los cuatro años de estudio.

La esperanza de vida escolar promedio en la región, para 2011, era de 13.7 años. Esto implicaría que la mayoría de los niños que inician su ciclo escolar cursarían menos de dos años de estudios superiores. En España el indicador se reporta de 16.4 años y en Portugal, de 16 años.13

En 2010 el porcentaje de estudiantes de educación superior en instituciones públicas era elevado, aunque con grandes diferencias entre los países: oscila entre 100 y 60 por ciento en países como Cuba (100 por ciento), Uruguay (87), Argentina (73), Venezuela (71) y México (68); y alcanza menos de 35 por ciento en países como El Salvador y Paraguay (33), Brasil (27) o Chile (20).

Con respecto al financiamiento, el gasto por estudiante es significativamente menor al de los países desarrollados. Sobresalen Chile y México con un gasto anual, en 2008, de 7 mil 504 y 6 mil 829 dólares al año, respectivamente. En esta materia, cabe destacar también el extraordinario esfuerzo educativo de Brasil, cuyo gasto por estudiante alcanzó los 11 mil 610 dólares anuales también en 2008. En ese mismo año, el gasto promedio por estudiante en los países de la OCDE se ubicó en 13 mil 717 dólares (OECD, 2012).

En cuanto a la ciencia y el desarrollo tecnológico, la situación de Latinoamérica es también muy desigual. La inversión media en investigación y desarrollo, que en 1998 había sido de 0.57 por ciento del PIB regional, aumentó a 0.69 por ciento para 2009-2010. El promedio de Europa en el último año fue de 1.83 por ciento del PIB, casi tres veces la cifra de nuestra región (Albornoz, 2010; OECD, 2012), y la diferencia es aún mayor frente a países como Japón (3.33 por ciento del PIB), y Estados Unidos (2.79 por ciento).

La formación de nuevos investigadores en América Latina es también reducida. En 2007, el número de doctores graduados fue de 13 mil 715, mientras que en el mismo año España graduó 8 mil 518 doctores. En 2010 esta cifra llegó a 15 mil 249, crecimiento poco significativo frente a los 53 mil 639 graduados de los Estados Unidos (Albornoz, 2010; CONACyT, 2010).

Cabe destacar que más de la mitad de los doctores graduados en América Latina correspondieron a Brasil. En tanto la región latinoamericana gradúa anualmente a cinco doctores por cada 100 mil integrantes de la PEA,14 en Corea la cifra es de 41, y en Estados Unidos de 31, es decir, entre seis y ocho veces más alta que en Latinoamérica (CONACyT, 2010).

Con respecto a los resultados de la actividad científica regional, vistos a través de las publicaciones científicas y de las patentes producidas, cabe destacar que, a pesar del importante crecimiento observado en la última década, resulta poco significativo a nivel mundial. En 2012, el número total de publicaciones científicas en América Latina ascendió a poco más de 100 mil, apenas 4 por ciento del total de publicaciones científicas mundiales, en el mismo año (IEP, 2014).

Por otra parte, del total mundial de patentes triádicas registradas en 2009, los países latinoamericanos que las generaron fueron Brasil con 58, México con 13 y Chile con 9. Así, Latinoamérica aportó menos del 0.2 por ciento del total mundial de patentes triádicas, que ascendió a 47 mil 022 en ese año (OECD, 2012).

LOS DESAFÍOS DE LA UNIVERSIDAD. A DÓNDE QUEREMOS IR

A continuación se describen 20 retos y se proponen algunas acciones que a juicio de los autores se deben desarrollar en nuestras instituciones de educación superior en los diez años que siguen. Cada universidad, a la luz de su realidad y de las necesidades nacionales, deberá fijar sus prioridades. Los desafíos se engloban en torno a los valores y principios de las universidades latinoamericanas, sus responsabilidades con la sociedad, el grave problema de la baja cobertura de la educación superior, la investigación científica, el desarrollo tecnológico y la innovación, la gestión y la administración, así como la internacionalización de la educación superior y la necesidad de crear la Carretera Latinoamericana del Conocimiento.15

Valores y principios de las universidades

Defensa y promoción de la autonomía. Las universidades públicas luchan por la defensa del principio de autonomía, que es crucial para los nuevos tiempos, cuando tendrán que interactuar con muy diversos públicos, y rechazar o aceptar demandas sociales emergentes. Este es un desafío permanente que implica realizar tareas constantes para alcanzar la autonomía financiera con base en el cumplimiento que los Estados tienen con el financiamiento de la educación superior. La defensa común que de la autonomía asuman las universidades iberoamericanas será la protección más eficaz ante las amenazas que representan el condicionamiento del financiamiento, la mercantilización, la transnacionalización y los intereses políticos.

Fortalecimiento de la laicidad. La universidad de este siglo debe fundar su acción en los valores de la laicidad, que es condición necesaria para una vida democrática y el desarrollo libre de las personas. Su compromiso con la verdad científica la obliga a una responsabilidad ética por la libertad de conciencia, en la defensa del derecho que tiene cada individuo de formarse su propia visión del mundo, sin imposiciones doctrinarias, alejada de fanatismos y fundamentalismos.

Formación de “ciudadanos del mundo”. La universidad latinoamericana debe continuar asumiendo el desafío que representa la función central del proceso educativo: formar seres humanos libres, responsables, informados, tolerantes y respetuosos de los derechos humanos; comprometidos con el cuidado y mejoramiento del medio ambiente; que lleguen a ser “ciudadanos del mundo” con capacidades interculturales, con conocimientos y destrezas para participar en la búsqueda de soluciones a los graves problemas mundiales y nacionales; críticos y propositivos de las dinámicas económicas y sociales de la globalización; comprometidos con la paz; con sentido de solidaridad y respetuosos de las diferencias étnicas, culturales y religiosas; con conciencia planetaria y capaces de hacer frente a la incertidumbre.16

Responsabilidad social de las universidades17Promoción y puesta en práctica de la responsabilidad social. Para nuestras universidades es forzoso comunicar que su naturaleza y su historia las han dotado de funciones y responsabilidades por ser espacios privilegiados para el debate racional y organizado de los problemas sociales. De ello se deriva su papel de conciencia crítica de la sociedad y la necesidad de examinar permanentemente a la institución para que pueda cambiar y estimular el cambio social con responsabilidad. Mediante sus acciones, las universidades construyen y refuerzan los valores democráticos. Ser una universidad en Latinoamérica implica, no sólo brindar educación de calidad, sino también generar símbolos, contenidos estéticos y cultura, orientados al logro de la identidad y la cohesión social. En este sentido, la universidad es responsable y muestra su compromiso social.

Diseño y elaboración de proyectos para responder a las necesidades nacionales y globales. La responsabilidad y el compromiso social obliga a las universidades a constituirse en agentes de proyectos de desarrollo en el ámbito local. Estos esfuerzos deben estar inscritos en los proyectos nacionales y, en su caso, buscar que estén asociados y contribuyan al conocimiento global. Es crucial que las universidades generen, para sí mismas, la capacidad suficiente para enfrentar un doble reto: atender los problemas y necesidades para el desarrollo nacional, al mismo tiempo que los problemas de orden global que lo afectan.

Protección del medio ambiente. La universidad debe respetar su entorno y promover una formación responsable y respetuosa de nuestro hábitat y de la vida en el planeta.18 La universidad requiere educar con enfoque de sustentabilidad; promover la atención y disminución de los impactos en el medio ambiente provocados por la globalización y el cambio social en cada país, para lo cual es menester tener un diálogo permanente con la sociedad. La universidad entiende que el tratamiento del medio ambiente requiere de conocimiento multidisciplinario y cubrir a todos los sectores sociales, particularmente aquellos donde los problemas ambientales son más agudos. La universidad, asimismo, está comprometida con mantener un ambiente saludable y limpio en su quehacer cotidiano, como muestra para la educación de los estudiantes y como espejo para que se mire la sociedad en ella (Barnett, 2011).

Cobertura

Ampliación de la cobertura. La universidad del presente siglo debe recuperar o fortalecer su función como medio de movilidad social y como recurso para reducir la desigualdad. Hoy sigue siendo un desafío ampliar la cobertura de la educación superior y es esencial garantizar que un importante número de jóvenes no queden excluidos de la posibilidad de alcanzar mejores niveles de vida y de participar productivamente en el desarrollo nacional. La baja cobertura educativa es, en sí misma, un obstáculo para participar en mejores condiciones en la sociedad del conocimiento.

Entre otras acciones para incrementar la cobertura, es necesario ampliar y mejorar la calidad de los sistemas abiertos y a distancia, además de utilizar todas las posibilidades que nos ofrecen las tecnologías de la información y la comunicación.

Expansión de la educación superior. A partir del aumento indispensable de la cobertura, las universidades de la región van a experimentar el reto de una mayor expansión de los sistemas de educación superior y, como consecuencia, el reto de formar académicos bajo la figura de profesor-investigador. Habrán de crearse nuevas instituciones públicas y ampliar algunas de las ya existentes. Asimismo, la expansión supone que los actores y fuerzas interesadas en la educación superior hagan arreglos entre el sector público y el privado para que el crecimiento institucional resulte adecuado, y la enseñanza satisfactoria y pertinente a las necesidades del entorno social.

Pero la expansión, por sí misma, no es suficiente. Se tendrá que propiciar la introducción de avances pedagógicos y la producción de contenidos educativos para el mejoramiento de la enseñanza-aprendizaje. La expansión de la educación terciaria, además, debe basarse en un criterio distributivo que tienda al equilibrio para disminuir las desigualdades espaciales existentes en el territorio de cada país, en materia de oportunidades educativas en el nivel superior.

Investigación

Incremento de las actividades de investigación y de la formación de investigadores. El gran desafío para las universidades latinoamericanas consiste en mantenerse como el sitio donde avanzan la ciencia y la tecnología, además de, en el corto plazo, formar investigadores y realizar investigación de alto nivel. Eso requiere que las universidades cuenten con las condiciones apropiadas para producir conocimiento y académicos que lo produzcan, lo que está asociado al financiamiento, público y privado, y al uso del conocimiento por parte de quien tenga interés en él.

La transmisión del conocimiento es una realidad que rebasa las fronteras nacionales e institucionales, y que estimula la investigación; de ahí que para la universidad implique estar conectada con su producción a escala mundial. En este sentido, la universidad está cambiando hacia un espacio donde circulan flujos de conocimiento provenientes de diversos orígenes, que son aprovechados para elaborar conocimiento propio (Delanty, 2001). La universidad es la única institución social que puede desempeñar este papel de recibir, procesar y producir conocimiento pertinente, al mismo tiempo, para el campo científico y para la sociedad en su conjunto.

Con más y mejor investigación, la universidad se va a volver un actor central en la sociedad, y los universitarios tendrán que enfatizar que también es una institución reproductora de cultura. Creemos firmemente que la universidad que viene será una institución con muchos más lazos que la liguen a la sociedad y, en esa medida, a los universitarios nos corresponderá cuidar que no se vaya a trastocar su identidad.

Generación de conocimiento, capital humano y capacidad tecnológica. Estos son los tres elementos indispensables para que países como los nuestros consigan más altos niveles de bienestar y compitan con otras naciones en el campo internacional. La combinación de estos elementos supone que los resultados de la investigación se orienten a resolver los problemas del entorno social y a impulsar el desarrollo tecnológico local y la innovación.

Revisión de la formación en el posgrado. Las universidades tienen el reto de revisar continuamente la formación en el posgrado, para que el desarrollo y la práctica de este nivel educativo estén efectivamente fundados en la investigación y en criterios que garanticen rigor académico y una producción original. Con excelentes doctorados, las universidades contribuyen a la creación, transformación y distribución del conocimiento.

Desarrollo tecnológico e innovación

Aumento de la relación con el sector productivo. El papel de las universidades para colaborar en la construcción de una economía del conocimiento implica necesariamente que exista un sector productivo que aproveche el conocimiento y que esté dispuesto a establecer alianzas con instituciones académicamente autónomas. Al crearse tales alianzas, el sector privado debe mostrarse con mayor capacidad de iniciativa. Asimismo, debe tenerse en cuenta que el sector productivo contiene una parte pública y otra social que deben ser atendidas por la universidad. En particular, las universidades pueden colaborar para formar personas dedicadas a la administración, vista como tecnología de conducción organizacional, para que los gobiernos logren mayores niveles de eficiencia, que probablemente estarán asociados con la legitimidad que se les reconozca.

En todas las acciones propuestas para el fomento de la vinculación con el sector productivo, es fundamental que la universidad cuente con un estricto marco regulatorio que evite cualquier distorsión académica, en particular los conflictos de interés y el concerniente a la integridad científica y el comportamiento ético que deben ser observados.

Fomento de la vinculación universidad-empresa. La productividad y competitividad de las sociedades contemporáneas, así como el bienestar social y cultural, son cada vez más dependientes de la educación, la ciencia y la innovación tecnológica. El mejoramiento de la calidad de las funciones sustantivas de las universidades debe estar asociado al incremento de la vinculación con los diversos tipos de empresas19 y necesidades de los sectores sociales.

Generar innovación para el desarrollo. La universidad debe irradiar, hacia su interior y hacia el conjunto de la sociedad, una cultura de la innovación y aprecio por el quehacer científico. Esto estimulará la creatividad para la transformación cualitativa de los procesos, productos y servicios necesarios para el desarrollo económico. Especialmente, debe establecer una colaboración estrecha con las pequeñas y medianas empresas, que reúnen el mayor volumen de empleo, con el fin mejorar la calidad de su personal y crear proyectos de innovación sustentados en el conocimiento. Es necesario estimular la solicitud de patentes, la transferencia de conocimientos y los servicios tecnológicos.

Participar en la generación de empresas de base tecnológica. Las propias universidades deben impulsar más decididamente la formación de empresas de base tecnológica como un derivado de la investigación que realizan en los diferentes campos científicos.

Afrontar las tensiones con el mercado. Otro de los retos que tienen las universidades es sortear las tensiones entre el Estado y el mercado.20 Las relaciones entre ambos deberían organizarse bajo el principio de cooperación, aceptando que la rectoría de la política educativa nacional le corresponde al primero. Para salvar las posibles tensiones, los gobiernos deberían tomar la iniciativa de hacer una convocatoria amplia para acordar un programa de colaboración con las instituciones académicas y las empresas. La debilidad de este vínculo es un obstáculo de primer orden para estimular una economía basada en el conocimiento.

Administración eficiente

Revisión del modelo de administración y la estructura de las universidades. Las tareas universitarias implican que las instituciones sean gobernadas por medios eficientes y eficaces, con autoridades legítimas. Quienes conducen las instituciones tienen el desafío mayor de conseguir la estabilidad relativa que requiere la vida académica, y al mismo tiempo, lograr que ocurran cambios permanentes en la organización, como lo exige la lógica de proliferación del conocimiento. En este sentido, las universidades tienen el enorme desafío de construirse y reconstruirse con flexibilidad, para modificar sus estructuras y relaciones internas y externas, de tal suerte que puedan marchar con los tiempos. Asimismo, para este propósito, tienen el reto de ir conformando cuerpos colegiados de pares en distintas áreas del quehacer universitario en los que participen los académicos y las autoridades.

Internacionalización y carretera latinoamericana del conocimiento

Al hablar de las universidades de América Latina y el Caribe, consideramos que los desafíos que les presenta la internacionalización constituyen un aspecto de suma importancia, y por ello le dedicamos el siguiente apartado. En primer lugar expondremos los retos específicos que implica este tema y posteriormente plantearemos algunas propuestas de largo aliento.

La internacionalización de la educación superior es un hecho irreversible que debemos aprovechar para incrementar sustancialmente la diversidad de las ofertas educativas; buscar la convergencia en el entendimiento humano; generar un mayor sentido de responsabilidad colectiva latinoamericana y una mayor solidaridad con la sociedad.

La cooperación internacional es un estímulo para mejorar la calidad y la eficacia de las instituciones de educación superior de la región. Es una posibilidad para reducir las brechas que parecen insalvables entre países, para encontrar soluciones a los problemas globales o regionales que, más allá de la geografía, son de todos.

Los desafíos que tiene la educación superior en el mundo —y en Latinoamérica en particular— son de una magnitud considerable y deben ser atendidos con urgencia para que los países de la región tengan fortaleza para combatir la desigualdad social y alcanzar mejores niveles de vida en democracia.

La cooperación entre instituciones de educación superior es fundamental para la solución de grandes problemas, porque éstas se enriquecen al ampliar sus horizontes y espacios de interacción.21 Conviene considerar algunas cifras como ejemplo de la importancia que ha adquirido hoy en día la internacionalización de la educación superior en el mundo: sólo entre los años 2000 y 2010, la cantidad de estudiantes matriculados en establecimientos universitarios fuera de su país de origen se duplicó, al pasar de 2 millones 100 mil a 4 millones 300 mil (OECD, 2013).

Llama la atención que, en 2010, 53 por ciento de los estudiantes en el extranjero eran de origen asiático, la mayoría de China, India o Corea del Sur. Para ese mismo año, los estudiantes extranjeros en países de América Latina y el Caribe representaron menos del dos por ciento del total mundial. Por su parte, España recibió 56 mil 018 estudiantes extranjeros, de los cuales 30 mil 272 eran de naciones de América Latina y el Caribe. Estados Unidos recibió a 65 mil 476 latinoamericanos (UNESCO, 2012).

Para aprovechar mejor las ventajas de la internacionalización, se proponen las siguientes acciones:

Intensificación de las actividades de internacionalización. Debemos aprovechar la internacionalización de la educación superior para conjuntar esfuerzos, incrementar recursos y ampliar nuestros alcances; sin embargo, la universidad contemporánea debe estar alerta y rechazar cualquier condicionante mercantil y financiera que pretenda afectar los intercambios y las tareas universitarias.

Desarrollo de una comunidad universitaria mundial. Para ello es indispensable hacer alianzas estratégicas, conformar redes académicas, desarrollar programas conjuntos de investigación, impulsar la formación de currículos integrados con contenidos globales, de manera que ello nos conduzca a conformar en el futuro una comunidad universitaria mundial. La cooperación internacional entre las universidades debe contribuir a un mayor entendimiento entre las culturas y respeto a la diversidad y a la solidaridad humanas. Esto representa una oportunidad de encontrar soluciones colectivas a los serios problemas que nos aquejan.

Reforzamiento de la movilidad estudiantil y académica. Es importante enfrentar con creatividad el desafío de la movilidad estudiantil y académica, con el diseño de instancias eficientes de gestión, así como mediante adecuaciones normativas que atiendan todas las dimensiones implicadas en estos intercambios, especialmente el reconocimiento de los periodos de estudio. Desde sus inicios, las universidades han vivido procesos de movilidad de estudiantes y académicos. Con la internacionalización esto se ha profundizado, por ello habrá que reforzar el reconocimiento curricular.

Consideramos posible, deseable e imperativo establecer un Espacio Latinoamericano del Conocimiento. Tenemos antecedentes comprobados y una serie de organizaciones capaces de contribuir a la colaboración horizontal entre las universidades. Universia, la Unión de Universidades de América Latina (UDUAL), el Instituto de Educación Superior de América Latina y el Caribe (IESLAC), la Red de Macrouniversidades de América Latina y el Caribe, y la Red EMPRENDIA, entre muchas más, son ejemplo de esas posibilidades.

Así como el Erasmus en la Unión Europea, América Latina debería tener el programa “Gabriela Mistral” de Movilidad Académica. Una carretera del conocimiento que permita contar con mayor movilidad de estudiantes y de académicos; incrementar las redes de investigación y favorecer el establecimiento de convenios para el desarrollo tecnológico; contar con bases de datos sobre proyectos de investigación y desarrollo de tecnologías, además de ampliar las posibilidades de financiamiento entre países, para acordar el reconocimiento de estudios, los sistemas de evaluación y acreditación, así como ampliar y diversificar la oferta educativa.

Este espacio, igualmente, dará pie para que al español y al portugués se les reconozca, cada vez más, como lenguas para la comunicación científica y académica. En suma, las alianzas institucionales pueden ser un detonador importante para una mayor y más completa integración regional, así como con los países europeos donde se habla el español o el portugués.

COMENTARIOS Y REFLEXIONES FINALES

¿Cuál queremos que sea la universidad latinoamericana del siglo XXI?, es la pregunta que hoy en día está vigente entre especialistas y autoridades. Nosotros nos hemos atrevido a dar algunas ideas sobre las orientaciones que podría seguir el cambio institucional, en las condiciones estructurales en que se ha presentado este periodo histórico, que abarca los últimos lustros del siglo pasado y los primeros tres de este siglo. Durante este tiempo, las universidades de nuestros países, por cierto, han experimentado cambios en las políticas públicas de los gobiernos y en los efectos de la globalización sobre la academia.

Si bien es cierto que las grandes instituciones públicas han mantenido diferencias y tradiciones universitarias propias en cada uno de los países que componen esta región del continente, también han mantenido semejanzas en cuanto a historia y al reconocimiento de que la universidad latinoamericana cumple propósitos académicos y, al mismo tiempo, compromisos con la sociedad y el Estado, que la hacen ser una institución visible e indispensable, y en este sentido específica, en distintas esferas de la sociedad.

En América Latina estamos, todavía, en un momento de cambios y reformas institucionales para darle viabilidad a nuestras sociedades, dentro de las corrientes globalizadoras, que impulsan transformaciones en casi todos los órdenes del espacio social. Sin duda, en este proceso, la universidad juega un papel de primordial relevancia y requiere sortear enormes desafíos, como los que enunciamos en el apartado anterior, para cumplir mejor sus propósitos, responsabilidades, y compromiso social.22

La universidad de estos tiempos, en la región, ya no está dedicada a otorgar títulos, acceso a profesiones liberales para abrir oportunidades de movilidad social y fortalecer a las clases medias, además de satisfacer las expectativas de las élites. Hoy, la docencia se ha multiplicado a cientos de carreras y se han tenido que construir y desarrollar programas de posgrado para responder a las demandas de sociedades más complejas; entre ellas, la de formar personas que posean, apliquen y puedan producir conocimiento.

Los nuevos desafíos de la universidad parten de las políticas de desarrollo que van estableciendo los gobiernos, pero también de los requerimientos de la economía del conocimiento, impulsada desde las universidades de investigación en los países centrales.23 La economía del conocimiento ha sido fundamental para instalar el predominio del mercado, que enfatiza la competencia entre las naciones y entre las universidades.24

De ahí que, el desarrollo y la participación de los países latinoamericanos en el concierto internacional exigen no sólo el crecimiento y fortalecimiento del sector productivo, sino también la creación de sistemas nacionales de innovación que le den vitalidad. Tales sistemas incluyen a la educación superior, como un factor de primera importancia, y particularmente a aquellas universidades públicas que han creado, a lo largo de muchos lustros, áreas de investigación en ciencias y humanidades que son claves para producir y distribuir conocimiento acorde con los fines nacionales, que no son sólo económicos, sino también políticos; esto último dada la necesidad de gestar ciudadanía, mejorar la calidad de la democracia, manejar las nuevas formas de gestión de lo público y enriquecer el patrimonio cultural.

En la discusión actual de la universidad latinoamericana hay un eje de cambio que está orientado por los escenarios tecnológicos a escala mundial. Tales escenarios se circunscriben a la necesidad imperiosa de que las universidades cuenten con un amplio desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación (Rama, 2006)25 para entrenar a los estudiantes en su uso y para educarlos en los avances de las ingenierías que las nutren.

Pero también porque la difusión del conocimiento y la educación superior tienen, hoy en día, en dichas tecnologías la posibilidad de crear plataformas docentes con las que se puede llegar a amplios públicos de estudiantes y de profesionistas que requieren renovar sus conocimientos. La universidad virtual, desde las instituciones universitarias, es una realidad poderosa para educar y satisfacer demandas específicas de la población en materia educativa, con lo cual la sociedad gana competitividad. A través de las tecnologías de la comunicación, las universidades de los países latinoamericanos pueden iniciar la construcción de un espacio común que sirva para transmitir conocimiento a las comunidades docentes, pero también a la comunidad científica. Sin duda, por esta vía, puede agilizarse e incrementarse el diálogo académico.

La educación superior latinoamericana de hoy se está construyendo en un entorno de competencia entre sistemas educativos, cuya capacidad y diversidad responden a situaciones nacionales que ordenan su organización y funcionamiento de acuerdo con políticas de Estado que pueden variar según el régimen de gobierno. Por tal motivo, pensar en el futuro de las universidades latinoamericanas supone entenderlas como parte de sistemas nacionales de educación superior26 y como parte de redes internacionales.

La educación superior, en países como los nuestros, debe focalizarse como uno de los ejes principales en las estrategias de desarrollo económico. Entre otros motivos, porque el crecimiento requiere una fuerza laboral mejor formada y calificada, mayor producción de conocimiento adecuado a las circunstancias de cada sociedad en particular, investigación aplicada y transferencia de tecnología.

Se reconoce, además, que la educación universitaria tendrá cada vez mayor demanda porque es un factor para que las personas tengan una mejor ubicación en el mercado laboral, que en el corto plazo continuará segmentado y con un alto nivel de competencia por los puestos de mejor rendimiento económico en la estructura ocupacional.

Será menester, para tales fines, que en las universidades públicas de la región se defina como prioridad tener una comunidad académica y científica sólida, que soporte el desarrollo institucional universitario, con las mejores condiciones laborales posibles, y cuya libertad de pensar y hacer esté cobijada por la autonomía. Esta última servirá para que la multiplicidad de demandas emergentes a la universidad, y sus intercambios con todos los sectores de la sociedad, resulten benéficos a las partes.

Vivimos, entonces, en una situación donde al Estado le toca formular políticas públicas de educación superior teniendo en cuenta no sólo las necesidades nacionales, sino también la internacionalización de este nivel educativo. Algunas de estas políticas hay que reinventarlas para que las universidades y los sistemas de educación superior vayan adaptándose a los cambios educativos y científicos en el contexto global, que impactan lo nacional y lo local.27

Además, al Estado le toca ubicar tales políticas en la presencia de actores y proveedores, tradicionales y nuevos, de servicios educativos. Las fuerzas del mercado en la educación superior, y sus tensiones con el Estado, son de gran importancia para analizar la dinámica de la educación superior28 —en cada país y en su conjunto— de aquí en adelante.

Por ahora, reconocemos que la globalización, y la mercantilización aparejada a la misma, han traído un ambiente de alta competencia por todo tipo de recursos, uno de los cuales es de carácter intelectual. En este ambiente de competencia dominan las universidades del primer mundo en lo que hoy se llama mercado académico global.

Para participar en este ambiente se necesita estar mejor posicionados para la competencia, contar con economías externas y poner freno a las corrientes hegemónicas, que enfocan a nuestras instituciones universitarias, y a sus respectivos sistemas educativos, con criterios de juicio que no son apropiados para América Latina. Por eso, hemos llamado a crear un espacio académico en la región que nos lleve a la unión en redes y a incrementar el propio conocimiento de nuestras instituciones. Estos dos frentes le darán fuerza a las universidades para que jueguen el papel que de ellas se espera, de aquí en adelante, con respecto al crecimiento económico, y para apoyar la instauración de nuevos modelos de desarrollo que contemplen la redistribución de la riqueza.

Asimismo, se considera prioritario que, desde América Latina, las universidades y los gobiernos formulen y ejecuten políticas de educación superior que favorezcan el que nuestras instituciones puedan operar con interconexiones. La vinculación en redes institucionales contribuirá a que los cambios en la sociedad sean acordes con nuestros avances en el conocimiento, con nuestras culturas, y puedan ser trasmitidos y compartidos a lo largo del continente.

Al mismo tiempo, las universidades conectadas en un espacio común, en redes internacionales en la región, desempeñarán un papel cada vez más protagónico para el desarrollo de las sociedades locales, y para que su proceso de integración a lo global sea más redituable, en términos de oportunidades para participar en el concierto internacional. Las universidades están llamadas a servir como medio para los intercambios educativos, culturales y de investigación entre países, así como en el movimiento de estudiantes y académicos.

Por estas razones, y otras muchas, reiteramos, estamos en un momento oportuno para que Latinoamérica vincule a las universidades, de tal suerte que entren juntas y se apoyen en el juego del conocimiento, de la circulación de sus flujos, y en la movilidad de estudiantes y académicos.

Finalmente, consideramos que los países latinoamericanos se encuentran hoy en la posibilidad de intensificar la colaboración en un plano horizontal. Contamos con la tecnología y el capital humano necesarios y con la determinación de las instituciones. Debemos garantizar el financiamiento y la adecuada organización y gestión institucionales.

Una de las tareas del espacio académico común, además de las mencionadas, será iniciar proyectos de investigación comparativos en temas relevantes al desarrollo, además de formar nuevos investigadores dedicados especialmente al estudio de la educación superior.

En suma, los autores de este trabajo consideramos que hay antecedentes, marcos analíticos, y necesidades sociales, económicas y políticas, que hoy ponen en la mira a la universidad pública, para que tenga una participación sustantiva en la solución de los grandes problemas nacionales que enfrenta cada uno de los países de la región, entre otros, lograr una mejor ubicación en el escenario global.

Para construir y dar forma a la institución, de modo que sus tareas tengan el impacto esperado, es imperativo recurrir a la investigación sobre la universidad y el sistema de educación superior en América Latina. Es necesario, asimismo, el esfuerzo conjunto en proyectos para hacer balances y propuestas bien fundamentadas; reconocer diferencias y semejanzas para vincularnos, apoyarnos e ir hacia adelante.

La imaginación, las ideas de quienes han investigado a la universidad, o han tenido la responsabilidad de conducirla, y el conocimiento, producido por los investigadores especializados en los temas y problemas de la universidad en América Latina, contribuirán a hacer planteamientos, exploraciones y lineamientos de política educativa para que sigamos los mejores caminos que puedan transitarse hacia la creación de las universidades que los universitarios queremos para el siglo XXI.

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Dos textos que analizan las condiciones y consecuencias de la globalización son los de Castells, 1996; y Stiglitz, 2002.

La falta de articulación entre el mercado laboral y la educación superior representa uno de los problemas más agudos a ser resueltos en el futuro, para que los jóvenes encuentren oportunidades ocupacionales donde puedan realizar sus conocimientos. Hay una literatura vasta sobre el tema. El caso mexicano es ilustrativo de lo que representa este fenómeno en el conjunto de países en la región, en cada uno de los cuales tiene matices propios. Véanse: Suárez, 2005; y Márquez, 2011. Una discusión más amplia acerca de la transformación del trabajo y las contracciones del mercado laboral se encuentra en Muñoz, 2013.

Estos autores muestran cómo las naciones que tienen universidades de investigación sólidas, han adquirido más posibilidades para desarrollarse y competir en el mercado internacional de las ideas y la innovación en comparación con los países donde las universidades son instituciones situadas al margen de la dinámica social.

Un texto obligatorio al respecto es el de Cardoso, 2007.

Es muy importante consultar el trabajo de Tunnerman y De Souza, 2003. En este estudio, los autores analizan, entre otras cuestiones, la “Declaración Mundial sobre la Educación Superior para el Siglo XXI” (UNESCO, 1998) y su impacto en América Latina. Incluye, asimismo, una discusión sobre la dimensión ética de la universidad y de la investigación, toda vez que dicha dimensión se relaciona con la utilización del conocimiento.

Banco Mundial, “Indicadores del desarrollo mundial”, en: http://databank.bancomundial.org/data/views/variableSelection/selectvariables.aspx?source=indicadores-del-desarrollo-mundial (consulta: mayo de 2014).

Véase: Ethnologue.com, en: http://www.ethnologue.com/statistics/size (consulta: 6 de mayo de 2014).

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Estimaciones propias a partir de datos de la CEPAL (CEPALSTATS) sobre población económicamente activa (PEA), en: http://estadisticas.cepal.org/cepalstat/WEB_CEPALSTAT/estadisticasIndicadores.asp?idioma=e (consulta: mayo de 2014).

Lo que aquí se presenta ha tenido en cuenta, como antecedentes, las propuestas hechas en la Conferencia Regional de la Educación Superior en América Latina y el Caribe, celebrada en Colombia en 2008 (CRES, 2009), así como: UNAM, 2012; Muñoz, 2010; y De Sousa Santos, 2005.

El término de “ciudadano global” ha sido discutido en diferentes foros académicos y políticos. Se reconoce que es un concepto difícil de precisar. Supone que hay responsabilidades y derechos y que la educación es fundamental para volverse ciudadano global. El ciudadano global se identifica como parte de una comunidad internacional, cuyas acciones contribuyen a construir los valores y las prácticas de dicha comunidad. En este sentido, la universidad pública, en América Latina, por su historia y para el futuro, ha contribuido a que los ciudadanos de la región gocen, con responsabilidad, de las prerrogativas y obligaciones que pueda abarcar el concepto. Véase, entre otros, Rhoades y Szelenyl, 2011.

El concepto de responsabilidad social se utiliza para calificar a las universidades. Su origen tiene varias fuentes; una de ellas, referida strictu sensu a la universidad, proviene del sociólogo José Medina Echavarría (1999). Medina sostiene que la universidad es responsable de acudir al mismo tiempo a lo que le demanda la estructura social y el saber científico sin abandonar el ideal formativo del hombre en cuanto tal. Siguiendo a este autor, la universidad tiene, además, la responsabilidad de hacer el examen intelectual de sus propias circunstancias vitales para tener una mejor integración en el contexto social que la rodea. Para que cada universidad haga el examen, acorde a sus fines, el ejercicio de la autonomía es imperativo.

Sobre este punto, la ONU ha realizado un trabajo determinante para seguir la dinámica del medio ambiente a nivel mundial, y para protegerlo. Véase, por ejemplo, PNUMA, 2014. Las universidades pueden colaborar de manera decidida para educar en la materia, y proponer medidas para que los campus sean sustentables. Al respecto, la UNAM cuenta, desde hace años, con el Programa Universitario de Medio Ambiente (PUMA).

No pasamos por alto que la estructura productiva en muchos de nuestros países está segmentada y que tal división ha causado que las pequeñas y medianas empresas sean las que atiendan a un mayor volumen del empleo. Tampoco dejamos de tener en cuenta que una buena parte de la ocupación se da en el sector informal. Estamos convencidos de que las franjas mayoritarias de la economía son objeto de atención de la universidad. Asimismo, que al ampliar sus bases sociales, la universidad gana reconocimiento y prestigio, y fortalece, en el más amplio sentido, su carácter público.

El texto de Brian Pusser (2014), hace una buena revisión del problema y lo coloca en perspectiva para que se logre un mayor equilibrio de fuerzas, lo cual es conveniente para la universidad.

La globalización ha potenciado y eliminado la delimitación territorial del conocimiento. En este contexto de cambio, la sociedad se ha ido construyendo como la sociedad red (Castells, 1996). Las propias universidades están tejiendo sus redes, armando conjuntos para el intercambio y el aprovechamiento de más recursos para cada uno de los miembros de la red. Las universidades se integran en redes a nivel internacional, porque se ha demostrado que las redes son más dinámicas que las instituciones aisladas; son espacios abiertos donde la innovación es un proceso colectivo. Por ello, es necesario sugerir el establecimiento de una agrupación académica apropiada para las universidades latinoamericanas.

Hablamos de la universidad pública y no del sistema de educación superior, porque la primera es concebida como una institución social que lleva siglos de establecida en nuestros países. Las opciones y posibilidades de cambio que hemos señalado están, sobre todo, pensadas para esta institución. También, porque esta universidad ha venido incrementando y diversificando sus funciones, pero sobre todo, porque en las universidades públicas se hace la mayor parte de la investigación científica, y como hemos señalado, el intelecto y el conocimiento se han vuelto los dos factores primordiales en el logro del desarrollo y el crecimiento económico. Por último, la universidad pública —y las universidades, en su relación con el Estado, el mercado y la sociedad civil— ha merecido una enorme cantidad de reflexiones, volcadas en otras tantas publicaciones. Tenemos, entonces, una larga tradición de pensamiento sobre la universidad latinoamericana que sería indispensable recoger y debatir en foros académicos latinoamericanos, para que los investigadores del tema contribuyan a subrayar los límites y las posibilidades de cambio a futuro.

Slaughter y Rhoades (2009) examinan los vínculos estrechos que han desarrollado las universidades norteamericanas con la economía basada en el conocimiento. Se trata de uno de los aportes más sustantivos sobre este punto. Véase también Marginson, 2010a.

La hegemonía del mercado, y de la competencia, estimulada por la globalización, ha planteado innumerables desafíos a las universidades públicas de nuestros países. Véase: Ordorika, 2009; Marginson y Ordorika, 2010.

En este libro, Rama sostiene que las políticas públicas que estimulan la incorporación de las tecnologías de la información y la comunicación en las universidades, más los efectos de las empresas transnacionales que ofrecen servicios por estas vías, son, entre otros factores, parte de lo que él llama la “tercera reforma”.

Llamamos la atención del lector para recordarle la relevancia de los textos de Burton Clark sobre los sistemas de educación superior. Entre otros, debe consultarse: Clark, 1986.

Una discusión sobre la universidad pública y sus retos se encuentra en Muñoz y Suárez, 2012. En este texto se analizan algunos rasgos de las estructuras que obstaculizan el devenir de la educación superior en México.

La diversidad institucional, y las múltiples tensiones que se dan en el sistema de educación superior en América Latina, a raíz de las tendencias privatizadoras, son tratadas en Rodríguez, 2003.

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