Se interpretan a la luz de los pensamientos analítico-científicos y analógico-míticos 32 cerámicas prehispánicas, de las cuales 26 son colomboecuatorianas (22 Tumaco-La Tolita, 2 Piartal y 2 Capulí), 2 ecuatorianas (Guangala y Jama-Coaque) y 4 colombianas (Sinú, Momil, Malagana y Ylama), además de 4 objetos de piedra, 2 de jadeíta y 2 de mármol de las culturas Capulí y/o Piartal, uno metálico y 2 huesos (Capulí y/o Piartal y Tayrona), todos de la colección del autor, de interés para la arqueomedicina y la paleopatología. Sobre esa mirada compleja se hacen diagnósticos médicos, interpretaciones simbólicas y se delinean algunos aspectos del pensamiento indígena elaborados sobre la observación del dimorfismo sexual, como la relación izquierdo-femenina, derecho-masculina, blanco-hombre, ocre-mujer y otras. El autor se apoyó para las interpretaciones simbólicas en sus trabajos previos y en las opiniones de un mamo arhuaco de la Sierra Nevada de Santa Marta y una chamán siona de la cuenca amazónica ecuatoriana.
Analytical-scientific thought and analogical-mythical thought were used to examine 32 pre-Hispanic ceramics, of which 26 were Colombo-Ecuadorian (22 created by the Tumaco-La Tolita culture, 2 by the Piartal, and 2 by the Capulí culture), as well as 2 Ecuadorian (by the Guangala and Jama-Coaque cultures), and 4 Colombian (by the Sinú, Momil, Malagana and Ylama cultures). Four stone objects were also examined, 2 made in jadeite and 2 in marble by the Capulí and/or Piartal cultures, along with one metallic and 2 bone objects (by the Capulí and/or Piartal and Tayrona cultures). They were all from the collection of the author, and of interest for archaeological medicine and palaeopathology. Medical diagnoses and symbolic interpretations were made, based on this complex approach, and some aspects of indigenous thought were outlined by observing sexual dimorphism, with the left side representing the feminine and the right side the masculine, white related to men, ochre to women, and other meanings. The author supports his symbolic interpretations based on his previous works, and on the perceptions of a Sierra Nevada of Santa Marta Arhuaco spiritual leader, and of a female shaman from the Amazon basin of Ecuador.
Aunque la paleopatología analiza una de sus fuentes, el arte, con los mismos criterios modernos de tipo descriptivo con los que estudia cualquier resto humano, sin duda es insuficiente para justipreciar en todo su valor las piezas de arte con representaciones paleopatológicas. El artista de cualquier época, al elaborar una pieza siempre lo hace como parte constitutiva de determinada sociedad y no como miembro de una abstracta sin referentes culturales.
La mirada analítica que hoy se emplea en el estudio de las piezas de arte, si bien es un método descriptivo valioso, parte del falso presupuesto de que la intencionalidad en su elaboración fue similar a las del presente: mostrar la alteración del cuerpo en su totalidad o en parte. Hoy es claro que cualquier obra artística siempre se da dentro de un contexto material, tecnológico, ideológico y de tipo de pensamiento dominante.
La obra artística de interés para la paleopatología siempre deja entrever su contexto material e ideológico. De ahí que es recomendable que cualquier elemento artístico deba estudiarse tratando de imaginar el contexto ideológico de su producción. Y es aquí donde vale la pena recordar que el sistema de ideas de cada sociedad está influido por su conjunto ideológico y su modo de producción.
Los sistemas de pensamiento y las sociedadesSegún Edgar Morin, el pensamiento humano tiene 2 formas principales de expresarse: el analógico-mítico y el analítico-científico, y cada una tiene sistemas de aproximarse al mundo circundante. La mente humana se revela en el ejercicio de un pensamiento racional, digital, analítico (logos) y en el ejercicio de un pensamiento mítico, analógico (mythos). El analógico mítico religa, asocia, conecta, acopla, une lo que está separado; el analítico científico es digital, divide, discierne, localiza, mide, separa lo que está unido.
Aunque la mente/cerebro combina de forma permanente los procesos digitales y los analógicos, es claro que existe un predominio de cada uno según el modo de producción. Así, el pensamiento analógico-mítico predomina o predominó en los modos de producción de cazadores-recolectores, agricultores y pastores, mientras el analítico-lógico es propio de las sociedades capitalistas, industriales, posindustriales y modernas.
Según Karen Armstrong, si se considera el pensamiento mítico en una línea del tiempo, puede visualizarse así: el paleolítico con la mitología de los cazadores (30000-8000 a. C.); el neolítico con la mitología de los agricultores (8000-4000 a. C.); las primeras civilizaciones urbanas (4000-800 a. C.); la era axial (800-200 a. C.); el periodo posaxial (200 a. C.-1500 d. C.) y la gran transformación occidental (1500-2006).
En la era axial (800-200 a. C.) surgieron nuevos sistemas religiosos y filosóficos: el confusionismo y el taoísmo en China, el budismo y el hinduismo en India, el monoteísmo en Oriente Medio y el racionalismo griego en Europa. Estas tradiciones axiales estaban asociadas con hombres, como los grandes profetas hebreos de los siglos viii, vii y vi a. C.; con los sabios de los Upanishads y con Buda (563-483) en India; con Confucio (551-479) y con el autor del Tao te king en China, así como con los autores de tragedias del siglo v a. C. y los filósofos Sócrates (469-399), Platón (427-347) y Aristóteles (384-322) en Grecia.
El pensamiento en Occidente está muy vinculado con el nacimiento de la filosofía en la Grecia de los siglos vi a iv a. C. y el nacimiento de la escuela filosófica del empirismo en el siglo xvii con John Locke (1632-1704), que en medio del desarrollo del capitalismo, favoreció y permitió el despliegue de la ciencia y la tecnología, así como el predominio del pensamiento analítico sobre el holístico: la gran transformación occidental (1500-2014).
Parece que un factor que influyó en el surgimiento de esa especial filosofía que apareció en la Grecia de los siglos vi-iv a. C. fue el sistema de escritura con el alfabeto semítico adoptado en los 1000 a 900 a. C., al que los griegos le agregaron 2 signos y algunos caracteres que representaban las vocales, y que en un principio, tal como sucedía con la escritura cananita-semítica, se escribía de derecha a izquierda. Luego, entre los siglos viii y vi a. C. evolucionó hacia una extraña forma de escritura continua, que empezaba de derecha a izquierda y al llegar al final de la línea giraba y volvía de izquierda a derecha, pero que, en el siglo v, acabaría imponiéndose de izquierda a derecha, estimulando de esta manera el pensamiento analítico, con sede principal en el hemisferio cerebral izquierdo, como afirma en su libro Jonathan Sacks.
El arte prehispánico de interés para la arqueomedicina y la paleopatologíaFue producto de algunas sociedades indígenas de las áreas arqueológicas de Mesoamérica (México, Guatemala, Salvador y parte occidental de Honduras), Intermedia (zona oriental de Honduras, Nicaragua, oriente de Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador y parte occidental de Venezuela) y Andes Centrales (Perú y Bolivia). Pertenecieron a los periodos de la mitología de los agricultores y al de las primeras civilizaciones urbanas.
El arte de interés para la paleopatología fue elaborado con las ideas y los valores que sobre el cuerpo y sus alteraciones propias tuvieron esas sociedades agrícolas y pastoriles, como en los Andes Centrales. Lo que hoy consideramos de forma escueta enfermedad o dolencia, con sus limitaciones y sufrimiento, para muchos de esos pueblos fueron características diferenciadoras de poco o gran valor, malo o bueno. Hoy, la antropología cultural y la médica señalan con claridad que los conceptos de cuerpo, salud y enfermedad no son solo físicos y objetivos, sino también constructos culturales y relativos.
Objetivos, materiales, métodosEl autor de estas líneas presenta a consideración varias piezas arqueológicas de interés para la paleopatología, de su colección particular, que ha publicado en diferentes medios y analizado desde el contexto indígena y el pensamiento analógico-mítico con el chamán o mamo Ika o arhuaco de la Sierra Nevada de Santa Marta, en la costa Caribe colombiana, Arwa Viku (Crispín Izquierdo) y la chamán del pueblo siona de la región amazónica de Ecuador, Neida Andi Arimuya (figs. 1 y 2).
Se interpretan 32 cerámicas, de las cuales 22 son Tumaco-La Tolita, 2 Piartal, 2 Capulí, una Guangala, una Jama-Coaque, una Sinú, una Momil, una Malagana y una Ylama; así como 4 objetos de piedra; 2 de jadeíta y 2 de mármol de las culturas Capulí y/o Piartal, uno de metal, pirita, de las mismas culturas Capulí y/o Piartal y 2 de hueso, uno Capulí y/o Piartal y otro Tayrona, que además de representar diferentes temas de interés para la arqueomedicina y la paleopatología, tienen algunas características importantes a considerar.
Resultados y discusiónEl plato de la cultura Piartal del sur de Colombia y norte de Ecuador (400-1100 d. C.) muestra a un hombre tomado por un ave grande con el pico en la parte superior de la espalda y las patas en la cadera (fig. 3). Nótese que el hombre, el ave y las 2 líneas superiores bajo la escena son de color blanco o crema, mientras que las 3 líneas y las 14 verticales que forman un arco son rojas, ocre o color tierra. El blanco o crema del personaje en pleno vuelo chamánico ubicado en la parte superior del plato con fondo negro señala su relación con las nubes y el esperma masculino, mientras que el color ocre o tierra de la parte inferior lo relaciona con la sangre de la tan femenina madre tierra. El hombre está arriba, la madre tierra, la hembra, está abajo. El vuelo chamánico entre las comunidades del sur de Colombia y el norte de Ecuador está asociado con el consumo de yajé o ayahuasca (Banisteriopsis caapi).
La figura 4, perteneciente a la cultura Tumaco-La Tolita de la costa Pacífica colombo-ecuatoriana (400 a. C.-400 d. C.), muestra a una mujer con el cabello recogido, frente prominente en un cráneo con deformación frontooccipital y un collar del que pende un objeto ovalado. Se toma los 2 senos con sus manos queriendo señalar ya sea su condición de sostenedora de la vida de los hijos o el pesar de quedar con los senos cargados de leche tras la pérdida de un hijo lactante.
La figura 5, también perteneciente a la cultura Tumaco-La Tolita, corresponde al tronco, las caderas y los muslos de una mujer con una faldilla que muestra una gran masa abdominal, probablemente. A pesar de la altura, debe corresponder a un embarazo. Mantiene el famoso coeficiente de 0,7-0,75 tras dividir el perímetro de la cintura por el de la cadera. Es posible que ya desde esos tiempos asociaran la forma del abdomen de la gestante con el sexo del feto, al igual que se dice en el refrán popular: si la embarazada tiene el abdomen curvo y aplanado tendrá una niña, si es puntudo, será niño.
Obsérvese la vasija con doble vertedera en la que una mujer lacta con su seno izquierdo a su pequeño hijo, de la cultura Ylama del suroccidente colombiano, 700 a. C.-0 (fig. 6). La figura 7, perteneciente a la cultura Tumaco-La Tolita, muestra también a una mujer que lacta a su hijo con el seno izquierdo. Sobre la base de que el 90% de las personas tienen su lado derecho como el dominante, por lo mismo como el más fuerte, y que se sabe que los hombres tienen más fortaleza que las mujeres, muchas sociedades de diferentes lugares del mundo han asociado el lado derecho con lo masculino y el izquierdo con lo femenino. Lactar con el seno izquierdo significaría darle al niño la parte más femenina. Se sabe que, en general, el arte universal muestra en un 85% a la mujer lactando con el seno izquierdo.
El lado derecho es masculino en muchas sociedades, como fue para la Grecia Clásica. La leyenda griega de las amazonas consignada en Sobre los aires, aguas y lugares de los Tratados hipocráticos cuenta que «Por otra parte, en Europa habita el pueblo de los escitas[…]. Sus mujeres montan a caballo, disparan con el arco, arrojan dardos desde los caballos y luchan contra los enemigos, mientras son vírgenes […]. Carecen del seno derecho, pues, cuando son niñas, aún de corta edad, sus madres les aplican al seno derecho un aparato de bronce, construido con tal finalidad, tras haberlo puesto al rojo; el pecho se quema, de suerte que se anula su desarrollo y transmite todo su vigor y plenitud al hombro y brazo derechos». En los Aforismos de los Tratados hipocráticos se consigna que: «Si a una mujer embarazada, que tiene en su vientre gemelos, le adelgaza un pecho, aquélla pierde uno de los 2 fetos. Si se le seca el pecho derecho, el varón; si se le seca el izquierdo, la hembra»; «El embrión masculino está en la parte derecha, el femenino más bien en la izquierda» y «Si una mujer lleva en su vientre un varón, tiene buen color; si lleva una hembra, mal color».
Hoy los hombres llevan los botones de sus camisas y sacos en el lado derecho, y los ojales, por supuesto, en el izquierdo, mientras las mujeres llevan los botones de sus blusas y sacos en el lado izquierdo y los ojales a la derecha. Más del 70% de los hombres duermen a la derecha de sus mujeres.
La figura 8 corresponde a 4 personajes de cerámica de la cultura Tumaco-La Tolita, que el autor adquirió de forma separada a lo largo de los años; constituyen un conjunto especial que revela un mensaje común. Tal mensaje el autor lo comprendió tras leer la descripción que hizo en su obra La crónica del Perú. El soldado cronista Pedro Cieza de León anotó sobre una epidemia que, proveniente del Perú, azotó a los indígenas del suroccidente del actual territorio colombiano: «La enfermedad era que daba un dolor de cabeza y accidente de calentura muy recio, y luego se pasaba el dolor de la cabeza al oído izquierdo y gravaba tanto el mal, que no duraban los enfermos sino dos o tres días. Venida pues la pestilencia a esta provincia está un río casi media legua de Cartago, que se llama de Consota [...] donde a pocos días la pestilencia y mal de oído dio de tal manera que la mayor parte de la gente de la provincia faltó». Como es improbable que el dolor fuera del mismo lado en una multitud de personas, es claro que llevarse la mano izquierda a la oreja izquierda es un gesto cultural. En las 3 primeras cerámicas de la cultura Tumaco-La Tolita, los personajes se llevan la mano izquierda a la oreja izquierda. La primera solo muestra el gesto, la segunda revela además una masa abdominal, y en la tercera, además del gesto, el personaje se ve montado sobre un animal del inframundo, el caimán, que lleva la jeta abierta indicando con esto que todavía no se ha sumergido en el agua. En la cuarta cerámica se ve al personaje sin el gesto y con las cuencas de los ojos vacíos, señalando así que está muerto, haciendo un continuo con el caimán, cuya jeta cerrada indica que está completamente sumergido. El conjunto de estas 4 cerámicas señala con claridad la secuencia dolor, dolor con una masa abdominal, la proximidad del estado doloroso con el inframundo y la muerte en su viaje al inframundo, y la asignación hasta el 90% al lado izquierdo, el menos dominante, la secuencia de dolor, enfermedad, proximidad al fallecimiento y muerte.
La asociación de la aproximación de la muerte con ciertas partes del cuerpo también se ve en culturas no americanas, como es el caso de la egipcia, como consta en el papiro de Edwin Smith, que creía que el hálito de la muerte entraba al cuerpo por el oído izquierdo. Es decir, que dicho lado, el más débil, el femenino, está asociado con la proclividad a la muerte, y el derecho, el más fuerte, con la tendencia a vivir, a la salud.
En la figura 9 los 3 personajes en A, B y C, pertenecientes a la cultura Tumaco-La Tolita, tienen en común la pérdida del ojo derecho, como tratando de decir que era el más importante, el masculino. En la primera (A) señala con su mano derecha la ausencia del ojo derecho; en la segunda (B) se aprecia un hundimiento longitudinal de la región frontal derecha, como si hubiera recibido un golpe con un madero, con compromiso del techo de la órbita y la destrucción del ojo. Este segundo personaje con seguridad sufrió del síndrome del lóbulo frontal. La tercera (C) muestra a un personaje sin el ojo derecho y sus anexos, como si fuera el producto de un castigo, similares a los que se ven en la obra Nueva crónica y buen gobierno de Felipe Guaman Poma de Ayala. La cerámica (D) de la cultura Malagana, que floreció entre los años 300 a. C. y 300 d. C., muestra el ojo izquierdo abierto, mientras el derecho lo tapan los párpados.
La figura 10 muestra 2 cerámicas que tienen en común la amputación, posiblemente derivada de los severos castigos que se imponían en el interior de las sociedades prehispánicas. La primera (A), del altiplano nariñense colombiano, perteneciente a la cultura Capulí, 500-1500 d. C., revela la amputación del antebrazo derecho de un hombre sentado en un butaco que mastica o mambea hayu. La segunda (B), de la cultura Sinú de la costa Caribe colombiana, 200 a. C.-1500 d. C., corresponde a un hombre sin manos. Con seguridad no se trata de la ausencia congénita del antebrazo y las manos porque se sabe que ese tipo de defectos de nacimiento motivaba y motiva el infanticidio temprano de las criaturas de las culturas indígenas.
La primera figura 11 (A), perteneciente a la cultura Tumaco-La Tolita, muestra a una mujer sin cabeza por fractura de la cerámica, sentada de medio lado en los muslos de otra mientras esta coloca su mano derecha sobre la zona genital de la primera. La segunda cerámica (B), perteneciente al altiplano nariñense, probablemente Capulí, es un objeto de forma fálica de alrededor de 16cm de largo, más grueso en el extremo distal, con un color rojo y un fino engobe, que tiene en su extremo proximal la representación de la cabeza de un hombre que tiene los lóbulos de la orejas con grandes perforaciones y un peinado tipo cresta horizontal teñido de azul, y que muestra en la región del cuello un orificio tal vez necesario para el proceso de cocción de la arcilla.
Estas 2 cerámicas se presentan juntas a pesar de ser de diferentes culturas porque hacen referencia directa a ciertos ritos de paso que afectaban hasta recientes años a las jóvenes de varias sociedades indígenas. El mamo Arwa Viku, de la comunidad arhuaca de la Sierra Nevada de Santa Marta, al ver la pieza me informó que entre su sociedad fue frecuente el desvirgue de la mujer por acción digital o con objetos de forma fálica, por cuenta de mujeres mayores o por relaciones sexuales con hombres mayores a quienes la sangre de la joven ya no les hacía daño. El desvirgue de los jóvenes muchachos corría por cuenta de mujeres menopáusicas que, tras atestiguar ante la comunidad ese rito de paso masculino, le hacían entrega al joven del poporo para llevar la cal que mezclaba con el hayu dentro de su boca. Los indígenas de las 4 comunidades de la Sierra Nevada de Santa Marta, koguis, arhuacos, wiwas y kankuamos, portan el poporo de calabazo, expresión de la vagina y el útero, con su mano izquierda, y el palito, expresión del pene, que introducen en el poporo para extraer la cal, con la mano derecha (fig. 12). De nuevo se resalta la asociación de lo femenino con lo izquierdo y lo masculino con lo derecho.
La figura 13, de Tumaco-La Tolita, refleja ritos de paso en esa cultura. La primera (A), un medallón con 2 orificios para pasar los hilos o cuerdas que lo hacían pender del cuello, muestra a una mujer fijada a un lecho con una faja que le pasa por sus brazos. Este motivo fue bien estudiado por el investigador Gutierre Tibón en su obra Los ritos mágicos y trágicos de la pubertad femenina. La segunda (B), un protector peneano, muestra un pene circuncidado y con una meatotomía. La primera revela la posición que debía adoptar la joven púber para el rito de paso que implicaba la pelazón o arrancada del cabello durante su primera menstruación y que era seguida por su aislamiento durante varios meses, tras los cuales la cabellera o guedeja crecía lo suficiente y era señal de que ya, al igual que las plantas con raíces grandes, podía dar frutos. En ese período la joven recibía por parte de su madre o abuela enseñanzas para su vida sexual y general. Sé por boca de una médica facultativa venezolana de la etnia wayuu de la guajira colombovenezolana que una de esas instrucciones consistía en las técnicas para mover a voluntad los músculos del piso pélvico, los pubococcígeos. En Colombia es de común conocimiento entre los vecinos de las comunidades indígenas que las mujeres poco mueven sus caderas durante la cópula.
La práctica del amarre de la joven y el posterior arrancamiento del cabello está demostrada en México antiguo, entre los navajos de Norteamérica, los cuna de las islas de San Blas en el Caribe panameño, los ticuna de la Amazonia y otros pueblos de esa gigantesca cuenca. El autor de estas líneas vio entre los indígenas u’wa de la cordillera oriental colombiana una práctica de cobertura de los cabellos de las jóvenes mujeres con un tocado tipo cono, elaborado con hojas grandes (fig. 14), que se usa entre las 6 de la mañana y las 6 de la tarde, durante 2 años, y que ellos llaman cócora. Durante ese tiempo las jóvenes u’wa reciben instrucciones similares a las previamente anotadas.
La segunda cerámica (B) señala la práctica de autosacrificio, realizada en momentos muy especiales por los chamanes. La descripción del padre Diego de Luanda entre los indígenas de Yucatán muestra la práctica de sangrarse los hombres como una forma de impedir la afeminación que conlleva la acumulación de sangre. El padre Diego de Luanda escribió: «[…] se harpaban lo superfluo del miembro vergonzoso dejándolo como las orejas […]». «Otras veces hacían un sucio y penoso sacrificio, juntándose en el templo los que lo hacían y puestos en regla se hacían sendos agujeros en los miembros viriles, al soslayo, por el lado, y hechos pasaban toda la mayor cantidad de hilo que podían, quedando así todos asidos y ensartados».
La figura 15 A, perteneciente a la cultura ecuatoriana Guangala (400 a. C.-700 d. C.), muestra a un par de hombres en una relación sexual en donde uno de ellos le practica al otro el annilingus y ambos tienen sus penes erectos. Esta cerámica recuerda que el homosexualismo masculino fue una práctica tolerada e incluso vinculada al mundo sagrado de las guacas, por ser estos personajes, en muchas sociedades, los que se dedicaban a cuidar de esos lugares. Se sabe que los laches de la Sierra Nevada del Cocuy criaron como niñas a partir del año de edad a los niños después de un quinto parto en que no naciera niña. Una verdadera crianza invertida que describió así el cronista Lucas Fernández de Piedrahita en su obra Noticia historial de las conquistas del Nuevo Reino de Granada: «Entre los Laches [...] tenían por ley que si la mujer paría 5 varones continuados sin parir hembra, a uno de los hijos a las doce lunas de edad; eso es, en cuanto a criarlo e imponerlo en costumbres de mujer; y como lo criaban de aquella manera salían tan perfectas hembras en el talle y ademanes del cuerpo, que cualquiera que los viese, no los diferencian de las otras mujeres, y a éstos llaman Cusmos, y ejercitaban los oficios de mujeres con robusticidad de hombre; por lo cual en llegado a la edad los casaban como a mujeres, y preferiánles los Laches a las verdaderas, de que seguía de que la abominación de la sodomía fuere permitida en esta nación del Reino [...]. Tal era el melindre con el que se ponían la manta y los que demostraban en los visajes al tiempo de hablar con otros hombres». La segunda cerámica (B), Tumaco-La Tolita, muestra a un personaje adulto con senos y genitales femeninos, probablemente en la terminología médica moderna un caso de síndrome de Klinefelter. Con seguridad no fue hermafroditismo congénito porque hubiera sido sometido a infanticidio. Dentro del pensamiento analógico y simbólico debió considerarse un andrógino, reverenciado por ser depositario en un solo cuerpo de las características femenina y masculina.
Las imágenes de la figura 16 tienen en común, a pesar de ser la primera (A) la cabeza de un personaje de Tumaco-La Tolita y la segunda (B) el cuerpo entero de una mujer de la cultura Momil (200 a. C.-200 d. C.) del litoral Caribe colombiano, los elementos propios de poder, como es, en la primera, un tocado tipo cara de pájaro sobre un rostro con una importante asimetría dada por el aplanamiento de la región malar izquierda, probablemente por un síndrome de Parry-Romberg, como dándole una distinción particular, y la segunda, una mujer con una gran giba, señal de acumulación de conocimientos y sentada en un butaco, expresión de poder en el mundo indígena. La giba podría corresponder a un mal de Pott.
Las imágenes de la figura 17, pertenecientes a la cultura Tumaco-La Tolita, presentan en común una deformación cultural del cráneo de forma cónica, que comienza a moldearse desde el nacimiento. Es menos frecuente que otras deformaciones craneanas practicadas. Con seguridad esta forma cónica buscaba parecerse a las pirámides, lugares de culto, y que sus elegidos portadores con linaje chamánico pudieran tener una mejor comunicación telúrica cósmica. En B se ven características de un cuadro dismorfológico tipo síndrome de Crouzon: orejas antevertidas, puente nasal alto, ojos prominentes, filtro nasal largo y mentón robusto.
Las imágenes de la figura 18, de la cultura Tumaco-La Tolita, muestran casos de enanismo. En A, con acortamiento de los miembros superiores y macrocefalia con una corona de 5 puntas, señal de su poder; en B, con acortamiento de los miembros superiores sin macrocefalia, pero con 9 pequeñas placas de oro adheridas a la frente, las orejas, el abdomen, los brazos, la zona genital y los pies, en señal del poder del personaje. La primera cerámica corresponde a un cuadro de acondroplasia. Los enanos fueron seres asociados con el cuidado de las fuentes naturales de la vida, los bosques, las cachiveras o raudales o saltos, etc., y así mantener ciertas tradiciones de gran valor para las sociedades indígenas, como los textos escritos entre los mayas de Mesoamérica.
Las imágenes de la figura 19 corresponden a 2 máscaras de cerámica (A y B), probablemente mortuorias, la primera de la cultura costera ecuatoriana Jama-Coaque (400 a. C.-400 d. C.) y la segunda del altiplano nariñense colombiano (Piartal), que muestran en el rostro una erupción, en la primera vesiculonodular y en la segunda solo nodular, compatible con la verruga peruana, enfermedad de Carrión o bartonelosis. En la A se observa una nariguera. La C es una estatuilla de cerámica de la cultura Tumaco-La Tolita que representa una clara parálisis facial periférica, como se ve por la desviación de la comisura labial izquierda y la incapacidad de arrugar la frente en el lado izquierdo. Los 3 rostros son adustos y dejan entrever un atisbo de malestar.
Las máscaras precolombinas fueron de oro, cobre, tumbaga, plata, jade, piedra, cerámica, concha y madera; buscaban resaltar ciertos elementos del rostro de quien en vida o muerte las portara y cuyo significado particular con seguridad estuvo atado al valor de peculiaridad que daba uno de sus elementos, que como en el caso de estos 3 rostros señala lo que hoy denominamos enfermedades.
En la figura 20 todas las muestras representan falos, a excepción de C, que es el pistilo o mano, de pirita, del mortero que se ve en A y B. El mortero de jadeíta que parece pertenece a la cultura Capulí del altiplano nariñense, al tener representado en uno de sus lados un falo erecto, es posible que señale que en él se prepararon sustancias con propósitos afrodisíacos. El diámetro del mortero, de 7cm, y su altura, de 10,5cm, descartan su uso para preparar alimentos, si bien la diferenciación clara entre alimento y medicamento en las culturas prehispánicas no se dio con la claridad con la que lo hizo en la medicina griega después de Galeno. Es muy probable que la acción afrodisíaca de la materia machacada se ampliara por la potenciación que significaba la asociación de introducir el pistilo dentro del mortero con la relación sexual, como se sabe que existe entre el palo y el poporo lleno de cal. En D se aprecia un falo erecto de 4,2cm de largo de jadeíta que parece pertenecer a la cultura Capulí del altiplano nariñense. Era parte de un collar de muchos falos similares que llevaban algunas mujeres para indicar su capacidad para excitar a los hombres. Es sabido que en varias sociedades prehispánicas existieron mujeres que prestaban sus servicios sexuales en ciertas circunstancias a los hombres que así lo requerían. En el occidente de Cundinamarca los panches las llamaban cocopimas, que según Fray Pedro Simón «estas andan vestidas con una manta que les cogía desde los pechos hasta la espinilla y cubierta con otra, bien peinado el cabello y enrizado con muchas sartas de cuentas de huesos de diversos colores, de que también traían adornados a tercios, pantorrillas y gargantas de los pies, con que parecían muy bien […] llamábanles en su lengua cocopimas, que es lo mismo que mono, porque decían imitaban a estos animales en la lujuria. Nunca se casaban, pero teníanles tanto respeto que éstas eran las que componían las disensiones en los pueblos».
La figura 20 E es un falo erecto de cerámica de la cultura Tumaco-La Tolita, tomado por una mano proporcionalmente pequeña para el tamaño de aquel, queriendo decir con esto que el pene así de grande tenía un significado especial en una ceremonia propiciatoria de fertilidad y potencia. En F se ve un falo tallado en un hueso de un animal perteneciente a las culturas Capulí y/o Piartal del altiplano nariñense. En G se aprecia un personaje de la cultura Tumaco-La Tolita, sentado con las piernas levantadas que dejan ver un falo enorme.
En la figura 21 se ven 3 aspectos de 2 desvirgadores o desfloradores en piedras tipo mármol, pertenecientes a la cultura del altiplano nariñense, que en su parte proximal muestran un personaje masculino acuclillado con deformación frontooccipital que se lleva las manos a la cabeza, y una mujer acuclillada sin aparente deformación craneana que tiene los brazos sobre sus muslos y las manos en las rodillas. El primer desvirgador o desflorador, con personaje masculino, mide 20,5cm, y el segundo, femenino, mide 24cm. Estos 2 elementos y el señalado en la figura 11 B de las culturas Capulí y/o Piartal señalan una práctica con el tabú referido al contacto masculino con la sangre femenina emanada de la vagina, ya que se suponía que tenía poderes maléficos y podía ocasionar debilidad y enfermedad.
La figura 22 muestra un hueso obtenido en la región Tayrona que mide 15cm de largo, 4,6cm en su parte más alta, 2,6cm en la más ancha y 0,6cm en la menos ancha, que representa con toda nitidez a un hombre sentado con los brazos hacia atrás como si estuvieran amarrados (los antebrazos y las manos ausentes), con el falo erecto y las cuencas de los ojos vacías. Sobre la cabeza del hombre hay un ave que tiene su pico dirigido hacia la espalda y detrás del asiento se ve un caimán con su jeta cerrada. Es probable que las cuencas vacías se deban a picotazos que sobre ellos hubiera dado el ave encaramada en la cabeza, mientras que el falo erecto puede ser una reacción refleja similar a la que presentan los ahorcados ante la hipoxia del estrangulamiento de castigo.
En el mundo amerindio suramericano los castigos ante muchos delitos incluyeron encerrar a las personas, estimadas como delincuentes, con diferentes animales. Fray Pedro Simón cuenta que entre los muiscas «[…] mandaban que quien matase, muriese aunque lo perdonasen los parientes del muerto, porque la vida, decían, que solo la daba Dios, y que los hombres no la podían perdonar. Si algún hombre soltero forzaba alguna mujer, había de morir por ello, y si casado, habían de dormir 2 solteros con la suya. Si alguno se hallase que tuviese cuenta con su madre, hija, hermana o sobrina, que entre ellos eran grados prohibidos, los metiesen en un hoyo angosto de agua con muchas sabandijas venenosas dentro y cubriéndolo con una gran losa, lo dejasen pereciendo allí, y la misma pena se daba a ellos». Felipe Guaman Poma de Ayala informó que entre los incas hubo «Zancay, cárceles para los traidores, ladrones, adúltero, brujo, murmuradores del Ynka. Zancay de bajo de la tierra hecho bóveda muy oscura, dentro criado serpientes, culebras ponzoñosas, animales de leones y tigres, oso, zorra, perros, gatos de monte, buitre, águila, lechuza, sapo, lagartijas». El mamo arhuaco Arwa Vicu confirma al autor que ese tipo de castigos se dio entre los Tayrona y sus herederos.
ConclusionesLas evidentes diferencias que existen entre la morfología y la fisiología de los hombres y las mujeres son parte de los hechos y realidades de los dualismos que permearon el pensamiento de varias sociedades, como fue el caso de las precolombinas. El dualismo en ese mundo indígena fue determinante en todos los aspectos de su vida, como en la concepción del tiempo y la disposición del espacio, y, por supuesto, en el arte y la iconografía, como se acaba de mostrar en esta colección de medicina y enfermedad. El pensamiento que se apoya en el dimorfismo sexual, los dualismos, las analogías y en el examen de conjunto es clave para entender y aproximarse al arte de interés para la arqueomedicina y la paleopatología.
Conflicto de interesesEl autor declara no tener ningún conflicto de intereses.