Conocí a Albert hace 11 años. Por entonces él ya había comenzado su lucha contra un raro cáncer de timo que transformó su vida personal y profesional. Ambos compartimos tareas docentes en una disciplina que en aquel momento era emergente: la Medicina Basada en la Evidencia.
Aprendí mucho de su rigor científico y de sus sólidos fundamentos metodológicos, pero ya entonces pude observar en él una progresiva transformación hacia una de las raíces casi olvidadas de la Medicina: el humanismo. Su lucha contra la enfermedad lo convirtió en un médico paciente (del latín pati cuya primera acepción no es «esperar» sino «sufrir»). Aquella visión le hizo ver una condición que todo profesional de la salud lleva implícita: que todos somos o seremos, en algún momento de nuestra vida, pacientes.
De la Medicina Basada en la Evidencia pasó a la Medicina Basada en la Afectividad de la que fue pionero, y que él definía como un modo de gestionar la salud basado en la afectividad, generando confianza y previniendo el desarrollo de sentimientos negativos.
Doctorado en Salud Pública por la Universidad de Harvard, con una excelente trayectoria profesional que incluyó más de 130 artículos científicos y 6 libros, la reflexión lo llevó a continuar una lucha tenaz e incansable por la sanidad pública de calidad y, sobre todo, por una Medicina más humanitaria centrada en la voz del paciente.
Podría citar los numerosos cargos académicos (miembro de la Real Academia de Ciencias Médicas de Cataluña...), profesionales (director general de la Fundación Josep Laporte...) o las múltiples distinciones y premios que acumuló a lo largo de su vida profesional, pero creo que lo que más lo motivó fue fundar la Universidad de los Pacientes e impulsar el Foro Español de Pacientes, que actualmente agrupa a más de 1.000 asociaciones.
A Albert ni la corta expectativa de vida ni los inconvenientes de la quimioterapia le impidieron convertir la enfermedad en una oportunidad de servicio a los demás. Poseía las mejores condiciones: una formación teórica de altísimo nivel, la experiencia y la formación del médico y la condición de paciente. Hasta entonces había visto la Medicina en posición vertical; ahora podía verla también desde la horizontal, y desde ambas podía observar que la medicina tenía cada vez más ciencia, pero menos humanidad. Decidió convertir su conocimiento y su experiencia en una herramienta para mejorar la relación entre el médico y el paciente, entre el sistema sanitario y la ciudadanía. Fue siempre un activista del pensamiento y un defensor de la sanidad pública. La mejor herencia que podemos dejar a nuestros hijos es un sistema sanitario público sostenible y solvente porque, decía, es el único que garantizará la equidad y la calidad asistencial.
Podría parecer que la enfermedad acabó venciéndolo, pero no es así. Albert Jovell nos ha dejado un valioso legado que perdurará mucho más de lo que él podía aceptar, porque conociéndolo sé que su entrañable humildad le impediría reconocer la importancia y poder de transformación que aportaron sus innovadoras ideas.
Gracias, Albert.
