Hace 16 meses cuando comenzó la pandemia en el mundo ninguno de nosotros pensó que llegaría a los niveles de impacto como el que en la actualidad nos encontramos, con pérdidas de vidas humanas contadas ya en millones y una puesta en evidencia de un contexto social y económico caótico para cada uno de nuestros países. Sin duda, las dos dimensiones que se han hecho más notorias y que ponen en el calificativo de «drama para la humanidad» son el de la inequidad existente en los temas sociales y económicos. Los «pobres» han padecido las consecuencias de una lucha política y económica internacional que hace que Latinoamérica como región esté sometida a estas dinámicas sufriendo una verdadera «película de terror». Así, la pobreza y los determinantes sociales en salud evidentes en nuestros contextos han empeorado y agravado el avance de la pandemia. Segundo, los sistemas de salud en nuestra región son precarios en su desarrollo sin la estructura suficiente para responder.
Los países latinoamericanos, por la ausencia de verdaderos sistemas de salud, no han fortalecido la atención primaria en salud y como sabemos ella juega un papel fundamental en la eliminación de los contagios. Debe tenerse también articulación con niveles de alta complejidad y sus unidades de cuidados intensivos para que parcialmente fueran suficientes en contener la muerte a consecuencia de la infección y esto no ha sucedido.
La salud mental es un área trascendental en el bienestar individual y colectivo, es la dimensión más necesaria para enfrentar con capacidad adaptativa y de resiliencia el sufrimiento humano al que nos ha llevado la infección, pero no disponíamos de un sistema de atención en salud mental en nuestras naciones que hiciera a los sujetos y colectivos contar con esta capacidad a la cual debemos recurrir para superar semejante catástrofe. Otro elemento son las consecuencias de la pandemia, que son aún más nefastas; ellas han derivado en una verdadera «pandemia mental», y todo esto sin las capacidades logísticas e instaladas de respuesta para mínimamente ayudar a mejorar la calidad de vida de los colectivos a los que estamos llamados a acompañar.
La Revista Colombiana de Psiquiatría se vio obligada a recopilar los artículos y trabajos que se han enviado desde diferentes países latinoamericanos; hoy tenemos un número que les aportará elementos para trabajar en esta situación del mundo. Ojalá así sea.
Con nostalgia, pero con la satisfacción del deber cumplido, escribo el último editorial. Como editor trabajé con amor y pasión en esta tarea por nueve años. Espero haber contribuido al crecimiento de la revista y, por supuesto, a nuestra bella labor por la salud mental de Colombia y la de Iberoamérica. Gracias.