Cada género literario tiene su propia finalidad: un poeta expresa sus sentimientos, un novelista cuenta una historia, un ensayista profundiza en un tema y expone su visión de éste, y todos lo hacen mediante diversos recursos, como las metáforas o el vocabulario retórico. La redacción de textos científicos no tiene nada que ver con todo esto porque sólo tiene un fin: comunicar el resultado de una investigación. Para esto no se requiere una habilidad creativa especial1 y, sin embargo, los estudiosos de la comunicación aseguran que el mayor obstáculo para los autores de textos científicos es el lenguaje2.
Esta afirmación parece paradójica porque, para redactar su mensaje, los autores sólo tienen que utilizar las palabras adecuadas según la terminología científica y los vocablos más correctos del lenguaje común. Además, las normas de publicación de las revistas suelen delimitar los contenidos para evitar que los autores dispongan de margen suficiente para incluir florituras innecesarias.
El autor de un artículo científico ha de tener presente que no está haciendo una obra literaria y ha de limitarse a redactar bien el texto para que su mensaje llegue correctamente al lector. El escritor francés Henri Beyle, que firmaba sus libros como Stendhal, aseguraba que, para escribir de una manera clara, leía y releía el Código Civil y así se acostumbraba al estilo directo que evita adornos innecesarios. En cualquier caso, los manuscritos que se preparan para publicar como artículo científico no siempre tienen la claridad y la concisión deseables.
El estadounidense Robert Gunning creó en 1952 el Gunning Fog Index (Índice de niebla). Con éste pretendía observar la claridad o la dificultad de un texto. Gunning se preocupó por los libros que se editaban para la educación infantil y vio que también los directores de periódicos tenían esta preocupación. La escritura de los periódicos y de algunos libros está en una atmósfera de niebla, es decir, tiene una complejidad innecesaria3. Esta afirmación es extrapolable a algunos manuscritos de artículos científicos.
Para cuantificar la legibilidad de un texto, Gunning ideó una fórmula matemática basada en 2 indicadores. Uno es la longitud de las frases. Una persona, mientras lee, va memorizando automáticamente el texto con el fin de captar correctamente su significado. En los artículos científicos que comunican novedades, esta acción es más intensa porque pueden aparecer palabras desconocidas que obligan a un mayor esfuerzo de concentración. Pero la memoria suele fallar a partir de la palabra decimoquinta. Es el límite marcado por la capacidad de retención inmediata que tiene el lector medio. Al superarlo, el lector empieza a perder el significado de las primeras palabras que ha leído y ha de volver a leer la frase. Ésta es la prueba inequívoca de su longitud excesiva.
El otro indicador es la longitud de las palabras. Se entiende que las palabras con más de 2 sílabas son de lectura más incómoda.
Por tanto, a mayor longitud de las frases y mayor longitud de las palabras, más niebla. A más niebla, menos claridad, es decir, legibilidad. Un índice de niebla ideal es el comprendido entre 6 y 11. Ante valores más altos, un autor debería revisar su texto y simplificarlo.
Muchos periódicos efectúan habitualmente el cálculo del índice de niebla para mejorar la calidad de sus textos, especialmente cuando se incorporan redactores nuevos. Es fácil encontrar en Internet un programa que permite calcular el índice de niebla de un escrito. Sin embargo, los textos en español suelen dar índices de niebla elevados porque no se ha ideado ninguna adaptación a esta lengua, que dispone de muchas más palabras esdrújulas que el inglés. A pesar de esto, calcular el índice de niebla de los textos que escribimos puede ser un buen ejercicio para constatar la conveniencia de mejorarlos.