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Vol. 2. Núm. 2.
Páginas 63-64 (abril - junio 2009)
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Felip Antoja Ribó
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En 1893, el British Medical Journal estableció un sistema de revisión de sus artículos, externa al comité editorial, que consistía en enviarlos sistemáticamente a un especialista. Así nació la expresión peer review, que algunos traducen como “revisión por pares” (“pares” en el sentido de “iguales, colegas”); otros como “revisión externa”, y también como “revisión por expertos”, que es la forma más inteligible. Esta práctica, que tiene antecedentes de más de 250 años, se consolidó en la década de 1940 y ahora todas las revistas científicas cuentan con un panel de revisores1.

El panel de revisores es dinámico y el equipo editorial incorpora nuevos nombres cuando, por ejemplo, el tema de un artículo es muy especializado, o bien porque, siendo la tarea del revisor voluntaria y no remunerada, no conviene sobrecargarlo; es importante disponer de un panel amplio para poder repartir los manuscritos. A veces, se invita a los autores de un buen artículo a formar parte del panel de revisores. También se producen bajas, ya sea a petición del propio revisor o porque los editores consideran insatisfactorio el resultado de una revisión.

La revisión por especialistas externos se considera un criterio de calidad de las revistas y es un dato que se tiene en cuenta al decidir su inclusión en algunos de los principales repertorios bibliográficos. Su objetivo principal es servir de ayuda al director y al equipo editorial para seleccionar y mejorar la calidad de los artículos que se publican. También puede tener una función formadora para autores menos expertos, y constituye un apartado más del proceso de reflexión y discusión compartidas que debe guiar la actividad científica2.

Si los editores son capaces de efectuar una buena selección de los revisores y éstos actúan con celeridad y pericia, este sistema de revisión de los artículos antes de su publicación es una garantía de rigor e imparcialidad.

En algunas revistas el proceso es abierto y, tanto los revisores como los autores, conocen las identidades respectivas. Otras opciones son que sólo los revisores saben quienes son los autores del artículo que evalúan (ciego simple) o bien que ni unos ni otros conocen sus identidades (doble ciego). La Revistadel Laboratorio Clínico quiere utilizar el procedimiento del “doble ciego” por entender que el anonimato absoluto es la mejor garantía de la imparcialidad. Sin embargo, la realidad es que esto sólo se consigue en pocos manuscritos porque muchos autores hacen constar, en el título o en el resumen, su centro de trabajo. Con este dato, a menudo innecesario dentro del texto del artículo, el revisor recibe una pista muy clara sobre los autores. De forma más o menos intencionada, esta acción de dejar pistas suele prodigarse tomando a veces otras formas, siendo la más frecuente la alusión en el texto a un artículo anterior de los mismos autores, con su cita bibliográfica en la que lógicamente aparecen sus nombres. No le hace falta al revisor ser muy perspicaz para descubrir quiénes son los autores del manuscrito. Además, en el caso de los artículos que corresponden a premios obtenidos en los congresos, el secreto es imposible porque la relación de los títulos y autores premiados es pública. Por todo ello, en esta revista, aun queriendo que las revisiones sean del tipo “doble ciego”, un porcentaje elevado son del tipo “ciego simple”: los revisores conocen o intuyen muy certeramente quiénes son los autores. Entonces, es su ecuanimidad el principal argumento que salvaguarda el buen resultado de la evaluación. Al redactar su informe, en la mente del revisor ha de prevalecer su apreciación de la calidad intrínseca del trabajo por encima de su opinión sobre los autores.

Si, según Montaigne, “para juzgar cosas grandes y nobles, es necesario poseer un alma igual de grande y noble”3, para juzgar un artículo científico escrito por un colega es necesario poseer, además, conocimientos, experiencia, imparcialidad, confidencialidad, diligencia, una cierta dosis de pedagogía y otra no menos esencial de compañerismo. Los revisores, por su dedicación altruista a una tarea difícil, merecen el respeto y el reconocimiento de todos, tanto de los editores y autores como de los lectores.

Bibliografía
[1]
Piqueras M. Aproximación histórica al mundo de la publicación científica. En: Bosch F, Mabrouki K, editores. Redacción científica en biomedicina: lo que hay que saber. Cuadernos de la Fundación Dr. Antonio Esteve. N.o 9 [monografía en internet]. Barcelona: Prous Science; 2007 [acceso 31 de octubre de 2008]. Disponible en: http://www.esteve.org/FEsteve/content/publicaciones/1188460771.36/EC-09_Redaccion_cientifica.pdf.
[2]
García AM, Fernández E. El proceso de publicación de un artículo: autores, revisores externos y editores. En: Bosch F, Mabrouki K, editores. Redacción científica en biomedicina: lo que hay que saber. Cuadernos de la Fundación Dr. Antonio Esteve. N.o 9 [monografía en internet]. Barcelona: Prous Science; 2007 [acceso 31 de octubre de 2008]. Disponible en: http://www.esteve.org/FEsteve/content/publicaciones/1188460771.36/EC-09_Redaccion_cientifica.pdf.
[3]
Montaigne M. Les essais [libro en internet]. Versión HTML d’après l’édition de 1595 [acceso 31 de octubre de 2008]. Disponible en: http://www.bribes.org/trismegiste/montable.htm.
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