La intersección entre formación y práctica profesional genera álgidas discusiones, tanto por sus implicaciones en el campo del diseño y desarrollo curricular como por la compleja relación que guarda con las demandas sociales y laborales en escenarios cada vez más competitivos. El libro que reseño a continuación parte de un debate sistemático y analítico sobre la formación y la práctica profesional de los psicólogos sociales de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa (uam-i) y, posteriormente, presenta un entramado profundo de experiencias de egresados, quienes dan cuenta de su labor en ambientes signados por la atención a grupos vulnerables, excluidos y despojados de cualquier indicio de dignidad humana.
Centraré la presente reseña en dos aspectos que destaco del libro en cuestión: en el primero haré alusión a la estructura de la obra, la cual es una expresión de la esencia de la Universidad Autónoma Metropolitana, donde el diálogo, la reflexión y el interés permanente por problemáticas de índole social, son algunos de los ejes que vertebran su contenido; en un segundo apartado, me referiré al contenido de la obra y a sus posibles implicaciones epistemológicas, metodológicas e incluso deontológicas sobre el ser y el quehacer del psicólogo social, en un marco sociohistórico filtrado por la violencia, la fragmentación social y la falta de equidad.
El diálogo y la reflexión entre practicantes y académicos: voces entrelazadasUn acierto del libro es su estructura. En la primera parte, Víctor Gerardo Cárdenas González, coordinador de la obra y autor de varios capítulos, presenta un encuadre sobre la Psicología Social como disciplina y profesión (capítulos 1 y 2), donde problematiza acerca de su naturaleza y sobre los procesos de formación y de práctica profesional. Al respecto Cárdenas de manera puntual refiere: […] el debate teórico y la diversidad, tanto teórica como metodológica y conceptual, son elementos dominantes en la formación de psicólogos sociales y, en esa medida, es previsible una diversidad en la necesaria y la activa apropiación del conocimiento psicosocial por quienes se han formado en esta disciplina. Podemos ver en este mosaico de elementos que la disciplina, la profesión y la enseñanza se cruzan en sus dinámicas interdependientes (p. 39).
La cita anterior no sólo aplica para el caso de la formación de psicólogos sociales sino para la formación en los múltiples campos y áreas de la Psicología, donde la amplitud de corrientes, enfoques metodológicos y modelos de intervención han caracterizado la riqueza de la disciplina y la profesión, sin eludir las recurrentes y estériles afrentas entre grupos y defensores de uno u otro campo.
La segunda parte de la obra, titulada Experiencias profesionales y conocimiento académico-disciplinario, es la más extensa y abarca del capítulo 3 al 16. Se presentan siete casos de experiencias profesionales descritas por egresados, intercaladas con el análisis que distintos académicos de la uam-i realizan de cada caso. Las siete experiencias tienen en común describir trayectorias laborales, las cuales permiten trazar itinerarios que van desde la inserción en el campo laboral, la amplia gama de actividades profesionales (asesoría, intervención, formación, investigación), los saberes y las habilidades que reconocen como necesarios para ejercer su labor, hasta un balance crítico de las brechas entre formación y práctica profesional. Sobre las actividades profesionales cabe resaltar que todas se enmarcan en instituciones cuya población meta son grupos vulnerables y excluidos, por ejemplo: niños y adolescentes que vivieron en condición de calle, consumidores de sustancias psicoactivas, mujeres víctimas de violencia, adultos mayores, adolescentes en conflicto con la ley, habitantes de colonias marginadas.
Por su parte, el análisis de los académicos acentúa tópicos teóricos, conceptuales, metodológicos e incluso epidemiológicos que complementan cada caso. Si bien son palpables ciertas diferencias entre las producciones elaboradas por egresados y académicos, vale resaltar la capacidad reflexiva de los primeros y su franco compromiso con los grupos a los que destinan su labor.
Por último, en la tercera parte titulada Convergencias, divergencias y desafíos. Comentarios finales, en una especie de réplica, los egresados elaboran breves comentarios al análisis que los académicos realizaron de sus experiencias profesionales, lo cual deja entrever distintos momentos en la configuración de la obra, así como un diálogo permanente entre los autores.
En síntesis, la estructura de la obra nos muestra un crisol de voces que, entrelazadas, ofrecen una panorámica representativa del quehacer profesional del psicólogo social y de los referentes que configuran el corpus teórico y metodológico de la Psicología Social, a través del análisis de problemáticas que laceran a la sociedad mexicana contemporánea.
Práctica profesional de psicólogos sociales: encrucijadas en contextos excluyentesPara Cárdenas, la práctica profesional no se limita a la extensión de la formación, por ello considera que tanto la formación, el aprendizaje en la práctica y las problemáticas sociales son componentes inseparables, los cuales se entretejen en los contextos laborales y de intervención; además, reconoce a los conocimientos experienciales —fruto de la práctica profesional— como susceptibles de elaboración conceptual y de sistematización.
Es bajo esta lógica que cada uno de los siete egresados de Psicología Social reflexiona y sistematiza su propia experiencia. Este ejercicio de reflexión en torno a la práctica resulta una vía altamente poderosa, ya que facilita: identificar los saberes que se despliegan durante la acción profesional; caracterizar y ponderar las actividades que realizan los profesionales; analizar grandes fases o etapas en la labor profesional (por ejemplo, identificar la problemática, construir un marco de acción, diagnosticar, intervenir, evaluar, dar seguimiento); reconocer las tensiones entre el saber profesional y las demandas institucionales; valorar la gama de estrategias para la solución de problemas en contextos específicos; distinguir intervenciones exitosas y las variables asociadas, pero también juzgar que extrapolar intervenciones a situaciones similares no garantiza una solución efectiva.
Para fines de esta reseña, me centraré en describir los capítulos elaborados por los egresados de Psicología Social, en tanto que son el motivo de la obra. En el capítulo 3, denominado Casa hogar: aprendizajes y dificultades en la aplicación del conocimiento en Psicología Social, Annaliesse Hurtado Guzmán presenta su experiencia bajo un enfoque de trabajo interdisciplinario orientado a la atención de adolescentes. La autora afirma que ha encontrado tanto dificultades como aciertos en la aplicación del conocimiento psicosocial y que su labor se ha centrado en dos momentos: modificar las relaciones sociales de las adolescentes a través del cambio en las percepciones y resignificaciones de sus experiencias y, por otra parte, en el trabajo psicoterapéutico individual, grupal y educativo (a través del diseño y desarrollo de talleres). Mediante la presentación de situaciones a las que se ha enfrentado, la autora concluye que la práctica profesional le ha exigido replantear sus métodos y herramientas, al respecto señala: «los conocimientos de Psicología Social fueron insuficientes para poder atender las problemáticas a las cuales me enfrento de manera cotidiana» (p. 100).
En el capítulo 5, titulado La intervención psicosocial en violencia de género, Angélica María Segura Torres describe su labor como profesional en el Instituto Nacional de las Mujeres (inmujeres). Después de presentar un encuadre sobre la dinámica institucional, ciertas disposiciones legales en materia de género y una caracterización conceptual sobre la violencia de género, la autora se pregunta ¿Qué hace el psicólogo social frente a las víctimas de violencia? Para dar respuesta, desglosa una serie de habilidades y cualidades, así como actividades de intervención y prevención. Sobre las primeras identifica y refiere que se encuentran: saber escuchar; detectar situaciones de riesgo y plantear soluciones prácticas; separar ideas, creencias e ideologías de las consultantes; confidencialidad; apertura al cambio y al trabajo en equipo; conocimiento de los diferentes departamentos; capacidad de establecer y aceptar límites; alta tolerancia a la frustración; asumir la responsabilidad de su persona. Llama la atención que la mayoría de las habilidades y cualidades, además de ser genéricas, son un reflejo de las demandas institucionales, dejando espacios vacíos para aquéllas que podrían caracterizarse como propias del psicólogo social. En cuanto al trabajo de intervención, Segura Torres enfatiza que cada caso demanda un plan de acción personalizado donde se llega a conjuntar atención psicológica, médica y legal. Sobre la labor de prevención, la autora distingue a la reflexión y al análisis de las causas y consecuencias de la violencia como los principales dispositivos para sensibilizar a la población sobre la problemática.
Autora del capítulo 7, El trabajo con jóvenes y la perspectiva de género. El ejercicio laboral de una psicóloga social, Noemí Ramírez García —al igual que Segura Torres— despliega su actividad profesional en inmujeres como asesora en el proyecto de equidad en la infancia y la juventud (eij), el cual forma parte del programa de prevención de la violencia contra las mujeres. Bajo las perspectivas de género y juvenil (anclada a la teoría de la construcción social de las juventudes), Ramírez mapea el amplio trabajo que desarrolla con población juvenil tanto en espacios escolares como en distintos ámbitos donde convergen muchachos de 12 a 29 años (aunque la autora aclara que su labor también puede orientarse hacia poblaciones de mujeres adultas y servidores públicos). La actividad de la autora puede caracterizarse como catalizadora de justicia social hacia los jóvenes, donde se pondera la toma de decisiones, la libertad, la igualdad, la ciudadanía y la participación en un marco de educación popular. En palabras de la autora: «En general, la intervención grupal busca que los jóvenes logren su emancipación, para ello, la facilitadora del grupo (asesora) se encarga de ver, orientar e impulsar sus procesos de transformación» (p. 163). A manera de cierre, la autora diferencia el conocimiento y la práctica (aunque también percibe su carácter dialógico), al respecto señala: El conocimiento académico está formado por ideas de autores que se ejemplificaron, se discutieron en el aula y permanecieron inmersos en la memoria de cada estudiante; la práctica es aquel conocimiento académico que se transforma en habilidades, en capacidades y en recursos para responder a una acción que se ejecuta como parte de un objetivo dentro de un espacio laboral y que se complementa con otras disciplinas y conocimientos necesarios para cumplir funciones de trabajo; la práctica es también un conocimiento nuevo que retroalimenta y reforma al conocimiento académico (p. 181).
En el capítulo 9, titulado Experiencia profesional en la investigación del consumo de drogas en el ámbito institucional, Sara Elisa García Gutiérrez de Velasco focaliza su labor en el campo de la investigación en los Centros de Integración Juvenil (cij). La narrativa de la autora comienza con su temprana incorporación a los cij como prestadora de servicio social para después integrarse plenamente en el área de investigación. De su trayectoria, llama la atención los múltiples enfoques metodológicos, tipos de estudios, técnicas y herramientas para recolectar y analizar información. Dentro de la amplia gama de estudios, la autora señala que junto con otros profesionales ha participado en la línea de investigación psicosocial, implementando: estudios descriptivos, correlacionales y predictivos centrados en el análisis de factores psicosociales de protección y de riesgo; estudios para evaluar programas de tratamiento e intervención y, en los últimos años, se ha centrado en el desarrollo estudios de corte cualitativo, los cuales según García: Buscan comprender, a partir de una exploración abierta, «densa» y profunda, las construcciones discursivo-narrativas y las formas de (re)significación de la experiencia de vida de los usuarios de drogas ilícitas en tratamiento, con relación a los contextos sociales y culturales en que se inserta el problema (p. 202).
El consumo de drogas, de naturaleza multicausal y multidimensional, según la autora, demanda de estudios que logren articular lecturas múltiples de la problemática, así como un abordaje contextual. Del balance que realiza de su formación, García destaca que la amplitud de corrientes, y enfoques teóricos y metodológicos, le han permitido valorar los fenómenos sociales dentro de una trama compleja, lo cual queda de manifiesto en su propia reflexión y crítica en torno a la investigación del consumo de drogas en un marco institucional.
En el capítulo 11, Incidencia de un centro gerontológico de desarrollo y educación de los ancianos, Dolores Isabel Canchola Bravo analiza su quehacer profesional en una institución de asistencia privada orientada a la atención de adultos mayores. Canchola examina la atención de los adultos mayores como grupo etario, para ello documenta su análisis en datos censales y epidemiológicos y, por otra parte, expone las acciones grupales que realiza para dignificar la condición de ser anciano. El trabajo grupal se avizora como el anclaje clave de intervención y de contención a través del cual la autora promueve procesos identitarios y sentido de pertenencia. Como psicóloga social, Canchola prioriza la socialización, los procesos de cooperación, la competencia, el liderazgo y la coparticipación de los adultos mayores como vías para el reconocimiento, que en última instancia promuevan bienestar y calidad de vida entre ellos.
Pablo Carlos Rivera Valencia, escribe el capítulo 13 titulado Estrategias para la intervención en contextos de violencia con jóvenes. El autor narra su experiencia profesional en comunidades de adolescentes en conflicto con la ley de la Ciudad de México. Este capítulo, plantea una problemática que cuestiona las regulaciones institucionales del sistema penitenciario y los débiles engranajes con el alcance de los objetivos terapéuticos, situación que pareciera incrementar la violencia simbólica hacia los propios jóvenes. Rivera subraya que los adolescentes en conflicto con la ley presentan identidades deterioradas marcadas por carencias afectivas, familiares y sociales. Para comprender la complejidad de dichas identidades, el autor recupera perspectivas teóricas tan bastas como las representaciones sociales, las redes sociales (enfoque que permite analizar los tejidos microsociales en los que se insertan los adolescentes) y, además, advierte como valiosas las aproximaciones antropológicas para indagar las culturas juveniles que se producen en espacios carcelarios. Lo que describe Rivera confirma lo que diversos autores (López, Opertti y Vargas, 2017; Saraví, 2009; Raffo y Reeves, 2000; Zamanillo, Grote y Kieselbach, 2005, entre otros) han referido sobre los procesos sistemáticos de exclusión social hacia los jóvenes, mismos que han sido documentados por organismos regionales como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal). Ser joven y en conflicto con la ley, de manera exponencial aumenta la exclusión y el estigma social, vulnerando sus ya deterioradas identidades tal como lo señala el autor del capítulo.
Finalmente, Joanna Flores Villagarcía presenta el capítulo 15, Conocimiento práctico personal: actitudes y predisposiciones propias de una psicóloga social; creencias y «sensibilidades» psicosociales; Flores describe su actividad laboral como tallerista en una Asociación Civil del Estado de México dirigida al rescate de espacios públicos. Según la autora: Rescatar espacios significa salvarlos de la delincuencia, del narcomenudeo o del abandono, con el objetivo de que dejen de ser un peligro para sus habitantes y, por ende, que la comunidad no sienta miedo al transitar por ellos, al contrario, se busca que se sienta identificada con esos lugares hasta apropiarse de ellos y finalmente que sean los mismos vecinos quienes se dediquen a cuidar dichos espacios, mantenerlos y conservarlos (pp. 331-332).
La convicción de la autora para decantar su quehacer laboral, hace raíces en actividades vinculadas con la educación para la paz mediante la creación de redes sociales. Y es dicha convicción, la que mueve a la autora para formar una asociación civil denominada «Tejiendo Comunidades, Construyendo Libertades» (tecoli) con el propósito de darle un seguimiento consistente al trabajo en comunidades. Este posicionamiento para gestionar sus acciones con libertad y autonomía plantea una ruptura importante con las dinámicas institucionales que, como se aprecia en las experiencias laborales de los otros egresados, con frecuencia actúan como diques al ejercicio profesional.
Impresiones finalesLas siete experiencias profesionales expuestas permiten al lector conocer a detalle cuáles son algunos de los ámbitos donde se desarrollan los psicólogos sociales y sus contribuciones a la generación de condiciones justas e inclusivas a nivel individual, grupal e institucional.
La lectura comparada de los casos narrados por los egresados mantienen fuertes conexiones, por ejemplo: el uso y la transferencia de saberes propios de la Psicología Social; la construcción de conocimiento desde la acción profesional; la colaboración con otros profesionales; las tensiones entre las demandas institucionales y la labor profesional; los dilemas éticos y las preocupaciones por crear condiciones de bienestar para la población atendida; así como un dejo de incertidumbre e incluso de temor por su integridad tanto física como psicológica. Esto último plantea la urgente necesidad de generar, o en su caso de consolidar, dispositivos de acompañamiento hacia los egresados, como una actividad sustancial tanto de las universidades como de las asociaciones, sociedades y consejos de psicología en nuestro país.
Aquellos estudiantes que se acerquen al libro encontrarán una mirada franca hacia el quehacer del psicólogo social; quienes nos dedicamos a la formación de psicólogos, sin duda, el texto nos hace reflexionar sobre la relación dialógica entre teoría, práctica y ética profesional; para los interesados en la sociología de las profesiones, la obra les ofrecerá una radiografía sobre el ser y el quehacer del psicólogo social; los empleadores conocerán más sobre la labor de los psicólogos sociales y reconocerán la valía de su desempeño; finalmente para las instituciones de educación superior, sociedades, colegios y asociaciones de psicología, lo expuesto es un motivo para cuidar y respaldar a sus profesionales, quienes forman parte del capital más preciado de una sociedad que busque contribuir al bien común.