El libro del que a continuación referiré algunos aspectos que me parecen relevantes, editado por la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (anuies) y presentado en la edición número 30 de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, constituye un legado importante de Rollin Kent al análisis de la educación superior en México. Como su nombre lo indica, se trata de una mirada aguda a los fenómenos cíclicos de organización y desorganización, concentración y dispersión, control y descontrol, presentes en el sistema educativo superior mexicano. Por otro lado, se trata de una antología personal basada en la recopilación de algunas reflexiones producidas en un lapso de 30 años.
Conforman la obra 10 capítulos que consisten en versiones retrabajadas y, en cierto sentido, fortificadas de escritos publicados con anterioridad en diversas fuentes; son textos desarrollados al calor de otros momentos históricos y que ahora, con serenidad y tiempo de por medio, se convierten en valiosas piezas de reflexión adicional.
Los capítulos más antiguos, publicados originalmente en 1986, nos llevan a reflexionar acerca de la profesión docente universitaria en los tiempos de la acelerada expansión del sistema de educación superior y, en ese marco, se proponen reflexiones respecto al sistema universitario en su conjunto, pero especialmente en torno a la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), institución que resintió «efectos secundarios» tras el acelerado crecimiento de la matrícula y de la planta docente.
El texto nos lleva a conocer las circunstancias que crearon nuevos cotos de poder a través de la instauración de las Escuelas Nacionales de Estudios Profesionales (enep) en la zona metropolitana de la Ciudad de México y a comprender cómo la docencia en una universidad de masas, que crecía como la espuma, trajo consigo nuevas prácticas —que se convirtieron en usos y costumbres— en la contratación.
Asimismo el libro también indica cómo cada incremento, que osciló entre 2,000 y 5,000 estudiantes, significó el establecimiento de una nueva escuela y con ello surgieron nuevos esquemas de control y nuevas burocracias que debían operar de acuerdo con lo pautado centralmente, pero debido a que la institución universitaria representa un «sistema flojamente acoplado» —diría Karl Weick—, o «altamente discrecional», también desarrolla mecanismos locales de acoplamiento, elementos que nos conducen a discurrir acerca de quiénes integraban ese torrente de profesionales (o profesionistas) que se incorporaban a la docencia universitaria, cuál era su capital cultural y con qué antecedentes de cátedra contaban.
La obra en cuestión señala que las profesoras tomaron un papel importante en este proceso al constituirse en una proporción significativa —aunque insuficiente— de la planta docente, lo cual nos evidencia cómo la cultura global y el déficit disciplinario en la universidad conformaron un profesorado que se caracterizó por una falta de identidad firme con el saber profesional.
Por otro lado, el trabajo de Kent nos lleva a percibir que, hacia la segunda mitad del sigloxx, el profesor universitario era un profesional que intentaba ser un agente de la acción del Estado mexicano, pero que, al igual que los profesores de educación básica en la década de 1920, y de las enfermeras en la década de 1940, era un profesional que sólo llegaba a «apagar el fuego», es decir, no aparecía en escena como el producto de una planeación institucional —y menos nacional—, sino que era reclutado para poder cubrir la alta demanda social y con ello se perdía toda oportunidad de contar con profesionales reflexivos (en su gran mayoría van de aula en aula durante la jornada laboral).
En más de un sentido, se puede decir que la universidad mexicana llega tarde a la cita y debe pagar un precio por ello. Ante este escenario de altos costos, y cuestionando un tanto la legitimidad, Rollin Kent nos recuerda aquellas preguntas de José Joaquín Brunner, entre las que podemos destacar: ¿el docente universitario vive para la cultura o de las instituciones culturales?
Con la lectura del apartado que aborda la educación superior a finales de la década de 1980, la obra nos invita a reflexionar respecto a qué queremos hacer de la universidad de masas. El autor señala que la unam, el buque insignia de la educación superior mexicana, se transformó inevitablemente en una mega universidad, compleja, difícil y hasta contradictoria. Esta gran universidad, junto con otras más pequeñas comparativamente pero enormes en lo concreto, como la Universidad de Guadalajara, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, la Universidad Autónoma de Nuevo León y la Universidad Autónoma de Sinaloa, por citar unos ejemplos, enfrentan «dolores de crecimiento» que terminan por ser verdaderos «calambres» cuando se generan espacios de poder y de negociación intermedios a lo largo y ancho de las instituciones.
En el capítulo 3 (hacia la página 82 del texto) aparece un párrafo que ilustra lo anterior, cuando dice: […] el traslado de hecho del poder decisional a los espacios de negociación informales constituidos por los diversos actores institucionales ya mencionados (burocracias, sindicatos, partidos y también aquellos grupos disciplinarios que han logrado conservar su cohesión interna), y por otro lado, el hecho de que los criterios y valores específicamene académicos se diluyen ante la expandida autonomía de las culturas administrativas, sindicales y partidarias que han ido adquiriendo carta de naturalización en las universidades.
Kent utiliza muy adecuadamente los conceptos de Karl Weick en torno a los loosely coupled systems o «sistemas flojamente acoplados» para mostrarnos sus análisis de base sociológica en torno a cómo las universidades tienen sus propios mercados laborales y prácticas para acceder, permanecer y salir de ellos. Muestra cómo estos mercados laborales «intra-universitarios» se van desarrollando paulatinamente hasta convertirse en prácticas estructurantes; nos recuerda que la universidad contemporánea tiene múltiples estructuras, funciones, agentes y culturas que conviven en un ecosistema que da espacio para todos.
Resulta interesante, por otro lado, la postura del autor cuando señala, con un dejo de nostalgia, que la creciente burocratización puede ser un desplazamiento del poder académico por la administración y el sistema en su conjunto. Y nos ilustra cómo se va gestando la creación del sujeto burocrático (página 98): un agente político cuya base de reclutamiento son las ocupaciones administrativas —aunque pueden participar sectores profesionales— que ejercen funciones de control político e ideológico por encima de sus atribuciones administrativas formales, generando así su propio mercado laboral, su propia cultura y sus propias reglas sobre el uso del poder y los recursos.
Rollin Kent concluye magistralmente esta sección mostrándonos cómo las universidades (adoptando como ejemplo la unam durante el rectorado de Guillermo Soberón) son también creadoras de mercados políticos que van ganando espacio en las voluntades gubernamentales y terminan generando estructuras paralelas que podrían tener casi vida propia, que no parecen tener una función académica o administrativa —mucho menos de generación de conocimiento a través de la investigación—, pero a cambio tienen una función política y se van instituyendo hasta convertirse en parte actuante de la institución que, a su vez, les premia con la vía para una carrera política (y con ello el acceso a prebendas).
Respecto a la década de 1990, Rollin Kent nos presenta importantes análisis de la expansión del sistema universitario nacional. Ya no se centra solamente en las grandes universidades públicas, sino que toma una perspectiva más amplia y va analizando los subsistemas: las grandes universidades federales, las públicas, las estatales, los institutos tecnológicos, las universidades privadas de élite, más otras instituciones privadas y públicas. Kent es de los primeros autores en atisbar los movimientos presupuestales y su relación con las dinámicas sociales en educación media superior y superior; toma distancia, observa en conjunto los movimientos en las políticas públicas y se da cuenta de que el estado evaluador comienza a tomar forma en la educación superior.
La retórica de la calidad, la rendición de cuentas, los estímulos y salarios diferenciados, los apoyos institucionales diferenciados, la casi obligatoria vinculación con los sectores productivos, la evaluación de la productividad docente y de los saberes de los egresados son focos de atención en este texto.
La obra también nos invita de forma rápida —pero nada superficial— a un paseo por las políticas públicas sobre educación superior de 1960 a 1990, y nos va diagramando cómo las presiones sociales, políticas y económicas son realmente las que le han dado forma. Los actores y ejes de tensión, que en ocasiones están poco visibles para el observador no-entrenado, son ahora muy claros gracias a los planteamientos esquemáticos y puntuales de Rollin Kent.
Asimismo, el autor nos deja ver que la desconcentración no es espontánea ni gratuita, ni la diferenciación está basada en méritos académicos. Como buen analista, expone que las instituciones tienen «santos patronos» que a veces hacen «buenos milagros» bajo entornos fiscalmente complejos, así ocurrió en la década perdida de 1980. Las reformas institucionales, las reconstrucciones del sistema educativo superior, y especialmente la reconfiguración de las relaciones entre las universidades y el Estado pasan necesariamente por el tema de las mediaciones e incluso de las formas en que las instituciones pueden traducir las demandas y acoplarse a los nuevos tiempos.
En el noveno capítulo, Kent resalta la dinámica de crecimiento y la diversificación del sector privado, campos en los que profundiza de manera crítica apoyado en los textos producidos por distintos colegas y reelabora sus interpretaciones de una manera muy provocadora; da cuenta de la diversificación horizontal y propone una tipología que, junto con las ideas de Carlos Muñoz Izquierdo, de Daniel Levy, de Germán Álvarez y de quien esto escribe, contribuye a nuevas maneras de hacer análisis; por otro lado, tal vez junto con Claudio Rama desde Sudamérica, ha sido de los primeros investigadores en advertir la diversificación vertical y el inexorable crecimiento en los posgrados privados.
Por último, en el décimo capítulo, el autor no puede negar «la cruz de su parroquia» y hace un análisis económico-sociológico-político muy interesante de las tendencias que aparecen con fuerza y las que apenas se dibujan en la constitución de nuevas formas institucionales de educación superior.
No se nota un gran optimismo —y no parece haber razones para ello—, pero sí despliega un conocimiento profundo de las realidades estructurales actuales y de las tensiones entre los actores del sistema educativo superior —del mercado, dirían algunos—, los nacientes imaginarios sobre la educación superior, y de manera francamente erudita nos habla de la conformación de un nuevo campo organizacional en la educación superior mexicana.
Kent no es nada ingenuo cuando reflexiona acerca de ello e interroga: ¿las nuevas circunstancias institucionales de la educación superior representan una jaula de hierro burocrática tendiente a la continua racionalización que profetizó Max Weber, o existen condiciones bajo las cuales es posible imprimir un nuevo dinamismo intelectual a las universidades?
Para finalizar, debo decir que con la lectura de este libro disfruté mucho, recordé mucho y aprendí mucho. Gracias a la anuies por lanzar este libro tan pertinente en estos momentos, pues sin duda será una luz que nos ayude a encontrar caminos en la oscuridad que nos envuelve… Y mi gratitud especialmente a Rollin Kent, muchas gracias por su agudeza y su autocrítica, por no ser condescendiente con sus ideas y por seguir siendo un referente para quienes nos dedicamos a estudiar la educación superior en sus diversas aristas.