Publicado en Acta Ortopédica-Traumatológica Ibérica, vol IV, fasc. 1.o págs. 1-84**
CONSIDERACIONES GENERALES Y MATERIAL DE ESTUDIO
El tratamiento de las fracturas diafisarias de la tibia no constituye en el presente un problema traumatológico sin resolver satisfactoriamente, como sucede, pongamos por caso, con algunos tipos de fracturas de calcáneo.
Los tres postulados fundamentales fueron puestos en punto por Bohler8 desde 1916: A) Reducción lo más exacta posible de la fractura. B) Inmovilización prolongada hasta la total consolidación, y C) Puesta en práctica desde el comienzo del tratamiento de un programa inmediato e intensivo de recuperación funcional activa.
Con el método de Böhler8 se han logrado desde entonces, cuando menos, obtener resultados muy halagüeños en el tratamiento de las fracturas diafisarias de tibia, ya que éstas, por regla general, no son difíciles de reducir, logrando por medios incruentos reducciones que si no anatómicas, son perfectamente compatibles con una buena función una vez lograda la consolidación de la fractura.
Desde 1925 a 1934 fueron tratados en el Unfallkrankenhaus de Viena 346 fracturas de pierna en pacientes asegurados contra accidentes, logrando una recuperación total a los tres años del 85,26 por 100, quedando una pensión permanente en el 10,12 por 100. El resto fallecieron por otras causas durante o después del tratamiento. Estas cifras, comparadas con el 81 por 100 de incapacidades permanentes por fracturas de pierna que se obtenían en Austria antes de fundar el Unfallkrankenhaus, demuestra que el método Böhler8 ya representa un notable avance en el tratamiento de estas fracturas.
Si con los procederes incruentos se obtienen buenos resultados en el tratamiento de las fracturas de pierna, como lo demuestra la estadística anteriormente mencionada y la reciente publicada por Sanchís Olmos y Vaquero González57, ¿por qué es necesario una revisión del problema?
Al método de Böhler8 se le objetó el no haber eliminado la contingencia de un retraso de la consolidación, como sigue ocurriendo actualmente en determinadas fracturas bajas de la tibia.
La incidencia de la pseudoartrosis para las fracturas de tibia, ha sido estimada en un 3 por 100 (Blumenfeld7 y Owen46), y en un 7 por 100 para fracturas seleccionadas no conminutas (White74), y en un 9 por 100 para los casos no seleccionados (Kuntzmann29). Constituye el 40 por 100 de la estadística global de pseudoartrosis presentada por Blumenfeld7.
Las numerosas estadísticas que se han estudiado de fracturas de tibia han proporcionado una escasa información acerca de las causas que determinan la no consolidación de estos tipos de fractura. Watson-Jones y Coltart71, en un estudio de 188 fracturas de tibia, llegan a la conclusión de que son muchos los factores clínicos responsables de la no consolidación, siendo numerosas las combinaciones y las permutaciones de los mismos. Hay que tener en cuenta que el intrincado proceso de curación de una fractura está influido por una gran diversidad de factores anatómicos y biológicos, además de los de orden mecánico, que a nuestro juicio son los más esenciales, como lo demuestra la estadística de 800 fracturas de diáfisis de tibia estudiadas por Watson-Jones71, en las que había un elevado porcentaje de fracturas conminutas intensamente infectadas. Cualquiera que fuera la técnica empleada en el tratamiento de las mismas, siempre insistieron en la inmovilización continuada e ininterrumpida de la fractura hasta que la reparación fue completa. En toda la serie no hubo un solo caso de falta de consolidación.
Böhler8 da al factor mecánico una importancia primordial y atribuye las pseudoartrosis y retardos de consolidación al abuso y al empleo inadecuado de los métodos de tratamiento de las fracturas diafisarias de tibia por osteosíntesis.
Uno de nosotros65, al comparar la estadística del Sanatorio Adaro (Sama, Asturias) con la estadística del Berry Hill Hall, comentaba que refiriéndose concretamente a las fracturas de tibia y peroné,, posiblemente debido a un criterio excesivamente intervencionista por parte de los cirujanos ingleses, tienen retardos de consolidación que pueden alargar el plazo de la curación de las fracturas casi al doble que en el Sanatorio de Adaro (Sama, Asturias), aunque el motivo fundamental obedece a razones de índole legal y de recuperación ya comentadas.
Ahora bien, si una inmovilización correcta y prolongada por medio de una escayola puede garantizar en gran parte la curación de una fractura de tibia, si ésta se prolonga más allá de ciertos límites y a pesar de combinar la inmovilización con un programa bien estudiado de recuperación funcional simultáneo, se producen ciertos trastornos que son inevitables: atrofias musculares por afectarse los músculos de procesos irreversibles de fibrosis, inextensibilidad de los mismos, rigideces articulares, produciéndose asimismo esclerosis perivasculares a nivel del callo por organización del hematoma y fenómenos de hidremia a nivel de los capilares que determinan al retirar la inmovilización edemas persistentes algunas veces difíciles de combatir, consecuencias todas ellas que para hacerlas reversibles ulteriormente se precisa un bien estudiado y concienzudo plan de rehabilitación funcional.
Este es el motivo por el cual, al amparo del perfeccionamiento reciente de la osteosíntesis, se han ensayado y se ensayan diversos métodos de tratamiento de las fracturas diafisarias de tibia con el propósito de lograr primeramente una restitución anatómica que constituya un gran avance en la garantía del éxito del tratamiento y simultáneamente poder realizar una recuperación funcional al prescindir en parte lo más precozmente de la inmovilización externa; en una palabra, lo que ya es una realidad en determinados tipos de fracturas de cuello de fémur tratadas con el clavo trilaminar, en el atornillamiento del maléolo interno (Perkins50) o en las fracturas diafisarias medias del fémur con el clavo medular.
El objeto de este trabajo es aportar nuestra experiencia personal para contribuir a la aclaración de estos extremos.
Nuestra estadística se compone de 323 fracturas de la pierna procedentes de accidentados de trabajo del Sanatorio Adaro, de Sama; de la Clínica de San Cosme, de Oviedo; también en su mayoría de la misma procedencia. Asimismo de la Caja Nacional del Seguro de Enfermedad, Hospital Militar y clínicas particulares, todos ellos de Oviedo. En este último grupo, casi siempre debidas a accidentes casuales o de tráfico, el tiempo de recuperación de los mismos no ha sido influido por factores de índole psicológico, como pudo haber sucedido en los grupos anteriores.
LESIONES VASCULARES Y NERVIOSAS
En ocasiones, las fracturas diafisarias de la tibia se complican con lesiones vasculares o, más raramente, nerviosas. Las lesiones vasculares suelen tener lugar a nivel de las arterias tibiales o de la arteria poplítea antes de la bifurcación. Las lesiones nerviosas suelen ser menos frecuentes, pero es indudable que los nervios de la pierna pueden resultar lesionados como cualquier tipo de estructura blanda en las fracturas abiertas.
La arteria poplítea a nivel de su bifurcación está muy próximo a la tibia, siendo fácil que en las fracturas altas diafisarias de la misma, el vaso quede lesionado por contusión o por tracción, como sucede en los cinco casos publicados por Watson-Jones72.
La arteria suele ser contundida a un nivel más alto del foco de fractura por un mecanismo de tracción como sucedió en el caso de una fractura de tercio medio publicada por Griffiths22. En este caso, la arteriografía demostró que la obliteración de la arteria tenía lugar a nivel de la bifurcación.
Pueden también ser posibles las lesiones arteriales de la poplítea al reducir las fracturas en el aparato de tracción si no se extreman los cuidados al almohadillarse la barra de contraextensión.
Las lesiones de la arteria poplítea suelen dar lugar a una gangrena, y los casos de retracción isquémica que aparecen como consecuencia de las fracturas de tibia, se deben más bien a la aplicación defectuosa o a la vigilancia poco escrupulosa de un vendaje de yeso inalmohadillado.
Las lesiones vasculares que complican las fracturas fueron descritas magistralmente en el trabajo de Griffiths22 y pueden clasificarse en los siguientes grupos: división completa o rotura de la arteria, lesión producida por la acción lacerante de los fragmentos o por el agente vulnerante en el caso de las fracturas abiertas; estas lesiones son de interés limitado y poco frecuentes. El grupo siguiente está integrado por lesiones arteriales en las cuales está respetada la continuidad del vaso, y su interpretación y diagnóstico puede tener más dificultades en la clínica, ya que es necesario precisar en el mismo para la aplicación terapéutica correspondiente. En este grupo se encuentra en primer lugar el espasmo vascular reflejo, que aparece no sólo en las arterias afectadas después de la sección o rotura como mecanismo natural para impedir la hemorragia, sino que puede presentarse asimismo en las contusiones intensas o conmociones a nivel del vaso. El espasmo vascular no sólo se limita a la parte afectada sino que algunas veces, como sucede muy a menudo, afecta a la circulación colateral.
La rotura intramural de la arteria tiene lugar principalmente en las lesiones por tracción y aplastamiento, contusiones arteriales acompañadas de trombosis y de embolias que pueden fijarse en ramas más distales que la arteria afectada y, por último, compresiones de la arteria por hematomas y fragmentos fracturarios, o bien por un vendaje de yeso inadecuado o intempestivamente aplicado.
CONCEPTO DE RETARDO DE CONSOLIDACIÓN Y PSEUDOARTROSIS
Por retardo de consolidación debemos de entender la prolongación del tiempo de curación de una fractura por encima de los límites normales dada su localización y tipo anatomopatológico, no pudiendo establecerse límites fijos y dependiendo, como es natural, de las condiciones individuales y de la forma en que ha sido llevado el tratamiento.
Böhler8 da como tiempo de curación de las fracturas diafisarias de tibia de ocho a diez semanas, pero este plazo, como es natural, puede darse sólo a título de orientación y parece que es un poco corto, ya que el plazo ordinariamente suele ampliarse a las doce y hasta las catorce semanas para las fracturas cerradas.
En nuestros casos de fracturas cerradas en el adulto, la inmovilización media estuvo comprendida habitualmente entre las cifras de catorce a dieciocho semanas.
Para establecer el criterio de consolidación retardada, es mejor valerse del control radiológico como aconseja Watson-Jones72, el cual considera como fractura con consolidación lenta aquella que después de varias semanas de tratamiento su línea es claramente visible, no existiendo concavidad de las superficies ni tampoco decalcificación y esclerosis, es decir, el aspecto radiológico de toda fractura durante las primeras semanas, persistiendo después de transcurridas éstas. En la consolidación retardada los extremos óseos y la línea de fractura se han ensanchado hasta constituir una cavidad con un contorno velloso mal definido no existiendo todavía decalcificación ni esclerosis. Según Urist y Mazet62, en las fracturas que presentan estos caracteres entre los cuatro y los dieciocho meses, se puede hablar de fractura de tibia con consolidación lenta o retardada.
En las pseudoartrosis, el estudio radiográfico demuestra que existe un espacio entre los fragmentos que puede estar rellenado parcialmente, pudiendo existir una movilidad anormal. Los extremos fracturarios están ensanchados, curvados y con esclerosis y con una obliteración del canal medular con hueso compacto. Urist y Mazet62 dan como plazo para considerar una pseudoartrosis en una fractura de tibia dieciocho meses de tratamiento no interrumpido y presentando los caracteres radiográficos antes descritos. Kuntzmann29 considera como fracturas de tibia en consolidación retardada todas aquellas que no estuvieran curadas después de los ciento veinte días y que no presenten los caracteres radiográficos de una pseudoartrosis. Sanchís Olmos y Vaquero González37 establecen como plazo para considerar un retardo de consolidación el de ciento ochenta días, siendo este criterio el seguido por nosotros.
TRATAMIENTO DE LAS FRACTURAS DIAFISARIAS DE LA TIBIA
En el tratamiento de las fracturas diafisarias de la tibia podemos establecer tres grupos: a) tratamiento incruento; b) osteosíntesis; c) tratamiento de las fracturas abiertas.
Tratamiento incruento. En toda reducción incruenta de una fractura diafisaria de tibia se precisa restaurar la alineación normal de la pierna, ya que para que la rodilla y el tobillo puedan seguir funcionando normalmente, es de suma importancia el restaurar dicha alineación, pues si persiste un arqueamiento lateral con concavidad externa o interna, el pie aparece en varus o en valgus y los ligamentos laterales de la rodilla y asimismo los del pie y tobillo se distienden con la carga del cuerpo determinando una incapacidad a nivel de dichas articulaciones, creando a la larga una artrosis trofoestática con todas sus consecuencias. Igualmente aparecen trastornos si no se restaura la alineación de la diáfisis tibial en el sentido anteroposterior. La secuela más común es el alabeo posterior de la tibia, que obliga a la paciente durante la marcha a colocar la rodilla en ligera flexión. Si no se corrige la rotación interna o externa, el enfermo camina con el aspecto de un pie plano valgo o en rotación interna con los trastornos consiguientes para los ligamentos de la rodilla y el pie.
La restauración de la longitud no es tan importante como la restauración de la alineación. Acortamientos de un centímetro pueden ser compatibles con una buena función.
El equinismo del pie debe ser prevenido al inmovilizarlo en ángulo recto, y en las fracturas bajas de la tibia que deben ser reducidas con el pie en ligero equino, éste debe ser rectificado al iniciarse la consolidación.
El que reduce una fractura de tibia por medios increuentos debe de saber que la reducción anatómica (figs. 6.a y 7.a) es el objetivo menos importantes de los señalados y suele ser suficiente que la aposición de los extremos de los fragmentos tibiales comprenda un tercio de la sección de los mismos, aunque por razones estéticas no deben coaptar lo más exactamente posible.
Figura 6. A) Fractura oblicua inestable de tibia y peroné izquierdos, tratada con aparato de tracción y escayola. B) Resultado de cinco meses. A los once meses reanuda su trabajo habitual.
Figura 7. A) Fractura de tibia y peroné derechos en un minero picador de veintisiete años; forma anatómica oblicua e inestable. Reducción en el aparato de tracción a tornillo y después escayola. B) Resultados a los ocho meses, fecha en la que reanuda el trabajo habitual.
Aunque una reducción anatómica representa una garantía de una buena restitución funcional, hay un hecho fundamental que puede abogar en favor de la reducción incruenta, la agradable sorpresa que nos causa ver estos fracturados al cabo de dos años, en los cuales la radiografía de su fractura nos originaba depresiva preocupación y a los que vemos caminar sin la menor claudación, con las articulaciones y los músculos recuperados a toda prueba, trabajando en ocupaciones difíciles físicamente y olvidados de que sufrieron una lesión (figs. 6.a y 7.a).
Momento de la reducción. Aun cuando en todas las fracturas y luxaciones sostenemos el criterio de considerarlas como de cirugía de urgencia, por lo tanto opinamos que deben ser tratadas en las primeras horas que siguen al traumatismo, extremamos esta norma en las fracturas de los huesos de la pierna, convencidas de que tal proceder aporta grandes ventajas y evita y atenúa algunas contingencias desagradables.
Refiriéndonos a las fracturas cerradas, puesto que en las abiertas tal conducta no ofrece la menor duda, la reducción precoz, previo correcto diagnóstico radiográfico, se consigue con mayor facilidad aprovechando el estupor muscular que aparece en las primeras horas del accidente. A veces, con una simple inyección de morfina se puede manipular una fractura. En estos momentos los fragmentos desviados, al igual que los huesos luxados, están deseando volver a su sitio. No suele haber espasmo muscular que se oponga a ello; el hematoma es aún pequeño y está limitado al foco de fractura e integrado por sangre líquida que tampoco ofrece resistencia a la coaptación.
Cuando se deja pasar algunos días de toda tentativa de tratamiento de estas fracturas, se producen tumefacciones y flictenas, el hematoma infiltra los espacios intermusculares y se originan subfusiones hemáticas entre los músculos, aponeurosis y hueso; la circulación distal puede quedar comprometida en mayor o menor grado en aquellos casos de hematomas a tensión encerrados en el estuche aponeurótico; la piel puede desvitalizarse; las flictenas se infectan y retrasan el tratamiento varias semanas. La reducción en este caso es más difícil y precisa una profunda anestesia; las fuerzas necesarias, mayores, y en muchos casos la reducción puede ser difícil e imposible de lograr.
En los casos tardíos es muy útil para disminuir el edema antes de proceder a la reducción, la inyección en el foco de fractura y en los alrededores de un preparado de hialouronidasa. A los casos tardíos, aparte de la dificultad en la reducción, se unen otros inconvenientes: al bajar el edema se aflojan los yesos, precisando varios cambios de vendaje con peligro de desviación en cada uno. Los músculos infiltrados de hematomas y seromas, al organizarse éstos, se retraen y son más difíciles de recuperar durante el período de rehabilitación.
La reducción precoz manual y mecánica, al colocar las cosas en su sitio, quita obstáculo a la circulación, principalmente a la de retorno. Sólo con ésto la tumefacción es menor y las flictenas, de presentarse, son más escasas.
Pero si a la reducción le añadimos una inmovilización con vendaje de yeso, la tumefacción se reduce al mínimo. Ahora bien: es preciso insistir sobre dos puntos de la mayor importancia, ya que puede su omisión imaginar consecuencias desastrosas cuando a una reducción precoz le sigue la aplicación de un yeso. Nos referimos a que todo yeso aplicado inmediatamente a la reducción precoz debe de ser abierto longitudinalmente, sin que quede el menor hilo sin cortar. Los dedos del miembro deben de ser vigilados cada dos horas durante uno o dos días, por si fuera preciso abrir más el yeso, o sea separar los bordes de la abertura longitudinal. De esta manera, la presión del hematoma se encuentra con la resistencia elástica del vendaje de yeso y lo distiende lo necesario, a la vez que dicha resistencia frena a la tumefacción. Procediendo así se puede aplicar el yeso definitivo a los ocho o diez días de la primera reducción en fracturas muy desviadas.
En las fracturas con escaso desplazamiento o sin desviación, basta la reducción por simple manipulación con la rodilla en flexión de 35 a 45 grados, procurando en las maniobras restituir los ejes y colocando primero un vendaje hasta rodilla que se prolonga ulteriormente hasta el tercio superior del muslo. Es útil el empleo de férulas en U de escayola para inmovilizar más rápidamente el foco de fractura, completando después el apósito con venda circular.
Las angulaciones superiores a 15 grados pueden corregirse con ayuda de cuñas, efectuadas en el vendaje de yeso, siguiendo la técnica descrita por Böhler8.
En las fracturas con desviaciones más importantes es necesario recurrir a la reducción con el aparato de tracción a tornillo, el cual tiene como modelo más corriente y sencillo el descrito por Böhler8, en el que se efectúa la tracción por medio de un clavo de Steimann. Se han descrito otros aparatos para efectuar la tracción en las fracturas de tibia, como el descrito por Watson-Jones72, en el cual se emplea un soporte para muslo ejerciendo la tracción en posición vertical por medio de un estribo colocado a dos centímetros y medio por encima de la articulación del tobillo. En el aparato de tracción de Zimmer76, ésta se efectúa por medio de dos alambres de Kirschner aplicados en la tuberosidad tibial y en la región supramaleolar. Un sistema de distracción de ambos estribos o unidades perforantes reduce el acortamiento de la fractura.
Para la reducción de aquellas fracturas en las cuáles no sea necesario emplear una tracción excesiva, es de gran utilidad la técnica de Sanchís Olmos, referida por Vaquero González64, cuyo procedimiento emplea un sistema de enyesado con cuatro longuetas, haciendo posible aplicar el apósito de escayola sin que sea necesario suprimir la tracción durante su colocación.
En las fracturas transversales puede ser suficiente un apósito de yeso aplicado después de la reducción en el aparato de tracción, que debe ser abierto a todo lo largo de la misma y manteniendo la pierna en reclinación en una férula de Braun.
En las fracturas conminutas oblicuas y espirales, después de efectuada la reducción y colocado el apósito de yeso, en el estribo de tracción se debe colocar un peso de dos y medio a cuatro kilogramos durante tres a cuatro semanas.
Existen fracturas espirales, oblicuas y conminutas de ambos huesos de la pierna que difícilmente pueden ser mantenidas sin recurrir a la extensión continua, por ser extensa la superficie ósea afectada que proporciona inestabilidad a la reducción. La extensión continua debe de ser aplicada y controlada con mucho cuidado, ya que si se emplea una tracción excesiva, puede dar origen a un retardo de consolidación. La extensión continua puede efectuarse en la férula de Braun o en la férula de Thomas.
Nosotros no somos partidarios de esta forma de tratamiento de las fracturas diafisarias de tibia, y en los casos en los cuáles por las circunstancias nos hemos visto obligados a recurrir a él, a los quince o diecisiete días, cuando ya se ha formado un callo que da cierta estabilidad a la fractura y haya desaparecido completamente el edema, sustituimos la extensión continua por el apósito de yeso.
RESULTADO DE NUESTRA EXPERIENCIA PERSONAL EN EL TRATAMIENTO DE LAS FRACTURAS CERRADAS DE LA DIAFISIS DE LA TIBIA
Criterio seguido para la evaluación de los resultados. Los resultados anatómicos y funcionales fueron clasificados en tres categorías: perfecto, bueno y mediocre.
Resultado anatómico perfecto: Ningún acortamiento ni desviación de ejes, buena consolidación, ningún trastorno trófico.
Resultado anatómico bueno: Acortamiento de menos de 2 cm, desviación de ejes de menos de 15 grados, trastornos tróficos ligeros.
Resultado anatómico mediocre: El resto de los casos.
Resultado funcional perfecto: Retorno a las actividades profesionales o deportivas, no existe disminución de la capacidad física ni limitación de la movilidad de las articulaciones, no existe fatiga a la marcha prolongada.
Resultado funcional bueno: Las actividades profesionales pueden efectuarse con ciertas dificultades, no son posibles la práctica de ciertos deportes ni marchas prolongadas, limitación de menos de 10 grados de la movilidad de la articulación de la rodilla y de la tibio-tarsiana.
Resultado funcional mediocre: Todos los otros casos, marcha dificultosa con claudación, fatiga, dolores, actividad reducida, rigideces, edemas.
Las fracturas fueron clasificadas en fracturas infantiles y fracturas del adulto. Las primeras comprendían hasta los catorce años inclusive.
El tiempo para considerar a una fractura con retardo de consolidación fue el de ciento ochenta días.
Para la evaluación de los resultados se ha seguido el criterio de Kuntzmann y Meyer29.
Fracturas cerradas infantiles. Fueron tratados 40 casos de fracturas infantiles clasificados en los siguientes grupos: espiroideas, 18; oblicuas, 12; transversales, 2, y fisuras, 8 (figs. 33, 34, 35 y 36).
Figura 33.
Figura 34.
Figura 35.
Figura 36.
El criterio seguido para el tratamiento ha sido el siguiente: en las fisuras, inmovilización con apósito de yeso, tratamiento que se hace extensivo a los restantes tipos anatómicos sin desviaciones o con ellas muy escasas. En las fracturas oblicuas y espiroideas con grandes desviaciones, se empleó el tratamiento de osteosíntesis con cerclaje compuesto, cerclaje y tornillos (fig. 37). Un caso de fractura transversa con gran desviación y una fractura oblicua fueron enclavadas con el método de Küntscher (figura 38).
Figura. 37. A) Fractura espiroidea de tibia y peroné derechos en un niño de once años, tratada con cerclaje compuesto. B) Resultado a los tres meses, quince días después de retirada la inmovilización complementaria.
Figura 38. A) Fractura transversa de tibia y peroné en un niño de tres años, tratada con enclavado medular. B) Resultado a las cinco semanas de tratamiento.
Figura. 10. A) Fractura espiroidea de tibia izquierda en un niño de diez años, tratada con cerclaje de alambre. B) Resultado a los dos meses y medio, fecha en que se suprime la inmovilización complementaria. (Ausencia de callo, soldadura perfecta de fractura.)
Figura 11. A) Fractura espiroidea de tibia derecha en un niño de doce años, tratada con cerclaje con hilo de acero. B) Resultado a los tres meses, quince días después de retirada la inmovilización complementaria.
En nuestro estudio hemos puesto en relación la forma anatómica de la fractura con el tratamiento empleado (fig. 33, 34, 35 y 36), estudiando conjuntamente el tiempo de inmovilización media, recuperación funcional y los resultados anatómicos y funcionales.
Las fracturas espiroideas (fig. 33) fueron las que precisaron una mayor inmovilización media, de ocho a once semanas, y fue dentro de este grupo donde se obtuvieron algunos resultados clasificados como buenos por quedar desviaciones residuales que no superaron a los 15 grados.
En los restantes grupos anatómicos (figs. 34, 35 y 36), el resultado funcional y anatómico fue perfecto, variando la inmovilización entre cuatro y siete semanas. Salvo 10 casos de grupo de las espiroideas, cuya cifra de recuperación media fue de cuatro semanas, la recuperación funcional se obtuvo en los restantes grupos en dos o tres semanas después de suspendida la inmovilización.
Cinco casos de fracturas oblicuas y espiroideas fueron tratadas con cerclaje de alambre de acero (figs. 33 y 34). El resultado logrado ha sido tan brillante que hemos obtenido una cicatrización de la fractura por primera intención (figs. 10 y 11), y siendo el método operatorio sumamente sencillo nos atrevemos a considerarlo como el procedimiento de elección en las fracturas espiroideas infantiles que presentan importantes desplazamientos. El cerclaje compuesto (tornillo y alambre) ha sido empleado en un caso (fig. 37) de una fractura espiroidea con excelentes resultados. Tornillos perpendiculares a la cortical fueron utilizados en tres casos de fracturas oblicuas y cuatro espiroideas, también con resultados anatómicos y funcionales perfectos (figs. 18 y 19).
Figura 18 A) Fractura espiroidea de tibia derecha en un niño de diez años, tratada con tornillos perpendiculares. B) Resultado a los tres meses, quince días después de retirada la inmovilización complementaria.
Figura 19. A) Fractura espiroidea de tibia izquierda en una niña de nueve años, tratada con tornillos perpendiculares. B) Resultado a los tres meses, quince días después de retirada la inmovilización complementaria.
El enclavamiento medular proporcionó excelentes resultados en una fractura transversa de tercio medio con grave desplazamiento (fig. 38). A los quince días el niño andaba sin ninguna clase de apósito. Se enclavó también una fractura oblicua, pero la inmovilización y la recuperación funcional media fue más larga en este caso que el de las fracturas del mismo tipo tratadas con apósito de escayola (fig. 34).
En nuestra serie de fracturas infantiles fueron estudiados asimismo algunos índices de interés estadístico. Se han hallado las medias de la inmovilización y de la recuperación funcional, estudiando asimismo las desviaciones típicas y el índice de variabilidad (fig. 39). Se han estudiado también los índices de sanidad de los resultados anatómicos y funcionales referidos a 100 para los perfectos, 75 para los buenos y 50 para los mediocres.
Figura 39.
Por lo que se refiere a la inmovilización media y a la recuperación funcional, el índice de variabilidad de la inmovilización (4,9) demuestra una mayor uniformidad en los resultados por ser más bajos que el índice de recuperación funcional (7,7).
Por lo que se refiere a los índices de sanidad, en todos los métodos de osteosíntesis llegan a la cifra de 100 y 94 en las fracturas tratadas con yeso. La recuperación funcional nos da cifras muy similares. El índice de variabilidad nos demuestra con sus cifras bajas (2,9 y 1,2) la uniformidad en los resultados obtenidos empleando los distintos procedimientos (fig. 40).
Figura 40.
Complicaciones. Las complicaciones (fig. 41) se redujeron a tres casos de recurvatum con desviaciones inferiores a 15 grados y una rigidez de tobillo, todas ellas correspondientes al grupo de las fracturas tratadas con apósito de yeso.
Figura 41.
Fracturas cerradas en los adultos. Fueron tratadas 223 fracturas cerradas de adultos, clasificadas anatómicamente en los siguientes grupos: oblicuas cerradas, 50; transversas, 82; espiroideas, 70, y conminutas, 21. El porcentaje más alto corresponde a las transversas, entre las que se incluyó las fracturas en mariposa, con fragmento cuneiforme y las medianamente conminutas. La alta proporción de fracturas transversas de nuestra estadística se debe a que ésta está compuesta en gran número por accidentes de trabajo, los cuales condicionan fracturas de tibia por mecanismo directo.
La inmovilización media para las fracturas oblicuas cerradas osciló entre 14,2 semanas y 20,2 semanas. Para las espiroideas, entre 14,2 y 18,5. Para las conminutas, entre 18,5 y 20, y para las transversas, entre 20 y 52 semanas. La recuperación funcional media osciló para las espiroideas, entre 18,5 y 42,8. Para las oblicuas, entre 18,5 y 23,8. Para las conminutas, entre 23,5 y 25,7, y para las transversas, entre 26,5 y 60,7 para un caso (figs. 42, 43, 44 y 45).
Figura 42.
Figura 43.
Figura 44.
Figura 45.
Los resultados anatómicos y funcionales en los distintos tipos de fracturas pueden cotejarse en los cuadros que ilustran este trabajo. El estudio de sus índices de sanidad demuestra un buen porcentaje que oscila entre 94 y 82 y aun cifras superiores, con excepción del índice de sanidad de los resultados anatómicos en las fracturas conminutas, que es un poco más bajo (77,25) (figs. 46, 47, 48 y 49).
Figura 46.
Figura 47.
Figura 48.
Figura 49.
Cincuenta casos de fracturas oblicuas cerradas fueron tratadas de la siguiente manera: dos casos con cerclaje, tres, enclavados medulares, ocho con tornillos, y treinta y siete con procedimiento ortopédico (yeso o reducción con aparato de tracción) (fig. 42). En líneas generales, las cifras de inmovilización y recuperación funcional fueron más favorables con la osteosíntesis que con el tratamiento conservador. De manera especial el cerclaje y los tornillos perpendiculares (fig. 42). Con el tratamiento conservador se obtuvieron el 48,9 por 100 de resultados anatómicos buenos, que se tradujo más tarde en el 83,7 por 100 de resultados funcionales buenos. En los 13 casos de osteosíntesis los resultados anatómicos y funcionales fueron perfectos, y a ellos correspondieron asimismo las cifras más cortas de inmovilización y recuperación funcional (fig. 42).
En los 70 casos de espiroideas, 2 fueron tratados con cerclaje, 5 con cerclaje compuesto, 5 con enclavado medular, 13 con tornillos, uno con extensión continua y 43 con procedimiento ortopédico (figs. 43, 13, 16 y 17).
Figura. 13. A) Fractura espiroidea de tibia y peroné izquierdos tratada con sutura en anillo con hilo de acero. B) Resultado a los diez meses, con recuperación completa para el trabajo.
Figura. 16. A) Fractura espiroidea de tibia y peroné derechos en un trabajador adulto, tratada con tornillos perpendiculares. B) Resultado a los seis meses, con recuperación completa para el trabajo.
Figura. 17. A) Fractura espiroidea de tibia y peroné derechos en mujer adulta tratada con tornillos perpendiculares. B) Resultado a los tres meses y medio, fecha en que se suprime la inmovilización complementaria.
En líneas generales, los tiempos de inmovilización y recuperación funcional fueron más cortos en la osteosíntesis que con la extensión continua y con el yeso.
Los dos casos de cerclaje simple curaron con rapidez y fueron perfectos los resultados anatómicos y funcionales. Con el cerclaje compuesto (fig. 50) sucedió de esta forma en la mayoría de los casos, con excepción de uno que tuvo un retardo de consolidación. En él tuvo lugar una rotura tardía del cerclaje, y tampoco es completa en él la inserción de uno de los tornillos (fig. 51). Este caso aumenta el porcentaje de inmovilización media de este grupo. En otro caso, la consolidación fue rápida, pero hubo un desplazamiento secundario que se tradujo más tarde en un resultado funcional perfecto.
Figura. 50. A) Fractura espiroidea de tibia izquierda y peroné del mismo lado en un adulto, tratada con cerclaje compuesto. B) Resultado a los seis meses, tres después de haber retirado la inmovilización complementaria.
Figura. 51. A) Fractura conminuta de tibia derecha en un adulto, tratada con cerclaje compuesto. B) A los tres meses, consolidación retardada, rotura de un cerclaje. C) Fractura consolidada, se retira la inmovilización complementaria, a los siete meses.
Los seis casos tratados con enclavamiento medular demuestran claramente que este tipo de fracturas no es adecuado para este procedimiento (fig. 31). En ninguno de los casos se obtuvo un resultado anatómico perfecto, solamente buenos y medianos, aunque posteriormente se tradujeron en resultados funcionales perfectos en la mayoría de los casos. La consolidación fue rápida (fig. 31).
Figura 31. A) Fractura oblicua de tibia y peroné derechos en un adulto, después de practicado un enclavado medular. B) Resultado a los cuatro meses, buena consolidación. Desplazamiento longitudinal de los fragmentos.
Trece casos fueron tratados con tornillos. Los resultados fueron muy satisfactorios y todos ellos, tanto en lo referente a la cortedad del tiempo de inmovilización como en lo referente a la recuperación funcional.
En los 43 casos tratados con reducción cerrada y escayola, se obtuvo un alto porcentaje de resultados anatómicos perfectos y buenos, y el 83,5 por 100 de resultados funcionales perfectos. El tiempo de inmovilización fue más prolongado en esta serie (20,2 semanas).
En el caso tratado con extensión continua, los resultados anatómicos y funcionales fueron perfectos, pero la consolidación fue retardada y el tiempo de recuperación lento (fig. 43).
En el grupo de transversas cerradas y medianamente conminutas se incluyeron 82 casos. Uno de ellos fue tratado con cerclaje compuesto y tuvo un retardo de consolidación. Seis casos fueron tratados muy satisfactoriamente con enclavado medular (fig. 32). El tiempo de inmovilización media y recuperación funcional fue corto en estos casos, siendo el resultado anatómico y funcional perfecto en el 100 por 100 de los casos. Setenta y cinco casos fueron tratados con reducción cerrada y yeso, los cuales consolidaron a los cinco meses aproximadamente. No se obtuvo un alto porcentaje de resultados anatómicos perfectos, aunque sí funcionales (75,4 por 100).
Figura 32. A) Fractura transversa de tibia derecha en adulto, tratada con enclavado medular. B) Resultado a los cuatro meses, con buena consolidación.
En el grupo de las conminutas fueron incluidos 21 casos (fig. 44). Dos casos con cerclaje con un tiempo rápido de consolidación. El resultado anatómico fue perfecto en uno y bueno en otro, siendo el funcional perfecto en ambos. Otro caso fue tratado con tornillos con resultado anatómico y funcional perfecto. Dieciocho casos fueron tratados con reducción cerrada y escayola. El tiempo medio de inmovilización fue de cinco meses en las series anteriores. Los resultados anatómicos tuvieron un porcentaje relativamente pequeño de resultados anatómicos perfectos (16,5 por 100) en relación con el tipo de fractura. En los resultados funcionales se obtuvo un alto porcentaje de resultados perfectos (88 por 100).
Fueron estudiados diversos índices: Medias de la inmovilización y de la recuperación funcional con los distintos tipos de tratamientos empleados. Media absoluta, desviación típica y coeficiente de variabilidad. Asimismo fueron estudiados los índices de sanidad de los resultados anatómicos y funcionales, cuya valoración figura en el cuadro número 39.
Las cifras de inmovilización media más bajas correspondieron a los tornillos, con 14,53 semanas, y asimismo las cifras de recuperación funcional, 18,37 semanas. Le sigue el cerclaje, el enclavado medular, el cerclaje compuesto con cifras más altas que en los procedimientos ortopédicos. El coeficiente de variabilidad fue bastante elevado, 12,71 para la inmovilización media y 12,29 para la recuperación funcional, lo que indica poca uniformidad en los resultados.
Los índices de sanidad de los resultados anatómicos y funcionales correspondieron las cifras más favorables a los tornillos y a los cerclajes. Asimismo a la extensión continua, pero como se trata de un solo caso no se le puede dar una valoración definitiva. El coeficiente de variabilidad fue mucho más bajo, especialmente para el resultado funcional (2,36) (fig. 52).
Figura 52.
Las complicaciones (fig. 53) fueron relativamente escasas en la serie de fracturas cerradas: acortamientos en número de cinco no superiores a 2 cm, uno correspondiente a un enclavamiento medular y cuatro a las reducciones cerradas y yeso. Deformidades de los ejes en el sentido anteroposterior (anterocurvatum y recurvatum) hubo diez casos: uno correspondiente a un cerclaje, dos a un enclavamiento medular y siete al procedimiento cerrado (ortopédico).
Figura 53.
El edema persistió en cuatro casos: uno correspondiente a un cerclaje, el segundo caso a una fractura operada con tornillos, y que tuvo una infección secundaria, y dos correspondientes a los procedimientos de reducción cerrada. Las rigideces articulares quedaron limitadas a la articulación del tobillo en grado exiguo: una correspondió a una fractura infectada secundariamente, fijada con tornillos a un enclavamiento medular, y dos a procedimientos de reducción cerrada y yeso. La supuración tuvo lugar en tres casos: dos correspondientes a fracturas espiroideas tratadas con tornillos, pero estas infecciones no estorbaron la consolidación de la fractura, provocando una osteítis en las zonas de implantación de los tornillos, que cedió fácilmente después de retirar éstos y de la limpieza del foco. Otras infecciones correspondieron a un enclavamiento medular, y ésta apareció muy tardíamente, a los tres meses de la intervención (fig. 12), cuando la fractura estaba ya completamente consolidada. La infección cedió fácilmente después de la extracción del clavo y de la limpieza del foco.
Figura. 12. A) Fractura transversa de tibia derecha en un trabajador de diecinueve años, enclavado medular a cielo abierto y osteotomía del peroné. B) Resultado a los tres meses y medio: infección larvada en el foco de fractura, con formación de un secuestro. Buena consolidación.
En este grupo hubo seis retardos de consolidación que sobrepasaron el plazo de ciento ochenta días: dos correspondieron a cerclajes compuestos; uno de los casos ya fue comentado (fig. 51), y el retardo pudo haberse debido a las condiciones defectuosas de vascularización más que a la rotura secundaria del alambre y a la incompleta inserción de uno de los tornillos; otro caso correspondió a la extensión continua, y tres, a los procedimientos de reducción cerrada.
El porcentaje de pseudoartrosis fue muy escaso. Hubo dos casos en fracturas tratadas con procedimientos cerrado y yesos, correspondientes a fracturas oblicuas y transversas situadas en niveles inferiores. Estas pseudoartrosis curaron posteriormente mediante operaciones de injertos óseos.
*Comunicación a las IV Jornadas Nacionales de la S.E.C.O.T. Asturias, julio de 1955.
**Lo que se publica es la parte que se ha considerado más importante del artículo original, que tenía 84 páginas. La bibliografía se ha reproducido íntegramente.