Hace unos días, con motivo del lanzamiento del próximo Congreso Anual de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, leímos la siguiente declaración: «La Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG) y la SGXX alertan de un grave tsunami generacional, si no se camina hacia un nuevo envejecimiento activo»1. Resulta apropiado hacer una observación ante semejante afirmación con el deseo de que ayude a consolidar el reconocimiento y respeto que en el ámbito social y académico la SEGG se ha sabido ganar.
Que el mundo está viviendo un proceso de envejecimiento poblacional no es novedad. Globalmente, a partir de 2010 ya son más las personas mayores de 65 años, que los menores de 5 años2. España particularmente ha tenido un rol fundamental en colocar al envejecimiento en la agenda mundial con la celebración de la Asamblea Mundial en 2002, y a nivel doméstico con la aprobación en 2006 de la «Ley de promoción de la autonomía personal y atención a personas en situación de dependencia», más conocida como Ley de la Dependencia, que estableció el cuarto pilar del Estado de Bienestar. Esto habla de compromiso.
Los drásticos recortes en los presupuestos del Estado en todos sus niveles, consecuencia de la todavía presente inestabilidad financiera y económica, junto con las radicales transformaciones en los sistemas sanitarios y de servicios sociales que amenazan con producirse en varias autonomías españolas, aconsejan cautela en las manifestaciones públicas. Hablar de «grave tsunami generacional» no parece ser la frase más afortunada en este contexto. Significa también desconocer el verdadero significado del documento «Envejecimiento activo: un marco político»3 y del manejo frente a medios de comunicación masiva.
La salud pública y la comunicación son una pareja de hecho, que hoy más que nunca deben extender y consolidar sus lazos. La comunicación está presente en muchos ámbitos de la salud: en la relación entre los médicos y los pacientes; en las acciones y campañas de promoción y educación para la salud; en la gestión del riesgo y la comunicación en situaciones de crisis; en la comunicación institucional de organizaciones de salud; en el periodismo sanitario. A tal punto se ha desarrollado el campo de la comunicación y la salud, que esta área se ha convertido en materia de estudio e investigación de las principales organizaciones internacionales, entre ellas la OMS, y en los últimos años han surgido estudios de posgrado que forman a profesionales del ámbito sociosanitario.
Vivimos en una sociedad que nos ofrece enormes posibilidades de comunicación, particularmente a partir del desarrollo tecnológico, pero esas posibilidades de multiplicar el mensaje deben llevarnos a actuar con más prudencia, sobre todo cuando se trata de respetadas sociedades profesionales. La exageración en las manifestaciones públicas puede ser considerada un ejemplo de mala praxis, con consecuencias alarmistas en el ámbito social, que generan como reacción lo que hoy conocemos entre médicos como «prevención cuaternaria»4. Si no somos medidos a la hora de hacer nuestras manifestaciones, en concreto en lo referido a «qué» decimos y «cómo» lo decimos, podremos conseguir muchos titulares de prensa, pero estaremos echando por tierra la posibilidad de informar y educar a la población sobre los procesos de desarrollo que se están viviendo.
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