La fragilidad en el anciano se ha convertido en un tema importante en la actual investigación sobre envejecimiento y la producción científica al respecto ha crecido de manera exponencial en los últimos años. La aparición de Red Española de Investigación Cooperativa sobre Envejecimiento y Fragilidad (RETICEF), en el ámbito de la investigación española es un ejemplo más de este interés y del impulso a la investigación, básica y clínica, sobre este tema en España1. Distintos trabajos sintetizan y difunden en nuestro medio las principales aportaciones en este campo2,3.
Este mismo número de la Regg incluye una interesante aportación sobre un instrumento de medida de fragilidad (SHARE-FI)4, que por su fácil manejo podría utilizarse para el cribado de la fragilidad en Atención Primaria (AP). Según los autores que presentan los resultados de la versión española del proyecto europeo SHARE5, el nuevo instrumento es útil para identificar a las personas que requieren el uso preferente de recursos en AP y resaltan el papel que pudiera tener ese instrumento para unificar el lenguaje sobre la fragilidad a nivel europeo, ya que «al no necesitar puntos de corte ni marcos referenciales adicionales, supera uno de los principales obstáculos por el que el paradigma de la fragilidad no se había podido aplicar a la práctica clínica diaria en nuestro medio»4. Esta afirmación trae a primer plano el hecho de que a pesar de la profusa producción científica sobre la fragilidad, aún no se ha alcanzado el consenso necesario que se exigiría para transferir los resultados a la práctica clínica.
Existe un acuerdo básico en considerar la fragilidad como un aumento de la vulnerabilidad y en aceptar su multidimensionalidad. Sin embargo, existen diferencias tanto en la forma de interpretar el concepto mismo como sobre cuáles son los mejores instrumentos de medida. Así, se pueden distinguir dos líneas diferentes de acercamiento a la fragilidad: una que da más preponderancia a los componentes biológicos, y otra que incorpora dimensiones más próximas al modelo biopsicosocial2,3,6. En un extremo estaría la definición del fenotipo de Fried y Watson en 20017, que hace especial referencia a las dimensiones relacionadas con la composición corporal, la actividad y el metabolismo energético, una definición oligodimensional3 basada en la medición de 5 criterios. En el otro extremo, una línea más multidimensional que incluye morbilidad, discapacidad y factores mentales y sociales, representada por la escala de medida global de Rockwood formada por 40 indicadores8. En medio de este arco se encuentran diferentes aproximaciones más cercanas a uno u otro extremo que estudian distinto número de indicadores9,10.
Incluso habiendo optado por un determinado modelo de fragilidad, existen diferencias entre los investigadores en la elección de los instrumentos y la forma de medir sus componentes2,3,6–10.
Por otra parte, la reciente creación del observatorio de la Sociedad Española de GyG sobre la sarcopenia11 parece, a nuestro juicio, una apuesta por una línea de investigación más biologicista sobre un síndrome muy relacionado con la fragilidad.
En el momento actual se debate la necesidad de poner en marcha medidas de prevención y tratamiento de la fragilidad dada la posibilidad de reversión de la misma12 y su asociación a discapacidad y mortalidad. En ese contexto se plantea la conveniencia de detección y cribado del mayor frágil. Dos revisiones recientes publicadas en 2010 se refieren directamente a este tema, con especial referencia a la AP2,13. En alguna medida, estas revisiones y propuestas dan continuidad a un grupo de consenso formado por expertos, representantes de diferentes sociedades científicas y de la administración sanitaria14. La última revisión del PAPPS (Programa de Actividades Preventivas y de Promoción de la Salud de la Sociedad Española de Medicina de Familia)15 refiere que «no se dispone en el momento actual de suficiente evidencia, ni a favor ni en contra, del cribado de la fragilidad en los mayores en AP, debido a la incertidumbre sobre las herramientas y estrategias de cribado a emplear y su efectividad en dicho ámbito asistencial».
En AP se atiende a una población cada vez más envejecida que consume grandes recursos. Siendo estos limitados, es clave la difusión del conocimiento actual y crear protocolos consensuados de actuación que permitan actuaciones concretas sobre grupos de población más vulnerable. Para conseguirlo, creemos que es necesario potenciar la incorporación de los médicos de familia junto con geriatras a la investigación en este campo con el objeto de buscar medidas operativas y consensuadas de fragilidad que faciliten su aplicación en la práctica clínica habitual, así como comprobar el efecto positivo que el cribado (y las intervenciones derivadas) puedan tener en la salud de estos pacientes. Esta participación ya es una realidad6,16,17 que es necesario seguir impulsando.
La transferencia a corto o a largo plazo de los resultados de la investigación al proceso asistencial es el objetivo último de los investigadores clínicos. El logro de esta transferencia está muy asociada tanto al rigor y calidad de los propios trabajos de investigación, como al grado de aceptación y consenso entre los profesionales sanitarios que han de ponerla en práctica. En este contexto, para los autores de este editorial, la toma de posición sobre la necesidad de generalizar el cribado de fragilidad en AP, aunque encuentre justificación en resultados concretos de investigación, aún no ha alcanzado el suficiente consenso entre los agentes encargados de su ejecución, en este caso los médicos de familia.
Es necesario continuar investigando conjuntamente desde los distintos ámbitos para avanzar en la definición de fragilidad, y sobre todo en la implementación de las medidas que han demostrado o demuestren el retraso en la evolución hacia los estadios de prefrágil y frágil o la reversión en esos niveles de fragilidad a no fragilidad.