La presencia de deterioro cognitivo genera cambios importantes tanto para el paciente como para su familia y para el personal sanitario que debe prestar cuidados adecuados. Un reconocimiento precoz de esta alteración va a permitir un diagnóstico y tratamiento adecuado, un apoyo psicosocial y educativo, así como la posibilidad de establecer unos planes de cuidados, de proyecto vital y económico. La abundancia de criterios y de clasificaciones pone de manifiesto el interés que despierta en la comunidad científica el problema de las alteraciones cognitivas observadas en el envejecimiento. Es obvio que se precisa unificación de criterios y la puesta en marcha de estudios longitudinales para llegar a conclusiones fiables. La valoración clínica de los diferentes dominios cognitivos debe incluir una cuidadosa historia clínica y la utilización de baterías neuropsicológicas diagnósticas. Podemos establecer, en primer lugar, que un instrumento de screening ideal debería ser aquel que se pudiese administrar en pocos minutos, además debe tener un punto de corte para identificar aquellos que precisen una valoración más completa para establecer un diagnóstico adecuado. La utilización de biomarcadores dinámicos se basa en la hipótesis de que estos marcadores tienen un modelo específico dependiente del tiempo. En primer lugar destaca la presencia de marcadores de amiloidosis y en un segundo paso los marcadores de neurodegeneración. La fragilidad cognitiva es un término emergente e inspirado en un potencial paralelo con el síndrome de fragilidad física. Se ha establecido que un subgrupo de pacientes con deterioro cognitivo presenta reducción en la capacidad de recuperación y un declinar funcional que interacciona con la fragilidad física. La evidencia sugiere que el estado cognitivo representa una importante dimensión del síndrome de fragilidad.
The presence of cognitive impairment generates important changes in both affected individuals and their families and the health staff who must provide adequate care. Early identification of this alteration allows appropriate diagnosis and treatment and psychosocial and educational support, as well as the possibility of establishing care, life and financial plans. The interest of the scientific community in age-related cognitive alterations is demonstrated by the abundance of criteria and classifications. Obviously, there is a need to unify these criteria and implement longitudinal studies in order to reach reliable conclusions. Clinical assessment of the distinct cognitive domains should include careful history-taking and the use of diagnostic neuropsychological batteries. First, the ideal screening test would be one that could be administered in a few minutes, with a cut-off point that would identify patients requiring further assessment for correct diagnosis. The use of dynamic biomarkers is based on the hypothesis that they have a specific time-dependent model. These biomarkers include, firstly, markers of amyloidosis and, secondly, markers of neurodegeneration. Cognitive frailty is an emerging term inspired by a potential parallel with physical frailty syndrome. A subgroup of patients with cognitive impairment show a reduced capacity for recovery and functional decline that interact with physical frailty. The evidence suggests that cognitive status represents an important dimension of frailty syndrome.