La creciente participación laboral femenina compromete el actual modelo de cuidado a los mayores. El objetivo es conocer la evolución del perfil sociodemográfico de los cuidadores informales de los mayores con discapacidad, la interacción entre empleo y cuidado y la opinión de la ciudadanía sobre la responsabilidad de ese cuidado.
Material y métodosEstudio transversal de las encuestas de ámbito nacional de discapacidad realizadas en 1999 (n=3.936) y en 2008 (n=5.257), la de salud de 2011-2012 (n=439) y la de familia y género de 2012 (n=1.359). Se analizaron mediante tablas de contingencia en función del sexo y la edad.
ResultadosLa mitad de los cuidadores estudiados son mujeres de 45 a 64 años. Entre 1999 y 2011-2012 se concentraron cada vez más en las edades 55 a 64, entre las que se dobló la participación laboral del 20% al 40%. El aumento de los cuidadores masculinos estuvo asociado al desempleo. El trabajo de cuidado repercutió negativamente en la vida laboral, con mayor impacto entre las mujeres y entre los cuidadores de mayores con discapacidad severa. Los menos proclives a que el cuidado a los mayores se fundamentara en la familia fueron las mujeres de 45 a 54 años activas (solo el 42%) o más instruidas (40%), frente al 60% de las inactivas y el 55% de las menos formadas.
ConclusionesLas mujeres activas e instruidas son menos proclives al cuidado fundamentado en la familia, pero lo asumen independientemente de su actividad, mientras que los varones lo hacen según su disponibilidad.
The increasing participation of women in the workforce may make it difficult to sustain the current model of elderly care. The aim of this article was to determine the changing sociodemographic profile of informal elderly caregivers with disabilities, the interaction between employment and care, and the view of the public on the responsibility of that care.
Materials and methodsCross-sectional analysis of secondary data from four national surveys were used: the disability surveys held in 1999 (N=3,936) and 2008 (N=5,257), the 2011-12 National Health Survey (N=439), and the Family and Gender survey of 2012 (N=1,359). They were analysed using contingency tables based on gender and age.
ResultsHalf of the informal caregivers were women aged 45 to 64 years. Between 1999 and 2011-12 they became more concentrated in the 55-64 age-bracket, among whom participation in the workforce doubled from 20% to 40%. Increased care for men was associated with unemployment. Care work had a negative impact on working life, with greater impact among women and those who cared for elderly people with severe disabilities. Less likely to consider that elderly care provision should rest on family are 45-54 year-old economically active women (only 42%) or those who are more educated (40%), compared to 60% of economically inactive women and 55% of less educated women.
ConclusionsEconomically active and educated women are less inclined to family-based care, but assume it independently of their workforce participation, whereas males do so according to their availability.
En España, como en otros países del Sur de Europa, el apoyo y cuidado a los mayores se fundamenta socialmente en la familia, mientras el papel del Estado es más reducido1 e incluso ha disminuido a raíz de la crisis económica2. La participación del cuidado informal provisto por la familia ha sido tradicionalmente muy importante y lo sigue siendo3–5. Más del 80% de los cuidadores principales de mayores de 65 años con limitaciones para ejercer actividades de la vida diaria son familiares, y más de la mitad de ellos corresiden en el mismo hogar6. Aunque la evolución reciente de la organización del cuidado a los mayores sugiere una externalización del entorno doméstico y un cierto aumento del cuidado formal, esto no significa la sustitución del cuidado familiar, sino su complementariedad, lo que contribuye parcialmente a aliviar la dedicación de la atención provista desde el entorno familiar6,7. A raíz de la crisis se está produciendo una desinstitucionalización del cuidado, al tiempo que 2 procesos paralelos de mercantilización y desmercantilización amplían la brecha social en el acceso al servicio de cuidados y están devolviendo la responsabilidad de la atención personal a la familia2.
A pesar de la tendencia a la diversificación y complementariedad de las fuentes de cuidado, cuando se identifica una persona como cuidador principal se asume que esta provee la mayor parte, cuando no toda, de la atención personal que precisa la persona dependiente. Los cuidadores principales de los mayores de 65 a 79 años son sus parejas, que se encuentran en edades no activas o próximas a la jubilación. Pero entre los más ancianos (de 80 o más años), que son quienes generan una mayor demanda de atención tanto en términos de prevalencia de la discapacidad como de su severidad8, la mayoría son atendidos por sus descendientes, sobre todo las hijas, que están en edades activas3,6.
En una sociedad cada vez más envejecida y con mayor participación de las mujeres en el mercado laboral se plantea un potencial conflicto acerca de la sostenibilidad de ese modelo de provisión. La relación entre el cuidado de familiares y la participación laboral es compleja. Un estudio previo señala que la asunción del rol de cuidador afecta negativamente a la ocupación, y que este impacto es superior sobre los hombres, mientras que en las mujeres deja sentir su efecto sobre la ocupación cuando las horas dedicadas al cuidado superan las 40 semanales9. Se ha mostrado que el trabajo de cuidado a los mayores, además de comprometer la salud o las relaciones sociales, también dificulta la conciliación con el trabajo productivo: uno de cada 4 cuidadores informales declaró en 2008 que las exigencias del cuidado no le permitían trabajar fuera de casa10.
La conocida como Ley de dependencia (Ley 39/2006, de Promoción de la Autonomía y Atención a las Personas en Situación de Dependencia) se desarrolló con el propósito de reestructurar el sistema de atención a la dependencia en un escenario de cambio demográfico, familiar y social. Estos cambios se traducían en transformaciones del modelo familiar y de convivencia, y de la tradicional división de género de los roles productivo y reproductivo, a medida que las sucesivas generaciones de mujeres se incorporaban cada vez más al mercado laboral, y no con la perspectiva de abandonarlo tras una posible unión y/o nacimiento de hijos11. Por un lado, la ley ha visualizado y/o reforzado el papel de la familia cuidadora, y a la vez su rol de género, pues alrededor de la mitad de los dependientes se les ha concedido la prestación económica de cuidados en el entorno familiar, que en caso minoritario asumieron hombres desempleados2,12. Por otro, aunque la implantación de la ley ha supuesto un avance en la provisión de atención, su recorrido se truncó por la crisis: los recortes presupuestarios de 2012 y las modificaciones introducidas desde entonces han supuesto una reducción del bienestar de los beneficiarios y una reprivatización y refamiliarización de los cuidados de las personas dependientes2,12,13.
Los objetivos del trabajo fueron describir la evolución de los perfiles sociodemográficos de los cuidadores informales que conviven con la persona a la que asisten y conocer la interacción entre el empleo y el cuidado y la opinión de los potenciales cuidadores sobre la responsabilidad principal del cuidado de los mayores.
Material y métodosSe realizó un estudio descriptivo transversal a partir de microdatos procedentes de diversas encuestas de representación nacional: la Encuesta sobre discapacidades, deficiencias y estado de salud (EDDES 1999)14, la Encuesta sobre discapacidades, autonomía personal y situaciones de dependencia (EDAD 2008)15, la Encuesta nacional de salud (ENSE 2011-12)16, y la Encuesta familia y género (CIS 2012)17.
Aunque el objetivo de las fuentes es distinto, a priori ello no supone sesgo alguno en el perfil de los cuidadores informales corresidentes en función de su edad, sexo, nivel educativo o relación con la actividad. Las 2 encuestas de discapacidad pretendían captar el número, las características y la situación de las personas residentes en hogares que padecían alguna discapacidad o limitación. A estos se les preguntó si recibían cuidado personal y se les invitó a identificar un cuidador principal. Las proporciones de no respuesta en la segunda pregunta (9% en 1999 y 18% en 2008) aumentaron entre los mayores con menor dependencia y se mantuvieron estables entre las personas con dependencia severa6. Para los que sí identificaron a una persona se dispone de la información recogida con un cuestionario específico para el cuidador principal, aunque algunas de sus preguntas se dirigieron solo a los cuidadores convivientes en el hogar y otras a los no corresidentes. Se ha seleccionado la población de cuidadores principales corresidentes y familiares de las personas de 65 o más años con alguna discapacidad (n=3.936 en EDDES y n=5.257 en EDAD).
La ENSE es una encuesta dirigida a hogares que pretende captar el estado de salud de la población, y recoge información sociodemográfica sobre los miembros del hogar. En la edición de 2011-2012 el cuestionario dirigido a los adultos abordó el cuidado de las personas del hogar. Si alguna de ellas, por alguna limitación o discapacidad, necesitaba que le cuidara otra persona, se identificó el miembro del hogar que requería atención y se inquirió sobre quién se ocupaba principalmente de su cuidado. En un 3% de los casos no ha podido determinarse la relación de parentesco del cuidador con la persona a que asistía. La muestra de cuidadores, por las propias características y objetivos de la encuesta, es sensiblemente inferior (n=439), pero fue la fuente disponible más reciente para obtener información sobre el cuidador principal. Se contempló el uso alternativo de otras fuentes, como la Encuesta de empleo del tiempo utilizada en otro estudio sobre cuidado en España18, pero actualmente no existe una edición posterior a la de 2009-2010.
Se realizan análisis descriptivos y bivariados utilizando tablas de contingencia y la representación en pirámides de población para el análisis segregado por sexo en función de las variables sociodemográficas: grupo de edad, nivel educativo, relación con la actividad y relación de parentesco. La edad se agrega en 2 grandes grupos considerando a la población mayor receptora de cuidados según tuviera entre 65 y 79 años u 80 o más, mientras para los cuidadores en edades activas se agrega en 3 grandes grupos: 35-44, 45-54 y 55-64 años. La agregación del nivel educativo permite la armonización de la información recogida en las distintas encuestas. Se agrupa en 4 categorías: superiores, secundarios, primarios y sin estudios, agregándose las 2 últimas cuando el análisis se centra en la población en edades potencialmente activas, entre 35 y 64 años. La relación de parentesco distingue entre pareja, hijo/a (también políticos) y otros parientes. Esta última categoría también recoge los casos en que esta relación no se pudo identificar de manera unívoca. La relación con la actividad se agrega en 4 categorías que distinguen los que estaban activos, ya fuera ocupados o desempleados, y los inactivos, distinguiendo entre los jubilados —que incluye también pensionistas por incapacidad permanente para su trabajo, es decir, que indica una biografía laboral vinculada a la mercantilización del propio trabajo— y los que se dedican al estudio o a las labores del hogar —que incluye otras situaciones de inactividad no asociadas al mercado laboral formal y, por tanto, se relaciona con trayectorias vinculadas al trabajo reproductivo—.
ResultadosLa figura 1 muestra el reemplazo de los cónyuges por las hijas como cuidadores principales entre los mayores más jóvenes (65-79) y los más ancianos (80 o más). Entre los primeros se observa una tendencia al aumento del cónyuge cuidador, sin apenas diferencias de género: en 1999 el 54% de los cuidadores eran los cónyuges y el 60% en 2011. Complementariamente, se reduce el peso de las hijas cuidadoras, pero aumenta ligeramente el de los hijos, del 7% en 1999 al 10% en 2011. Entre los más ancianos también se observa un pequeño aumento de la presencia de los hijos varones y la tendencia a reducirse la de las hijas, aunque en 2011 ellas seguían siendo las cuidadoras de sus padres en el 43% de los casos, frente al 12% de los hijos. La mitad de las personas que cuidan a ancianos son mujeres de entre 45 y 64 años. En concreto, en 1999 del total de cuidadores de mayores de 80 años con discapacidad, el 25% eran mujeres de 45-54 años y otro 26% de 55-64 años; proporciones que en 2011 eran del 17% y 35%, respectivamente.
De acuerdo a las tendencias generacionales, la población cuidadora es cada vez más instruida y activa laboralmente (fig. 2). Se ha reducido la proporción de cuidadores sin estudios y ha aumentado la que cuenta con estudios primarios y secundarios y, en menor medida, la que posee estudios superiores. En cuanto a la relación con la actividad, entre las mujeres cuidadoras se observa un aumento de la actividad laboral y una disminución de las que se dedican a las labores del hogar. Así, en 1999, 6 de cada 10 mujeres cuidadoras de 35 a 44 años eran activas, 4 entre las de 45-54 y 2 entre las de 55 a 64 años, mientras que en 2011 eran 8, 5 y 4 de cada 10 respectivamente. También aumentaron los varones cuidadores de 35 a 64 años en situación de desempleo de uno de cada 4 en 1999 y uno de cada 5 en 2008 a uno de cada 2 en 2011, mientras que para el conjunto de la población la situación de paro pasó de uno de cada 10 varones en estas edades en 1999 y 2008 a duplicarse en 2011 (tabla 1). No fue el caso de las mujeres cuidadoras, entre quienes el paro fue poco más frecuente que en el global de la población, e incluso inferior en 2011.
Nivel educativo y relación con la actividad según el sexo y la edad del cuidador principal de las personas de 65 o más años con discapacidad; 1999, 2008 y 2011-2012.
Fuentes: EDDES 199914, EDAD 200815 y ENSE 2011-201216. Cuidadores principales de la red familiar que conviven con la persona que cuidan.
Relación con la actividad económica entre los cuidadores principales de las personas de 65 o más años con discapacidad y la población total (Pob. Tot.). Edades 35-64; 1999, 2008 y 2011-2012 (%)
Hombres | ||||||
---|---|---|---|---|---|---|
1999 | 2008 | 2011 | ||||
Cuid. | Pob. Tot. | Cuid. | Pob. Tot. | Cuid. | Pob. Tot. | |
Ocupado | 49,5 | 78,1 | 42,1 | 80,0 | 33,7 | 68,4 |
Parado | 24,4 | 7,8 | 21,5 | 6,4 | 48,8 | 17,9 |
Jubilado | 17,2 | 10,8 | 21,1 | 10,3 | 11,6 | 11,2 |
Estudio/LLHH/otros | 9,0 | 3,2 | 15,4 | 3,3 | 5,9 | 2,5 |
Total | 100,0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 |
Mujeres | ||||||
---|---|---|---|---|---|---|
1999 | 2008 | 2011 | ||||
Cuid. | Pob. Tot. | Cuid. | Pob. Tot. | Cuid. | Pob. Tot. | |
Ocupado | 26,6 | 36,3 | 37,1 | 53,6 | 35,4 | 51,1 |
Parado | 10,3 | 7,9 | 8,5 | 7,7 | 9,2 | 14,7 |
Jubilado | 5,6 | 3,8 | 7,8 | 5,7 | 18,2 | 7,7 |
Estudio/LLHH/otros | 57,6 | 52,1 | 46,5 | 33,1 | 37,2 | 26,5 |
Total | 100,0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 |
La relación con la actividad de los cuidadores principales en las edades activas, entre 35 y 64 años, difiere significativamente de la que reflejaba la población total en ese grupo de edad. Aunque la ocupación está poco representada entre los cuidadores de ambos sexos, en 1999 la mitad de los hombres cuidadores y un cuarto de las mujeres estaban ocupados. Su peso relativo converge, alcanzando un 42% y un 37% respectivamente en 2008 y un 34% y 35% en 2011. Entre los hombres el cuidado ha estado fuertemente asociado al desempleo y también a la inactividad —especialmente cuando no se trata de jubilación—. Entre las mujeres la categoría sobrerrepresentada entre las cuidadoras es la de sus labores, a pesar de que el aumento de participación laboral femenino equipara en 2011 el peso relativo de estas (37%) con el de las cuidadoras ocupadas (35%).
Se analiza para 2008 la relación con la actividad de los cuidadores principales en función de su edad y de la dependencia de la persona a la que asistían, para considerar el mayor o menor nivel de demanda en términos de tiempo o intensidad de cuidado (fig. 3) y la repercusión de ese trabajo sobre la ocupación (tabla 2). Se distingue los mayores con dependencia severa, definida como la dificultad para la realización de 2 o más actividades básicas de la vida diaria (ABVD), y con dependencia moderada, que engloba mayores con otros niveles de discapacidad.
Relación con la actividad de los cuidadores principales de 35 a 64 años según sexo, grupo de edad y nivel de dependencia de la persona con discapacidad; 2008.
Fuente: EDAD 200815.
Cuidadores principales de la red familiar que conviven con la persona que cuidan. Se considera que una persona tiene dependencia severa si acumula dificultad para llevar a cabo 2 o más ABVD (comer, andar, usar el aseo, ducharse, vestirse y levantarse/acostarse) y dependencia moderada para el resto de personas con alguna discapacidad. Cada cuadrado equivale a 100 cuidadores.
Repercusión del trabajo de cuidado en la vida laboral de los cuidadores principales (35-64 años), según actividad, sexo y nivel de dependencia de la persona con discapacidad (%); 2008
Ocupados | Parados | Inactivos | ||||||||||
---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|
Hombres | Mujeres | Hombres | Mujeres | Hombres | Mujeres | |||||||
Moderada | Severa | Moderada | Severa | Moderada | Severa | Moderada | Severa | Moderada | Severa | Moderada | Severa | |
Abandonar trabajo | 14,5 | 32,8 | 27,6 | 30,7 | 14,5 | 19,5 | 13,9 | 22,9 | ||||
Reducir trabajo | 12,0 | 18,5 | 21,2 | 31,5 | 16,6 | 3,9 | 5,8 | 6,1 | ||||
Problemas cumplir horarios | 8,7 | 14,4 | 13,6 | 26,9 | ||||||||
Ha resentido la vida profesional | 8,6 | 23,6 | 11,4 | 21,1 | 5,5 | 18,6 | 11,4 | 19,0 | 10,9 | 24,7 | 37,8 | 52,6 |
No puede plantearse trabajar fuera de casa | 21,7 | 36,2 | 21,4 | 52,7 | 11,1 | 10,8 | 4,0 | 8,2 | ||||
N | 12.405 | 22.646 | 40.562 | 92.813 | 5.314 | 16.080 | 9.846 | 32.979 | 5.946 | 20.922 | 42.305 | 140.537 |
% | 2,8 | 5,1 | 9,2 | 21,0 | 1,2 | 3,6 | 2,2 | 7,5 | 1,3 | 4,7 | 9,6 | 31,8 |
El análisis de la relación con la actividad de los 476.000 cuidadores principales de 35 a 64 años en 2008 evidencia su desigualdad por género: de cada 10 más de 8 eran mujeres, concentrándose en la franja de 45 a 64 años y en el cuidado de personas con dependencia severa. Entre las mujeres cuidadoras solo la mitad se declararon activas, siendo la situación de inactividad más intensa a medida que aumentó su edad y la dependencia de la persona que cuidaban. No obstante, en esas diferencias por edad subyace también un efecto generacional, al ser la participación laboral de las mujeres menor en las cohortes más antiguas.
En las mujeres el cuidado de mayores dependió menos de su situación de actividad que en el caso de los hombres. Para ellos parece que fue la disponibilidad asociada a la no ocupación la que permitió la atención de la persona dependiente. Por ejemplo, el 36% de los varones cuidadores de 35 a 64 años se declaró inactivo, frente al 13% del conjunto de la población masculina en esas edades.
La tabla 2 muestra que la conciliación del trabajo productivo con el informal de cuidado a los mayores es complejo, especialmente cuando se asiste a una persona con alta dependencia, cuya atención requiere mayor presencialidad. En 2008 casi la mitad de los cuidadores eran inactivos. Entre estos, el 14% de los hombres y de las mujeres que asistieron a mayores con dependencia moderada, y un 20% y un 23% respectivamente de los que cuidaron a un mayor con dependencia severa manifestaron haber abandonado su trabajo para responsabilizarse del cuidado de esa persona. Además, un cuarto de los hombres y la mitad de las mujeres cuidando a personas con dependencia severa declararon que se había resentido su vida laboral. Finalmente, el 11% de los hombres y el 8% de las mujeres inactivas dijeron que no podían plantearse trabajar fuera de casa al atender a personas con discapacidad.
Entre aquellos que se declararon activos es significativa la proporción de ocupados que tuvieron que reducir su jornada de trabajo o que declararon problemas para cumplir con sus horarios, que es siempre mayor entre los cuidadores de dependencia severa que moderada y entre las mujeres que entre los hombres, siendo también significativo que algo más del 20% de hombres y mujeres manifestaron que su carrera profesional se había resentido. Por otra parte, la proporción de cuidadores que se encontraba en situación de desempleo, pero que no podía plantearse trabajar fuera de casa o que dijo haber dejado su trabajo por motivos del cuidado, alcanza a un tercio de los que asistían a una persona con dependencia severa (el 33% de los varones y el 31% de las mujeres).
Finalmente, aproximamos la disposición para cuidar a los mayores con discapacidad a través de la proporción de personas que creen que debe ser la familia la que fundamentalmente provea los cuidados a los mayores. Ciñéndonos al grupo de 35 a 64 años, algo menos de la mitad de los potenciales cuidadores opina que el cuidado debe recaer en la familia, sin diferencias significativas por género (tabla 3). Tampoco se observan diferencias significativas por edad, instrucción o relación con la actividad, salvo para las mujeres de 45 a 54 años. Entre ellas, el 55% de las menos instruidas opinan que es la familia quien debe cuidar a los mayores con necesidad de atención, mientras que solo el 40% de las que cuentan con estudios secundarios o superiores comparte esa opinión. La distancia es mayor en función de su relación con el mercado laboral: solo el 42% de las activas contesta la familia frente al 60% de las inactivas.
Proporción que opinó que fundamentalmente la familia debería cuidar a los mayores que necesitan ayuda en su vida diaria, según sexo, edad, nivel educativo y relación con la actividad; 2012
Hombres | Mujeres | |
---|---|---|
Edad | ||
35-44 años | 44,3% | 45,7% |
45-54 años | 44,4% | 46,6% |
55-64 años | 46,5% | 47,3% |
Educación | ||
35-44 años | ||
Primarios | 42,0% | 45,5% |
Secundarios | 50,0% | 46,4% |
Superiores | 39,7% | 44,4% |
45-54 años | ||
Primarios | 41,0% | 54,6% * |
Secundarios | 47,2% | 39,5% * |
Superiores | 44,9% | 39,6% * |
55-64 años | ||
Primarios | 50,5% | 46,3% |
Secundarios | 39,6% | 59,5% |
Superiores | 42,9% | 34,6% |
Relación con la Actividad | ||
35-44 años | ||
Activos | 43,8% | 44,9% |
Inactivos | 54,5% | 50,0% |
45-54 años | ||
Activos | 44,6% | 41,8% ** |
Inactivos | 46,2% | 60,3% ** |
55-64 años | ||
Activos | 50,0% | 47,0% |
Inactivos | 37,5% | 47,3% |
Total | 45,0% | 46,5% |
Fuente: Encuesta familia y género 201217.
La distribución del cuidado informal apenas ha cambiado en poco más de una década y tras un lustro de Ley de dependencia, pero sí ha cambiado el perfil socioeconómico de los cuidadores jóvenes. El cuidado a los mayores con discapacidad, y en especial de los más dependientes, sigue estando en manos de los miembros femeninos de la familia3–5. Los cónyuges se cuidan entre sí mientras pueden, y cuando uno de ellos fallece o su salud se deteriora, son sus hijas, fundamentalmente mujeres entre 45 y 64 años, quienes mayoritariamente asumen el papel de cuidadoras. Las transformaciones sociales asociadas a la expansión educativa y a la mayor equidad de género conllevan que las mujeres que llegan a estas edades sean más instruidas y participantes en el mercado laboral, lo que supone un conflicto entre el trabajo informal de cuidados y el formal retribuido, especialmente cuando se asiste a una persona con limitaciones para realizar 2 o más ABVD.
Esa dificultad de conciliación repercute negativamente en la vida laboral de los cuidadores, que en ocasiones tienen que reducir sus jornadas laborales o, incluso, abandonar sus trabajos. Estos efectos son más importantes entre las mujeres que, además, son quienes asumen la responsabilidad del cuidado de los mayores más dependientes. Por otro lado, los efectos de la crisis parecen haber contribuido a una mayor participación de los varones jóvenes desempleados en el cuidado, aunque todavía de manera minoritaria.
En las próximas décadas el descenso de la fecundidad y el aumento de las mujeres o parejas sin hijos19 restringirá la capacidad de las redes familiares de asumir el cuidado informal de los mayores dependientes. Además, la mayor incorporación al mercado laboral de las cohortes femeninas supondrá una menor disponibilidad de las hijas para asumir el cuidado de sus padres, y tal vez una menor predisposición. Actualmente las mujeres de 45 a 54 años más instruidas y laboralmente activas son las menos proclives a considerar que el cuidado deba recaer fundamentalmente en la familia, puesto que saben que la familia se refiere a ellas y no a sus congéneres masculinos. Por otro lado, los cambios en la reforma del acceso a las pensiones y la prolongación de la vida laboral más allá de los 65 años podría penalizar el acceso a pensiones completas y de mayor cuantía a estas mujeres si han tenido que reducir o abandonar su trabajo en los últimos años de su vida laboral.
La Ley de dependencia pretendía reestructurar el sistema de cuidados para dar respuestas a las necesidades de las personas dependientes en el contexto de estas transformaciones sociales y demográficas. Aunque durante los primeros años fue un yacimiento de empleo en tiempos de crisis económica, la voracidad de la crisis pronto hizo mella en sus buenos propósitos2,20. La iniciativa de formalizar —a través de su afiliación a la Seguridad Social— el trabajo de los cuidadores principales de las personas dependientes, cuyo valor monetario se estimaba entre un 2,3% y un 3,8% del PIB en 200810, pronto fue revertida. Sin una transformación real en el sistema de cuidados, que aumente la complementariedad de fuentes y recursos, su coste social sigue recayendo a nivel personal y laboral en las mujeres, y entre ellas, en las de las clases más desfavorecidas4, penalizando sus condiciones de vida a corto y a largo plazo.
FinanciaciónEste trabajo se ha realizado en el marco de los proyectos CSO2013-48042-R y CSO2014-60113-R y del programa Ramón y Cajal (RYC-2013-14851), financiados por el Ministerio de Economía y Competitividad; así como del CERCA Programme/Generalitat de Catalunya.
Conflicto de interesesNinguno.