Nos dejó de forma brusca e inesperada en la madrugada del pasado 21 de mayo. Hacer una semblanza de su figura y de lo que representó para la geriatría gallega y española me crea una dolorosa ambivalencia. Resulta grato rememorar experiencias comunes vividas con una persona absolutamente singular. Junto a ello experimento una tremenda tristeza por su pérdida, mantenida desde esa fatídica fecha.
Fernando Veiga fue una personalidad extraordinaria y una figura poco repetible. No solo por su físico, reconocible de lejos, de genes celtas y bigote único. Era gallego, muy gallego. Del Lugo profundo, del que prácticamente no había salido hasta que vino a Madrid para hacerse geriatra en San Carlos en 1989. Un Lugo a donde volvería de forma definitiva una vez terminada la misma. Fue un hombre inteligente, afable, noble siempre, generoso en su trabajo y en la convivencia. Entrañable, con una gran capacidad para la empatía personal, lo que le hacía extraordinariamente capaz en el campo de las relaciones humanas. Disponía de un especial sentido del humor, muy galaico, que ejercitaba de manera constante. Estudioso, participativo y entregado a su trabajo.
Su paso por el Clínico supuso una oleada de aire fresco y contribuyó de manera decisiva a consolidar un servicio todavía excesivamente joven y poco consolidado. Durante 4 años muy bien aprovechados, además de cumplir el programa formativo y hacerse geriatra, multiplicó su actividad. Debíamos, a diario, demostrar nuestra razón de ser y nuestra utilidad al hospital y a la sociedad en general. Fernando lo hizo de manera plena. Participó en toda suerte de actividades docentes y formativas, dentro y fuera de Madrid, dirigidas a médicos y a otros profesionales de la atención al anciano. En medio de ello tuvo tiempo para su tesis doctoral, presentada poco después y galardonada con el Premio Extraordinario del doctorado de la Complutense. Sus resultados aparecieron publicados en Trombosis & Haemostasia, quizás la revista de mayor impacto dentro de la materia objeto de su tesis. Tuvo tiempo para realizar una rotación de 3 meses en California con Lawrence Rubenstein, el gran «pope» de la valoración geriátrica, en aquellos momentos en la cumbre de su prestigio. Debo recordar aquí que, cuando a lo largo de los años posteriores he tenido ocasión de coincidir con el Prof. Rubestein en cualquier evento geriátrico, siempre me ha preguntado por Fernando.
Concluida la residencia tuvo la oportunidad de montar una incipiente unidad de geriatría en el Calde, un hospital satélite en las afueras de Lugo. Fernando supo aglutinar en torno suyo a un equipo amplio y mixto compuesto por geriatras que habían compartido en Madrid la residencia con él y con otros procedentes del propio Lugo, sin experiencia geriátrica en aquellos momentos, aunque bajo el estímulo de su jefe en pocos años todos ellos acabaron como expertos geriatras titulados. Muy pronto aquello se reconvirtió en un servicio puntero y modélico, referente para toda Galicia y pionero en la comunidad en el campo de la acreditación docente vía MIR. Cuando años después se abrió el nuevo hospital de Lugo, la geriatría tuvo trato preferente en cuanto a tamaño y ubicación. En todo ello la figura de Fernando fue decisiva.
Su papel en el mundo de la geriatría española no se quedó en Lugo. Entre otras muchas actividades cabe decir que formó parte de la Junta Directiva de la SEGG y participó en diversos grupos de trabajo, así como ponente y comunicador activo en la mayor parte de sus congresos durante los últimos 20 años. Representó a la SEGG ante la Sociedad Europea. Fue uno de los socios fundadores de la Sociedad Gallega de la mano de Fernando Jiménez Herrero, a quien sustituyó como presidente de la misma.
Ahora que lo hemos perdido, solo cabe expresar a María, su mujer, y a sus hijos el dolor compartido de toda la comunidad que representa la gerontogeriatría de este país. Junto a ello, ofrecer nuestro apoyo no solo para que su obra continúe, sino, también, para que todos quienes lo hemos conocido, y especialmente sus compañeros de Lugo, tengamos su imagen como referencia, modelo y estímulo en nuestra lucha profesional para hacer crecer lo que ha sido y es nuestro objetivo común en el que él siempre creyó.