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Revista Española de Geriatría y Gerontología
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Inicio Revista Española de Geriatría y Gerontología In memoriam del Dr. Juan José Solano Jaurrieta
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Vol. 59. Núm. 4.
(julio - agosto 2024)
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In Memoriam
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In memoriam del Dr. Juan José Solano Jaurrieta
In memoriam of Dr. Juan José Solano Jaurrieta
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Leocadio Rodríguez Mañasa,b,
Autor para correspondencia
Leocadio.rodriguez@salud.madrid.org

Autor para correspondencia.
, Carlos Alberto Cano Gutiérrezc,d
a Hospital Universitario de Getafe, Getafe, Madrid, España
b CIBER de Fragilidad y Envejecimiento Saludable (CIBERFES)-ISCIII, Madrid, España
c Hospital Universitario San Ignacio, Bogotá, Colombia
d Universidad Javeriana de Bogotá, Bogotá, Colombia
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Acababa de desplegarse en el calendario la página correspondiente al día 5 de abril cuando fallecía en su domicilio de Soto de Llanera, muy cerca de Oviedo, una de las personalidades más singulares que ha dado la geriatría española en las últimas décadas, y sin la cual es difícil explicar varias de las cosas, unas trascendentes, otras banales, que han trasformado el panorama de nuestra especialidad en ese tiempo. El Dr. Juan José Solano Jaurrieta, Juan para sus amigos, participó de manera muy activa en varios de los cambios que ha contemplado la geriatría nacional, promoviendo algunos de ellos. Y lo hizo tanto desde el ámbito institucional como del ámbito de lo personal, haciendo gala de su proverbial don de gentes que consiguió que trascurriera por el demasiadas veces, conflictivo terreno de la geriatría española sin concitar animadversiones, enconos y, menos aún, enemistades. O al menos, nosotros no las hemos conocido. Hombre unánimemente apreciado, conciliador sin caer en la condescendencia, lo que le hizo firme defensor de aquello en lo que creía, conocedor profundo de los principios en los que se basa nuestra especialidad, sobre los que había buceado e indagado en una búsqueda intelectual de los porqués y de los cómos, lo que le hacía un contrincante difícil de combatir dialécticamente. Un profesional que no solo pensó el porqué de las cosas sino que indagó en la manera de hacer mejor los «cómos», desde la búsqueda de mejoras en los sistemas de gestión de pacientes, o de diseño de la organización de la asistencia geriátrica y la validación de niveles asistenciales a su contribución a las mejoras en la formación de especialistas a través de su pertenencia a la Comisión Nacional de la Especialidad durante muchos años, pero también a propuestas en documentos de la que fue su sociedad, la Sociedad Española de Medicina Geriátrica y desde la que promovió y buscó con ahínco el entendimiento fraterno con la que había sido su otra sociedad, la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología. El Dr. Solano entendió la necesidad de una sociedad donde los geriatras pudiéramos hablar de nuestras cosas, en nuestro propio ámbito conceptual de conocimiento, sin que ello nos obligara a renunciar, en una disciplina tan integral, a compartir en otros ámbitos complementarios nuestros saberes y enfoques con otros profesionales implicados en la atención a las personas mayores. No todos entendieron esta aproximación, aunque él intentó siempre hacerse entender.

La geriatría española, y de manera muy especial la geriatría asturiana, tiene contraída una enorme deuda de gratitud con el Dr. Solano. Cuando él llega a Oviedo, recién terminada su formación como MIR en el Hospital Central de la Cruz Roja de Madrid y en el Hospital Universitario de Getafe, se encuentra lo que muchos se encontraron en aquella época en otras regiones españolas y, lamentablemente, muchos otros se siguen encontrando en la actualidad: un auténtico erial donde la atención a las personas mayores era inexistente, o estaba asumida por otros especialistas sin la adecuada formación o, peor aún, dirigida por personas que no conocían los mínimos rudimentos que explican nuestra manera de hacer las cosas. Aunque, al menos eso hay que reconocérselo a estos últimos, con la intuición de que algo había que hacer, aunque solo fuera con el propósito de darle alguna utilidad a instalaciones y personal que se habían quedado sin causa al desaparecer las dolencias que habían justificado su creación. Pero, mientras que en otras zonas las iniciativas, muchas veces puras ocurrencias del momento que decaían con el cambio del ciclo político o la sustitución del director general de turno, se fueron sucediendo sin cristalizar, el Dr. Solano, con el apoyo a distancia, en lo que podíamos, de los que conocíamos de su inmensa valía profesional y personal, pero gracias fundamentalmente a su enorme talento y tesón, levantó lo que hoy supone uno de los modelos de referencia de la geriatría en España: el modelo del Hospital Monte Naranco/Hospital Universitario Central de Asturias. Una creación producto de su enorme conocimiento técnico, su indomable voluntad y su habilidad política para poner en valor un modelo que no era el promovido por las autoridades de entonces, más proclives a la creación de un modelo sociosanitario de dudoso rigor técnico/científico y que aún hoy, 30 años después, sigue sin definirse ni asentarse. Estamos seguros de que los que le sucedan en su cargo, muchos de ellos formados bajo su inspiración, sabrán dar continuidad a esta obra. Una obra que él no puedo rematar y seguir ampliando por los avatares de su enfermedad.

Sería mezquino para Juan si los firmantes de este pequeño homenaje no dedicáramos este último párrafo a la persona que había debajo de estos logros profesionales. Porque era como era, logró lo que logró. Que no fueron sus cargos o sus logros profesionales sino el cariño, el afecto y la admiración de los que le rodeamos. Hemos repetido en muchos sitios y ante muchos foros que no hemos conocido un tipo más brillante que Juan en la geriatría española, y que nos perdonen el resto de los compañeros. Ágil, lúcido, imaginativo en sus planteamientos a la vez que sólido en sus fundamentos, era una delicia hablar con él de uno de nuestros temas favoritos en nuestras conversaciones: la geriatría, y de modo particular la geriatría española, que hemos repensado una y otra vez, convertida en aristotélico «primum movens» de muchas de las cosas que nos han ocupado profesionalmente en los últimos 30-35 años. Pero, también era divertido, ocurrente, ingenioso, hospitalario, cariñoso en el trato personal. Un hombre de enorme cultura y curiosidad universal, amante de los libros que rebosan y se amontonan por todos los rincones de su casa, de la música barroca y del rugby. Amó intensamente a su mujer, quiso a su familia y a sus amigos, a los que apoyó en los momentos más duros que varios de nosotros vivimos y de los que fue un fiel y leal compañero. Y todo realizado con ese «spleen» tan suyo, esa aparente indolencia, con ese aire de dandy inglés que le era tan querido hasta en el modo de vestir o de decorar su casa.

Tardará mucho tiempo en surgir otro personaje como él. Pero mientras tanto, tenemos el consuelo de haber conocido uno. Honremos su memoria.

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10.1016/j.regg.2020.05.007
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