El día 1 de septiembre del año 2000 fallecía Alberto Salgado Alba. La Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), a través de su órgano oficial de expresión, la Revista Española de Geriatría y Gerontología, ha decidido rendirle un pequeño homenaje dedicando a su memoria un suplemento especial de la misma. A nivel personal considero para mi un gran honor que el último testimonio que voy a firmar como presidente de la SEGG sea, precisamente, para introducir un homenaje a quien tanto contribuyó a dignificar el puesto.
Se trata de un número monográfico que combina a lo largo de nueve artículos cuestiones relacionadas directamente con lo que fue la vida de Alberto Salgado y su aportación a la especialidad, con otros en los que se revisan y actualizan temas que constituyeron en su día para él un motivo de atención preferente. Los autores son todos personas íntimamente ligadas al homenajeado, con quien de una u otra forma, y en grado más o menos intenso, han compartido inquietudes y trabajos. Ciertamente no están todos los que son, ya que la lista de amigos y colaboradores que hubieran deseado colaborar en este suplemento es amplísima, pero, con toda seguridad, sí que son todos los que están.
Quisiera, además, que esta monografía sirviera para destacar algo obvio pero muy importante: la íntima vinculación de Alberto Salgado a la SEGG. Cuando se incorporó a la Sociedad, ésta llevaba ya algunos años de vida, de una vida joven aún y titubeante, con reuniones y congresos espaciados en el tiempo, y a la búsqueda todavía de concretar lo que podríamos llamar sus señas de identidad más acusadas. Alberto fue durante muchos años una pieza clave para consolidar la SEGG, para hacerla crecer hasta alcanzar su madurez, para fomentar en torno a ella una especialidad nueva que sirviera como aglutinante de voluntades y trabajos en una tarea común.
Durante ocho años, fue su secretario y durante otros doce su presidente. Fue después presidente honorario vitalicio, y antes y siempre su valedor principal y el defensor de su identidad ante cualquier tipo de agresión. Nunca entendió ni animó a los promotores de la desunión, y de ello hay múltiples testimonios que alcanzan hasta las últimas fechas de su vida. Consideró siempre que el desarrollo de la especialidad pasaba por el trabajo en común, solidario y aunado entre profesionales que, procedieran de donde fuese, trabajaban por el progreso común en beneficio del anciano.
Sólo a partir de esta concepción societaria se entiende su papel en el nacimiento oficial de la especialidad y el que, consecuentemente, desempeñó en la creación de la Comisión Nacional de la Especialidad de Geriatría. Lo mismo cabe decir de su papel en el desarrollo de los servicios sociales para ancianos en nuestro país, o de su inquietud por los temas relacionados con la formación a cualquier nivel. Todo ello se comenta en diversos artículos de esta monografía.
Alberto Salgado fue un gran trabajador entusiasta, decidido, convencido de lo que hacía y entregado a su obra. Fue consecuente con lo que pensaba. Todo ello le convirtió en un motor y en un referente con una proyección que supera ampliamente en el tiempo lo que fue su vida. Su legado es fundamental, de manera que su conducta y actividad debieran convertirse en norma para todos aquellos que se consideran sus discípulos. Seguir su ejemplo y actuar en consecuencia sin traicionar este legado constituye, sin duda, el mejor homenaje que los que aquellos que se proclaman discípulos suyos pueden tributarle y aquél que más pudiera haberle agradado.
Rev Esp Geriatr Gerontol 2001;36(S5):1 15
