Las residencias que queremos de Pilar Rodríguez Rodríguez se erige como una brillante hoja de ruta con la que poner en marcha transformaciones en el terreno de los cuidados de larga duración, y más concretamente en la reforma de los lugares en donde estos se proporcionan.
Su propuesta de base trata de ser una crítica al modelo actual, a la vez que ofrece alternativas esperanzadoras y reales. Sus análisis tienen referentes intelectuales y teóricos muy contundentes que sirven como impulso desde el que desplegar sus tesis sobre la situación de las residencias de mayores en la actualidad. Erving Goffman y la noción de «institución total» se configura como una de las primeras críticas a la institución tradicional de régimen cerrado y formalmente administrado1. Por otro lado, Michael Foucault2, uno de los grandes teóricos del poder, nos moviliza hacia la idea de las instituciones disciplinarias cuyas lógicas de vigilancia y orden permean en los sujetos, los cuerpos y las relaciones.
En el texto encontramos, por un lado, una profunda sensibilidad que hace de él un libro inspirador y emocionante con el que (con)movernos (el sentido etimológico de conmover es movilizar o inquietar). Del otro lado se adivina una rigurosidad basada en un exhaustivo estudio de las condiciones de los servicios residenciales en España y otros países, junto con una amplia experiencia vital y profesional que hacen de este un material didáctico no solo para profesionales implicados sino también para el público en general.
Los pilares sobre los que emerge el tipo de atención deseado según la autora serían, la necesidad de que esta sea integral y que además se centre en la persona, algo que quedaría recogido bajo las siglas AICP. Mirar y pensar a las personas de manera holística (no solo como dependientes, enfermas o incapaces) es uno de los retos que se desprenden, así como la necesidad de desarrollar propuestas y movilizar recursos que respondan a esa multidimensionalidad de los sujetos. Distintos organismos internacionales respaldan este tipo de modelos como la Convención de las Naciones Unidas3 o la OMS4.
Pilar Rodríguez encauza el modelo AICP hacia una reformulación de los alojamientos, algo que se construye sobre una serie de axiomas que podemos resumir en 7. Por un lado, el principio de individualidad que sugeriría que todas las personas, siendo cada una de ellas «única, irrepetible y diferente del resto», son merecedoras de dignidad y detentan unos derechos. La autonomía implicaría la libre elección a la hora de decidir vivir o permanecer en cualquier tipo de alojamiento. La independencia y el bienestar se construyen sobre la idea de que toda persona residente tiene que poder disfrutar del derecho a una atención sanitaria pública, gratuita y de calidad. El principio de participación e inclusión social defiende que las personas, con independencia de dónde vivan, tienen derecho a seguir participando de la vida de su comunidad y «a disfrutar de interacciones sociales suficientes» (p. 109) ya que no por cambiarnos de vivienda dejamos de formar parte del tejido social y comunitario. La integralidad supone aplicar una perspectiva multidimensional en la que convergen elementos psicológicos, sociales, medioambientales, etc. Otro principio de la AICP es el de fomentar ambientes facilitadores para que las personas que vivan en residencias puedan desarrollar una cotidianidad que tenga sentido para ellas. Por último, está el principio de la continuidad de los cuidados que viene a plantear que las personas dependientes tienen derecho a recibir cuidados de manera «integrada, continuada y permanente» (p. 113).
El libro analiza la crisis vivida en las residencias de mayores durante la COVID-19, y específica entre otros factores desencadenantes, el gran tamaño de los centros, la rotación y la precariedad de los/as trabajadoras o la lenta reacción en la elaboración y aplicación de protocolos y planes de contingencia.
Pilar Rodríguez no se queda en planteamientos superficiales y etéreos sobre el modelo AICP, sino que es capaz de aterrizar las ideas en ámbitos concretos sobre los que trabajar para lograr un nuevo modelo residencial. Persona, familias, entorno humano y físico, comunidad y sociedad, así como políticas, son los 5 grandes ámbitos sobre los que según la autora deberíamos centrarnos si deseamos un cambio de modelo.
La trascendencia de su propuesta se apoya sobre algunos ejemplos internacionales de modelos residenciales y su recorrido histórico, algo que veremos más adelante. La urgencia de cambiar de modelo viene respaldada discursivamente por agentes sociales relevantes como la reciente definición de «envejecimiento saludable» que ofreció la OMS, basada en «fomentar y mantener la capacidad funcional que permite el bienestar en la vejez, para lo que hay que favorecer con las intervenciones, el desarrollo de la capacidad funcional, concebida como el conjunto de los atributos que permiten a las personas ser y hacer lo que para ellas es importante»5.
La transformación de los modelos familiares, el aumento de la esperanza de vida y la bajada de la fecundidad o la gentrificación son algunos de los factores que convergen actualmente y obligan a una transformación del modelo. En este sentido España ha tenido una evolución particular de los modelos de alojamiento, que Rodríguez resume como el paso de los «asilos» gestionados por entornos religiosos en la Antigüedad y la Edad Media, a un modelo asistencial primitivo con una mayor presencia de la administración durante la posguerra española del siglo XX hasta llegar, en los años 80 y 90 con la creación del Instituto de Mayores y Servicios Sociales (IMSERSO), al actual modelo de «residencias». Como aspectos negativos de este último modelo tenemos por un lado la construcción de macro-residencias con un tamaño desmesurado, y por otro, la tendencia a ubicarlas en los extrarradios de las ciudades. Además de esto, Rodríguez señala cómo en los años 90 las residencias fueron virando hacia un modelo más próximo al hospital como resultado de un aumento en el número de personas dependientes y un agravamiento de sus condiciones.
En España, el paso de los años ha dado lugar a un parque de viviendas y modelos residenciales muy heterogéneo, tal y como señala un informe de Envejecimiento En Red del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)6 en el que se contabilizan 5.567 centros, el 73,2% de titularidad privada, de los que 2.736 tienen menos de 50 plazas, 1.564 tienen entre 50 y 100 plazas y 1.256 son centros de más de 100 plazas.
Como ya se ha señalado, el libro proporciona ejemplos de países que han visto transformado su modelo de alojamiento. Suecia es un buen ejemplo de ello pues su ruptura con el modelo tradicional asistencialista comenzó en los años 60, cuando se emprendió una lenta desinstitucionalización que llevó a construir, «viviendas con servicios» para personas mayores frágiles, «viviendas en grupo» para grandes dependientes y, además, «centros multiservicios» donde se combinaban ambos tipos, además de otras modalidades impulsadas por el sector privado.
Los servicios sociales daneses desarrollaron una investigación bajo el título «bienestar subjetivo y tipología de viviendas» de dónde Rodríguez extrae algunas de las conclusiones sobre cómo deberían ser los alojamientos. Entre estas características están, la ubicación urbana y de fácil acceso de las viviendas, la amplitud y la normalidad de las instalaciones, el equilibrio entre espacios de intimidad y los espacios de socialización o el cuidado de las proporciones, la luminosidad y los colores del ambiente.
Uno de los planteamientos más sugerentes del libro tiene que ver con la necesaria revisión de los cuidados domiciliarios, algo que guarda una estrecha relación con el bienestar y el envejecimiento saludable ya que la mayoría de personas desearían permanecer en sus domicilios el máximo tiempo que pueda. En este sentido, los sistemas tradicionales no pueden dar respuestas ni suficientes ni adecuadas para conseguir que las personas continúen viviendo en sus casas y participando de su entorno en condiciones de buena calidad de vida.
Al hilo de la participación del entorno, el libro sostiene la necesidad de plantear una atención que exceda a la propia persona y que acabe también por centrarse en sus comunidades, además de las personas, creando espacios propicios, coordinando servicios cercanos y apoyando a trabajadoras y cuidadoras, sobre las que Rodríguez habla con especial respeto y admiración.
Otro de los grandes temas que se abordan es el del cambio de enfoque con relación a los recursos dirigidos a las personas dependientes. Propone dejar de delimitar estos recursos de acuerdo a necesidades determinadas normativamente por los equipos profesionales, y pasar a un enfoque basado en los derechos el cual implica que todas las personas, independientemente de su estado de salud, ostentan idénticos derechos que deben poder ser disfrutados y garantizados.
Una de las contrapartes del enfoque basado en derechos es que este contiene en sí mismo el presupuesto de que al igual que toda persona tiene unos derechos, también tiene unos deberes, lo que supone despaternalizar la mirada y el trato a las personas mayores y dependientes. Es una apuesta por relaciones más horizontales y simétricas en las que no se pierda de vista la capacidad de agencia de los sujetos transformando así la posición que ocupan algunos grupos con respecto al estado y los poderes públicos.
Pilar Rodríguez describe una serie de fases para la implementación progresiva del modelo AICP. Este recorrido comenzaría con la información y la formación de profesionales, familiares y residentes sobre el cambio de modelo y sus implicancias, luego se desarrollaría un diagnóstico y un plan estratégico que permitiera adaptar el modelo a la organización concreta, más tarde habría que conocer los elementos facilitadores del cambio y también los obstaculizantes y, por último, estaría la fase de aplicación progresiva de los cambios, en la que la autora presta especial atención a los cambios espaciales del entorno para que las residencias sean lugares accesibles, hogareños y cómodos.
Con respecto a las adaptaciones espaciales, la autora elabora una síntesis de las condiciones que deben reunir los alojamientos para que puedan proporcionar el máximo bienestar a las personas mayores y sus profesionales. Algunas de ellas son el desarrollo y ampliación de las prestaciones domiciliarias, la mejora de la ubicación de los equipamientos, la existencia de habitaciones individuales, la estimulación, reconocimiento y formación de todo el equipo profesional y la importancia de que los alojamientos estén «abiertos, hacia fuera y hacia dentro, a la comunidad» (p. 182)
Para terminar, conviene fijar la atención en el subtítulo del libro Cuidados y vida con sentido. Esta matización que puede parecer secundaria es lo que termina de humanizar la propuesta al señalar ya en el propio título la importancia de desarrollar «actividades significativas relacionadas con el proyecto de vida personal» (p. 172). Tal y como la propia autora afirmó en la presentación del libro «no por necesitar cuidados se acaba la vida» y esto es extensible a todo proyecto que se ponga en marcha con objetivo de mejorar la calidad de vida de cualquier persona. El sistema debe apoyar los proyectos de vida de las personas con independencia de dónde vivan y los cuidados que necesiten.
Este libro ofrece claves para construir un futuro en el que las lógicas del cuidado, formal y no formal, no supongan una objetivación de los sujetos, sino que independientemente de dónde nos encontremos deberíamos ser tratados como sujetos y nunca como meros objetos.
Proyecto: Residencias y COVID-19. El reto de la salud de los mayores durante la pandemia de coronavirus. Subproyecto: Entornos de las personas mayores, protectores en situaciones de emergencia sanitaria (COVID-19) Ayudas CSIC COVID-19 (Medidas Urgentes Extraordinarias para hacer frente al Impacto Económico y Social de COVID-19 (ref. 202010E158). Convocatoria: Cuenta la Ciencia. Línea COVID-19. Fundación General CSIC. Proyecto: Investigar sobre personas mayores en residencias en tiempos de COVID-19 (ref. FGCCLC-2021-0012).