Estamos en un mundo de contrastes. Pensamos en la epidemia de obesidad que nos asedia y olvidamos, a menudo, que 800 millones de personas padecen hambre. El planeta, en su conjunto, nada en la abundancia alimentaria. Se producen alimentos más que suficientes para sustentar a todos sus habitantes y, sin embargo, un reparto desigual hace que gran parte de la población no pueda satisfacer sus necesidades nutricionales.
El hambre crónica es endémica donde existe miseria; y si bien no todos los pobres están hambrientos, casi todos los que están hambrientos son pobres. Lo que más me molesta es que los hambrientos, entre tanta abundancia, pasen inadvertidos y lleguen a hacerse invisibles a los ojos de nuestro desarrollo.
A veces, cuando Gaia quiere despertar cruelmente las conciencias con un desastre natural (sequía, inundación, terremoto) o la estupidez humana aflora con conflictos armados o políticas corruptas, se destapa el hambre transitoria, la hambruna. Entonces, como niños regañados, tenemos la necesidad de reaccionar. El mundo demuestra su generosidad, tal y como aprendimos con el huracán Mitch de 1998 en Centroamérica o el tsunami de 2004 en el Índico, y nos volcamos en ayudas a las víctimas del hambre transitoria. Pero esta medida también es transitoria, temporal. Es un titánico esfuerzo, con gran sensibilización y respuesta social, aunque desgraciadamente se sigue de un olvido progresivo. Sin embargo, esta situación sólo refleja la de un 10% de los hambrientos.
Haití, oficialmente República de Haití, se ha convertido en esta ocasión en el paradigma de la tragedia nutricional. Una catástrofe natural, el terremoto del 10 de enero de 2010, la ha convertido en el terrible ejemplo actual del "hambre sobre hambre". Hay más de 200.000 muertos, cifra provisional que pronto quedará corta, ya que a los devastadores efectos del seísmo se le han de sumar los efectos de la hambruna transitoria posterior.
Tan sólo hace dos años, en enero de 2008, quedé sorprendido ante el conocimiento de cómo muchos haitianos recurrían a un tradicional remedio para el acuciante hambre que padecían. Las "galletas de lodo", galletitas confeccionadas con tierra seca, sal y mantequilla vegetal se habían convertido para muchos en una fuente regular de sustento. En una noticia de prensa1, Charlene, una madre adolescente de 16 años declaraba: "Cuando mi madre no cocina nada tengo que comerlas tres veces por día". El lodo había sido utilizado por las mujeres embarazadas y los niños como fuente de calcio y antiácido. Charlene confesaba que le agradaba "el sabor a mantequilla y sal", pero aclaraba que las galletitas también le daban dolor de estómago. Concluía diciendo "y cuando amamanto, el bebé también padece a veces cólicos".
Ya en aquellos momentos, con el aumento de los precios de los alimentos, muchos de los más necesitados no podían comprar siquiera un plato de arroz por día. En el mercado de La Salines de Puerto Príncipe dos tazas de arroz costaban 60 centavos de dólar. El barro para cocinar 10 galletitas se encontraba a 50 céntimos. En este escenario, las galletas de lodo se constituyeron en una de las poquísimas opciones que los más pobres han seguido adoptando para no morirse de hambre, aunque los efectos sobre la salud pueden ser variados si se contempla la posibilidad de que la tierra contenga parásitos o toxinas industriales.
En 2009 la economía de Haití generó un producto interior bruto de 6.908 millones de dólares y 772 dólares de renta per cápita. Es la más pobre de todo el continente americano y una de las más desfavorecidas del mundo. El 80% de su población vive bajo el umbral de pobreza y un 75% es dependiente de la agricultura y la pesca organizadas en pequeñas y frágiles explotaciones que sólo permiten la subsistencia. La sobreexplotación y la erosión del terreno, consecuencia de una intensiva y descontrolada deforestación, han llevado la superficie arbolada de Haití a menos del 2% y han logrado el empobrecimiento del suelo disponible.
A través del Anuario estadístico de la Food and Agriculture Organization 20092, Haití presenta un consumo de energía de 1.835 kilocalorías, de 42 gramos de proteína y 31 gramos de grasa por persona y día para el periodo 2003-2005. Haití tiene 5,3 millones de personas con desnutrición, lo que significa que un 58% de la población presenta malnutrición, sólo superada por Burundi (76%), Eritrea (68%) y la República Democrática del Congo (63%).
Para poder imaginar estas cifras basta compararlas con las correspondientes a España de 3.329 kilocalorías, 109 gramos de proteínas y 152 gramos de grasa por persona y día. Pero mientras en España el índice de precios al consumo (IPC) total para 2007 fue de 121 y 126 dólares, en Haití el IPC de alimentos fue de 311 y 324 dólares, respectivamente.
Ante esta situación, además de la ayuda humanitaria, se debe abogar por establecer medidas sostenibles que aseguren una reconstrucción nutricional: procurar agua tanto para el consumo como para el riego; reforestar para evitar la erosión del suelo; reconstruir las infraestructuras de transporte para atender la cadena de distribución de alimentos; procurar semillas optimizadas para mejorar las cosechas; aumentar la seguridad alimentaria para conseguir una mejor comercialización y abordar una reforma agraria. Además, para que su población pueda decidir y construir un futuro no se debe olvidar la erradicación del analfabetismo y aumentar su educación. Esta formación necesaria para liberarlos de la creencia de que el país entero es un zombi. El zombi, desde el punto de vista vudú, es una persona a la que le han arrebatado el ti bon ange o conciencia como castigo.
Haití no es el único caso de "hambre sobre hambre" en el planeta. Etiopía, Ruanda, Zambia, Somalia, Eritrea, Burundi y otros países han sufrido los mismos rigores, las mismas miserias; pero absurda ironía del idioma, Haití se escribe con "h" igual que hambruna, igual que hambre.
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