Se ofrece una breve y emotiva biografía del Dr. Jorge Barroetaveña, considerado el primer cirujano que se ocupó plenamente en Argentina de la cirugía de pared abdominal, abriendo y creando escuela, contada por León Herszage, su amigo y discípulo con quien trabajó codo con codo.
A brief and moving biography of Dr. Jorge Barroetaveña, considered the first surgeon in Argentina to fully address the abdominal wall surgery, creating and setting standards, told by his friend and disciple with whom he worked side-by-side, León Herszage.
Desde comienzos del siglo pasado, la escuela y tradición quirúrgica argentina tuvo siempre, de forma periódica y alternante, cirujanos con inclinación por la patología de las paredes abdominales. Así, nombres como los de Finochietto, Squirru, Zavaleta, Albanese, Alché, Zaidman, de Dominicis, Barrionuevo, del Valle, San Martín, Restano y Abravanel, entre tantos otros, popularizaron –principalmente– sus propias técnicas, que se utilizaron durante muchos años, entre las cuales algunas tienen plena vigencia en la actualidad. Sin embargo, ninguno de ellos hizo escuela en lo relativo a la dedicación con profundidad y preferencia a esta patología. En 1970 se reorganizaron los hospitales de Buenos Aires, lo que dio origen a la departamentalización. En el hospital Alvear, en aquel entonces uno de los grandes centros sanitarios, con varias salas de cirugía general, además de las especialidades, el nuevo jefe de la división sectorizó la actividad, nombrando un jefe para cada sector de entre los cirujanos de planta, a los que se agregaron residentes y cirujanos formados. Todos los sectores (tórax, cabeza y cuello, proctología, mama, etc.) se organizaron bajo la jefatura de un cirujano especializado en esa patología, pero había uno, «la cenicienta del servicio de cirugía general: paredes abdominales», para el que no había nadie con interés en asumir la responsabilidad. Con buen criterio, quien era el jefe eligió al cirujano más hábil y destacado, y le encomendó la organización y desarrollo de esa especialidad. El nombramiento recayó en Jorge Barroetaveña, que a partir de entonces comenzó, con la búsqueda de información bibliográfica, disección en cadáver fresco y asistencia clínica y quirúrgica, a desplegar su actividad. En 1971 pasé a integrar el plantel médico como cirujano, e inmediatamente formé, con el Dr. Barroetaveña, una pareja de trabajo, y comenzó una febril etapa de investigación aplicada creciente.
Jorge Barroetaveña. El primer cirujano argentino de pared abdominal. Biografía íntimaBarroetaveña tenía alrededor de 50 años (fig. 1) cuando tomó posesión de la jefatura, pero conservaba todas sus cualidades en cuanto a compromiso y profundidad en toda tarea que emprendía. Su abuelo había llegado de España y se dedicó, junto con su familia, a tareas campestres, agrícola-ganaderas, en la provincia de Entre Ríos, en el litoral del este argentino. Realizó sus estudios secundarios y se tituló como maestro, condición que conservó durante toda su vida. Dos premisas lo rigieron: la primera era que «todo lo que se aprende multiplica su valor cuando se podía transmitir»; la segunda, que «el verdadero maestro no obliga a saber, sino que despierta la necesidad de saber».
Era de aspecto varonil, agnóstico y hermético en su vivir cotidiano, pero tenía como cualidad la de ser íntimamente afectivo, y no se equivocaba en el diagnóstico de la personalidad de quien por razones profesionales o particulares se le acercaba. Recuerdo claramente casos en los que sus comentarios no coincidían con la apariencia de quien solicitaba alguna cosa, pero después de un tiempo su acierto quedaba claramente expuesto. Fue médico con profundo sentido humanístico y asistencial, tanto con los colegas como con los pacientes. Se casó tempranamente, después de graduarse como médico, con Adela, que fue posteriormente su incansable secretaria, instrumentadora y compañera de vida hasta el final de sus días, y tuvo un solo hijo –también médico cirujano– y varios nietos. Cuando asumió la responsabilidad de desarrollar la patología de las paredes abdominales, lo hizo con la profundidad y dedicación que lo caracterizaron en todas sus actividades. Coincidió su comienzo, en 1970, con la difusión de los conceptos de Nyhus, Condon y McVay, y la actualización de las publicaciones de Fruchaud respecto a fijar la atención en la estructura posterior y profunda de la pared del abdomen como fundamento etiopatogénico de la reparación de defectos. Hizo hincapié en la importancia de la función parietal del abdomen en cuanto a su relación con el aparato respiratorio y de las variaciones de presión intraabdominales, que bien destacaron las escuelas francesa e italiana, así como en el valor del control tensional al que se sometían los cierres de los defectos, con todas las técnicas descritas universalmente. A partir de entonces, e inmediatamente, nuestras propias disecciones y el análisis de cada caso nos permitieron evolucionar en la comprensión y aplicación de las normas que transformaron esta actividad, en la Argentina, en una escuela de paredes abdominales. Trabajamos juntos de 1971 a 1980 en el mismo hospital, bajo su dirección; pero al final, por razones de reorganización política, se desmembraron los grupos de trabajo y quedamos en diferentes hospitales, cada uno a cargo, como jefes de la especialidad en nuestros respectivos lugares de trabajo asignados.
Anecdotario personalPara finalizar, quiero destacar con tres anécdotas cómo fue su personalidad y su íntima y total dedicación a nuestra especialidad.
La primera ilustra sus normas para cuando debíamos participar en congresos y cursos: Debíamos asistir a un congreso como expositores en una ciudad a 300km de Buenos Aires. Decidimos viajar en automóvil y llegar directamente para el comienzo de nuestra actividad. Estábamos escasos de tiempo. Al llegar a las cercanías de nuestro destino, me propuso que nos cambiáramos de ropa y que adecuáramos nuestra vestimenta al rol de expositores, así que hicimos un alto a la vera del camino y allí nos cambiamos de acuerdo a como nos correspondía. Llegamos a la sede del congreso y de pronto, al circular por los pasillos, escuchamos a una señora que le decía a su marido: «Mira los doctores que vienen de lejos, qué elegantes que están; en cambio mira tu aspecto, a pesar de que vives aquí».
La segunda destaca su entusiasmo, constancia y dedicación a nuestra patología. Cuando separamos nuestro lugar de trabajo diario, entendimos que debíamos seguir estudiando y publicando. Para ello, de común acuerdo y mutua satisfacción –y a pesar de que él ya tenía 63 años– desde 1981 y hasta cerca del momento de su fallecimiento en 1995, todos los sábados del año nos encontrábamos en su casa a partir de las seis y media de la mañana, y discutíamos hasta las doce del mediodía los casos que nos tocaban en nuestras respectivas tareas o leíamos trabajos publicados. Adela, su esposa, nos preparaba café, y yo traía facturas locales para componer un desayuno. Así escribimos los libros y artículos publicados y analizábamos cada caso en los que nos tocaba intervenir con todos los acápites que correspondían.
La tercera corresponde a destacar su subconsciente apego a nuestra especialidad. Enfermó por un carcinoma de próstata, por el que fue tratado con implantes de agujas de radio. Esto, como reacción mórbida, lo llevó a un estado comatoso con la sola conservación de sus principios vitales, que duró aproximadamente tres semanas. Yacía en el hospital desconectado sensorialmente y atendido por un grupo médico de cuidados intensivos. Varias veces a la semana, al terminar mi actividad, me acercaba a su cama para visitarlo a pesar de su estado, y entendiendo que mientras estuviese vivo conservaba inconsciente el sentido de la audición. Llevaba conmigo toda nueva publicación que aparecía de nuestra especialidad, me sentaba al borde de su cama y le leía lo publicado, obviamente sin obtener respuesta. Pasó el tiempo y se recuperó de su estado hasta volver a estar activo. De lo que le había pasado no recordaba nada, pero lo que sí recordaba eran los artículos que le había leído y que luego volvimos a releer (no queda duda, así, de que su afición e interés por la especialidad estaban inmersos profundamente en su personalidad). Volvió a recaer meses más tarde por metástasis de su enfermedad, y falleció en brazos de su eterna acompañante, Adela, que lo cuidó hasta su último suspiro.
Sea este mi postrer homenaje a quien dejó, aquí en nuestro país, una verdadera escuela hispanohablante de la patología de las paredes abdominales, que se continuó más allá de su fallecimiento.
Conflicto de interesesEl autor declara no tener ningún conflicto de intereses.