Predecir es complicado, especialmente cuando se trata del futuro, reza un dicho danés. Sin embargo, los oráculos de Delfos siguen siendo el pasatiempo favorito de políticos, funcionarios y académicos, sobre todo cuando se trata de reformar a la educación superior. El oráculo ha adquirido incluso una evocación científica —el método Del-phi— que consiste en reunir a expertos para que expresen sus visiones sistemáticamente. Frente a esta predilección, el libro de Jordi Planas es un texto empíricamente bien informado —basado en varios proyectos de investigación— que intenta convencer a un público amplio de que el sortilegio no es la metodología indicada para la reforma.
El tema central del libro es si la universidad puede y debe adecuarse a la demanda del mercado de trabajo. La respuesta del autor es negativa y se basa en buenos argumentos. El argumento central es que la relación entre la formación recibida en la universidad y el empleo posterior ha sido objeto de predicciones y políticas por varias décadas, pero con una notable falta de aciertos.
Cabe recorrer un poco la historia donde, por la experiencia del autor, entra la europea. De antaño, cuando las universidades eran de élite —atendiendo a alrededor del 10% del grupo de edad— no había mayores complicaciones. Los egresados universitarios pasaban a formar parte de la élite laboral. El papel de la universidad consistía básicamente en seleccionar y educar a los “herederos”, según Pierre Bourdieu.
Las cosas cambiaron desde los años sesenta, cuando más estudiantes empezaron a acceder a la educación superior. A partir de la masificación ya no todos los egresados tenían garantizado un buen empleo. Las cosas se pusieron peor en las décadas siguientes, con las recurrentes crisis económicas en distintas partes del mundo. Así, de repente, la universidad parece preparar a sus estudiantes para el desempleo o —en palabras de John Maynard Keynes— empieza a funcionar como “estacionamiento” para aquellos jóvenes que no lograron encontrar trabajo después de la educación media superior o secundaria.
El resultado, como anota Planas, fue un intento de “adecuar” la formación universitaria a la demanda del mercado laboral. En el contexto europeo destaca una primera etapa que se denominó el “Proyecto Regional Mediterráneo”, en los años sesenta (OECD, 1965). Posteriormente la adecuación se basó sobre todo en la teoría del Capital Humano de Becker, que ganó popularidad en los setenta. Comentan los críticos que esta popularidad se debió principalmente a la simpleza de argumentación, lo cual lo hacía fácil de entender para los tomadores de decisiones. Sea como sea, nació así una corriente de pensamiento que predica que las universidades, o la educación superior en general, necesitan ajustarse a los cambios en el mercado laboral. La corriente continúa hasta el día de hoy, y con mucha fuerza. Basta, como botón de muestra, revisar los acontecimientos en la educación superior mexicana: durante las últimas dos décadas se han creado cientos de nuevas instituciones (universidades tecnológicas, universidades interculturales, universidades politécnicas) y nuevas carreras (la universidad pública ofrecía, hasta los años ochenta del siglo pasado, alrededor de 20 carreras, ahora varias se jactan de ofrecer más de 100). La revisión curricular se ha convertida en una actividad casi frenética. A la par, los ejercicios de evaluación y acreditación se concentran cada vez más en la pregunta acerca de cuántos egresados lograron obtener un empleo bien pagado, en su área de estudios, dentro de un periodo de seis meses.
Ahora, esta corriente ha sido objeto de críticas desde el inicio, incluso por parte de expertos del Banco Mundial. Sin embargo, en este terreno las controversias se han producido básicamente entre economistas que estudian al mercado laboral. Por un lado, están los “Delfos”, que siguen postulando que el mercado laboral para egresados universitarios se puede predecir. Por el otro, están los que señalan que las predicciones acerca de la mano de obra calificada requerida han sido un rotundo fracaso, especialmente para la educación superior (Psacharopoulos, 2005). Estas diferentes visiones plantean preguntas distintas acerca del problema de la adecuación: si podríamos predecir el futuro, si tiene sentido adecuarse, bajo el adagio de “más vale prevenir”. Sin embargo, si el desarrollo del mercado laboral es incierto, ¿qué puede hacer una universidad para ajustarse?
Mientras los economistas siguen debatiendo, el balance entre las dos visiones se ha inclinado hacia la primera visión, pero por razones de Estado. Aquí cabe recordar el “triángulo de regulación” que plantea Clark (1991). En el triángulo existen tres polos para el sistema de educación superior: la oligarquía académica, el Estado y el mercado. Como bien observa Planas, cada polo tiene una lógica propia. El mercado de trabajo se organiza alrededor de la oferta y demanda de personas calificadas en distintas carreras. La educación superior, a su vez, se organiza alrededor de la oferta y demanda de carreras y contenidos curriculares, donde incide fuertemente la oligarquía académica: la decisión de qué carreras crear, o qué materias incluir, depende fuertemente de los profesores de más prestigio.
Finalmente, el tercer polo, el Estado (o más bien, los diferentes gobiernos nacionales) tiene su propia lógica. Es aquí donde se sitúan los “adecuacionistas”: la vocación de los gobernantes es predecir el futuro y tomar las medidas, en la forma de políticas y reglamentos, para que las predicciones se cumplan. Sin embargo, en una situación en que el “mercado” resulta difícil de regular, la acción gubernamental recae sobre todo sobre las instituciones de educación superior. Si no se puede regular a la economía, resulta más viable recomendar cambios en ciertos aspectos de la preparación universitaria. Pero eso lleva a la paradoja de que distintos gobiernos, manejando un discurso que invoca las necesidades del mercado, actúan como el “escrutiñador central” (en palabras de Frank Zappa). Según Planas: “En este discurso las autoridades y sus consejeros actúan de ‘déspotas ilustrados’ que lo hacen todo para los jóvenes y empleadores, pero sin contar con ellos, cuyos comportamientos, intereses y deseos son los grandes ausentes en su razonamiento” (p. 6).
Aquí, una importante aportación de Planas consiste en observar que existen diferentes mercados y que cada mercado cuenta con actores que tienen intereses y deseos. No sólo existe el mercado de trabajo; también hay un mercado educativo. Al final de cada año escolar, hay una gran cantidad de jóvenes egresados de la escuela preparatoria que tienen que decidir sobre su futuro. Sin duda, algunos deciden a la luz de noticias acerca de trabajos que más demanda tienen, y que resultan mejor remunerados. Pero muchos otros tienen poca información al respecto, y más bien deciden por gustos personales. Se produce así una interacción entre oferta y demanda que poco tiene que ver con el mercado laboral en el futuro. Al final de cuentas, si los aspirantes a ingresar a la universidad tuvieran el conocimiento de un economista con doctorado, no optarían por una carrera como Historia o Física Nuclear, ya que para estas carreras las perspectivas laborales son pobres. Pero tampoco tendrían que optar por una carrera en Medicina, Derecho o Administración de Empresas, ya que según múltiples informes gubernamentales se trata de mercados laborales saturados. Tienen que decidir, además, en que universidad quieren estudiar, y si lo pueden costear. En todo este proceso, no hay señalamientos claros desde el campo “adecuacionista”, más bien hay señales cruzadas.
Todo lo anterior puede llevar al lector a la conclusión de que existe un serio desencuentro entre la educación superior y el mercado laboral y que, por lo tanto, se requiere más intervención y regulación por instancias gubernamentales. Pero lo contrario parece ser el caso, según Planas.
Creo que aquí está la mayor aportación del libro. A partir de varios estudios empíricos, tanto en Europa como en México, el autor señala que, en la práctica, la interacción entre educación superior y el mercado laboral no es tan entorpecida como parece. La importancia de estos estudios radica en que no son simples revisiones de oferta y demanda en el mercado laboral, sino que son estudios de egresados de diferentes países (estudios poco usuales hasta el día de hoy). Según estos estudios, los egresados universitarios pueden carecer de requisitos o competencias que los expertos han señalados como cruciales. Como señala el autor, una vez que nos liberamos del corsé de los “adecuacionistas”, la conexión entre la educación superior y el mercado laboral resulta bastante fluida: los egresados suelen encontrar trabajo en empleos para los que formalmente no están preparados y las empresas contratan egresados que no cumplen con los requisitos establecidos por el gobierno. Pero tanto las empresas, como los egresados, no parecen tener mayores problemas con esta situación. Permanecen, por supuesto, desencuentros entre egresados universitarios y el mercado de trabajo. Pero éstos parecen deberse sobre todo a que el comportamiento del mercado y de los egresados no se acopla a los criterios formulados por agencias gubernamentales. Persisten también serios problemas de desempleo, mas éstos parecen deberse principalmente a la situación económica en cada país: de otra forma, resultaría imposible explicar las diferencias abismales en las tasas de desempleo de egresados entre países como Alemania y España. Hasta el momento, nadie ha lanzado la idea de que las universidades alemanas estén más adecuadas al mercado que las españolas.
Quizás el único punto débil del libro de Planas es que, después de convencernos que el método adecuacionista no funciona ni funcionará, no nos plantea propuestas acerca de cómo mejorar la relación entre la educación superior y el mercado laboral. El Estado claramente tiene sus fallas y muchas políticas parecen haber causado más daños que beneficios. Pero sin políticas públicas, ¿cuál es la alternativa? Creo que la pregunta es, en cierta media, injusta: es la primera pregunta que harían los hacedores de políticas e invitaría al autor a formular predicciones acerca del futuro. Tal como está, es un texto sumamente polémico y muy interesante.