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Vol. 5. Núm. 13.
Páginas 163-167 (enero 2014)
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Reseña del libro El primer año universitario entre jóvenes provenientes de sectores de pobreza: un asunto de equidad, de Marisol Silva Laya y Adriana Rodríguez1
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Lorenza Villa-Lever
Mexicana. Doctora en Sociología, L’Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales (ehess), París, Francia. Investigadora Nacional nivel 2. Investigadora titular en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), y profesora en el doctorado en Ciencias Sociales, en la División de Estudios de Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la unam.
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El libro de Marisol Silva Laya y Adriana Rodríguez, analiza la experiencia del primer año de universidad, así como las condiciones académicas de la formación de jóvenes de sectores sociales desfavorecidos que ingresan a dos tipos de instituciones creadas a partir de las políticas de equidad educativa. En el análisis, las autoras cuestionan y discuten el concepto de equidad en relación con las acciones orientadas a garantizar el ingreso de estos jóvenes a una universidad tecnológica (ut) o a una universidad intercultural (ui), y con el tipo de resultados obtenidos por ellos, tanto en el ámbito social como personal, tomando en consideración que posiblemente no habrían tenido la oportunidad de ingresar a otra institución de educación superior.

La investigación que da vida al libro se propuso responder dos preguntas principales:

  • ¿Cómo contribuye la oferta de educación superior dirigida a los sectores de pobreza a revertir la profunda inequidad educativa del país?

  • ¿Cuáles son las principales dificultades que enfrentan en su primer año universitario los jóvenes provenientes de sectores de pobreza y cómo son atendidas en las instituciones?

En coherencia con estas preguntas, se plantean tres objetivos generales: evaluar el concepto de equidad a partir de la perspectiva de la justicia social; reconocer a los estudiantes como actores con necesidades particulares, y analizar las principales dificultades que enfrentan durante el primer año de carrera.

Para despejar las preguntas y cumplir con sus objetivos, el libro está dividido en ocho capítulos más las conclusiones. Los primeros cuatro capítulos sientan las bases de la investigación al definir teóricamente la equidad educativa, revisar la amplia literatura existente sobre el primer año universitario, explicar la metodología utilizada en el estudio y describir el contexto y las características específicas de los dos tipos de universidades estudiados. En los siguientes, las autoras nos exponen los resultados que obtuvieron: analizan el perfil de los estudiantes, los motivos por los que ingresaron a estudiar a una universidad, el papel del apoyo familiar y material al que tuvieron acceso, y la manera en que se involucraron en la vida universitaria. Al final presentan las conclusiones.

En la discusión sobre la equidad las autoras revisan autores importantes cuyas aportaciones les permiten elaborar una definición propia. Con base en Rawls (2002) y Latapí (1993), se inclinan a trabajar el concepto de equidad como igualdad de oportunidades, pero bajo la idea de “nivelar el terreno de juego” de Roemer (2000), por el cual habría que dar un trato distinto a los diferentes, tomando como base sus necesidades, con objeto de garantizar, en el caso que nos ocupa y en palabras de las autoras, “las condiciones para que los individuos aprovechen la educación y obtengan determinados resultados, como consecuencia de su propio esfuerzo y no de sus circunstancias sociales”. Al relacionar esta definición con la educación superior proponen trabajarla a partir de cuatro dimensiones: el acceso efectivo, la compensación de desigualdades, la permanencia y los resultados significativos.

La importancia del primer año en la universidad para el éxito académico es mostrada en este libro a partir de otros estudios, los cuales enfatizan diferentes aspectos sobre el abandono, la retención escolar y la importancia del primer año. El libro presenta tres modelos teóricos que explican la deserción y la retención: los de Tinto (1987) y Astin (1984) explicaron el proceso y los factores que propician que el joven abandone la universidad, y el de Pascarella y Terenzini (1991) se propuso explicar los cambios en la manera de conocer y aprender de los jóvenes universitarios. De acuerdo con Tinto (1987), es más importante la vivencia del estudiante dentro de la universidad que los factores previos al ingreso, para permanecer en ella o abandonarla. Entre las principales causas que explican su decisión están: la integración del estudiante al ámbito académico y social de la vida universitaria, el aprovechamiento académico, la interacción con los profesores, la relación con los pares y las actividades fuera del aula. De acuerdo con Tinto (2006-2007), los jóvenes deben vencer dos obstáculos: el aislamiento y las dificultades para adaptarse a la vida universitaria.

Entre las investigaciones realizadas en México, Bartolucci (1994) utilizó el concepto de “compromiso”, y De Garay (2001) utilizó los de “integración social y académica”, con objeto de entender los cambios experimentados al ingresar a la universidad y los relacionaron con la exigencia académica, el ambiente sociocultural y la relación con los profesores. Tinto (2006-2007) reconoce la importancia de la institución, y los procesos de enseñanza-aprendizaje, introduciendo así la variable pedagógica.

El libro enfatiza los problemas vividos por estudiantes que provienen de sectores sociales desfavorecidos, los cuales acumulan desventajas económicas, culturales y una deficiente formación académica, experiencias que les dificultan tener un buen desarrollo en sus estudios. Entre las principales dificultades enfrentadas por estos grupos están la distancia académica entre la experiencia universitaria y la previa, así como la ausencia de conocimientos que permitan una transición suave. Otros estudios prueban que los jóvenes de sectores sociales desfavorecidos ingresan a la universidad en condiciones muy desfavorables, pues pertenecen a familias pobres, cuyos padres tuvieron una escolaridad baja, provenientes de ambientes socioculturales pobres. Estos grupos de jóvenes requieren de apoyos específicos para lograr trayectorias escolares exitosas, sin embargo, reciben una atención estandarizada, es decir, igual para los diferentes, lo que puede ser muy injusto.

Aunque lo que dicen las autoras es cierto, hay sin embargo estudiantes que hacen frente a esas dificultades y terminan la licenciatura, por lo que sería interesante saber, ¿por qué las desventajas acumuladas no siempre son factores que propicien la deserción?, ¿cuáles son las condiciones para que los estudiantes con estas características se sobrepongan a ellas?

En este trabajo se desarrolla un estudio mixto, que combina las metodologías cuantitativa y cualitativa, con las que se abordan variables psicológicas, socioeconómicas y culturales, y se indaga la manera en que los estudiantes de primer año que provienen de sectores de pobreza perciben y viven los problemas de enseñanza-aprendizaje y las motivaciones académicas y laborales de dos universidades específicas. Como ya se dijo, la población del estudio pertenece a dos universidades ubicadas en el Estado de México, una intercultural y la otra tecnológica. Las autoras explican que, en ambos casos, “las razones de su creación responden a un criterio de justicia”, pues atienden a una población subrepresentada en la educación superior, donde la pobreza de los estudiantes y sus familias es un problema crudo al que se enfrentan las instituciones educativas para cumplir la misión que se proponen. Se trata, dicen, de estudiantes que son jóvenes, solteros y sin hijos, con familias con un estatus socioeconómico y con escolaridad bajos, cuyo rendimiento académico previo es mínimo, que no leen ni participan en actividades culturales, “por lo que son ubicados en los grupos de riesgo y alto riesgo, por contar con un capital cultural insuficiente para desenvolverse con éxito en el mundo de la educación”. Aquí también cabe preguntar: ¿y los que sí terminan sus estudios en esas instituciones son significativamente diferentes a los estudiantes descritos y no forman parte de ese grupo? ¿Afirmar lo anterior no equivaldría a reforzar la idea determinista de que “origen es destino”? ¿Cuáles serían, entonces, los elementos que marcan las diferencias para que unos sí terminen y otros no?

La educación superior sigue alimentando la expectativa de lograr una vida mejor a aquellos que la tienen y ésa sigue siendo una de las razones más importantes para ingresar a ella, la posibilidad de un futuro promisorio a partir del desempeño de una profesión. Pero para que los jóvenes logren terminar, es necesario el apoyo material y emocional, así como una alta valoración de la educación por parte de la familia. Este apoyo familiar es dado de manera diferente a los varones y las mujeres, pues es todavía común que a ellas se les quiera relegar al cuidado de la casa, el marido y los hijos. No obstante, cada vez más mujeres luchan por lograr sus objetivos fuera de esa ideología.

El capítulo sobre el involucramiento en la vida universitaria es rico en información y análisis. Muestra cómo se da el tránsito del nivel medio superior al superior y las implicaciones críticas que tiene dicho pasaje de ajuste para que los jóvenes se conviertan en universitarios que egresan con éxito. Este paso implica un periodo de adaptación a la universidad que exige superar ciertas dificultades de interacción sociocultural en un ambiente de diversidad para muchos desconocido y no carente de retos para aprender a convivir con los demás, así como el despliegue de nuevas estrategias ante la exigencia académica, que amerita “una inducción más efectiva de los jóvenes a la vida universitaria”.

Los problemas derivados del área académica están entre las principales causas para abandonar los estudios. Las autoras analizan el involucramiento de los estudiantes con actividades de aprendizaje, como hacer las tareas, solicitar explicaciones cuando no han entendido, participar en las discusiones en clase y leer antes de la clase.

En general, se constata que los alumnos no leen antes de clase los materiales correspondientes, utilizan poco el servicio de la biblioteca, tienen un lenguaje limitado y un vocabulario pobre. Los jóvenes tampoco preguntan a los maestros cuando no entienden sus explicaciones y, a su vez, los maestros no necesariamente tienen buena disposición para responder las dudas de sus estudiantes. En otras palabras, las actividades que se les dificultan a los estudiantes exigen una participación activa de su parte, pero también una práctica docente y una relación entre los maestros y los alumnos signada por el respeto, que promueva el desarrollo de competencias para dichas tareas. También requiere de un cambio radical en el rol del profesor, de manera que se convierta en un facilitador y animador de los estudios.

Por otra parte, hay una relación estrecha entre rendimiento académico y esfuerzo personal. En la medida en que la dedicación al estudio y el tiempo personal destinado a éste fuera de la escuela sea mayor, será más positiva la percepción que los estudiantes tienen sobre su rendimiento académico. Pero el rendimiento académico también está asociado a la dificultad para entender el lenguaje de los maestros y de los contenidos disciplinares, por lo que también son necesarias las mejoras pedagógicas en el desempeño de los docentes.

En las dos universidades estudiadas las interacciones sociales entre los estudiantes son poco estimuladas y también es poco común su participación en actividades extracurriculares relacionadas con el deporte y la cultura. El estudio reconoce la importancia de que las instituciones cuenten con programas de apoyo al estudiante, como la tutoría, las asesorías académicas, los cursos remediales, la orientación psicológica y las asociaciones de estudiantes, porque son condiciones que permiten la permanencia de los estudiantes y aumentar el aprovechamiento y la eficiencia terminal.

De hecho, las principales razones que tienen los estudiantes para permanecer en la universidad son: su deseo de superación personal, a partir del estudio de una carrera universitaria que les proporciona una profesión con la cual hacer frente al futuro, particularmente entre las mujeres, quienes al lograrlo están revirtiendo la larga historia que las excluía de la universidad; pero también la satisfacción de los estudiantes con su universidad y su carrera.

En este libro, Marisol Silva Laya y Adriana Rodríguez se preguntan si las universidades estudiadas contribuyen a revertir la desigualdad educativa. Concluyen que estas instituciones ciertamente amplían las oportunidades de ingreso a quienes de otro modo no podrían seguir estudiando después del bachillerato, sin embargo, consideran que no es suficiente, pues deben asegurar que los jóvenes adquieran los aprendizajes necesarios para un desempeño adecuado en las diferentes esferas de la vida, es decir, para transformar a la universidad como bien público, en libertades.

“La equidad, —dicen—, no puede concebirse de manera separada de la calidad”. Los jóvenes deben superar una serie de situaciones que definen su trayectoria, como los factores externos a la escuela que tienen un efecto restrictivo, el escaso capital cultural y escolar que complica el rendimiento académico, y el ajuste académico, que es muy costoso. Estas situaciones “conducen a la percepción de un bajo rendimiento académico y a un bajo esfuerzo, que incide negativamente en el compromiso con los estudios y en el entusiasmo con la experiencia universitaria”. Ante esta situación queda claro, explican, que es necesaria una intervención desde que el estudiante ingresa a la universidad, a partir de programas orientados a las necesidades específicas de las poblaciones que albergan. Sería bueno saber si hay instituciones que ponen en práctica este tipo de acciones, ¿cómo las implementan, qué tan factibles son y qué resultados tienen? Buscar las respuestas puede generar inquietudes para nuevas investigaciones.

No se puede permitir que los jóvenes provenientes de sectores pobres estudien en instituciones precarias, pero para impedirlo es necesaria una política que implique el fortalecimiento de la educación superior, y el énfasis en una atención educativa y de calidad desde los niveles previos. Es necesario contar con más recursos para dar más a quiénes tienen más necesidades. Se deben compensar las desventajas de los más vulnerables. De no hacerlo, se corre el riesgo de que no adquieran los conocimientos, habilidades y actitudes previstos, independientemente del número de años que pasen en la universidad. La permanencia en la universidad está amenazada porque las exigencias universitarias sobrepasan las capacidades de los estudiantes. Para remediar esta situación, en el libro se propone que, “para lograr una adecuada transición académica sería necesario tomar en cuenta dos procesos con objetivos delimitados: la inducción y la nivelación académica”. Encarar y facilitar ambos procesos supone avanzar en la compensación de las desigualdades, facilitar la integración a la vida universitaria y fomentar las habilidades cognitivas como estrategia transversal a lo largo del currículo universitario, que favorezcan mayores niveles de aprendizaje.

Marisol Silva Laya y Adriana Rodríguez (2012), El primer año universitario entre jóvenes provenientes de sectores de pobreza: un asunto de equidad, México, anuies [Colección Biblioteca de la Educación Superior. Serie Investigaciones].

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