En primer término quiero darles la más cordial bienvenida a esta sesión plenaria a todos los asistentes. Para mí es un honor coordinar esta primera actividad académica de nuestro III Encuentro Internacional de Rectores de Universia. Agradezco la distinción que se me ha hecho por parte de don Emilio Botín y de los organizadores. A todos ellos mi reconocimiento más sincero. De igual forma quiero agradecer a nombre de la organización, la presencia y participación de los rectores de cuatro grandes universidades que, por cierto, acumulan entre ellas casi dos milenios de existencia.
El título de nuestra sesión no puede ser más sugerente: “Retos de la universidad en el siglo XXI”. Vamos a conocer la perspectiva de dos rectores europeos, uno de Alemania y otro de Inglaterra, de uno de los Estados Unidos y de uno asiático, de Singapur. De igual manera intentaremos responder algunas preguntas claves para asomarnos al futuro o al menos para definir distintos escenarios al respecto.
No tengo duda de que los asistentes a esta reunión venimos animados por nuestra convicción en favor de la educación y de los valores cívicos que deben acompañarla. La mayoría de los presentes compartimos los orígenes, los ideales y los alcances de una región, somos, y nos sentimos orgullosos de ser, iberoamericanos. Sin embargo, el porcentaje más grande de esta colectividad corresponde a las universidades de América Latina y el Caribe. Por ello me tomaré tres minutos para compartir con ustedes algunos botones paradójicos de la realidad de la región.
La de América Latina y el Caribe es una de las comunidades importantes del mundo actual. Su cultura, historia, recursos, desarrollo y posibilidades así lo documentan. Dos de las civilizaciones originarias del mundo se desarrollaron en nuestro continente. Su población y su economía representan el nueve por ciento del mundo. La demografía todavía está a favor de América Latina. La edad mediana de los habitantes es inferior a 28 años y en la región viven 106 millones de jóvenes de 15 a 24 años. Como parte de nuestra herencia cultural, en la región se hablan cientos de lenguas entre los pueblos originarios y dos lenguas principales, universales, bellas, dulces y habladas en el mundo por cerca de 750 millones de personas: el español y el portugués. Por otra parte, se trata de una región megadiversa, pluricultural, con enormes recursos naturales como agua, bosques, fuentes de energía, tierra cultivable, cobre o plata, con una enorme capacidad productiva, artística y cultural, y con un potencial extraordinario.
Junto a este panorama, desafortunadamente coexiste otro al que caracterizan males de siempre encabezados por la pobreza, la desigualdad y la ignorancia que incluso se ceban con las poblaciones indígenas, de jóvenes y de mujeres. América Latina es por desgracia la región más desigual del planeta. Por ello los promedios nos consuelan, pero a la vez nos engañan. Los grandes contrastes e insuficiencias y la injusticia, acompañan en pleno siglo XXI a decenas de millones de personas.
La región enfrenta el reto de desarrollarse con tasas de crecimiento altas y sostenidas y con políticas públicas que aseguren la salud y la educación de la población, que acentúen el uso del conocimiento para la generación de valor agregado a materias primas, bienes y servicios, políticas públicas que fomenten la innovación en todos los campos, la generación de empleo pleno y, de forma especial, que contribuyan a poner en práctica acciones efectivas, democráticas y solidarias, que mejoren sustancialmente la distribución de la riqueza nacional y combatan la desigualdad.
En estas realidades contrastantes se desarrollan las universidades, algunas de ellas multicentenarias, la mayoría públicas, no pocas de enorme importancia para nuestras sociedades y muchas, muchas de ellas, de calidad internacional. Sin duda alguna, la mayoría sostenemos que si bien es cierto que la tarea de las universidades es de orden académico, las consecuencias del cumplimiento de su mandato son sociales, económicas e incluso políticas. Es por esto que desde las universidades se debe alentar el fortalecimiento democrático de nuestros países, el progreso y la lucha contra la injusticia y la exclusión. Para ello requerimos de la energía derivada del saber. Necesitamos de la ciencia y la tecnología, pero también de las humanidades, las ciencias sociales, las artes y la cultura. Estoy seguro de que las próximas discusiones nos ayudarán a alcanzar nuestras metas en este sentido.
A continuación, después de la participación de los panelistas, paso a hacer algunas consideraciones finales. Las primeras son de agradecimiento y reconocimiento. En primer lugar para nuestros estupendos ponentes. Estoy cierto que sus aportaciones nos han enriquecido. Por ello, muchas gracias a los profesores Eitel, Hamilton, Salovey y Tan.
Por otra parte quiero hacer un reconocimiento muy especial a los múltiples esfuerzos realizados por el grupo Santander y Universia. Durante los últimos tres lustros el empeño ha sido excepcional. A don Emilio Botín y a todos sus colaboradores, muchas gracias. Este nuevo Encuentro de Rectores será recordado por los aportes y consecuencias que sin duda va a tener, pero también porque anuncia la próxima cita en 2018 en Salamanca, España, que servirá para acompañar a la comunidad de esa gran Universidad en la celebración de su aniversario número ochocientos. Gracias por supuesto a los rectores y ex rectores que me ayudaron a preparar las preguntas para nuestros ponentes.
Por último, permítanme hacer algunos comentarios finales inspirados en lo que aquí se ha dicho y en un ensayo próximo a publicación en el que hemos participado mis colegas Héctor Hernández, Jaime Martuscelli, David Moctezuma, Humberto Muñoz y un servidor.
Comienzo por afirmar que la educación es una responsabilidad irrenunciable de los estados modernos. En este sentido soy uno de los muchos que pensamos que es cierto que sin más y mejor educación, va a ser complicado vencer los problemas que enfrentan nuestras sociedades, los problemas de siempre y los que anticipa el porvenir. Sin educación no hay justicia y tampoco democracia. Sin educación ni los individuos ni las colectividades pueden ejercer la libertad a plenitud. Si un día los seres humanos hemos de vivir en paz, será porque hay más y mejor educación, porque existe la oportunidad para todos de contar con educación permanente. Será en razón de que mediante la educación hemos caminado por el sendero del humanismo, de los principios, de los valores laicos.
Por su parte, el papel de las universidades en los procesos de transformación de los países es insoslayable. En ellas se modelan personas altamente capacitadas que las nuevas circunstancias demandan. Ahí se forman individuos no sólo preparados en la producción eficiente de haberes y saberes, sino comprometidos con el desarrollo de su país y con el de la humanidad; individuos capaces de manejar grandes cantidades de información, de tomar decisiones innovadoras y de desarrollarse en diversos contextos laborales.
La universidad, en particular la pública, es parte fundamental del sistema social, cumple dentro de él una función especial expresada en los términos de sus fines de educar, investigar y extender la cultura, pertenece a la sociedad y está a su servicio. Por ello y porque se sitúa en la esfera pública de la sociedad, el quehacer universitario es un bien público que adquiere sentido dentro de un proyecto de largo aliento, que apunta a la construcción de una sociedad más democrática, justa y equitativa.
Los desafíos que tiene la educación superior en el mundo y en particular en América Latina son de magnitud considerable. Deben ser atendidos para que los países de la región tengan fortaleza para combatir la desigualdad social y alcanzar mejores niveles de vida en democracia.
La cooperación entre instituciones de educación superior es fundamental para la solución de grandes problemas. La internacionalización es un hecho irreversible que debemos aprovechar para incrementar sustancialmente las ofertas educativas y su calidad, para generar un mayor sentido de responsabilidad colectiva, al igual que para conseguir una mayor convergencia en el entendimiento humano.
Creo firmemente que la cooperación internacional es un estímulo para mejorar la calidad y la eficacia de las instituciones de educación superior de la región. Es una posibilidad para ayudar a reducir las brechas entre países, para encontrar soluciones a problemas globales o regionales que, más allá de la geografía, son de todos.
Por todo esto, parece obvio y urgente establecer en la realidad un auténtico Espacio Iberoamericano del Conocimiento. Debemos luchar juntos por alcanzar un mejor lugar en el concierto global y entre los bloques de países del mundo. Mejor educación, mayor cobertura y calidad en educación superior, más y mejor investigación, mayor innovación y desarrollo de tecnología propia, deben constituir parte importante de los fundamentos y principios del bloque iberoamericano. La próxima reunión de jefes de Estado y de Gobierno que tendrá lugar en Veracruz, México, es una oportunidad para plantear nuestras conclusiones.
Al respecto, conviene recordar las palabras de Martín Luis Guzmán, quien sostenía que los ideales no tienen más que un sendero: convertirse en hechos. Para ello, él decía que debía seguirse y lo cito textualmente: “ el camino de la obra que es el más opuesto al de los discursos y las ceremonias alegóricas en el vacío”. No queda entonces sino comprometernos y ponernos a trabajar en esa dirección.
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