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Vol. 5. Núm. 4.
Páginas 415-420 (octubre 2007)
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Nueva sexualidad masculina. Evolución en los moldes culturales del deseo
The new male sexuality. Changes in cultural molds of desire
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José Luis Arrondo Arrondoa
a Unidad de Andrología. Servicio de Urología. Hospital de Navarra. Pamplona. Navarra. España.
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En este artículo de opinión se exponen y desarrollan algunas consideraciones acerca de la evolución del hombre en las relaciones íntimas; desde el macho ibérico dominante, centrado en sus genitales y despectivo de la sexualidad femenina, hasta el hombre moderno o nuevo varón, al que le va gustando cortejar y sentirse cortejado, desear y ser deseado, llevar la iniciativa y ser pasivo. Poco a poco, se está esculpiendo una nueva sexualidad masculina, en el contexto de un nuevo modelo de sexualidad en las parejas y en los individuos; una sexualidad que permita un mayor acercamiento entre hombres y mujeres, y que no envilezca ni esclavice a nadie. Una sexualidad masculina que acabe con el mito del semental, del pulpo descontrolado y crónicamente salido, y que reclame el derecho a una sexualidad más plena. Me permito disertar acerca de esta temática por el bagaje que aportan más de 27 años como andrólogo dedicado a tratar las debilidades de la entrepierna masculina, con todo lo que conlleva en la relación humana. Lo hago sintiéndome doctorado en la Universidad de la Vida, en las aulas del día a día, con el privilegio de que el hombre y su pene se confesasen, me fuesen hablando de sus íntimos avatares. Ojalá que este trabajo de opinión sea otra contribución más a una sexualidad cada vez más humana, tanto como masculina y femenina a la vez.
Palabras clave:
Macho
Nueva sexualidad masculina
Sexualidad humana
The present opinion article explores certain issues in the evolution of men in intimate relations; from the dominant Iberian male, focused on his genitals and dismissive of female sexuality to the modern male, or new man, who likes to court and be courted, desire and be desired, take the initiative and be passive. Little by little, a new male sexuality is being crafted, in the context of a new model of sexuality in the couple and in the individual; a sexuality that allows greater closeness between men and women and that denigrates and enslaves nobody, a male sexuality that brings an end to the figure of the chronically and uncontrollably horny stud and demands the right to a more complete sexuality. I allow myself the liberty of reflecting on this subject, based on the experience accrued over more than 27 years of working as an andrologist, dedicated to treating the frailties of the male genitals with all that this implies in human relations. I do so feeling myself to have a doctorate from the University of Life, in the classroom of the day to day, having had the privilege of listening to men and their penises confessing their intimate vicissitudes. I hope that this opinion article is a further contribution to an increasingly human sexuality, both masculine and feminine at the same time.
Keywords:
Macho
New male sexuality
Human sexuality
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INTRODUCCIÓN

Deseo realizar algunas consideraciones acerca de la evolución del hombre en las relaciones íntimas; del macho ibérico, del hombre de la calle y de ese hombre-paciente al que hemos tenido y tendremos enfrente todos los días.

En demasiadas ocasiones, cuando tratamos problemas sexuales, centramos nuestro celo profesional con un prisma muy limitado: en el colgajo multiusos con sus acólitos del varón y en el monte de Venus con sus valles, montículos y recovecos de la mujer. Con frecuencia olvidamos diversos aspectos que condicionan y mediatizan toda la actividad sexual de las criaturas que nos rodean. Ignorar estos aspectos conlleva al fracaso de nuestras actuaciones profesionales.

Todos los aspectos de la vida humana están en continuo proceso de cambio, y las relaciones sexuales no se libran de esa necesaria evolución. Una evolución siempre condicionada por aspectos antropológicos, biofisiológicos y socioculturales.

Me permito disertar acerca de esta temática por el bagaje que aportan más de 27 años como andrólogo (fig. 1) dedicado a tratar las debilidades de la entrepierna masculina, con todo lo que conlleva en la relación humana. Uno se siente doctorado en la Universidad de la Vida, en las aulas del día a día. He tenido el privilegio de que el hombre y su pene se confesasen, me fuesen hablando de sus vidas íntimas. Comentaron sus orígenes, endiosamientos, veneraciones y triunfos..., pero también se sinceraron en falsedades, desasosiegos, inquietudes e incumplimientos1.

Figura 1. Más de 27 años tratando la entrepierna del varón...

La amplia información de esta obra teatral, en la que el hombre y su pene han sido los actores principales, me han permitido conocer con profundidad la evolución de la sexualidad masculina, el cambio de roles en la sexualidad humana: un recorrido antropológico, psicoemocional y clínico, desde la creación y consolidación del macho latino, hasta el nacimiento y desarrollo paulatino de un hombre nuevo en el terreno de la relación sexual.

¿DÓNDE ESTÁN LOS ORÍGENES DEL COMPORTAMIENTO SEXUAL MASCULINO?

Tres pueden ser las razones fundamentales para la creación y consolidación del tan cacareado macho ibérico, para llegar a comprender el papel del varón en la sexualidad humana durante siglos2,3.

El culto y la sobrevaloración del falo

El culto y sobrevaloración del falo tiene tanto peso y es tan antiguo como la propia historia del hombre. El miembro masculino, el pene, para muchos el órgano sexual por excelencia, es un tanto exhibicionista, pues vive colgado en el centro del cuerpo, lugar donde las piernas se juntan y dónde algunos tienen permanentemente el cerebro. Sobrevive franqueado por sus fieles y eternos acompañantes, los testículos. Creo que fue el cómico Robin Williams el que dijo: "Dios dio al hombre un cerebro y un pene; pero no sangre suficiente para utilizar los dos órganos a la vez". Ahora me explico por qué muchos varones ubican ambos órganos en uno: tienen el cerebro en el pene o el pene en el cerebro. Dicen que es envidia en la niñez, apreciado en la edad adulta y añorado en la vejez. Posee una cualidad que no existe en ningún otro órgano del cuerpo: poder variar de longitud, de volumen y consistencia miles y miles de veces a lo largo de la vida, según la promiscuidad de quien le soporta y las apetencias de quien le acompaña. Ha llegado a constituir el símbolo de una cultura, el baluarte de la masculinidad, el protagonista de la vida del hombre. La generosidad en denominaciones para referirse a este personajillo supera las de cualquier otra parte del cuerpo. Que existan más de 50 términos para referirlo es suficientemente elocuente por sí mismo1.

Desde siempre se ha prodigado la adoración y el culto al miembro viril, a sus funciones mágicas sobrevaloradas, y se ha vivido la búsqueda permanente de remedios infalibles para sus fallos. Ha recibido un continuo homenaje en todas las expresiones del arte y de la cultura. Se veneró en culturas tan antiguas y diversas, como la asiria, la fenicia, la siria, la egipcia, la griega, la romana, etc. Los emblemas y los amuletos fálicos se extendieron por doquier y eran portados por mujeres y niños, no con intenciones pornográficas sino en sentido protector y por sus propiedades curativas. Se colocaban encima de las puertas como protectores de las casas. En algunas culturas se llegó a pensar que era el pene, y no el útero, la fuente de la fertilidad. Durante el esplendor de la historia griega, el pene fue erigido en divinidad, recibiendo el nombre de Príapo; imagen grotesca que simboliza la virilidad y la fertilidad, pero también la condena y la insatisfacción permanente.

Factores zoológicos y biológicos. La esclavitud y dependencia de genes y hormonas

En cuanto a los factores zoológicos y biológicos, es preciso recordar que, entre nuestros antepasados, la procreación y el placer sexual iban de la mano. El macho procreaba desde los instintos, desde la excitación sexual; si desaparecía el impulso sexual desaparecería la especie. El sexo masculino debía permanecer en continua lucha por la supervivencia, por la reproducción a cualquier precio. Las conquistas sexuales de la masculinidad clásica requerían, en muchas ocasiones, un desgaste agotador, demasiada inversión en tiempo y en vida, como las de nuestros "antepasados" en la línea evolutiva: los chimpancés. Siendo fieles a nuestros orígenes, hoy muchos varones siguen ejerciendo de inseminadores compulsivos, auténticos sementales.

Causas socioculturales. Papel preestablecido para el hombre y mujer

En esta sobrevaloración y endiosamiento de nuestro colgajo y sus acólitos, en la esclavitud y dependencia de nuestros genes y nuestras hormonas, y por la exigencia social del macho perfecto, están las causas socioculturales y el papel preestablecido para el hombre y la mujer, que tanto ha incidido en la respuesta sexual masculina en los últimos siglos y la sigue condicionado en la actualidad4.

¿CÓMO HA SIDO EL COMPORTAMIENTO SEXUAL DEL VARÓN?

Es evidente que, durante siglos, hemos heredado y padecido una cultura falocrática, donde él, nuestro pene, ha sido el centro. Hombres y mujeres hemos soportado y aceptado un reparto arbitrario de papeles en la relación sexual, siempre marcado por una dualidad irreconciliable entre unos y otras. No éramos diferentes, sino opuestos.

En todas las épocas y culturas se han ensalzado las cualidades amatorias y promiscuas, incluso adúlteras, del macho. El varón debía ser agresivo, conquistador, cazador salvaje, potente, con instinto sexual irrefrenable, crónicamente salido y oliendo permanentemente a sudor y testosterona. Nuestros impulsos desbocados e irrefrenables nos obligaban a ser promiscuos, popularmente puteros. Siempre dispuestos a levantar la pértiga de la entrepierna. Para algunos, estos impulsos incontrolables podían justificar el acoso sexual, las violaciones, la prostitución y hasta la pornografía violenta. Estas cualidades para el placer debían ir desprovistas de emociones, sentimientos y jamás derramar una lágrima, pues como reza el famoso tango Tomo y obligo: "Un hombre macho no debe llorar". El hombre debía llevar siempre la iniciativa en el sexo, elegir el momento y el lugar. El macho tenía que imponer los momentos de lujuria.

Una práctica sexual basada en el sometimiento al macho y en la que incluso se ha llegado a ejercer cierta violencia verbal, utilizando expresiones muy significativas: pasarse a la mujer por la piedra, follarla, cepillársela, ventilársela, beneficiársela, tirársela, hacer uso de ella, llevarla al catre, trajinársela, etc, y joderla, en sus 2 sentidos: penetrarla y fastidiarla. Por el contrario, si nosotros éramos los conquistados, los que caíamos en las redes de la lujuria, se nos etiquetaba con una romántica y ecológica frase: nos llevaban al huerto.

Como consecuencia, nos volvimos obsesivos por una relación amorosa evaluada por el rendimiento, por enervamientos supremos, por las cantidades: número de veces, volumen de semen, centímetros de lanzamiento. Un buen macho no debía conocer jamás el descanso. Un varón preocupado, hasta el extremo, por el tamaño de sus colgajos, es decir, que valoraba los órganos genitales por su tamaño y no por sus funciones. A más pene más hombre, o a la inversa, pene pequeño poco hombre; como si a más cabeza o cogote, más inteligencia.

En la misma línea argumental, nuestra sociedad idolatra y ensalza todo lo joven, haciendo que la capacidad para disfrutar del sexo se haya identificado con la potencia y la belleza física, con los denominados cuerpos 10 (fig. 2). Y por el contrario se ridiculiza y vitupera la sexualidad otoñal. Sin embargo, y afortunadamente, hoy día y en nuestras consultas, va siendo progresiva y patente una reivindicación de la capacidad erótica en las personas mayores. Hombres y mujeres pueden disfrutar de la sexualidad hasta que se mueran; aunque evolucione la forma de disfrutar de ella4.

Figura 2. La potencia y la belleza física, con los denominados cuerpos 10...

El hombre no debía manifestar jamás sus debilidades en la cama. En los fracasos sexuales nos iba la vida, nos dañaba la autoestima, nos afectaba a la esencia de la masculinidad. Nos ha costado superar vergüenzas supremas para acudir a la consulta médica del especialista. Los incumplimientos en la relación sexual los hemos ido sufriendo en silencio, en soledad entre las sábanas5.

Han sido evidentes los distintos raseros a la hora de enjuiciar algunos aspectos, como la virginidad y el adulterio. En la mayoría de las culturas el adulterio masculino no supone delito. En la sociedad griega, por ejemplo, que el varón fuese con amigas (hetairas) o prostitutas, era considerado como prueba de virilidad, como el necesario descanso del guerrero, como imprescindible para satisfacer los calentones de los bajos. En contraste, se ha vigilado y controlado el bien más preciado de la mujer, la virginidad. La infidelidad femenina suponía una auténtica tragedia en las parejas, motivo de agresiones y muertes, y una afrenta intolerable y difícil de soportar para su macho, socialmente convertido en cornudo. En la consulta de andrología, hemos conocido algunas esposas que, ante la impotencia del marido, accedían, cariñosamente y con naturalidad, a que su hombre probase la capacidad de enervamiento con otras mujeres. ¿Podéis imaginar en nuestra sociedad a un varón permitiendo y animando a su esposa, que padece cierto pasotismo por el sexo, a que compruebe con otros hombres su capacidad para la orgía sexual?

Paralelamente a esta concepción del macho, el sexo llamado débil carecía de instinto sexual, padecía insensibilidad genital. La mujer era, ante todo, madre, generosa, dócil, frágil, pasiva, decente, fiel, estéril, frígida, y apetitoso objeto del deseo para el macho. Estas cualidades de la hembra, debían ir aderezadas con una sobredosis de sensibilidad y las lágrimas a flor de piel. A lo largo de la historia ha sido constante la represión y condena de la mujer cuando osaba demostrar sus cualidades para el sexo, sacar los pies de las alforjas; se le tildaba de puta, ninfómana, viciosa. El macho dominante no podía permitir que la mujer disfrutara a pierna suelta, tenía pánico al despertar de la sexualidad femenina, de una sexualidad reivindicativa. Ha sido, y sigue siendo frecuente, el control de la capacidad sexual en la mujer mediante brutales agresiones y mutilaciones (violaciones, extirpación-ablación del clítoris, costura-infibulación de los labios mayores, etc.). Hoy día, estas atrocidades no se pueden permitir ni respetar en aras de unas tradiciones que se apoyan en el sometimiento absoluto de la mujer al hombre. Estas prácticas suponen un atropello a los más elementales derechos de nuestra compañera de viaje, una humillación a la esencia de la raza humana, una de las grandes vergüenzas del siglo xxi.

Frente a todos estos conceptos e ideas misóginas, hoy sabemos, y hemos demostrado por la ciencia y la práctica sexual de nuestras jóvenes, que las condiciones para el erotismo y para el placer de la mujer nada tienen que envidiar a las del varón6,7.

ESTO NO PODÍA SEGUIR ASÍ

Pero llegó un momento en que determinadas corrientes sociales, el empuje de la liberación femenina y la actitud individual de numerosos varones, fueron manifestando que esto no podía seguir así, que comenzaban a estar hartos y que el hombre no podía seguir jugándose todo, hasta su propia identidad, por la capacidad funcional de su colgajo (el pene) y sus monaguillos (los testículos). Resultaba imperativa la evolución en los llamados moldes culturales del deseo; debía producirse un proceso de humanización progresiva en el comportamiento sexual masculino, en la relación hombre mujer en la cama4. Estos cambios se imponían por el convencimiento e interés del propio varón, no sólo por imposición de la liberación femenina7.

Desde la segunda mitad del siglo xx, los hombres estamos dando pasos de gigante hacia una liberación progresiva del papel que nos ha tocado desempeñar, una liberación de la esclavitud de los genes, de los instintos y de tanta dosis de testosterona. Ya era hora de establecer diferencias claras con nuestros "antepasados" filogenéticos los chimpancés8. Unos cambios que no suponen la decadencia de la masculinidad, sino una liberación del reparto que nos ha tocado representar en el teatro de la vida y de la alcoba: ellas como objetos sexuales y nosotros como objetos para el éxito. Al fin y al cabo, ambos hemos sido objetos.

Las conductas del varón frente a la sexualidad han cambiado, están cambiando y aún cambiarán más. Ahora bien, y metidos ya en pleno siglo xxi, las viejas actitudes no han desaparecido y unos paradigmas conviven con otros y así seguimos vislumbrando 3 posicionamientos o tendencias de los hombres en sus relaciones sociales y sexuales.

Primero, y por una parte, están los neomachistas convencidos y beligerantes para los que todos los males actuales de nuestra sociedad son consecuencia de la desgana agresiva del macho; de los varones sin cojones que se han convertido en unos calzonazos. Son los fieles herederos del superhombre añorado por el filósofo alemán Friedrich Nietzsche.

En segundo lugar están los varones muy diferentes, los que yo llamo testosteronodependientes. No son agresivos, pero defienden a capa y espada unas diferencias sustanciales e irreconciliables entre ambos sexos. Consideran nuestras altas dosis de testosterona como argumento fisiológico irrefutable para resistirse a ser más sensibles, para dejar de ser promiscuos y para no justificar la moderna tendencia a la igualdad.

Como tercera opción, están los hombres modernos o nuevos, los que creen que es liberador y positivo desprenderse del machismo heredado, que ya no los representa. Un hombre nuevo, que no significa que sea ñoño, asexuado o imbécil, sino un varón que aprenda a disfrutar de la verdadera fiesta de la sexualidad. No significa reprimir nuestros instintos y nuestra inclinación por el sexo, sino canalizarlo1.

HACIA UNA NUEVA SEXUALIDAD MASCULINA

En las últimas décadas han sido manifiestos los cambios en los roles de las parejas en la práctica sexual; lo hemos percibido en el ambiente, en nuestro propio medio de trabajo y en nuestras propias carnes. Tantos años ejerciendo como andrólogo me ha permitido vivir y palpar el cambio paulatino en el reparto de papeles en la esfera amorosa. Algunas corrientes feministas siguen afirmando que el macho no ha cambiado; pues no se quieren enterar. Quizás esperaban una transformación, una auténtica metamorfosis de la noche a la mañana. Pero un bagaje cultural de tantos siglos no se puede esfumar en pocos años9.

Las diferencias irreconciliables de género han ido perdiendo vigencia, y creo que podemos estar asistiendo a los últimos coletazos de la leyenda del supermacho latino. En las relaciones amorosas se va resquebrajando el modelo actividad-hombre y pasividad-mujer. Al varón le va gustando sentirse cortejado, ser deseado y pasivo, dejarse llevar en el catre, ser auténtico objeto de deseo. No nos inquieta compartir la batuta, ni el ataque inicial en el subidón erótico10. Creo que fue William H. Masters el que expresó el posicionamiento del varón en las diferentes etapas evolutivas: el sexo es algo que el hombre hizo para el hombre; el sexo es algo que el hombre hace para la mujer; el sexo es algo que el hombre debe hacer con la mujer. Y añado: o con otro hombre, etc.1.

El varón va reafirmando el sentimiento de paternidad, no sólo desea dejar embarazada a la hembra para perpetuar la especie, sino preocuparse más de la crianza de los retoños. Desea, incluso, el control de su propia capacidad reproductora: tener los hijos con quien él desee. Hoy el número de vasectomías supera al de las ligaduras de trompas. Además, con la aparición de las denominadas TRA (técnicas en reproducción asistida) en los años setenta, otro tabú biológico y de hombría se resquebraja: "La erección ya no supone un requisito imprescindible para mantener la especie".

El hombre reivindica el derecho a ser más sensible, a manifestar sentimientos y emociones y a llorar cuando le apetezca. Llorar no es un signo de debilidad, sino de sensibilidad3. En mi vida profesional he visto llorar a machos con pelo en pecho, derramar ese líquido salado que emana de tan adentro: ante problemas de esterilidad, problemas sexuales, abandonos de su pareja, fallecimiento de su gran amor, el nacimiento de un hijo.

En estos años, con ese "cuerpo a cuerpo" entre el hombre-paciente y el hombre-andrólogo, me he ido convenciendo de que hace falta más valentía para manifestar sentimientos o plantear algunas preguntas, que para agarrar una cogorza o dar un par de hostias; y que llorar sin sobresaltos y sin tener que escondernos, ¡eso sí que es de machos! Estamos superando la idea de que el macho no debía reconocer sus debilidades en materia sexual. Estamos escapando del vértigo de estar siempre entre órdagos, entre rendimientos supremos. Hemos ido aceptando, algunos a regañadientes, que nuestros penes y nuestros testículos son vulnerables, que la imperfección es inherente a nuestra condición humana. Cada vez vamos atendiendo en las consultas a más varones que, sin traumas ni sonrojos, desnudan sus cuerpos y se abren en comunicaciones1. Muchos de los miles y miles de penes que he visto y tocado a lo largo de más de 27 años de profesión, se quejaron de tanta responsabilidad; de que, al ser un "órgano multiuso" (sirve para expulsar el semen y engendrar, sacar el pis y para el placer), tal acúmulo de funciones les abrumaba, y como dice el bolero Toda una vida, "les producía ansiedad, angustia y desesperación". Que su posición colgante y exhibicionista les hacía más vulnerables a posibles agresiones externas; como una rebanada traicionera con un cuchillo de cocina. Además, sus fallos no los podían ocultar, la falta de entusiasmo se hacía evidente con demasiada frecuencia. Y como ha quedado demostrado, el pene es un órgano muy vulnerable a partir de los 50 años, numerosos factores pueden agredir su funcionamiento.

Poco a poco, se está esculpiendo una nueva sexualidad masculina11 en el contexto de un nuevo modelo de sexualidad en las parejas y en los individuos; una sexualidad que permita un mayor acercamiento entre hombres y mujeres, y que no envilezca ni esclavice a nadie. Una sexualidad masculina que acabe con el mito del semental, del pulpo descontrolado y crónicamente salido, y que reclame el derecho: a un cuerpo a cuerpo con mayor dimensión humana; a sentirse objeto de deseo; a compartir la iniciativa; a dar rienda suelta a sentimientos y emociones; a disfrutar con los preámbulos; a fracasar en la cama; a asumir, sin sonrojos, los problemas de su aparato genital, y a demandar ayuda, sin vergüenzas supremas. Disfrutando de la verdadera fiesta del sexo, en una relación que no sea una guerra, y la cama el campo de batalla, sino como una manifestación del comportamiento humano que se guíe por el modelo de mutua actividad-pasividad, encontrando un camino intermedio entre la tendencia del hombre a centrar su placer en los instintos y en los genitales, y la de la mujer a perderse en caricias, susurros e inoportunas cefaleas (fig. 3).

Figura 3. Disfrutando de la verdadera fiesta del sexo...

Los continuos cambios evolutivos en la sexualidad de la mujer y del hombre4, junto a la diversidad sexual, con relaciones heterosexuales, homosexuales, bisexuales, en pareja, en tríos, etc., me permiten vislumbrar que este siglo xxi será generoso en derretirnos de placer y, de igual manera, sospecho que la revolución sexual de los años sesenta y setenta pudo ser un pequeño temblor, sólo el presagio del auténtico terremoto que se avecina.


Correspondencia: Dr. J.L. Arrondo Arrondo.

Unidad de Andrología. Servicio de Urología.

Hospital de Navarra.

Irunlarrea, 3. 31008 Pamplona. Navarra. España.

Correo electrónico: jlarrondo@telefonica.net

Bibliografía
[1]
Historia íntima del pene. La nueva sexualidad masculina. Valencia: Nau Llibres; 2006.
[2]
Varones y Mujeres. Desarrollo de la doble realidad del sexo y del género. Madrid: Pirámide; 1996.
[3]
El nuevo sexo débil. Los dilemas del varón posmoderno. Madrid: Temas de Hoy; 1997.
[4]
La evolución del deseo. Estrategias del emparejamiento humano. Madrid: Alianza; 1996.
[5]
¿Qué nos pasa en la cama? Dificultades en las relaciones sexuales. Madrid: Aguilar; 2002.
[6]
Guía práctica de la sexualidad femenina. Madrid: Temas de Hoy; 2000.
[7]
Tu sexo es tuyo. Barcelona: Debolsillo; 2003.
[8]
El origen de la atracción sexual humana. Madrid: Ediciones Akal, S.A.; 2004.
[9]
Guía práctica de la sexualidad masculina. Madrid: Temas de Hoy; 2000.
[10]
Los hombres se dejan querer. La adicción a la mujer. Barcelona: Urano; 1992.
[11]
El rompecabezas de la sexualidad. Barcelona: Anagrama; 2002.
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