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Vol. 46. Núm. 3.
Páginas 148-159 (enero 2014)
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Páginas 148-159 (enero 2014)
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Violencia en relaciones de pareja de jóvenes y adolescentes
Violence in young and adolescent relationships
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María Pazos Gómez
Autor para correspondencia
maria.pazos@dpee.uhu.es

Autor para correspondencia.
, Alfredo Oliva Delgado, Ángel Hernando Gómez
Universidad de Huelva, Universidad de Sevilla, España
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Tabla 1. Análisis de covarianza sobre tiempo máximo en una relación de pareja para grupo de edad de 17–18 años
Tabla 2. Correlaciones entre medidas de la subescala violencia cometida, sexismo, tolerancia a la frustración, conflictividad interparental, problemas externalizantes y la escala Youth Self Report total en función del sexo (chicos extremo superior y chicas extremo inferior)
Tabla 3. Regresión lineal múltiple jerárquica de las variables sexismo, tolerancia a la frustración, conflictividad interparental, problemáticas externalizantes sobre la subescala violencia cometida en el noviazgo
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Resumen

El objetivo del presente trabajo fue estudiar las conductas agresivas en las relaciones de pareja de adolescentes de la provincia de Huelva (España) y su relación con determinadas variables (sexismo, tolerancia a la frustración, conflictividad interparental y problemas externalizantes). Para ello, se realizó un estudio transversal con cuestionarios sobre una muestra de estudiantes formada por 716 sujetos (398 chicas y 314 chicos), de edades comprendidas entre los 14 y 20 años. Los resultados indicaron que la violencia verbal-emocional era el subtipo de agresión más frecuente entre las parejas adolescentes con independencia del sexo. Las chicas fueron señaladas como más ejecutoras de violencia física y verbal-emocional, mientras que los chicos cometieron más violencia de tipo relacional y sexual.

Los análisis en función de la edad revelaron una disminución de la agresión física y un aumento de la agresión sexual conforme se incrementaba la edad del sujeto. El sexismo, la escasa tolerancia a la frustración y la existencia de problemas externalizantes fueron los factores relacionados con la práctica de comportamientos violentos en las relaciones de pareja.

Palabras clave:
Adolescencia
Violencia en el noviazgo
Factores de riesgo
Diferencias de sexo
Abstract

This paper sought to study aggressive behavior in adolescent relationships in the province of Huelva (Spain) and its relation to certain variables (sexism, frustration tolerance, interparental conflict and externalizing problems). To that end, we conducted a cross-sectional study with questionnaires on a sample of students consisting of 716 subjects (398 girls and 314 boys), aged 14 to 20. The results indicated that verbal and emotional violence was the most common subtype of violence among young couples regardless of gender. Girls were identified as the most frequent implementers of physical and verbal-emotional violence, while boys were more engaged in relational and sexual aggression.The analyses in terms of age revealed a decrease in physical violence while sexual violence increased directly related to the age of the subject. Sexism, low frustration tolerance and the presence of externalizing problems were the factors most linked to violent behavior within relationships.

Keywords:
Adolescence
Dating Violence
Risk Factors
Gender Differences
Texto completo

La violencia de género es actualmente uno de los fenómenos sociales más problemáticos y una de las formas más frecuentes de violencia en nuestra sociedad (Wolfe, Wekerle, & Scott, 1997), y son bastantes los aspectos que se conocen sobre este problema en la edad adulta. Sin embargo, esta línea de investigación es todavía muy incipiente en lo que se refiere a las agresiones que tienen lugar en parejas de adolescentes (Fernández-Fuertes, Fuertes & Pulido, 2006; Corral & Calvete, 2006; Fernández-Fuertes, Orgaz, & Fuertes, 2011; Muñoz-Rivas, Graña, O’Leary, & González, 2007; O’Leary, Slep, Avery-Leaf, & Cascardi, 2008; Sears, Byers, & Price, 2007; Hernando, 2007; González-Ortega, Echeburúa, & De Corral, 2008).

Una posible explicación a este hecho está directamente relacionada con la dificultad que tienen adolescentes y jóvenes para reconocer que son víctimas del maltrato (García-Díaz, Fernández-Feito, Rodríguez-Díaz, López-González, Mosteiro, & Lana, 2013; Vizcarra, Poo, & Donoso, 2013). También es preciso tener en cuenta que uno de los aspectos que aumenta la invisibilización de la violencia durante el noviazgo es la idealización que adolescentes y jóvenes realizan de las conductas violentas, con base en el “amor romántico”, y la justificación y el hecho de quitarle importancia a comportamientos violentos como son los celos, el control obsesivo, etcétera (Soldevila, Domínguez, Giordano, Fuentes, & Consolini, 2012).

La violencia durante el noviazgo (dating violence) es definida como todo ataque intencional de tipo sexual, físico o psíquico, de un miembro de la pareja contra el otro en una relación de pareja integrada por jóvenes o adolescentes (Health Canada, 1995). Compartimos esta definición por cuanto en ella se refleja la creencia de que todo tipo de abuso es perjudicial y por tanto debe tenerse en cuenta. Del mismo modo, Close (2005) la define como aquella en donde ocurren actos que lastiman a la otra persona, en el contexto de una relación en la que existe atracción y en la que los dos miembros de la pareja se citan para salir juntos.

Una gran parte de la investigación actual constata que la violencia en el noviazgo es un grave problema que se produce con independencia de la edad, la raza, la orientación sexual, el estatus socioeconómico o el lugar de residencia, y se da con una frecuencia de dos a tres veces mayor que en las parejas adultas casadas, aunque sus consecuencias no son generalmente tan graves (Hernando, 2007). En concreto, datos obtenidos por Straus y Ramírez (2003) indican porcentajes de prevalencia comprendidos entre el 25 y el 45% de los estudiantes analizados, siendo estos porcentajes mayores incluso que los obtenidos entre parejas casadas (entre 10–15%). Igualmente, Cornelius y Resseguie (2007) exponen datos que muestran que cuando se incluye la agresión de tipo verbal en la investigación, esta prevalencia puede incrementarse hasta el 88%.

En cuanto a las investigaciones realizadas en España, destaca la contribución de González y Santana (2001), quienes encontraron que el 7.5% de los estudiantes varones y el 7.1% de las chicas habían empujado o pegado a sus parejas al menos una vez. Muñoz-Rivas et al. (2007) obtuvieron tasas más altas y encontraron que alrededor del 90% de los estudiantes de 16 a 20 años encuestados manifestaron que en algún momento habían agredido verbalmente a su pareja, mientras que el 40% expuso haber ejercido la agresión física.

En los últimos años se han realizado diversas investigaciones en España, cuyos datos han puesto de manifiesto que este fenómeno está muy presente en adolescentes y jóvenes de nuestro país, ya que en ellos se constata la presencia de conductas violentas en las relaciones de pareja como forma de resolver los conflictos (González & Santana, 2001; González-Ortega et al., 2008; Muñoz-Rivas et al., 2007; Díaz-Aguado, Martínez-Arias, & Martín-Babarro, 2013). En concreto, en el estudio realizado por Díaz-Aguado y Carvajal (2011) encontramos que el 13% de los chicos reconoce haber ejercido o intentado situaciones de maltrato, y que el 9.2% de las chicas ha sufrido en alguna ocasión maltrato físico o psicológico por alguna de sus parejas.

Del mismo modo, existe evidencia que señala la anterioridad de las agresiones de tipo psicológico frente a las físicas; además, son más frecuentes y estables durante la historia de la relación que estas últimas, 62 frente al 46% (Cáceres, 2004; Muñoz-Rivas et al., 2007; O’Leary & Smith Slep, 2003). Estos datos y otros confirman que las agresiones verbales son las más comunes seguidas por la agresión psicológica, la agresión física y la sexual (Rey Anacona, 2008).

Por otra parte, en cuanto a las diferencias de sexo, no existe todavía un cuerpo de estudio que aporte suficiente evidencia empírica respecto al sexo de los agresores. Mientras que en algunas investigaciones se señala con más frecuencia a los chicos como agresores (Makepeace, 1981; Tontodonato & Crew, 1992), en otras, a las chicas (Fernández-Fuertes & Fuertes, 2010; González-Ortega, et al., 2008), sin faltar las que apuntan a la existencia de una alta bidireccionalidad (Fernández-González, O’Leary, & Muñoz-Rivas, 2013; Weisz, Tolman, Callahan, Saunders, & Black, 2007).

Diversos autores han expuesto el hecho de que los chicos tienden más a legitimizar las conductas violentas como respuesta y les restan importancia, mientras que las chicas realizan una sobrevaloración de sus actos y se sienten culpables por ello (González-Ortega et al., 2008). Algunos resultados han puesto de relieve que los varones suelen rechazar menos la violencia y la justifican más que las chicas (Garaigordobil, Aliri, & Martínez-Valderrey, 2013); una de las posibles explicaciones es el alto grado con el que estos asimilan las actitudes y creencias machistas de la sociedad (Arenas-García, 2013). Asimismo, tal discrepancia observada en las diferentes investigaciones se puede deber a los diferentes subtipos de violencia contemplados en los instrumentos utilizados para su evaluación y detección, así como por diferencias socioculturales existentes entre los países en los que se llevan a cabo dichos estudios.

Algunas investigaciones indican que los adolescentes, tanto chicos como chicas, con ideas más tradicionales hacia los roles de género aceptan más el uso de la agresión en pareja y que la mujer sea agredida a que lo sea el varón tanto psicológica, física como sexualmente (Ulloa, Jaycox, Marshall, & Collins, 2004). Estos datos señalan la importancia de algunos factores de naturaleza sociocultural que ejercen su influencia mediante la transmisión de modelos diferentes de masculinidad y feminidad entre varones y mujeres (Soler, Barreto & González, 2005).

Un pequeño pero creciente cuerpo de investigación señala la exposición a altos niveles de conflictividad interparental como un factor de riesgo de la violencia en el noviazgo, sobre todo en los varones (Foo, L., & Margolin, G., 1995; Stocker & Richmond, 2007). Estudios realizados exponen resultados que afirman la existencia de un efecto directo del conflicto interparental sobre el conflicto en las relaciones de noviazgo entre adolescentes, de forma que a mayor conflictividad interparental, mayor conflictividad en las relaciones de pareja de los adolescentes (Kinsfogel & Grych, 2004; Muñoz-Rivas, Gámez-Guadix, Graña, & Fernández, 2010; Stocker & Richmond, 2007; Simon & Furman, 2010). El conflicto interparental parece sensibilizar a los jóvenes ante los conflictos interpersonales y fomentar la hipervigilancia a las señales de conflicto (Fosco, Deboard, & Grych, 2007); esta sensibilidad da lugar al uso de estilos agresivos de solución de conflictos (Linder & Collins, 2005) y a la visualización de la agresión dentro de la pareja como algo justificable (Kinsfogel & Grych, 2004; Linder & Collins, 2005).

Igualmente, han sido destacadas una serie de características de personalidad, como la impulsividad, la irascibilidad, la rigidez, la desconfianza y una baja tolerancia a la frustración, como factores intrapersonales que hacen más probable la adopción de conductas violentas por parte del agresor (Archer, Fernández-Fuertes, & Thanzami, 2010; Fernández-González, et al., 2013; González-Ortega et al., 2008). Norlander y Eckhardt (2005) han destacado los sentimientos de ira y frustración como principales razones por las que las adolescentes ejercen agresiones en sus relaciones de pareja.

En varias investigaciones se ha encontrado que la violencia en las relaciones de noviazgo está relacionada con factores individuales, entre ellos la depresión, la baja autoestima y ciertas conductas de riesgo como el consumo de alcohol, inicio temprano en las relaciones sexuales y bajo rendimiento escolar (Ackard, Ztainer, & Stat, 2003; Muñoz-Rivas et al, 2010; Silverman, Raj, Mucci, & Hathaway, 2001).

La investigación acerca de la influencia de variables psicopatológicas en la violencia ejercida durante el noviazgo adolescente es escasa. Sin embargo, los estudios referidos a la agresión ejercida entre iguales pueden aportarnos algunas pistas, ya que en ambos casos se trata de una opresión reiterada entre personas en las que existe un desequilibrio de poder, algo habitual en las relaciones abusivas, aunque en diversos estudios también se refleja la existencia de agresiones entre los miembros de la pareja joven de forma bidireccional.

Así, a partir de estos estudios se puede decir que existiría una agresión abierta, tradicionalmente atribuida a chicos, asociada a problemas externalizantes como la impulsividad o las conductas desafiantes. Por otra parte, se daría una agresividad relacional, más frecuente entre las chicas y vinculada a problemas tales como la tristeza, la ansiedad o las quejas somáticas (Crick & Grotpeter, 1995). Dada la importancia que el grupo y los iguales ejercen en este período evolutivo, así como las semejanzas que este tipo de abuso presenta con relación al fenómeno estudiado, es probable que estos patrones de conducta agresiva se presenten también cuando la agresión es ejercida sobre la pareja.

Otros estudios relacionan las conductas de celos con la presencia de inestabilidad afectiva, trato parental negativo y síntomas de trauma, además de encontrar capacidad predictiva entre el uso de la agresión y distintas variables como las estrategias de resolución de conflictos y la inteligencia emocional de la persona que agrede (Perles, San Martín, Canto, & Moreno, 2011).

A pesar de la importancia de este problema, es muy poco lo que se conoce sobre los factores que contribuyen a la violencia en el noviazgo durante la adolescencia, o sobre la manera de intervenir para su prevención (Fernández-González et al., 2013; Ferragut, Blanca, & Ortiz-Tallo, 2013; Hickman, Jaycox, & Aronoff, 2004; Peña Palacios, Ramos Matos, Lunzón Encabo, & Recio Saboya, 2011; Vizcarra et al., 2013).

Por ello, este estudio tiene la finalidad de obtener un conocimiento y una comprensión más profundos acerca de la caracterización y dinámica de este tipo de problemática dentro de la población adolescente y joven, examinando su prevalencia, su caracterización y su relación con variables como el sexo, el estatus socioeconómico, la edad, la duración de la relación, el sexismo, la tolerancia a la frustración, la existencia de un modelo de agresión en las relaciones interparentales o la presencia de problemáticas externalizantes. Dicho conocimiento será de mucha ayuda para plantear y establecer nuevas líneas efectivas de actuación que permitan la mejora de la intervención y la prevención tanto en el ámbito educativo como en el familiar.

MétodoParticipantes

La muestra estaba compuesta por 716 sujetos con edades comprendidas entre los 14 y los 20 años (56% [n=398] chicas y un 44% [n=314] chicos que cursaban el segundo ciclo de Educación Secundaria Obligatoria, bachillerato, ciclos formativos y primer curso de la universidad durante el curso escolar 2009–2010 en diversos centros educativos públicos pertenecientes a la ciudad y provincia de Huelva. De los 716 sujetos, un 75.5% (n=509) pertenecía a la ciudad de Huelva frente a un 24.5% (n=165) que residía en la provincia. En relación con el sexo de la muestra, un 56% (n=398) de la muestra estuvo compuesta por chicas y un 44% (n=314) por chicos.

Respecto a la edad de la muestra, la edad media entre los sujetos encuestados ha resultado de 17.39 (DT=2.25) años, encontrándose en el rango de 14 a 16 años un 32.1% (n=222) de la muestra, en el rango de 17 a 18 años un 41.5% (n=287) y en el rango de 19 a 20 años un 26.4% (n=183) de la muestra. Respecto al grado académico, un 18.3% (n=131) cursaba tercero de la Educación Secundaria Obligatoria, un 10.8% cursaba cuarto de la Educación Secundaria Obligatoria (n=77), un 17% (n=117) ciclos formativos, un 16% (n=112) primero de bachillerato, un 21% (n=148) segundo de bachillerato y un 17% (n=121) cursaba primer curso de la universidad.

Con objeto de garantizar la mayor objetividad posible al proceso, la muestra de los centros educativos fue seleccionada a través de un muestreo de juicio de casos típicos.

Se decidió excluir de esta investigación a los sujetos pertenecientes al primer ciclo de Educación Secundaria debido a que su rango de edad suele ser bastante bajo para establecer relaciones de pareja con una duración suficiente como para que se pueda originar agresión de algún tipo. Asimismo, se evaluó solo a aquellos alumnos que en el momento de la recogida de datos mantenían o habían mantenido en el último año una relación de pareja con una duración mínima de un mes, duración considerada por los investigadores como tiempo suficiente para que pudieran generarse conductas abusivas en relaciones de noviazgo.

Como relación de pareja se entendió “una relación social explícitamente acordada entre dos personas para acompañarse en las actividades recreativas y sociales, y en la cual se expresan sentimientos amorosos y emocionales a través de la palabra y los contactos corporales” (Rodríguez & De Keijzer, 2002). Así, el 49% de los sujetos se encontraba manteniendo una relación durante el momento de la recogida de los datos frente a un 51% que reportó no estar saliendo con nadie en ese momento pero sí haberlo hecho en el último año. En cuanto al tipo de relación, el 58% de los chicos y el 66% de las chicas reportaron tener una relación de tipo estable frente al 34% de los chicos y 25% de las chicas que afirmaron tener una relación de tipo casual. La edad media con la que se tuvo la primera pareja se situó en 13.38 años para los chicos y 13.73 años para las chicas. En relación con los sujetos que en el momento de la recogida de datos se encontraban manteniendo una relación de pareja, la media de tiempo de relación se situó en 14.37 meses (DT=16.88). Aunque el cuestionario fue aplicado a todos los sujetos con independencia de su orientación sexual, la mayor parte de la muestra recogida (95.6%) informó ser heterosexual, frente a un 4% que reportó ser homosexual o bisexual.

InstrumentosCuestionario de datos sociodemográficos

Constituido por ocho ítems de respuesta abierta, recogían, entre otras, la edad, el nivel de estudios, el lugar de residencia, la barriada, la orientación sexual, el tiempo y el tipo de relación.

Escala de conflictos en las relaciones de pareja en adolescentes

Se utilizó la adaptación española de la escala Conflict in Adolescent Dating Relationships Inventory (Wolfe et al., 2001) validada en España por Fernández-Fuertes, et al. (2006). Prueba diseñada específicamente para la detección de conductas abusivas en parejas adolescentes y jóvenes y que supera muchos de los inconvenientes de los cuestionarios en los que se fundamenta (Conflict Tactics Scale y Psycological Maltreatment of Women Inventory), tales como la subestimación de determinados actos violentos, la tendencia a la atenuación de las diferencias intersexos o las dificultades para diferenciar entre agresiones medias y severas (Fernández-Fuertes et al., 2006).

Este instrumento es una escala compuesta por 35 ítems tipo Likert de 1 (nunca) a 4 (con frecuencia); veinticinco de ellos diseñados para detectar la presencia de cinco posibles formas de violencia en las parejas de adolescentes: sexual, relacional, verbal-emocional, física y amenazas a través de dos subescalas: violencia cometida y violencia sufrida, y diez de ellos que evalúan conductas positivas en la resolución de conflictos. Debido a que el objetivo del presente informe fue reportar información acerca de las agresiones cometidas o comportamientos abusivos cometidos sobre la pareja en parejas jóvenes y adolescentes, y su relación con determinados factores o variables, se procederá a la presentación de las propiedades psicométricas de dicha subescala. El coeficiente de fiabilidad, alfa de Cronbach, obtenido para la subescala de violencia cometida es de .85 en la adaptación española en comparación con un alfa de Cronbach de .83 en la versión original.

Respecto a las formas de agresión evaluadas, se estipulan como coeficientes de alfa de Cronbach obtenidos para violencia sexual un α de .51 en la versión original y de .56 en la versión española; para violencia relacional, un α .52 en la versión original y de .59 en la versión española; para violencia verbal-emocional, α de .82 en la versión original y de .78 en la versión española; para amenazas, un α de .66 en la versión original y de .53 en la versión española, y para violencia física, un α de .83 y de .73 en la versión española.

Escala de detección de sexismo en adolescentes

Esta escala de Recio, Cuadrado y Ramos (2007) está compuesta por 26 ítems tipo Likert en una escala de 1 (totalmente en desacuerdo) y 6 (totalmente de acuerdo), y que se agrupan en dos dimensiones: sexismo hostil que hace referencia al sexismo tradicional, basado en una supuesta inferioridad de las mujeres como grupo con 16 ítems (e.g. “El lugar más adecuado para la mujer es su casa con su familia”) y sexismo benévolo que hace referencia a un tipo de sexismo más encubierto que se expresa a través de una intención de los hombres de cuidar a las mujeres, protegerlas y adorarlas y que se basa en una imagen de las féminas también como seres inferiores pero con un tono afectivo más positivo con diez ítems, (e.g. “Nadie como las mujeres sabe cuidar a sus hijos”). El coeficiente de fiabilidad, alfa de Cronbach, en el estudio original para la escala de sexismo hostil fue de .94 y un coeficiente de fiabilidad alfa de Cronbach para la escala de sexismo benévolo de .85. Su validación puede encontrarse en Recio et al. (2007).

Escala de conflicto interparental

La Children's Perception of Interparental Conflict Scale (Grych, Seid, & Fincham, 1992; Oliva et al., 2011) permite evaluar la percepción que chicos y chicas tienen sobre distintos aspectos del conflicto interparental. Originarimente fue desarrollada por Grychet et al. (1992) y ha sido una escala utilizada y validada en numerosas ocasiones (Nigg et al., 2009; Tarnell, 2003; Oliva, Antolín, Pertegal, Ríos, Parra, Hernando, & Reina, et al., 2011). Concretamente, en este estudio se ha utilizado una adaptación y reducción de tres de las subescalas de la escala original realizada por Oliva et al. (2011).

Dicha adaptación consta de 13 ítems tipo Likert que se deben puntuar en una escala de 1 (totalmente falso) a 7 (totalmente verdadero) que se agrupan en tres dimensiones: frecuencia e intensidad de conflictos, con un coeficiente de fiabilidad alfa de Cronbach de .89; resolución de conflictos, con un coeficiente de fiabilidad alfa de Crombach de .89 y triangulación (percepción de los adolescentes en relación con el grado en que consideran que sus progenitores los involucran en los conflictos), con un coeficiente de fiabilidad de .84, y la escala global obtuvo un coeficiente de fiabilidad de .89.

Escala Youth Self Report

Esta escala de Achenbach (1991) es una adaptación a la población española de Lemos, Vallejo, y Sandoval (2002). Autoinforme de conductas psicopatológicas en adolescentes. Compuesta por 45 ítems tipo Likert en una escala de 0 (no es verdad) a 2 (muy verdadero), evalúa la psicopatología a través de distintos factores que quedan agrupados en dos síndromes: problemas externos y problemas internos. Se compone de siete subdimensiones centrales o comunes a ambos sexos: depresión/ansiedad, conducta delictiva, conducta agresiva, quejas somáticas, problemas de pensamiento, problemas de relación y conductas de búsqueda de atención. Debido a la mayor afinidad con la problemática estudiada, se decidió analizar únicamente la subescala de problemas externos. El coeficiente de fiabilidad, alfa de Cronbach, para la externalizante fue de .93, y de .73 para la escala global. Su validación puede encontrarse en Lemos et al. (2002).

Escala para la evaluación de la tolerancia a la frustración

La Stress Management Subscale (Bar-On & Parker, 2000; Oliva et al., 2011) forma parte del Emotional Quotient Inventory Youth Version y se utilizó la versión reducida y adaptada al castellano realizada por Oliva et al. (2011). Concretamente, se trata de una adaptación de la subescala de manejo del estrés, que permite evaluar la capacidad de chicos y chicas adolescentes para resistir sucesos adversos y situaciones estresantes, así como su capacidad para resistir o demorar determinados impulsos. La versión adaptada de dicha subescala consta de ocho ítems en una escala de 1 (nunca) a 5 (siempre). El coeficiente de fiabilidad, alfa de Cronbach, obtenido para esta escala fue de .77.

Procedimiento

Todos los instrumentos se completaron en el aula individualmente, de forma anónima y en formato de papel y lápiz por el propio sujeto, estando presente en todo momento su profesor y las encuestadoras. Se informó a los estudiantes de la naturaleza del estudio, expresándoles que se trataba de una investigación exploratoria para obtener información acerca de cómo son las relaciones de pareja adolescentes y jóvenes andaluzas. Además, se informó del carácter voluntario de su participación, así como del anonimato de los datos recogidos, solicitando consentimiento informado en caso de los sujetos menores de edad. Ningún participante rehusó realizar el cuestionario.

Aquellos que manifestaron no tener pareja en el momento de la recogida de datos, se les indicó que realizaran el cuestionario refriéndose a la última relación mantenida con una duración mínima de un mes. Aquellos sujetos que expresaron no haber tenido una relación de ese tipo hasta el momento de la recogida de datos fueron excluidos del estudio. Esto ocurrió únicamente en 12 casos. La batería de pruebas fue presentada en el siguiente orden: cuestionario de datos sociodemográficos, Escala Conflict in Adolescent Dating Relationships Inventory versión española, Escala de Tolerancia a la Frustración, escala de detección de sexismo en adolescentes, Escala de Conflicto Interparental y Escala Youth Self Report.

Resultados

Tras describir el conjunto de los análisis y los procedimientos seguidos para dar respuesta a los objetivos planteados en este trabajo, a continuación se procede a la presentación de los principales resultados obtenidos con la escala de violencia cometida.

Al comparar las medias de los diferentes subtipos de violencia que componen la subescala de violencia cometida, se observa cómo la violencia verbal/emocional fue ejercida tanto por los chicos (M=1.63; DT=0.45) como por las chicas (M=1.81; DT=0.51) de forma superior al resto de subtipos de violencias evaluadas, seguida de la violencia de tipo sexual (chicos M=1.40; DT=0.42; chicas M=1.24; DT=0.33). El subtipo de violencia que menos fue ejercida tanto en chicos como en chicas fue la violencia de tipo relacional (chicos M=1.12; DT=0.34; chicas M=1.07; DT=0.25).

Análisis de la varianza

A continuación presentamos las relaciones entre los subtipos de violencia cometida y el sexo y la edad de los sujetos. El análisis en función del sexo respecto al ejercicio de violencia durante el noviazgo reveló diferencias significativas F (1.698)=7.201, p=.007, η2 =.01, siendo las medias de las chicas (M=34.21; DT=7.52) más altas que los chicos (M=32.64; DT=6.80). No obstante, no se obtuvieron resultados significativos para la variable edad ni para la interacción entre ambas.

Tal como se observa en la figura 1, las chicas presentaron un mayor índice de ejecución de agresión que los chicos en todos los grupos de edad, aunque las diferencias fueron disminuyendo progresivamente en contraposición al sexo masculino, donde se observó una tendencia al incremento de la práctica de las agresiones en las relaciones de pareja conforme se iba avanzando en edad. Cuando realizamos el análisis en función del sexo para cada grupo de edad, se encontró la existencia de diferencias significativas en la práctica de agresiones en los grupos de edad de 14–16 [t (359)=2.455, p=.015] y 17–18 años [t (442)=2.802, p=.005], ejerciendo las chicas una mayor agresión en sus relaciones de pareja.

Figura 1.

Puntuaciones medias de violencia cometida en función del sexo y la edad de los sujetos.

(0.06MB).

No obstante, en el grupo de edad correspondiente a los 19–20 años no se obtuvieron diferencias significativas en función del sexo. Para comprobar si esta mayor agresión ejercida por las chicas en la adolescencia inicial y media se debía al hecho de que ellas hubiesen estado más involucradas en relaciones de larga duración, se controló el efecto del tiempo en que se había estado involucrado en una relación de pareja mediante un análisis de covarianza. Los resultados indicaron que las diferencias de sexo desaparecieron en el grupo de 14–16 años y casi lo hicieron en el de 17–18 (tabla 1).

Tabla 1.

Análisis de covarianza sobre tiempo máximo en una relación de pareja para grupo de edad de 17–18 años

  gl  η2 
Sexo  4.02  .046  .016 
Tiempo máximo en una relación de pareja  6.82  .010  .028 

R2=.063

Respecto al ejercicio de violencia de tipo sexual, aparecieron diferencias significativas entre chicos y chicas, F (1.698)=26.748, p < .001, η2=.04, obteniendo el grupo de los chicos (M=5.55; DT=1.68) una media más alta que el de las chicas (M=4.94; DT=1.32). Igualmente, se obtuvieron diferencias significativas en función de la edad, F (2.698)=5.129, p=.006, η2=0.02, pues el ejercicio de violencia sexual durante el noviazgo aumentó conforme se incrementaba la edad. Los análisis post hoc evidenciaron diferencias significativas entre los grupos de edad de 14–16 años y los de 17–18 años (p=.019) y entre los grupos de edad de 14–16 años y los de 19–20 años (p=.011). Los de 14–16 años (M=4.95; DT=1.32) ejercieron una menor violencia de tipo sexual que los de 17–18 (M=5.35; DT=1.67) y estos a su vez, una menor violencia de tipo sexual que los de 19–20 (M=5.40; DT=1.56). No se obtuvieron efectos significativos de interacción entre el sexo y la edad respecto a la violencia de tipo sexual.

En cuanto al resto de subtipos de violencia, el análisis en función del sexo reveló la existencia de diferencias significativas, para la violencia de tipo relacional, F (1.698)=4.526, p=.034, η2=0.01, verbal/emocional, F (1.698)=19.657, p=.000, η2=0.3, y amenazas, F (1.698)=5.048, p=.025, η2=0.01. En este sentido, los chicos (M=3.35, DT=0.10) ejercieron una mayor violencia relacional que las chicas (M=3.21, DT=0.75), mientras que las chicas (M=16.23, DT=4.56) obtuvieron una mayor media que los chicos (M=14.66, DT=4.08) tanto en violencia de tipo verbal/emocional como en amenazas (chicas M=4.85, DT=1.47; chicos M=4.62, DT=1.18). Por el contrario, no se obtuvieron resultados significativos en los análisis en función de la edad ni para los efectos de interacción en ninguno de los tres subtipos de violencia anteriormente comentados.

Los análisis realizados en función del sexo y la edad, en relación con la ejecución de violencia de tipo físico, señalaron diferencias significativas tanto entre chicos y chicas, F (1.698)=15.622, p=.000, η2=0.02 como en función de la edad, F (2.698)=4.626, p=.010, η2=0.01. En este caso, las chicas (M=4.99, DT=1.96) fueron señaladas como más ejecutoras de este tipo de violencia que los chicos (M=4.47, DT=1.28) al tiempo que la ejecución de violencia física disminuía conforme aumentaba la edad. Los análisis post hoc indicaron la existencia de diferencias significativas entre los grupos de edad de 14–16 y 17–18 años (p=0.018) y entre los grupos de 14–16 y 19–20 años (p=0.01). Los sujetos de 14–16 años (M=5.06, DT=1.99) ejercieron una mayor violencia física en sus parejas que los de 17–18 (M=4.78, DT=1.68) y estos a su vez, una mayor violencia física que los de 19–20 años (M=4.57, DT=1.33). En contraposición, no se obtuvieron resultados significativos para los efectos de interacción.

Análisis de correlaciones entre violencia cometida y variables referidas a la pareja

Se observaron correlaciones positivas y significativas entre la violencia cometida y todas las variables evaluadas: tiempo de duración de la relación actual, r (357)=.168, p < .01; edad con la que se tuvo la primera pareja, r (662)=-.084, p < .01; tiempo máximo de duración en una relación de pareja r (598)=.162, p < .01 y número de parejas r (707)=.139, p < .01. Entre las chicas, las correlaciones obtenidas entre la subescala violencia cometida y las variables número de parejas, r (392)=.125, p < .05, tiempo máximo de duración en una relación de pareja, r (335)=.191, p < .01 y edad con la que se tuvo la primera pareja, esta última sentido negativo, r (379)=-.144, p < .01. En el caso del sexo masculino, solo se obtuvieron correlaciones positivas significativas entre la violencia cometida y las variables referidas al tiempo de duración de la relación actual, r (146)=.174, p < .05 y número de parejas, r (310)=.142, p < .05.

La subdimensión verbal-emocional fue el subtipo de violencia que más asociaciones obtuvo con las variables referidas a la pareja, evidenciándose entre las chicas correlaciones positivas significativas con todas las variables evaluadas: número de parejas, r (392)=.115, p < .05; tiempo de duración de la relación actual, r (209)=.159, p < .05; tiempo máximo en pareja r (335)=.194, p < .01, y la edad con la que se tuvo la primera pareja, r (379)=-.135, p < .01. Igualmente, señalar que la violencia física correlacionó negativamente con la variable edad con la que se tuvo la primera pareja tanto en chicos como en chicas, siendo la asociación más fuerte entre ellas, chicos r (279)=-.123, p < .05; chicas r (379)=-.189, p < .01.

Análisis de correlaciones entre violencia cometida y variables personales

En la tabla 2, en el extremo inferior, puede verse cómo en los varones se apreciaron correlaciones positivas significativas entre la violencia cometida y todas sus subdimensiones y las variables sexismo y problemas externalizantes. La tolerancia a la frustración correlacionó negativamente tanto con la violencia cometida como con las subdimensiones violencia sexual, verbal-emocional y amenazas.

Tabla 2.

Correlaciones entre medidas de la subescala violencia cometida, sexismo, tolerancia a la frustración, conflictividad interparental, problemas externalizantes y la escala Youth Self Report total en función del sexo (chicos extremo superior y chicas extremo inferior)

    Chicas                   
    10 
Chicos1. Sexismo  -.048  .118*  .150**  .078  .101*  .044  .066  .068  .081 
2. Tolerancia a la frustración  -.104  -.021  -.117*  -.048  .029  -.202**  -.118*  -.085  -.173** 
3. Conflictividad interparental  .013  -.042  .166**  .201**  .035  .097  .116*  .022  .127* 
4. P. Externalizantes  .308**  -.249**  .097  .044  .130*  .162**  .167**  .129*  .185** 
5. Violencia sexual  .173**  -.118*  -.021  .188**  .136**  .269**  .242**  .243**  .308** 
6. Violencia relacional  .230**  -.069  .042  .136*  .117*  .352**  .260**  .159**  .490** 
7. Violencia verbal-emocional  .184**  -.246**  .006  .195**  .164**  .316**  .207**  .138**  .360** 
8. Violencia amenazas  .219**  -.139*  -.057  .176**  .148**  .297**  .376**  .461**  .915** 
9. Violencia física  .199**  -.024  .131*  .174**  .180**  .265**  .520**  .379**  .730** 
10. Violencia cometida total  .262**  -.216**  .018  .253**  .189**  .575**  .591**  .889**  .689** 

***p < .001

**

p < .01

*

p < .05.

Por otra parte, respecto a los datos obtenidos con el sexo femenino (tabla 2, extremo superior), se observaron correlaciones positivas entre la violencia cometida y las variables conflictividad interparental, problemas internalizantes, problemas externalizantes, encontrándose también correlaciones positivas significativas entre estas tres últimas variables y todas la subdimensiones de la escala violencia cometida, a excepción de la variable conflictividad interparental, que solo obtuvo correlaciones positivas y significativas con la subdimensión amenazas, violencia sexual y violencia cometida. La tolerancia a la frustración correlacionó negativamente tanto con la violencia cometida como con las subdimensiones verbal-emocional y amenazas. La variable sexismo solo correlacionó de forma positiva y significativa con la subdimensión violencia relacional.

Análisis de regresión

Con objeto de analizar más a fondo los datos obtenidos, se procedió a realizar regresiones lineales múltiples jerárquicas sobre la subescala violencia cometida, usando como predictores las variables que habían mostrado relación con ellas en los análisis anteriores. En un primer paso, y a modo de control, fueron introducidas en la regresión las variables sexo y edad. En un segundo paso, se añadieron las variables personales de índole más psicológica.

Como se evidencia en la tabla 3, la aportación del sexo y la edad a la explicación de la varianza en violencia cometida fue significativa pero escasa, ya que solo explicaron un dos por ciento de esta varianza. Cuando fueron incluidos en la regresión el resto de predictores esta varianza subió al 17%, y tanto el sexismo, como la tolerancia a la frustración y los problemas externalizantes se asociaron de forma significativa con la violencia cometida, mientras que no lo hicieron con la conflictividad interparental.

Tabla 3.

Regresión lineal múltiple jerárquica de las variables sexismo, tolerancia a la frustración, conflictividad interparental, problemáticas externalizantes sobre la subescala violencia cometida en el noviazgo

  Violencia cometida
Predictores  R2  Cambio en R2 y sig. del cambio  gl 
Paso 1    .020  .020***  2/676  6.75 
Sexo  .131         
Edad  .051         
Paso 2    .170  .151***  5/676  24.32 
Sexo  .135***         
Edad  .131***         
Sexismo  .096**         
Tolerancia a la frustración  -.121***         
Conflictividad interparental  .039         
Problemáticas externalizantes  .319***         

*p < .05.

***

p < .001

**

p < .01

Discusión

Los principales resultados obtenidos en este estudio señalan la violencia verbal-emocional como la forma de violencia más utilizada en las relaciones de pareja tanto entre los chicos como entre las chicas, seguida de la violencia de tipo sexual. Estos resultados son similares a los obtenidos por otros estudios, que encuentran que este tipo de agresión es la más habitual, tendiendo, además, a consolidarse como una práctica normalizada en las relaciones de pareja jóvenes, al ejercerse de manera recíproca como forma de hacer frente a los conflictos interpersonales con la pareja (Muñoz-Rivas et al., 2007; Sánchez, Ortega, F.J., Ortega, & Viejo, 2008; Fernández-Fuertes & Fuertes, 2010).

Al analizar las diferencias de sexo, los resultados obtenidos marcan una dirección distinta a la apuntada por estudios anteriores. En nuestra muestra, las chicas fueron destacadas como más ejecutoras de agresiones en sus relaciones de pareja que los chicos de forma global, al obtener estas una mayor media que los chicos participantes del estudio. Concretamente, las chicas son señaladas como más ejecutoras de violencia de tipo verbal-emocional, amenazas, así como violencia física en sus relaciones de pareja.

Este patrón de sexo coincide con los hallazgos obtenidos tanto en el panorama internacional (Hird, 2000; Sears et al., 2007) como recientemente en el panorama nacional por Fernández-Fuertes y Fuertes (2010), o por Muñoz-Rivas et al., en 2007, quienes encontraron un porcentaje significativo mayor de chicas que de chicos que admitían el uso de formas de violencia leve tanto verbal-emocional como física en sus relaciones de pareja.

Mientras que la superioridad de las chicas en cuanto al ejercicio de violencia verbal-emocional es un dato ampliamente respaldado y confirmado en una gran cantidad de estudios, la superioridad por parte de las chicas en la ejecución de agresiones físicas leves obtenida en este estudio ha suscitado debate dando origen a varias posibles explicaciones. Algunos investigadores, tanto nacionales como internacionales, lo consideran efecto de la infravaloración que los varones suelen realizar sobre su propia agresión (Hilton, Harris, & Rice, 2000), a la mayor capacidad introspectiva de las chicas para recordar los episodios agresivos ejecutados (Cano, Avery-Leaf, Cascardi, & O’Leary, 1998), a la diferencia de criterios entre chicos y chicas en cuanto a lo que se considera agresivo y/o conducta violenta (Jackson, Cram, & Seymour, 2000) o a que no son tan reacias como los hombres a la hora de expresar que cometen este tipo de actos debido a la mayor tolerancia social respecto de las agresiones medias (abofetear o empujar) cuando son ejecutadas por mujeres (González & Santana, 2001; Rubio-Garay, López-González, Saúl, & Sánchez-Elvira-Paniagua, 2012).

Por nuestra parte, con base en los resultados obtenidos, creemos que estos datos pueden ser reflejo de la mayor precocidad de las chicas en el inicio y la implicación en relaciones de pareja de carácter más duradero y estable en comparación con el sexo masculino y ello, a una mayor probabilidad de ejercer comportamientos violentos en la pareja, pues tal como reflejan los resultados, la probabilidad de cometer agresiones en las relaciones de pareja se incrementaba cuanto mayor era el tiempo de duración de la misma.

A todo esto, se le une la importancia de los sesgos de deseabilidad social en las respuestas a los cuestionarios en este tipo de población, pues al existir una mayor conciencia social y rechazo acerca de la violencia de género ejercida por varones, las respuestas pueden estar mediadas por la aceptación social o personal del propio comportamiento de los participantes, lo que llevaría de manera deliberada, a minimizar o exagerar sus respuestas, especialmente en los varones que agreden, quienes probablemente no quieran asumir su papel de agresor negando o minimizando los actos violentos, y sentir temor al rechazo de los demás si informan de que agreden a sus parejas (Molidor & Toman, 1998; Lejeune & Follete, 1994; Moffitt, Caspi, Krueger, Magdol, Margolin, Silva, & Sydney, 1997; Moral de la Rubia, López Rosales, Díaz Loving, & Cienfuegos Martínez, 2011; Rubio-Garay et al., 2012).

En el caso de la violencia emocional y sexual, fueron los chicos quienes destacaron, lo que coincide con estudios previos en donde se pone de manifiesto la superioridad del sexo masculino respecto a la práctica de este tipo de violencia (Sears et al., 2007; Fernández-Fuertes & Fuertes-Martín, 2005; Ortega, Sánchez, & Ortega-Rivera, 2008).

En cuanto al ejercicio de violencia de tipo relacional, los resultados apuntan en una dirección diferente a muchos estudios anteriores, pues en nuestra muestra son los chicos los que obtienen una media superior a la de las chicas respecto a la práctica de violencia de tipo relacional. Este dato supone el uso de la violencia de tipo psicológico por parte no solo del sexo femenino, sino también del masculino, lo que evidencia la consideración de la agresión de tipo psicológico por parte de los adolescentes como una práctica normalizada en las relaciones de pareja (González-Lozano, Muñoz-Rivas, & Grañas, 2003). No obstante, consideramos que estos resultados han de tomarse con cautela, pues aunque se han obtenido resultados estadísticamente significativos, el tamaño del efecto de los mismos es pequeño.

Respecto a las diferencias en función de la edad, los datos obtenidos en este estudio mostraron una disminución de la práctica de la violencia física en ambos sexos conforme aumentaba la edad. De acuerdo con Muñoz-Rivas, Graña, O’Leary & González (2077a) que encontraron datos semejantes en su estudio, creemos que el uso mayor de este tipo de violencia entre las parejas más jóvenes pueda deberse a que ciertos comportamientos agresivos, tales como empujar o golpear, sean interpretados como señales de mantenimiento de interés hacia el otro, aceptables dentro del estilo interactivo, o desarrollados dentro de un contexto de broma o juego.

Asimismo, otra de las posibles explicaciones con relación al uso de agresiones físicas se refiere al consumo de sustancias. Varias investigaciones llevadas a cabo tanto en el ámbito anglosajón (Foshee, Linder, Macdougall, & Bangdiwala, 2001; Lacasse & Mendelson, 2007), han puesto de manifiesto la mayor probabilidad de llevar a cabo agresiones físicas hacia la pareja tanto en chicos como en chicas cuanto mayor es el consumo de sustancias. En el ámbito español, concretamente un estudio llevado a cabo por Muñoz-Rivas et al. (2010) encontró cómo un nivel elevado de consumo de sustancias aumentó entre dos y tres veces el riesgo de agresión física tanto para varones como para mujeres.

Además, esta pauta diferencial en función de la edad no solo fue hallada en el ejercicio de la violencia física, sino también en la de tipo sexual. A diferencia de lo encontrado en anteriores trabajos, nuestros resultados evidenciaron un incremento del ejercicio de la violencia sexual en ambos sexos conforme aumentaba la edad. Este resultado puede deberse a los cambios cualitativos que se producen en las relaciones sentimentales, pues siguiendo el modelo propuesto por Connolly, Craig, Goldberg, & Peplar (2004), las relaciones de parejas que se forman en este período de edad se caracterizarían por el predomino de las primeras citas más o menos estables que suelen tener lugar dentro de grandes pandillas mixtas que se reúnen para pasar el tiempo libre, en contraposición a la última etapa (19–20 años), donde predominan las relaciones de pareja en las que la implicación en la relación, intimidad y el compromiso aumentan de manera progresiva.

Estos hallazgos confirman que tanto chicos como chicas presentan una cantidad comparable de agresiones en el noviazgo diferenciándose en los tipos de experiencias, y las chicas son más ejecutoras de violencia de tipo verbal-emocional y física, mientras los chicos de violencia de tipo relacional y sexual (Harned, 2001).

Otro resultado de este estudio que merece la pena resaltar es la contribución que las variables contextuales, familiares y personales realizaron a la hora de explicar el ejercicio de agresiones en las relaciones de pareja jóvenes. Cabe resaltar el sexismo, la tolerancia a la frustración y los problemas externalizantes como las variables más determinantes a la hora de explicar la variabilidad ejecución de violencia de género con independencia del sexo del sujeto.

Así, a mayor presencia de creencias sexistas y a menor tolerancia a la frustración, mayor riesgo existe de utilizar violencia tanto entre chicos como entre chicas. No obstante, cuando se trata del uso de la violencia verbal-emocional, así como en la violencia física, el sexismo dejó de ser una variable explicativa determinante del uso de ambos tipos de violencia. Ello puede ser debido a que, en nuestra muestra, este tipo de violencia es ejecutada en mayor medida por el sexo femenino, que obtiene puntuaciones bajas en la escala de sexismo.

Del mismo modo, los problemas externalizantes dejan de ser una variable explicativa de la violencia de tipo relacional, siendo fundamentalmente el sexismo la que obtiene un mayor peso explicativo.

Por último, es importante señalar la pauta diferencial de sexo encontrada respecto a la conflictividad interparental. Mientras que en las chicas la conflictividad interparental obtuvo una asociación estadísticamente significativa con la ejecución de agresiones de forma global, en el sexo masculino esta asociación no fue significativa. Por lo que parece ser que las experiencias de los adolescentes respecto al conflicto interparental tienen un efecto mayor en la ejecución de conductas violentas en sus relaciones de pareja en el sexo femenino que en el sexo masculino.

El trabajo que aquí presentamos es relevante en, al menos, cuatro sentidos. En primer lugar, porque aporta nuevos datos empíricos desde una perspectiva ecológica sobre los factores tanto contextuales, familiares como personales relacionados con la ejecución de violencia de género en el seno de parejas jóvenes y adolescentes. En segundo lugar, porque nos aporta información sobre las diferencias de sexo y edad existentes en cuanto a los tipos de violencia que un sexo u otro practica en sus relaciones de pareja. En tercer lugar, porque estos datos hacen referencia a la adolescencia, una etapa de la vida en la que las relaciones románticas están empezando y donde se aprenden pautas de interacción que pueden extenderse a la edad adulta (González-Ortega et al., 2008). Por último, este estudio se desarrolla en un ámbito no anglosajón y con una muestra no universitaria, hecho importante si tenemos en cuenta que la mayor parte de los estudios sobre violencia de género en el noviazgo provienen de EE. UU. (Muñoz-Rivas et al., 2007; Muñoz-Rivas et al, 2007a).

Para acabar, no podemos sino dejar constancia de las limitaciones de este trabajo. La mayor de ellas es tanto el tamaño como el criterio de extracción de la muestra (por accesibilidad), lo que no nos permite generalizar ni transferir resultados a otras poblaciones. Asimismo, el carácter descriptivo y transversal del estudio imposibilita el establecimiento de relaciones de causalidad entre las variables contextuales, familiares y personales contempladas y la ejecución de violencia de género en el noviazgo. Por tanto, los resultados anteriores deben considerarse como una primera aproximación a la ejecución de comportamientos agresivos en el seno de las relaciones de noviazgo.

En futuros estudios, sería mucho más enriquecedora la realización de análisis sensibles a la frecuencia de aparición de las diferentes conductas, así como de las consecuencias derivadas de dichas agresiones, pues ayudarían a presentar una visión más ajustada y profunda de la práctica de comportamientos violentos en las relaciones de noviazgo.

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