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Vol. 9. Núm. 2.
Páginas 73-77 (mayo - agosto 2016)
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Páginas 73-77 (mayo - agosto 2016)
CARTAS AL DIRECTOR
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Cuando vengan a buscar a los homeópatas... Claves para entender la ofensiva antihomeopática
When it comes to searching for homeopaths... Keys to understanding the anti-homeopathic offensive
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Juan Manuel Marín Olmos
Centre Médic ARALIA, Barcelona, España
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Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,

guardé silencio,

porque yo no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

guardé silencio,

porque yo no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté,

porque yo no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,

no protesté,

porque yo no era judío,

Cuando vinieron a buscarme,

no había nadie más que pudiera protestar.

Martin Niemöller (1892-1984) Albacete (España), marzo de 2016

Sr. Director:

No sé si vienen a llevarse a los homeópatas, pero recientemente el rector de la Universidad de Barcelona ha tomado la decisión de suspender el Máster de Medicina Homeopática que se venía impartiendo desde hace más de 20 años. La suspensión se ha producido previo informe desfavorable de la Facultad de Medicina y, tras esta, hemos asistido a una campaña sistemática en los medios de comunicación cuyo fin último era descalificar esta práctica médica. Como las evidencias clínicas avalan el prestigio y la eficacia de la homeopatía desde hace 2 siglos (y si no que se lo pregunten a los pacientes), el argumento central en torno al cual pivota la campaña de desprestigio ha sido el “misterioso” mecanismo de acción y la supuesta “ausencia” de principio activo en el medicamento homeopático. Aunque el procedimiento seguido por las autoridades académicas pueda resultar sorprendente (los interesados se enteraron por la prensa), cuando se analiza y se estudia la situación vemos que la hostilidad y la animadversión hacia la homeopatía han estado presentes desde los orígenes mismos, pues a principios del siglo xix también se la acusaba de falta de cientificidad y eso lo hacían médicos que —basándose en la teoría humoral galénica— prescribían sangrías, vomitivos y purgantes a mansalva. Aun así, la animadversión y la hostilidad podían resultar comprensibles en aquel tiempo, dado el nivel de conocimiento, pero resulta que en pleno siglo xxi, cuando las evidencias científicas parecen avalar la autenticidad del medicamento homeopático, asistimos a una campaña programada de acoso y derribo, como mínimo sospechosa. Y es que el argumento de su falta de cientificidad para expulsarla del templo universitario no es de recibo y no lo es porque en la universidad se implementan numerosos estudios sobre materias que no son ni científicas ni experimentales. De facto, la misma medicina autocatalogada de científica tiene muy poco de científica: esta disciplina no tiene principios ni leyes que rijan su comportamiento. Es fundamentalmente empírica, aunque se nutra de disciplinas que tienen bases científicas como la bioquímica y la fisiología; pero la terapéutica no tiene nada de científica, tiene base experimental, pero eso no significa que sea científica. No vamos a sumergirnos en Popper, Lakatos, Feyerabend o Chalmers (por citar a unos cuantos teóricos de la ciencia) para dilucidar qué es ciencia y qué no, cosa por otro lado nada sencilla.

La hostilidad, la animadversión y los recelos ya se expresaban de forma más o menos velada hace unos 20 años en una ponencia que presentaron 5 médicos científicos en un congreso de médicos y biólogos en lengua catalana. La ponencia se titulaba “Prácticas alternativas en medicina” y sobre ella volveremos más adelante. En el punto 6 de las conclusiones de esa ponencia podemos leer literalmente: “La Universidad no es el ámbito más adecuado para la enseñanza de las prácticas médicas sin base científica. Se deberían determinar los criterios de funcionamiento y los mecanismos de control de los centros docentes de estas prácticas”. Esto lo proponían cuando hacía ya una década que se impartía, bajo los auspicios de la Universidad de Barcelona, el posgrado que después pasaría a máster. Y en el último punto de las conclusiones (el noveno) vemos meridianamente expresados los temores, la preocupación por el auge de las prácticas alternativas. Y este punto es el que podemos considerar clave, pues constituye el embrión que posteriormente dará lugar a la actual campaña de hostigamiento. En el punto 9 leemos: “El crecimiento progresivo de la utilización de las medicinas alternativas en la sociedad occidental tiene que hacer reflexionar a los médicos particulares y las corporaciones médicas sobre las causas de este fenómeno, y en la necesidad de recuperar para su práctica profesional los elementos atractivos de estas prácticas no científicas...” (las cursivas son mías). A mi juicio, este es el quid de la cuestión: el crecimiento de estas prácticas, es decir la competencia. Es por eso que la pregunta que deberíamos hacernos sería: ¿a qué obedece esta campaña?, o mejor, si la homeopatía y otras disciplinas médicas heterodoxas han gozado en los últimas décadas de una cierta tolerancia y comprensión académico-institucional ¿a qué se debe esta especie de contraofensiva a la que asistimos en diferentes ámbitos y países? y también ¿existen intereses ocultos, más o menos espurios, detrás del pretendido debate científico? Trataré de dar respuesta sucinta a estas preguntas.

Para no andarnos con rodeos, he de manifestar que la hostilidad desatada no obedece a razones puramente científicas. En los últimos años, los estudios en investigación fundamental muestran que las ultradiluciones utilizadas en homeopatía son algo más que agua bendita. Estudios de espectrometría, microcalorimetría, resonancia magnética, nanotecnología y otros métodos avalan que “algo” sucede en el solvente cuando las sustancias se diluyen y se agitan violentamente como manifestó en 2010 Luc Montagnier, prestigioso nobel de Medicina por sus investigaciones sobre el sida. Ahora se le acusa poco más o menos que de brujo, y sabido es que “Roma no paga traidores” pues en ciencia se pasa de héroe a villano en un plis plas cuando uno se aparta de la senda trillada que marca la ortodoxia. Al enemigo ni agua. De todas formas, lo que sí resulta sorprendente es que la curiosidad que parece guiar la investigación científica ante muchos fenómenos se diluya en este (y otros casos) y se pase olímpicamente de los hechos (los éxitos clínicos, por ejemplo) negándolos sin más; haciendo realidad el famoso aforismo que viene a decir “que si la teoría no encaja con los hechos, tanto peor para los hechos”. Constantemente vemos como se destinan (y eso está muy bien) miles de millones de dólares o euros para estudiar fenómenos misteriosos y sorprendentes como los que pone sobre el tapete la mecánica cuántica o la física relativista, por citar solo unos ejemplos. Es posible, como dice Rupert Sheldrake en El espejismo de la ciencia, que si una pequeña parte de lo que se dedica a investigación “oficial” se dedicara a investigar otros fenómenos, nuestros conocimientos sobre la realidad tal vez fuesen mucho más fructíferos y profundos. Pero es que hay más: si miramos a nuestro alrededor veremos muchísimos aparatos y máquinas (como las que utilizamos a diario) que se elaboran basándonos en el conocimiento de fenómenos sobre los que se desconoce su razón última; nadie sabe por qué se genera electricidad al mover un conductor en un campo magnético, y viceversa, no se sabe por qué se genera un campo magnético por un conductor por el que discurre la electricidad. Sin embargo, conociendo ese principio hemos construido potentes electroimanes y otros artefactos que a nuestros ancestros les hubieran parecido “magia potagia”. Nadie sabe el porqué de la fuerza de la gravedad (como diría la física clásica), sencillamente se constata, y nadie sabe por qué los cuerpos con masa curvan el espacio-tiempo (como diría la física relativista). Sin conocer las razones últimas, pero sabiendo cómo operan, los humanos hemos conseguido crear auténticos prodigios. En lo que respecta a la homeopatía, como clínico, no preciso saber la razón última o principio activo del medicamento homeopático (aunque si la sé, mucho mejor), simplemente me basta con saber que, preparando una ultradilución de una sustancia vegetal, animal o mineral y realizando un proving (experimentación), puedo saber el cuadro patogenético que produce en los experimentadores para luego, por similitud, aplicarlo en la clínica y conseguir curaciones y mejorías extraordinarias. No, la ofensiva contra la homeopatía no es un problema que verse sobre su cientificidad.

Y claro que hay que hacer estudios y ensayos sobre su eficacia, que ya se hacen. Lo que no es de recibo, por su falta de rigor y perversión metodológica, es pretender evaluar la eficacia de los tratamientos homeopáticos con procedimientos propios de otras disciplinas médicas. Cuando cursaba estudios de Historia (en la Universidad de Barcelona, por cierto), en la asignatura de Antropología te enseñaban que, a la hora de estudiar un determinado grupo humano o formación social, había que tratar de aparcar los prejuicios y esquemas mentales propios para estudiar a ese colectivo desde sus propias claves culturales. Lo otro permitiría juzgar, etiquetar a esa formación, pero no permitiría entender absolutamente nada. Algo de esto anda ocurriendo entre los “voceros científicos” que se apresuran a decir que si no hay moléculas, no existe principio activo y que, por tanto, las curaciones se deben al efecto placebo o a las remisiones espontáneas. Parece ser que el único principio activo es el molecular. Es comprensible, pero no es aceptable. Es comprensible que una disciplina médica que basa su acción terapéutica en la inundación del torrente circulatorio por compuestos químicos defienda ese principio activo, ese mecanismo de acción; es comprensible porque su acción médica no busca una respuesta curativa; busca, en la mayoría de los casos, bloquear una determinada respuesta biológica catalogada de patológica. En este caso, el cuerpo humano o animal es un objeto pasivo donde se produce una guerra en la que se muestra el poderío (la eficacia farmacológica) de la sustancia química administrada y por eso es teóricamente fácil contrastar la acción antiinflamatoria del diclofenaco en comparación con placebo o con otro antiinflamatorio. Pero lo que no es comprensible es pretender comparar la acción de un antiinflamatorio químico frente a un medicamento homeopático (como Rhus toxicodendron) en la artritis reumatoide, por poner un ejemplo de los existentes. Hay que tener presente que la medicina convencional trabaja sobre “disease” por utilizar el anglicismo que Xavier Granero —traumatólogo con estudios de antropología— utiliza en la ponencia ya mencionada para referirse a la enfermedad objetivada (la que se diagnostica con análisis, radiografías, etc.), pero la homeopatía trabaja sobre “illness” o enfermedad sentida, por volver a utilizar el anglicismo al que recurre Granero. En medicina convencional, para tratar los casos de artritis reumatoide se administrará teóricamente a todas las personas el medicamento que haya mostrado más eficacia farmacológica (y digo teóricamente porque quizás se prescriba el medicamento que los laboratorios hayan conseguido imponer en el mercado por su mayor rentabilidad). En medicina convencional se trata la enfermedad (disease), no se trata al enfermo. En los casos de artritis reumatoide, la homeopatía buscará a través del concepto de “illness” (la enfermedad sentida) los síntomas y características reactivas del enfermo que le conducirán a la selección de un medicamento que ha de provocar una respuesta curativa. El medicamento puede ser Rhus toxicodendron, Staphysagria, Ferrum sulphuricum o cualquier otro; porque la individualización es fundamental para prescribir el medicamento con mayor nivel de similitud. Ya sé que a muchos este lenguaje les sonará a chino, pero a la hora de hacer estudios clínicos comparativos habrá que tener en cuenta las características metodológicas de cada disciplina y entonces si quieres evaluar tendrás que comparar, por ejemplo, el tratamiento alopático frente al tratamiento homeopático, pero no tal medicamento químico frente a tal medicamento homeopático en una determinada patología. Lo demás es perversión metodológica pura y dura y no enterarse de nada, como recuerda la Antropología.

Y claro que no existen anticonceptivos homeopáticos, ni anestésicos, como burdamente le reprochaba un pretendido científico, apellidado Boas, al director del máster suspendido en un debate radiofónico. No existen anticonceptivos homeopáticos, ni anestésicos, ni existirán, eso sencillamente es imposible, los medicamentos homeopáticos no son sustancias químicas y no bloquean respuestas fisiológicas. Afirmar eso es una solemne tontería y consituye un ejemplo palmario más de que el Sr. Boas no entiende absolutamente nada, instalado como está en su propia atalaya científica. Estaba mezclando “las churras con las merinas” y encima con prepotencia, chulería, ignorancia y perversión. La perversión, en este caso (vuelvo a repetir) es en principio metodológica, suponiendo que detrás no haya otras perversiones. La perversión metodológica aparece cuando trasladas este procedimiento, es decir “tu procedimiento”, a otras disciplinas médicas cuya terapéutica consiste en buscar una respuesta curativa, una reacción. No olvidemos que somos seres vivos y los seres vivos responden constantemente a los más diversos estímulos intentando mantener siempre el equilibrio; la homeostasia, como diría Claude Bernard. Sí, sí, somos seres autorregulados, condición fundamental que a menudo se olvida en la praxis médica que es hegemónica. Y esa capacidad de respuesta de los diferentes seres vivos es lo que pretenden utilizar la homeopatía y la acupuntura, cada una con su propia metodología. El principio activo y/o mecanismo de acción de la acupuntura, por ejemplo, se basa en estimular mediante agujas (y otros procedimientos) determinados puntos del cuerpo para recuperar el equilibrio perdido o hacer desaparecer el dolor. Olvidándose de la Antropología, esperemos que no pretendan buscar restos de las agujas en la sangre para encontrar el mecanismo de acción del principio activo. Por su parte, la homeopatía estimula y busca una respuesta curativa administrando sustancias altamente diluidas y dinamizadas a un ser vivo para que responda a través del principio de similitud: ese es su principio activo y/o mecanismo de acción. No, la ofensiva contra la homeopatía tampoco radica en su utilidad clínica y en su validación, aunque ello y el principio activo sirvan de excusa.

Creo que la clave para entender la ofensiva contra la homeopatía hay que buscarla, desgraciadamente, en el mercado. La homeopatía y otras prácticas médicas han crecido mucho en los últimos 30 años y parece ser que eso molesta. Obviamente, no se dice abiertamente: estamos en una sociedad con una economía de libre mercado y la libre competencia es uno de sus pilares fundamentales. Pero aunque sea uno de los pilares fundamentales, la emergencia de un competidor o un grupo de competidores puede resultar amenazante y las estrategias para competir y/o eliminar a un competidor pueden ser múltiples y diversas. Como ya se ha comentado, los estamentos médicos hace más de 20 años que muestran inquietud.

Veamos: cuando era presidente de la Sección de Médicos Homeópatas del Colegio Oficial de Médicos de Barcelona (COMB), el Dr. Miquel Bruguera Presidente del COMB me remitió una ponencia titulada “Prácticas alternativas en medicina” que un grupo 5 de médicos (entre los que él figuraba) había presentado en el XVI Congreso de Médicos y Biólogos en Lengua Catalana celebrado en el año 2000. No hay nada que objetar al hecho de que 5 médicos presenten una ponencia en un congreso, lo curioso es que a la mesa redonda posterior no fuera invitado ni estuviera presente ningún “médico alternativo” existiendo en ese momento 3 secciones (médicos naturistas, homeópatas y acupuntores) en el COMB. Al iniciar aquella mesa redonda, el Dr. Màrius Foz hacía referencia al anterior congreso celebrado en 1996 en el que ya mostraban su preocupación por la expansión de las prácticas alternativas de las que en las conclusiones finales se decía: “no están validadas científicamente y, por tanto, no cumplen los estándares científicos de rigor y eficacia y que su uso como sustitutivo de las terapéuticas probadas puede atrasar la aplicación de tratamientos eficaces impidiendo así o perjudicando seriamente la recuperación de los enfermos”. Esta preocupación se había incrementado en el año 2000 y decía el Dr. Foz: “¿[...] por qué hacemos una mesa redonda sobre este tema?” y él mismo se respondía: “pues porque este tema, nos guste o no, tiene una importancia extraordinaria en todo el mundo” (las cursivas son mías). Y a continuación mostraba un par de diapositivas que consideraba representativas de la situación donde se aportaban datos preocupantes. Efectivamente, en Estados Unidos en 1990 (hace ahora 26 años) se produjeron 425 millones de visitas a terapias alternativas frente 385 millones a médicos de atención primaria. Esa cifra de 40 millones más de visitas a las terapias alternativas en el país más desarrollado del mundo llamaba la atención de los ponentes. Aún llamaba más su atención que, en 1993, el 34% de los norteamericanos hubiesen utilizado algún tipo de terapia alternativa y que ese porcentaje hubiera subido al 42% en 1996 (3 años después). El panorama en Europa era parecido y, según cifras de la British Medical Association, el porcentaje de población que hacía uso de las medicinas alternativas era del 49% en Francia, del 46% en Alemania, del 32% en Finlandia, del 31% en Gran Bretaña, etc. El hecho de que la British Medical Association publicase estas cifras es expresión misma de la preocupación que mencionaba más arriba.

Han pasado unos 20 años, y lo más probable es que estas cifras hayan seguido creciendo. Sin computar otras terapias, se dice que a día de hoy unos 400 millones de personas hacen uso de la homeopatía en el mundo y unos 200.000 médicos la practican o prescriben. Son muchas personas y seguramente están concentradas en áreas geográficas concretas; áreas que, dejando de la lado India y México, se localizan en países desarrollados con alta capacidad de consumo. Se trata de países que constituyen los mercados preferentes de las grandes corporaciones farmacéuticas. Sabido es que a las grandes corporaciones no les interesan los países con bajo nivel de consumo, no buscan ni investigan tratamientos para las enfermedades endémicas de esas áreas geográficas. Como denunciaba hace años otro premio nobel de Medicina, tampoco investigan sobre fármacos curativos: les interesa más cronificar las enfermedades. Parafraseando a las autoridades franquistas que clausuraron la Academia Médico-Homeopática de Barcelona de 1939 a 1953 porque decían “que no interesaba a la cultura nacional”, las grandes compañías farmacéuticas condenan al ostracismo a las regiones más depauperadas del planeta o no investigan fármacos curativos porque al parecer “no interesa a la cultura del balance comercial”.

Y precisamente en este momento de expansión de las prácticas alternativas en medicina es cuando se desencadena esta especie de cruzada antihomeopática, disfrazada de rigor científico, dando por finalizada la convivencia y tolerancia a la que habíamos asistido en las últimas décadas. Y cómo seguramente no queda bien decir que estos abordajes médicos pueden ser altamente competitivos por su efectividad, por su bajo coste y por su nulo impacto sobre el medio ambiente, sueltan a los lebreles y empiezan a proliferar por doquier grupúsculos, como los escépticos financiados por no sabemos quién, que con una amplia resonancia mediática y el beneplácito de amplios sectores médico-científicos dicen combatir la impostura y la superchería, arremetiendo en este caso contra la homeopatía y los homeópatas, a los que se tilda de charlatanes y estafadores, con la coartada de que el medicamento homeopático no tiene principio activo. Si no fuera por el dramatismo que el asunto conlleva, la cosa tendría guasa; pero es que esto se produce además en un momento en el que prestigiosos científicos denuncian cómo las grandes compañías farmacéuticas han corrompido el sistema de salud, convirtiendo “científicamente” el consumo de fármacos en la tercera causa de muerte en el mundo sin que pase absolutamente nada; sin que nadie se estremezca. Curiosamente, ante esta barbarie, los escépticos, los periodistas y los sectores médico-científicos —cómodamente instalados en las cátedras y otros puestos institucionales— no han dicho esta boca es mía (no han dicho ni pío) y, olvidándose del precepto cristiano que dice que “no hay que criticar la mota en el ojo ajeno cuando en el tuyo tienes una viga”, se dedican a fustigar cual modernos Torquemadas a los nuevos herejes en que parecen haberse convertido los homeópatas. Y es precisamente Peter Gotzsche en ese libro demoledor titulado Medicamentos que matan y crimen organizado (que debería estar en la mesita de noche de políticos, médicos y ciudadanos en general) quien acusa a la industria de prácticas mafiosas y de haber corrompido los sistemas de salud a través de la extorsión y el soborno. Y es el Dr. Juan Gérvas quien afirma que el 85% de la medicina es seudociencia y sin embargo (y a pesar de lo que está cayendo), tenemos que soportar las “lindezas” de ese periodista que escribe en El País llamado Pablo Linde que se pregunta acerca de por qué no se prohíben los medicamentos homeopáticos; en su afán inquisitorial tal vez debería preguntarse por qué no se prohíben los “agentes y gentes medicinales” responsables de que el consumo de fármacos sea la tercera causa de muerte en el mundo.

Dicen que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Pero para olvidar previamente hay que conocer y no parece que los pueblos la conozcan mucho, entre otras cosas porque las llamadas humanidades están siendo expulsadas del templo universitario. El sometimiento del conocimiento a las fuerzas del mercado es inexorable y el Plan Bolonia así lo testimonia. Precisamente, y para no olvidar, rescaté hace unos días de la estantería un viejo libro donde se reflexionaba sobre la construcción de la identidad de eso que se ha dado en llamar Europa, pues las tensiones por las que pasa la vertebración de la Unión Europea se han agudizado con la crisis de los refugiados. El autor es el prestigioso historiador Josep Fontana y su título Europa ante el espejo. Con la lucidez que le caracteriza, Fontana va diseccionando capítulo a capítulo hitos y mitos de esa pretendida identidad y así —en el capítulo titulado “El espejo cortés”— al hablar del sometimiento y la represión de las revueltas campesinas por las aristocracias feudales y eclesiásticas, podemos leer: “No bastaba con aplastar por la fuerza cada nuevo movimiento, sino que había que recuperar el control sobre las capas populares, con una reconquista moral que hiciese posible un nuevo consenso. La historia de Europa en los siglos xvi y xviiestá marcada por ese esfuerzo de reconquista interior, destinada a crear una sociedad homogénea y a afirmar la hegemonía de los grupos dominantes. Reforma y Contrarreforma se esforzaron por igual en la doble tarea de luchar contra la disidencia —contra el brujo, el hereje, el incrédulo, el que vulneraba la moral establecida, el judío, etc.— y difundir una religiosidad ortodoxa que facilitase el control social a través del pastor o del párroco” (opus cit. pág. 90). Fue en ese contexto en el que figuras como Miguel Servet (descubridor de la circulación menor) y Giordano Bruno (maestro de Galileo) fueron quemados vivos en la hoguera, el primero por la Inquisición calvinista en 1553 y el segundo por la Inquisición romana en 1600. Al parecer, y según Fontana, en el período del que se habla “la caza de brujas” alcanzó su apogeo y, aunque ya venía de lejos, se estima que fueron condenadas a muerte entre un mínimo de 50.000 y un máximo de 200.000 personas. Homogenizar y someter, eran las palabras clave.

Y aunque pueda resultar disparatado parece que ahora vuelven los fantasmas que recorrieron Europa en los siglos xvi-xvii. Parece que vuelven los Torquemada y nuevos herejes y brujas a los que “abrasar” en la hoguera (en este caso, científica). Tal vez en un futuro no muy lejano asistamos a piras en las plazas públicas donde libros y medicamentos homeopáticos sean calcinados en el fuego purificador. Parafraseando a Fontana, seguramente se trate difundir una “cientificidad ortodoxa” que facilite el control a través de los nuevos párrocos... de bata blanca. Someter y homogenizar that is the question que diría Shakespeare. Y la izquierda sin enterarse, incluso la más alternativa. También ellos creen que la ciencia está por encima del bien y del mal; que no presenta historicidad. Parecen haber olvidado que la mirada a la vida, a la salud y a la enfermedad depende directamente del sistema de creencias que da coherencia a cualquier sociedad. Con sus luces y sus sombras, la ciencia (la medicina que tenemos) es la propia de esa formación social caracterizada por la economía de libre mercado cuyo paradigma filosófico y científico fundamental está inspirado en el mecanicismo. El mecanicismo como paradigma determina la mirada que hacemos al mundo. El mecanicismo crea los conceptos a partir de los cuales se interpreta la realidad. El mecanicismo es el paradigma que surge de la revolución científica de los siglos xvii-xviii y, aunque no lo sepamos, con los nuevos conceptos creados determina la percepción y la interpretación que hacemos de todos los fenómenos observables. El mecanicismo surge a rebufo de la Revolución Industrial conformando un todo y buscará mecanismos, reacciones de causa-efecto, por doquier para desentrañar la realidad inexpugnable. Es la metáfora del universo como una gran máquina. Y una sociedad industrial tendrá una ciencia y una medicina industrial. Y una producción industrial de medicamentos requerirá de una producción industrial de diagnósticos y ahí tendrá difícil encaje el abordaje homeopático clásico. Y la izquierda sin enterarse, como si el problema se redujera a cómo se distribuyen las mercancías y la riqueza. Sin enterarse y haciendo análisis muy superficiales y mediocres, la izquierda parece haberse tragado el anzuelo y creen que la única, la auténtica verdad es la que dictan desde el “templo” industrial determinados científicos y determinada ciencia.

¡Qué lástima!

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