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Vol. 61. Núm. 228.
Páginas 267-310 (septiembre - diciembre 2016)
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Páginas 267-310 (septiembre - diciembre 2016)
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Claves conceptuales y metodológicas para comprender las conexiones entre México y el Holocausto ¿Historias independientes o interconectadas?
Conceptual and Methodological Clues for Approaching the Connections between Mexico and the Holocaust Separate or Interconnected Histories?
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Judit Bokser Misses-Liwerant
, Daniela Gleizer**, Yael Siman***
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Resumen

Los vínculos entre el Holocausto y América Latina constituyen un tema casi inexplorado. Junto con los Estados Unidos, los países latinoamericanos en conjunto recibieron el mayor número de refugiados europeos a lo largo de las décadas de 1930 y 1940. Durante la Segunda Guerra Mundial el continente ocupó un lugar destacado en un escenario global altamente interconectado y, por tanto, es fundamental incorporar una perspectiva transnacional para examinar los múltiples contactos, vínculos e intercambios creados por los actores sociales y políticos a través de las fronteras de los Estados nación y más allá de las geografías del Holocausto en el continente europeo. Al rastrear la forma en que los agentes individuales y colectivos interactuaron en los planos estatales, sociales y comunitarios, es posible arrojar luz sobre una historia compleja de procesos, tanto interconectados como independientes. Aunque México fue uno de los países latinoamericanos que admitió un menor número de refugiados (alrededor de 2 000) su papel como nación huésped ofrece una rica oportunidad para explorar aspectos fundamentales del rescate, supervivencia e integración, así como para analizar las interconexiones entre los actores gubernamentales y no gubernamentales, que fueron frecuentes e intensas durante y después de la guerra. En términos metodológicos, se ofrecen algunas claves para aproximar las historias micro y macro, así como para relacionar el análisis histórico basado en fuentes primarias con la historia oral.

Palabras clave:
historia transnacional
Holocausto
México
judíos
refugiados
Abstract

Connections between the Holocaust and Latin America have yet to be fully elucidated. Next to the US, Latin America collectively hosted the largest number of European refugees during the 1930s and 1940s. During Second World War, it held a non-marginal place in a highly interconnected global scenario and hence it is essential to incorporate a transnational perspective to examine the multiple contacts, links, and exchanges created by social and political actors across the borders of nation-states and beyond the geographies of the Holocaust on the European continent. By tracing how individual and collective agents interacted at the levels of state, society, and community, it is possible to shed light on a complex history of interconnected and separate processes and decisions. Although Mexico was one of the Latin American countries that admitted a low number of refugees (ca. 2 000), its role as a host country constitutes a rich opportunity for exploring key issues of rescue, survival, and integration and the interconnections among governmental and non-governmental actors remained frequent and intense during the war and its aftermath. Methodologically, it offers some clues for bringing together macro- and micro-histories, as well as historical analysis and oral history.

Keywords:
transnational history
Holocaust
Mexico
Jews
refugees
Texto completo
Introducción

Este artículo examina los contactos y vínculos que se desarrollaron entre la Europa del período de consolidación del régimen nazi –en particular con respecto a sus políticas de segregación, persecución, expulsión y, finalmente, eliminación de judíos– y México, donde tanto características estructurales como tendencias coyunturales definieron los procesos, actitudes y comportamientos que se adoptaron frente a este suceso. Más allá de las interrelaciones inherentes a la naturaleza cada vez más global de la historia en el siglo xx, intensificadas y también interrumpidas por la Segunda Guerra Mundial, nuestro propósito es analizar ciertos vínculos e interacciones principales que se desarrollaron dentro y entre los Estados nación a lo largo de este período. Por tanto, examinaremos cómo interactuaron tanto los actores individuales como los colectivos en los niveles estatal, social y comunitario.

Para este propósito, se adoptará una perspectiva analítica transnacional con el fin de destacar las particularidades de aquellos actores cuyos lazos e intercambios trascendieron las fronteras nacionales; nos interesa destacar las convergencias y divergencias entre ellos. Cuando hablamos de los tipos de interconexiones, nos referimos no solo a las prácticas concretas –políticas, materiales o incluso comerciales–, sino también a la circulación de información y conocimientos, percepciones y representaciones culturales, así como a un amplio universo ideológico e ideacional.

Centrado en una época crucial definida por una contienda mundial y la diáspora judía, este trabajo considera marcos ideológicos e institucionales en diversos niveles de análisis: estados y sociedades, así como comunidades e individuos judíos que mantienen fuertes lazos de cohesión y solidaridad que se tejen a lo largo de un espectro político y organizacional muy diverso, en tanto la pluralidad interna caracterizó la vida colectiva judía en su dispersión. En la medida en la que nuestro tema de investigación es multidimensional y complejo –dado que participan actores, países y culturas heterogéneos– este trabajo se ha estructurado en torno a claves conceptuales y metodológicas específicas que orientan nuestro análisis a la vez que sugieren nuevas vías de investigación. Nuestro enfoque multidisciplinario combina historia y sociología con estudios judaicos contemporáneos, procurando vincular las esferas nacional y global con la particularidad del grupo judío y su cultura.

Aunque el Holocausto ha sido ampliamente estudiado, son relativamente pocos los estudios históricos que integran las acciones y decisiones de actores en Alemania y Europa, con los distintos procesos que ocurrieron en países geográficamente distantes del territorio del Holocausto, como las naciones latinoamericanas. En el caso de México y América Latina, algunos estudios pioneros muy valiosos han destacado dichas interrelaciones, centrándose básicamente en las políticas gubernamentales frente a la inmigración judía, entre ellas los muy selectivos y estrictos criterios de admisión, y las complejas realidades nacionales e internacionales en las que aquéllas se definieron.1 En otros estudios se ha colocado a las víctimas y su agencia en el centro del debate, sin abordar necesariamente la compleja red de procesos y políticas en los cuales se insertan sus decisiones y acciones.2

Las y los investigadores del Holocausto destacan la importancia de estudiar este fenómeno desde una perspectiva integrada, que revele cómo estaban relacionadas las distintas opciones, decisiones y acciones. Timothy Snyder (2010) ha observado que hasta el momento el Holocausto sigue concibiéndose como el resultado de procesos nacionales o europeos que no estaban necesariamente interrelacionados. Desde una óptica metodológica, los análisis actuales del Holocausto siguen estando demarcados por los límites políticos nacionales de cada Estado.

El reto que nos proponemos es analizar sucesos vinculados al Holocausto más allá de las dinámicas de los contextos nacionales, es decir, superar lo que Ulrich Beck (2007) llamó el “nacionalismo metodológico”.

Visto el problema desde este ángulo, nos preguntamos cómo conectar las geografías del Holocausto y de América Latina –un refugio potencial para los perseguidos judíos– a fin de rastrear los procesos culturales, políticos y sociales que se extienden más allá de Europa e incluyen el rescate y acogida de personas a nivel local, regional y mundial. Por tanto, si bien nos centramos en México como estudio de caso, no lo abordamos solo en el marco de sus fronteras territoriales, sino más bien, sin ignorar el lugar central del ámbito nacional, hemos querido incorporar en nuestro análisis el plano regional y el global, por estar articulados con las dinámicas transnacionales.

Estamos conscientes de que esto plantea importantes retos conceptuales, metodológicos y empíricos, incluida la necesidad de entretejer macro y micro historias, conectar geografías y comprender las relaciones y tensiones entre los procesos locales, regionales, nacionales y globales, y entre la singularidad judía del Holocausto y su universalidad. Mientras en Europa del Este, un enfoque histórico integral permite vislumbrar las dinámicas particulares de la colaboración en la persecución y matanza de los judíos, por ejemplo, analizar el Holocausto en América Latina suscita nuevas interrogantes sobre el rescate, la supervivencia y la integración.

En nuestro análisis partimos de una distinción fundamental entre historias interconectadas e historias independientes. Por historias interconectadas nos referimos a situaciones en las que se desarrollaron contactos estrechos, intercambios de información o ideas, presiones, relaciones y vínculos entre individuos, líderes comunitarios, élites políticas y funcionarios gubernamentales a través de las fronteras de los Estados nación. Las interacciones intensas y frecuentes influyeron en las decisiones de los actores sociales y políticos. Por ejemplo, ciertas organizaciones transnacionales judías colaboraron con otros grupos humanitarios que querían rescatar a personalidades perseguidas por el nazismo, buscando nuevas posibilidades de refugio en México. Estas “historias independientes” constituyen situaciones en las que los procesos se desarrollaron en forma local, totalmente ajenos a lo que ocurría en otros Estados. Cuando surgió una crisis o un asunto de relevancia internacional, los responsables de tomar las decisiones respondieron de acuerdo con los intereses nacionales, locales o personales. Por ejemplo, las disputas y diferencias de opinión entre las instancias gubernamentales y los funcionarios públicos de México en torno al tema del refugio a judíos llevaron a que los actores deslindaran y separaran la tragedia de las víctimas del contexto nacional, e incluso vieran a las víctimas como amenaza a los así definidos intereses nacionales. Un caso ilustrativo fue el rechazo por parte de México a permitir que desembarcaran los refugiados judíos que venían a bordo de barcos europeos, como el Orinoco. Asimismo, México puso en marcha varias iniciativas locales para detener la llegada de refugiados judíos, impedir su ingreso y rechazar sus solicitudes de asilo.

Entre los extremos de la interconexión y la separación existe un amplio espectro de situaciones en las que factores externos e internos influyeron sobre los procesos de toma de decisiones. Una revisión de los hechos ocurridos entre las décadas de 1930 y 1940 muestra que algunos procesos se desarrollaron con independencia de las preocupaciones internacionales, mientras que otros estuvieron estrechamente interconectados con éstas. De ahí que las historias interconectadas y las historias independientes no constituyan escenarios mutuamente excluyentes.

Los fenómenos interconectados pueden coexistir con ciertas acciones sociales y políticas de la sociedad para disociarse de un determinado asunto o problema. Los foros internacionales que abordaban la crisis de refugiados durante el nazismo son un caso ejemplar. Tanto en la Conferencia de Evian (Francia, julio de 1938) como en la primera reunión del Comité Intergubernamental para los Refugiados (Londres, agosto de 1938), los países latinoamericanos actuaron como bloque regional, en lugar de que sus decisiones estuvieran basadas en consideraciones de carácter local o nacional. Sin embargo, los debates en estos foros expresaron, transmitieron y reforzaron los prejuicios que definían las posiciones nacionales, al adoptar argumentos que acentuaban la ambivalencia, propiciaban la indecisión respecto del problema de los refugiados y, en última instancia, daban lugar a políticas de exclusión. Mediante esos intercambios, las representaciones e imágenes mentales que guiaban a los actores eran recíprocamente influidas, con lo que finalmente se modificó la representación de la Otredad judía. Así, la imagen de los judíos que prevalecía en México –y en muchos otros países latinoamericanos– como inmigrantes trabajadores, empresarios vigorosos y elementos que en general contribuirían a la construcción de la nación, fue desplazada por ideas que subrayaban la no integración de las comunidades judías a la sociedad nacional y sus diferencias respecto de la población general, o bien, como veremos más adelante, por la idea de que, colectivamente, los judíos mexicanos habían traído perjuicios y riesgos a la nación.3

América Latina estaba conectada con el Holocausto a través de la necesidad urgente de los refugiados de encontrar un puerto seguro y de las formas diversas en las que las naciones de la región respondieron a dicha necesidad. El hecho de que, ante las peticiones de refugio, los posibles países receptores mantuvieran cuotas restrictivas, sin hacer concesiones humanitarias, se mostraran indiferentes o dieran por respuesta una negativa, alude a la intención deliberada de marcar una línea divisoria entre la situación de las víctimas y los intereses nacionales, priorizando a los segundos, lo que permite hablar de historias independientes, y no interconectadas.

Los primeros dos apartados de este trabajo presentan algunos antecedentes sobre la respuesta que dio América Latina al Holocausto, incluido un análisis de cómo influyó el Holocausto y el tema de los refugiados en la política exterior latinoamericana. La tercera sección se centra en la situación de México, particularmente en la forma en que el gobierno actuó, tomando este estudio de caso como un ejemplo de historias separadas. En la cuarta sección examinamos la amplia gama de vínculos internacionales que ligaban a los diversos sectores en México –judíos, exiliados germanoparlantes, intelectuales mexicanos, gobierno mexicano y la prensa, entre otros– con los acontecimientos en Europa antes y durante el Holocausto. El quinto apartado indaga la experiencia de los refugiados judíos en México, los procesos que vivieron hasta adaptarse a la vida en su nuevo país y su situación en el país en las décadas posteriores al Holocausto, lo cual permite extender hasta el presente la dimensión temporal de las interconexiones de México con las geografías del Holocausto. Los comentarios finales incluyen algunas sugerencias sobre cómo pueden implementarse el marco conceptual y la metodología utilizados en este trabajo a otros países geográficamente distantes del territorio del Holocausto.

El Holocausto y América Latina: una breve reseña

Si bien de manera general se ha considerado que el Holocausto no tuvo vínculos directos con América Latina, en las décadas de 1980 y 1990 comenzaron a surgir algunos estudios que rechazan esa visión.4 Por una parte, América Latina estaba geográficamente lejos del Holocausto y de sus perpetradores y víctimas y, por la otra, el número de refugiados judíos que recibieron las naciones latinoamericanas fue solo superado por Estados Unidos. La apertura tradicional de los países de América Latina a la inmigración les aseguró un lugar no marginal en un escenario altamente interconectado, en virtud de los múltiples vínculos e intercambios que se desarrollaron tanto dentro como allende la región.5 Una aproximación histórica a este tema revela una realidad muy compleja: una misma nación podía estar simultáneamente y en distintos niveles, históricamente apartada y a la vez interconectada con los hechos que ocurrían en Europa.

El número de refugiados judíos que entraron a América Latina entre el surgimiento del nazismo y el final de la Segunda Guerra Mundial no fue insignificante, aunque pudo, en efecto, haber sido superior. Se estima que entre 1933 y 1943 cerca de 100 000 judíos emigraron a América Latina y el Caribe.6

En comparación, entre 1933 y 1942 ingresaron entre 140 000 y 160 000 judíos europeos a los Estados Unidos y 66 500 llegaron a Palestina bajo Mandato Británico.7 Sin embargo, el número de refugiados admitidos por los países latinoamericanos varía mucho: de cerca de 35 000 y 23 500 en Argentina y Brasil, respectivamente, a menos de 2 000 en México.8 Las cifras correspondientes a otros países –entre ellos Chile, Uruguay, Bolivia, Paraguay, República Dominicana y Ecuador– difieren según las fuentes y la disponibilidad de datos.9 Cabe señalar que algunos países pequeños y menos desarrollados de América Latina como Bolivia, estuvieron más dispuestos a recibir refugiados que otros con mayor capacidad para hacerlo, como México.

Pero, no solo es importante el número de refugiados que llegaron a América Latina, sino también sus circunstancias y experiencias individuales: quiénes vinieron a la región, en qué basaron su decisión de emigrar, qué posibilidades encontraron, qué tipos de experiencias trajeron consigo y qué vínculos establecieron con las comunidades judías locales y con las sociedades huéspedes. Así, además del rescate y la supervivencia, también los asuntos relativos a la integración son fundamentales para el análisis.

Conexiones internacionales / intergubernamentales

Como ya fue señalado, la conexión más importante entre los países latinoamericanos y la tragedia de los judíos perseguidos era el potencial de la región para acoger a una parte del flujo de exiliados, que inició cuando Hitler tomó el poder y se incrementó drásticamente en 1938, cuando Alemania se anexó Austria. El inicio de la Segunda Guerra Mundial y la adopción de la Solución Final hizo aún más urgente el tema del asilo de judíos. Aunque en un inicio no se consideró a América Latina como un refugio potencial, la región adquirió una importancia sin precedentes debido a su historia como espacio extraeuropeo tradicionalmente abierto a la inmigración.

La primera vez que los países latinoamericanos enfrentaron la cuestión de los refugiados fue en 1935, cuando la Liga de las Naciones adoptó medidas para coordinar la ayuda mundial a los refugiados que salían de Alemania y empezó a proporcionar un certificado de identidad a los nacionales alemanes que no gozaban de la protección del gobierno nazi. Algunos de los primeros contactos entre América Latina y la crisis en Europa se establecieron por medio de James McDonald, el Alto Comisionado para los Refugiados de Alemania de la Liga de las Naciones, durante un viaje que hizo a la región en 1935 con el propósito de evaluar la capacidad del continente para recibir refugiados. Después de visitar la región, McDonald concluyó que “las crecientes tendencias nacionalistas [...] entre las que se encontraba el problema de la inmigración” eliminaban a América Latina como potencial destino para los perseguidos (Avni, 2005: 312). En 1936, sin embargo, los gobiernos latinoamericanos fueron invitados a firmar el Acuerdo Provisional concerniente al Estatuto de los Refugiados Procedentes de Alemania, y más tarde, la Convención de 1938, por lo que tuvieron que definir su postura respecto de este tema.

México no firmó ninguno de esos tratados, optando por considerar la cuestión de los refugiados como un problema europeo. A su vez, tampoco diferenciaba entre inmigrantes y refugiados, y por tanto estos últimos no recibían ningún tipo de trato especial a pesar de su infausta condición. Por otra parte, la política exterior del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) se caracterizó por asumir posturas explícitas en asuntos europeos. En la Liga de las Naciones, México censuró las invasiones y conquistas llevadas a cabo por las grandes potencias: la invasión de Italia a Abisinia (1935), la anexión germana de Austria (1938) y la invasión a Finlandia por los soviéticos (1939). Las protestas de México eran retóricas, pero su condena a los opresores europeos era importante en el contexto de las relaciones internacionales del período previo a la guerra. México defendía los principios de la no intervención, la soberanía nacional, el derecho de los países débiles a defenderse de las invasiones llevadas a cabo por los más fuertes y el imperativo de proteger a los perseguidos.

Aunque México se rehusó a tomar una posición en lo relativo a los refugiados en la Liga de las Naciones, su participación en la Conferencia sobre Refugiados en Evian anunció su aparente disposición a recibir a las víctimas de las dictaduras. El discurso del representante mexicano en Evian, Primo Villa Michel, expresó empatia y compasión hacia las víctimas de los regímenes totalitarios, aunque no se comprometió a tomar acciones concretas. Villa Michel subrayó que este no era “un caso normal de inmigración o asilo, sino de solidaridad internacional impuesta por la interdependencia de los pueblos, de tal forma que México colaborará en la medida de sus posibilidades” (ahsre, exp. iii-1246-9-i). Sus palabras fueron interpretadas con optimismo por los refugiados y líderes de la comunidad judía en México. Las solicitudes de asilo se incrementaron significativamente y la comunidad judía local, esperando un flujo constante de exiliados, organizó el Comité Pro Refugiados en 1938, el cual no tuvo gran trabajo que hacer.

Además de la declaración de Villa Michel en Evian, la postura del gobierno mexicano respecto de la Guerra Civil española (1936-1939) y su decisión de brindar asilo a los republicanos derrotados, elevó las expectativas de que México también abriría las puertas a los exiliados judíos. La hospitalidad de México hacia los españoles se interpretó, entonces e incluso después, como evidencia de una postura humanitaria que no haría diferencias entre distintos tipos de refugiados, aunque la realidad fuera muy distinta.

México estuvo representado en el Comité Intergubernamental de Londres que surgió a partir de Evian. También participó en varios encuentros latinoamericanos en los que se habló de la emigración europea a la región y más tarde fue anfitrión de la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y de la Paz (1945). Pero la participación de México en esos foros internacionales tuvo el efecto paradójico de reducir su disposición a aceptar refugiados judíos. Aunque a principios de 1938 estaba dispuesto a recibir un cierto número de refugiados, cuando sus representantes en el extranjero supieron de la indiferencia global hacia los exiliados judíos, el país revirtió su postura. La Conferencia de Evian motivó a que los gobiernos latinoamericanos formaran un bloque regional opuesto a la admisión de refugiados –una respuesta hasta cierto punto unificada a las presiones de las grandes potencias para que los acogieran– aunque esa presión era más imaginaria que real.10

El gobierno mexicano argumentó que, debido a la magnitud del exilio judío, era necesario esperar a que se concretaran los proyectos de cooperación internacional para resolverlo. En realidad esto era una excusa para justificar su falta de involucramiento en el asunto de los refugiados. El Secretario de Gobernación, Ignacio García Téllez, declaró en 1938 que en virtud de que no se habían concretado planes con respecto a la cooperación internacional, el país solo admitiría personas perseguidas que fueran “notorios luchadores por el progreso social” o “exponentes selectos de las ciencias o las artes”. Más tarde, García Téllez, sostuvo que para que la respuesta de México fuera proporcional a la de los otros países representados en la Convención Intergubernamental de Londres, sería necesario que primero se definiera la contribución que cada uno haría para ayudar a los refugiados. La participación de México en las organizaciones internacionales le permitía demostrar su voluntad para contribuir a resolver el problema de los refugiados, sin verse obligado a tomar acciones concretas.

Las dinámicas internacionales coexistieron junto con las regionales y las binacionales. En Estados Unidos, la tensión entre el proyecto mundial del presidente Franklin D. Roosevelt y su incapacidad para desempeñar un papel central en los eventos de Europa y Asia fortaleció su convicción de que, para que Estados Unidos pudiera ejercer una influencia en la diplomacia internacional, era necesario construir una plataforma hemisférica unida. En este contexto, el conflicto entre México y las compañías petroleras internacionales que operaban en el país –que llevó a la nacionalización de la industria petrolera– puso a prueba la política del Buen Vecino y el principio de no intervención (Gellman, 1979: 24, 73). Roosevelt pasó esta prueba al privilegiar la unidad hemisférica sobre los intereses de las empresas petroleras afectadas. El uso de la fuerza en contra de México habría socavado la confianza que Estados Unidos estaba cultivando y también habría invitado a una intervención más agresiva por parte de las potencias del Eje, cosa que debía ser evitada a cualquier costo (Cline, 1963: 243). El presidente Cárdenas afirmó que prefería mantener relaciones comerciales con las democracias, pero también advirtió que si a las democracias no les interesaba, México hallaría otros mercados –principalmente entre las potencias del Eje–, lo cual finalmente hizo.

Así, desde la perspectiva de Roosevelt, la creación de un sistema interamericano era una prioridad urgente. Los esfuerzos en esta dirección iniciaron en el curso de la Séptima Conferencia Internacional de Estados Americanos, en Montevideo (diciembre de 1933), en donde se sentaron las bases para la política del Buen Vecino, la no intervención y los principios de paz y cooperación económica. Otros foros donde se construyeron relaciones regionales fueron la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz (Buenos Aires, 1936), la Octava Conferencia Panamericana (Lima, 1938), las conferencias en Panamá y La Habana (1940), la Reunión Consultiva de Ministros de Relaciones Exteriores (Río de Janeiro, 1942) y la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz (México, 1945).

Entre conexiones y desconexiones: México y la crisis de refugiados

El gobierno mexicano se vio presionado a definir su postura frente al exilio judío a partir de las invitaciones que recibió para participar en foros internacionales, donde se abordó el tema de la emigración judía del Tercer Reich. La actitud que asumió, sin embargo, respondió en mayor medida a consideraciones internas y a intereses nacionales, más que a cuestiones externas. Por tanto, si bien México respondía al problema de los refugiados en foros que trascendían las fronteras nacionales, los actores locales tomaron, simultáneamente, otras decisiones.

A diferencia de otras naciones latinoamericanas, lejos de ser un país que aliente la inmigración, México ha expulsado a un considerable número de personas. Por tanto, no tenía experiencia previa en la recepción de grandes flujos de refugiados ni una legislación adecuada para trazar un curso de acción. En su mayoría, las decisiones en materia de inmigración se fueron improvisando, lo que dio por resultado leyes y políticas que eran incoherentes, o francamente contradictorias. Asimismo, la necesidad de repatriar a 350 000 mexicanos que fueron expulsados por las autoridades estadounidenses entre 1929 y 1933 como resultado de la Gran Depresión (Alanís Enciso, 2007: 17-18) y el ofrecimiento de asilo por parte del gobierno a los derrotados republicanos españoles, operaron como referente y argumento para reducir la capacidad del país para alojar a los exiliados judíos.11 Aunado a todo esto, durante la década de 1930 el Estado mexicano posrevolucionario se encontraba aún en proceso de consolidación institucional y, en 1938, el mismo año que el éxodo desde Alemania adquiría un nivel preocupante, el gobierno de Lázaro Cárdenas enfrentaba una profunda crisis interna.

Como antecedente, es importante señalar que en abril de 1934, la Secretaría de Gobernación de México emitió un documento confidencial en el cual se prohibía la inmigración de judíos al país, así como de miembros de otros grupos étnicos, nacionales, religiosos y políticos (Circular Confidencial núm. 157). En particular, México quería impedir la entrada de personas caracterizadas como “no asimilables” y, según el lenguaje de la época, “indeseables”. La capacidad de los inmigrantes para asimilarse a la sociedad mexicana era evaluada con base en la ideología nacionalista mexicana del “mestizaje”, la cual celebraba la unión de indígenas y españoles como un recurso étnico, social y político para conformar la identidad nacional. Esta ideología justificó los intentos de los gobiernos posrevolucionarios por homogeneizar a la población local. De hecho, desde 1926 las Leyes de Población habían comenzado a estimular la inmigración de “razas similares”, incluidas aquellas que pertenecían a las dos ramas principales del mestizaje o a grupos culturalmente relacionados. Los judíos no correspondían a ninguna de estas categorías (Bokser Liwerant, 1991:102-120; Gleizer, 2014: 29-39).

Los judíos tampoco fueron considerados refugiados políticos. En un inicio fueron clasificados como posibles inmigrantes, pero cuando se hizo evidente que su emigración era forzada, la Secretaría de Gobernación acuñó el término de “refugiado racial” para describir a quienes “habían pedido asilo con motivo de persecuciones raciales” (Gleizer, 2014: 89). También manifestó que la política que se seguía en el caso de los refugiados raciales difería de la aplicada a los refugiados políticos. Como declaró con respecto a los refugiados judíos: “conviene evitar que por una afluencia inmoderada, desorganizada y fraudulenta, ingresen al territorio individuos que se dedican a actividades económicas indeseables, acerca de los cuales se carece de datos sobre sus calidades de perseguidos” (agn, plc, exp. 549.2/18, citado en Gleizer, 2014: 149).

La contradicción entre el discurso oficial del gobierno, que en ocasiones aludía a una larga tradición mexicana de brindar asilo, y su renuencia a admitir refugiados judíos fue reconocida por algunos funcionarios públicos (ahsre, exp. iii-541-5-i). Las fricciones tradicionales entre la Secretaría de Relaciones Exteriores y la Secretaría de Gobernación, se agravaron a raíz de que la primera expresó su disposición a aceptar cierto número de refugiados judíos bajo un esquema controlado de colonización agrícola, mientras que la segunda rechazó tajantemente tal propuesta.12 Estos desacuerdos se hicieron explícitos en 1939, cuando el presidente Cárdenas pidió la asesoría a ambas entidades, dando por resultado que la Secretaría de Gobernación adquiriera finalmente el control total de los asuntos inmigratorios, excepto en lo relativo a los refugiados españoles, que eran tratados de manera independiente y siguieron bajo el control directo del presidente Cárdenas.

A medida que la necesidad de refugio se volvió más urgente, muchas organizaciones judías y no judías trataron de negociar con el gobierno mexicano diversos esquemas de colonización con exiliados judíos. Ramón Beteta, subsecretario de Relaciones Exteriores del gobierno de Cárdenas, elaboró un plan que contaba con el apoyo del Joint Distribution Committee –una de las principales organizaciones judías estadounidenses que financiaba la emigración europea–, así como del American Friends’ Service Committee, –organización cuáquera–, pero fue finalmente rechazado por el gobierno. Otro proyecto interesante fue el que promovió el gobernador de Tabasco, Francisco Trujillo Gurría, quien deseaba llevar refugiados judíos a su estado, pero la propuesta fue cancelada después de que la noticia fuera filtrada y severamente criticada en la prensa nacional (agn, plc, exp. 546.6/16).

Además de estos proyectos de colonización, algunos intentos fallidos de asentar a los refugiados judíos en el campo (Tabasco, Hidalgo y Veracruz) mostraron que, como en el caso de los refugiados españoles, a los europeos les resultaba muy difícil adaptarse al México rural. También fallaron los proyectos para rescatar a niños huérfanos cuyos padres fueron enviados a campos de trabajo forzado en Francia. Lo mismo ocurrió en el caso del último intento en 1944 por rescatar a los judíos húngaros, incluso cuando la ayuda mexicana consistía únicamente en otorgarles documentos que les permitían salir de Hungría, pero no les autorizaba la entrada a México. Todos estos fracasos tuvieron en común falta de voluntad, demoras, negociaciones difíciles, problemas de comunicación e indiferencia frente a consideraciones de carácter humanitario.

La opinión pública mexicana, que en términos generales simpatizaba con Alemania, no estaba a favor de la llegada de refugiados judíos. Además, algunas organizaciones comerciales e industriales aludían a los intereses económicos nacionales, proponiendo medidas para rectificar lo que se consideraba una competencia desleal y el desplazamiento de nacionales por los inmigrantes, sobre todo de origen chino y judío.13 Los grupos nacionalistas que apoyaban el fascismo, el antisemitismo y la xenofobia, aunque no tenían peso político, eran eficaces en expresar públicamente –por medio de manifestaciones, mítines y la prensa– su rechazo frente a la inmigración.14 Al tiempo que el gobierno de Cárdenas combatía a las organizaciones nacionalistas de extrema derecha, también luchaba por controlar a los grupos sindicales de clase media que si bien defendían “el interés nacional” –otra prioridad del gobierno progresista de Cárdenas–, no habían sido incorporados aún al partido gobernante. Sin embargo, es posible que la presión conjunta de todos estos grupos haya coincidido y reforzado los prejuicios antisemitas de algunos funcionarios gubernamentales, dando por resultado que dichos grupos ejercieran más influencia sobre el asunto de los refugiados, que la que pudieran tener en otros temas, sobre todo dada la ausencia de una política gubernamental claramente definida con respecto a los exiliados judíos.

Cuando México se unió a las fuerzas Aliadas, en mayo de 1942, cerró sus puertas a los inmigrantes que no fueran americanos o españoles, hecho que coincidió con la prohibición nazi de la emigración judía del territorio europeo que estaba bajo su control. Las noticias sobre la Solución Final no cambiaron la política del gobierno mexicano.15 Con esta prohibición a la inmigración extranjera, México se desvinculó efectivamente de la crisis de refugiados en Europa.

No obstante, aquellos refugiados que tenían familiares en México pudieron entrar en el país legalmente, pues la Ley de Población de 1936 permitía la inmigración de familiares; esto explica por qué la mayoría de los refugiados judíos que lograron llegar a México eran polacos –parientes de judíos polacos que habían inmigrado a México en la década de los años veinte–. También se permitió la entrada a los terratenientes e inversionistas, así como a quienes hubieran recibido permisos especiales del gobierno mexicano. El resto tuvo que buscar otras vías para entrar. De hecho, la situación dio lugar a una gran corrupción, incluida la venta de visas y pasaportes mexicanos en Europa y el pago de sobornos en los puertos mexicanos. Fueron muy pocos los judíos que pudieron ingresar en el país como refugiados políticos.

En resumen, la postura del gobierno mexicano con respecto a los exiliados judíos no se definió de antemano, se fue improvisando en el camino. Hubo momentos de relativa flexibilidad –cuando el gobierno estuvo dispuesto a permitir la entrada de un número mayor de refugiados, a menudo, en respuesta a presiones externas, pero ningún esquema de inmigración judía organizada logró concretarse. Por el contrario, el gobierno se dedicó a impedir la llegada de refugiados judíos, a bloquear la entrada de personas apátridas al país, y a rechazar las solicitudes de asilo, aludiendo a diversas leyes y disposiciones, algunas de las cuales habían sido diseñadas explícitamente para ese propósito.

Interconexiones transnacionales: actores, decisiones, implicaciones

Durante la guerra, los actores sociales y políticos no gubernamentales, tanto judíos como no judíos, intercambiaban información e ideas y establecían contactos, vínculos y redes de colaboración para facilitar el movimiento de los refugiados judíos a través de las fronteras de los Estados nación europeos y extra europeos. Entre estos actores estaban las asociaciones humanitarias, la prensa y los intelectuales.

A nivel individual, los refugiados tomaban sus decisiones con base en las interconexiones existentes, aunque no siempre estaban conscientes de ellas.

El mundo judío

Históricamente, el mundo judío ha mostrado una gran diversidad interna expresada en ideologías, movimientos sociales y partidos políticos, de modo tal que las condiciones cambiantes de su vida colectiva dieron lugar a diálogos sostenidos, debates internos, luchas y confrontaciones. Durante las décadas de 1930 y 1940, la gran vulnerabilidad de los judíos en Europa se tornó el factor primordial para evaluar las soluciones potenciales formuladas por las diversas visiones del mundo e ideologías respecto del tema crítico de la supervivencia, que en ese momento requería –de modo imperioso– huir del continente europeo. La diversidad ideológica y las interrelaciones del pueblo judío, así como su debilidad frente a la amenaza nazi, halló una expresión muy compleja tanto en los debates internos respecto al rescate, como en los esfuerzos de colaboración para lograr esa tarea.

Como país potencial de asilo, los judíos de México propiciaron el fortalecimiento o establecimiento de vínculos con el mundo judío. Ya con anterioridad, algunas organizaciones judías habían explorado las opciones específicas que los países latinoamericanos ofrecían a los refugiados. A pesar de las dificultades de comunicación y de que aún no se definía la postura del gobierno mexicano con respecto a los refugiados, las organizaciones internacionales judías estaban conscientes de los obstáculos legales que existían en México con relación al exilio judío. Si bien la prohibición de la inmigración en 1934 permaneció confidencial, los detalles sobre la prohibición de ingreso de trabajadores extranjeros a la república había sido pública, y fue reproducida con detalle en el Informationsblätter de la Agencia Judía Central de Berlín, en noviembre de 1935. Hasta 1938, año en que la situación se tornó crítica, ninguna de las organizaciones internacionales judías consideraba que México fuera una buena opción de refugio.

A principios de ese año, que coincidió con la creación del Comité Central Israelita de México, algunas organizaciones internacionales judías para la emigración como la hicem,16 la Sociedad de Ayuda a los Inmigrantes Hebreos (hias, por su nombre en inglés), el Comité Conjunto de Distribución (jdc) y el Congreso Mundial Judío (wjc), estuvieron pendientes de los cambios en la política inmigratoria mexicana –incluidas las leyes de inmigración en sí mismas, traducidas a diferentes idiomas y distribuidas ampliamente–, las cuotas diferenciales que regulaban la entrada de extranjeros, y las opciones para la inmigración relacionadas con iniciativas específicas, como los proyectos de colonización o importación de ciertas industrias europeas.

Las comunidades judías de Estados Unidos y México desarrollaron una relación estrecha, aunque no exenta de conflictos; su origen puede rastrearse hasta los inicios del asentamiento de la nueva comunidad en México, en la primera parte del siglo xx, que dependió en buena medida de la ayuda de los judíos estadounidenses. Junto al apoyo recibido desde el norte, la disímil experiencia de ambas comunidades se tradujo en visiones diferentes, lo que llevó a que estas relaciones solidarias también fueran por momentos tensas. Los organismos y ciudadanos estadounidenses que trataron de negociar marcos para la inmigración judía con el gobierno mexicano a menudo ignoraron a los líderes judíos locales, que llevaban poco tiempo de vida en México, pero que comprendían mejor las condiciones locales. Tras la Conferencia de Evian, la comunidad judía local –que ascendía a casi 10 000 personas a principios de la década de 1930 y se elevó a 18 000 en los años cuarenta– comenzó a actuar organizadamente para negociar con el gobierno mexicano el ingreso de refugiados, con la idea de acceder a medidas que conducirían a una definida política de aceptación. Sin embargo, los líderes judíos locales habían interpretado con demasiado optimismo las declaraciones del representante mexicano en Evian. En preparación para el supuesto arribo de los refugiados judíos, los líderes locales crearon el Comité Pro Refugiados, que poco después se reorganizó como el Comité Central Israelita de México (ccim), en 1938.

Como representación política local de los judíos en México, el ccim trató de entablar diálogo con varias entidades, incluida la Presidencia de la República, precisamente para intentar flexibilizar la política hacia los refugiados judíos. También colaboró en el diseño de los proyectos de colonización e intervino en casos particulares operados por la Secretaría de Gobernación –por ejemplo, cuando los refugiados entraron a México con visa de turistas, en 1938, corriendo el riesgo de ser deportados del país–.17 Más tarde, cuando México se unió a la guerra, el ccim colaboró con Menorah –una asociación de judíos germanoparlantes– para proteger a los refugiados de la suspensión de las garantías individuales que afectaría a todos los extranjeros que hubieran sido ciudadanos del Eje. Aunque el ccim no logró cambiar la política inmigratoria mexicana y no tuvo mucho éxito en sacar adelante planes de inmigración judía organizada, su intervención fue de primordial importancia para apoyar a los refugiados en lo individual, ayudándolos a establecerse, a conseguir trabajo y a regularizar su estatus migratorio.18

El ccim no solo mantuvo relaciones con el gobierno mexicano y los representantes diplomáticos de otros países –como el ministro polaco en México–, sino que también representaba a la comunidad judía mexicana ante las organizaciones judías internacionales y fungía como su vocero oficial en el Congreso Judío Mundial. Además, tenía contacto con la hias, la hicem y el jdc, que ayudaron a financiar las actividades del ccim, y con el Comité Judío Estadounidense –ajc, por su nombre en inglés–, entre otros. Su papel principal fue proveer información sobre las posibilidades reales que el país ofrecía a los refugiados judíos, dar seguimiento a los proyectos de inmigración que intentaron implementarse y respaldar el proceso de emisión de visas. Además, el ccim y otros grupos fueron cruciales para apoyar a los refugiados que llegaban a México por sus propios medios. Asistían a los recién llegados con la documentación requerida para el desembarco y los transportaban desde el puerto de Veracruz a la Ciudad de México. Más tarde, otorgaban préstamos a los refugiados y los apoyaban en su búsqueda de trabajo, a la vez que sus abogados los asesoraban para regularizar su estatus migratorio. Dado que, tal como señalamos, la legislación mexicana permitía la inmigración de familiares directos, el ccim y sus asociados también ayudaban a los refugiados europeos a que localizaran a parientes que se encontraban en el país.

Debido a que el ccim era relativamente nuevo y no todos los grupos judíos reconocían su autoridad, enfrentó dificultades particulares para coordinar proyectos dentro de la comunidad, y las diferencias ideológicas exacerbaron la tensión.19 El mundo judío se caracterizaba por posturas muy diversas e incluso antagónicas con respecto a la crisis de refugiados, la cuestión judía y las estrategias para preservar el modo de vida a la vez que se integraban a una sociedad más amplia. Los judíos askenazíes que inmigraron a México trajeron consigo experiencias y creencias políticas muy diversas, al tiempo que participaron en un amplio espectro de ideologías, movimientos y organizaciones políticas que incluían el comunismo, el bundismo y el sionismo. Las diferencias entre ellos –evidenciadas en la prensa judía– a menudo se cristalizaban en rivalidades y disputas.

Los conflictos principales entre ellos se expresaban en luchas en torno a las estrategias y la asignación de los recursos para el rescate, dado que cada grupo realizaba sus propias campañas de recaudación de fondos. Sin embargo, cuando finalmente se lanzó una campaña unida, en 1945, esto no hizo sino polarizar más las posturas respecto del rescate y reconstrucción del judaísmo europeo.20 La cuestión sobre si el futuro judío se encontraba en Europa o en Palestina ocupó la palestra. Según los sionistas, los recursos debían utilizarse para promover la unidad del pueblo judío, cuyo mejor ejemplo era la aspiración de establecer un hogar nacional, considerado el principal medio para regularizar la situación mundial de los judíos (Austri-Dan, 1957: 62), y en particular para resolver el problema de las trabas que otros países ponían a la inmigración judía.

Por su parte, los bundistas consideraban a Europa como un escenario viable para la vida judía en tanto que –incluso durante 1944– era un lugar donde había florecido su cultura y el idioma idish, dos referentes básicos de su identidad. No veían a Palestina como una opción idónea para el desarrollo del legado cultural judío y no estaban de acuerdo con la postura sionista de adquirir tierra en Palestina, ya que ello mermaría los fondos disponibles para rescatar a judíos europeos mientras eso fuera posible (Zacharías, 1944: 1945). Al mismo tiempo, los bundistas criticaban a los sionistas por aludir al tema del rescate como justificación cuando solicitaban fondos para el hogar nacional.21 En efecto, los sionistas habían montado campañas de rescate desde el ascenso del nazismo. Así, en julio de 1933 se creó el Comité de Acción para Establecer en Palestina a los Israelitas Perseguidos en Alemania (acs, exp. kh4/b/1437) y, en 1939, el Keren Hayesod (fondo nacional judío) lanzó una campaña bajo el paraguas de la Organización Sionista Mundial para comprar “boletos baratos para el viaje de los refugiados a [...] Israel” (acs, exp. A346/95, 1940).22

Los debates entre los bundistas y los sionistas continuaron, mientras los judíos mexicanos iniciaban acciones en colaboración con los Comités de Distribución Conjunta y con el Congreso Judío Mundial (acs, exp. s1/781, 1941). Las críticas de los bundistas se extendieron también a otros temas, entre ellos el de la alianza estratégica entre los comunistas y los sionistas.23 La intersección de la efervescencia cultural y la extrema vulnerabilidad dio lugar a que se suscitaran discusiones muy álgidas en torno a las estrategias a seguir.

Los comunistas y los sionistas formaron una alianza estratégica entre los grupos judíos de México para colaborar en el diseño de una de las organizaciones judías más importantes del país en ese período: la Liga Israelita pro Ayuda a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (urss) (1941-1942), más tarde llamada la Liga Popular Israelita, que tenía contactos con los movimientos antifascistas no judíos. Sin embargo, esas alianzas no diluyeron las diferencias ideológicas que habían aparecido a principios de la década de 1930, antes del Pacto Ribbentrop/Molotov entre la urss y la Alemania nazi, que dividió las opiniones sobre si el hogar nacional judío debería establecerse en Birobidjan o en Palestina.

En esta compleja red de interconexiones que se dio durante este período crítico, encontramos que el ccim estableció vínculos no solo con el mundo judío sino también con la izquierda mexicana, en particular con su líder Vicente Lombardo Toledano, y con el incipiente movimiento antifascista local. La relación entre el ccim y la izquierda se tradujo en el apoyo que dio el movimiento obrero organizado a las protestas contra el nazismo y a la difusión de información sobre lo que sucedía en Europa con respecto a los judíos. La amistad de Lombardo Toledano, líder de la Confederación de Trabajadores de América Latina (ctal) con Tuvia Maizel (miembro bundista del ccim) cristalizó en la organización de un paro de labores de 15 minutos que llevaron a cabo todos los trabajadores latinoamericanos afiliados a la ctal el 1° de diciembre de 1942, para protestar contra los asesinatos perpetrados por el nazismo y expresar su solidaridad con las víctimas, siendo esta una manifestación masiva que no tuvo parangón en ninguna otra parte del mundo.

El comité central también estableció una relación estrecha con la Liga Pro Cultura Alemana y con otras organizaciones, como la Acción Republicana Austriaca, contribuyendo a la vinculación entre los antifascistas germanoparlantes, como se verá más adelante. En gran medida, la comunidad judía financió las actividades del movimiento antifascista mexicano, tema que requeriría de un estudio más profundo.

La prensa judía, como conducto fundamental de los acontecimientos que ocurrían en Europa, reflejaba las conexiones nacionales y transnacionales del grupo judío, así como la relación con ciertos actores extranjeros y la sociedad mexicana. Los dos diarios principales se publicaban en idish: Di Shtime (La voz), que producía el foro izquierdista de bundistas que tenían relaciones estrechas con el Comité Judío Laborista de Nueva York, y Der Weg (El camino), que era liberal y prosionista. Ambos diarios difundían noticias internacionales de los acontecimientos que ocurrían en Berlín, Londres y, más tarde, en Palestina, así como notas locales de México. La información sobre la destrucción de los judíos europeos también provenía de la Agencia Telegráfica Judía y del Congreso Judío Mundial. Asimismo, otros diarios en idish publicados por diversos partidos políticos ofrecían una plataforma para debatir sobre el futuro de los judíos y del judaísmo en Europa; los bundistas publicaban Forois (Hacia adelante); los sionistas, Unzer Tribune (Nuestra tribuna); y los comunistas, Fraiwelt (Mundo libre).

Sin embargo, estos diarios en idish no eran útiles a la comunidad sefardita o a los jóvenes que hablaban español. La verdad, escrito en español, fue un intento efímero (1937-1938) por atender a esos sectores. La revista Tribuna israelita –también en español– fue fundada en diciembre de 1944. Su editor fue Otto Katz y Leo Katz fue su primer administrador. Contenía artículos escritos por judíos germanoparlantes que pertenecían a Alemania Libre –de la que hablaremos más adelante–, tales como Bruno Frei, Egon Erwin Kisch y Theodor Balk. La revista se convirtió en un foro de reflexión sobre los problemas contemporáneos y la cuestión judía, así como una plataforma para importantes intelectuales mexicanos, como Samuel Ramos, Julio Jiménez Rueda y Alfonso Reyes, quienes colaboraron en su fundación. Así, esta publicación periódica daba expresión a intersecciones clave entre las tendencias mundiales y las situaciones locales.

Los intelectuales judíos que hablaban idish promovieron un discurso público que nutría y hacía destacar a la comunidad como un espacio público/privado. En efecto, la mayoría de las contribuciones hechas por intelectuales judíos de izquierda que producían literatura, poesía y periodismo en idish se mantenían dentro de los confines de la comunidad judía debido, por una parte, a la composición socioétnica y económica de la sociedad mexicana y, por la otra, a los acontecimientos políticos en el mundo judío. Por ello, sus principales interlocutores eran otros miembros de la comunidad. Entre las figuras más destacadas estaban Isaac Berliner y Jacobo Glantz, para quienes condenar la injusticia social era un principio fundamental, como lo había sido para la poesía y la novela de la Revolución mexicana y para los movimientos sociales europeos. Citemos, a manera de ejemplo, la obra de Berliner, La ciudad de los palacios –publicada en Der Weg, en 1936–, ilustrada por Diego Rivera, y con poemas escritos por Berliner y Glantz a finales de la década de 1930 y la primera mitad de los cuarenta, en los que condenaban tanto la persecución como el silencio. Otros intelectuales y escritores destacados fueron Moises Glikowski, Abraham Golomb, I. Zacharías, Boris Rosen y Salomon Kahan. Durante los años en los que la persecución de judíos se intensificó, sus contribuciones en la prensa judía tuvieron un impacto considerable.24

Varias de estas figuras pudieron establecer lazos estrechos con intelectuales judíos del extranjero –tanto en Europa como en Estados Unidos–, así como con intelectuales no judíos, dentro y fuera de México. Paradójicamente, una de sus principales fuentes de identidad cultural –el idioma– fue, al mismo tiempo, una barrera para formar vínculos más cercanos.

La circulación de ideas: los intelectuales, los activistas y la élite política de MéxicoLos exiliados germanoparlantes

El núcleo del movimiento antifascista en México estaba constituido por los refugiados de habla germana de Alemania y Austria que comenzaron a llegar al país hacia 1937, aprovechando el asilo político que ofrecieran los gobiernos de Cárdenas y Manuel Ávila Camacho (19401946) a los fugitivos de la persecución fascista. Entre los recién llegados venían intelectuales, escritores, publicistas y políticos, la mayoría de los cuales habían estado activos en los partidos comunistas de sus países de origen. Ellos crearon diversas organizaciones que reflejaron las afinidades ideológicas de sus miembros y los conflictos que se dieron dentro del espectro ideológico de la izquierda. Varios connotados intelectuales mexicanos y miembros de la comunidad judía local se unieron a ellos.

La primera asociación antifascista de habla germana que destacó en la esfera pública fue la Liga Pro Cultura Alemana, creada en 1937 por los exiliados socialdemócratas alemanes, demócratas republicanos, trotskistas y algunos comunistas. En contraste con las otras organizaciones dedicadas a actividades culturales y propaganda, la liga hizo del rescate de refugiados una prioridad, lo que la llevó a trabajar muy de cerca con el ccim. Mientras que la liga garantizaba la filiación democrática y antifascista de los refugiados que entrarían al país –tranquilizando con ello la inquietud del gobierno respecto de la entrada al país de los quintacolumnistas–, el ccim financiaba el costo del desembarco de todos los refugiados, fueran o no judíos.

Pese a su alianza con el Partido Comunista Alemán de París, la Liga Pro Cultura Alemana se propuso reunir a todos los antifascistas alemanes y opositores de Hitler. Para lograr esto se dio a la tarea de informar a la opinión pública. En 1938, por ejemplo, organizó una serie de conferencias antinazis con el apoyo de la Secretaría de Educación Pública. Esta organización intentaba demostrar al pueblo mexicano que no todos los alemanes eran nazis (Von Mentz, Pérez Montfort y Radkau, 1984: 46).

A la larga, sin embargo, la Liga Pro Cultura Alemana se dividió cuando su figura principal, Alfons Goldschmidt, murió y el conflicto entre trotskistas y comunistas se agudizó. Ello ocasionó que estos últimos se retiraran de la liga en 1941 (Ibíd., 1984: 46-47) y al año siguiente formaran el movimiento Alemania Libre. Esta nueva organización atrajo a un número de importantes exiliados que llegaron entre 1941 y 1942, entre ellos Ludwig Renn, Bodo Uhse, Egon Erwin Kisch, Theodor Balk, André Simone, Leo Katz, Paul Merker, Alexander Abusch y Erich Jungmann. Muchos de los recién llegados habían servido en las brigadas internacionales durante la Guerra Civil española.

Alemania Libre y el Club Heinrich Heine, que incluía intelectuales y artistas alemanes, se volvieron la fuente clave de las noticias o hechos ocurridos en la Alemania de Hitler. En 1941, el movimiento fundó el diario Freies Deutschland –Alemania Libre–, como un instrumento de lucha contra el nazismo en el extranjero, así como contra la “quinta columna nazi” en México (Ibíd., 1984: 51). En enero de 1942, Alemania Libre empezó a publicar un panfleto en español para llegar al público mexicano, también llamado Alemania Libre, y al año siguiente sacó un nueva revista, Demokratische Post –Correo Democrático– para atraer a los miembros de la antigua colonia alemana en México.

En 1943, Alemania Libre organizó el Primer Congreso Antifascista en México en el que participaron representantes de América Latina, y coordinó la publicación de El libro negro del terror nazi en Europa. Testimonios de escritores y artistas de 16 naciones, que ofrecía evidencias gráficas de las atrocidades de los nazis, entre ellas el exterminio de los judíos europeos. Esta publicación –prologada por el propio presidente Ávila Camacho– contribuyó a generar una simpatía local hacia las fuerzas aliadas.

Dentro del movimiento antifascista de México encontramos otro importante grupo, Acción Republicana Austriaca, que estaba formado principalmente por socialdemócratas nacidos en Austria, pero también incluía personas de otras filiaciones políticas que integraban un frente común contra el nazismo. Al término de la guerra los comunistas austriacos regresaron a Europa mientras que el resto permaneció en México.

Los exiliados y otras personas que pertenecían a organizaciones como Francia Libre o Hungría Libre tenían contactos con los intelectuales mexicanos y la comunidad judía local. La colaboración entre esta última y los intelectuales exiliados fue esencial para la difusión de noticias sobre la guerra en Europa y la tragedia que vivían los judíos.

Cabe destacar que cerca de la mitad de los germanoparlantes exiliados en México –se calculan entre 100 y 300 personas– eran judíos. Para la mayoría de ellos su origen no había sido determinante en su postura respecto de la cuestión judía antes de que salieran de Europa; más bien, sus opiniones tendían a expresar la posición comunista que refutaba la particularidad judía del sionismo a la vez que ignoraba la particularidad del antisemitismo (Bankier, 1988: 84).25 Sin embargo, a diferencia de los comunistas alemanes que emigraron a la Unión Soviética, el núcleo comunista que vivía en México cambió radicalmente su postura sobre la cuestión judía: en lugar de considerar a los judíos como uno más de los diversos grupos perseguidos por el nazismo, destacaban en sus escritos la naturaleza particular de la persecución contra los judíos. Los comunistas alemanes consideraban que los judíos eran una minoría nacional –y eran perseguidos por ello– y reconocían la responsabilidad colectiva del pueblo alemán –no solo de la burguesía– por su aniquilamiento. Esto modificó su postura con respecto al sionismo: si los judíos eran una minoría nacional oprimida, tenían derecho a luchar por su propio Estado. Cabe señalar que esa demanda nacional ya había sido reconocida en 1937 por León Trotsky en el curso de su único encuentro con un grupo de periodistas mexicanos judíos, en la casa de Diego Rivera.

La colaboración entre los comunistas y los miembros de la comunidad judía que promovía Alemania Libre no tenía paralelo fuera de México. Paul Merker, el secretario general del Comité Latinoamericano de Alemania Libre y líder ideológico y político de su movimiento desde 1942, tuvo un papel fundamental para el desarrollo del diálogo con la comunidad judía local, diálogo que fue resultado de la libertad de acción que garantizaron los gobiernos de Lázaro Cárdenas y de Manuel Ávila Camacho a los exiliados comunistas cuya relevancia intelectual atrajo a los dirigentes de la comunidad judía (Bankier, 1988: 84) y fue facilitado por la crisis que enfrentaba el propio Partido Comunista Mexicano (Bokser Liwerant, 1991: 228). La estrategia del Frente Popular, que estaba dispuesto a hacer concesiones al nacionalismo judío, ayudó también a promover ese diálogo.

Los intelectuales de izquierda

Los intelectuales mexicanos no judíos también fundaron varias asociaciones para apoyar la lucha en contra del fascismo, aunque por lo general las construyeron sobre plataformas ya existentes. Vicente Lombardo Toledano, el líder de la izquierda mexicana, encabezó las protestas contra el franquismo, el fascismo y el nazismo, a la vez que movilizó tanto a la Confederación de Trabajadores de México (ctm), como a la Confederación de Trabajadores de América Latina (ctal). La postura de la izquierda atrajo el apoyo del movimiento de trabajadores organizados de México, lo que llevó a que diversos sindicatos quisieran colaborar en asuntos tales como la elaboración de una política de inmigración que fuera más flexible hacia los refugiados y que participaran en manifestaciones masivas contra el Tercer Reich, junto con las organizaciones campesinas.

Lombardo Toledano fue el principal orador en numerosas protestas, como la organizada por la Liga Pro Cultura Alemana tras la Kristallnacht, en 1938. También utilizó el espacio de El Popular –periódico que editaba– para condenar las atrocidades de nazis y fascistas, así como el antisemitismo. En su artículo “Judíos y mexicanos, ¿razas inferiores?” trazó un paralelismo histórico entre la opresión de estos dos pueblos –ambos sometidos a la humillación y la persecución y tratados como razas inferiores–, así como entre la lucha del pueblo judío por su libertad y la batalla del pueblo mexicano por su independencia y dignidad nacional.

Quizá nosotros los mexicanos seamos, entre todos los pueblos del mundo, quienes mejor comprendemos los sentimientos de la raza israelita. Nosotros, los mexicanos, porque somos un pueblo de indios, mestizos y criollos, descendientes de tres grupos raciales considerados razas inferiores por las razas que entonces se decían superiores a las demás (Lombardo Toledano, 1942).26

Dado el uso de la etnicidad por parte de Lombardo Toledano para establecer semejanzas entre el pueblo mexicano y los judíos y expresar su solidaridad con los segundos, es importante mencionar la condena del antisemitismo y del nacionalismo racista en México que realizó el connotado muralista y pintor Diego Rivera. Tras afirmar que el lema antiextranjero “México para los mexicanos” era claramente fascista, declaró que “nosotros [los mexicanos] somos en realidad mitad indios y mitad judíos”. La osada pero errónea afirmación de Rivera provenía de su creencia de que ochenta por ciento de los españoles que habían llegado a México con Cortés eran judíos (The New York Times, 1938).

Si bien la izquierda mexicana era en general antifascista, sus intereses corporativos y de clase prevalecieron sobre la cuestión de la persecución de los judíos. En este sentido, mezclaba posturas sindicalistas y dogmáticas que expresaban una visión ortodoxa de las clases sociales. Como lo demostró Luis González (1981), el antisemitismo no era exclusivo de la derecha sino que además influía a los sectores de centro e izquierda. Así encontramos también –aunque en mucho menor grado– algunas iniciativas de la izquierda en contra de los judíos, como la petición enviada en marzo de 1937 por la Confederación Nacional de las Izquierdas que solicitaba al presidente que declarara un “barrio judío” en el centro de la Ciudad de México para desestimular la competencia económica, así como por “razones patrióticas” (Excelsior, 1937b). Asimismo, un documento de 1938 revela los temores de la izquierda con respecto a brindar asilo a los judíos con el argumento de que ello dañaría a las clases trabajadoras (agn, plc, exp. 546.6/16).

Aunque importantes intelectuales mexicanos eran muy vehementes en su condena del nazismo y el fascismo, no lo fueron tanto cuando se trataba de su consecuencia lógica: permitir que los refugiados judíos entraran a México. Durante el gobierno de Cárdenas, dirigieron la mayor parte de su apoyo a los exiliados españoles o a quienes pedían asilo político. Entre estos últimos se incluía a los judíos que eran miembros de los partidos comunista y social– demócrata, tanto de Austria como de Alemania, pero no se contemplaba a los “refugiados raciales”, como fueron entonces llamados.27

De esta manera, para examinar si las historias de México y los judíos durante el Holocausto fueron independientes o interconectadas, es necesario recordar que la lucha contra el fascismo incorporó y en muchos casos absorbió la particularidad de la cuestión judía. Esto planteó dilemas a los actores sociales en cuanto a las alianzas que debían hacer. En algunos casos, aunque no en todos, fueron motivos estratégicos los que determinaron las decisiones tomadas.

Los intelectuales de derecha

La derecha secular radical atrajo a los simpatizantes del fascismo, entre ellos algunas figuras reconocidas como José Vasconcelos, el Secretario de Educación durante el gobierno de Álvaro Obregón. Vasconcelos fue editor de Timón –marzo-julio de 1940–, una revista semanal continental que fue prohibida por el gobierno luego de unos pocos meses. Junto con otros colaboradores publicaban editoriales, ensayos y artículos, mostrando una postura de simpatía hacia los países del Eje. Vasconcelos fue una personalidad compleja, que expresaba opiniones antisemitas a la vez que fungía como líder posrevolucionario de la educación nacional. Proponía una visión universalizante de una raza cósmica que excluía a los judíos y a los pueblos indígenas. Otra personalidad destacada, Rubén Salazar Mallén, sostenía que, a diferencia del materialismo histórico, el fascismo era un sistema político que se adaptaba a la realidad y denunció las “calumnias y mentiras” con las que se le atacaba. En su opinión, el fascismo significaba la conducción disciplinada de la sociedad y la economía por un Estado fuerte y enérgico (El Universal, 1934).

Otra figura conocida fue Gerardo Murillo, antiguo revolucionario cuyo seudónimo era Dr. Atl. Al proclamar la autenticidad de Los protocolos de los sabios de Sion, se propuso luchar contra el dominio judío, el cual en su opinión había extendido sus tentáculos por todo el planeta. En la mentalidad judía veía el origen de todas las doctrinas sociales o “ismos” –como el obrerismo, el movimiento sindical y político de la clase trabajadora, el socialismo y el comunismo– que significaban el deterioro de la civilización contemporánea (Murillo, 1942: 135).28 Además de suscribir la contradictoria afirmación de que los judíos controlaban a la vez las finanzas mundiales y los movimientos revolucionarios, el Dr. Atl propuso que se identificara a líderes mundiales como Woodrow Wilson y Franklin D. Roosevelt como judíos con base en su supuesta “fisionomía hebrea”. La combinación de un anticomunismo extremo y un antisemitismo virulento llevó al Dr. Atl a considerar el nazismo como una solución para ambos problemas. Por tanto, se opuso al carácter antifascista del cardenismo y más tarde al avilacamachismo.29

Otras voces

Aunque las denuncias más fuertes del fascismo durante las décadas de 1930 y 1940 emanaron de la izquierda, debemos también mencionar otras voces antifascistas que fueron muy representativas. De particular importancia son las declaraciones públicas contra las medidas nazis de “terror, injusticia y violencia” hacia los judíos alemanes de Martín Luis Guzmán, Octavio Paz, Carlos Pellicer, Julio Bracho, Rafael Solana y otros más (El Universal, 1938a). Dichas personalidades condenaron las políticas del Reich como “una terrible amenaza contra el hombre y su espíritu”, al tiempo que enaltecían valores como la paz y la libertad.

Octavio Paz combinó las posturas de izquierda y liberal progresista. En 1937 participó en el Congreso Internacional de Escritores por la Defensa de la Cultura, en Valencia, España, donde conoció a varios autores internacionales destacados. Paz reafirmó su solidaridad con los republicanos, al tiempo que hizo notar ciertos signos de intolerancia por la izquierda hacia cualquier expresión de desacuerdo –por ejemplo, la condena a André Gide por su relato desencantado de su viaje a la antigua Unión Soviética, y las sangrientas disputas internas en la izquierda– (González Torres, 2016: 136-136). Tras el regreso de Paz a México, fundó la revista literaria Taller con Rafael Solana y Efraín Huerta, la cual se proponía difundir la literatura comprometida con la historia, pero no subordinada a ella, de modo que Paz fue reafirmando gradualmente su independencia de pensamiento y su adhesión al liberalismo.

Otros intelectuales progresistas también se enfocaron a condenar la Guerra Civil española, el fascismo y toda forma de totalitarismo, estando quizá más inclinados a favor de que México abriera las puertas a los exiliados españoles.

La opinión pública nacional era modelada por los editorialistas, periodistas y sus lectores, pero también por ciertos actores políticos y sociales, y los intelectuales que comunicaban sus opiniones sobre la crisis mundial, el problema de los refugiados y la cuestión judía, tanto dentro como fuera de Europa, a través de sus obras literarias y su activismo político. Estos individuos eran “formadores de cultura” así como figuras prominentes de la política y la ética.30 Los intelectuales también desarrollaron redes para la circulación de las ideas, tanto a nivel nacional como transnacional. Por medio de sus viajes, su participación en diversos foros y la lectura mutua de sus escritos literarios y políticos, los intelectuales mexicanos –fueran o no judíos– establecían nuevos contactos e intercambiaban ideas con base en la comunidad de intereses y valores. El pensamiento progresista, el amplio espectro de posturas de izquierda y el liberalismo ejemplifican la circulación transnacional de ideas que tuvo lugar durante las décadas de 1930 y 1940. Los exponentes de estas ideas favorecían la lucha contra el fascismo y condenaban el nazismo pero no colocaron el antisemitismo en el núcleo de esa lucha.

El gobierno

El gobierno mexicano también apoyó el movimiento antifascista creando varias organizaciones como la Liga No Sectaria Antinazi (1938) en la que participaban miembros distinguidos de la élite política, como Luis I. Rodríguez, Alejandro Carrillo, Heriberto Jara y Lombardo Toledano. Asimismo, se creó el Partido Antifascista (1939) para evitar la propagación del fascismo y el nazismo en el país (Pérez Montfort, 1939: 67). En 1942, se creó Mundo Libre, la rama mexicana de la International Free World Association, la cual colaboraba estrechamente con su contraparte norteamericana fundada en 1941.31 La organización también publicaba una revista epónima, Mundo Libre, y ambas eran dirigidas por Isidro Fabela, quien, como representante de México ante la Liga de las Naciones había condenado la anexión de Austria y ahora expresaba su apoyo a las demandas nacionales de los judíos. Varias personalidades fungieron como miembros del Comité de Honor de Mundo Libre en México, como Luis Cabrera, Antonio Caso y Alfonso Reyes. Asimismo, destacados intelectuales colaboraron o simpatizaron tanto con la asociación como con su revista. El presidente Lázaro Cárdenas y Eduardo Villaseñor –escritor, editor y funcionario público mexicano– fueron miembros del Comité de Honor de Mundo Libre con sede en Nueva York.

Desde su inicio, Mundo Libre se volvió un foro para analizar los hechos vinculados a la guerra, así como el papel de las democracias en la lucha por un orden institucional basado en la libertad. Además de denunciar el nazismo como una amenaza y un peligro real en Europa y América, y conjuntamente con su defensa de la República española y los países ocupados por las fuerzas de Hitler, Mundo Libre censuraba el antisemitismo y la persecución de judíos como supuestos detonadores de un conflicto internacional. La revista incluía una columna llamada “El problema israelita” que continuamente condenaba el nazismo y el antisemitismo en Europa; en 1945 cambió de título a “Pro Palestina”.

Uno de los vínculos notables entre las organizaciones judías y el gobierno mexicano fue el que se estableció entre el segundo y el movimiento sionista a fin de canalizar el apoyo del gobierno para la creación de un Estado judío en Palestina. El Comité Mexicano Pro Palestina (1944) fue encabezado por Isidro Fabela, quien veía el sionismo como un movimiento que luchaba por la justicia y libertad. El comité contaba entre sus miembros a científicos, políticos y figuras literarias comprometidos con la creación de un Estado judío. Primero Nathan Bistritzky –miembro de la dirección del Fondo Nacional Judío– y después Moshe Toff, coordinaron esta iniciativa regional junto con el doctor Nahum Goldmann, quien encabezó el Departamento Político de la Agencia Judía; ellos exploraron las opciones para atraer apoyos nacionales y coordinar los esfuerzos transnacionales en esta materia. Estos vínculos ejemplifican la densa interconexión institucional de la diáspora judía (acs, exp. Z4/10224, 1944; Mundo Libre, 1944).

La prensa mexicana

Durante el Holocausto la prensa fue tanto el canal que ofrecía información detallada sobre la destrucción del judaísmo europeo, como un órgano que definía y reflejaba las posturas y respuestas hacia esos hechos dramáticos. Si la prensa no determinaba lo que la gente pensaba, sin duda influía en lo que reflexionaba.32 Como proveedora de noticias, se suponía que debía garantizar objetividad, rigor, veracidad y credibilidad. Sin embargo, no era ni un espacio neutral ni un reproductor pasivo de los eventos, sino más bien un agente que influía en los lectores. De hecho, en México se convirtió en un foro muy importante para los debates entre los simpatizantes de los países aliados y los de Alemania, entre quienes se identificaban con los españoles republicanos y quienes eran leales a Franco, entre aquellos que estaban a favor de que el país abriera sus puertas a los refugiados judíos y quienes mantenían una postura proteccionista y nacionalista.

Durante el período que aquí estudiamos, la prensa mexicana incluía una gran variedad de periódicos y revistas, como Excelsior, Últimas Noticias de Excelsior, El Universal, El Universal Gráfico, El Nacional –vinculado con el gobierno–, El Diario Oficial –periódico oficial del gobierno–, La Prensa, Novedades, El Popular, Mundo Libre, y Timón, entre otros. La prensa era influida y determinada –en sus prioridades, contenido e interpretaciones– por el gobierno, los sindicatos, las agencias de noticias e inversionistas extranjeros, los periodistas locales e internacionales, los editores y directores, los líderes de opinión o los empresarios privados, todos en su conjunto representaban un espectro de intereses, valores, perspectivas e interpretaciones convergentes y divergentes.

Durante el período postrevolucionario, las reformas educativas dieron por resultado un incremento gradual de la tasa de alfabetización, que se elevó de 22.3% en 1900 a 38.5% en 1930. Durante el período que corresponde al nazismo europeo, solo una minoría de mexicanos leía los diarios. Sin embargo, con el paso del tiempo, las necesidades, expectativas y críticas de los distintos sectores populares y la clase media se fueron comunicando cada vez más por medio de la prensa, lo que no impidió que la distribución de los diarios siguiera siendo limitada, tanto en cantidad como en términos geográficos.33

Las notas periodísticas y editoriales sobre el nazismo, la guerra y la destrucción de los judíos europeos tendrían que ser ubicados en el contexto más amplio de los intercambios transnacionales de información a través de circuitos y redes particulares. Las principales agencias de información eran extranjeras –como Associated Press o United Press–, aunque algunos periodistas mexicanos trabajaban fuera del país. Las noticias se originaban en Berlín, Múnich, París, Roma, Ciudad del Vaticano, Londres, Ginebra y Varsovia. Diarios como El Universal, recibían las noticias principalmente de United Press y The New York Times, pero también del Servicio Transoceánico –vía Radiomex– o a través de cables de la North American Newspaper Alliance, de Universal Service y de la Agencia Noticiosa Telegráfica Americana. La Associated Press era la principal fuente noticiosa para Excelsior sobre los acontecimientos en Alemania y la Europa ocupada. Otras fuentes eran las representaciones diplomáticas mexicanas en Europa y destacados individuos con acceso a la información. Algunos periodistas, como Raúl Villa y Luis Lara Pardo, colaboraban con Excelsior desde Europa.

Las noticias sobre las masacres de judíos y otras víctimas a menudo provenían de fuentes clandestinas –agencias de radio, prensa y telégrafos–, así como de organizaciones judías, gobiernos en el exilio y redes de resistencias, todos eran directamente afectados por el conflicto.34 Wide World –una agencia de noticias con oficinas en Berna, Suiza y Londres– a menudo informaba sobre las medidas que tomaban los nazis para germanizar a Polonia. Algunos de los informes detallados que llegaban a los lectores mexicanos contenían los nombres de pueblos y ciudades, de los campos de concentración y guetos, las fechas y cifras de víctimas y los procesos y mecanismos de exterminio.

Los estudios sobre la cobertura de la prensa mundial durante el Holocausto han examinado cuánto sabía el público sobre lo que ocurría en Europa y, en específico sobre el exterminio de los judíos, cuán detallada era la información y cómo era presentada e interpretada. Como veremos más adelante, al inicio del ascenso del nazismo la prensa en México informó –a veces con detalles gráficos– sobre los horrores que padecían los judíos. Tanto Excelsior como El Universal cubrieron los ataques nazis contra la democracia de Weimar, como la quema de libros (El Universal, 1933b). Otros hechos en fecha temprana fueron informados de manera crítica y con ironía, sobre todo por El Universal. Por ejemplo, cuando la ciudad de Múnich ordenó la remoción de las cenizas de Kurt Eisner y Gustav Landauer –dos importantes figuras judías de la izquierda alemana a finales del siglo xix–, el encabezado de El Universal fue: “Pronto en Alemania solo habrá nazis. Ni siquiera los muertos se escapan de la acción purificadora nazi” (El Universal, 1933c).

En todo caso, bien podemos afirmar que la cuestión judía fue ampliamente cubierta por los diarios y revistas mexicanos. Se publicaban muchas notas periodísticas, a menudo en la primera plana.35 Tanto Excelsior como El Universal informaron sobre el boicot económico, las Leyes de Nurenberg y la Kristallnacth. Con respecto a esta última, cabe destacar la información detallada y precisa que se ofreció a los lectores mexicanos sobre el grado de violencia ejercida contra la población judía y sus propiedades, el alcance masivo de la misma, la participación del gobierno y la actitud de los bomberos, quienes se hicieron a un lado mientras las sinagogas ardían: “su trabajo se limitó a evitar que el fuego se propagara hacia los edificios vecinos” (El Universal, 10 de noviembre de 1938; Excelsior, 11 de noviembre de 1938: 4).36

Si bien las noticias sobre los acontecimientos en Europa no suscitaron reacciones polémicas –quizá porque eran vistas como hechos que ocurrían muy lejos–, los diarios mexicanos estaban plagados de debates sobre el tema de la inmigración que afectaba directamente al país. Este tema se tornó “una esfera predominante en la cual se expresaban diversas concepciones de la nación y de la sociedad deseada” (Bokser Liwerant, 2006: 380). Excelsior y El Nacional, dos diarios de amplia circulación, cuestionaban si México debía de abrir sus puertas a los refugiados judíos. En esta discusión se involucraron muchas personas y grupos, provocando intercambios acalorados que se volcaron de las páginas de los periódicos al paisaje urbano, pues aparecieron carteles y volantes sobre los muros y las calles se llenaron de manifestantes a favor o en contra de la llegada de los extranjeros.

Excelsior, en su muy conservador editorial “Ayer, hoy y mañana” y en varios artículos anónimos, presentó la oposición más fuerte contra la admisión de refugiados judíos, seguido de Novedades y La Prensa. Por ejemplo, en octubre de 1937 Excelsior advirtió que el barco Mexique, que se acercaba a las costas nacionales, iba “cargado de judíos” que habían recibido de la Secretaría de Gobernación una autorización “indebida” para entrar. En respuesta, la Secretaría –que no tenía simpatía alguna por los refugiados– dejó en claro que solo venían a bordo 25 inmigrantes judíos, la mayoría de los cuales eran familiares de residentes legales y, por tanto, tenían derecho a inmigrar (Excelsior, 30 de octubre de 1937a, citado por Gleizer, 2014: 78).

Centrados en el asunto de la inmigración, los diarios informaban con indiferencia sobre la situación de los judíos bajo el nazismo. En Excelsior el antisemitismo en Alemania se describía como algo que “los judíos dicen que existe”. El diario se refería a los ataques “reales o imaginarios” contra los judíos y trataba las noticias sobre la persecución como meros rumores; así, sugería que los informes relativos a la cuestión judía tal vez eran fabricados por grupos judíos en Nueva York. Este escepticismo contrastaba con la cobertura veraz de la represión que caracterizó a los comunistas y otros grupos políticos de izquierda; misma que también se vio expuesta a las oscilaciones y cambios en las alianzas políticas.

Bajo encabezados menos alarmantes, las noticias a menudo escondían los detalles que revelaban la magnitud de los crímenes nazis contra los judíos. Una nota de El Universal (19 de enero de 1941), por ejemplo, describía las terribles condiciones en las que se encontraban en el gueto de Varsovia –donde morían 400 personas cada mes– con un encabezado que mitigaba la tragedia: “Cientos de miles de judíos se encuentran en malas condiciones.”

Las expresiones antijudías en la prensa eran producidas por los sectores conservadores –sobre todo por la derecha secular radical y grupos antisemitas o antiextranjeros– con el apoyo financiero de la representación diplomática de Alemania en México. El rechazo tajante a la inmigración judía se expresaba, en su mayoría, en diarios que abrazaban las tendencias fascistas, nazis y antisemitas, como Omega, El Hombre Libre y Timón. Difundían la idea de que era necesario “estar alerta a lo que representaba la presencia de los judíos en México: la inminencia de una verdadera ‘conspiración judeocomunista’ cuyos objetivos eran desestabilizar al país y, por ende, la pérdida de control” (Pérez Rosales, 1994).

Por su parte, Hispanidad, otro diario que se centraba en la cuestión racial, trató de definir la identidad hispanomexicana en términos de unidad de raza, cultura, idioma y religión. Por tanto, los judíos y el judaísmo eran objeto de agresión permanente.

Varios diarios asumieron una postura fuerte contra el nazismo y el fascismo, tales como El Nacional, La Voz de México y El Popular, en tanto que otros procedieron con más cautela, publicando artículos antifascistas escritos por personas que no pertenecían al periódico. El Popular, el órgano de la Confederación de Trabajadores de México (ctm) y el diario antifascista más vehemente, acusaba a Excelsior y a su edición vespertina, Últimas Noticias, de defender los intereses de los países totalitarios.

Algunas publicaciones como Alemania Libre y Mundo Libre, miraban más allá del debate local en torno a los refugiados y difundían información sobre las masacres nazis, por lo que sus lectores podían enterarse de las condiciones inhumanas de los campos en donde morían judíos y otras víctimas. Varias notas periodísticas de Alemania Libre en 1942 describieron la ejecución de prisioneros y judíos en el Este –es decir, en el área soviética ocupada por los alemanes desde el verano de 1941–. Un informe desde Berna señalaba que el mismo día que Alemania había atacado a Rusia –22 de junio de 1941–, 800 prisioneros antinazis habían sido asesinados en el “tristemente célebre campo de concentración de Buchenwald” Otro artículo describía la ejecución con pistola de 8 600 hombres, mujeres y niños, en Minsk, Bielorrusia. Sus cuerpos fueron arrojados a una fosa (Alemania Libre, 1942a; Alemania Libre, 1942b). Aunque en ese momento no se sabía, ése fue el inicio de la Solución Final.

Los circuitos y redes transnacionales también influyeron en lo que se sabía sobre otras víctimas en otras regiones. La participación de México en la Guerra Civil española y la cálida recepción a los republicanos derrotados que deseaban refugiarse en el país, fue objeto de gran número de artículos periodísticos que superó por mucho la atención concedida al Holocausto o al mundo judío. Los lectores mexicanos recibían también gran cantidad de información detallada sobre los ataques en contra de los comunistas, los socialdemócratas y otros oponentes políticos, sobre las medidas tomadas contra personas con discapacidades –por ejemplo, las leyes para evitar la transmisión de enfermedades hereditarias y las esterilizaciones–, así como sobre la persecución y represión de los polos católicos, los civiles soviéticos y los prisioneros de guerra y otras acciones hostiles (El Universal, 1933a; El Universal, 1933d).

Pero la prensa mexicana no solo brindaba una plataforma para que el público opinara sobre la inmigración judía, sino que también se constituyó en foro para la postura del gobierno. Así, informó ampliamente sobre la Conferencia de Evian al reproducir la declaración oficial del representante mexicano, Primo Villa Michel, y llamar la atención sobre la necesidad de resolver el “agudo problema” de miles de “hebreos fugitivos”, así como de las pocas soluciones prácticas existentes dada la falta de voluntad de los países para ofrecerles asilo. De igual forma, los diarios manifestaron la postura de la Secretaría de Gobernación con respecto al arribo de los primeros judíos en 1938 con visa de turistas, quienes corrían el riesgo de ser deportados, y reprodujeron las entrevistas hechas al presidente Lázaro Cárdenas sobre el asunto de los refugiados alemanes y austriacos que estaban en camino a México. La prensa también hizo pública la opinión de varios políticos que exigían que el gobierno impidiera que se estableciera una colonia para los refugiados judíos en Baja California, con el argumento de que era auspiciada por judíos estadounidenses que querían comprar “nuestro territorio peninsular” (El Universal, 1938b).

La prensa siguió muy de cerca a los barcos que traían judíos a México. En algunos casos, sobre todo en el del Orinoco en 1938 y el Quanza en 1940, no se permitió que los pasajeros judíos desembarcaran, si bien en otros casos –que se presume implicaron fuertes desembolsos de dinero– se autorizó a los refugiados a que descendieran en distintos puntos de la costa mexicana –como fue el caso de los que viajaron en el Serpa Pinto, en 1941 y 1942–. Dado que en algunos casos la prohibición a desembarcar se impuso a grupos muy pequeños de refugiados –como las 21 personas que llegaron en el Orinoco–, la postura del gobierno atrajo la atención de la prensa mundial y suscitó las críticas de periodistas de Estados Unidos y Francia.37

La prensa también informaba sobre actividades en favor o en contra del fascismo y el nazismo. Los diarios notificaban sobre las próximas reuniones nacionalistas y antisemitas, así como sobre conferencias relativas a las atrocidades de los nazis al tiempo que cubrían también esos eventos. En efecto, a finales de 1942 la Solución Final ya no era un secreto en México. Al participar en redes transnacionales de información, la prensa local refería la radicalización del antisemitismo y la política genocida nazi. Al mismo tiempo, los diarios y revistas mostraban los intensos y frecuentes contactos e intercambios que conectaban a Europa y América Latina, así como las noticias, ideas y proyectos que estaban siendo debatidos entre los gobiernos, las agencias no gubernamentales y los actores sociales y políticos, tanto judíos como no judíos.

Los periodistas registraban los vínculos culturales transnacionales y los actos de solidaridad. Por ejemplo, la prensa publicó noticias sobre la proyección de películas extranjeras antifascistas en México, organizada por una entidad gubernamental. Asimismo, la huelga de 15 minutos de diciembre de 1942, organizada por Lombardo Toledano, fue anunciada en la prensa al igual que las manifestaciones de solidaridad con el pueblo judío cuando ese mismo mes se confirmaron los informes sobre la Solución Final. La prensa mexicana también tomó nota de los encuentros entre líderes mundiales judíos –como el doctor Stephen Wise, representante del Congreso Judío Americano y Nahum Goldmann, presidente del Congreso Judío Mundial– y la comunidad judía local. Algunos de los temas que se discutieron en esos encuentros versaron en torno a la guerra, las deportaciones, la concentración en guetos, el exterminio masivo y físico de judíos, la ayuda a los judíos oprimidos, la propuesta de organizar una Conferencia Judía Interamericana en la Ciudad de México, así como la posibilidad de inmigración a la región. La prensa también informó sobre los vínculos del Consejo Judío Interamericano –que representaba a 18 comunidades judías latinoamericanas– con el Departamento de Estado de Estados Unidos. Se mencionaron las declaraciones de los miembros del consejo sobre el antisemitismo local y la necesidad de ser tolerantes frente al proceso de incorporación e integración de los judíos a la sociedad nacional. La cobertura periodística de esos foros difundió valores positivos, en particular, la democracia y el pluralismo cultural.38

Es importante mencionar que los presidentes Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho tomaron medidas para detener la distribución de propaganda nazi en el país. En junio de 1940, en respuesta a las reiteradas demandas de la Embajada de Estados Unidos en México, Cárdenas declaró persona non grata al agregado de prensa de la representación alemana, Arthur Dietrich, obligándolo a salir del país. Al año siguiente, Ávila Camacho prohibió la circulación del periódico nazi, Diario de Guerra.

Interconexiones a nivel individual: el sobreviviente refugiado/víctima

Para entender mejor las interconexiones particulares que se desarrollaron entre México y el Holocausto durante los años del nazismo y sus secuelas, es preciso enfocarse en los individuos. El propio emigrante es un vehículo que vincula espacios geográficos y crea puentes entre culturas y sociedades. Además, en un contexto de guerra y destrucción caracterizado por rumores, incertidumbre e incredulidad, los emigrantes eran testigos confiables que comunicaban información esencial sobre los acontecimientos en Europa. De cara a la violencia masiva, prácticamente sin precedentes, orquestada por los nazis, dicha información constituía una evidencia invaluable para confirmar los rumores relativos al exterminio de los judíos y apuntaba a estrategias de rescate.

Las personas que habían sufrido discriminación, exclusión, hambre y enfermedades guardaron en su cuerpo, mente y emociones las consecuencias de esas experiencias durante años o incluso décadas. Los refugiados y sobrevivientes llevaban una vida cotidiana “normal” en sus nuevos países, pero como lo ha mostrado la literatura sobre el tema, cargaban con ellos traumas, pérdidas y dolor.39 Los judíos que migraron a México habían padecido distintas experiencias en Europa: algunos fueron enviados a trabajos forzados, mientras que otros fueron concentrados en guetos o deportados a campos de diversos tipos; algunos habían logrado escapar y se habían ocultado en bosques, pueblos o ciudades, mientras que otros habían sido rescatados por no judíos. Mientras estaban escondidos, algunos habían tenido que disimular o cambiar su identidad judía o incluso dejar a sus hijos a cargo de otras familias.

Los refugiados y sobrevivientes trajeron consigo a América Latina objetos que representaban su lugar de origen, su identidad primigenia o una experiencia vivida, conectando así a los dos mundos. También trajeron su cultura, conocimientos, teorías y visión del mundo, los cuales influyeron en el país huésped. Las interconexiones que se desarrollaron a nivel individual tuvieron un impacto sobre la comunidad y la sociedad que trascendió la Guerra, las geografías y el viej o continente, así como el intento de destruir a la población judía europea.

Para examinar esas interrelaciones a nivel individual se deben tomar en consideración cualidades tales como; la agencia, la autoconciencia y la autonomía, así como las restricciones impuestas a la capacidad de decidir de la gente que vive bajo un Estado totalitario. La libertad de acción de los judíos –y muchos otros grupos de víctimas– fue gradualmente coartada bajo el nazismo, pero las personas aún tenían que tomar decisiones sobre su futuro: emigrar o esperar a que la situación mejorara, salir del país como familia o primero enviar a los niños al extranjero, esperar hasta juntar el dinero necesario para el viaje, vender la casa, el negocio o salir pronto y sin recursos. También estaba la decisión sobre el destino hacia el cual dirigirse, aunque esto finalmente estaba determinado por la posibilidad de obtener una visa.

Quienes pudieron salir, lo mismo que quienes fracasaron, tuvieron que desarrollar estrategias para cumplir con los requisitos burocráticos para obtener una visa (de salida, tránsito o entrada) o para obtener un boleto de barco, entre otros documentos necesarios. Ellos debían interactuar con familias y amigos en busca de consejos o ayuda, autoridades gubernamentales, gente que brindaba información y servicios, agencias de rescate, cónsules, representantes diplomáticos y, a menudo, miembros de la resistencia o “coyotes”, quienes, por ejemplo, conducían a los refugiados a través de los Pirineos desde Francia hasta España. Así, enfrentaron muchos dilemas en su país de origen. Los refugiados y sobrevivientes del Holocausto en México vinieron de países europeos: Polonia, Lituania, Rumania, Hungría, Grecia, Alemania, Austria, Yugoslavia, Checoslovaquia, Italia, Eslovaquia, Austro-Hungría, Bélgica y Bielorrusia. Algunos no querían disimular su identidad nacional originaria, mientras que para otros se volvió importante ocultar su pasado y su identidad de grupo.

Recuperar la experiencia subjetiva de los refugiados y sobrevivientes es una labor compleja. Un instrumento de investigación fundamental para saber sobre su pasado es el testimonio oral, el cual está mediado por el tiempo y afectado por el carácter cambiante de la memoria y las construcciones posteriores del Holocausto en el imaginario colectivo. El testimonio del sujeto también se ve afectado por la situación en la que se conduce la entrevista así como su estructura. Sin embargo, no deja de ser un recurso metodológico esencial para conocer las historias individuales, que pueden construir un puente entre los procesos micro y macro históricos del rescate, supervivencia e integración. Los relatos individuales proveen, asimismo, una interconexión doble: espacial –entre Europa y América Latina– y temporal –entre el pasado recordado y el momento en el que se da el testimonio–. Los testimonios de los refugiados y de las víctimas/sobrevivientes revelan los tipos de interconexiones que experimentaron y recuerdan, así como el peso que tuvieron esas interrelaciones para su supervivencia, no solo durante el Holocausto, sino también más adelante.

Los testimonios orales de los sobrevivientes del Holocausto que llegaron a México identifican varios actores que contribuyeron a su rescate, entre ellos cónsules y miembros de la familia. Es interesante observar que, aunque los estudios históricos recientes demuestran la participación de organizaciones de ayuda para el rescate de los refugiados y sobrevivientes –como el Comité de Rescate de Emergencia, el Comité Judío Laborista y algunos comités locales, como la Sociedad Pro Cultura y Ayuda y la Liga Pro Cultura Alemana–, los testimonios de los sobrevivientes no describen con detalle e incluso a veces omiten la compleja red de interacciones y organismos que participaron en su salvamento.40 Esto puede explicarse por el hecho de que los entrevistados eran niños o adolescentes cuando se dio el ascenso del nazismo así como el inicio de la guerra.

Al llegar a América Latina, los refugiados y sobrevivientes enfrentaron un proceso de doble de integración. En algunos casos hallaron muy pronto la forma de relacionarse con la comunidad judía local para encontrar un lugar donde vivir y tener un sustento; hicieron nuevos amigos, se casaron y formaron una nueva familia; encontraron instituciones comunitarias y religiosas de pertenencia. En otros casos, los inmigrantes prefirieron distanciarse de la comunidad judía para integrarse a la sociedad más amplia. Para algunos, la integración a la sociedad nacional fue prioritaria e implicaba aprender el idioma local, asistir a la escuela, encontrar un trabajo y participar en actividades profesionales. Mientras algunos sobrevivientes desarrollaron una vida exitosa en México, otros permanecieron en la pobreza o enfrentaron diversas dificultades en sus interacciones cotidianas.

Tras el Holocausto, algunos sobrevivientes sintieron la necesidad de hablar sobre sus experiencias, otros optaron por reprimir sus recuerdos. Los refugiados llegaron a los entornos latinoamericanos no solo como inmigrantes, sino también como víctimas y sobrevivientes. No obstante, al igual que en otros sitios, prevaleció la “conspiración del silencio” –autoim– puesta o decretada por la comunidad circundante–, dando por resultado el letargo, el aislamiento o la depresión.41 En México, solo un minúsculo número de sobrevivientes narró su historia en los primeros días,42 pero el silencio colectivo se rompió en la década de 1990, cuando los sobrevivientes empezaron a ser vistos por la comunidad judía y algunos sectores de la sociedad mexicana con empatía y como víctimas, pero también como portadores de valor, resiliencia y esperanza.43, 44 Como parte de la museización del recuerdo, sus historias trascendieron la vida privada y se colocaron en la esfera pública.

En los relatos sobre su llegada a México, algunos sobrevivientes refieren encuentros muy positivos con familiares y amigos judíos, mientras que otros describen sus conflictos. Como en otros diversos lugares, en México hubo una gran solidaridad entre la comunidad judía local y los sobrevivientes, pero también hubo tensiones y no todos los que se acercaban tenían la intención de ayudar. Algunos se aprovecharon de su situación, como en el caso de propietarios de tierras que vendieron terrenos sin valor a los refugiados que por su estatus migratorio solo podían establecerse en zonas rurales.

En general, sin embargo, la ayuda que brindaron los judíos locales a los refugiados y sobrevivientes fue invaluable. Muchos refugiados describen cómo la comunidad judía local –ya fuera a través de una sinagoga o una institución, escuela u organización judía– fue el punto de entrada a la nueva sociedad y una vía para la “regularización”, reconstrucción y continuidad de su vida. De hecho, la comunidad judía creó el Comité de Mexicanización para los Refugiados, en donde les enseñaban a hablar español, así como historia y tradiciones de México.

Es cierto también que algunos sobrevivientes recordaron los difíciles encuentros vividos con la comunidad judía local, como resultado –entre otras cosas– de las diferencias culturales y de su sensación de malestar al tratar de integrarse. Por tanto, decidieron mantenerse aparte o desligados de la comunidad local. Aunque los vínculos entre las personas en México y sus lugares de origen fueron muy diversos, algunos relatos de los sobrevivientes expresan nostalgia o idealización de su país o comunidad originarios.45

Con respecto a la sociedad mexicana, también hallamos descripciones idealizadas de un país acogedor, democrático y libre, en las narrativas tanto historiográficas como orales.46

Tal vez los sobrevivientes del Holocausto tenían recuerdos idealizados de su llegada a México por el contraste tajante con el lugar del cual habían huido o porque sentían la necesidad de expresar su agradecimiento. Sin embargo, los testimonios orales y los recuerdos refieren a una serie de inconvenientes en la nueva tierra, entre ellos las diferencias con algunos miembros de las familias que los acogían, la dificultad para encontrar trabajo o la lucha para aprender el idioma o abrazar una nueva forma de vida, desde la cocina hasta las costumbres locales. Pero, lo que en un principio pareció disonante, poco a poco fue aprendido e internalizado por la mayoría de las personas. Con el paso del tiempo los refugiados o los sobrevivientes y sus hijos fueron a la escuela, encontraron trabajo, crearon nuevas amistades y se insertaron en los medios profesionales, empresariales, políticos, sociales y culturales.

Reflexiones finales

De nuestro análisis se desprende la imagen de un mapa atravesado por múltiples conexiones entre los espacios geográficos y culturales, entre actores sociales y políticos muy diversos. En conjunto, el estudio nos permite vislumbrar que México, un espacio que podría verse totalmente apartado de Europa y los judíos, tenía diversos y variados vínculos con los acontecimientos que ocurrían lejos de América Latina. La dificultad para rastrear sistemáticamente dichos contactos e interacciones resulta de su propia complejidad, de los distintos niveles en los cuales se dieron y de la multiplicidad de intereses que estaban en juego.

Cabe señalar que por “interconexiones” nos referimos a los contactos estrechos y frecuentes, no necesariamente a negociaciones que condujeron a resultados positivos. Una de las principales contribuciones de este trabajo es el enfoque que se ha dado no solo a la relación entre México y el Holocausto en términos de resultados, sino también a las iniciativas y esfuerzos realizados para ayudar a los refugiados. El hecho de incluir iniciativas y esfuerzos nos permite tomar en cuenta el trabajo invertido tanto dentro de México como en el extranjero para involucrar al gobierno mexicano –así como a otros sectores de la sociedad– en el rescate de judíos durante el período nazi, y también da cuenta del gran número de vínculos que de otra forma se habrían perdido.

Hubo un gran número de iniciativas para ayudar a los refugiados tales como: proyectos fallidos de colonización, intentos infructuosos de rescatar niños huérfanos, planes para conseguir visas mexicanas a cualquier costo, propuestas para importar industrias europeas propiedad de judíos, e incluso la idea de crear una universidad con el talento que había sido obligado a exiliarse. Diversos grupos, dentro y fuera del país, realizaron una enorme cantidad de esfuerzos. En México se contaron la comunidad judía y sus diversos grupos, los movimientos antifascistas mexicanos y las organizaciones de izquierda, los exiliados ger– manoparlantes que llegaron al país y los intelectuales que simpatizaban con los judíos. En el extranjero, organizaciones judías transnacionales fueron parte de una red institucional particularmente densa, a las cuales se unieron otros grupos humanitarios que compartían el objetivo de rescatar a personas judías. Todos ellos intentaron ampliar las posibilidades de refugio que México ofrecía, especialmente durante el gobierno progresista de Lázaro Cárdenas, que parecía ser sensible a las víctimas de las dictaduras totalitarias –o por lo menos esa era la impresión que daba en los foros internacionales–.

En relación con nuestra pregunta inicial, es interesante observar que hubo historias de México y el Holocausto tanto interconectadas como independientes. Muchos actores, sobre todo gubernamentales, insistían en que México no debía involucrarse en un asunto que era básicamente europeo. Sin embargo, el escenario internacional obligó al país a asumir una posición y tomar parte en un hecho de dimensiones globales, aun cuando prevalecía la idea de no involucrarse. Quienes estaban a favor de la “historia independiente” insistían en que el país no debía verse envuelto en un asunto europeo que a México no le concernía y advertían de los peligros de recibir refugiados, por lo que activaron el nacionalismo presente en ese período para fortalecer las posturas aislacionistas. El gobierno mexicano aplicó una política selectiva con respecto a los refugiados e incluyó en sus leyes cláusulas que prohibían la entrada al país de refugiados judíos, lo que dio un sustento legal para apartarse de la crisis. Los grupos de derecha se basaron en un conjunto común de argumentos para demostrar que el nacionalismo económico sería amenazado con el ingreso de trabajadores extranjeros, a la vez que el cuerpo social mexicano se vería afectado por la mezcla racial. De esta forma, en la supuesta defensa derechista del interés nacional se entremezclaban argumentos económicos y étnicos. Por otra parte, quienes pugnaban por la participación de México en los acontecimientos europeos exponían argumentos tanto humanitarios como pragmáticos al afirmar que los refugiados enriquecerían al país en muchas formas, mediante su cultura, conocimientos y tecnologías. También sostenían que los inmigrantes, lejos de coartarlo, favorecerían el desarrollo económico.

Cuando observamos las situaciones complejas que se derivan de la interacción entre distintas culturas, geografías y grupos, notamos que las preocupaciones que resultaban cruciales para un grupo minoritario eran del todo secundarias o marginales para algunos funcionarios públicos, sectores sociales, organizaciones, intelectuales y líderes de opinión. Por ello, cuando se analiza la era nazi y el Holocausto, debe hacerse una distinción entre pluralismo y relativismo. Como lo señaló Isaiah Berlin hace más de treinta años, el pluralismo implica “muchos fines objetivos, valores últimos, algunos incompatibles con otros, que persiguen distintas sociedades en distintos tiempos, o diversos grupos en la misma sociedad, o clases enteras, iglesias o razas, o bien un individuo particular dentro de ellas (Berlin, 1991: 79). Sin embargo, debemos tener cuidado de no confundir pluralismo y relativismo, ya que este último hace a los humanos cautivos de la historia, sin capacidad para examinar, evaluar y juzgar. Es precisamente esta distinción la que hace que la tradición liberal se enfrente a la cuestión de la diversidad.47

El ejemplo mexicano sugiere algunas estrategias para reflexionar sobre la interconexión en otros contextos no europeos. En primer lugar, nos permite examinar su dimensión global, al considerar la relación de México con los grandes poderes. Es claro que, dada la situación interna de México y la importancia de mantener relaciones bilaterales con Estados Unidos, el país hubiera estado dispuesto a abrir sus puertas si la presión internacional –más específicamente, la presión estadounidense– hubiera sido fuerte. Pero, como no fue así, el gobierno mexicano evaluó el tema de los refugiados dentro del marco de los intereses políticos internos, más que de la política exterior. En este sentido, otras naciones latinoamericanas actuaron como México.

En segundo lugar, el caso de México muestra por qué los consejos internacionales que pretendían resolver la crisis de refugiados eran, paradójicamente, ineficaces. Los gobiernos de América Latina llegaron a percibir que las buenas intenciones que motivaban esos esfuerzos eran, principalmente, en respuesta a las demandas de la opinión pública estadounidense, y que no se esperaba un cambio verdadero en la política. Por tanto, si en un inicio el gobierno mexicano estaba dispuesto a acoger refugiados, más adelante se retractó. Fue precisamente la participación de México en los foros internacionales lo que le permitió justificar su postura indeterminada respecto de los exiliados judíos, alegando que actuaría solo hasta que se formulara un plan internacional para atender la crisis de refugiados.

Más aún, el análisis que aquí presentamos ilustra cómo los conflictos mundiales encuentran una expresión local. Tal fue el caso de las distintas evaluaciones que se hicieron dentro del mundo judío de las estrategias de rescate y las soluciones plausibles para una situación crítica. El bundismo, las variedades del sionismo y el comunismo coincidían y diferían en sus visiones, tácticas y alianzas a medida que confrontaban la crisis de refugiados.

En términos metodológicos, este trabajo ha seguido un enfoque interdisciplinario que ensambla procesos societales y comunitarios con historias personales. Usando a México como estudio de caso, abre futuras líneas de investigación sobre la interconexión entre el Holocausto y América Latina –o entre el Holocausto y otros espacios geográficos no europeos–, que abordarán temas claves como el rescate, la supervivencia y la integración. De esta forma, estudios que combinen la historiografía con la historia oral pueden ser de particular relevancia en este campo. Cabe señalar que, si bien este trabajo enfatiza el papel que desempeñaron los gobiernos y las élites políticas, las asociaciones no gubernamentales y los líderes comunitarios, los intelectuales, los activistas y la prensa –en distintos niveles de acción– para el rescate (o no) de los judíos perseguidos, también el papel de otros actores como empresarios o diplomáticos y grupos que tuvieron un gran peso en el rescate de los refugiados, merecen ser estudiados.

La tipología que sugerimos de historias independientes o interconectadas puede verse en el contexto de los momentos de encuentro entre historias universales, nacionales y transnacionales, y entre territorios y pueblos diaspóricos, en el tiempo y el espacio. El presente trabajo muestra que si bien el encuentro que se dio entre México y los refugiados judíos en las décadas de 1930 y 1940 fue inicialmente concebido en términos de un flujo de inmigrantes que contribuirían al desarrollo del país, este período histórico condujo a resultados que reflejaron las grandes divergencias prevalecientes.

Referencias documentales

Archivos consultados

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Licenciada y maestra en ciencia política por la Universidad Hebrea de Jerusalem Doctora en ciencias políticas y sociales por la unam. Profesora Titular de Tiempo Completo “C”, de la Facultad de Ciencia Políticas y Sociales de la unam (México), así como Distinguished Visiting Professor de la Universidad Hebrea de Jerusalem Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel 3, así como miembro de la Academia Mexicana de Ciencias. Sus líneas de investigación son: globalización, transnacionalismo, teoría política, judaísmo contemporáneo, identidades colectivas y modernidades múltiples. Obtuvo el Premio Universidad Nacional en 2015 en el campo de Investigación en Ciencias Sociales. Ha sido autora y editora de 19 libros y publicado más de cien artículos y capítulos en revistas y libros especializados. Entre sus publicaciones más recientes destacan: Reconsidering Israel-Diaspora Relations (coeditado con Eliezer Ben Rafael y Yosi Gorni) (2014); “Globalization, Transnationalism, Diasporas: Facing New Realities and Conceptual Challenges” (2015); “Thinking Multiples Modernities from Latin America's. Perspective: Complexity, Periphery and Diversity” (2016).

Doctora en historia por El Colegio de México, adscrita al Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesora asociada del Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa (México). Sus líneas de investigación son: política migratoria y política de naturalización en México, exilio, refugio, migración, xenofobia, extranjería. Entre sus publicaciones más recientes destacan: Nación y alteridad. Mestizos, indígenas y extranjeros en el proceso de formación nacional (2015); “Gilberto Bosques y el Consulado de México en Marsella. La burocracia en tiempos de guerra” (2015); y “Las relaciones entre México y el Tercer Reich. 1933-1941” (2016).

Doctora en ciencias políticas por University of Chicago. Profesora de asignatura en el Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Iberoamericana (México). Sus líneas de investigación son: Holocausto y América Latina, antisemitismo, conflicto Palestino/Israelí, migraciones judías latinoamericanas. Entre sus más recientes publicaciones destacan: “Antisemitism in Mexico and Latin America: Recurrences and Changes” (con Judit Bokser) (2016); “La Historia como herramienta educativa en la construcción de una cultura escolar de convivencia pacífica” (2016); “El Medio Oriente Hoy. Nuevas Tendencias e Interrogantes” (con Judit Bokser) (2011).

Véanse: Avni (1986 y 2006); Bokser Liwerant (1991, 1995, 2006); Lesser (1995); Spitzer (1998); Milgram (2003); Wojak (2003); Kaplan (2008); Gleizer (2014).

Véanse: Shabot (2002); Mam (2003).

Véase: Bokser Liwerant (1999).

Véanse: Avni (1986); Lesser (1995); Bokser Liwerant (1991 y 1995); Spitzer (1998).

Véase: Avni (2003); Milgram (2003); Bokser Liwerant (1999 y 2006); Wojak (2003); Kaplan (2008); Gleizer (2014).

Las cifras relativas a América Latina varían dependiendo de los años de los cuales se disponga de esta información. Según las estadísticas del Museo del Holocausto de Washington, 83 000 refugiados judíos entraron a América Latina entre 1933 y 1940, mientras que Haim Avni afirma que entre 1933 y 1945 la región recibió más de 100 000 refugiados judíos (Avni, 2004: 93). Véase también: Milgram (2003).

Véase: Avni (2004).

Véase: Milgram (2003).

Otros autores estiman que el número de refugiados que entró a Argentina se acerca a los 45 000 (Avni, 2004). Argentina es seguida por Brasil y Bolivia (20 000), Chile (13 000), Uruguay (10 000), Colombia (3 971), Cuba (3 450), Ecuador (3 200), México (1 800), República Dominicana (1 150) y Paraguay (1 000) (Gleizer, 2014: 23-24). Panamá, Costa Rica, Perú, Haití, Venezuela y el resto de los países latinoamericanos recibieron cada uno menos de 1 000 refugiados.

A pesar del deseo de las grandes potencias de incluir a América Latina en la solución al problema de los refugiados judíos (23 de los 30 países participantes eran latinoamericanos), la invitación que extendió Estados Unidos en la conferencia dejó en claro que “ninguno de esos países estaría obligado ni se le pediría que recibiera un número mayor de inmigrantes de los que sus leyes vigentes le permitían” (ahsre, exp. iii-1246-9-i: 9).

Véanse: Avni (1986); Bokser Liwerant (1995); Gleizer (2009a).

Incluso dentro de la propia Secretaría de Relaciones Exteriores, el Subsecretario Ramón Beteta estaba a favor de ciertos proyectos de colonización judía, mientras que el Secretario Eduardo Hay se oponía a ellos.

Véase: Bokser Liwerant (2006).

Entre ellos la Liga Anti-china y Anti-judía, Las Camisas Doradas y el Comité Pro Raza.

Véase: Gleizer (2009a).

El hicem era el nombre oficial de la organización formada en 1927 por la fusión de tres asociaciones de migración judía: el hias (Sociedad de Ayuda a los Inmigrantes Hebreos, que continuó funcionando de manera independiente en Estados Unidos), la JCA (Asociación de Colonización Judía) y Emigdirect (Comité Unido de Emigración Judía).

Véase: Avni (1986).

Véase: Gleizer (2009b y 2014).

Véase: Ibíd. (2009b y 2014).

Todos los sectores e instituciones judíos participaron en la campaña unida, que devino un mosaico de visiones, argumentaciones y posturas. Véase: Bokser Liwerant (1990).

Véase: Forois (1944).

Se suscitaron varios malentendidos entre las agencias comunitarias que participaron en la campaña (por ejemplo, entre el Keren Hayesod y el Keren Kayemet en torno a la distribución de los fondos). Véase: acs, exps. S5/388, S5/473 y S53/4747; asimismo, Unzer Tribune, México, agosto y octubre de 1942.

Véase: Alifaz (1942).

Véase: Bokser Liwerant (1991).

Véase: Bokser Liwerant (1995).

Toledano estuvo directamente involucrado en los sucesos que se desarrollaban en Palestina; él encabezó una comisión patrocinada por la Federación Sindical Internacional que viajó a Palestina para tratar de unir a los trabajadores judíos y árabes. A fin de expresar su solidaridad con la causa sionista, el 15 de julio de 1946 envió un telegrama al primer ministro británico Clemente Attlee en el que criticaba la política del Mandato de Palestina y exigía la creación del Estado judío. Véase: Bokser (1991).

Véanse: Avni (1986;) Bokser Liwerant (1995); Gleizer (2010).

Asimismo, el Dr. Atl veía a los judíos como exponentes de la opulencia mundial, cuya penetración en la economía y la política exterior de Estados Unidos era directamente responsable del estallido de las dos guerras mundiales.

En efecto, se opuso a la postura antifascista del cardenismo y condenó que México declarara la guerra, afirmando que la única opción para el país y para América Latina en su conjunto era mantenerse al margen durante la guerra y esperar la victoria de Alemania.

Véase: Aizenberg (2016).

El movimiento Mundo Libre reunió a líderes políticos y grupos de 33 naciones con el propósito de respaldar la lucha antifascista y antinazi. Entre sus principales objetivos estaba combatir política e ideológicamente al nazismo y llamar a la opinión pública mundial a que apoyara los valores democráticos.

Véase: Serna Rodríguez (2014).

Véase: Serna Rodríguez (2014).

Por ejemplo, los informes que enviaba el Comité Nacional Judío de Polonia al Congreso Judío Mundial.

Véase: Cohen; Marcos; Renner y Vogel (1994).

En los días posteriores, Excélsior informó sobre otras medidas antijudías, tales como la eliminación de los negocios judíos, su exclusión de toda actividad recreativa pública, la imposición de una multa de $44 000 en respuesta al asesinato de diplomático alemán en París por un joven judío germano/polaco, y el pago obligatorio por los daños a propiedades judías.

El periodista Frank L. Kluckhohn escribió dos artículos en The New York Times en los que acusó a la prensa mexicana de participar en una campaña antisemita, aunque dichas críticas deben verse con reserva, dados los vínculos de Kluckhohn con las empresas petroleras que boicotearon a México. También aparecieron críticas en la prensa francesa, como en Le Populaire.

Esto fue en la primera visita de Wise a México (Excélsior, 1942).

Véanse: Segev (2015); Cohen (2015).

Véase: Gleizer (2015).

Según Salomón Schlosser, sobreviviente de Auschwitz que se estableció en México, los directores de las instituciones comunitarias y las escuelas judías no querían escuchar a los sobrevivientes del Holocausto o llevarlos a las escuelas, pues consideraban que era inapropiado para los niños. Es posible que, en aquel momento, el temor de escuchar detalles de los horrores del Holocausto haya impedido que algunos conocieran las historias de los sobrevivientes. Véanse: Hayes (2015); Segev (2015); Judt (2015).

Cuando terminó la guerra, Dunia Wasserstrom (antes Zlata Feldblum, nacida en Ucrania) se estableció en Francia y escribió sobre su experiencia en Auschwitz. En México, donde llegó a finales de la década de 1950, habló sobre su experiencia del Holocausto en varios foros. En 1975 publicó el libro Nunca jamás (Fernández Díaz González, 2005).

Véase: Shabot (2002).

Los sobrevivientes del Holocausto en México fueron el centro del proyecto “Memoria y Tolerancia”, que años después llevó a la construcción de un museo en la Ciudad de México. Alrededor de esa misma época, sus testimonios fueron grabados por Shoah Visual Foundation, en colaboración con Yad Vashem México.

Esto tal vez sea producto en parte de la metodología aplicada en las entrevistas que realizó Shoah Visual Foundation, las cuales empiezan por pedir a los supervivientes que describa su vida antes de la guerra como judíos y también como residentes de un pueblo, ciudad y país.

Véanse: Shabot (2002); Mam (2003).

Véase: Berlín (1983).

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