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Vol. 61. Núm. 228.
Páginas 57-90 (septiembre - diciembre 2016)
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Vol. 61. Núm. 228.
Páginas 57-90 (septiembre - diciembre 2016)
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El liderazgo político en las democracias representativas: propuesta de análisis desde el constructivismo estructuralista
Political Leadership in Representative Democracies: An Analysis from a Structural/Constructivist Perspective
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Francisco Collado-Campaña
, José Francisco Jiménez-Díaz**, Francisco Entrena-Durán***
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Tabla 1. El liderazgo político como proceso construido socioculturalmente
Resumen

En este artículo proponemos un enfoque para analizar los procesos de liderazgo político en el seno de las poliarquías o democracias representativas. Autores como Bryman, Burns, Kouzes, Linz y Posner, entre otros, definen el liderazgo político como una relación de intercambio entre líder y seguidores a través de la visión que comunica el primero como elemento incentivador. A partir de esta idea y en articulación con el enfoque del constructivismo estructuralista de Pierre Bourdieu, se argumenta la pertinencia de estudiar el liderazgo político integrando sus dimensiones subjetiva y objetiva. Así, por un lado, se concibe dicho liderazgo como un fenómeno construido socioculturalmente, haciendo especial hincapié en los conceptos de marco, habitus, campo y capital simbólico. Por otro lado, se plantea un estudio diacrónico del liderazgo para poder captar el proceso real de acumulación de capital simbólico por parte de los líderes políticos.

Palabras clave:
Bourdieu
liderazgo político
constructivismo
habitus
campo
capital simbólico
Abstract

In this article we set forth an approach concerning the processes of political leadership within the polyarchies or representative democracies. Scholars such as Bryman, Burns, Kouzes, Linz, or Posner define the political leadership as a relationship of exchange between a leader and his followers by way of the vision that the former conveys as a motivational factor. Based on this notion and in connection with Pierre Bourdieu's structural-constructivist approach we argue the pertinence of studying political leadership by integrating its subjective and objective dimensions. Hence, political leadership is considered, on the one hand, as a socio-culturally constructed phenomenon, stressing especially the notions of frame, habitus, field, and symbolic capital; while proposing on the other hand a diachronic study of political leadership aimed at understanding the real process of symbolic capital accumulation by political leaders.

Keywords:
Bourdieu
political leadership
constructivism
habitus
field
symbolic capital
Texto completo
Introducción

El liderazgo político es uno de los fenómenos más estudiados y menos comprendidos por parte de las ciencias sociales. En tanto que este1 –admitido en su concepción más amplia-2 es un fenómeno social que penetra prácticamente todas las relaciones sociales, ha sido objeto de innumerables investigaciones empíricas y teóricas3 de las cuales se deriva una gran pluralidad, fragmentación e, incluso, cierta confusión. En efecto, no existe una definición consensuada sobre liderazgo político, sino que sus definiciones se han multiplicado al ritmo de la proliferación de los estudios dedicados al tema.4

Esta situación se refleja, por un lado, en la multiplicidad de disciplinas que han abordado el estudio del liderazgo político en su concepción más amplia, entre las que se encuentran la antropología, la ciencia política, la filosofía, la historia de las ideas, la psicología, la sociología y la teoría de las organizaciones; y, por otro lado, en la diversidad de enfoques que se han ideado para su análisis,5 entre los que se cuentan la teoría de los rasgos personales, el con– ductismo, el situacionalismo contingente y la corriente del nuevo liderazgo.6 Pese a ello, desde hace menos de un siglo, en la mayoría de las disciplinas que vienen estudiando este fenómeno existe un debate entre dos opciones analíticas opuestas y/o dualistas: una micro o de carácter individualista, que ha hecho hincapié en el sujeto; y otra de carácter macro o colectivista, que ha subrayado el efecto envolvente de las circunstancias (Rejai y Phillips, 1997: 1-2).

La primera perspectiva, conocida como la “teoría del gran hombre”,7 considera que la persona que detenta el papel de autoridad, aquella encumbrada como “jefe”, y sus características personales/subjetivas, son las variables explicativas del liderazgo. Sus estudios se han dedicado a investigar las características, actitudes y rasgos idiosincráticos de hombres y mujeres que se han erigido como líderes. Desde esta óptica, pueden incluirse a autores como Platón, Maquiavelo, los individualistas decimonónicos –Carlyle y Nietzsche–, Weber y los teóricos de la personalidad y los conductistas –Likert y McGregor, Sashkin y Rosenbach, Tannembaum y Yukl–. La segunda opción sostiene que la dimensión contextual/objetiva es la principal variable que explica la existencia y/o ausencia de quien encarna el líder en determinada situación. Al respecto, pueden citarse a Spencer, Marx, y los teóricos situacio– nalistas –Evans, Fiedler, Kerr y Jermier, Vroom y Yetton–.

Esta dualidad de opciones analíticas se corresponde con lo que se ha denominado como las visiones “subjetivista” y “objetivista” del liderazgo, respectivamente. El problema de tales opciones analíticas, tomadas por separado y sin posibilidad de integrar el carácter micro –la acción personal– y el macrosocial –estructura y contexto– a la hora de estudiar el liderazgo, reside en que cuanto más se acerca la lente hacia el líder, más se sobredimensionan las capacidades del sujeto; y cuánto más se aleja, mayor riesgo existe de obviar la forma en que se ejerce el poder y la autoridad por parte de aquellas personas legitimadas y/o reconocidas para ello. De hecho, los enfoques imperantes en las ciencias sociales que visualizan la política y la sociedad como actores colectivos, han llevado a menospreciar “el papel que desempeñan los actores individuales” (Vanaclocha, 1997: 209). Algunos pensadores han intentado conciliar ambas opciones –como Sidney Hook al distinguir entre el “hombre memorable” y el “hombre creador de historia”, o José Ortega y Gasset cuando propuso el desarrollo de la razón vital e histórica como alternativa a la milenaria controversia entre idealistas y realistas–.8 Concretamente, el pensador español defendía que al concebir “la vida humana como realidad radical, [...] nos encontramos con que son en la vida igualmente reales, no menos primariamente el uno que el otro –hombre y mundo–” (Ortega y Gasset, 2010: 67). En términos sociológicos podría decirse que existe una relación de interdependencia e interinfluencia entre estructura y agencia, la cual puede develarse al examinar su desarrollo mutuo a través del tiempo histórico, revisión indispensable para alcanzar la comprensión de la relación citada.9 En este sentido, desde las publicaciones de Stogdill (1974) y Bass (1985 y 1990), muchos estudios de liderazgo han reconocido la interacción entre las acciones personales y los contextos y/o estructuras sociales, enfatizando así el carácter relacional y dinámico de los elementos implicados en el liderazgo: líder, seguidores, contextos y objetivos implicados.10

En las últimas décadas, el enfoque del “nuevo liderazgo”, que integra la dimensión personal y contextual del liderazgo político, se centra en la comunicación del líder como medio de definición y consecución de los objetivos políticos y concibe al auténtico líder –no al mero gestor– como un sujeto creador de sentido, como una persona dotada de una “visión” que es capaz de conectar y comunicar con sus seguidores con la intención de organizarlos, dirigirlos, movilizarlos y empoderarlos para la consecución de ciertas metas.11 En consonancia, el enfoque del “nuevo liderazgo” adoptado aquí –que será complementado posteriormente con las aportaciones del estructuralismo sociológico al análisis político–, se fundamenta en la presuposición de la naturaleza negociadora –no exenta de conflicto– y de intercambio social del liderazgo. Un liderazgo que en el plano político puede concebirse como un proceso desarrollado por agentes políticos con diversas predisposiciones, motivaciones y objetivos que “movilizan, en competición o conflicto con otras, recursos institucionales, políticos, psicológicos y demás, para estimular, captar la atención y satisfacer los deseos de los seguidores” (Burns, 1978: 18), así como para tratar de imponer una determinada definición de la realidad en un contexto sociocultural y político concreto, en lo que, a su vez, juega una función clave la visión defendida por el líder.

De cara a evitar equívocos con otras nociones de liderazgo elaboradas por fuera de la ciencia política, en este artículo se aborda el liderazgo político en las democracias representativas. Ello implica concebir el liderazgo como la acción ejercida en torno a una serie de retos estratégicos recurrentes que deben afrontar los líderes políticos y partidarios, concentrándose el trabajo del líder político en dos tareas principales: por un lado, la construcción de identidades políticas con objeto de movilizar a ciertos grupos de seguidores; por otro, promover y seleccionar determinadas políticas públicas vinculadas a dichas identidades (‘T Hart, 2014: 22-26).

Ahora bien, ¿cómo ha de entenderse la “visión”? Según Kouzes y Posner (2007: 25), es una imagen posible de futuro que se manifiesta a través de esperanzas y aspiraciones compartidas. De tal modo, esta imagen es un bien intangible creado a partir de los discursos y las ideas de los líderes con el fin de proponer (e imponer) definiciones de la realidad en el futuro (Weber, 2007: 109). En palabras de Kauffman (1999: 61), la función de la visión sería la de actuar como “estrella guía” que ayuda a establecer los esfuerzos y los resultados de una organización y/o institución. Por su parte, Albrecht (1996: 31-33) unifica el componente discursivo/ideológico y el estratégico de la visión, sosteniendo que la visión representa la adopción de una imagen compartida para el futuro de cierta organización y que dicha imagen idealizada es el producto de una reflexión dotada de sentido. De igual manera, Nye (2011: 87) argumenta que la visión es “parte de lo que los líderes comunican” y “una imagen que otorga significado a una idea e inspira a los demás”, siendo difícil impulsar cambios sin su guía. En consecuencia, la visión es algo más que un pensamiento ilusorio o ficticio; es un proyecto real de futuro en el cual el líder canaliza sus fuerzas para que se haga realidad, subordinando los siguientes pasos a su consecución. Desde luego, la visión puede ser “positiva” o “negativa” y ello depende, en parte, de las representaciones sociales de líderes y seguidores.12 Por consiguiente, la “visión”13 funciona como elemento abstracto de violencia o coacción simbólica, resultado de la imposición derivada de una relación de dominación. Ya sea mediante el uso del “poder blando” o del “poder duro” o de la combinación de ambos –en tanto que el contexto condiciona cómo y cuándo se utilizan con más eficacia tales poderes (Nye, 2011: 82-97)–, el líder consigue inspirar a sus seguidores para hacer realidad esa imagen, que en su momento inicial solo existe en su mente, ideales y discursos, como proyecto realizable en la medida que se imponga la definición de la realidad que propone el líder. Así pues, la visión desarrollada por el líder es un elemento crucial para sus tareas primordiales, como es la construcción de identidades.

Asimismo, es posible distinguir entre liderazgo transformacional, orientado hacia procesos de cambio sustantivos en la comunidad política –véase, por ejemplo, el cambio de un régimen político–; y el liderazgo transaccional orientado hacia cambios menores en dicha comunidad pero necesarios en el funcionamiento de ésta –véase, por ejemplo, la reforma en la administración y/o gestión de los recursos humanos, económicos y tecnológicos–. Tal distinción creada por Burns (1978) y la reformulación de Bass (1985), que ha sido fecunda en los estudios sobre liderazgo, parece apuntar a la dialéctica entre “el hombre hacedor de historia” –el líder transformacional y/o verdadero– y el “hombre memorable” por sus hechos –el líder transaccional y/o responsable–.

En consonancia con lo anterior, el presente artículo desarrolla un enfoque sociológico del liderazgo político inspirándose en el carácter ecléctico de la perspectiva del “nuevo liderazgo” y la obra de Pierre Bourdieu.14 La articulación entre ambos enfoques se fundamenta en tanto que, en primer lugar, el “nuevo liderazgo” permite superar la escisión entre sujeto y contexto que habían limitado los anteriores enfoques politológicos del liderazgo político. En segundo lugar, los enfoques previos de la ciencia política habían olvidado –y aún olvidan– el carácter simbólico de la acción política de los actores individuales y, más aún, el efecto que tienen las decisiones individuales (como las del presidente) en el seno de una democracia. En tercer lugar, la teoría de Pierre Bourdieu permite recuperar el análisis micro en un enfoque equilibrado entre sujeto y contexto, atendiendo al carácter simbólicamente violento y comunicativo del ejercicio del liderazgo entre un conjunto de actores. Por último, el “nuevo liderazgo” abre un espacio integrador a distintas teorías, por lo que adquiere un carácter ecléctico que permite su combinación con los planteamientos del constructivismo estructuralista.

En suma, el objetivo principal es ofrecer un enfoque más adecuado para el estudio del liderazgo que tome en consideración tanto los elementos simbólico/legitimadores y subjetivos –acciones personales–, como los estructurales u objetivos –contexto y/o estructura social– implicados en dicho fenómeno. Así, una de las preguntas fundamentales que aquí nos planteamos es: desde la visión de un líder –elemento abstracto y subjetivo en el momento inicial de su concepción intelectual–, ¿cómo se consigue construir un proceso de liderazgo efectivo?

Para intentar una respuesta, en el presente artículo se analiza la relación de fuerzas y la coacción simbólica ejercida dentro de la relación líder/seguidores; luego, se desarrollan los conceptos de “marco”, “habitus” y “campo” como categorías analíticas para el estudio del liderazgo; tales categorías se entienden desde una perspectiva temporal o diacrónica, en tanto que el liderazgo es un proceso de construcción sociocultural dependiente de la acumulación de bienes simbólicos y/o capital político en la esfera política. Finalmente, en las conclusiones se sintetizan las aportaciones.

El liderazgo político en el constructivismo estructuralista: subjetividad, violencia simbólica y competencia política

Santiago Delgado señala que no existe una única opción desde la cual estudiar el liderazgo político: “la actitud que creemos más acertada y coherente es la de formular un enfoque conceptual propio y ecléctico [...], resultado de la integración de distintos conceptos y orientaciones” (Delgado, 2004: 24). Siguiendo esta lógica, la propuesta aquí desarrollada se inserta en el constructivismo en general,15 y el constructivismo estructuralista de Pierre Bourdieu en particular. Por su parte, esta perspectiva afirma el carácter artificial de la política y de la sociedad,16 en tanto que una posición naturalista llevaría a centrarse en elementos de carácter actitudinal y conductista que buscan explicar el “por qué”.

Desde el constructivismo, en cambio, se pretende estudiar el “cómo”, por lo que se pone especial atención en profundizar en las realidades subjetivas y simbólicas configuradas/con-figuradoras por/de la vida pública, en función de las que se construye, reproduce y opera el liderazgo. Las instituciones, las ideas, las normas y el liderazgo se conciben como constructos y/o fenómenos sociales configurados mediante la relación intersubjetiva que mantienen los individuos y la sociedad (Parsons, 2010: 80-81), entendidos los primeros como sujetos sociales que a la vez son productos y productores de la segunda. A cada uno de esos constructos y/o fenómenos sociales se les atribuye un conjunto de significados definidos y redefinidos por los agentes sociales,17 los cuales, a su vez, están condicionados –al tiempo que en mayor o menor medida son configurados– por el contexto social en que se encuentran. Por eso, tal y como aquí se entiende, el constructivismo representa un enfoque adecuado para el estudio de las realidades sociopolíticas en el contexto de las subjetividades y/o las intersubjetividades de los actores políticos individuales y colectivos. De este modo, si tal enfoque se pregunta por el “cómo”18 se producen tales realidades,19 en consecuencia introduce un claro énfasis tanto en las decisiones y las posibilidades del sujeto, como en las situaciones sociales condicionadas por las interacciones entre los individuos y sus contextos.20 Como defiende Craig Parsons (2010: 80) “vivimos en un mundo que hemos construido nosotros mismos”,21 lo que añade un carácter variable y dinámico a los procesos políticos y sociales. De esta forma, el constructivismo permite aprehender las realidades sociopolíticas en entornos cambiantes como las democracias representativas.

Para quienes pretenden ocupar posiciones de liderazgo político en dichas democracias, son tan importantes los recursos materiales de poder –tales como los recursos económicos y los recursos de coacción– así como:

[...] los recursos simbólicos de poder, como son la información, la cultura, la religión o el derecho:22 [...] que proporcionan la capacidad de explicar [y justificar y/o legitimar] la realidad social, dando de ella la versión más favorable a los propios intereses (Vallès, 2007: 32).

Para Bourdieu, tales recursos simbólicos de poder impregnan todos los campos sociales, en tanto que la dominación se halla también en lo simbólico.23 Así, por ejemplo, mediante las instituciones del Estado, se transmiten estructuras cognitivas (izquierda/derecha, público/privado, centro/periferia, etcétera) y evaluativas (legal/ilegal, justo/ injusto, democrático/antidemocrático, igualitario/discriminatorio, etcétera), obteniendo su conformismo y aceptación. A juicio de Bourdieu, las relaciones simbólicas de dominación constituyen actos de comunicación, de creación de sentido y sumisión/obediencia, que permiten que terceros realicen determinadas acciones. Asimismo, dichas relaciones –que conforman un poder movilizador (Bourdieu, 2014: 228-229)–, cuentan con el apoyo del Estado, principal constructor del orden simbólico que las legitima y sustenta. A través de tales relaciones, los sujetos pueden transmitir un objetivo y/o visión para cumplir con una acción y obtener la obediencia de otros. Sin duda, esto permite introducir el liderazgo como elemento clave de la coacción simbólica establecida por medio del choque de fuerzas exitoso para quien se erige en líder político.

Ahora bien, ¿cuál es la diferencia que lleva a que un líder político sea obedecido de modo diferente a un agente de la ley? Aparentemente, la diferencia es sencilla ya que un agente consigue la obediencia en tanto instrumento coactivo del Estado que vela por el cumplimiento de las funciones asignadas a este. En cambio, un sujeto consigue auparse como líder dentro de un partido político, organización cívica, u asociación,24 porque transmite un objetivo político que es capaz de seducir a sus seguidores y militantes; dispone de un “capital simbólico” que permite cierta predisposición de los individuos a aceptar su “idea” u “objetivo” (Joignant, 2012: 594); y porque se convierte en administrador especializado de estos bienes simbólicos entre sus allegados. Además, mediante este objetivo político el líder crea un orden simbólico que incorpora conocimientos, valoraciones y definiciones significativas de la realidad.25 Sumado a ello, el contexto sociocultural condiciona –en buena medida– la definición (y aceptación) del objetivo político, la acumulación (o no) de capital simbólico, así como el modo en que un sujeto se torna y/o legitima (o no) en tanto administrador de ciertos bienes simbólicos.

Así, la conservación del liderazgo democrático depende, en parte, de la correspondencia entre las estructuras objetivas y las subjetivas, es decir, de la relación existente entre el objetivo y/o visión que transmite quien ejerce un liderazgo y la realidad sociocultural que funge como contexto. La manera de entender y afrontar esta realidad contextual –y por lo tanto las percepciones y/o alternativas que el líder propone ante ella– es determinante en la construcción y/o reproducción del liderazgo, ya sea que se trate de un partido político, gobierno, representación pública u organización. De cualquier modo, y contemplando ambas dimensiones, en el corto plazo el líder se mantiene en la medida en que por medio de su subjetividad transmite una visión capaz de definir su posición entre sus seguidores dentro de la arena política y, en el largo plazo, a través del proceso de acumulación de diversos bienes simbólicos que posibilitan el reconocimiento de su liderazgo como diferenciado de los demás o confrontado a ellos, al tiempo que consigue hacer partícipes de la lucha por dichos bienes a otros posibles competidores.

Sintetizando, el enfoque del constructivismo estructuralista: a) concibe al liderazgo político como un proceso relacional y sociocultural que excede las acciones individuales por decisivas que éstas sean,26 y –por ende– se construye mediante la interrelación y choque de fuerzas entre las subjetividades del líder y de sus seguidores; b) permite aprehender o comprender “cómo es” el proceso de construcción y/o reproducción del liderazgo político o, mejor dicho, “cómo” se transmite y/o define la visión desde el líder hacia las redes de apoyo que, en mayor o menor medida, lo sustentan y con las que interactúa; c) se caracteriza por el dinamismo e interdependencia de las estructuras subjetivas y las estructuras objetivas; d) entiende el liderazgo tanto desde una perspectiva micro como macro social, puesto que ambos se sostienen gracias a la acumulación de “bienes simbólicos” administrados por el líder, y negociados entre este y sus seguidores, en los contextos socioculturales en que se hallan. En suma, si bien desde el constructivismo se entiende el liderazgo político como mera construcción subjetiva del líder y/o de los seguidores que lo apoyan mediante pensamientos, creencias y discursos que desarrollan unos y otros, desde el constructivismo estructuralista se propone un análisis integrado, tanto de la vertiente subjetiva –voluntad, pensamientos, creencias, ideas, discursos del líder, etcétera–, como de la vertiente objetiva –contexto sociocultural e histórico, correlación de poder entre los actores políticos, partido de pertenencia del líder, equipo, etcétera–.

Las relaciones de fuerza en el liderazgo: marco, habitus y campo

“Marco”,27 “habitus” y “campo” son conceptos utilizados en el estudio de diversas realidades sociopolíticas. Nuestra propuesta, a partir de la cual han sido practicados varios estudios de caso sobre diferentes líderes, se centra en la sistematización de dichos conceptos para aplicarlos al estudio del liderazgo político.28 Dentro de esta perspectiva, ciertos autores han recurrido a las herramientas y perspectivas del constructivismo estructuralista, tanto para estudios empíricos como para propuestas teóricas sobre liderazgo y relaciones de poder. Entre ellos, puede citarse la propuesta que entiende al liderazgo como una forma de capital político;29 el trabajo de Craig (2013) sobre el habitus y el campo en el discurso del primer ministro de Australia, Kevin Rudd; la reconceptualización de Joignant (2011 y 2012) que se propone el estudio del capital político en la élite política chilena; el análisis del campo entre los directivos de los bancos escoceses durante la crisis de principios del siglo xxi de Kerr y Robinson (2011) y el estudio del liderazgo educativo en los centros británicos.30

En este apartado se pretende aclarar dichos conceptos y sus posibilidades como categorías analíticas para, finalmente, ofrecer un esquema que permita articularlos en el estudio del liderazgo político. Desde esta perspectiva, se concibe el liderazgo como una relación de negociación entre el líder y sus seguidores; una relación no pacífica ni armoniosa, sino caracterizada por un alto componente de tensión o violencia simbólica. Como hemos dicho, el liderazgo implica una relación de fuerzas de un actor con respecto a terceros, y siempre que dicha fuerza consiga la movilización o la aceptación de otros agentes, es decir, siempre que transmita elementos cognitivos y valorativos (visión) aceptados, se podrá hablar de liderazgo.

El “marco primario” como esquema para proyectar la visión política

El proceso de comunicación de la visión es fundamental en cualquier relación en la que se presuma que existe cierto liderazgo político.31 La visión, como se ha dicho, consiste en una aspiración o imagen que pretenderá reflejarse en un proyecto factible: modernizar las condiciones socioeconómicas de determinada sociedad, democratizar las estructuras sociopolíticas, recuperar los valores tradicionales de una cultura, conseguir el dominio de un Estado en cierta región del mundo, etcétera. Se trata de algo para lo cual el líder necesita la colaboración, aceptación y/o ayuda de sus seguidores, así como saber interpretar las claves contextuales y socioculturales de la sociedad en la que interviene, se construye y reconstruye su liderazgo.

Así, esa visión compartida, organizada y construida discursivamente exige cierta elaboración, construcción y manipulación que la haga atractiva, convincente, creíble, seductora, especialmente visible y factible. Para eso, dicha visión queda enmarcada por el líder a través de sus discursos, sus proclamas y sus argumentos, lo que algunos autores como Goffman (2006) han denominado “marco” o “framing”: una suerte de esquema en el que queda incluida esa visión o parte de la misma, de forma que pueda ser comprendida y aprehendida por los seguidores, cumpliéndose ese acto del líder como comunicador y generador de sentido en una relación de fuerzas (Bourdieu, 2014: 228; Max DePree en Díaz-Carrera, 2014: 188).

Nuestra experiencia se halla dividida en diferentes universos de existencia. Cada uno de estos subuniversos –“marcos”– tiene sus propias leyes de funcionamiento –de verosimilitud–. La experiencia se organiza, por tanto, en una serie de dominios separados: dominios de relevancia. Cada uno de estos dominios no implica simplemente un paquete de información, sino una serie de procedimientos generativos a partir de los cuales se va a dar sentido a la experiencia. A partir de los marcos de interpretación seleccionamos, entre la multitud de aspectos que se ofrecen a nuestra percepción, aquellos que son relevantes los coordinamos en un esquema que les da sentido [...] (Martín-Criado, 1998: 61).

Primero, esto implica reconocer que el universo de la experiencia se divide en esquemas mentales o conjuntos de elementos cognitivos y valorativos de la realidad que permiten conocerla y dotarla de sentido. Segundo, estos conjuntos o “dominios” tienen reglas propias y son aplicados conforme el sujeto considera más conveniente en cada momento.32 Tercero, de esa gestión que cada sujeto realiza de los marcos se produce una redefinición de la realidad. Y cuarto, estos esquemas son aprendidos, socializados y construidos por cada individuo con respecto a sus propias vivencias. Aunque puedan parecer entes abstractos, lo cierto es que los marcos tienen carácter sociopsicológico que los activa conforme se producen determinadas contingencias en la interacción social (Goffman, 2009: 270). Es decir, los marcos han sido, en cierto modo, interiorizados a partir de la experiencia individual y mediante condicionamientos estructurantes y psicológicos.

Es importante resaltar el carácter dinámico de los marcos, ya que el que está en juego en una interacción social –como la que se produce entre líder y seguidores– es negociado por parte de los actuantes.33 De esa forma, el líder debe generar, producir y/o imponer un “marco primario”34 que permita entender (e imponer) las metas, el sentido y la motivación por la cual quiere atraer, seducir y, finalmente, movilizar a sus redes de apoyo. Por lo tanto, un marco del “objetivo político” y/o “visión” capaz de obtener ese efecto movilizador debe ser elaborado, negociado y aplicado estratégicamente por el líder.35

El marco primario –que incluye el objetivo político que motiva al líder– representa un elemento de carácter reflexivo, en tanto que asienta las directrices entre las que se desarrollan –y desarrollarán– las interacciones entre el líder y sus partidarios. Es en los momentos de crisis cuando se abren ventanas de oportunidad, en aquellos episodios de disonancia donde no existe correspondencia entre las estructuras subjetivas y las estructuras objetivas, cuando un líder cae en el descrédito o pérdida de liderazgo; y es entonces, cuando es posible introducir un nuevo marco mayoritario, un nuevo sentido de la acción política. Este nuevo marco deberá ser elaborado por el líder o correrá el riesgo de que entre sus seguidores o entre los adversarios políticos que no ostentaban posición de dominación, se puedan producir nuevos marcos de los que surja un “marco mayoritario” que defina nuevos horizontes, nuevas metas y un nuevo objetivo, donde el líder anterior ya no tiene cabida como tal.

Esto lleva a que el individuo que pretenda ejercer el liderazgo precise de una competencia social para moverse en el marco político –en el universo simbólico que ha creado–, lo que implica “adquirir una competencia interpretativa y cognitiva” (Martín-Criado, 1998: 61). En otras palabras, un líder político es un sujeto con habilidades adecuadas de interacción social que, además, sabe proyectar una imagen de sí mismo y de sus seguidores. Ello lo habilita para construir nuevas sociabilidades y, por ende, lo capacita para gestionar y negociar los marcos de forma consciente o inconsciente.36

Por tanto, el análisis de cómo el líder político enmarca su visión, implica: a) identificar y describir el esquema o “marco primario” imperante en una serie cronológica de relaciones entre líder/seguidores; b) identificar los otros marcos que han estado en juego o habrían podido estarlo en ese horizonte temporal; c) observar cómo se ha negociado y/o renegociado el marco primario en dicha relación simbólica de fuerzas; d) y, muy importante en los casos de interacciones sociales de pérdida de liderazgo donde no se produce una movilización de los seguidores, observar si el marco anteriormente primario ha perdido vigencia o si los seguidores o adversarios que no disfrutaban de una posición de poder, han impuesto un nuevo marco frente al supuesto líder.

Habitus: principio generador de los esquemas de acción y de pensamiento del líder

Ahora es pertinente plantearse cómo el sujeto se dota de determinadas habilidades sociales para convertirse en líder:37 ¿cómo un sujeto adquiere ciertas destrezas de interpretación de la realidad sociocultural, conocimientos de negociación y renegociación e interacción social? Al respecto, el concepto de “marco” difícilmente puede responder a esta pregunta ya que está centrado principalmente en la interacción social que se produce en un contexto concreto al tiempo que representa un “dominio práctico” o “esquema mental”. Por ello, la noción de “habitus” es más apropiada para conocer el proceso de construcción social del líder como actuante social durante un horizonte temporal definido por un marco que ha impuesto, y no observarlo como actor que interpreta un papel en tiempo y espacio aislados.38

El habitus representa un intento de Pierre Bourdieu por superar esa escisión entre sujeto y medio, entre acción y estructura, entre “hombre y mundo” en palabras de Ortega y Gasset (2010). Esta escisión apunta a la mencionada controversia entre las visiones subjetivista –centrada en las características y acciones personales– y objetivista del liderazgo –focalizadas en las estructuras y contextos–. El habitus puede definirse como:

Un sistema de disposiciones durables y transferibles –estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes– que integran todas las experiencias pasadas y funciona en cada momento como matriz estructurante de las percepciones, las apreciaciones y las acciones de los agentes de cara a una coyuntura o acontecimiento y que él contribuye a producir (Bourdieu, 1972: 178).

La primera característica del habitus establece que es un sistema39 entendido como conjunto de esquemas generadores de sentido por medio de los que la persona se relaciona con el mundo externo, lo conoce, lo aprehende y lo interioriza. Así, el habitus tiene carácter eminentemente destinado a dotar de significado y de contenido a los diferentes ámbitos de la vida. En tanto el marco tiene carácter cognitivo, interpretativo y reflexivo, el habitus es una matriz organizativa de los esquemas de sentido más generales que mantienen cierta unidad del sujeto. Así, el marco, es un dominio particular y autónomo que define y/o interpreta un contexto o interacción social.40

Este sistema, el habitus, dota de cierta estabilidad y unidad41 a lo largo del tiempo y tiene carácter eficaz, en cuanto esquema que orienta la percepción y la práctica de los sujetos –su pensamiento y acción–, más allá de su conciencia y su discurso. Es preciso aclarar que el carácter estable del habitus no implica que permanezca inalterable, sino que está sujeto a diversas mudanzas sociohistóricas conforme se desarrolla la experiencia en la trayectoria vital del sujeto. Estos esquemas son “estructuras estructuradas” que representan la interiorización de los grupos, las instituciones y los agentes sociales por parte del propio individuo; y también son “estructuras estructurantes” porque consolidan al sujeto como agente transmisor de esas estructuras internas hacia otros (Bourdieu, 1988a: 170-171). Desde esta lógica, ni los sujetos son totalmente libres porque el habitus es algo que no se ha elegido, ni las estructuras objetivas son completamente determinantes, en tanto que el sujeto reactiva su habitus en distintas interacciones y circunstancias al tiempo que produce una amplia gama de prácticas.42

Por último, el habitus actúa como matriz que ordena los conocimientos, las valoraciones y las prácticas del sujeto. Es en este punto donde se observa cómo los conceptos de marco y habitus están imbricados, ya que los esquemas productores de sentido se añaden y usan en dominios prácticos entre los que no se experimenta el principio de contradicción (Martín-Criado, 1998: 64). Es decir, los esquemas mentales que representan los marcos o dominios de la práctica son unificados y ordenados por el habitus en el interior de un sujeto.

Ahora bien, ¿qué implicaciones tiene el habitus y cómo se relaciona con los marcos en el análisis del liderazgo? La primera implicación fundamental es que el líder logra cierto dominio sobre los marcos por medio de competencias sociales que adquiere, a la vez que tiene lugar el proceso de configuración de su habitus. Anteriormente, habíamos planteado que el líder define un “marco primario” que encierra un objetivo y que intenta seducir a sus seguidores. Este marco impera durante un plazo temporal estable en el que existe correspondencia entre las estructuras objetivas y subjetivas. A lo largo de dicho período, el habitus del líder –y el de sus seguidores- actuará conforme al sentido que dicho marco le ha proporcionado, desarrollando en el habitus de cada uno tareas de funcionamiento y actuación rutinarias conforme al papel que ocupa cada actor. Por lo tanto, el habitus supone un guión para actuar de forma cotidiana en el entorno político y de acuerdo con el significado que se la ha transmitido, mientras que el marco constituye un elemento más reflexivo y elaborado a partir de un proceso de creación de sentido. Metafórica y sintéticamente, el habitus es el papel que cada actor político interpreta y ejerce, mientras que el marco primario recoge el conjunto de la obra que define las posiciones de poder, la meta política como desenlace y lo que se espera de cada actor en conjunto para el buen desarrollo. En algún momento la obra finalizará; puede que el líder abandone el escenario político, o no convenza al público y a los actuantes porque la sociedad y sus seguidores observan incoherencias y/o desajustes entre las estructuras objetivas y subjetivas. Entonces se abrirá una crisis de liderazgo. En estas coyunturas de ruptura y/o inestabilidad el líder puede intentar cambiar el marco primario y por tanto, abrir un nuevo horizonte político, o puede producirse la aparición de otro líder. ¿Cómo es posible que el líder político altere la situación con un nuevo marco y/o cambiando el marco que había interpretado su habitus hasta el momento, cuando su habitus estaba acostumbrado a actuar conforme a unas directrices? Para dar cuenta de ello es preciso observar las posibilidades de cambio y reestructuración que se producen entre marco y habitus en el seno de un sujeto.

Aunque a primera vista el marco está dotado de un carácter más reflexivo y elaborado –ya que muchos marcos son el resultado de un proceso de creación y modificación por parte de distintos actores y agentes–, al tiempo que el habitus adquiere un carácter más mecánico y adaptado al contexto como conjunto ordenador de los esquemas mentales en el interior de un sujeto, existe una clara interrelación entre ellos que permite explicar claramente la actitud y el comportamiento del líder político en el interior de un entorno y período de– terminado.43 Cada esquema mental –marco– separado uno de otro, está presente en el tiempo y existe con independencia del propio sujeto, en tanto que a lo largo de su socialización y su experiencia vital, los va incorporando a través de la acción de distintos actores en su interior gracias a una labor de agencia que conforma –y conformará– su habitus, su interpretación del marco (gráfico 1).

Gráfico 1.

Interiorización de marcos por habitus y posterior transmisión

(0.12MB).
Fuente: elaboración propia a partir de Bourdieu (1972, 1988a, 1989 y 2007), Gofman (2006) y Martín-Criado (1998).

Como se observa en el gráfico, durante el proceso de socialización del líder –y de los sujetos– se reciben e interiorizan marcos –sentidos– a partir de la familia, la educación, los medios de comunicación y los grupos de pares –amigos, compañeros, etcétera–. Por tanto, ese carácter automático de unificación y reproducción del habitus ha sido posible gracias a la introducción de esquemas mentales –marcos– que han sido elaborados, modificados y condicionados por gran cantidad de interacciones sociales previas. Dicho de otra forma, los marcos que se adquieren durante las distintas etapas de la vida incorporan la reflexividad de actores e interacciones anteriores en el tiempo ya que se está interiorizando el debate, la violencia simbólica y el pensamiento de otros sujetos, instituciones e incluso generaciones de seres humanos. En este sentido, el habitus que unifica tales marcos y los aplica con carácter economizador, directo e inmediato, perfecciona el dominio de dichos marcos mediante la práctica continua y las experiencias adquiridas por medio de esa práctica ejercida una y otra vez en distintos entornos (participación en clase, medios de comunicación, interacción con iguales, asesoramiento, etcétera). A través de sucesivas repeticiones, el individuo como actuante social consigue moldear, pulir y mejorar –como si de un arte se tratase- su control de los marcos y la modificación de los sentidos, como dice Martín-Criado:

Es solo por el proceso de familiarización práctica en un universo de prácticas similares que podemos dar cuenta de esta competencia [...] La metáfora de la formación del hablante ‘competente’ no la encontraríamos en el estudioso de diccionarios y gramáticas, sino en el bailarín que aprende a bailar bailando, que adquiere por repetición de la práctica, el sentido de los movimientos que tiene que hacer en cada momento. Esta adquisición práctica, inconsciente –pero no reprimida– del orden social es la que pone tan bien de relieve Goffman (Martín Criado, 1998: 63).

Por tanto, es por medio de la práctica y la repetición continua como el habitus introduce el cambio paulatino –pero no automático– en el marco. En este sentido, el habitus –las habilidades sociales de comprensión y significación de los marcos– de un líder político se ha desarrollado a través de la experiencia a lo largo de su vida tras pasar por infinidad de interacciones sociales: socialización primaria, socialización secundaria, etcétera. Dichos marcos pueden ser modificados y sustituidos mediante la práctica, como ya se ha explicado, y estos cambios se pueden producir debido a factores como: su participación en el campo, un nuevo adversario político, la aparición y/o adquisición de nuevos marcos; especialmente en aquellos casos de disonancia entre las estructuras subjetivas y las estructuras objetivas –crisis, reformas políticas, aparición de un adversario político por el liderazgo, nuevos horizontes ideológicos, etcétera–. En estos casos de desajustes estructurales, el sujeto cuyo habitus tiene carácter automático y directo debe ponerse a prueba en lo que se denominan los mercados de la interacción, es decir, distintos escenarios comunicativos que requieren una nueva interpretación de su papel (Martín Criado, 1998: 64-65). En la medida en que el sujeto, el líder, consiga crear un nuevo marco y adaptar su habitus para producir y actuar con sentidos más acordes con las nuevas circunstancias imperantes en un entorno social fracturado, tendrá capacidad para reducir la disonancia, superar dicha coyuntura crítica y garantizar la continuidad de su posición dominante.

En una serie de recientes estudios que han aplicado el enfoque del constructivismo es– tructuralista al liderazgo de José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del gobierno de España, se ilustra la relación existente entre habitus, marco y campo.44 Durante su socialización primaria había adquirido los marcos correspondientes a los valores del socialismo y la democracia, conformando un habitus que lo llevó a integrarse en el Partido Socialista Obrero Español (psoe)e iniciar su carrera política como diputado en la década de los ochenta.

Entre 1996 y el 2000, el psoesufrió una crisis de liderazgo tras la derrota electoral de Felipe González y se abrió una situación de desajuste estructural entre las expectativas de los militantes socialistas y el fracaso político. El marco que había definido González había perdido vigencia y capacidad de convicción, sus partidarios no terminaban de observar una coincidencia entre lo que él proponía y la realidad política. En esta coyuntura de fractura del campo político de los socialistas y de pérdida de vigencia del marco mayoritario de González, se abría un horizonte que posibilitaba la aparición de nuevos líderes que no habían ostentado una posición de dominio. Es aquí donde surge el habitus negociador y conciliador de Zapatero que había sido puesto a prueba durante esos años, especialmente en los enfrentamientos entre “guerristas” y “renovadores”, en el seno de su partido, y donde había optado por una posición ajena al conflicto entre grupos partidistas. Así, este nuevo actor, produjo un marco más cercano a la democracia social que a las tradicionales posturas socialistas y socialdemócratas, lo cual era más atractivo ante una sociedad que llevaba más de dos décadas de democracia.

A partir de la transmisión de este marco que permitió diferenciarle de otros candidatos socialistas, creó una corriente interna denominada “tercera vía” donde reunió a distintos miembros de la élite del psoeque no habían sido cercanos a González y venció en un proceso de primarias que lo condujo hacia la candidatura a la presidencia del gobierno y culminó con la victoria electoral en 2004, lo que supuso un ascenso en distintos campos políticos. Durante su primera legislatura, su habitus desarrolló una política –reconocimiento de nacionalismos periféricos, recuperación de la memoria histórica, multiculturalismo, matrimonio homosexual, etcétera– acorde con el marco político que había definido. Un marco democrático y defensor a ultranza de los derechos civiles y sociales,45 a la vez que su habitus transmitía un marco de su visión política de España que se correspondía con dichas actuaciones.

En su segunda legislatura, el inicio de la crisis económica supuso una ruptura en el marco, por lo que su habitus adoptó la estrategia de enmarcar la realidad como una “recesión económica” y procedió a actuar conforme al significado que proponía de un contexto económico poco grave. Sin embargo, el avance de los efectos más perjudiciales de la crisis –desempleo, aumento de la deuda, etcétera– creó un claro desajuste entre el marco trasladado a sus seguidores y el contexto. Cuando cambió tal marco –aceptando en su discurso la auténtica crisis entre 2010 y 2011– y su habitus actuó conforme a dicho sentido, fue demasiado tarde para corregir la disonancia que había creado entre las estructuras subjetivas y las objetivas. Ello terminó con su derrota electoral en 2011 y su abandono del campo político. En definitiva, los intentos de variación del marco mayoritario –marco de “recesión económica” primero y marco de “crisis financiera” más tarde–, y la actuación de su habitus conforme a dichos guiones políticos, no consiguieron mantener coherencia con la realidad objetiva llevándolo a la pérdida de su posición de dominación, así como a una crisis de liderazgo en el psoe que ha perdurado durante algunos años.

Como se ha ilustrado, para estudiar el habitus de un líder es necesario observar cómo se ha producido ese proceso de interiorización de las estructuras objetivas, especialmente durante su socialización primaria y secundaria.46 Estas estructuras objetivas de las que habla Bourdieu son la familia, el colegio, el grupo de amigos y/o la clase social, entre otros. El habitus expresa cierta “génesis social de una parte de los esquemas de percepción, de pensamiento y de acción” (Bourdieu, 1988a: 128). Esto es, el habitus se constituye en un esquema organizador de las prácticas sociales (Joignant, 2012: 594), por lo que es fundamental su estudio empírico para saber de acuerdo con qué patrones y/o sentidos –marcos– los actores sociopolíticos han llevado a cabo sus acciones, prácticas y estrategias. Así, en una investigación empírica, se hace necesario reconstruir la biografía política del líder, intentar comprender sus acciones políticas en su trayectoria vital, y, de este modo, producir un relato de sus prácticas políticas contextualizadas a lo largo de las sucesivas y diversas situaciones que ha vivido. Para ello serán muy útiles las entrevistas en profundidad con el líder y/o con el equipo de personas que contribuyó al desarrollo de su liderazgo, así como la investigación sociohistórica para indagar y contrastar, mediante fuentes secundarias, los acontecimientos cruciales que marcaron la citada biografía política. En otras palabras, la comprensión cabal del habitus del líder político solo es posible atendiendo al conocimiento sistemático de la biografía y/o historia de vida concreta del líder. Es decir, los métodos biográfico e histórico47 –la “razón narrativa” y la “razón histórica” en palabras de Ortega y Gasset– juegan un papel clave en el conocimiento y comprensión del habitus.

El campo político como escenario de luchas simbólicas

Hemos referido a la importancia de la negociación del “marco primario” en la relación que el líder político mantiene con sus seguidores, así como las implicaciones que tiene el habitus como principio generador de los esquemas de acción y de pensamiento del líder conforme a dicho marco. Ahora bien, estos conceptos, que pertenecen especialmente al ámbito de la intersubjetividad y la subjetividad, deben ser completados por la introducción de la estructura objetiva que es el campo y, más concretamente, por el “campo político” que es donde opera el habitus del líder. Bourdieu lo define como: “estructuras objetivas, independientes de la conciencia y de la voluntad de los agentes, que son capaces de orientar o de coaccionar sus prácticas o sus representaciones” (Bourdieu, 1988b: 128). Una definición más detallada sobre el “campo” la encontramos en Martín-Criado:

sistemas de relaciones entre posiciones que se comprenden, en primer lugar, por los procesos de competencia en su seno, [y donde] la ocupación de posiciones superiores no vendría determinada por la decisión de un señor o clase dominante, ni por procedimientos burocráticos de ascenso, sino por las propias luchas en el campo [...]. [Un campo es un] espacio jerarquizado de interdependencias que constriñe la acción de los incluidos en su seno (Martín-Criado, 2008: 15-16 y 25).

A la luz de estos enunciados, las características de los campos vendrían determinadas por los siguientes aspectos. En primer lugar, son escenarios y/o espacios externos –objetivos– al sujeto donde se producen las luchas y la competencia por la definición de las posiciones de cada participante y la obtención de un capital determinado. En segundo lugar, las posiciones de los sujetos están definidas jerárquicamente, lo cual delimita y orienta las posibles decisiones y acciones que pueden emprender los participantes. En tercer lugar, como las posiciones jerárquicas no vienen determinadas por agentes ni organizaciones externas sino por el juego que se produce entre sus integrantes, el campo se dota de especial autonomía con respecto a otros campos. Esta autonomía es la característica central según sostienen los estudiosos del campo. Por un lado, Fligstein y McAdam (2012) han centrado su atención en los procesos de creación de los campos y las relaciones de interdependencia que se producen entre unos y otros, pudiendo estar desconectados, mantener una relación de dependencia o ser interdependientes. Para ello, los autores establecen una serie de relaciones entre el campo del Estado y los campos no estatales. Además, se preguntan por cómo la mayor o menor autonomía de un campo concreto incide en el cambio de este, especialmente a raíz de la afirmación de nuevas relaciones de interdependencia dentro de ese campo, entre otras causas. Por otro lado y en relación con los nexos inter campos que establecen los anteriores autores, Martín-Criado señala, a diferencia del concepto de “aparato” de Norbert Elías, que el Estado actual se ha expandido y, debido a su dispersión, se ha fragmentado en diversos campos (Martín-Criado, 2008: 19-20).48 Al respecto, el concepto de “sectores” aportado por Dobry, que él define como esferas sociales interconectadas y fuertemente jerarquizadas mediante lógicas sociales propias, permite entender el Estado como un entramado complejo. Entre estos planteamientos, existe un punto en común: la estructura estatal supone una organización de entramados y/o agrupación jerarquizada con capacidad de imposición normativa. Esta propuesta de conceptualización desde la óptica de los campos conecta con la tradicional definición ofrecida por Max Weber. Por lo tanto, es aquí, en dicha comprensión del Estado como un conjunto de campos más o menos interconectados y/o desconectados, donde se ejerce la violencia simbólica del político en su intento de erigirse como líder en el seno de las democracias. En este punto, Gaxie (Joignant, 2012: 604), distingue, atendiendo a un criterio de organización territorial del poder dentro de un Estado, entre el “campo político central” y los “campos políticos periféricos” que juegan un mayor o menor peso en la obtención del liderazgo en los Estados unitarios y los Estados federales, respectivamente. De forma que, Joignant señala como muchos políticos de países federales como Argentina, Brasil y México han obtenido su liderazgo gracias al poder territorial acumulado en una región o federación.

Por tanto, un análisis del liderazgo político mediante el concepto de campo debería desarrollarse en base a las siguientes ideas: primero, en su perspectiva sincrónica un campo político se presenta como un sistema de posiciones y de relaciones entre posiciones; esto es, el líder político puede acumular poder en sus interacciones con otros agentes –seguidores, competidores, opositores, etcétera–. Segundo, un campo político define, entre otras cosas, lo que en él está en juego y los intereses específicos del mismo. Cada campo político engendra el interés que le es propio, condición de su funcionamiento. Tercero, la estructura de un campo político es un estado de la distribución del poder en un momento dado del tiempo, así como del capital específico que está allí en juego. Cuarto, un campo político constituye un espacio de luchas destinadas a conservar o a transformar las antedichas relaciones de fuerza. Quinto, un campo político específico entendido como espacio de luchas, implica no olvidar que los agentes comprometidos en las mismas tienen en común cierto número de intereses fundamentales. Sexto, al hablar de luchas permanentes, de acumulación de capital y de estado de relaciones de fuerza se está considerando a los campos políticos en su aspecto dinámico e histórico, a la vez que como ámbitos en los que los liderazgos despliegan el poder duro. Y, por último, los límites de cada campo político y sus relaciones con los demás campos políticos se definen y redefinen históricamente. Ello implica una redefinición permanente de la autonomía relativa de cada uno de los campos políticos.

El campo político o los campos políticos en los que interactúa el líder representan los diferentes escenarios en los que desempeña su acción. Por eso, es preciso observar en qué campos participa el líder junto a los seguidores y/o adversarios situados en los mismos. Aquí, se debe prestar atención en aquellos momentos de colapso y discontinuidad de los marcos en los que existe falta de correspondencia entre las estructuras subjetivas y objetivas. Pues es en dichas coyunturas cuando el marco primario que imperaba y el habitus del líder dejan de tener vigencia para sus partidarios, abriéndose la posibilidad de la creación de un nuevo marco por él u otros, y, consecuentemente, se produce una redistribución de las posiciones de jerarquía y dominación dentro del campo político. Es aquí donde la acumulación de capital político por parte de terceros inmersos en dicho campo puede propiciar la entrada de nuevos participantes en un campo político o su ascenso a una posición de dominación con la creación de un nuevo marco primario.

Estas ideas llevan a la siguiente conclusión: no es posible crear una teoría general o sistematizada del campo político. Al contrario, cada campo político tiene límites estables, capitales concretos en juego, actores en posiciones determinadas y una serie de luchas internas cargadas de violencia simbólica. Por lo que el estudio de un campo político determinado comienza por un trabajo descriptivo y cualitativo ineludible del cual se podrá derivar una interpretación más o menos profunda del primero.

El uso del campo como herramienta metodológica aplicada al estudio de las realidades políticas se ha llevado a cabo de forma dispersa y a distintas velocidades.49 Es aquí donde se observa una ventaja del constructivismo estructuralista, la que ha llevado a que en algunos casos el concepto se ensanche, constriña o modifique según las necesidades y las percepciones de los seguidores de Bourdieu. Ahora bien, el estudio de un campo en el corto plazo o de forma sincrónica permite entender cómo el líder ha llegado a erigirse en quién es y qué posición ocupa hasta determinado momento, mientras que en el largo plazo el análisis del liderazgo en el interior de un campo político o varios campos políticos debe centrarse principalmente en los procesos de acumulación de distintos tipos de capital, pero especialmente de capital político –puesto que es la acumulación de capital político la que favorece el reconocimiento de un líder y la imposición de su visión política a través de un marco primario–.

El capital político: medio y fin de las luchas simbólicas por el liderazgo

La acumulación de capital y credenciales es uno de los fenómenos que sostienen las actuales sociedades democráticas, las cuales se orientan, en gran medida, por la meritocracia. Ya sea el individuo, la familia, las organizaciones o el mismo Estado, todos participan en ciertos procesos de acumulación de capitales, entendiendo este concepto no solo en su dimensión económica. Es necesario desprenderse de la concepción exclusivamente económica del capital procedente del marxismo originario, para poder comprender los procesos de acumulación de recursos, medios y beneficios realizada por los líderes políticos. El capital, en Bourdieu, se define como una fuerza dentro de un campo o energía de la física social en tanto que centro de gravedad de un espacio social; es decir, es aquello por lo que los miembros de un campo compiten y entran en conflicto, tendiendo a acumular por medio de la lucha de fuerzas.50 Ahora bien, como señala Bourdieu, el campo se define por el capital que se encuentra en juego y a cada campo le corresponde un capital distinto. En la obra del autor francés se distinguen cuatro tipos de capital: económico, social, cultural y simbólico (Fernández, 2013: 35). Esta noción de capital abarca aquellos recursos, medios y bienes que tienen valor y aportan no solo capacidad económica, sino también reconocimiento, premios, aceptación y la entrada a otros campos –espacios sociales–. Por lo tanto, la puesta en escena y la fuerza simbólica existente en el campo donde participa un líder y tienen un interés no exclusivamente económico.51

En la presente propuesta teórica, el capital posee un interés investigativo que se justifica en varias razones concretas. En primer lugar, como se ha dicho, el capital –especialmente el simbólico– permite el acceso a otros campos y de hecho, el acceso de los líderes al campo político exige la posesión de cierto capital político52 (Joignant, 2012: 596). Por ello, el capital político acumulado por un líder o aspirante a líder sirve como una tarjeta de invitación que le habilita a postularse como candidato y/o acceder a un campo político determinado. En segundo lugar, los líderes políticos tienden a acumular estos recursos y bienes a lo largo de su carrera política, tanto como un objetivo en sí como un medio que después emplean para progresar en la misma. Como señalan algunos autores, una reserva de capital político confiere al líder el poder de persuadir y motivar a sus seguidores para “resolver problemas” (Bennister, ‘T Hart y Worthy, 2012: 5). De ahí que la acumulación de capital político sea tanto un fin como un instrumento para las élites políticas. En tercer lugar, este proceso de acumulación que se desarrolla a lo largo de la carrera política, permite una consideración diacrónica y biográfica del líder que posibilitaría estudiar en profundidad su trayectoria y también una forma de dotar de sentido a las relaciones concretas existentes entre marco, habitus y campos a lo largo de esa carrera.

Desde hace relativamente poco tiempo, algunos estudios se dedican a las carreras de los políticos desde esta perspectiva diacrónica y biográfica, resultando muy importante identificar las instituciones en las que se inician y desarrollan sus carreras, ya que tales instituciones funcionan como fuentes sociales del liderazgo o medios para acumular capital simbólico.53 En el caso de América Latina se ha reconocido que mayoritariamente los políticos profesionales (diputados) inician sus carreras políticas en partidos políticos y en organizaciones estudiantiles, pero también –aunque en menor medida– en sindicatos, gremios, organizaciones sociales y movimientos religiosos, siendo en estos ámbitos donde acumulan la mayor parte de su capital político (Alcántara, 2013: 24).

Siguiendo a Alfredo Joignant (2012: 595), pueden delimitarse tres tipos generales de capitales políticos, los cuales –evidentemente– no agotan las variadas fuentes sociales del liderazgo que existen dependiendo del país o la cultura política en cuestión:54

  • El capital de “popularidad” o “notoriedad” del político representa su reputación y fama; el capital entendido como renombre es el resultado de la reconversión que el líder realiza de determinados beneficios adquiridos fuera del campo en cuestión y en un momento anterior. Por ejemplo, en España, cuando algunos alcaldes son promovidos como diputados nacionales, la gestión desempeñada en el municipio –campo político local– es reconvertida en reputación positiva como gestor que le habilita o facilita el acceso a la política nacional –campo político nacional–.

  • El capital político “heroico” o “épico” es aquel que se construye cuando el político ha desempeñado una acción exitosa en un momento de crisis. Este subtipo suele ser más escaso y apreciado, y tiene relación con el “carisma” de Bourdieu (1981: 18).

  • El capital “heredado” o capital “delegado” de la autoridad de una institución política. En este caso, el capital es traspasado al político por parte de una institución u organización de forma condicionada; se refiere a los distintos cargos de representación que el político ha ejercido en las instituciones políticas –ayuntamientos, parlamentos regionales y/o nacionales, presidencias, etcétera– y al interior de los partidos políticos. Estos capitales están condicionados por factores como el apoyo electoral, la temporalidad de mandato, los principios de legalidad, entre otros.

En un trabajo reciente, se presenta el índice de liderazgo como un tipo de capital político que puede ser medido e incluye, de forma agregada, otros subcapitales como las habilidades, las relaciones y la reputación del líder (Bennister, ‘T Hart y Worthy, 2012: 7). Por todo esto, podría decirse que el capital político “proporciona a sus poseedores una forma de apropiación privada de bienes y de servicios públicos” (Bourdieu, 2007: 30). Este proceso de apropiación privada implica la acumulación de recursos materiales y simbólicos por parte de sus poseedores, lo cual, a su vez, comporta que los líderes políticos traten de imponer y legitimar su visión entre sus seguidores mediante discursos y en detrimento de los actores desprovistos de tales recursos –si bien, el capital político, así como puede ir apreciándose, puede incluso depreciarse en determinadas épocas de desafección política y desprestigio de las élites políticas (Joignant, 2012: 598)–.

De lo anteriormente argumentado puede deducirse que el liderazgo político, concebido como proceso relacional construido socioculturalmente, implica que el líder disponga de las condiciones y habilidades para poner en valor los capitales acumulados a lo largo de su carrera política; de definir y/o redefinir el significado de dichos capitales de cara a la creación de un “marco primario” y, así, poder imponer una definición de la realidad mediante la visión por él defendida en algunas circunstancias concretas.

A modo de conclusión

El estudio del liderazgo político desde el enfoque del constructivismo estructuralista ideado por Pierre Bourdieu, implica (re)definir, relacionar y sistematizar los cuatro conceptos que se han expuesto: marco, habitus, campo y capital. Aunque el constructivismo estructura-lista es ya reconocido como enfoque sociológico de investigación, apenas ha sido tomado en cuenta por la ciencia política en el estudio del liderazgo y las élites; de aquí, su interés teórico analítico. En este artículo se han redefinido, relacionado y sistematizado varios conceptos, herramientas de utilidad para la ciencia política en futuros estudios sobre el tema.

A partir de los matices expresados en el presente artículo, y considerando que Pierre Bourdieu no tuvo en cuenta el concepto de marco –sino que es incorporado desde Goffman–, es pertinente establecer ciertas relaciones entre tales conceptos puesto que se encuentran imbricados y entreverados en la realidad sociopolítica.55

Desde esta perspectiva, el proceso de liderazgo comienza cuando un sujeto dentro de un campo consigue trasladar a otros –que están igualmente inmersos en ese campo– un marco primario –con un objetivo político– y movilizarlos para la consecución de una meta, situándose en posición de dominación dentro del campo. A partir de esta coyuntura, se inicia un período estable, en el que el líder y sus seguidores interpretan sus acciones conforme a la reflexividad transmitida en ese marco primario. Este funcionamiento rutinario y de traslación del sentido dado por el líder a sus acciones se ejecuta en consonancia con el habitus de este y a partir de las competencias sociales que posee. Durante dicho período de estabilidad, los actores inmersos en el campo político desarrollan un proceso de acumulación de capital político que sirve tanto para afianzar el liderazgo como para mejorar la posición de seguidores, y habilitar a éstos y al líder para el acceso a otros campos políticos y tipos de capitales –económico, simbólico, etcétera–. Estos episodios se producen y prolongan mientras exista correspondencia entre las estructuras objetivas –campo– y las estructuras subjetivas –habitus y marco–. Ante la ruptura de dicha coherencia producida por coyunturas críticas,56 se abre una ventana de oportunidad para que el líder o un nuevo aspirante a ostentar el liderazgo, (re)defina un nuevo marco primario con nuevo sentido político que consiga crear un período de estabilidad. Las transiciones desde un período crítico a uno estable no solo implican imponer un nuevo marco primario, sino reajustar las posiciones jerárquicas que los actores ocupan dentro del campo.

Un estudio monográfico y en profundidad del proceso de liderazgo político debería, en la medida de lo posible, incorporar los cuatro conceptos analizados anteriormente (véase: tabla 1), así como tratar de desvelar las relaciones existentes entre cada uno de ellos y la realidad investigada.

Tabla 1.

El liderazgo político como proceso construido socioculturalmente

Etapas biográficas del liderazgo político
Socialización del líder  Legitimación del líder  Institucionalización del líder 
Socialización-habitus  Legitimación-capitales  Institucionalización-campo 
Contexto sociocultural
Procesos de socialización. Trayectorias biográficas. 
Relaciones simbólicas de dominación
Procesos de legitimación. Capital político, capital social y capital económico. 
Procesos de institucionalización
Estados, partidos políticos, otras instituciones sociales y políticas. 
Producción y reproducción de cierto orden moral-social: marco primario.  Justificación de relaciones de poder mediante discursos provistos de significados: marco primario.  Relaciones de poder institucionalizadas. Efectos combinados del marco primario y capitales acumulados. 
Elites sociales y políticas.  Capital simbólico.
Luchas por imponer definiciones de la realidad. 
Subcultura de la elite política. Presencia en instituciones políticas. 
El líder político como persona
Habitus, biografía, rasgos personales, imagen, competencia, ambición,
convicciones, ideologías, visión y prácticas políticas. 
El líder político como medio de legitimación
Capital político y otros tipos de capitales: cargos ocupados con anterioridad, redes de apoyo, equipo del líder, estrategias electorales, votos, apoyos del partido, seguidores, etc. 
El líder político como portavoz y representante de instituciones
Campo político institucional. Proceso de competencia por conseguir cuotas de poder institucional. Luchas por cargos institucionales y de poder en la administración del Estado. 
Seguidores del líder y sus habitus.  Interdependencias y lealtades entre los líderes y seguidores.  Campo político. 
No seguidores, opositores del líder y sus habitus.  Interdependencias y lealtades entre otros líderes y seguidores.  Campo del poder y campo burocrático. 

Si se leen filas de la tabla 1, puede analizarse el liderazgo de manera longitudinal o a lo largo del tiempo. Si se lee por columnas, puede estudiarse el liderazgo de manera sincrónica o en un momento determinado del tiempo. Es decir, no es baladí la óptica temporal que se adopte a la hora de estudiar el liderazgo, ya que esta óptica estará condicionada por el enfoque utilizado y, a su vez, condicionará el tipo de análisis que se haga del liderazgo. Concretamente, la propuesta de análisis del liderazgo desarrollada en este artículo prioriza una óptica longitudinal/histórica y no una sincrónica.

La tabla 1 integra de forma sistemática los conceptos de marco, habitus, campo y capital en relación con las distintas etapas biográficas y, por ende, de acuerdo al orden cronológico e histórico de la carrera de un liderazgo político, esto es: socialización, legitimación e institucionalización –si bien, considerando la variedad de carreras políticas, vidas políticas y contextos socioculturales posibles, estas etapas biográficas del líder no siempre se producirán de hecho y en toda su amplitud–.

Así, en primer lugar, la “socialización del líder” implica describir su habitus y el de sus seguidores –así como el de aquellos que no han sido movilizados– al tiempo que se vuelve necesario conocer el marco y/o los marcos primarios que el líder ha proyectado sobre su visión política. De este modo, se puede observar cómo ha sido condicionado socialmente y cómo adquiere capacidad para condicionar a otros sujetos por medio del dominio de los marcos y del desarrollo de sus habilidades sociales. Sin duda, esta etapa se corresponde con la vida pública del sujeto, previa a la vida política plena en el interior de un partido; es decir, el bagaje sociocultural que ha podido adquirir fuera de la arena política y durante sus primeros años dentro de una formación política.

En segundo lugar, la “legitimación” se corresponde con aquel momento en el que se ha estabilizado la relación de dominación hacia sus seguidores gracias a la visión y el habitus del líder, apropiándose de distintos capitales y reconvirtiendo los mismos en objetos de reconocimiento y aceptación. La mayoría de los líderes políticos experimentan esta fase de su carrera política que correspondería con la ostentación de distintos cargos en el seno del partido político y la creación de redes de apoyo.

La tercera fase, que no experimentan todos los líderes, es la “institucionalización” en la cual estabilizan su posición de dominio dentro de un campo o distintos campos después de sucesivas victorias, el empleo de su legitimidad a través de distintos tipos de capital y la continuidad en el tiempo de la relación de dominación hacia sus seguidores. Esta etapa se inicia con la ostentación de cargos de representación pública y se consolida con sucesivas victorias electorales del líder como representante y dentro del partido como portavoz del mismo.

La propuesta analítica desarrollada en este artículo tiene carácter propositivo, dado que es difícil adaptar sin más las etapas biográficas a los distintos tipos de liderazgos. Cada etapa se ve varias veces influida por factores diversos como: las carreras políticas verticales en distintos niveles de gobierno, las carreras políticas horizontales dentro de un nivel de gobierno, la vía de entrada a la vida política, el tipo de reclutamiento experimentado, etcétera. En cualquier caso, la mayor o menor validez de esta propuesta analítica irá siendo corroborada a medida que las sucesivas implementaciones futuras permitan profundizar en cada uno de los ejes conceptuales que la sustentan, así como a partir del desarrollo de trabajos que operacionalicen tales ejes conceptuales en el estudio de diversos liderazgos políticos concretos. Desde luego, consideramos que esta propuesta puede resultar especialmente fructífera para la investigación de los liderazgos políticos dada la orientación marcadamente cualitativa de esta temática de investigación, en la que, además, se procura combinar los métodos biográfico e histórico.

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Licenciado en ciencias política y sociología, doctor en sociología por la Universidad de Granada. Profesor del departamento de derecho público, Universidad Pablo de Olavide (España). Sus líneas de investigación son: liderazgo político, teoría política contemporánea y efectos locales de la globalización. Entre sus últimas publicaciones destacan: Political Leadership in the Spanish Transition to Democracy (1975-1982) (2016) en coedición con Santiago Delgado-Fernández; “Chapter 3: Adolfo Suárez González” (2016); y “Reacciones y protestas de agricultores e inmigrantes en El Ejido: un municipio español inserto en las dinámicas de la globalización” (2016) en coautoría con Francisco Entrena-Durán.

Doctor en sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Docente e investigador en el departamento de sociología de la Universidad de Granada (España). Sus líneas de investigación son: sociología de la globalización, sociología rural, cambio social, estudios latinoamericanos. Entre sus últimas publicaciones destacan: Food Production and Eating Habits From Around the World: A Multidisciplinary Approach (2015); “Reacciones y protestas de agricultores e inmigrantes en El Ejido: un municipio español inserto en las dinámicas de la globalización” (2016) y “Understanding Social Structure in the Context of Global Uncertainties” (2009)

El término “liderazgo” es un concepto polisémico que hace referencia a multitud de fenómenos y manifestaciones. En concreto, el presente artículo propone un marco teórico-analítico para el liderazgo político.

Véase: Natera (1999).

Así, puede decirse que el liderazgo es un “universal cultural”, pues como reconocía Robert Michels (2008: 82) durante “todos los tiempos, en todas las fases del desarrollo, en todas las ramas de la actividad humana ha habido líderes”.

Para una aproximación a la conceptualización de liderazgo político, véase: Bass (1990); Natera (1999); Yukl (2012).

Desde la ciencia política, puede citarse a Bennister, Blondel, Bryman, Burns, Stogdill, ‘T Hart, Thiebault, Weber y Yukl; desde la filosofía y la historia de las ideas cabe destacar a Platón, Hobbes y Foucault; por parte de la sociología, a Michels, Wright Mills y Tannembaum; y desde la psicología a Hoffman, entre otros. Para evitar la dispersión, en esta propuesta de análisis sobre liderazgo político se propondrá una definición del mismo fundamentada en la ciencia política y en el constructivismo estructuralista.

Véase: Delgado (2004); Natera (1999).

La Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales adhiere a la política del uso no sexista del lenguaje como herramienta de transformación cultural. En el presente artículo los autores hacen alusión a: “hombre memorable”, “hombre creador de historia” y “teoría del gran hombre”. Al tratarse de categorías estructurantes de ciertas teorías dedicadas al análisis del liderazgo, no podemos llevar a cabo una corrección de estilo; sin embargo, nos interesa evidenciar en ellas la influencia del sexismo lingüístico (N. de la E.).

El debate epistemológico entre idealismo y realismo representa el escenario de fondo o cuestión principal en la que se mueven las visiones subjetivista y objetivista del liderazgo. Véase: Natera (1999); Ortega y Gasset (2010).

La relación entre estructura y agencia, por ejemplo, fue examinada al estudiar el “mundo del caudillo” en México durante el siglo xix, un contexto donde lo distinto del caudillaje no era solo el acentuado personalismo que lo caracterizaba, sino también la situación o las circunstancias sociales que constituían el “mundo” en el que se ejercía ese personalismo (Entrena-Durán, 1995: 33). De tal modo, “el caudillo era un sujeto a la vez creador y producto de la precaria estructura económico/social, político/institucional y simbólico/legitimadora del orden social que lo sustentaba” (Entrena-Durán, 1995: 90).

Véanse: Burns (1978) y Hollander (1978).

Véanse: Bryman (1992); Burns (1978); Kouzes y Posner (2007); Kirkpatrick (2011); Linz (2001).

Para un estudio en profundidad sobre el concepto de “visión”, véase Ortega-Ruiz (2012: 79-92).

Algunos autores hablan de liderazgo visionario (Kouzes y Posner, 2007; Bennis y Nanus, 2003). Linz (2001) habla por ejemplo de “liderazgo innovador” para referirse a personajes de la talla de Adolfo Suárez y Felipe González que cambiaron las estructuras políticas durante la transición española a la democracia. En un sentido similar, se refiere Díaz-Carrera (2014) al hablar del liderazgo como un proceso creativo y “generador de sentido”.

Bourdieu (1930-2002) no desarrolla explícitamente la noción de “liderazgo”, quizá por considerarla muy cargada de subjetivismo. De hecho, etimológicamente, el término liderazgo procede del verbo inglés “to lead” que significa conducir, guiar, señalar el camino, lo cual, en principio, se asocia con decisiones acentuadamente subjetivas. En lugar de ello, el sociólogo francés habla de “dominación” al centrarse en el estudio de los mecanismos sociales de producción y reproducción de la violencia simbólica entre actores inmersos en determinadas luchas de poder que, a su vez, están condicionadas tanto por las situaciones sociales objetivas que experimentan dichos actores como por sus correspondientes principios de acción. No obstante, en este trabajo mostramos como los conceptos de habitus y campo de Bourdieu pueden resultar sumamente útiles para analizar el liderazgo. Así, de acuerdo con el planteamiento de Bourdieu, creemos que podría entenderse la idea de “liderazgo” como un entramado o campo de relaciones simbólicas de dominación y/o relaciones de fuerzas que unos actores sociales despliegan sobre otros en unas circunstancias sociohistóricas dadas y, por ende, no elegidas subjetivamente. A partir de esto, entendemos que el liderazgo político no habría de definirse tomando en cuenta únicamente las ambiciones, capacidades y/o voluntades subjetivas de los líderes, sino sobre todo considerando las interacciones y luchas políticas entre líderes y seguidores que acontecen en situaciones concretas dentro de escenarios o campos políticos específicos.

Una explicación profunda del constructivismo puede encontrarse en las obras de Craig Parsons (2010) y Pierre Bourdieu (2014); ambos coinciden en considerar a Durkheim y Weber como “padres” de dicha corriente.

El debate sobre el carácter “artificial” o “natural” de la política es una cuestión presente en la ciencia política, la filosofía política y la sociología desde hace muchos siglos. En este artículo, no se pretende decir la última palabra al respecto, sino definir un posicionamiento analítico teórico para observar el desarrollo de las acciones de los líderes en sus contextos.

Los constructivistas mantienen posiciones interdisciplinares respecto al estudio de los significados, tomando teorías, enfoques y herramientas metodológicas de disciplinas como la antropología, las ciencias de la comunicación, la filosofía, la semiótica y la sociología; y sus trabajos tienen desde un eminente carácter empírico hasta una alta carga normativa, dependiendo del autor y la teoría suscrita (gramscianos, estructuralistas, postmodernistas, etcétera).

Al respecto, Weber define como “Verstehen” el intento de las ciencias sociales por comprender “cómo” se producen los fenómenos sociopolíticos. Este concepto es fundamental para entender el carácter interpretativo de los construc- tivistas.

Véanse: Habermas (2012); Kratochwil (2008).

El constructivismo plantea una visión envolvente del contexto que lleva a que en muchos casos los líderes y otros actores tengan que modificar sus discursos y sus acciones para adaptarse a los cambios en las estructuras; ello no impide que determinados líderes tengan capacidad para transformar y alterar las estructuras de acuerdo con su visión o sus objetivos políticos. Por ello, se busca una posición intermedia entre medio y sujeto. Aunque el medio pueda tener un gran peso en la creación y producción de los líderes de una sociedad, ha habido determinados líderes que han cambiado y determinado las estructuras sociopolíticas como Churchill, Gandhi o Kennedy.

Traducción de los autores.

Otros ejemplos de recursos simbólicos de poder de un líder democrático son las ideologías políticas, los discursos políticos, la propaganda electoral, las personalidades públicas que apoyan al líder, etcétera.

Véase: Bourdieu (2014).

Sin duda, en las democracias representativas el liderazgo político se evidencia en los partidos políticos, pero también en otros ámbitos como las cámaras de representantes, los movimientos sociales y/o cívicos, etcétera.

Los elementos cognitivos incluyen posicionamientos políticos con respecto a sus adversarios, estrategias, tácticas y mensajes a través de los temas que incluye en su agenda política el líder, pero también son elementos valorativos en tanto que dicen o sugieren qué tema es más importante tratar, comunican qué diferencia al líder de sus compañeros de partido o cuál es el nuevo sentido que tiene y la función que ha desempeñar el partido político ante una derrota electoral.

Véase: Labourdette y Scaricabarozzi (2010).

Pierre Bourdieu no contempló en su enfoque el concepto de “marco”, el cual se emplea aquí en un sentido construido a partir de nuestra interpretación de las aportaciones hechas por diferentes perspectivas y/o autores, principalmente Goffman (2006). Se recurre al uso de este concepto con el propósito de tratar de contextualizar y comprender el proceso por el cual los líderes comunican su visión entre sus seguidores, especialmente en momentos de crisis y oportunidad política.

Véanse: Jiménez-Díaz (2008 y 2009); Jiménez-Díaz y Collado-Campaña (2011); Collado-Campaña y Jiménez-Díaz (2011); Entrena-Durán, Jiménez-Díaz y Collado-Campaña (2014).

Véase: Bennister, ‘T Hart y Worthy (2012).

Véase: Naidoo, Gosling, Bolden, O’Brien y Hawkins (2014).

Véanse: Burns (1978); Nye (2011); Kirkpatrick (2011).

Los marcos tienen un carácter dinámico porque no solo son usados por la conciencia, sino que son construidos por las mismas vivencias, son modificados y/o combinados, deconstruidos y construidos por medio de la fusión con otros marcos y alterados durante los procesos de comunicación entre los sujetos y reinterpretados por las subjetividades conforme son puestos en escena (Goffman, 2009: 269-270).

Véase: Goffman (2006).

Se habla de “marco primario” porque en una interacción social se puede identificar un marco principal de la variedad de marcos yuxtapuestos de diferentes grados de generalidad y/o pertinencia que pueden ser aplicados a una situación (De Grande, 2013: 249; Martín-Criado, 1998: 61). Dicho de otra forma, entre la multitud de opciones que existen para interpretar el sentido de una interacción social se impone uno como dominante, ya sea por acuerdo de los interactuantes o como resultado de un intercambio de violencia simbólica.

Para Goffman, las estrategias discursivas son “moves” o “jugadas” para proyectar una determinada imagen del “self frente a sus seguidores o su público. Esas “jugadas”, entendidas metafóricamente como el pincel de un pintor, van perfilando y creando la imagen que él mismo desea transmitir como si hiciera un autorretrato.

Ello es así en tanto que el mantenimiento del marco representa un pulso continuo entre líder y partidarios –especialmente en aquellos momentos en los que el marco no es creíble- en el que se desvanece y desaparece la aceptación de los significados que él mismo había creado en la consecución de su objetivo político.

Aunque el liderazgo también pueda implicar el manejo de la oratoria y la retórica, hay que recordar que desde esta postura lo interesante es observar el contenido y no el continente de esos procesos de transmisión y/o interacción comunicativa.

El habitus lleva a que las acciones y los pensamientos de los sujetos no puedan ser comprendidos solo a través de su posición concreta en un momento dado en la estructura social, sino que son el producto de la historia y la intrahistoria social a lo largo del tiempo en el sujeto. Véase: De Grande (2013); Martín-Criado (1998).

El habitus representa un sistema de esquemas mentales pero no es uno de esos esquemas. Cada uno de dichos esquemas (marcos) implican la interiorización de las estructuras objetivas (campos) y permiten introducir categorías de distinción (bueno/malo, bello/feo, justo/injusto, adecuado/inadecuado, etcétera) por lo que crean cierto orden moral y un sentido común en situaciones de cierta estabilidad y que permiten la reproducción social de dichas estructuras.

Véase: De Grande (2013); Martín-Criado (1998).

Esa estabilidad y durabilidad del habitus no es algo que implica que la interiorización y transmisión de dichos esquemas o formas de clasificación sean una acción consciente o intencionada. Al contrario, estos procesos de interiorización de las estructuras objetivas y transmisión de las estructuras subj etivas pueden ser conscientes o inconscientes. Véanse: Bourdieu (1989); Gutiérrez (2002); Martín-Criado (1998).

Ninguna persona elige las estructuras objetivas en las que participa y forman parte de su historia, especialmente en los momentos iniciales de su vida y, por tanto, durante su socialización primaria. Además, las personas disponen de distintas opciones conforme su habitus se manifiesta en distintas interacciones sociales. Estas operaciones no son dirigidas por ninguna “acción organizadora de un jefe de orquesta” (Bourdieu, 1992: 89).

Como han señalado otros autores en dicha interrelación entre acción y estructura. Véase: Archer (2009); Giddens (1995); Martín-Criado (1998).

Véase: Collado-Campaña y Jiménez Díaz (2011); Jiménez-Díaz y Collado-Campaña (2011).

Véase: Meyenberg y Hernández Corrochano (2015).

Véase: Bourdieu (1980).

Sobre metodología biográfica, véanse: Bertaux (2005), Camas-Baena (2014), Ferrarotti (2007), Jiménez-Díaz y Entrena-Durán (2014), Lahire (2004), Miguel (1996), Plummer (1990) y Pujadas-Muñoz (1992).

Michael Mann y Dobry son los dos autores que propone Martín-Criado para su aplicación del análisis de campo a las organizaciones estatales. Sin embargo, la propuesta de Fligstein y McAdam ha sido utilizada preferentemente para el estudio de los movimientos sociales y políticos.

Entre algunos ejemplos de estudios de caso pueden citarse: las políticas raciales y el mercado inmobiliario en Estados Unidos, véase: Fligstein y McAdam (2012): el análisis del liderazgo en el campo de la élite bancaria escocesa, véase: Kerr y Robinson (2011) y las competencias por el liderazgo en una organización británica internacional, véase: Robinson y Kerr (2009).

Véase: Amézquita-Quintana (2008); Bourdieu (2007).

Véase: Bourdieu (1988b).

El concepto de “capital político” no fue desarrollado en profundidad en la obra de Bourdieu, sino que han sido otros autores y seguidores de su obra quienes se han preocupado por la aplicación del “capital” al estudio de las realidades políticas. No obstante, en las obras de Bourdieu existen referencias a “campo político”.

Véanse: Alcántara (2012); Amézquita-Quintana (2008); Bennister, ‘T Hart y Worthy (2012); Dulong y Matonti (2007); Joignant (2011); Offerlé (2011).

De hecho, hacer una caracterización y/o tipología de tales fuentes sociales excede los objetivos de este artículo y merecería un espacio mayor. Al respecto, véanse: Bennister, ‘T Hart y Worthy (2012); Bourdieu (2001); Fernández (2013); Fligstein y McAdam (2012); Joignant (2011 y 2012).

Véase: Martín-Criado (1998).

Estas coyunturas críticas se pueden producir por fenómenos como: un seguidor que ha acumulado suficiente capital político para rivalizar con el líder; la entrada de nuevos actores en el campo; la pérdida de significado y sentido del marco primario; las crisis económicas; los escándalos políticos; la derrota electoral, etcétera.

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