“Los historiadores somos al nacionalismo lo que los agricultores de amapola de Pakistán son a los heroinómanos: proveemos la materia prima para el mercado. Las naciones sin pasado son un contrasentido. Lo que hace a una nación es el pasado, lo que justifica a una nación frente a otras es el pasado, y los historiadores somos quienes lo producimos”.
Con esta referencia a Eric Hobsbawm, el historiador alemán Michael Goebel introduce un problema clave: el de los vínculos entre el nacionalismo y la historia en la Argentina del siglo XX. El autor, que ejerce la docencia en la Universidad Libre de Berlín, ha publicado diversos artículos sobre historia argentina y latinoamericana; en el año 2011 Liverpool University Press publicó su libro Argentina's Partisan Past. El texto que reseñamos es la versión en español de dicha obra, la cual es producto de una tesis doctoral, que si bien presenta una investigación sobre un caso, el de Argentina, su interés es indagar acerca del nacionalismo en general. De hecho, actualmente Goebel dicta un seminario titulado “Nacionalismo: un análisis global”, centrado en las distintas teorías que lo sustentan y su análisis en diferentes escenarios: Europa, Asia, África y América Latina.
Este interés perdurable por el nacionalismo de parte del autor se vincula a su vez con la dificultad para delimitar un fenómeno que configura la cultura y la política contemporánea. El segundo término, el de políticas de la historia, es definido por el autor como “las formas en que se escribe y moviliza la historia con el objeto de afectar la distribución del poder político en una sociedad” (Goebel, 2013: 11).
El núcleo del trabajo es la interacción entre dos versiones de la historia argentina: por un lado, un relato autodenominado “revisionismo histórico” y por el otro, lo que los revisionistas llamaron historia oficial o liberal: las interpretaciones de la historia nacional promovidas desde el Estado. El autor se refiere a la falta de estudios académicos en inglés sobre las obras de autores revisionistas como Manuel Gálvez y Arturo Jauretche. Por otra parte, frente a esta falencia, reconoce que su estudio no aborda un terreno totalmente inexplorado, en especial en relación con la primera mitad del siglo XX (Goebel, 2013: 18). Una larga cita da cuenta de los escritos producidos en Argentina sobre la temática. Sin embargo, destaca el autor, estos estudios escritos por historiadores argentinos para un público argentino familiarizado con las polémicas autorreferenciales sobre historia nacional, se han esforzado poco por vincular la historia del revisionismo con debates más amplios sobre el nacionalismo. Lo que diferencia a esta obra de los estudios académicos existentes no es tanto que encuentra un nuevo objeto o que refuta lo escrito hasta ahora, sino que traslada el énfasis de los debates sobre los orígenes y el contenido del revisionismo hacia cuestiones relativas a su naturaleza cambiante y sus usos políticos en un período posterior, con lo cual el análisis queda abierto para arribar a una mejor comprensión del nacionalismo en la Argentina del siglo XX. Sin embargo, dice el autor, esto supone abrir la caja de Pandora, la de los significados del nacionalismo, del que no hay una definición unívoca.
En este texto, la opción se centra en distinguir entre nacionalismo o nacionalistas (en referencia al movimiento nacionalista de derecha que surgió en la década de 1930) y el nacionalismo como discurso más general, adoptado también en otros ámbitos más allá del propio movimiento nacionalista. Como parte del estado de la cuestión, el autor hace una lectura crítica de los estudios que le preceden. En primer lugar, las críticas se dirigen a la bibliografía académica en inglés acerca del movimiento nacionalista; en particular, el texto de Shumway, La invención de la Argentina, publicado originalmente en inglés en 1991, editado por Emecé en 1992 y premiado por The Latin American Studies Association como uno de los mejores libros en inglés sobre tema latinoamericano del bienio 1991–92. Según el autor, el texto padece de un esquematismo unidireccional que, de manera análoga al revisionismo, lee la historia argentina a través del prisma de la decadencia; pero a diferencia del revisionismo no responsabiliza del ocaso al liberalismo, sino al nacionalismo y al autoritarismo, a una cultura política autoritaria, militarista, opuesta al consenso; de este modo, las ideas se traducen en prácticas. Las “ficciones orientadoras” de Shumway presentes en los escritos de Mariano Moreno, uno de los integrantes de la primera junta de gobierno de 1810, ya predecían el populismo del siglo XX tanto del presidente radical Hipólito Yrigoyen como de Perón.
Además, a este tipo de trabajos sólo le interesa la cuestión de “lo que falló”. En lugar de presentar una teleología que explique el supuesto fracaso de la Argentina señalando una falta perpetua de tolerancia y pluralismo, el reto de un estudio sobre el nacionalismo en la Argentina debería ser comprender las paradojas, las interacciones y las transformaciones de distintas corrientes de ideas. El relato que surge de semejante intento es más desordenado que las historias que examinan sólo ideas como potencial factor explicativo de la decadencia del país (Goebel, 2013: 23).
El segundo problema, relacionado con el anterior, es el de la bibliografía existente sobre nacionalismo en Argentina que tiende a exagerar la importancia de las singularidades. El autor destaca que, a grandes rasgos, el paso del nacionalismo de derecha al de izquierda entre 1930 y 1970 fue paralelo a los sucesos que tuvieron lugar en otros países latinoamericanos.
La tercera y más grave deficiencia de los trabajos sobre el nacionalismo en Argentina, es que no aclaran la relación entre los distintos nacionalismos vinculándolos con cuestiones teóricas más amplias, como la propia definición de nacionalismo, problema que se ha intentado resolver por dos vías: la distinción entre un nacionalismo cívico, basado en la idea de una comunidad política de ciudadanos que se identifican con las normas y los símbolos de un Estado, y otro étnico, fundado en la comunidad de descendencia. La explicación de esta distinción depende de la cuestión de si el Estado precedió a la nación o viceversa. A su vez, la misma forma parte del debate entre perennialistas y modernistas; para los primeros, entre los que se ubica un autor como Anthony Smith, el núcleo étnico de un Estado conforma el carácter y los límites de la nación, mientras que para los segundos, también llamados constructivistas, entre los que se encuentra Ernest Gellner, el nacionalismo debe verse como un producto de la modernidad. El paradigma de Hobsbawm y Ranger, operacionalizado en el concepto de “invención de la tradición”, se ubica en esta línea. Desde este lugar, las identidades nacionales emanaron de un proceso creativo de modernización en lugar de haber sido el producto del resurgimiento de costumbres premodernas fundadas en vínculos étnicos.
Goebel invoca a distintos autores que se disputan las maneras de definir el nacionalismo; tales autores devienen referentes claves para conformar su punto de vista, su lectura de este fenómeno político. Entre los citados se encuentran Benedict Anderson y su concepto de comunidades imaginadas; Prasenjit Duara y su lectura del nacionalismo más que como un mero movimiento, como un terreno en que compiten y negocian entre sí visiones muy distintas de la nación. Si bien Goebel manifiesta su acuerdo con estas maneras genéricas de definir el fenómeno en cuestión, también plantea que por lo general América Latina “se cae del mapa de las teorías sobre el nacionalismo”. (Goebel, 2013: 29). La distinción entre un nacionalismo cívico y otro étnico no es suficiente para pensar el caso argentino, caracterizado por la importancia dada a la inmigración europea en desmedro de las poblaciones originarias. En este sentido las respuestas a la pregunta de qué significa ser argentino no pueden ser explicadas desde un paradigma excluyente ya sea de lo cívico o de lo étnico.
En íntima vinculación con el nacionalismo, el historiador alemán se interesa por el papel de los intelectuales en el mismo; se pregunta quién puede ser considerado un intelectual. Propone un ejercicio interesante, como investigador pero también como observador externo de la producción académica argentina: la referencia al texto de la socióloga argentina Silvia Sigal, radicada en París desde 1973 donde es investigadora del cnrs y miembro del Centre d'Études des Mouvements Sociaux de l'École des Hautes Études en Sciences Sociales, titulado Intelectuales y poder en Argentina: la década del sesenta, en el cual la autora establece la distinción entre “intelectuales progresistas” e “ideólogos nacionalistas”. ¿Cuáles son las razones, además de una distinción normativa, para excluir a los pensadores nacionalistas, como los revisionistas argentinos, de la categoría de intelectuales? Este cuestionamiento, esta pregunta desde “el afuera” es una invitación a reflexionar sobre los conceptos utilizados y sus contextos de producción, marcados por las polarizaciones que no son sólo político-ideológicas, ejemplificadas por las dicotomías civilización/barbarie para el siglo XIX; peronismo/antiperonismo para el siglo XX, entre tantas otras.
Las vinculaciones entre el/los nacionalismos y las políticas de la historia son desplegadas a lo largo de cinco capítulos. En palabras de Goebel, el primer capítulo es una cartografía que se centra en el surgimiento de un campo intelectual, en la historia como disciplina académica y su relación con la política, partiendo de las formas en que los líderes del período de la “organización nacional” utilizaron la historia para construir la nación, hasta llegar a la aparición del revisionismo como contranarrativa. Establece así el contexto de los cuatro capítulos siguientes, que examinan el desarrollo y los usos de esas versiones de la historia nacional por parte de intelectuales y actores políticos. El texto se construye a partir del diálogo fecundo entre las preguntas planteadas por el autor y una amplia base documental conformada por escritos y declaraciones públicas de intelectuales y políticos acerca de la historia y su significado para la cuestión de la identidad nacional, que se hallan en libros y en numerosas publicaciones periódicas de índole cultural y política; antecedentes penales sobre las actividades de grupos nacionalistas opositores, documentación de instituciones educativas y culturales, correspondencia diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino Unido, entrevistas a escritores, editores y activistas políticos que participaron en la producción de interpretaciones de la historia. Y es justamente la variedad y riqueza de las fuentes/documentos la que le permite a Goebel cuestionar la potencialidad explicativa de las distinciones binarias del nacionalismo: cívico o étnico; distinciones que, como todo modelo explicativo, simplifican procesos históricos complejos. En este sentido, una afirmación vertida en la conclusión, da cuenta de su estrategia analítica que tiene como punto de partida la revisión de distintas teorías sobre el nacionalismo en función del estudio de caso propuesto. Una afirmación que otorga un lugar clave a los problemas y contextos específicos donde los actores despliegan su accionar. Dice Goebel: “En lugar de una separación clara entre un nacionalismo antiliberal y un liberalismo antinacionalista, estamos hablando de distintas interpretaciones de lo nacional cuya relación ha sido conflictiva pero también cambiante, complementaria y mutuamente constitutiva” (Goebel, 2013: 295).
Cada libro nos interpela sobre los distintos contextos de producción y de recepción. Este texto, producto de una tesis doctoral, se gestó en diálogo con historiadores argentinos conocedores de la historia nacional y de los vínculos entre el nacionalismo y las políticas de la historia. La obra comenzó a ser escrita en el año 2002, antes de la asunción de un gobierno que daría nombre a una nueva época en la política: el kirchnerismo; a lo largo de la escritura, Goebel entrevistó a intelectuales interpelados por un gobierno que asumió reescribir la historia. En la Argentina actual, el tema sobre el que se centró el historiador alemán forma parte de la agenda del mundo académico y también del mundo político, de los vínculos entre ambos. Si bien algunos autores, entre los que se cuentan Diana Quatrocchi Woisson, Alejandro Cattaruzza y Alejandro Eujanian, publicaron tempranamente textos sobre la temática, actualmente los vínculos entre la historia, la política y la memoria ocupan el centro de la escena caracterizada por iniciativas gubernamentales como la fundación, en el año 2011, del “Instituto Nacional del Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego” que, en la mirada de Goebel, demuestra que “el nacionalismo sigue estando sorprendentemente a salvo”. (Goebel, 2013: 9). A lo que podríamos agregar: tan vivo como en décadas anteriores, cuando la Academia Nacional de la Historia era elegida por los gobiernos instaurados después del primer golpe de Estado en Argentina que derrocó al primer presidente electo por sufragio universal (masculino) para escribir la historia integral de la nación argentina.
Si hacemos un recorrido por los siglos XIX y XX nos encontraremos con diferentes intentos, más o menos logrados, de vincular la historia con la política, con diferentes usos del pasado en función de proyectos políticos a fundar y legitimar. El texto propuesto es un ensayo sobre las especificidades de un problema global: el de los vínculos entre la historia, la política y la memoria. Argentina fue una de las estaciones de ese ensayo que continúa para el historiador alemán en otros escenarios. Podríamos pensar que La Argentina partida: nacionalismos y políticas de la historia, aporta la mirada del “otro” sobre las lecturas “nativas” de procesos históricos abiertos, presentes y actuantes en la Argentina actual.