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Inicio Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales Memorias del presente: vida, muerte y resistencia en Ciudad Juárez
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Vol. 59. Núm. 221.
Páginas 345-353 (mayo - agosto 2014)
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Memorias del presente: vida, muerte y resistencia en Ciudad Juárez
Memories of the Present: Life, Death and Resistance in Ciudad Juárez
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1987
Diana Alejandra Silva
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Este libro merece ser leído aunque se insista en que la crisis de violencia e inseguridad que azotó a México ya cesó. Es un texto urgente y vigente porque nos ofrece una mirada amplia sobre lo sucedido en Ciudad Juárez; realidad atravesada por las particularidades de la frontera norte que, si bien alude a un caso en particular y emblemático, también nos brinda claves de lectura para comprender otras realidades que –en mayor o menor medida– se enfrentan a los embates devastadores de la industria maquiladora, el crimen organizado transnacional y la corrupción de los gobiernos locales y nacionales. Es en este sentido que la obra puede ser concebida como un indispensable ejercicio de historia inmediata, de memoria viva del presente.

Según datos oficiales, entre enero de 2007 y diciembre de 2012, 11,078 personas fueron asesinadas en Ciudad Juárez (inegi, 2013).1 En 2010, el año más violento para la ciudad, en el país ocurrieron 25,757 homicidios, de los cuales 15% ocurrieron en la ciudad fronteriza. Aunque desde 2011 se registra el descenso de las tasas de homicidio, éstas aún no son menores a las registradas desde su incremento en 2008. Además de las muertes individuales, se han producido al menos 25 masacres en los últimos cinco años y el incremento de otras manifestaciones de violencia de alto impacto como el secuestro, la extorsión, el incendio de establecimientos, el robo de vehículos con violencia, la violación sexual y la desaparición forzada, entre otras. Esta estela de terror ha dejado un número aún desconocido de huérfanos, viudas(os), padres y madres sin hijos, a quienes se les ha negado el derecho a la verdad y a la justicia en medio de un contexto de corrupción e impunidad.

En respuesta a este panorama de inusitada violencia extrema, en octubre de 2011 se realizó la jornada académica, artística y cultural Vida y resistencia en la Frontera Norte. Ciudad Juárez en el entramado mundial, cuyos resultados se presentan en este trabajo coordinado por Salvador Cruz. Es una obra pluridisciplinaria que busca comprender tanto desde la actividad académica como desde la producción artística local, la multiplicidad de violencias experimentadas en la ciudad, así como las prácticas desplegadas por los y las habitantes para transformar y resignificar el dolor y el sufrimiento social. Este es quizá uno de los principales méritos de esta obra, pues corresponde a un ejercicio urgente para responder a los desafíos de la sociedad mexicana actual y establecer lazos con otros actores pertenecientes al campo de la cultura y la intervención comunitaria.

El texto se organiza en 21 capítulos distribuidos en cuatro apartados donde se analizan: a) los factores estructurales y estructurantes de la violencia; b) los espacios y cuerpos de las violencias en Ciudad Juárez; c) el género y la violencia falocéntrica; d) la violencia en la producción literaria, y d) los colectivos y el quehacer cultural contra la violencia.

Entre los aciertos de este trabajo encontramos la riqueza de la multiplicidad de miradas disciplinares, los distintos ámbitos temáticos y los debates aún no zanjados que enriquecen y complejizan la comprensión y el análisis de la violencia en México. Tomando como referencia las contribuciones del psicoanálisis y la filosofía, América Espinosa, en el texto “Perversión y violencia en la estructura social”, ofrece algunas claves para comprender desde la subjetividad los actos violentos y su vínculo con lo social. Para ello, retoma algunos de los conceptos usados por Freud y Lacan –lo pulsional, el goce y la perversión–, para dar cuenta de los mecanismos psíquicos que determinan la acción violenta. Posteriormente, plantea una crítica al modelo liberal que rige no sólo la economía mundial, sino que establece una serie de valores en donde se exalta el hedonismo y se promueve el relato del ego y la libertad personal que tiene como uno de sus principales ejes a la economía del goce. Esta economía, ha posibilitado la emergencia de los negocios criminales, el contrabando, los tráficos de todo tipo, el placer con la muerte, entre otros, que erosionan cualquier autoridad u orden emanado del Estado.

Por su parte, Susana Bercovich, en el texto “Misoginia y Ciudad Juárez. Sobre los efectos miméticos y contagiosos de las formas violentas”, arroja una serie de inquietantes preguntas y reflexiones que retoman algunos de los planteamientos del psicoanálisis y la teoría queer, para dar cuenta de las continuidades y superposiciones entre erotismo, estética, política y violencia. Como punto de partida, considera improductivas las preguntas dirigidas a comprender las causas de la violencia y nos invita a pensar de qué manera la violencia nos interpreta y se constituye en “respuesta feroz a una pregunta que no alcanza a formularse”. También señala la relevancia del estudio de la frontera norte, no como una excepción sino como botón de muestra que explica lo que sucede en el resto del país. Enfatiza en las fuentes erógenas de la muerte y la violencia, destacando los modos en que esta última es presentada como un espectáculo placentero que distancia y fascina, impulsada por parte de los medios masivos de comunicación y las industrias culturales. Por ello, hace un llamado no a las estéticas que enmarcan, fijan y diagnostican, sino a aquellas estéticas de la disolución, movilidad y la prolongación que posibilitan la reflexión crítica.

Desde la antropología social, el texto de Alfredo Nateras, “Identidades infanto-juveniles: pandillas transnacionales”, nos ofrece una serie de elementos para acercarnos a las realidades de los actores juveniles transnacionales generadores de violencia que a su vez son el resultado del racismo, la migración y la violencia social y política experimentada en sus lugares de origen. Muestra la relevancia de vincular la investigación etnográfica con los aspectos estructurales que producen las manifestaciones de violencia. Esto es fundamental para conocer el lugar que ocupan los jóvenes de las pandillas transnacionales en relación con otros actores que ejercen violencia, reconociendo la presencia de otros actores con mayor poder económico y político que controlan la economía criminal. Esto implica la distinción y similitudes entre las acciones y formas organizativas de las pandillas transnacionales y el crimen organizado. También implica la visibilización de las contradicciones sociales y culturales en las que se han producido estas manifestaciones sociales. También plantea una serie de preguntas éticas en relación con la producción del saber antropológico: ¿cómo no saturar el estigma social que ya recae sobre estos sujetos? ¿Cómo se construye el investigador frente a la mirada de los sujetos? ¿Cómo minimizar los riesgos del investigador en este contexto? ¿Qué metodologías son las más indicadas para trabajar en medio del silencio y el temor? El texto termina enfatizando la relevancia de continuar con la investigación en estas temáticas, considerando la necesidad de construir un discurso que de cuenta de las distintas dimensiones de las vidas de miles de jóvenes que son consideradas desde el discurso oficial como vidas perdidas.

Otro de los méritos de esta obra colectiva es el de recuperar las investigaciones realizadas por los estudiosos que habitan y realizan su quehacer profesional en la frontera norte. Aquí se sitúan tres excelentes trabajos que reflexionan desde distintas aristas los aspectos estructurales y coyunturales que explican el incremento de las violencias a partir de 2008; en esa línea, retoman los antecedentes históricos y conectan con la literatura producida en otras geografías para dar sentido a los acontecimientos violentos. Al respecto, José Manuel Valenzuela en el texto “Juaritos: prohibicionismo, violencia y frontera”, nos propone pensar la violencia reconociendo su propia historicidad. De este modo, nos sugiere un recorrido que va desde la prohibición del alcohol en Estados Unidos en 1919, hasta la implementación de la llamada “guerra contra el narcotráfico”, a la que considera absurda e impertinente. Durante este recorrido histórico, da cuenta de que si bien las manifestaciones de violencia en la frontera no son recientes, ésta debe analizarse considerando otros elementos que han estado presentes permanentemente en el territorio como la migración, el racismo, la precarización del trabajo, el feminicidio, el narcotráfico y la criminalización de los jóvenes.

Por su parte, Héctor Padilla, en “Ciudad Juárez: militarización, discursos y paisajes”, propone tres preguntas necesarias: ¿cómo se plasman los discursos sobre la violencia y la militarización en el paisaje urbano? ¿Qué tipo de procesos sociales estructurales están ocurriendo y se expresan en dicha discursividad? ¿Qué modelo de ciudad y espacio público se gestan en torno a la violencia y la militarización? Estas preguntas nos sugieren la relevancia del espacio urbano para pensar en las manifestaciones y discursos en torno a la violencia; no como receptáculo o escenario donde éstas ocurren, sino como un espacio dinámico donde se expresan las relaciones sociales conflictivas de una sociedad. Se muestra así, cómo la ciudad ha llegado a niveles insospechados de desmantelamiento del espacio público urbano expresado en el proceso de guetización, abandono y pulverización. También se presentan los discursos provenientes del crimen organizado, de los actores estatales nacionales y locales, del empresariado y una multiplicidad de actores desde la sociedad civil que desde diferentes puntos de vista se opusieron o apoyaron las políticas de seguridad ensayadas en la frontera.

Desde otro punto de vista, Julia Monárrez nos propone, en su texto “Ciudad Juárez. Sobrevivir: vidas superfluas y banalidad de la muerte”, una serie de claves interpretativas para comprender las muertes violentas de hombres y mujeres, en su mayoría pertenecientes a estratos socioeconómicos bajos. Desde una perspectiva feminista y humanista, nos habla del proceso de deshumanización y de industrialización de la muerte sufrida en esta ciudad fronteriza. Recupera el concepto de biopoder propuesto por Foucault para dar cuenta de los procesos políticos y económicos desde los cuales se decide quién vive y quién muere. En este sentido, considera que el feminicidio y el homicidio son actos que han disciplinado a ambos sexos. Por otro lado, da cuenta de los discursos públicos que refuerzan estos actos de barbarie, al tiempo que justifican el feminicidio como la respuesta “natural” frente a las mujeres que tienen una “doble vida” y el homicidio de varones como muestra del triunfo en el combate contra el narcotráfico o como simples daños colaterales. Estos tres trabajos nos permiten conocer de cerca las violencias experimentadas de manera reciente en la ciudad, en medio de la multiplicidad de iniciativas provenientes tanto de los gobiernos locales como del ámbito empresarial que buscan promover una imagen positiva de esta urbe dejando de lado las demandas de verdad y justicia por parte de los y las familiares de las víctimas del feminicidio y el homicidio.

Como tema obligado, se presenta un conjunto de trabajos que reflexionan sobre la violencia contra las mujeres y de género. Este apartado se inaugura con el texto “El terrorismo de Estado y la violencia falocéntrica letal” de Guadalupe Huacuz, quien plantea una fuerte crítica a los feminismos que perpetúan el rol de víctima de las mujeres y propone como estrategia analítica involucrar el concepto de violencia falocéntrica, entendida como “aquella interiorizada en la autorrepresión de nuestros cuerpos, del deseo de la mujer y en la sumisión falocéntrica de sobrevaloración del cuerpo masculino” (pág. 185). Cuando se refiere al falocentrismo, se refiere al falo en tanto significante, no como órgano sexual; concepto que nos permite incluir dentro de las conceptualizaciones sobre las violencias, aquéllas que son constitutivas de nuestro orden psíquico desde las cuales las violencias son consideradas propias de la naturaleza humana y estructurantes del orden social. De este modo, cuestiona las iniciativas orientadas a erradicar la violencia, pues existe una materialidad de la estructura social que lo impide y una serie de elementos que en la búsqueda por satisfacer este propósito fortalecen los mecanismos de represión por parte del Estado.

Desde una perspectiva que reconoce la dimensión libidinal de la violencia de género, María Jesús Izquierdo analiza las relaciones entre hombres y mujeres, las posibilidades y dificultades de vivir juntos y el sexismo como uno de los elementos que dificulta la convivencia. En el texto “La gestión emocional de la violencia”, enfatiza en la necesidad de examinar la violencia en las relaciones de género, no desde una mirada que ubique a las mujeres exclusivamente en el lugar de las víctimas, sino a partir de una mirada crítica en donde se reconozcan las formas en que las mujeres ejercen violencia en tanto partícipes de otras relaciones donde se reproducen los roles de género como el cuidado de las y los niños y las personas mayores. Para ello, retoma las cifras oficiales para mostrar que han sido los hombres los más afectados por la violencia homicida. Considera que la violencia de los hombres hacia las mujeres proviene del temor a perderlas. De este modo, cuestiona el uso extendido del término feminicidio para enfatizar en el sentido de “posesión” y de “amor” como aquel que explica el asesinato de mujeres. También retoma el planteamiento de Freud sobre la agresividad, entendida como uno de los fundamentos de la vida en común. Desde este punto de vista, no conviene negar la agresividad de la que somos portadores, sino buscar el modo de gestionarla. Ello implica reconocer el conflicto que habita lo social y el sufrimiento en el que hombres y mujeres estamos sumergidos mientras sigamos reproduciendo los patrones propios del sexismo.

José Manuel Valenzuela en el texto “¡Ni una más! ¿Traiciona al feminismo la lucha contra el feminicidio?”, cuestiona los planteamientos propuestos por María Jesús Izquierdo. Valenzuela confronta la idea según la cual la lucha contra el feminicidio pueda ser entendida como una lucha particularista, mostrando que se trata de un fenómeno que expresa en su extremo la misoginia y las relaciones desiguales entre hombres y mujeres en un orden patriarcal. Da cuenta del proceso de lucha local y nacional llevado adelante por los familiares y activistas destinado a evidenciar y visibilizar este crimen como un crimen de lesa humanidad. A su vez, analiza el feminicidio como fenómeno que se explica por una serie de elementos estructurales entre los que se destaca la implementación de un modelo de capitalismo neoliberal, cuyos efectos se expresan de manera devastadora en la frontera norte del país, produciendo seres humanos residuales, generando vidas precarias y prescindibles. Por otro lado se pregunta: “si en todas las sociedades existe orden patriarcal, amor y deseo, ¿por qué no se presenta el feminicidio con la misma intensidad en todas las sociedades?” (pág. 229). Así, cuestiona también los argumentos académicos y aquellos surgidos del sentido común que atribuyen el asesinato sistemático de mujeres al “amor” y las “pasiones”, así como a los argumentos que insisten en que el asesinato de mujeres es irrelevante frente a otros problemas nacionales aduciendo una menor participación porcentual de estas muertes entre las cifras totales de homicidio. Y concluye: ¿qué tipo de feminismo cuestiona la lucha contra los feminicidios?

Retomando la dupla víctima-victimario, Víctor Ortiz nos propone volver a las raíces etimológicas de ambas palabras para mostrarnos los sistemas de significación originarios de dicha relación. Presenta reflexiones preliminares sobre una investigación en torno a la violencia experimentada por mujeres que viven con vih, consideraciones sugestivas para pensar la articulación de la violencia institucional y la violencia de género. Por su parte, Raewyn Connell en su texto “Hombres, masculinidades y violencia de género”, insiste en la necesidad del reconocimiento de la extrema situación de violencia vivida en Ciudad Juárez, en la que los hombres participan tanto como víctimas y victimarios. Al introducir el concepto de “masculinidad” nos recuerda que la violencia de género también afecta a hombres y niños. Plantea como estrategia de intervención la necesidad de cuestionar los patrones tóxicos de masculinidad que promueven la explotación y la violencia, para lo cual añade fuentes donde podemos informarnos acerca de otras experiencias en este sentido.

Cynthia Pech en su contribución “Mediatización/contramediatización de la violencia de género” cierra este conjunto de trabajos ofreciendo una mirada crítica y amplia al papel de los medios de comunicación como reproductores de la violencia de género. También nos plantea que paradójicamente, la reproducción de las violencias de género por parte de los medios de comunicación, ha generado una toma de conciencia sobre dicha violencia y la necesidad de combatirla. Para dar cuenta de esto último introduce la noción de contramediatización, entendida como el uso de los “nuevos medios de comunicación” para contrarrestar la violencia representada por la cultura hegemónica por parte de activistas y organizaciones feministas.

Desde el punto de vista de la producción literaria, se presentan cinco textos que plantean una reflexión profunda sobre el papel de las políticas y los regímenes de la representación de la violencia en la literatura. Esta sección inicia con el texto “El narcothriller nacional en balas de plata, de Élmer Mendoza” de Aillen El-Kadi, quien considera sugerente el análisis de esta obra para acercarnos a la comprensión de las violencias producidas por el narcotráfico. A partir de las tensiones entre ficción y realidad, la autora nos muestra cómo en el texto de Mendoza se construyen las vinculaciones entre la oficialidad y la criminalidad que posibilitan el funcionamiento del narcotráfico. Para ello, construye la figura de los criminales no como aquellos personajes marginales que reposan en el imaginario del sentido común, sino como aquellos que forman parte constitutiva de la sociedad. De este modo, se propone un acercamiento a las relaciones que se han tejido históricamente entre las distintas clases sociales a través del narcotráfico. Por ello, en su obra, la violencia puesta en evidencia no corresponde sólo a la producida por el narcotráfico, sino que es reconocida como uno de los rasgos presentes en la historia de la sociedad mexicana.

Por su parte, Alicia Gaspar de Alba contribuye a la reflexión de la literatura como una manera de escudriñar la realidad a través de su artículo “La novela antidetectivesca como protesta social”. Es un texto fascinante que nos conduce a su experiencia como académica, como originaria de El Paso y como escritora de la novela “Sangre en el desierto”, novela que surge de la inquietud por conocer y denunciar los feminicidios en Ciudad Juárez. A tráves del género antidetectivesco busca llegar a un público más amplio en Estados Unidos y romper con el silencio instalado en torno a las atrocidades cometidas contra mujeres y niñas. A diferencia de la novela detectivesca que busca una solución a los enigmas del crimen, la novela antidetectivesca busca atrapar la atención de los lectores y transmitir una denuncia social. A través de esta novela, da cuenta del tratamiento inhumano recibido por las mujeres trabajadoras de las maquiladoras a quienes el discurso oficial señala por tener una supuesta “doble vida”, a partir de lo cual serían ellas mismas las responsables de sus propias muertes y de la creación de un ambiente que promueve la venta de mujeres y la esclavitud sexual.

En un acercamiento a otros géneros literarios, Rocío Mejía nos propone un diálgo con la obra de la poeta juarense Arminé Arjona. En su texto “Crimen y castigo en Ciudad Juárez”, nos muestra el modo en que la poética de Arjona se constituye en una representación viva de la ciudad. Expone cómo a través de la ironía como recurso, se produce una serie de fisuras en las formas instituidas de comprender las violencias vividas en la frontera y nos hace reflexionar sobre el orden naturalizado de las cosas. En sus narrativas aparecen el desierto, la muerte, la vida como transición, las familias, el narco y el Estado, mostrándonos cómo la narrativa literaria puede ser una manera de acercarnos a la historia emocional de una ciudad y su potencial para hacer memoria, trabajo político y comunitario.

En una reflexión sobre la violencia en la literatura, Elisabeth Landerson nos presenta un ensayo en el que nos muestra las diferencias y similitudes entre los regímenes de representación de la violencia en la literatura clásica y la literatura contemporánea. Para ello recurre a la mitología clasica y a los textos de Stieg Larson y Roberto Bolaño. Destaca la presencia de violencias gratuitas en la literatura contemporánea a diferencia de la literatura clásica, así como diferencias entre ambos autores. A partir de esta comparación, muestra los diferentes regímenes de representación de las violencias en la literatura, que en algunos casos refuerzan la dupla víctima-victimario y otros que proponen narrativas alternativas.

Finalizando esta sección, encontramos “Apuntes para desmenuzar los significados profundos del patriarcado” de Mariana Berlanga. Dando cuenta de la publicación del libro Making a Killing. Femicide, Free Trade and la Frontera –editado por Alicia Gaspar de Alba y Georgina Guzmán– este texto hace una sugerente presentación de las principales aportaciones de la obra. Entre ellas, presenta una serie de claves analíticas que nos permiten trabajar con la categoría de patriarcado, convertida en una palabra de uso común y al mismo tiempo presente dentro de la teoría feminista, pero desafortunada y progresivamente vaciada de contenido. Es un texto que reflexiona desde distintos ángulos sobre las causas estructurales de los feminicidios, el proceso cultural que explica cómo se construyen las diferencias de género, raciales y económicas, a la vez que nos presenta un análisis crítico de los movimientos sociales que han luchado en contra del feminicidio.

Por último, el quinto apartado del libro versa sobre los colectivos y el quehacer cultural contra la violencia. Este grupo de trabajos reflexiona desde la política y gestión cultural sobre el papel de la cultura en contextos de violencia. Alí Mustafá nos plantea en el texto “La cultura como mediadora en situaciones de violencia” algunas claves para pensar la política cultural como articuladora de lo educativo, lo económico y lo productivo; para lo cual retoma algunos de los planteamientos del “Manifiesto 2000 para una cultura de paz y no violencia” de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (unesco). Por su parte, Martha Miker y Alejandro Arrecillas sistematizan la política cultural que se implementó con la creación del Consejo Municipal para el Desarrollo de las Culturas y las Artes en 2009 y del programa emergente de cultura del programa federal “Todos Somos Juárez” en 2010. Ambos autores plantean la necesidad de contar con mecanismos de participación social para la toma de decisiones en materia cultural, así como tener mayores herramientas para comprender los retos de la violencia y la militarización en el diseño e implementación de las políticas culturales. Finalizan el texto con una serie de propuestas necesarias y urgentes para avanzar en la descentralización y democratización de las políticas culturales en la ciudad.

Este apartado culmina con el texto “Conectarte: diez años de colectivos y comunidad en Ciudad Juárez” de Kerry Doyle, quien comparte los resultados de un proceso de consulta con colectivos culturales donde se reflexionó en torno a la función social y política del arte en la coyuntura reciente, la necesidad de desarrollar sistemas de apoyo para artistas jóvenes y la influencia de los artistas foráneos en la formación de los artistas locales. Para llevar a cabo esta reflexión colectiva, se realizó un encuentro destinado a conocer los puntos de vista de los artistas en torno al financiamiento, el trabajo comunitario, la necesidad de espacios y la movilidad de artistas y colaboraciones entre colectivos. Como metodología –replicable en otros contextos– se aplicó una encuesta a las y los participantes, se elaboró topografía donde se ubicaron los lugares en los que se realizan las actividades y se socializó el trabajo que llevan a cabo los colectivos (Pecha Kucha).

Vida, muerte y resistencia en Ciudad Juárez es un libro que hace de la memoria un verbo y permite contrarrestar la política del olvido instalada en Ciudad Juárez y otros lugares del país. En medio de los sucesos experimentados en diversas latitudes del territorio mexicano –como Tamaulipas y Michoacán– donde las violencias no han cesado y se ensayan políticas de seguridad similares a las implementadas en Juárez, resulta urgente construir otros discursos desde una mirada crítica, diferentes de aquellos que buscan silenciar para “mejorar” la imagen de la ciudad y el país. Sólo así será posible evitar que todo el horror experimentado por miles de hombres y mujeres en la frontera norte no quede en el olvido y la impunidad.

Becaria posdoctoral del Instituto de Investigaciones Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México (México). Investigadora y docente. Doctora en Ciencia Social con especialidad en Sociología por el Colegio de México. Sus líneas de investigación son: sociología y etnografía urbana; cultura, arte y política; procesos socioculturales fronterizos; violencia, miedo e inseguridad. Entre sus últimas publicaciones destacan: “Arte urbano y subjetividad en contextos de violencia. Expresiones juveniles en Ciudad Juárez-Chihuahua” (2014); “Rebelarse a la muerte. Artivismo contra la violencia en Ciudad Juárez” (2014) y “Entre clientelismo y contienda. Los desalojos de los comerciantes ambulantes del Centro Histórico de la Ciudad de México (1993 y 2007)” (2014).

negi, (2013) “Estadísticas de Mortalidad 1990–2012”. Disponible en: <http://www.inegi.org.mx/> [Consultado el 15 de marzo de 2014].

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