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Inicio Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales Iglesia romana y antisemitismo (1920-1940)
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Vol. 61. Núm. 226.
Páginas 159-196 (enero - abril 2016)
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Vol. 61. Núm. 226.
Páginas 159-196 (enero - abril 2016)
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Iglesia romana y antisemitismo (1920-1940)
Roman Church and anti-Semitism (1920-1040)
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Jean Meyer
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Resumen

El hilo conductor del presente análisis es una minuciosa relectura de la curial e influyente revista italiana La Civiltà Cattolica, durante décadas la publicación “de combate” más abiertamente antisemita, que –según se sostiene en el trabajo– refleja la cultura católica de la segunda mitad del siglo xix y de la primera mitad del xx. Por medio de una sistemática reconstrucción entrelazada de acontecimientos históricos, personajes, procesos políticos, reseñas de publicaciones, encíclicas y controversias, el trabajo busca develar las especificidades de la articulación entre “la cuestión judía”, la Iglesia romana, el fascismo, el nazismo, el antisemitismo y el antijudaísmo.

Palabras clave:
La Civiltà Cattolica
antisemitismo
la cuestión judía
Iglesia romana
Abstract

The guiding axis of this analysis is a detailed reading of the curial and influential Italian journal La Civiltà Cattolica, during decades the “combat” periodical more openly anti-Semitic which –as maintained by this article- reflects Catholic culture of the second half of the nineteenth century and the first half of the twentieth. By way of an intertwined and systematic construction of historical events, public figures, political processes, publications’ reviews, encyclical letters and controversies, this piece aims to unveil the specifics of the connections among “the Jewish question”, the Roman Church, fascism, Nazism, anti-Semitism and anti-Judaism.

Keywords:
La Civiltà Cattolica
anti-Semitism
the Jewish question
Roman Church
Texto completo
Introducción

Hannah Arendt tenía razón al escribir que: “La revista de los jesuitas italianos, Civiltà Cattolica, fue durante décadas la más abiertamente antisemita y una de las revistas católicas más influyentes en el mundo […]. Fueron los jesuitas quienes siempre habían representado mejor, tanto por escrito como verbalmente, la escuela antisemita del clero católico” (Arendt, 1981:152, nota 44). Es por ello que la curial revista italiana La Civiltà Cattolica será, una vez más, hilo conductor del análisis.1 Por cierto, quienes en ella redactaban, no eran todos los jesuitas: no eran los anglosajones ni los holandeses –para señalar solamente algunas provincias de la Compañía de Jesús–. Además, la revista es más curial que jesuita, lo que explica su influencia; depende de la curia romana y no de la Compañía. Ciertamente, sus redactores son jesuitas todos, y jesuita es su director, nombrado por el padre general, pero con la aprobación previa de la Santa Sede. El colegio de los redactores se reúne cada 15 días y los textos presentados son revisados colegialmente antes de pasar a la Secretaría de Estado de la Santa Sede para su visto bueno definitivo. El lunes anterior a la publicación del primer y tercer sábado del mes, el director tiene audiencia en la Secretaría de Estado: el papa en persona lo recibe. Si bien no es una revista oficial de la Santa Sede, se trata de “un instituto de derecho pontificio”, lo cual explica que la Compañía de Jesús no puede cambiarla ni suprimirla.

Desde su fundación en 1850, la misión de la revista es defender la religión católica y la Santa Sede. Considerando que la mejor defensa es el ataque, La Civiltà Cattolica es una publicación de combate que refleja la cultura católica de la segunda mitad del siglo xix y de la primera mitad del xx. Sus adversarios son la Revolución francesa y sus herederos el liberalismo y –más adelante– el socialismo y el comunismo. Es antimoderna en el sentido de Pío IX y del Syllabus, pero también “integralista” en el sentido de León XIII y Pío X, como lo indica su lema “restaurar todo en Cristo”.

A partir de 1880, a su denuncia constante de la masonería internacional se añade un antisemitismo violento y polémico que no baja de intensidad sino hasta 1914. Se opone a un judaísmo antiguo, desaparecido, que denomina “mosaísmo” y que reconoce como la matriz del cristianismo –al tiempo que se enfrenta al judaísmo contemporáneo, al que califica de “rabínico y talmúdico”–. A su vez, denuncia la novedad radical del siglo xix: desde que la Revolución francesa inició la fatídica emancipación de los judíos, el problema ha cambiado de modo total. Los judíos, antes encerrados en sus guetos y en su “rabinismo”, no eran una amenaza, mientras que ahora son los agentes de una modernización que destruye religión y moral, empezando por la verdadera: la cristiana. Estos judíos, con o sin religión, incluso aquellos que se hacen bautizar, son los peores enemigos de Cristo y de su Iglesia, además de ser los enemigos del género humano.

En La fábula del crimen ritual (2012) desarrollé cómo cuajó ese antisemitismo católico que afirma distinguirse del antisemitismo “vulgar” y materialista, y que elabora la tesis del complot judeo/liberal/masónico. El símbolo de la conjura, los redactores de La Civiltà, lo encuentran en la persona de Ernesto Nathan, alcalde de Roma en 1901, judío y masón.2 Hasta 1914 denuncian sin cesar al pueblo “deicida” que odia de manera implacable a Jesús, tiene la voluntad de destruir su Iglesia y practica el sacrificio ritual de un niño cristiano en el tiempo de Pascua. Si entre 1850 y 1879 la revista publicó 24 textos mencionando a los judíos, entre 1880 y 1893 fueron 263, apenas 14 en los cuatro años siguientes y 60 hasta 1914.

Bajo el pontificado de Benedicto XV (1914-1922) desaparece definitivamente la acusación recurrente de “crimen ritual”, después de una última andanada con motivo del famoso proceso de Kiev contra Mendel Beilis, acusado de tal crimen y absuelto por el jurado. David Kertzer (2001), en The Popes Against the Jews, escribe que Benedicto XV “tuvo el valor de intentar diseñar un nuevo curso para las relaciones entre el papado y los judíos […]. La campaña antisemita en la prensa ligada a la Santa Sede quedó prontamente suprimida” (Kertzer, 2001: 241).

La obsesión del papa era la guerra mundial, y buscó vanamente el modo de frenarla. Los pogromos efectuados por las tropas rusas en Galitzia y Polonia lo indignaron, y entabló contactos discretos con judíos de Francia, Inglaterra y Estados Unidos.

En junio de 1918 mandó durante tres años a Achille Ratti, el futuro Pío XI, como su representante en Varsovia. Luego lo nombró arzobispo de Milán y cardenal. A su muerte, en enero de 1922, monseñor Ratti fue electo papa. En Polonia había conocido “el problema judío” por primera vez, al igual que la mezcla explosiva de nacionalismo, catolicismo y antisemitismo a la hora de la resurrección de Polonia y de su guerra contra el ejército soviético.

1917-1921

David Kertzer es, quizá, algo optimista cuando dice que la campaña antisemita de La Civiltà quedó suprimida. Ciertamente, a partir de julio de 1914 y hasta la revolución rusa no hay mención del “peligro judaico”. En 1917 dos artículos denuncian el papel de una “minoría astuta y prepotente […] ligada a la plutocracia inglesa o a la democracia francesa.” El redactor saluda con alegría la caída del zarismo, porque eso pone fin a la influencia de la Iglesia ortodoxa y abre a Rusia al proselitismo católico, una ilusión muy compartida en Roma.

Luego, la revolución de Octubre en Rusia y las de Múnich y Budapest en 1918-1919 resucitan el viejo tema de la conjura judía. En 1919 dos artículos denuncian la revolución húngara como “hebraica”, otros dos ven al sionismo como un complot contra los cristianos en Palestina3 y también sostienen que los ingleses defienden los intereses de los judíos y de los protestantes británicos. El 10 de marzo de 1919 el papa se pronuncia preocupado por el destino de los lugares santos, que se va a definir en la Conferencia de París. Unos días después el cardenal Gasparri explica al embajador belga que el peligro mayor es un Estado judío en Palestina: sería inadmisible que controlase los lugares santos. En 1921 la revista menciona que hay que defenderse contra el sionismo en Palestina, que la Santa Sede está en su contra, pero sin caer en “el antisemitismo no cristiano” (CC, 1921, iii: 3-14).4

En 1920 el corresponsal de la revista en Hungría explica que “los verdaderos autores de la revolución son judíos radicales, libres pensadores y masones”; que ellos son los responsables de “la obra antirreligiosa de la primera revolución”; que “Béla Kun, con los judíos venidos de Rusia, preparó la segunda revolución, la comunista y la persecución religiosa” y que las calumnias contra el gobierno actual del almirante Horthy son producto de los judíos. El país está entonces en ruinas, la miseria reina pero “los húngaros prefieren esto al yugo de los judíos radicales y ateos” (CC, 1920, iii: 470-475) En noviembre y diciembre de 1920 los corresponsales locales denuncian a los “bandidos judíos aliados de los bolcheviques (que) saquean Ucrania”, y también a los “crueles comisarios judíos” (CC, 20 de noviembre, 4 de diciembre y 18 de diciembre de 1920).

En 1921 el artículo “La Russia contemporanea nelle relazione di socialisti” plantea los términos de un discurso que se va a mantener hasta 1938: las revoluciones “soviéticas” –“bolcheviques”– de Rusia, Alemania y Hungría son obra de los judíos. “En el fondo, el bolchevismo es el viejo judaísmo que abraza con una audacia y un celo digno de una mejor causa la revolución mundial, para extender su reino plutocrático y dominar y explotar a los pueblos cristianos.” El bolchevismo no es sino la máscara de la religión judía, basta con ver el altísimo porcentaje de judíos entre los dirigentes revolucionarios (CC, 1921, i: 169-170). El judío bolchevique sustituye al judío masón.

Poco después, aún en enero de 1921, la revista denuncia “las condiciones miserables de Austria bajo el yugo de los judíos extranjeros y la obra nefasta del gobierno judeo-socialista […]. Los judíos son los enemigos jurados de la religión cristiana.” Los judíos capitalistas, la masonería judía y los soviets dominados por los judíos, como en Rusia y Hungría, tal es la situación. Además dominan la prensa (CC, 1921, i: 472-477; iii: 382).

Sin embargo,

No debemos abandonarnos a la violencia ni al odio, ni contra los judíos, con todo y su ingratitud y usurpación. Nos encontramos lejos del antisemitismo no cristiano. Pero debemos defendernos, así como toda la civilización cristiana, amenazada por la dominación judía en el mundo. Es una defensa nacional, puesto que no pertenecen sinceramente a los países en los cuales se encuentran. Es a la vez un combate internacional, católico que afecta […] el porvenir de toda la sociedad humana (CC, 1921, iii: 11-13).

En el mismo año de 1921, en el mes de junio, Achille Ratti regresó a Italia, mientras su fiel colaborador, monseñor Hermenegildo Pellegrinetti, preparaba el “Informe final de la misión de Achille Ratti en Polonia”. El documento de 70 páginas ha sido parcialmente publicado en 1990 por la editorial del Vaticano. En el original, el tema de los judíos está muy presente. Los dos eclesiásticos subrayan cómo polonitud y catolicismo son equivalentes: para los polacos, los protestantes de la minoría germánica, los ortodoxos y los greco-católicos de la numerosa minoría ucraniana y bielorrusa no son verdaderos polacos; los judíos, tampoco. Reportan una anécdota contada por el obispo de Minsk: cuando preguntó a un judío cual era su nacionalidad, aquel contestó “católico, es decir… hablaba polaco.” Czeslaw Milosz, en sus Memorias, explica cómo en ese mundo que va del Mar Báltico hasta el Mar Negro, la nacionalidad no era un concepto entendido por la gente del campo; le pasó lo mismo que al obispo de Minsk: el campesino bielorruso, interrogado sobre su nacionalidad, le contestó que era ortodoxo.

El resultado, dice el Informe, es que se formó la ecuación “Polaco=católico”. Un capítulo del documento lleva como título “Los judíos” y empieza con la frase “Polonia es el país más judaizado en el mundo. Los judíos pueden ser tres millones. La mayoría vive en las ciudades y forma ahí la mayoría de la población. Solamente en Varsovia son 350 000.” Luego ofrece un retrato de la comunidad judía en todos sus aspectos: “Hay un gran contraste entre los capitalistas judíos que, por desgracia, controlan gran parte de la riqueza de Polonia, y el proletariado judío, en el seno del cual los partidos más avanzados encuentran seguidores, incluso el bolchevismo, que tiene entre los judíos su fuerza principal en Polonia.” Ya sea como capitalistas o como proletarios, los judíos son peligrosos. Los informantes polacos han reportado a monseñor Ratti que los alemanes, al conquistar la Polonia zarista, favorecieron hábilmente a los judíos y los usaron como “espías, ayudantes en requisas y saqueo del país.” En la Polonia independiente de 1919, los judíos recibieron todos los derechos cívicos, pero la mayoría “siente que pertenece a otra nación y, de hecho, es antipolaca […]. La hostilidad judía contra el nuevo Estado funciona por todos lados, especialmente afuera del país, donde la gente habla de pogromos, boicoteos, persecución, etcétera, de manera claramente exagerada.”

Luego desarrolla el tema de la amenaza:

No cabe duda de que los judíos constituyen una causa mayor de debilidad en el Estado polaco. Con los bancos, la prensa y muchos oficios importantes entre sus manos, y apoyados por su organización internacional, buscan la formación de una Polonia judía. […] Inútil decir que (los judíos) representan un peligro del punto de vista religioso. Felizmente, el peligro está en parte disminuido por la antipatía nacional contra ellos. […] El comunismo no ha prosperado gracias a la antipatía contra los rusos que son sus campeones y contra los judíos que (no todos) son sus propagandistas (Kertzer, 2001: 258-262).

Entre 1919 y 1921 la revista de los jesuitas franceses, Études, trata de los mismos temas que La Civiltà, pero sin la misma virulencia: “Le sionisme et la Turquie” (1919, tomo 158); “La Pologne pendant la guerre” (tomos 158 y 159); “Les Juifs en Hongrie. Béla Kun ou Jean Hunyade” (1920, tomo 165, y 1921, tomo 166); “Le problème juif” (1921, tomo 168). Luego, el tema judío desaparece y cuando vuelve, en 1927, toma un sentido muy diferente, que podemos calificar de filojudío: Joseph Bonsirven, SJ (1880-1958) publica 14 artículos entre 1927 y 1938 sobre los temas “Crónica del judaísmo francés” y “Defensa del judaísmo”, “Problèmes juifs et mystère d’ Israel”. Nada que ver con La Civiltà Cattolica. En 1921 el famoso texto apócrifo titulado Protocolos de los Sabios (o de los Ancianos) de Sion ha sido traducido al italiano y publicado por el antisemita furibundo Giovanni Preziosi, quien será uno de los abogados de las leyes raciales fascistas de 1938 y 1939.5

1922 ¡Al ataque!

Paolo Silva SJ (1852-1938), autor de tres artículos en 1922 contra el sionismo en Palestina, publica en el mismo año un artículo fundamental: “La rivoluzione mondiale e gli ebrei” (CC, 12 de octubre de 1922, iv: 111-121). No menciona en ningún momento los Protocolos, pero es obvio que los ha leído; no los cita porque su naturaleza apócrifa ha sido ampliamente publicitada, pero ha de pensar que los hechos comprueban lo dicho. Alude a ellos cuando escribe que “una mano profana ha puesto a la luz los secretos que llevan la marca del gueto. ¿Documentos o falsificaciones? Cómo siempre, será difícil disipar la tiniebla en la cual se vela celosamente Israel.” (Ibíd., 1922, iv: 111). ¿Los Protocolos dicen que los judíos quieren dominar al mundo? La Civiltà lo menciona desde 1880. La novedad es que ahora el bolchevismo es judío y, por tanto, quiere conquistar al mundo. El complot judío es un mito central en la revista entre 1880 y 1914; resurge actualizado, con el bolchevique ocupando el lugar del liberal y del masón. Vale la pena citar a Silva.

Primera frase: “El mundo está enfermo”. Principio del segundo párrafo: “Voci sinistre si levano da più parti ad accusare la sinagoga. Il lupo è, sempre lupo: le colpe antiche accreditano i sospetti nuovi e rinciprigniscono, una, piaga, rammarginata ma non mai guarita.” Después de la introducción, que termina con la explicación del silencio guardado por la revista sobre el tema, para no ser acusados de nuevo de ser propagandistas del antisemitismo, siguen cinco apartados.

El primero está dedicado a Rusia, la nación mártir, asesinada por el terror bolchevique, víctima de una hambruna que el Vicario de Cristo intenta socorrer. Termina con la pregunta de quiénes han lanzado a este pobre pueblo a un abismo sin fondo. El segundo contesta que “en su mayoría los miembros del cuerpo dirigente de la república comunista de Rusia no son indígenas rusos, sino intrusos judíos, los cuales se apresuraron a disimular casi siempre su apellido inicial bajo la máscara de un seudónimo de color eslavo.” En una lista de 545 altos dirigentes, el autor encuentra que “los de raza judía son 447”. En el punto iii precisa que de los 22 miembros del Soviet de los Comisarios del Pueblo, tres son rusos, Lenin (aunque “se dice que su madre era judía”), Chicherin y Lunarchaski; dos armenios, Protian y Dzhugashvili –Stalin es georgiano u oseta–, y que los otros 17 “son todos hijos de Israel”. “El Comisariado de la Prensa está naturalmente bajo completo dominio judío.”

El párrafo iv revisa los otros consejos, para concluir que “todos están bajo el predominio de la sinagoga”. “Rusia ofrece un ejemplo único: a la nación eslava le han impuesto el yugo de otra nación, la judía. ¿Cómo explicarlo? El padre Silva lo hace en su punto v: la república judía es la aplicación de una doctrina, el dogma del evangelio de Marx y Engels […]. Solo la perversión de una fantasía semita era capaz de tumbar todas las tradiciones de la humanidad […]. El sentido común ario jamás hubiera inventado” todo aquello. “El judío no quiere al ejército porque no tiene patria y cuando tuvo que ser soldado, la revolución lo hizo traidor y asesino.”

En el mismo año 1922, a propósito de Austria, el cronista de La Civiltà deplora que en Viena crezca el odio contra los judíos. Se entiende, dice, porque la ciudad está controlada por los masones, los cuales son apadrinados por los judíos. Esa situación explica que los radicales recurran a la violencia, como en el caso del lamentable asesinato del ministro alemán judío Rathenau. La revista condena el recurso de la violencia y aconseja, por un lado, infiltrar las logias, además de desarrollar una campaña de información sobre “la perversidad del materialismo judío”, e insiste: los católicos deben distinguirse de los antisemitas “exagerados”. En un principio el antisemitismo es “un reflejo natural absolutamente necesario, contra la prepotencia de los judíos. […] El antisemitismo católico, con tal de no rebasar los límites de la ley moral, tomará todos los medios necesarios para la emancipación del pueblo cristiano de la prepotencia de su enemigo jurado” (CC, 1922, iv: 369 y 370).

Con esto, todo está dicho. La Civiltà Cattolica tocará la misma música de ahora en adelante, la que tocaba el mismo Paolo Silva, autor en 1914 de una terca defensa de la tesis del crimen ritual bajo el título de “Raggiri ebraici e documenti pontificale”, un ataque en regla contra el veredicto del jurado de Kiev, que declaraba inocente a Mendel Beilis (Meyer, 2012: 118-135); lo cual no impide que la revista pida a los católicos rezar por la conversión de los judíos (CC, 1922, iii: 101).

La Santa Sede y Mussolini

En el mismo mes de agosto de 1922, La Civiltà denuncia a los camisas negras fascistas como un peligro peor que el representado por los rojos. Incluso afirma que el fascismo es un aliado de la judería internacional y de la masonería, acusación que puede explicarse por el anticlericalismo inicial de Mussolini. La revista es italiana, su sede es romana, su razón de ser es defender a la Santa Sede y, por tanto, no puede ser indiferente a lo que pasa en Italia.

En 1919 el sacerdote Luigi Sturzo había fundado el Partido Popular Italiano (ppi), un partido político de católicos, pero “no confesional y democrático”, para “todos los hombres libres y fuertes”. El partido no despertó entusiasmo en la revista: el 7 de febrero de 1919 su director, Enrico Rosa SJ, insiste en “A propósito del nuevo ppi” que no es un partido católico y lamenta que su programa no mencione la soberanía del papa, critica la mención de “pueblo soberano” que remite más a Rousseau que a Tomás de Aquino o Suárez, y concluye que habrá que esperar para juzgar. Por el momento le otorgaremos el beneficio de la duda, aunque con desconfianza.

Durante los tres años siguientes, la revista le dedica más de 30 artículos al ppi, con atención constante y algo de simpatía crítica. En forma paralela, denuncia el doble peligro rojo y negro. Frente a Mussolini, antes de la Marcha sobre Roma y la consecuente toma del poder, su actitud es crítica: les reprocha a los fascistas su violencia arbitraria, su agresividad contra la religión en general y su anticlericalismo en particular. Todavía en el verano y el otoño de 1922 denuncia: “la prepotencia fascista, desatada y más violenta en los últimos tiempos”, así como su anticlericalismo. Habla de “subversión fascista”, “arbitrario sangriento”, y define al fascismo como “un movimiento violento y anticristiano, dirigido por hombres turbios y financiado por sospechosos intereses” (CC, 12 mayo 1921, 27 de julio 1922, 12 de agosto 1922, 7 de septiembre, 12 de octubre 1922).

Al mismo tiempo, desde 1921 los redactores se preocupan por una eventual alianza entre los “populares” (del ppi) y los socialistas, en contra de los fascistas y comunistas. Eso refleja el alejamiento progresivo de la Santa Sede en relación con el partido de Dom Sturzo, juzgado como demasiado progresista. El 2 de octubre de 1922, la Secretaría de Estado manda una circular a los obispos italianos; tal evolución cristaliza cuando en su toma de poder, el 30 de octubre de 1922, Mussolini proclama su respeto por la religión católica, religión de la nación italiana, y se define como hombre de orden. El 8 de diciembre de 1922 La Civiltà Cattolica, a dos meses de su condena radical del fascismo, declara que hay que aceptar el gobierno fascista porque una coalición entre “populares” y socialistas hubiera sido monstruosa (CC, 1922, iv: 502-512).

Presionado por la Santa Sede, el Partido Popular acepta a regañadientes una breve colaboración con Mussolini, algo que provoca una seria crisis interna en su congreso de Turín, en abril de 1923; a consecuencia de ello, el Partido rechaza unirse al fascismo. En represalia, Mussolini saca de su gobierno al ministro y a los tres subsecretarios populares. El 10 de julio de 1923 Dom Sturzo renuncia a la dirección del Partido para no dar pretexto a Mussolini de atacar a la Iglesia, y porque no acepta el deseo de muchos católicos de que el Partido dé “un consenso completo” al fascismo. No es suficiente: el 27 de julio, el Gran Consejo Nacional del Fascismo declara que “el turbio y tonto sacerdote siciliano (Dom Sturzo) y su partido” son enemigos del gobierno y del fascismo. Sturzo tendrá que salir del país.

El 7 de agosto de 1924 otro artículo de Enrico Rosa es la condena a muerte del Partido Popular, mucho antes de que Mussolini prohibiera todos los partidos políticos, en junio de 1926. En “La parte dei cattolici nelle presenti lotte dei partiti politici en Italia”, el director de la revista asume la necesidad del realismo en política. Ciertamente, a la Iglesia no le gusta la violencia de los squadristi fascistas que atacan los “círculos católicos” y la Acción Católica de la Juventud, al tiempo que lo aterra “el horrible asesinato del diputado Matteoti”, el 10 de junio (y todavía no había ocurrido el asesinato del arcipreste de Argenta, Giovanni Minzoni, por parte de los fascistas el 14 de agosto). Pero, ¿qué hacer en aquel momento? Enrico Rosa desarrolla la respuesta en cinco puntos: el fascismo es, de hecho, un gobierno; se le debe obediencia, sin que eso implique reconocer legitimidad a su origen; mucho menos implica justificar sus desórdenes y violentos abusos; los católicos no pueden pensar en hacerlo caer por una vía ilegítima, como una revuelta, complot o revolución; hay que criticarlo para mejorarlo, incluso sustituirlo por medios legítimos, como el voto, si eso produce un cambio positivo; si el cambio tiene resultados negativos, no hay que hacerlo. Una alianza entre el Partido Popular y el Partido Socialista “no sería ni conveniente, ni oportuno, ni lícito […]. Sería una especie de convenio entre Cristo y Belial, un acuerdo entre la Iglesia y el Demonio […]. Al final los católicos quedarían tirados como limones exprimidos”; el gobierno debe dejar libertad a las oposiciones, para no caer en la tiranía. Enrico Rosa constata que, con todos sus defectos, el fascismo ha derrotado a la masonería, a la tiranía socialista; ha restablecido el orden en la administración pública y dejado de manifestar hostilidad a la religión; respeta la familia y la propiedad, mientras que el socialismo continúa por los mismos senderos. Si en lugar de Mussolini Italia hubiese tenido un príncipe Lwoff o un socialista moderado Kerenski, “el bolchevismo frenético y salvaje” hubiese triunfado. Conclusión: el fascismo defiende los valores cristianos. No hay lugar para el juego político del Partido Popular.

Hasta febrero de 1929 la revista mantendrá esa línea de aceptación crítica frente a un fascismo que disputa a la Iglesia la formación de la juventud, disolviendo por ejemplo al Movimiento Scout Católico. Denuncia su “totalitarismo”, su voluntad de adoctrinar la juventud, sin más.

Amici Israel

Hay pocos artículos sobre el tema judío entre 1922 y 1928, hasta que el 19 mayo de 1928 Enrico Rosa publica “El peligro judío y los ‘Amigos de Israel’” (CC, 1928, ii: 335-344). El 21 de abril la revista había citado el decreto del Santo Oficio fechado el 2 de abril de 1928, condenando “en extremo el odio contra el pueblo antaño escogido por Dios, este odio que hoy acostumbran nombrar ‘antisemitismo’”. Dicho decreto, sin embargo, disolvía la asociación “Amici Israel”:

La naturaleza y el fin de la asociación llamada “Amigos de Israel” ha sido sometida al juicio de la Congregación del Santo Oficio, así como un opúsculo intitulado Pax super Israel, editado para este efecto (idcirco) por los dirigentes y abundantemente distribuido para hacer entender mejor las características y el método; los Eminentísimos Padres adscritos a la guarda de la fe y de las costumbres han reconocido de entrada el aspecto laudable de dicha asociación, que es de exhortar a las fieles a rezar a Dios y trabajar para la conversión de los israelitas al reino de Cristo. No es sorprendente que en sus principios, dicha asociación que no tiene más fin que aquella, haya recibido la adhesión no solamente de muchos fieles y sacerdotes, sino de buen número de obispos. De hecho, la Iglesia católica ha tenido siempre la costumbre de rezar por el pueblo judío, que fue el depositario de las promesas divinas hasta Jesucristo, a pesar de la ceguera continua de aquel pueblo; es más, precisamente por su ceguera. ¡Con cual caridad la Sede apostólica no ha protegido el mismo pueblo contra las vejaciones injustas! Puesto que reprueba todos los odios y animosidades entre los pueblos, condena en extremo máximo el odio contra el pueblo antaño escogido por Dios, este odio que hoy acostumbran nombrar “antisemitismo” (reprobat, ita vel maxime damnatodium adversus populum olim a Deo electum). Sin embargo, observando y considerando que esta asociación de “Amigos de Israel” adoptó después una manera de actuar y pensar contraria al sentido y al espíritu de la Iglesia, al pensamiento de los Santos Padres y a la liturgia, los Eminentísimos Padres, después de recoger los votos de los Consultantes de la Asamblea Plenaria del 21 de marzo de 1928, han decretado que la asociación de los “Amigos de Israel” debía ser suprimida. La declararon efectivamente abolida, y han prescrito que nadie, en el porvenir, se permita escribir o editar libros u opúsculos de naturaleza a favorecer de cualquiera manera semejantes iniciativas erróneas. El jueves siguiente, 22 del mismo mes y año, en la audiencia concedida al Asesor del Santo Oficio, el muy santo padre Pío XI, papa por la divina Providencia, aprobó la decisión de los eminentísimos padres y ordenó su publicación. Dado en Roma, en el Palacio del Santo Oficio, el 25 de marzo de 1928 (“Decretum de consociatione vulgo ‘Amici Israel’ abolenda”, Acta Apostolicae Sedis, 1928: 103-104).

Extraño decreto si uno piensa que el papa condena formalmente el antisemitismo pero, al mismo tiempo, el cardenal Merry del Val obtiene la abolición de “Amigos de Israel”. El cardenal, español y bastante reaccionario, seguía convencido de que los judíos eran los enemigos irreconciliables de los cristianos y practicaban el crimen ritual (Meyer, 2012: 116, 129).

Conviene presentar brevemente a los “Amigos de Israel”. En Francia y Holanda se había formado una pequeña familia de teólogos, escritores eclesiásticos y laicos, inspirados por el libro de Léon Bloy Le salut par les Juifs (1892, 1904), alejados del antisemitismo. Soñaban con la conversión de los judíos, y en 1905 los padres y las monjas de Nuestra Señora de Sion habían fundado una cofradía de oraciones para la conversión de Israel, que contaba con cien mil miembros en 1917. En 1920 ese movimiento prosperó, al grado que los antisemitas atacaron “la judaización voluntaria de estos católicos […]. Estamos decididos a acabar con esa campaña internacional a favor de Israel en los medios católicos y repetimos: sí, o bien es demencia, o es traición” (Pierrard, 1970: 249).

El 24 de febrero de 1926, el religioso holandés Antón van Asseldonck creó en Roma la asociación “Amigos de Israel”. Empezó como un comité de sacerdotes entregados, por la oración y la amistad activa, a “la salvación de Israel”. Su padrino era nada menos que el cardenal holandés Willem van Rossum (1854-1932), papabile en 1922 y prefecto de Propaganda Fide en la curia romana; el 29 de julio de 1926, el Jewish World publicaba su declaración: “La Iglesia condena el antisemitismo muy severamente y con toda la fuerza de su autoridad. La religión católica tiene tres grandes privilegios en común con la religión judía: la creencia en un solo Dios, en la inmortalidad del alma y en la purificación por el castigo de los pecados.” El boletín de la asociación Pax super Israel tuvo inmediatamente una gran difusión, lo que causó el furor de la Revue Internationale des Sociétés Secrètes, dirigida por el integrista eclesiástico Jouin, editor en francés de los Protocolos de los Sabios de Sion. Jouin y su revista no dejaron un solo día de atacar a la asociación que limpiaba al pueblo judío de la acusación de deicidio y pregonaba “la prerrogativa del amor especial que Dios ha reservado a Israel.”

La asociación contó rápidamente con 19 cardenales, 278 obispos y más de tres mil sacerdotes del mundo entero, así como un número indeterminado de laicos. Stanislas Fumet da su testimonio en el capítulo iii, “Los judíos y Roma”, de su Histoire de Dieu dans ma vie (1978). Con él y su esposa Aniouta, judía rusa, andaban Jacques Maritain y su esposa Raïssa, dos ahijados de Léon Bloy que habían costeado la reedición del Salut par les Juifs. Paul Claudel, desde la embajada de Francia en Japón, escribía a Aniouta Fumet:

Leí con emoción en una revista misionera belga la hermosa carta que Usted escribió sobre la nueva sociedad “Los Amigos de Israel” a la cual me daría gusto y orgullo pertenecer. Ese movimiento es muy bello. El gran libro empieza a dar fruto, pareciera que un velo se levanta de los ojos de la cristiandad y que empieza a ver en Israel no el Deicida sino el Cristóforo, el Abraham que para la salvación de la humanidad sacrifica a su hijo único. La idea de vuestro esposo de una futura liturgia judaica es muy interesante.

Stanislas Fumet cuenta cómo los recibió en Roma el cardenal Van Rossum, prefecto de Propaganda Fide:

He apuntado varias palabras suyas. “¡Tenemos tanto que reprocharnos en cuanto a los judíos!” Y cuando, de parte de amigos judíos cristianos le pregunté (entonces eso parecía extraordinario) si la Iglesia romana aceptaría para la misa pensar en una liturgia en hebreo, me contestó: “Sin ninguna dificultad.” Tenía los ojos llenos de lágrimas hablando de los judíos. El cardenal apoyaba a los “Amigos de Israel” cuanto podía, Pío XI les había manifestado su simpatía […]. Pero los teólogos calificados de “integristas” consideraban como aventurada la doctrina y no dejaban de escrutar los textos de los Amigos de Israel sin benevolencia (Fumet, 1978: 295-302).

Cuando la asociación fue abolida, La Revue Internationale des Sociétés Secrètes (riss) triunfó: el “decreto liberador” había derrotado al “filosemitismo, este engañabobos” inventado por “un enemigo implacable que ha largamente madurado en sus consejos el plan de muerte que vemos desarrollarse bajo nuestros ojos.” Atacaba también al diario católico francés La Croix, que con un nuevo director, el padre Merklen, se alejaba de su radicalismo tradicional, integrista y antisemita, y a la revista jesuita Études por los artículos “filosemitas” del padre Joseph Bonsirven. En las columnas de la riss el padre Colmet se quejaba y denunciaba a Jacques Maritain de “mestizo espiritual de Léon Bloy y de la escolástica”:

Siempre la misma fraseología, tejido de contrasentidos teológicos y sobre las Escrituras. ¡Dejar de hablar de “pueblo deicida”, hablar de “pueblo privilegiado”, nada de “conversión” de los judíos, sino su “regreso”, tampoco de los crímenes rituales, de las ceremonias de la sinagoga, sino con deferencia! ¡Jamás permitirse un chiste sobre Israel, sino combatir los prejuicios antisemitas! ¡A los judíos les debemos Cristo! (Pierrard, 1970: 252-253)

La Civiltà Cattolica, bajo la pluma de su director, publicó “El peligro judío y los ‘Amigos de Israel’” en su número del 19 de mayo de 1928. Comentaba y aclaraba el Decreto del Santo Oficio, que –escribe el padre Enrico Rosa– sigue una línea del justo medio entre antisemitas y filosemitas. Empieza con una cortesía para con los “Amigos de Israel”, admirables en su proselitismo, pero equivocados –quizá sin saberlo– cuando “cubren no solamente todos sus defectos, sino también sus crímenes históricos y atenúan el lenguaje tradicional, incluso el utilizado en la liturgia sacra.” Con esta última nota Enrico Rosa alude a la solicitud presentada por el padre Van Asseldonck de suprimir de las oraciones del Viernes Santo la palabra “perfidis” en la intención pro perfidis judaeis, algo que Pío XII acordará con Jules Isaac después de la segunda guerra mundial.

Prosigue Rosa: ciertamente hay que rezar por los judíos y su conversión, no debemos odiarlos, “puesto que están expuestos al odio de los otros pueblos a causa de sus propias actuaciones”, pero la condena del antisemitismo expresada por el papa va solamente “en su forma y espíritu anticristiano […] el de los adversarios de los judíos por pasión partidista o nacional, por intereses materiales, por celo comercial u otro, por ninguna razón justificada moral y religiosamente.” Para él es digno de alabanza “el equilibrio de una decisión igualmente alejada de dos extremos opuestos, antisemitismo y semitismo”; Roma condena el antisemitismo en unos precisos límites, condena las pasiones de la plebe, causadas o explicables por la injusticia y prepotencia de los judíos contra unos pobres diablos indefensos. “El liberalismo los volvió (a los judíos) audaces y poderosos, creando para ellos, bajo pretexto de igualdad, una condición privilegiada siempre más preponderante, especialmente en economía, en la sociedad moderna.”

Enrico Rosa retoma su discurso usual, concretamente el de 1914, que fue el sostenido también por el padre Bellorini en 1890: hay dos períodos en la historia de Israel, el tiempo anterior a la venida de Cristo que representa el judaísmo bueno, el de Moisés, y el tiempo ulterior, del rabinismo, del talmudismo malo.

En cuanto al peligro judío, es una amenaza para el mundo entero por sus perniciosas infiltraciones o ingerencias nefastas, especialmente entre los pueblos cristianos y más aún entre los católicos y latinos, donde la ceguera del viejo liberalismo favoreció de manera mayoritaria a los judíos, mientras perseguía a los católicas y más que todos a los eclesiásticos […] Ha sido el mérito de nuestro periódico, podemos decirlo con toda sinceridad, haber constantemente denunciado este peligro desde un principio.

“La triste realidad”, según él, es que:

Intentamos en estas páginas demostrar cuanto hay que criticar a los judíos por la revolución rusa y cómo ha sido preeminente en ella la corrupta generación de judíos, del mismo modo que anteriormente en la revolución francesa, y también en la revolución más reciente de Hungría, con masacres, crueldad y atrocidades salvajes. El resultado ha sido el derrumbe del imperio moscovita y la tiranía impuesta por la toma de poder bolchevique que amenaza a Europa. Son ellos los que han preparado y a veces hasta lanzado la revolución en Rusia […] la persecución religiosa y el combate anticristiano que es el triste producto final de todo el movimiento liberal y masón. [Además], han establecido su hegemonía sobre muchos sectores de la vida pública, especialmente en la economía y la industria, así como en la alta finanza, en donde se dice que tienen un poder dictatorial. Pueden dictar leyes a Estados y gobiernos, tanto en materia política como financiera, sin temer a ningún rival […]. Ejercen una nefasta ingerencia favorecida por la famosa “Sociedad de Naciones” […] y son más preponderantes aún en las sectas ocultas, trabajando para completar su hegemonía mundial.

Parece que estamos leyendo los Protocolos de los Sabios de Sion.

La abolición de los “Amigos de Israel” resulta de poco peso frente a los acontecimientos internacionales de la época, como la guerra de la Cristiada, que se venía desarrollando en México desde el otoño de 1926. Sin embargo, aquel pequeño acontecimiento es muy revelador. El decreto del Santo Oficio ha sido considerado por la mayoría de los historiadores como el primer texto oficial de la Santa Sede que condena el antisemitismo, algo similar al antecedente del Concilio Vaticano II; ilusión óptica de autores que escriben después de la segunda guerra mundial sobre el genocidio perpetrado contra los judíos. Sin embargo, mientras los observadores de la época ven esa condena mucho más que la del antisemitismo, no hablan de los “Amigos de Israel”. Por eso la alegría de la Revue Internationale des Sociétés Secrètes. El artículo del director de La Civiltà que acabamos de citar ampliamente, recuerda a los tontos bienaventurados filosemitas que el “peligro judío” es demasiado real y que solamente un tipo de antisemitismo no conviene a los cristianos. Hay que subrayar que dicho artículo es un comentario del decreto del Santo Oficio y ha pasado por el filtro de la curia.6 Eso mismo limita de manera considerable la supuesta condena vaticana del antisemitismo.

1929-1937 Reacciones frente al nacionalsocialismo

De 1929 a 1934 se escribe poco sobre los judíos en La Civiltà: algunas reseñas de la Histoire du peuple hébreu des Juges à la captivité, de Desnoyers; Le judaisme après Jesús-Christ, del padre Joseph Bonsirven; Histoire d’Israel, peuple de Dieu, de Fillion. El fascismo italiano acapara la atención de los redactores, ya que en febrero de 1929 Mussolini “resuelve la Cuestión Romana”, pendiente desde 1870, con los famosos Acuerdos de Letrán. El reconocimiento por parte de Italia de la soberanía temporal de la Santa Sede se prolonga con la firma de un concordato. Sin embargo, “el año de la conciliación” dura muy poco, puesto que en mayo Il Duce afirma que la educación será “totalitaria” (13 de mayo en la Cámara y 25 en el Senado).

El 14 de mayo Pío XI había replicado que la Iglesia no podía aceptar un monopolio de Estado en materia educativa y cuando el 12 de julio La Civiltà comentó el discurso, su edición fue confiscada, “por su contenido anti-italiano y antifascista”. En los años ulteriores las cosas no mejoraron y en 1931, al final de una larga campaña contra la Acción Católica, los squadristi ejercieron su violencia contra las organizaciones católicas, en especial contra las Asociaciones Juveniles Universitarias. Nada podía dolerle más al papa que el asalto contra su querida Acción Católica (ac): escribió la encíclica Non abbiamo bisogno, publicada el 29 de junio de 1931, para defender a la ac y protestar contra la violencia; a su vez criticaba al Estado fascista no como tal, sino en lo que en su programa y actuación era contrario a la doctrina y a la práctica católica. Durante los años siguientes, la Santa Sede mantendría esa línea: defensa de las escuelas católicas y de la ac, aprobación del corporativismo fascista, ambigüedad frente a la expansión colonial; el padre Antonio Messineo, en una serie de artículos publicados a finales de 1936, en principio parecía aprobar la conquista de Etiopía, pero finalmente, al analizar cinco condiciones para que sea considerada legítima, concluye que es “injusta e inmoral” (CC, 12 de diciembre de 1936).

La novedad de los años 30 es el crecimiento del nazismo y su llegada al poder. Desde un principio La Civiltà Cattolica, tanto como la Iglesia católica en Alemania, condenan el nazismo. El 9 de mayo de 1931 el autor de “El nacionalsocialismo en Alemania” publica una crítica desarrollada en 25 puntos sobre el programa del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (nsdap por sus siglas en alemán), así como de la violencia de los nazis; anota sin comentario que Hitler es “resolutamente antisemita” (punto 4 del programa) y considera que la Brutalität es una necesaria virtud nazi. Como todos en la época, piensa que Hitler es un Mussolini germánico, incluso un alumno de Il Duce en todo menos en el antisemitismo, que no caracteriza al fascismo italiano. Lo que le inquieta más –y le dedica un largo análisis– es el punto 24: la declaración de guerra a la religión en general. La Iglesia católica alemana manifestaba la misma inquietud, de modo que prohibía a los fieles adherirse al partido nazi, postura que mantuvo hasta la victoria de Hitler. El proceso electoral nazi resultó imparable, agravado por la adhesión progresiva de muchos protestantes y la “fuga electoral” de un buen número de católicos. Una vez alcanzado al poder con toda legalidad y dotado de plenos poderes, el 23 de marzo de 1933 Hitler puso rápidamente su programa en acción, desmantelando las instituciones democráticas y pasando a la ofensiva contra los judíos el 1° de abril.

La Iglesia romana venía negociando un concordato con la República de Weimar desde hacía tiempo; Hitler aprovechó el trabajo realizado para concluir rápidamente un acuerdo final, que le valió al secretario de Estado Pacelli, futuro Pío XII, ser calificado como el “papa de Hitler”. Previo al término de las arduas negociaciones Edith Stein, brillante filósofa, alumna de Edmund Husserl y católica de origen judío, escribió al papa seis meses antes de su entrada al Carmel, el 12 de abril de 1933:

Santo Padre,

En mi calidad de hija del pueblo judío, que la gracia de Dios hizo hace once años, hija de la Iglesia católica, me atrevo a formular delante el Padre de la cristiandad, lo que oprime a millones de alemanes.

Hace semanas, vemos ocurrir en Alemania hechos que burlan toda justicia, toda humanidad, para no mencionar el amor al prójimo. Hace años, los jefes del nacionalsocialismo predican el odio a los judíos. Esta semilla de odio se difundió ahora que tomaron el poder y armaron a sus partidarios, entre los cuales incontestablemente hay elementos criminales. Muy recientemente, el gobierno admitió la existencia de desbordamientos. No tenemos la menor idea de su dimensión, puesto que la opinión pública está amordazada. Pero por lo que me han informado relaciones personales, no se trata en ninguna manera de casos excepcionales y aislados. Bajo la presión de los ecos venidos del extranjero, el gobierno pasó a métodos “más dulces”. Dio la consigna de “no tocar un solo cabello judío.”

Pero la proclama del boicoteo7 que priva a la gente de sus medios de existencia, de su honor de ciudadanos y de su patria, empuja a muchos a la desesperanza. Supe directamente, la semana pasada, de cinco casos de suicidio a consecuencia de estos ataques. Estoy convencida de que se trata de un fenómeno de alcance general, que causará más víctimas. Es de lamentar que estos desgraciados no hayan encontrado la fuerza de aguantar su destino. Pero la responsabilidad recae en gran parte sobre los que los llevaron tan lejos. Todo lo que ha ocurrido, que ocurre cada día, procede de un gobierno que se dice “cristiano”. Hace semanas, no solamente judíos, sino miles de fieles católicos en Alemania, y, pienso, en el mundo entero, esperan que la Iglesia de Cristo levante la voz, para poner un alto a esta profanación del nombre de Cristo. ¿No es una herejía patente que esta idolatría de la raza y de la fuerza del Estado, con la cual la radio amartilla cada día las masas? Ese combate de aniquilación llevado contra la sangre judía, ¿no es un ultraje a la muy santa humanidad de nuestro Redentor, de la bienaventurada Virgen y de los Apóstoles? Todo aquel ¿no se encuentra en radical oposición con el comportamiento de Nuestro Señor y Salvador quien, en la cruz, seguía rezando por sus perseguidores? ¿No es una mancha negra en este año santo que debía ser un año de paz y reconciliación?

Todos nosotros, fieles hijos de la Iglesia, que observamos con los ojos gran abiertos lo que ocurre en Alemania, tememos lo peor para la reputación de la Iglesia, si el silencio persiste más tiempo. Somos igualmente convencidos que este silencio no permitirá, a la larga, conseguir la paz del actual gobierno alemán. El combate contra el catolicismo se ha apaciguado solo de manera provisional y, si se lleva bajo formas menos brutales que contra el judaísmo, no es menos sistemático. No falta mucho tiempo para que ningún católico ocupe un cargo en Alemania, si no se implica sin condiciones en el nuevo curso de las cosas. Prosternada a los pies de Vuestra Santidad e implorando la bendición apostólica,

Dra. Edith Stein

Profesora en el Instituto Alemán de Pedagogía Científica.

Münster en Westfalia, Collegium Marianum.8

Esa súplica profética no provocó la respuesta esperada. Edith Stein recibió la bendición apostólica, sin más, y la Iglesia guardó silencio. Pero el 4 de abril de 1933, antes de que Edith Stein enviara su carta, el cardenal Pacelli había escrito al nuncio en Berlín, monseñor Orsenigo:

Altas personalidades israelitas pidieron al Santo Padre su intervención frente al peligro de los excesos antisemitas en Alemania […]. Como pertenece a las tradiciones de la Santa Sede desplegar para todos los hombres su misión universal de paz y amor, independientemente de las condiciones sociales o religiosas, ofreciendo en caso de necesidad, los servicios de su amor, el Santo Padre encarga a su Excelencia reverendísima considerar si, y cómo, conviene intervenir en este sentido (“Lettre d’Edith Stein au pape Pie XI et Commentaires”).

El nuncio contestó que se notaba un cambio sustancial en la lucha contra los judíos, dado que ya no se trataba de excesos de la plebe, sino de una acción legal por parte de un gobierno legítimamente electo por el pueblo alemán; por tanto, eventuales acciones de la Santa Sede (a favor de los judíos) podrían ser mal consideradas. El 23 de marzo, en su declaración de gobierno, Hitler había calificado a las iglesias católica y protestante como “importantes factores de preservación de nuestra raza” y prometía “asegurarles en la enseñanza y la educación, la influencia que les tocaba”. Tales promesas, acompañadas de las medidas de represión y terror, convencieron a las autoridades de la Iglesia católica de suspender su oposición al régimen. La Conferencia Episcopal de Fulda suspendió las prohibiciones y sanciones contra los nazis católicos, y manifestó su confianza al Führer.9 En tales condiciones, y con la perspectiva de un concordato, deseado desde tantos años atrás, que permitiría un modus vivendi con un gobierno peligroso, la “cuestión judía” se volvía secundaria.

Cuando el nuncio Orsenigo subraya que las medidas antisemitas provienen de un gobierno legal, legítimo, emanación de la voluntad del pueblo alemán, remite a esa idea persistente en La Civiltá sobre la aceptación de un antisemitismo moderado, que usa métodos moralmente aceptables (no la violencia plebeya), para frenar la influencia exagerada y peligrosa de los judíos. Es lo que dice el padre Enrico Rosa –y lo que publica el padre Gundlach SJ en su artículo Juden(tum)– en el prestigioso diccionario teológico Lexicon für Theologie und Kirche, en el mismo año de 1933.

El 26 de junio de 1933 los nazis arrestan a los diputados del Partido Popular (católico) de Baviera, así como a monseñor Leicht, diputado al Reichstag, y a numerosos sacerdotes. El cardenal Pacelli reclama entonces la cesación inmediata de la ofensiva contra el clero y las asociaciones católicas, antes de la firma del Concordato. Sin embargo, si bien se la conceden el 5 de julio, el gran partido católico Zentrum se autodisuelve, sacrificado al Concordato, firmado el 20 de julio y ratificado el 10 de septiembre. Enrique Rosa le dedica dos artículos en La Civiltà Cattolica del 27 de octubre y 11 de noviembre. En ellos manifiesta cierta satisfacción, mitigada por la desaparición del Zentrum y por lo que califica de “persecución” cada vez más violenta de la Iglesia. El 3 de febrero de 1934 la revista manifiesta su hostilidad al nazismo en una larga reseña que hace el padre Mario Barbera del libro del ideólogo del iii Reich, Alfred Rosenberg, publicado en 1930, El mito del siglo xx: “libro fanático y violento en exceso, que siembra el odio racial y religioso, la discordia y la rivalidad entre hijos de la misma nación […] nada más opuesto a las declaraciones de Hitler, de querer fundar el Tercer Reich sobre bases cristianas.” Lo condena como “mito racista anticristiano”, pero no menciona el antisemitismo (CC, 3 febrero 1934: 238-249). El 10 de agosto de 1935 en la rúbrica “Crónica Contemporánea” el corresponsal hablará de un nuevo Kulturkampf.

El 17 de marzo y el 7 de abril de 1934, el padre López, en “defensa de la raza y ética cristiana”, critica duramente la ley del 14 de julio de 1933 sobre la esterilización de los minusválidos, enfermos, etcétera, que entra en vigor el 1° de enero de 1934. En este punto la Iglesia no cederá nunca y, con el apoyo de los fieles, obligará, durante algún un tiempo, al gobierno nazi a retroceder. En el artículo “La nueva religión de la raza”, el padre Messineo retoma las declaraciones de Hitler del 23 de marzo de 1933, para ironizar:

El cristianismo al cual se refería el Führer no podía ser ni el catolicismo, ni el protestantismo. El Canciller del Reich ciertamente en su discurso no intentaba renegar del artículo 24 del programa de su partido, proclamado en Mein Kampf, inmutable como un dogma […]. De lo cual se puede deducir que el nacional-socialismo quiere, no el cristianismo puro, sino un cristianismo muy particular, que corresponde a la costumbre y al sentido moral de la raza germánica.

Messineo concluye que no hay compromiso posible con “el postulado absoluto de la raza y de la sangre”, puesto que “la concepción racista y la cristiana se enfrentan en una oposición irreductible […] la idolatría del hombre cumple así su ciclo bajo la forma del paganismo más bajo […] el paganismo racista.” En cuanto al padre Rosa, en “La cuestión judía y el antisemitismo nacionalsocialista” afirma que Roma y el judío son los principales vencidos de la guerra mundial y de la revolución, y denuncia “el asalto contra Roma y toda la ciudad cristiana, apenas disimulado, bajo pretexto de una alianza entre Roma y Judas, o sea con el judaísmo, su irreconciliable enemigo” (citado por Taradel y Raggi, 2000: 68-69).

Prosigue el 3 de noviembre: los nazis exageran en sus ataques contra los judíos en su manual Handbuch der Judenfrage, pero tienen razón cuando denuncian “la teoría marxista judía […] el bolchevismo fue en gran parte una creación judía.”

En 1935 y 1936 La Civiltà dedica muy poco espacio a los judíos y mucho a los sufrimientos de la iglesia alemana. Apenas menciona en la “Crónica Contemporánea” las leyes raciales de Nuremberg. En 1935, en Polonia, el partido nacionaldemócrata convocó a un boicoteo de los comercios judíos; el cardenal primado August Hlond declaró entonces que:

Uno debe querer más a su propia nación, pero no puede odiar a nadie. Ni a los judíos. Es bueno preferir a uno de su especie a la hora de hacer compras, es bueno evitar las tiendas judías y los puestos judíos en el mercado, pero está prohibido destruir una tienda judía, dañar su mercancía, romper ventanas o lanzar cosas contra sus casas (Modras, 1994: 226).

Luego, el 29 de febrero de 1936, publicó una carta pastoral sobre los principios morales católicos, denunciando el comunismo, el ateísmo, la masonería y el nazismo.

Es un hecho que unos judíos hacen la guerra a la Iglesia católica, libres pensadores y vanguardia del ateismo, del movimiento bolchevique y de la actividad revolucionaria. Es un hecho que unos judíos ejercen una influencia corruptora sobre la moral […] pero tenemos que ser honestos. No todos los judíos son así. Hay muchos judíos que son creyentes, honestos, justos, amables y buenos y filantrópicos […] éticamente admirables, nobles y derechos. Les pongo en guardia contra esa doctrina importada básicamente y brutalmente antisemita. Va en contra de la ética católica […]. Uno debe honrar y amar a los judíos como seres humanos y vecinos […]. Desconfíen de los que incitan a la violencia contra los judíos. Sirven una causa mala (Ibíd., 1994: 345-347).

Curiosamente, La Civiltà no menciona esa pastoral.

En la primavera de 1937 el papa publica tres encíclicas casi al mismo tiempo: la primera condenando el comunismo, la segunda lamentando la triste situación del México católico, y la famosa Mit brennender Sorge, publicada directamente en alemán –no en latín, algo excepcional en la historia de la Iglesia–, que condena sin matices al nacionalsocialismo. Esta encíclica, no cabe duda, desaprueba la idolatría de la raza, la sangre y la nación, pero la palabra “antisemitismo” no aparece nunca. Uno puede pensar que el antisemitismo, como forma de racismo, estaba incluido en la condena, pero no era evidente en 1937, y la mejor prueba es que La Civiltá Cattolica siguió denunciando al “peligro judío” en términos indudablemente antisemitas. Alain Besançon está en lo correcto cuando escribe a propósito de la encíclica: el papa “no menciona tampoco a los judíos, no pronuncia ese nombre, y su silencio me parece más impresionante que el de Pío XII porque era libre, en Roma, y en un Estado soberano” (Besançon, 1998: 143).

La encíclica denunciaba al nazismo como el paganismo de los tiempos modernos y, por tanto, como perseguidor de la Iglesia, pero “no consideraba que el nazismo, al atacar al pueblo judío, atacaba por lo mismo al cristianismo en su raíz aún viva; que, al atacar a la Iglesia también, no cometía dos crímenes diferentes, dos sacrilegios, sino uno solo, el mismo.”10 (Ibíd., 1998: 142).

Eso sí, en 1937, la revista sigue discutiendo y teorizando sobre la “cuestión judía” por medio de varios artículos del padre Mario Barbera: “La cuestión judía. Soluciones”, “La cuestión judía y las conversiones”, “La cuestión judía y el apostolado católico”, y otro artículo en varias entregas sobre “La cuestión judía y el sionismo”. De hecho, les preocupa mucho más la “amenaza” sionista en Tierra Santa (la cual es mencionada varias veces en la “Crónica Contemporánea”) que la muy efectiva amenaza nazi contra los judíos.11

El discurso contra los judíos se encuentra también en la reseña del libro de Léon de Poncins, La mystérieuse internationale juive (Beauchesne, 1936), en donde se señala que los judíos son efectivamente responsables de las atrocidades acontecidas desde 1917 hasta hoy en España (CC, 3 de octubre 1937: 37-46). En cuanto al padre Barbera, aprovecha la lectura de The Jews (1922, reeditado en 1937) de Hilaire Belloc, católico inglés, famoso escritor, para señalar que hay solamente dos soluciones al problema porque la tercera, el sionismo, es imposible: “la eliminación” –que concibe como expulsión, como cuando los reyes de Inglaterra, Francia y España expulsaron a los judíos de su reino–, o la “segregación amigable”, el gueto, entendido a partir del modelo implementado durante la Edad Media cristiana; solución inspirada “por la caridad cristiana de nuestros padres”, que debe hacerse sin violencia, “en una manera adaptada a nuestros tiempos.” Y cita a Belloc: “irrecuperable entidad […] cuerpo extranjero que produce irritación y reacción en el cuerpo que penetra”, el judío ejerce “la doble preponderancia [del judío] capitalista y revolucionaria”. El jesuita recuerda que el antisemitismo racial está condenado por la Iglesia, pero no el antijudaísmo religioso y cultural. Los judíos se definen por su religión y su cultura, no debido a la sangre, por tanto los conversos son verdaderos cristianos que la Iglesia debe defender como suyos. El apostolado católico debe hacer todo para convertir a los judíos, evitando “todo lo que puede razonablemente ofender o humillar a los judíos”.

El mismo Mario Barbera termina el año de 1937 con Giustizia tra le “razze” (CC, 18 de diciembre 1937: 531-538), protestando contra la condición a la que están expuestos los negros en el Sur de los Estados Unidos; también habla de su defensor, el padre John LaFarge SJ, a quien el papa confiará la tarea de elaborar una encíclica contra el racismo. Los negros son cristianos; pero en cuanto a los judíos, ni siquiera la violencia del antisemitismo nazi ha conducido a los padres de La Civiltà Cattolica a revisar sus propios prejuicios. Cuando el padre Barbera escribe sobre la eliminación o la segregación, deja abierta la puerta de la conversión, pero regresa al punto de partida existente en 1880.

1938 El año de todos los peligros

Marzo es el mes del Anschluss, la incorporación de Austria al Tercer Reich. Hitler hace su entrada triunfal en Viena el día 12; el cardenal primado, Theodor Innitzer, arzobispo de Viena, manda repicar las campanas de todas las iglesias y proclama su lealtad al Führer, quien lo recibe el mismo día. El 1° de abril los obispos llaman a votar por el “sí” en el plebiscito del 10 de abril y el cardenal envía copia de esta declaración al presidente de la Conferencia Episcopal de Alemania, para que también ellos hablen a favor del “sí”. El papa, furioso, reacciona inmediatamente. La Santa Sede está en conflicto abierto con Berlín y no le perdona al cardenal su ¡Heil Hitler! El mismo 1° de abril Radio Vaticano condena rudamente “el falso catolicismo político del primado de Austria”, posicionamiento que fue replicado al día siguiente por el Osservatore Romano.

Convocado a Roma, monseñor Innitzer recibe una fuerte reprimenda por parte del papa, mientras el secretario de Estado, Pacelli, le dicta un comunicado que reafirma los derechos de la Iglesia frente al Totalstaat. El servilismo inicial del cardenal de nada le sirve, puesto que los nazis atacan inmediatamente a la Iglesia, algo que La Civiltà denuncia. El 6 de octubre, el cardenal pronuncia una homilía en la cual alienta a los católicos a la resistencia y critica a Hitler sosteniendo que “Cristo es el antiFührer”, lo que provoca una gigantesca manifestación nazi y el saqueo violento del arzobispado.

El papa tenía una clara visión de lo que se avecinaba, y lo había dicho anteriormente al embajador de Francia, recordándole que Francia pudo y debió frenar a Hitler dos años antes, cuando ocupaba militarmente la ribera izquierda del Rin, en clara violación al tratado de Versalles. “No sé en que orden va a ocurrir, pero pienso que va a ser así: Hitler va a entrar en Viena, luego en Praga y después le tocará a Polonia.” Pío XI, preocupado, vio con pesimismo el hecho de que Mussolini no hubiera protestado contra la anexión de Austria, lo que confirmaba la existencia de un eje Berlín/Roma. Los fascistas más duros empujaban a Mussolini hacia una confrontación con la Iglesia y a la adopción de leyes antisemitas sobre el modelo nazi. Cuando Hitler llega el 2 de mayo en visita oficial a Roma y la ciudad se cubre de banderas con la esvástica, el papa se retira a Castelgandolfo y denuncia una violación del artículo primero del Concordato, así como del “carácter sagrado de la Ciudad Eterna.” El Osservatore Romano publica el 3 de mayo la carta circular de monseñor Ruffini, secretario de la Congregación de Seminarios y Universidades (cuyo prefecto es nada menos que el papa), dirigida a todos los rectores católicos del mundo entero. No es exactamente el “Syllabus antirracista”, pero denuncia las doctrinas “más perniciosas” enseñadas en Alemania para “erradicar el cristianismo”. Enumera las ocho tesis más dañinas, de las cuales las seis primeras son sobre la raza, las diferencias entre las razas, la necesaria pureza racial, su primado sobre la religión, la sangre como origen de las cualidades, las metas raciales de la educación y la raza como fuente del derecho. Algunas frases del documento, sin mencionarlo explícitamente, apuntan hacia la persecución de los judíos.

La Civiltà Cattolica publica el documento en su “Crónica Contemporánea” del 9-22 de junio, que inspira al padre Antonio Messineo a escribir una serie de artículos para demostrar la inexistencia científica de la raza que contradicen, en parte solamente, lo que acababa de escribir su colega el padre Barbera en En torno alla questione del sionismo (CC, 25 de marzo 1938, ii: 76-82). Es un texto de antología que resume el antijudaísmo y antisemitismo de la revista: los judíos pertenecen a una nación y a una religión, hasta los más incrédulos siguen habitados por el “mesianismo talmúdico” que los lanza a la conquista del mundo; tanto su nación como su religión son “equívocas”, tienen siempre dos nacionalidades, judía y alemana, o judía y francesa, y su religión es profundamente corrupta y degenerada. Este pueblo elegido para recibir y reconocer al Mesías perdió la elección al no reconocer a Jesús, y desde aquel momento su mesianismo se ha vuelto material y temporal. Los judíos no cambiarán, excepto si, gracias al milagro moral de la Gracia, se convierten al cristianismo. Es la única solución que nos remite al fin de los tiempos.

Mientras tanto, son un fermento de desórdenes y un peligro permanente para el mundo: no hay más solución, relativa y provisional, que la de los papas, la caridad sin persecución, la prudencia en forma de segregación conveniente a nuestro tiempo, “en suma, una hospitalidad y convivencia civil, semejante a la que se usa con los extranjeros”. El sionismo no es una solución, un Estado judío en Tierra Santa será un foco de guerra perpetua entre judíos y árabes; ya lo entendió Inglaterra, que proyecta una partición para salirse del atolladero. La paz en Palestina pasa por “el abandono total de la idea de un Estado hebraico.”

En mayo de 1938 Giovanni Preziosi, el pontífice del antisemitismo fascista, declara que el artículo del padre Barbera es “perfecto” (Starr, 1939: 118). El 10 de junio, el director de la revista, Enrico Rosa, publica en el Osservatore Romano: “Catolicismo y nazismo: ideas claras y peligrosos errores”, a propósito de la expulsión de los judíos de Austria. Dice que esta no es “una santa empresa” y admite que los judíos pueden causar:

Estas molestias y otras más graves como su odio y combate constante contra la religión cristiana […]. Sin embargo, mantenemos que todos esos conflictos y crímenes pueden y deben inducir las autoridades a buscar un remedio, reprimir los abusos, mantener en justos límites la invasión o interferencia, hasta castigar unos individuos cuando necesario, pero eso no justifica la cacería injusta y violenta contra todos, culpables e inocentes. En este proceso brutal, sin estatuto legal, no podemos reconocer una solución justa y durable al formidable problema judío.

El 2 de julio, la revista publica una larga reseña del libro de Rudolf Laemmel –Las razas humanas–, publicado en Zürich (CC, 2 de julio 1938: 62-71). En ella se juzga de manera positiva la crítica científica del racismo nazi, puesto que la teoría hitleriana “repugna evidentemente a la doctrina católica y a los principios fundamentales del cristianismo”. Por tanto, a pesar de su ignorancia de la doctrina católica, el libro es muy oportuno. El racismo alemán pretende esclavizar a todas las razas que considera inferiores, “incluso las del Mediterráneo”, y “exterminar algunas, como la hebraica.” Más adelante se reconoce que el autor demuestra la “falsedad de la teoría de la diferencia e inferioridad esencial de los judíos”, pero encuentra que “exagera cuando olvida la persecución continua de los judíos contra los cristianos […] casi continuando el grito de sus padres sanguis ejus super nos et super filios nostros.” Finalmente, concluye que el nazismo es el regreso al viejo paganismo, el último estadio de la apostasía luterana del siglo xvi, o sea “el racismo, émulo del ateísmo bolchevique.”

Mientras los redactores de La Civiltà no se cansan de repetir sus tesis sobre “la cuestión judía”, el papa sorprende el 22 de junio al jesuita estadounidense John LaFarge, combatiente contra la segregación al lado de los negros de su país y autor de Interracial Justice (1937). A quemarropa, Pío XI le encarga la elaboración de una encíclica contra el racismo, sobre la “unidad del género humano”.

El “laboratorio católico” húngaro

El 8 de julio de 1938, el padre Barbera publica un largo e importante artículo sobre “La cuestión de los judíos en Hungría”. Merece ser leído con dedicación, porque antes de que finalice ese mes la Italia fascista tendrá sus primeras leyes “raciales” (CC, “La cuestión judía en Hungría”, 8 de julio de 1938, iii: 146-153). El 29 de mayo de 1938, el gobierno húngaro había puesto en vigor sus leyes contra los judíos, las cuales fueron comentadas positivamente por el redactor jesuita porque, según él, permitían resolver la “cuestión judía”, callar al antisemitismo y a la extrema derecha al mismo tiempo. Limitar los derechos cívicos de los judíos húngaros le parecía bueno: “El antisemitismo de los católicos húngaros no es ni el antisemitismo vulgar, ni el antisemitismo racista, es un movimiento de defensa de las tradiciones nacionales de la verdadera libertad e independencia del pueblo magiar.” Pero es “antisemitismo”.

Recuerda que la nación judía (“nación”, no “raza”) disgrega las naciones que la alojan: una nación es un “agregado social natural” que, por tanto, tiene derecho a defenderse contra el “agresor, intruso, parásito”. En Hungría esta cuestión tiene ya 75 años, sin ninguna relación de principios ni de métodos con el reciente antisemitismo racial del nacionalsocialismo o de otras naciones. “La nación magiar tiene tradiciones milenarias, cristianas, caballerosas y leales, reafirmadas después de la gran guerra y el cataclismo judeobolchevique, felizmente breve, de 1919, manifestadas con magnífica vitalidad por el Congreso Eucarístico internacional de Budapest” (1938). Los inmigrantes judíos, generosamente aceptados entre 1860 y 1914, se han transformado en ciudadanos. Son 444 000, o sea 5% de los nueve millones de habitantes; en Budapest son 20% del millón. Después de dar estadísticas de su predominio económico y profesional, el padre Barbera se rasga las vestiduras: “Otro predominio suyo, funesto para la vida religiosa, moral y social es que todos o casi todos los intelectuales y dirigentes judíos son descreídos, libres pensadores, revolucionarios o masones: anticristianos, capitalistas, socialistas, buscando el éxito en el mundo por cualquier medio.”

Reconoce que “dan prueba de moderación frente a la presente ola antisemita.” Por ejemplo, el periódico judío Az Est –con un tiraje de 300 000 ejemplares– ha dejado de ser anticlerical y se ha vuelto filocatólico, alabando al papa Pío XI y al cardenal alemán Faulhaber, que han condenado el racismo nazi. Sin embargo, comparte lo dicho por un jesuita húngaro:

Como sacerdote y como húngaro, soy “antisemita”, no por razón de raza o de religión, sino porque los judíos no son verdaderos judíos. Rechazaron a Cristo, la flor de su nación y de la humanidad entera; La Torá y el Antiguo Testamento anunciaban y preparaban a Cristo; son negacionistas del verdadero judaísmo. Por eso tenemos que combatirlos, como al error y a la destrucción.

A su vez, cita el punto ix del programa de la Acción Católica, “Solución de la cuestión judía según los intereses de la nación húngara”, que pide al gobierno poner fin a la inmigración de los judíos que huyen de Alemania, Austria, Polonia y Rumania –que habían adoptado medidas contra ellos– e instaurar un numerus clausus para incitarlos, “sin persecución, pero enérgica y eficazmente”, a salir del país.

En el último renglón subraya un mérito particular de la ley del numerus clausus:

Considera como judíos los que han sido bautizados después del 1° de agosto de 1919, con excepción de los antiguos combatientes. Esa fecha sirve para eliminar las conversiones no sinceras e interesadas, ocurridas al tiempo de la reacción nacional húngara justo después del fracaso de la revolución bolchevique de Béla Kun. Esta medida no encuentra la aprobación de ciertos católicos, porque les parece obstaculizar a no pocas conversiones sinceras. No creemos de nuestra competencia intervenir en la cuestión. Podrá resolverse de manera conforme a las tradiciones cristianas y caballerescas de la nación (magiar), que se encuentra ahora bajo el gobierno de un hombre de calidad superior, el primer ministro Béla Imrédy, católico ferviente, político abusado y de mano fuerte.

Las leyes raciales fascistas

Unos días después de esa exaltación de “antisemitismo católico húngaro”, el 14 de julio de 1938, toda la prensa italiana publica en primera plana el Manifesto degli scienziatti razzisti, conocido también como “El manifiesto de la raza”. Para la Santa Sede, el golpe resulta rudo. Todavía el 16 de febrero Mussolini había afirmado que en Italia no había ninguna “cuestión judía” y que el gobierno se limitaría a vigilar a los judíos recientemente inmigrados. La Civiltà, en su “Crónica Contemporánea”, reproducía el desmentido del 16 de febrero contra los periódicos extranjeros que pretendían que el régimen fascista se aprestaba a inaugurar una política antisemita: “El gobierno fascista no ha pensado, ni piensa en tomar medidas contra los judíos como tales, sino únicamente contra los elementos hostiles al régimen… Está resolutamente en contra de cualquier presión directa o indirecta para despojar a la gente de sus costumbres religiosas o fomentar una asimilación artificial” (CC, 1938, i: 471-472, reproduce la nota publicada el 16 de febrero en Informazione Diplomatica).

Mussolini había supervisado la redacción de “El manifiesto de la raza”: los italianos son “una raza puramente europea”, mientras que los judíos son “no europeos, diferentes de manera absoluta”. La “pureza racial” no permite “cruce con cualquier raza extra europea y portadora de una civilización diferente a la milenaria civilización de los arios.” “Los judíos presentes en Italia desde hace mil años se creen una raza diferente y superior a las otras. A pesar de la generosa tolerancia del fascismo, son, en todos los países, la base más grande del antifascismo” (CC, 1938, iii: 376-380).12 Al día siguiente el papa denunció públicamente el “nacionalismo exagerado […] contrario al Credo, contrario a la fe […] verdadera forma de apostasía […]. Es todo el espíritu de la doctrina que es contrario a la fe de Cristo” (Zuccotti, 2000: 34-37). Para él, la prohibición del matrimonio entre católicos de los cuales uno no fuera “ario”, sería una violación del Concordato.

El 21 de julio, el papa repite su condena en audiencia pública otorgada a la Acción Católica Italiana: “Católico significa universal, no racista, nacionalista, separatista.” Lo vuelve a decir el 28 de julio, en otra audiencia pública, a unos seminaristas: “El género humano, todo el género humano, es una sola, grande, universal raza humana, una sola, grande y universal familia humana, y, con ella, diversas variaciones.” Sabemos ahora que el título de la encíclica encargada al padre LaFarge iba a ser “la unidad del género humano”. Luego se pregunta por qué Italia, cuya lengua es tan hermosa, “ha sentido la necesidad de imitar a Alemania […]. Los latinos no acostumbramos hablar de raza o de lo que sea de ese tipo. Nuestros antiguos italianos han empleado un vocabulario más agradable” (CC, 20 de agosto 1938, iii: 371-375).

Mussolini monta en cólera y prohíbe la publicación de las palabras del papa en la prensa italiana. El nuncio Borgongini, convocado por el conde Ciano, secretario de Relaciones Exteriores, recibe la consigna imperativa de decir al papa que para el fascismo la “cuestión racial” es fundamental y que si la Santa Sede lo critica, el conflicto será inevitable. El 26 de julio, el gobierno anuncia que alumnos y estudiantes extranjeros de “raza judía” no serán aceptados después de las vacaciones; es la primera de una serie de leyes antisemitas que van de agosto a diciembre: el censo de los judíos italianos, el plazo de seis meses para que los extranjeros “no arios” llegados después del 1° de enero de 1919 salgan del país; la pérdida de la nacionalidad italiana para los naturalizados; la expulsión de los “no arios” de los institutos y academias; prohibición a los alumnos y estudiantes “no arios” de seguir en las escuelas y universidades públicas; la prohibición del matrimonio de un ciudadano italiano de raza aria con alguien de otra raza es el casus belli previsto por Pío XI desde el 15 de julio.13

El 6 de agosto, el padre Messineo intenta distinguir en La Civiltà “Los elementos constitutivos de la nación y de la raza”, para condenar el racismo: “Ni la raza, ni la lengua, ni la religión, ni el territorio constituyen la esencia de la nación.” Así, expresa el punto de vista de un papa que considera que Mussolini ahora sigue a Hitler, algo que enfurece a Il Duce. El 14 del mismo mes, el padre Francesco Capponi escribe en el Osservatore Romano sobre “Los hebreos y el Concilio Vaticano”, para recordar que los papas han defendido a los judíos a lo largo de la historia, sin que esto signifique que estén a favor de concederles la igualdad civil. Hay que protegerlos y protegerse de ellos. Luego, el 19 del mismo mes, en el mismo periódico protesta contra los que quieren interpretar su artículo en un sentido racista; precisa que, si bien defiende la religión y el orden social, la Iglesia condena el racismo biológico “materialista”. Contra el peligro judío, lo único correcto es la “segregación amigable” del padre Barbera. Esa última afirmación explica que una nota del gobierno a la Santa Sede proponga un acuerdo sobre las leyes en preparación:

Los judíos […] no serán sometidos a un tratamiento más severo que el que les aplicaron los papas durante siglos. Los acogieron en la Ciudad Eterna y en las tierras de su dominio temporal. Sobre esa base, el jefe de nuestro gobierno desea instantemente que la prensa católica, los predicadores, los conferencistas, etcétera, se abstengan de abordar esa cuestión en público. La Santa Sede y el Soberano Pontífice, en privado, expresarán directamente a Mussolini las observaciones que estimen oportunas y le propondrán la mejor solución de este delicado problema (Taradel y Raggi, 2000: 114-115).

En vísperas de la publicación de las leyes antisemitas fascistas, Pío XI se topa con la resistencia de los altos cargos eclesiásticos: del superior general de los jesuitas, de monseñor Giuseppe Pizzardi de la curia, del nuncio para Italia, monseñor Borgongini Duca –quien en su entrevista con Ciano se lanza en una larga diatriba contra el papa y su intransigencia–. Ciano apunta en su diario que el nuncio se declara personalmente antisemita. Varios obispos no tardan en manifestar su acuerdo con la línea fascista, como el de Cremona, Giovanni Cazzani (Moro, 2009: 89).14 El 30 de agosto de 1938 el periódico Il Regime Fascista pone a la Iglesia frente a sus contradicciones al felicitar a La Civiltà y los jesuitas por su antisemitismo constante, reedición de tres artículos de 1890 escritos por el padre Raffaele Ballerini.15 El artículo, firmado por Roberto Farinacci, se titula “Un tremendo acto de acusación” contra los judíos, y concluye que:

Los Estados y las sociedades modernas, incluso las más sanas y valientes de Europa, Italia y Alemania, tienen todavía mucho que aprender de los padres de la Compañía de Jesús […]. Confesamos que el fascismo es muy inferior al rigor de La Civiltà Cattolica, tanto en los propósitos como en la ejecución. [Admira] la batalla leal y valiente de los sabios e irreprensibles jesuitas.

Es entonces cuando el papa le encarga al director de la revista, Enrico Rosa, la difícil tarea de contestar.

El 2 de septiembre, el Consejo de Ministros adopta el “decreto ley para la defensa de la raza en la escuela fascista”, que excluye profesores y alumnos judíos de las escuelas y universidades. Los días 5 y 7 de septiembre caen otros decretos con la misma orientación.

El día 6 Pío XI sorprende al declarar: “El antisemitismo es inadmisible. Somos espiritualmente unos semitas.” ¿Cuál es el contexto en el que surgen sus palabras? Antes de la audiencia habla a los peregrinos de la radio católica belga; le ofrecen un misal y es cuando improvisa un discurso, pidiendo a los visitantes apuntar lo que va a decir. Abriendo el misal, lee la oración que sigue de la consagración, evocando los tres sacrificios de Abel, Abraham y Melquisedec. Insiste en la emoción que le despierta la mención del sacrificio de Abraham, “nuestro patriarca”, “nuestro antepasado. El antisemitismo no es compatible con el pensamiento y la realización sublime expresados en este texto. Es un movimiento antipático, un movimiento en el cual nosotros, cristianos, no debemos tener ninguna parte”. El prelado belga apunta que el papa, llorando, comenta unos textos de San Pablo:

Somos de la descendencia espiritual de Abraham. No, no es posible que los cristianos participen del antisemitismo. Le reconocemos a cualquiera el derecho de defenderse, de tomar las medidas para protegerse contra todo lo que amenaza sus intereses legítimos. Pero el antisemitismo es inadmisible. Somos espiritualmente unos semitas.

El texto fue publicado el 14 de septiembre en La Libre Belgique, el 17 en La Croix y el 5 de diciembre de 1938 en La Documentation Catholique. Las tres veces en francés. No fue publicado en el Osservatore Romano ni en La Civiltà ni en Acta Apostolicae Sedis. Es el momento de citar el antiguo derecho romano: Quod non est in actis non est in mundo. ¿Se trató de un sabotaje por parte de la curia?

A la distancia, los historiadores tenemos la tendencia de minimizar esa declaración de Pío XI al decir que “espiritualmente” remite a la pretensión de la Iglesia de ser el verdadero Israel –Verus Israel–, tendencia que nos lleva a pensar que, al condenar el antisemitismo en su dimensión racista y anticristiana, el papa reconoce “el derecho de defenderse” y alude, implícitamente, al “peligro judío”. Se nos olvida que esa pequeña frase puso fuera de sí a Mussolini, a Hitler y a muchos antisemitas, como Louis-Ferdinand Céline, autor de las abominables Bagatelles pour un massacre –¡un título profético!– que no habla de Pío XI (Achille Ratti) sino de “Isaac Ratisch”.

En la última semana de septiembre, el padre John LaFarge entrega el texto de la encíclica Humanis Generis Unitas a su superior, el general de los jesuitas Wlodimir Ledóchowski, para que a su vez se la entregara al papa. Opuesto a toda ruptura con el gobierno italiano y con el Reich, Ledóchowski no trasmite el texto al papa sino al padre Enrico Rosa, director de La Civiltá (“la Iglesia en manos de Lutero”), muy ocupado en su tarea de contestar a los fascistas. Hay que saber que el conde Wlodimir Ledóchowski, aristócrata polaco nacido en el imperio Habsburgo, dirigió la Compañía de Jesús de 1915 a 1942; anticomunista y antisemita, tenía la obsesión del “complot judeobolchevique”, que hubiera querido se mencionara en la encíclica contra el comunismo Divini Redemptoris de 1937. Fue él quien retuvo el texto de Humanis Generis Unitas durante cuatro meses, de tal modo que el papa la recibió el 21 de enero de 1939, justo 20 días antes de su muerte.16

Ciano, en su diario habla de Ledóchowski: le informaron que el padre general siente “una aversión irreducible por los judíos, a los cuales atribuía el origen de todos los males que afligen a Europa.” Habría dicho que el papa estaba muy mal de salud y hasta de la cabeza, lo cual implicaba el riesgo de que volviera a lanzarse en largos discursos poco lógicos, de los cuales ni se acuerda, “en ciertos momentos no razona ni quiere entender razón” (Duce, 2006: 74-75). La encíclica nunca fue publicada.

El 22 de septiembre La Civiltà Cattolica publica finalmente la respuesta del padre Enrico Rosa, “La cuestión judía y la ‘Civiltà Cattolica’”: 13 páginas repletas de circunvoluciones para resolver la cuadratura del círculo, el antisemitismo abierto de la revista desde 1890 y la ira del papa contra el nuevo antisemitismo fascista de La Civiltà (CC, 1938, iv; 3-16). Rosa le reprocha al fascismo que imite al nazismo, que promulgue medidas contra los judíos y se justifique con artículos en la revista escritos 50 años atrás, en otras condiciones sociales y doctrinales. “Quieren meter esos textos de nuestra revista en oposición abierta con el sentir actual de los católicos, de la autoridad eclesiástica, frente a la cual debe ceder el escritor privado.” Reconoce que los textos de 1890 pueden ir contra la justicia y la caridad, y que hoy no se utilizarían los mismos argumentos históricos, pero subraya que el movimiento antijudío, primero en la Rusia zarista y bolchevique, luego en Alemania, no tiene ninguna consideración religiosa. Bolchevismo y nazismo odian a las religiones. Las alabanzas envenenadas de Il Regime Fascista para “nuestros difuntos colegas y maestros” son injustificadas, porque el mismo padre Ballerini nunca renunció a la justicia y a la caridad. Concede que “la forma y el estilo” de sus artículos, “más que la sustancia del pensamiento” pueden parecer, 50 años después, demasiado acerbos. Y defiende “la fuerza del razonamiento, el valor de las conclusiones.” El último medio siglo ha confirmado su profecía –la emancipación de los judíos– y en lugar de resolver la cuestión, ha engendrado el antisemitismo violento. “No ofrecía un programa de venganza y represalias, menos aún de guerra sin cuartel contra los judíos […] sino de defensa pacífica contra el desorden y el peligro civil, religioso y moral de la sociedad moderna, amenazada por el judaísmo.”

Suena a antisemitismo y confirma que su presencia significativa en la prensa eclesiástica no es episódica, sino reflejo de una cultura católica que tiene su fuerte tradición de hostilidad contra los judíos. Por lo mismo, es sensible a las sirenas del razzismo italico. El papa, con todo y sus limitaciones, va muy adelante de sus colaboradores, y eso explica las contradicciones impresionantes de los últimos textos del padre Enrico Rosa, quien muere repentinamente el 26 de noviembre de 1938.

El 7 de noviembre en Milán, el fascista Roberto Farinacci, en su conferencia “La Iglesia y los judíos”, contestaba al padre Rosa:

Nosotros, católicos fascistas, consideramos el problema judío como un problema estrictamente político y no religioso, y, en materia política uno tiene que defender sus ideas. Pero podemos decir para confortar nuestro ánimo, como católicos, que si nos hemos vuelto antisemitas, lo debemos a las enseñanzas que nos vienen de la Iglesia a través de los siglos. […] No podemos, en algunas semanas, renunciar a la conciencia antisemita que la Iglesia formó en nosotros durante milenios (Farinacci, 1938: 4).

Por lo mismo, critica la frase del papa y felicita a La Civiltà Cattolica y a la Compañía de Jesús que, según sus estatutos, exigen limpieza de sangre hasta la quinta generación, con lo cual no admiten judíos conversos. Giovanni Preziosi, su colega en antisemitismo, reedita en forma de pequeño libro los artículos del padre Ballerini (1890), Della questione giudaica in Europa. En 1920-1921 había publicado ya la traducción italiana de los Protocolos, donde denuncia “la Internacional judía” en la revista La Vita Italiana; y en 1940 publica Como il giudaismo ha preparato la guerra. Estos hombres se encuentran en buena compañía, si uno piensa que el cardenal arzobispo de Milán, en el Boletín del Arzobispado de febrero de 1939, les da la razón al comenta del modo que sigue las leyes raciales: La Iglesia enseña el respeto y la obediencia a la ley cuando no va contra la ley divina. En cuanto a las leyes sobre los judíos, hay que recordar su papel destructor contra el espíritu de la Iglesia y la coexistencia civil; también que la Iglesia ha estimado siempre que vivir con los judíos es peligroso para la fe y la tranquilidad del pueblo cristiano. De aquí las leyes promulgadas durante siglos por la Iglesia para aislar a los judíos. No es cuestión de raza, sino de religión (resumen de la cita del documento de Kertzer, 2001: 284-285).

El Consejo de Ministros –en sus sesiones del 7, 9 y 10 de noviembre– adopta nuevas medidas contra los judíos, limitando sus derechos económicos y aprobando la introducción del concepto de raza en el código matrimonial. El artículo primero prohíbe el matrimonio de un ciudadano italiano de “raza aria” con una persona de “otra raza” (CC, 1938, iv: 469-476). La reacción del papa –incluso de la curia– tendría que haber sido muy violenta, pero algo ocurriría en Alemania el 9 de noviembre.

Kristallnacht

Cito a La Civiltà en su “Crónica Contemporánea”:

Alemania. Tempestad antisemita. El señor Von Rath, secretario de la Embajada alemana en París, en la mañana del 7 de noviembre, cayó gravemente herido por un joven que se introdujo en su oficina con el pretexto de entregar importantes documentos. El asesino resultó ser un tal Herschell Jeibel Grynspan, judío, nacido en 1921 en Hannover; el cual, cometido el delito, declaró haber querido “vengar sus correligionarios expulsados del Reich.” El herido sucumbió el día 9. […] Al anuncio de la muerte de Von Rath, que tenía apenas 30 años, violentas manifestaciones antisemitas estallaron en todo el Reich: 9 de las 12 sinagogas de Berlín estuvieron en llamas […]. En la noche del 9 al 10 de noviembre, en gran parte de las ciudades de Alemania, fueron asaltados los comercios de los judíos.

Una orden, lanzada por radio el 10 de noviembre por el ministro Goebbels, puso fin a la violencia antisemita; prometió que se le daría al judaísmo, “por la vía legal, la contestación definitiva al atentado de París.” Como los actos de violencia estaban severamente juzgados en el extranjero, el ministro, al recibir a los representantes de la prensa extranjera, protestó especialmente contra la afirmación de una “organización de las violencias”, las cuales, dijo, hubieran sido “bien diferentes” de haber sido organizadas. Si la intervención de la policía no fue eficaz y pronta, eso se debe a la multiplicidad de los casos de violencia. Cuando terminó la acción de la calle, el Gobierno entró en acción. El 12 de noviembre, anunció una multa colectiva de mil millones de marcos a los judíos del Reich, la obligación para ellos de reparar sus propiedades o alojamientos dañados durante los tumultos, la confiscación por parte del Estado de lo pagado por los seguros por los daños. El ministro Goebbels declaró que la propiedad de los judíos pasaría pronto a manos alemanas y advirtió al pueblo de abstenerse de destrucciones, porque eso lo haría en detrimento del patrimonio público.

La revista prosigue la enumeración de todas las nuevas medidas anunciadas por Goebbels. No hace ningún comentario. El texto reproduce casi textualmente, un mes después de los acontecimientos, la versión oficial nazi de la Noche de Cristal. El canónigo Bernhard Lichtenberg, desde su púlpito en la catedral de Berlín, había condenado inmediatamente el pogromo y las leyes antisemitas: “Afuera, la sinagoga arde; es también una casa de Dios”, y pide rezar por los judíos. Arrestado en 1941, muere dos años más tarde camino al campo de concentración de Dachau.

La revista no menciona ni a los muertos ni a los heridos, no lleva a cabo ningún análisis mientras que, en cada número, denuncia con indignación “el calvario” de la Iglesia católica alemana; así, el 10 de noviembre, poco antes de su muerte, el padre Enrico Rosa, al refutar la declaración de Goebbels “Sobre la situación del Concordato en Alemania”, con “Condición concordataria o persecución en Alemania”, acumula las descalificaciones de un régimen que considera “neopagano, anticristiano, anticatólico, antirromano, materialista, idólatra” (CC, 1938, iii, del 10 de noviembre). Entre 1933 y 1938 dedicó cien páginas al Tercer Reich sin que aparezca una sola condena de las leyes antisemitas, en tanto que la revista jesuita francesa Études denunciaba “la violencia abominable e inhumana que el antisemitismo alemán perpetra de manera reiterada” (Brière, 1938: 665).

“La defensa de la raza italiana” y el papa

Desde un principio el papa había advertido al gobierno no tocar la disciplina matrimonial de la Iglesia. El fascismo no hizo caso, lo que Pío XI tomó como una declaración de guerra y se empeñó en defender a “sus” judíos, bautizados, conversos, catecúmenos y esposos o esposas de “raza itálica” (para hablar en los términos fascistas). El artículo 1° del decreto ley reza: Il matrimonio del cittadino italiano di razza ariana con persona appartenente adaltra razza è prohibido; il matrimonio, celebrato in contraste con tale divieto, è nullo. El artículo 6° declara nulo el matrimonio religioso celebrado en estas condiciones, y castiga al sacerdote implicado.

El 14 y 15 de noviembre el Osservatore Romano opuso la reacción de la Santa Sede contra la herida (vulnus) hecha al Concordato de Letrán, el cual establece en su artículo 34: “El Estado italiano […] reconoce al sacramento del matrimonio, reglamentado por el derecho canónico, efectos civiles.” Es decir, el matrimonio religioso tiene la misma fuerza que el matrimonio civil. Sigue una larga argumentación reproducida por La Civiltà sobre el hecho de que la Iglesia es universal y, por tanto, abierta a todos los seres humanos, sin que importe la raza, por vía de la conversión (CC, 1938, iv: 471-476). Revela que el papa le da tanta importancia al asunto que escribió personal y directamente dos cartas autógrafas, una al jefe del gobierno, otra al rey emperador. El rey le había contestado que “el augusto autógrafo sería tomado en cuenta con la más alta atención para encontrar una solución conciliatoria de los dos puntos de vista.” De nada sirvieron los intentos.

Sobre las otras leyes contra los judíos, tanto las anteriores como las de noviembre y diciembre de 1938 y principios de 1939 que los eliminaban de la vida económica, la Santa Sede no dijo nada. Solamente no quitó el dedo del asunto matrimonial, lo demás no le importaba (Decretos y leyes del 19 de noviembre, 16 de diciembre de 1938. CC, 1938, iv: 565-569, y 1939, i: 91).

Pío XI, en su mensaje de Navidad de 1938, califica a la esvástica como “cruz enemiga de la de Cristo”; en enero de 1939, cuando recibe a Neville Chamberlain y Lord Halifax, primer ministro y secretario de relaciones de Gran Bretaña, respectivamente, los exhorta a oponerse a Hitler y a prepararse para la inevitable guerra. Cuando muere, pocos días después, no había pronunciado el violento discurso que preparaba contra el fascismo y el antisemitismo. Su encíclica quedaría bajo llave durante 56 años.

El padre Messineo retoma la pluma el 25 de enero de 1939, “En búsqueda de una solución”. Defiende la protesta de la Santa Sede a propósito del matrimonio, sin condenar las otras leyes raciales que –dice– deben examinarse desde tres puntos de vista. El primero es político y moral: ¿sirven al bien común? El segundo es científico: ¿existen las razas? El tercero es religioso: ¿son contrarias a la doctrina católica? (CC, 1939, i: 203-213).

Así, busca conciliar las leyes fascistas con la doctrina de la Iglesia, y poco le falta para lograrlo. Queda solamente el asunto matrimonial, pero cada año no son muy numerosos los matrimonios “mixtos”. El 2 de noviembre de 1940 vuelve a tratar el tema en “Los fundamentos de la doctrina fascista de la raza” y se alegra de que el clan racista duro –el de los argumentos biológicos– esté de capa caída frente a los “nacionales”, lo que habilita como probable la cancelación de la ley matrimonial (CC, 1940, iii: 216).

Luego, el tema desaparece de los artículos de la revista, que se limitan a mencionar alguna noticia en la “Crónica Contemporánea”; pero la Santa Sede no ha cambiado de parecer puesto que en el verano de 1943, al momento de la caída de Mussolini, espera del gobierno Badoglio la supresión del famoso decreto ley sobre los matrimonios mixtos. En efecto, no pide la abolición de las leyes raciales, sino únicamente tres modificaciones a favor de los matrimonios de los catecúmenos y de los conversos. El padre Tacchi Ventura SJ informa con detalles el cardenal Maglione sobre sus intercambios con el ministro del Interior, a partir del 24 de agosto de 1943. No se menciona ni una palabra sobre lo que han sufrido los italianos judíos durante los últimos cinco años. En septiembre, el gobierno Badoglio abolió la legislación antisemita fascista.17 En diciembre, la “Crónica” menciona “las medidas antijudías del gobierno fascista republicano”, anunciadas el 25 de noviembre y 1° de diciembre, en las cuales se informa que todos los judíos irán al campo de concentración, sus bienes serán confiscados y los hijos de matrimonios mixtos –a pesar de ser catalogados como “arios”– serán sometidos a una vigilancia especial. Si bien el Osservatore Romano del 4 de diciembre califica las medidas de ilegales, La Civiltà las informa sin comentario alguno. Luego, seguirá el silencio hasta la liberación (CC, 1943, iv: 389-391).

Eso sí, en 1945, en la “Crónica” relata “El homenaje de un grupo de judíos al Santo Padre”. “El 29 de noviembre setenta judíos prófugos de los campos de concentración alemanes rinden homenaje al papa en persona…”. El papa lo interpreta como “un elocuente reflejo de las transformaciones psicológicas y de las nuevas orientaciones que el conflicto hizo madurar en el mundo” (CC, 1945, iv: 417-418). La Santa Sede:

Fiel a los principios eternos que salen de la ley escrita por Dios en el corazón de todo hombre, que resplandecen en la revelación divina del Sinaí y han encontrado su perfección en el Sermón de la Montaña, no ha dejado un solo momento […] el ejercicio de la caridad […] contra el egoísmo humano y las pasiones racistas […]. Proclamando los grandes principios de verdadera humanidad y fraternidad, pone las bases y los presupuestos seguros para la solución de las cuestiones mismas según la justicia y la equidad.

Conclusiones

Primera: ¿Por qué fue necesario citar tantos textos? Es ineludible una lectura exhaustiva de La Civiltá Cattolica –una revista tan importante por su cercanía con la curia romana– para poner fin a la discusión sobre la eventualmente necesaria distinción entre antisemitismo y antijudaismo. A los católicos de las generaciones posteriores a la segunda guerra mundial les cuesta trabajo pensar que su Iglesia pudo haber tenido alguna responsabilidad en el antisemitismo. Les explicaron que si bien pudo ser hostil a los judíos en el pasado, fue en el plano religioso, pero que nunca compartió las patrañas del racismo biológico; por tanto, como siempre condenó al racismo e insistió sobre su misión universal “católica”, cuando mucho puede confesar haber sido antijudía, pero no descarta la acusación de antisemita. Bien lo dice David Kertzer (2001), hay algo de cierto en esa defensa: la Iglesia nunca vio a los judíos como una raza inferior y aceptó siempre en su seno a los que pedían el bautismo. Ahora bien, eso no la libra de haber contribuido a la propagación del antisemitismo moderno.

En 1880 el jesuita Giuseppe Oreglia escribía en La Civiltà que los católicos no tenían la misma actitud que los antisemitas alemanes:

No piden la expulsión de los judíos, solo que se restrinja su acción pública […]. Quieren extirpar los principios judíos que dominan el régimen liberal, pero no expulsar un pueblo que es, finalmente, de la sangre de Abraham, un pueblo en el seno del cual nació el Salvador. Con un ordenamiento cristiano del Estado, los hebreos no inspiran ningún temor (CC, “La agitación antisemita en Alemania”, 11 de diciembre 1880: 753).

En 1938 los redactores de la revista aceptan las leyes raciales italianas, con la sola excepción de la referida al matrimonio; pero siguen hablando del peligro judío para la sociedad –en especial para la Iglesia– y no importa que empleen la palabra “nación” y no la de “raza”, que condenen como no cristiana la violencia de los antisemitas, prediquen el miedo y su consecuencia, el odio.

Llegaron al extremo de hablar de un “sano antisemitismo”, y de recomendar como solución “la amigable segregación”. Defienden a la Iglesia, que no olvida nunca “la caridad y la justicia”, que no tiene nada que ver con el racismo nazi, pero recuerdan que la Iglesia ha sido la víctima de los judíos –ayer y hoy– y que lo mejor sería regresar a las viejas leyes cristianas que impedían a los cristianos ofender a los judíos y a los judíos ofender a los cristianos. Estas son palabras del padre director Enrique Rosa, de los padres Barbera y Antonio Messineo en 1938, quienes no habían olvidado las enseñanzas de los padres Oreglia, Rondina, Ballerini. El nazismo puede ser una aberración condenable, pero eso no implica defender a los judíos.

El papa Pío XI no podía escapar a esa cultura católica tan arraigada, por más que en los últimos meses de su vida haya comenzado a comprender algo. En una conversación con Mussolini, en 1932, menciona:

la aversión anticristiana del judaísmo. Cuando estuve en Varsovia, vi que en todos los regimientos bolcheviques, el comisario o la comisaria eran judíos. En Italia, todavía, los judíos son una excepción […] el viejo Massarani, que era el dueño de Balsamo Monzese, dotó la Iglesia del pueblo con un vía crucis; he sido el alumno del rabino de Milán, cuando quise penetrar ciertos matices de la lengua hebrea (citado por Taradel y Raggi, 2000: 135-136).

¿Cómo penetraron esas ideas en la sociedad? Durante el siglo xix y los primeros años del xx fue por medio de la letra escrita y la enseñanza en todos los niveles. La Civiltà Cattolica llegaba a muchos seminarios en el mundo entero, y a casi todos los obispos. A partir de los años 20 la radio tuvo un papel muy importante, como lo ilustra el caso del padre Charles Coughlin, un sacerdote muy famoso y popular en los Estados Unidos, conocido como el Radio Priest. Extraordinario orador, supo utilizar la radio mucho antes que Hitler, Goebbels y Roosevelt. Profeta carismático a la hora de la Gran Depresión, fue el ídolo de los católicos y de muchísimos americanos. Enemigo del capital y de la banca, al principio partidario de Roosevelt, con quien finalmente rompió relaciones en noviembre de 1935, acusándolo de ser el agente de la plutocracia y del comunismo. En su deriva cada vez más extremista, publicó los Protocolos de los Sabios de Sion, y el 20 de noviembre de 1938 justificó la Noche de Cristal como reacción de defensa contra el comunismo, un producto no de Rusia, sino de un grupo de judíos que dominaron el destino de ese país. En Alemania, Goebbels lo citó como un héroe. Fue desmentido y finalmente obligado a suspender sus emisiones por la jerarquía católica de su país.18

Las costumbres culturales no se pierden fácilmente, como lo demuestra la lectura de los artículos “Racismo” y “Antisemitismo” en la Enciclopedia Cattolica (1948-1954), presidida por el cardenal Giuseppe Pizzardo y dirigida por el jesuita Celestino Testore.19 Monseñor Antonino Romeo, el autor de la entrada “Antisemitismo”, no se encuentra muy lejos de los padres Raffaele Ballerini y Enrique Rosa. Una sola cita es suficiente:

Aun cuando la Iglesia católica impone el respeto para los judíos, recomienda a los cristianos no abandonar su milenaria tradición de prudencia, para prevenir peligros y malentendidos; “sea en el dominio de la fe o de la vida interior, las diferencias entre las dos religiones son tales que no puede haber recíproca interpenetración” (L. Escoula). El Santo Oficio condenó en 1928 la asociación “Amici d’Israele”, porque “rationem agenda inivisse ac loquendi a sensu Ecclesiae, a mente ss. Patrum et ab ipsa sacra Liturgia abhorrentem”. Los más objetivos entre los judíos (Pinsker, Herzl, Lazare) justifican esta reserva católica que no tiene nada que ver con el “society anti-semitism” que de Polonia hasta Estados Unidos tiende a excluir los judíos, conversos o no, de los colegios, de ciertos clubes o administraciones. Un católico no puede, por razón de sangre o raza, alejar a los judíos regenerados por el bautizo, sino debe abrazarlos como hermanos. En cuanto a los otros, no puede haber otra defensa moral y religiosa que la basada en el entendimiento y la caridad. Solo en estas bases, y excluyendo cualquier odio, es legítimo el antisemitismo en el campo de las ideas, y dirigido a la protección vigilante de la herencia religiosa, moral y social de la Cristiandad.

Ballerini no decía otra cosa en 1890. Que los protestantes y los ortodoxos no hayan sido mejores cristianos que los católicos es obvio, pero no es el tema de este artículo. Por cierto, algunos luteranos alemanes que idearon un “Cristo alemán”, ciertos ortodoxos eslavos, griegos, árabes fueron incluso más lejos en el antisemitismo fundado en la religión.20

Segunda: el antisemitismo cristiano es, en buena teología, una herejía. Alain Besançon, en Le malheur du siècle. Sur le communisme, le nazisme et l’unicité de la Shoah (2000) lo sostiene con la misma claridad que Pierre Chaunu en varios textos. La religión cristiana es inestable desde su principio, porque contiene muchas dificultades y necesita un esfuerzo constante para guardar su equilibrio. Hay constantes tentaciones que regresan periódicamente. “Las grandes herejías inaugurales son retomadas […] por hombres inconscientes de seguir antiguas bajadas. No saben que caminan en los pasos de unos heresiarcas cuyo nombre ignoran y más aún el parentesco doctrinal que los liga a ellos” (Besançon, 1998: 112).

Alain Besançon conecta el antisemitismo cristiano de los siglos xix y xx con el marcionismo del siglo ii. Marcion pensaba que el dios de Abraham no era el mismo que el dios de amor y salvación de Jesús; por tanto, había eliminado los libros veterotestamentarios, y del Nuevo Testamento todo lo que le olía al Antiguo. En el infierno de Marcion se encontraban los justos del Antiguo Testamento, y los judíos representaban la obra del dios malo.

El marcionismo teórico estaba condenado con vigor por Pío XI en la encíclica de 1937 (Mit brennender Sorge), pero no estimó oportuno referirse a esta antigua herejía. Pero tampoco menciona a los judíos, no pronuncia ese nombre […]. El crimen nazi descubrió brutalmente el grano de marcionismo escondido y enrollado en la teología ordinaria de la Iglesia, en cuanto a las relaciones entre cristianos y judíos (Ibíd., 1998: 143).

Fue necesario el genocidio nazi y el Concilio Vaticano II para que las cosas cambiaran. El cardenal Ratzinger pudo declarar en 1996:

Es importante que el Holocausto no haya sido cometido por cristianos en nombre de Cristo, sino por anticristianos y como fase previa a la exterminación del cristianismo. Pero eso no cambia nada al hecho de que hombres bautizados fueron responsables […]. El antisemitismo cristiano había preparado el terreno hasta cierto grado, es innegable […]. De hecho es un motivo para un constante examen de conciencia (Ratzinger, 1997: 242).

Hemerografía consultada:
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Historiador, investigador y docente en la División de Historia del Centro de Investigación y Docencia Económicas (México). Doctor en Historia por la Université Paris Ouest Nanterre La Défense. Sus líneas de investigación son: antisemitismo, antijudaísmo, cristianismo, Iglesia católica y Rusia contemporánea. Entre sus últimas publicaciones destacan: La cruzada por México, los católicos de eeuu y el conflicto religioso (2010); La fábula del crimen ritual. El antisemitismo europeo, 1880-1914 (2012); Manuel Lozada, el tigre de Álica (2015).

Véase: Meyer (2012)

La Civiltà Cattolica (en adelante CC) del 7 de mayo 1901: “La congiura anticristiana della masonería confermata del Gran Maestro Nathan”.

Véase: CC (1919, ii: 85; iii: 371; 1919, ii: 10-16 y iii “Sionisti circa la loro mira su Terra Santa”).

Véase: Caviglia (1981).

Una primera versión de los Protocolos apareció escrita en ruso en el año 1903, en San Petersburgo. Más tarde, en 1905, Serguei Nilus publicó la edición Princeps en Tsarskoe Selo. En 1918 otra edición salió en Novocherkask, de las prensas del Ejército cosaco del Don; en 1920 la traducen al alemán, francés e inglés. En 1921 el Times denuncia el engaño, que ratifica un tribunal suizo en Berna. Demasiado tarde, el libro ha empezado una carrera que dura hasta hoy.

Además de las fuentes citadas, véanse: Macina (2003:87-110); Passelecq y Suchecky (1997) y Wilf (2009).

El 1° de abril de 1933 fue decretado en toda Alemania el boicoteo de los comercios y de las profesiones liberales de los judíos.

Documento de los archivos vaticanos, publicado por primera vez en la revista mensual jesuita alemana Stimmen der Zeit, marzo 2003. Edith Stein, monja carmelita arrestada como jud쟠en Holanda, murió en la deportación; fue beatificada en 1987 y canonizada en 1998.

Véanse: Duce (2006: 36-37) y los documentos en la larga nota 6, de las páginas 40 y 41. Véase también: Fattorini (2007: 141-144).

Véanse: CC (1937, ii: 197), “Lettera encíclica Mit brennender Sorge. Sulla condizioni della Chiese cattolica nel Reich germanico”; y (1937: 217), “La via dolorosa della Chiesa in Germania”, del padre Messineo.

Véanse: CC (mayo de 1937, 11 y 23 de junio) para el padre Mario Barbera, y CC (5 de junio de 1937: 418-431) sobre el sionismo.

El Manifiesto se comletó en octubre, con la “Declaración sobre la raza del Gran Consejo Fascista”

CC en la “Crónica Contemporánea”, sección Italia, da las medidas antisemitas.

Cita del Diario de Ciano (1937-1943), editado por Renzo de Felice, Rizzoli, Milano, 1980: 369. El obispo de Cremona, en el Osservatore Romano del 15 de enero de 1939.

Véase: Meyer (2012: 111). Los artículos del padre Ballerini fueron reunidos en 1891 en un libro con el mismo título, Della questione judaica in Europa, con el nihil obstat del obispo de Prato. En 1938 el gobierno fascista lo reedita en el marco de su polémica con Pío XI.

Hay que precisar que finalmente entregó la encíclica porque Pío XI, informado por LaFarge, se la reclamó. Véanse: Passeleq y Suchecky (1997) y Swarte (1975: 85). Gundlach había preparado el texto con LaFarge.

Véase: Taradel y Raggi (2000: 146 y 150-152).

Véanse: Tull (1965) y Carpenter (1998).

Véase: Manzini (2010).

Un ejemplo de deutsche Christen es el teólogo luterano Gerhard Kittel, autor en 1933 de Der Judenfrage, cuyas tesis no son diferentes de las de La Civiltà Cattolica.

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