Ulrich Beck es verdaderamente uno de los sociólogos más reconocidos y renombrados de nuestra época. Nacido en Slop, Alemania (actualmente Slupsk, Polonia), comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de Friburgo, pero al poco tiempo se marchó a la Universidad de Múnich para continuar sus estudios en Filosofía, Sociología, Psicología y Ciencia Política. Fue profesor de las universidades de Münster (1979-1981), Bamberg (1981-1992) y finalmente Múnich (1992-2015), donde también dirigió el Instituto de Sociología. A su vez, fue profesor visitante de la London School of Economics and Political Science (1997-2015). Su producción intelectual ha tenido un impacto indiscutible en todo el mundo y se han traducido sus obras a más de 35 idiomas (Sørensen y Christiansen, 2014). Junto a pensadores como Zygmunt Bauman, Pierre Bourdieu y Anthony Giddens, Beck es considerado una figura canónica de la sociología contemporánea (Outhwaite, 2009).
Wilkinson (2011: 482) señala que, a lo largo de las décadas de 1990 y 2000 –momento álgido en la producción intelectual del Beck-, dos grandes líneas temáticas caracterizan su obra. Por un lado, sus escritos estuvieron dedicados a refinar y ajustar su original propuesta conceptual de finales de 1980 conocida como “la sociedad del riesgo”, la cual le permitió adquirir notoriedad internacional. Por otro, sus textos se han enfocado en analizar la cosmopolitización de las sociedades causada por las dinámicas de la globalización dentro de la “segunda modernidad”. Entre los temas principales que han ocupado sus análisis y reflexiones cabe mencionar: la individualización, la sociedad del riesgo, la segunda modernidad, la modernización reflexiva, la sociología ambiental, la globalización y la cosmopolitización.
En sus últimos años de actividad, Beck estudió con detenimiento la reconfiguración política y social de Europa. Sus análisis se desarrollan dentro del marco de referencia de su teoría de la sociedad del riesgo, que se expuso ampliamente en otras obras anteriores.2 La premisa de Beck (2012: 22) es que el “no-saber” es una característica fundamental de nuestra época, y que, a su vez, constituye la actual fuente predominante de inquietud y movilización política.3 En este sentido, el orden sociopolítico que conocemos se encuentra en plena transformación, aunque todavía no se disponga de los instrumentos conceptuales necesarios para entender acabadamente la lógica de funcionamiento de esta nueva época.
Asimismo, Beck critica al “nacionalismo metodológico” haciendo hincapié en la necesidad de generar nuevos conceptos y marcos teóricos para comprender los fenómenos europeos actuales y los espacios de interacción social en donde tienen lugar.4 De este modo, según Wilkinson (2011:485), la propia teoría social de Beck puede concebirse como un work in progress continuo.
Su propuesta acerca de la reconceptualización de Europa mediante una perspectiva cosmopolita, apela nuevamente a debatir la identidad de los individuos europeos. Desde esta perspectiva, la identidad binaria yo/otro característica del Estado-nación quedaría reemplazada por aquella que comprende el “no sólo sino también” (yo+otro). Sin embargo, este proceso de reconfiguración también conlleva efectos contradictorios. Como sugiere Benhabib (2006), el movimiento imparable de personas cruzando fronteras estatales y entrando en contacto con diferentes culturas también tiene una contraparte en la revitalización de las culturas locales. En consecuencia, la formación de una identidad europea puede ser vista como un proyecto político regional que entra en conflicto con la organización tradicional de los Estados nacionales europeos. Al respecto, Beck (2012: 83) opina radicalmente que Europa no es una nación ni lo será. Por el contrario, su supervivencia radica en el hecho de que se la reconozca como una sociedad de individuos y que se le otorgue a éstos el protagonismo que merecen. A fin de garantizar un futuro común, la democracia europea deberá hacer frente a la cuestión de cómo manejar la mixtura, el intercambio de culturas y las interpretaciones en conflicto (Gutmann, 2008).
Cabe destacar que –al igual que otros académicos como Bauman– las obras de Beck poseen frecuentemente contenidos que combinan “el diagnóstico social con prescripciones normativas” (Levita, 2011:36). De este modo, Beck ha desarrollado una destacada faceta de intelectual comprometido (Kaiply Aramburu, 2013), la cual lo llevó a participar de diversas maneras y en reiteradas ocasiones en la esfera pública. Entre las más relevantes, vale la pena subrayar su participación en la “Comisión de Ética para un Suministro Energético Seguro”, creada por el Gobierno de la Canciller alemana, Ángela Merkel, a raíz de la catástrofe nuclear ocurrida en Fukushima, Japón, en 2011. El gobierno alemán inició la aceleración y futura desactivación de la energía nuclear sugerida por el informe final de la Comisión (Sørensen y Christiansen,2014: 12-13).
En uno de sus últimos libros, Una Europa alemana (Beck, 2012), pueden apreciarse claramente las particulares que venimos analizando. Puntualmente, este libro pretende ofrecer una interpretación novedosa de la crisis europea; esto es, disímil a la que circula en el debate público dominada casi por completo por una perspectiva económica. Según Beck (Ibíd., 2012:12), la crisis europea contemporánea debe ser estudiada y analizada bajo un prisma distinto. Fundamentalmente, el autor la concibe como “una crisis de la sociedad y de la política”, al mismo tiempo que sugiere una ruptura con los conceptos que comúnmente se utilizan para concebirlas. Sin embargo, no se trata aquí de una interpretación cerrada y acabada. Por el contrario, el autor invoca preguntas provocadoras y herramientas teóricas interesantes para comprender el “estado de volatilidad” (Ibíd., 2012: 11) en el que se encuentra Europa.
El argumento central del libro aparece ya reflejado en el prólogo, cuando el autor reclama contundentemente: “Putsociety back in” (Ibíd., 2012:13). Beck observa que la actual crisis pone de manifiesto la tensión estructural existente entre al menos dos dimensiones del proceso de integración europea: la institucional (vertical), y la inter-individual (horizontal). Desde la perspectiva de Beck, ambas dimensiones no están suficientemente relacionadas entre sí, puesto que los enfoques institucionales que conducen el proceso de integración a menudo no toman en cuenta la perspectiva de los ciudadanos individuales. De este modo, su mirada analítica hace foco en la “sociedad europea de individuos” (Ibíd., 2012: 82), a fin de comprender cuál es su relación con la actual estructura institucional de la Unión Europea (ue).
Así, en la introducción Beck pregunta por el lugar que ocupa la política en este entramado, al advertir que la legitimidad democrática de los países europeos parece haberse visto lesionada, toda vez que los ciudadanos están divorciados de las decisiones institucionales. De manera provocadora, el sociólogo alemán cuestiona que el pilar de la democracia forme parte de la nueva arquitectura europea. Además, Beck vaticina el surgimiento de un nuevo escenario de poder dentro de la Europa unida que estaría reproduciendo viejas divisiones y produciendo otras nuevas. En este sentido, augura que “habrá en Europa muchas Europas” (Ibíd., 2012:21). Ergo, dadas las condiciones novedosas del fenómeno, para poder reflexionar acerca del rumbo que la integración europea debe tomar, es necesario dejar de lado las “categorías zombi” y analizar el problema con nuevas herramientas teóricas.
Mediante una escritura ensayística y frecuentemente provocativa, el autor expone a lo largo del libro una aplicación clara y sintética de su teoría. Tras el prólogo y la introducción, la estructura del texto se compone de tres secciones: primero describe cómo la crisis del Euro al mismo tiempo divide y une a Europa; luego presenta las nuevas coordenadas de poder bajo las cuales “Europa se ha hecho alemana” (Ibíd., 2012: 11); y, finalmente, esboza una propuesta alternativa del “nuevo contrato social” para el continente, concebido a partir de su cosmopolitismo metodológico. En definitiva, la respuesta de Beck frente a la crisis es “más Europa”. El cómo de esa concepción e implementación de “más Europa” es aquí el quid de la cuestión.
La primera sección está dedicada a analizar una de las principales paradojas que, en palabras de Beck, enfrenta la ue. Dicha paradoja refiere a que la crisis y los programas diseñados para superarla unen al tiempo que separan el destino de los europeos, dando como resultado la reproducción de viejas fronteras y la creación de unas nuevas hacia el interior del continente. En este sentido, un nuevo orden europeo estaría emergiendo a causa de tres importantes divisiones: entre los países del norte y del sur; entre los miembros que adoptaron el euro –y por tanto tienen derecho a decisiones al respecto– y los que no; y hacia el interior mismo de los países endeudados, puesto que los gobernantes aprueban paquetes de ayudas y ajustes, mientras que la población los desaprueba. Beck observa que, en consecuencia, el sentimiento de solidaridad entre los ciudadanos de los países europeos se debilita.
De este modo, (Ibíd., 2012: 20) advierte la existencia de una “tensión estructural” entre “los de arriba”, que son los que favorecen una integración vertical o meramente institucional, y “los de abajo”, que son los que vivencian Europa en sentido horizontal y que perciben extrañados su actual estructura institucional. Actualmente, para el autor, la distancia vivenciada entre expectativas y realidad genera frustración en la población provocando movilizaciones sociales, como se ha podido observar en ciudades como Londres, Madrid, o Atenas. Así, el condicional catastrófico característico de nuestra sociedad moderna, o segunda modernidad, desarticula los marcos de referencias en los que tiene lugar la acción social, generando incertidumbre, miedo e indignación (Ibíd., 2012: 21-2).
Uno de los principales obstáculos observados por el autor, refiere a la marcada tendencia de concebir a la Unión desde una perspectiva Estado-nación. En medio de la crisis económica, esta situación se refuerza y la cuestión europea adquiere relevancia dentro de la esfera política de cada uno de los países. El problema radica en que la relación que estos países mantienen con la Unión, se ve sometida a la necesidad que tienen los partidos políticos nacionales y sus dirigentes de conservar, a pesar de la crisis, su poder en el ámbito nacional.
Al respecto, Beck (Ibíd., 2012: 32) realiza una interesante distinción entre “pequeña” y “gran política”. Mientras que la primera implica cumplir con las reglas en un estado de normalidad, la segunda pretende cambiarlas cuando se vuelve necesario, a fin de hacer frente a escenarios problemáticos hasta ahora inconcebibles. Esto entraña que para superar la crisis actual se requiere de una acción superadora de aquella que los Estados nacionales pueden llevar a cabo por cuenta propia. Así, arriba a una interesante apelación a la “gran política” en su variante transformadora, y, sobre todo, una capaz de conformar un nuevo orden social, político y económico para la ue. El propio autor se encarga de diferenciarse de la estricta propuesta schmittiana que vincula decisión y Estado de excepción. Por el contrario, Beck afirma que la decisión debe conllevar la participación de todos los sujetos afectados y debe ser tomada mediante un claro proceso de negociación (Gamper, 2008). Se puede decir, siguiendo a Innerarity (2009), que la política está llamada a entablar con la sociedad una “relación de aprendizaje” en virtud de la cual la sociedad europea de individuos pueda reflexionar sobre sí misma como totalidad frente a un futuro colectivo incierto.
Ahora bien, aquí el gran problema es dilucidar qué “grado de solidaridad” existe y cuál es el que debería existir entre los ciudadanos europeos para asegurar la vida de la ue. Queda claro que para Beck (Ibíd., 2012:35-6), Europa no es el euro, sino “una alianza” de culturas “en busca de una salida a su pasado belicoso”, donde los valores culturales vinculados a la libertad y a la democracia deberían volver a desempeñar un papel fundamental. De lo contrario, Europa seguirá siendo, según Beck, una construcción abstracta incluso para los propios europeos.
En la segunda sección, el autor disecciona el nuevo escenario de poder que enfrenta la ue, sus Estados miembros y sus ciudadanos “ante una nueva época, ante el comienzo de nuevas formas de política” (Ibíd., 2012:41). Para él, en las últimas décadas nos enfrentamos a “acontecimientos y tendencias cruciales” que pueden ser caracterizados como globales y (previamente) inconcebibles. Puntualmente, afirma que es imposible gestionarlos con instrumentos teórico-metodológicos provenientes del ámbito de acción del Estado nacional (Ibíd., 2012: 38).5
El riesgo como “condicional catastrófico” modifica la “conciencia pública” e impone la necesidad de efectuar un cambio de rumbo. En este sentido, el riesgo sugiere que ahora es el momento de actuar y de liberar “a la política de las viejas reglas y de sus ataduras institucionales” (Ibíd., 2012:40-1). Los fundamentos de la sociedad y de la política ya están en plena transformación, a la espera de nuevas instituciones que permitan resolver sus problemas. Sin embargo, esta es una cuestión todavía abierta que se ve complicada por algunos puntos conflictivos representativos de dos marcos conceptuales distintos (Ibíd., 2012:41).
En primer lugar, existe una tensión entre los que quieren más Europa y los defensores del Estado nacional. El riesgo alimenta la necesidad de una nueva Europa al mismo tiempo que intensifica el conflicto entre los “arquitectos de Europa” y los “ortodoxos del Estadonación”. Para Beck, en la actualidad, los problemas cotidianos se tornan europeos aunque las soluciones institucionalizadas sigan siendo nacionales. En este sentido, la “anticuada idea de soberanía nacional” bloquea el camino de la integración europea sobre una base que fomente la cooperación, el acuerdo y la negociación (Ibíd., 2012:47).
En segundo lugar, el riesgo latente impone la necesidad de cambiar de rumbo, pero las leyes que defienden lo contrario lo limitan: la legalidad ante todo, aunque roce la ilegitimidad. En tercer lugar, se asiste a una reedición de “la lógica de la amenaza de guerra” que revigoriza la conciencia nacional y acecha la supervivencia de la democracia europea. No obstante, desde el marco de la teoría de la sociedad del riesgo, “la lógica del riesgo” sugiere cambiar, puesto que no hay un enemigo concreto ni una intencionalidad hostil. Los riesgos globales son “una consecuencia colateral indeseada del triunfo de la modernidad” (Ibíd., 2012: 53).
Por otra parte, el nuevo escenario de poder europeo se delinea a partir de una triple fractura que se alimenta, a su vez, de las paradójicas políticas y programas anticrisis mencionados en la primera sección. Estas fisuras dividen a los países del euro, de los demás miembros; a los países deudores, de los acreedores; y, por último, profundizan la división entre “la Europa de las dos velocidades”. Esta situación termina consolidando la hegemonía de Alemania dentro de la ue. Como resultado, esta nueva jerarquización de Europa eliminaría la participación igualitaria de los países europeos en la resolución de los problemas comunes (Ibíd., 2012: 78). Beck advierte que esta forma de hacer política conllevaría inexorablemente el debilitamiento de la confianza recíproca entre los ciudadanos europeos. Sin esa confianza, el entendimiento y la colaboración transnacional son puestas en cuestión.
La tercera y última sección del libro reflexiona acerca de cómo Europa podría salir de la encrucijada. De este modo, bosqueja su propuesta para solucionar la desconexión entre las instituciones europeas y sus ciudadanos, bajo la premisa de que es menester incluir la opinión de los individuos a la perspectiva institucional que domina el actual proceso de integración. Entonces, la cuestión pasa por saber qué forma política es necesario desarrollar para incluir dicha perspectiva individual, a fin de que Europa deje de ser un “espectro” y se convierta en “compromiso personal” de cada uno de los ciudadanos (Ibíd., 2012: 81).
Beck sostiene que la “sociedad europea de los individuos” fue olvidada por los ideólogos y gestores de la Europa Unida, puesto que la integración institucional, llamada “vertical” e impuesta “desde arriba”, no se encuentra presente en el “horizonte de experiencia de los individuos” (Ibíd., 2012: 85-6). De este modo, el autor afirma que los europeos tienen una relación ambivalente con la ue. Por un lado, durante las tres últimas décadas, se han hecho esfuerzos para mejorar la movilidad de los ciudadanos entre los Estados miembros. Políticas europeas como el Programa Erasmus, el Acuerdo de Schengen, el proceso de Bolonia e incluso el euro se han desarrollado a fin de favorecer la circulación y la interrelación entre los ciudadanos prescindiendo de las fronteras nacionales. No obstante, por otro lado, estas mismas personas perciben a las instituciones europeas como “una realidad lejana, abstracta e impenetrable” (Ibíd., 2012:85).
De este modo, para Beck, el déficit democrático de la actual estructura institucional europea radicaría en que, desde el punto de vista de los individuos, en el Parlamento europeo no se decidiría nada relevante para el presente y el futuro de la Unión. Para estimular la democracia europea, Beck afirma que los ciudadanos deben apropiarse conjuntamente del proyecto de construcción de una Europa verdaderamente unida. Y para lograr semejante nivel de implicación, Beck apuesta por la refundación de Europa sobre la base de un nuevo “contrato social europeo”, concebido a través de su cosmopolitismo metodológico (Ibíd., 2012: 83). Ello implica diseñar una forma de asociación que permita al mismo tiempo proteger legalmente a cada individuo dentro de su sociedad nacional y enriquecer a todos mediante el intercambio con individuos que poseen lenguas y cosmovisiones distintas (Ibíd., 2012:83). En definitiva, dicho contrato deberá basarse en los valores fundamentales que, según Beck, han caracterizado a la Europa de posguerra: democracia, libertad y seguridad social.
En el marco de un mundo global que actualmente experimenta múltiples reconfiguraciones y conflictos regionales, cabe destacar dos cuestiones que atraviesan el libro como hilo conductor. Por un lado, la pregunta de cómo en una época de riesgo global la política puede recuperar su capacidad de actuar de manera positiva. Y, por otro lado, íntimamente relacionada con la anterior, la cuestión de cómo potenciar una democracia a escala europea que sea capaz de comprometer a sus ciudadanos.
Desde hace casi tres décadas, Beck viene proponiendo “pensar de nuevo la sociedad” (Alfieri, 2006) en el marco de la realidad global de la segunda modernidad. Sin duda, tanto su fructífero recorrido académico, como este ensayo en particular, nos revelan también su perfil como “intelectual comprometido”. De este modo, Beck revaloriza lo político como aquella fuerza vital capaz de (re)articular a los individuos y al mismo tiempo introducir transformaciones, que cuestionan el funcionamiento de las instituciones sociales antiguas, como el Estado-nación (Kaipl y Aramburu, 2013). Mediante un estilo de escritura ensayístico, metafórico y provocador, este libro brinda una buena mezcla entre el académico y el intelectual comprometido.
A pesar de algunos esfuerzos por incluir a Beck en el nuevo panteón sociológico (Outhwaite, 2009), su pensamiento se resiste a tal cristalización. Según Wilkinson (2011: 485), Beck escribe a menudo con el objetivo de provocar a sus lectores para que continúen profundizando su reflexión y el debate sociológico mismo. De modo que, en términos generales, no instituye un punto de vista sobre el mundo completamente esclarecido. Por el contrario, el sociólogo alemán se preocupa más por la apertura y la innovación en los campos de investigación y del pensamiento. En este sentido, sus escritos invitan a continuar con la tarea de dar nuevo sentido sociológico a la novedad social emergente (Wilkinson, 2011:485).
Esta característica de la sociología de Beck se encuentra íntimamente relacionada con la de aquél pionero de la sociología, Georg Simmel, que renegó y rechazó para sí convertirse en un “padre fundador”, ya que esto dificultaría la creación de nuevas teorías y distintas formas de asir el continuamente cambiante mundo social. Hacia el final de su vida, Simmel confesó con extrema lucidez: “Sé que moriré sin herederos espirituales (lo cual es bueno). El patrimonio que dejo es como dinero repartido entre muchos herederos, cada uno de los cuales coloca su parte en alguna actividad compatible con su propia naturaleza pero que ya no puede identificarse como procedente de tal patrimonio” (citado en Frisby, 1993: 249). De este modo, sin necesidad de remitirse continuamente a un Panteón originario, las herramientas sociológicas ofrecidas por Ulrich Beck nos permiten recuperar la autonomía del pensamiento crítico, a fin de crear pertinentes marcos conceptuales acordes a los tiempos que corren.
Licenciado en Sociología, Universidad de Buenos Aires, Argentina. Máster en Sociología de las Políticas Públicas y Sociales, por la Universidad de Zaragoza, España. Becario doctoral de la Fundación Konrad Adenauer (Alemania). Docente de la Carrera Ciencias Políticas y Sociología, Universidad de Würzburg, Alemania. Sus líneas de investigación son: identidad europea, movilidad estudiantil, transnacionalismo, cosmopolitismo, globalización. Entre sus últimas publicaciones destacan: “Seyla Benhabib” (2015); Crítica de libro: “Bergua, J.A.: Anarquías: Ámbitos no jerárquicos de lo social (Buenos Aires, Lumen, 2013)” (2015) y Crítica de libro: “Feyen, B. y Krzaklewska, E. (eds.): The erasmus phenomenon: Symbol of a new European generation? (Frankfurt am Main, Peter Lang, 2013)” (2015).