La comunidad oftalmológica poblana se duele una vez más por la pérdida de uno de sus miembros más destacados y más queridos, y con respeto y pesar recordamos una vida de lucha, de logros y de amor.
Jaime Rosales Lara nació en Cuautla en 1970, el primero de los hijos de Jaime y Carmelita, él destacado oftalmólogo de esa ciudad. En 1989 inició la carrera de medicina en la ciudad de Puebla. Sus maestros lo recuerdan como un estudiante distinguido y dedicado, y sus compañeros como el mejor de los amigos.
Jaime tenía claro desde estudiante que sería oftalmólogo como su padre, y puso todo se empeño para ello. Su primera opción para la residencia no era lo que él deseaba, así que lucho y buscó una mejor alternativa. Dos años después fue aceptado y reinició su entrenamiento en el instituto de Oftalmología Fundación Conde de Valenciana. Seguramente no fue fácil tomar una decisión así cuando ya los compromisos familiares eran importantes, pero desde entonces mostró el tesón y capacidad de trabajo que siempre lo caracterizaron. Sus esfuerzos fueron compensados cuando también fue aceptado para realizar la alta especialidad en retina en la misma institución, graduándose con el reconocimiento a su capacidad y destreza quirúrgica.
En 2006 ejercía ya la especialidad en su ciudad natal y venía ocasionalmente a Puebla a ver a pacientes con su hermana Camelia, también oftalmóloga y residente entonces en esta ciudad. Nuestra clínica, Laser y Ultrasonido Ocular, se encontraba entonces en plena expansión, y Jaime nos expreso su deseo de ofrecer su apoyo como retinólogo. Nunca mejor momento ni mejor persona.
Sucede a menudo que el nuevo supraespecialista, frescos y actualizados los conocimientos, manos inquietas por operar gran volumen como en la residencia, llega del prestigiado centro oftalmológico a la ciudad donde planea ejercer con actitud de ahora sí llegó el que les va a resolver todos los problemas. Jaime en cambio se presentó a la comunidad oftalmológica con actitud abierta, de servicio antes que de interés económico, de trabajo en equipo. Desde su integración a nuestra clínica fue un apoyo invaluable en el gabinete y pronto muchos de nuestros asociados buscaron su consejo y apoyo. Y sin temor a equivocarme, es todavía el cirujano más apreciado por el personal de la unidad, siempre atento y agradecido con enfermeras, administrativos e intendencia.
Por supuesto, el trabajo intenso, la mejor actitud, la dedicación a sus pacientes, su calidad como cirujano y el apoyo y cariño de Alicia trajeron el éxito y el reconocimiento. El año pasado inauguraron felices su propio consultorio, que llamaron retina poblana, seguramente orgullosos del lugar destacado que Jaime ya ocupaba como especialista en esta ciudad y al mismo tiempo agradecidos a su terruño de adopción.
Algo que Jaime hizo prácticamente sin esfuerzo fue una cantidad enorme de amigos entre los que me honra incluirme. Caballeroso en su trato con todos, siempre optimista, siempre sonriente, siempre disfrutando de la charla y la convivencia. Siempre llegando tarde a las reuniones, pero siempre disfrutándolas y contagiando el buen humor. No muy amigo de ponencias o participación académica, pero el mejor instructor en cirugía. Nuestro socio solidario e incondicional.
La calidad profesional y capacidad de trabajo, su trato con colegas y subordinados, el aprecio de sus pacientes, la riqueza de su amistad sin duda son motivo de aprecio y admiración, pero parecen pequeños en comparación con su principal atributo: el amor profundo e incondicional a su familia. A todos, pero a alguien en particular. Dios creó a un ser muy especial y seguro sabía que solo con un padre extraordinario podría salir adelante. Nunca mejor elección. Santiago goza de una vida plena gracias al amor y a los esfuerzos sin límite de sus padres. Jaime viajaba constantemente de Puebla a Cuautla y a Cuernavaca, de consultorio a consultorio a veces el mismo día, pero los miércoles por la tarde invariablemente estaba en un trenecito infantil del centro comercial con su hijo querido.
La ausencia física duele, pero un espíritu así no desaparece, estará siempre en nuestros recuerdos. Gracias Jaime, en tu corto ejercicio de la profesión la enalteciste, tu amistad fue y será siempre un privilegio, tu calidad humana renueva entre quienes te conocimos la confianza de que siempre existirá la gente buena.