En relación con el artículo de Sánchez Lorenzo et al.1 sobre la atención psicomédica en la disforia de identidad de género durante la adolescencia, publicado recientemente en su revista, quisiéramos hacer alguna precisión sobre algunos puntos clave de esta información centrada en las diferencias entre la disforia de identidad de género en niños versus adolescentes que no se han destacado en el artículo.
Como se describe en el trabajo, la evolución de la disforia de identidad de género en estos niños y adolescentes es variable e incierta, pues solo unos pocos casos serán transexuales en la vida adulta. En este sentido, conviene discernir entre los niños en etapa prepuberal y pospuberal. En la etapa prepuberal, los estudios de seguimiento prospectivos y retrospectivos reportan una persistencia de la disforia de género en la edad adulta entre el 12-27% de los casos2,3. Sin embargo, este dato contrasta con el hecho de que la disforia de género raramente cambia o desaparece en aquellos adolescentes cuya disforia de género comenzó en la infancia y se ha mantenido estable tras la pubertad4,5. De hecho, de Vries et al.6, en un estudio longitudinal prospectivo que incluía a 70 jóvenes con disforia de género a los que se les había administrado tratamiento de supresión hormonal observaron cómo en todos ellos hubo una estabilidad diagnóstica y una progresión hacia la terapia hormonal cruzada.
Por todo ello, el periodo de transición entre la etapa pre- y pospuberal es clave a la hora de que los adolescentes sean conscientes de si la disforia de género que vienen presentando durante la infancia persiste o cesa. En un estudio realizado por Steensma et al.7 se señala que entre los 10 y los 13 años de edad los adolescentes fueron conscientes de si la disforia de género se mantenía estable o por el contrario cesaba.
Otra diferencia entre niños y adolescentes con disforia de género radica en la proporción de sexos de cada grupo de edad. En lo que clínicamente se refiere, en niños con disforia de género menores de 12 años, la proporción hombre/mujer varía de 6:1 a 3:18. Ya en adolescentes de más de 12 años con disforia de género, la proporción hombre/mujer es cercana a 1:19.
En conclusión, coincidimos con los autores en que la evolución de la disforia de identidad de género en estos niños y adolescentes es variable e incierta, que se trata de una entidad clínica compleja, que requiere una correcta respuesta a la demanda que expone el paciente y que esta respuesta debe de ser emitida por un equipo multidisciplinar (endocrinología, cirugía, salud mental). Asimismo, consideramos importante tener en cuenta las diferencias que existen entre personas con disforia de género pre- y pospuberales a la hora de informar a los propios pacientes y sus familiares así como a la hora de realizar el proceso diagnóstico y favorecer un adecuado desarrollo psicosocial del menor. Queremos destacar que a pesar de que la disforia de género se manifiesta generalmente desde etapas primarias de la infancia, es imprescindible considerar que cuanto menor edad tenga la persona con disforia de identidad de género, más importante es realizar un seguimiento y ser conservadores con los tratamientos médicos, debido a la escasa estabilidad de dicha condición a lo largo del tiempo. Consideramos fundamental evaluar si dicha disforia se consolida y aumenta en etapas pospuberales para tener una certeza máxima antes de comenzar con tratamientos médicos irreversibles.