Quisiera hacer una reflexión en relación al artículo publicado en la Revista de la Sociedad Española del Dolor, en el n.o 3 de 2010, por Velázquez y Muñoz-Garrido1.
El original que presentan Velázquez y Muñoz-Garrido1 hace referencia a la utilización de un opioide, el fentanilo, como premedicación en pacientes pediátricos, y los resultados que obtienen le otorgan un grado de seguridad, eficacia y comodidad muy adecuados. Los anestesiólogos que a diario estamos en quirófano llevamos valorando desde hace tiempo los beneficios que se obtienen con los opioides como medicación preoperatoria. Sin embargo, cabe recordar que tanto en la ficha técnica del fármaco como en su indicación no viene reflejado su uso en pacientes como premedicación, tal y como recuerdan los autores del artículo.
Mi comentario se centra en la utilización que se está haciendo de los opioides como ansiolíticos y el riesgo real que tiene su utilización como premedicación al favorecer los mecanismos implicados en la cronificación del dolor agudo. Ya existen sociedades de anestesiología como la SFAR (Société Française d’Anesthesie-Réanimation), que en sus recomendaciones2 de buena práctica aboga por una disminución en la utilización de opioides durante el peroperatorio, haciendo especial hincapié en la preanestesia, donde afirman que tiene que abandonarse la premedicación con opioides por el riesgo real de hiperalgesia.
Los anestesiólogos somos responsables no solo del acto anestésico y de la preparación adecuada del paciente, sino que nuestra labor y nuestras acciones tienen reflejo en los pacientes a largo plazo tal y como lo demuestran múltiples artículos3–5 relacionados con la cronificación del dolor agudo. En nuestra mano está, por lo tanto, poner todas las herramientas necesarias para evitar que el dolor cronifique, y hemos de plantearnos que acciones tan sencillas como una correcta premedicación puede tener unas consecuencias importantes en la calidad de vida de nuestros pacientes.