Conocí al Dr. Jaime Rotés Querol a principios de los años setenta. Entonces yo era un estudiante interno en el Hospital Clínic y él era el Jefe del Servicio de Reumatología del hospital. En la sala en la que trabajaba, se le consultaba sobre cualquier enfermo complejo con dolor o artritis. Pronto me di cuenta de que aquel médico era respetado por su calidad profesional, y que sus diagnósticos y consejos eran muy apreciados por todos los profesionales a los que ayudaba.
Con el tiempo fui conociendo a la pléyade de reumatólogos y médicos que peregrinaban a sus sesiones y buscaban su consejo. Poco a poco fui conociendo su historia que a modo de leyenda me contaban mis mayores. Yo mismo, primero como estudiante y más tarde ya como residente de medicina interna, fui aprendiendo de él y de sus discípulos los secretos del lenguaje, la semiología y las entidades nosológicas de la reumatología.
Al acabar mi segundo año de medicina interna debía escoger cuál sería mi especialización y decidí hacerme reumatólogo, claramente influido por la altura y la profundidad de su conocimiento, y seducido por su atractiva personalidad.
El Dr. Rotés pertenece a la extinta raza de los maestros, categoría a mi entender superior a la de los profesores, ya que sólo algunos muy pocos lo son y reciben este grado que le otorgan sus discípulos. Si en los matices se halla las diferencias reales entre las cosas que parecen similares, maestro y discípulo son términos con una más profunda carga de contenido que profesor y alumno.
En los muchos años que disfruté de las enseñanzas del Dr. Rotés aprendí su oficio, y su forma de entenderlo me abdujo como a tantos. Muchos hemos sido discípulos suyos y estos días nos sentimos huérfanos de su presencia. La reumatología española y catalana son en buena parte obra suya. Otros grandes nombres han hecho de la reumatología lo que hoy es, pero su contribución ha sido esencial.
Su libro Semiología de los reumatismos ha circulado y circula aún en fotocopias de una edición que desgraciadamente no ha sido reeditada. Sus contribuciones seminales sobre la hiperostosis anquilosante vertebral de Forestier-Rotés Querol, la brucelosis, la espondiloartritis anquilosante, la gota, la artritis reumatoide y su tratamiento, el reumatismo psicógeno y tantas otras enfermedades prestigiaron la reumatología de nuestro país en años de autarquía intelectual y profesional.
Su voluntad de perfección clínica y precisión diagnóstica posibilitaron el progreso profesional de nuestra especialidad y marcaron el camino a generaciones de reumatólogos. Nos transmitió una especial forma de ejercer el oficio de médicos y su voluntad de progreso le hizo arrimar el hombro en las transformaciones de las sociedades que presidió e impulsó, la SER y la Sociedad Catalana de Reumatología.
Su obra tuvo una importante repercusión internacional inicial que posteriormente se atenuó al imponerse la literatura inglesa. Nunca pudo entenderse con el inglés, y muchas de sus contribuciones quedaron al margen de la corriente dominante, llegándose a perder el nombre de su enfermedad, la hiperostosis anquilosante, que fue sustituido por acrónimos ingleses. A pesar de ello, sus libros de reumatología han servido para sustentar el conocimiento de muchos de nosotros sobre bases sólidas que sin ellos habrían sido de menor calidad.
Al ser Seminarios de la Fundación Española de Reumatología una revista de formación continuada, quede para estímulo de todos su gran obra de formación a través de las sesiones de su escuela y servicio, que albergó el mejor conocimiento del momento tanto nacional como internacional, posibilitando su paso a multitud de profesionales que se acercaron a su vera en busca de formación. Su talante inquisitivo le llevó a estar presente hasta una edad muy avanzada en las sesiones de nuestra sociedad, intentado transmitir no sólo su conocimiento, sino la pasión por su oficio a las nuevas generaciones.
Un gran hombre no puede estar al margen de las controversias, dado que lo público de su figura lo convierte en diana de opiniones y miradas. Compartí con él muchas horas de enfermos, sesiones y también de asueto. Me acogió en su casa cuando los avatares de la vida me hicieron desfallecer. Siempre salí de ella con alguna lección aprendida y con la sensación de haber recibido algo tan precioso como el cariño del maestro. Siempre fue fiel a sus principios y fue severo con sus discípulos, también conmigo. Nunca dio palmadas en el hombro, sino opiniones y consejos, en ocasiones duros y difíciles. Su fidelidad a sus principios y creencias nunca dejó de granjearle problemas, pero los aceptó como una carga necesaria e inseparable a su forma de entender la vida.
Fotografía tomada por el Prof. Eliseo Pascual Gómez.
Fue fiel a sus amigos, los de la profesión y los que conformaban su mundo más íntimo. La amistad fue un valor al que unió la exigencia de sinceridad y de honestidad.
Fue un hombre y un profesional de largo recorrido. Creció en una España rota por la guerra civil y se hizo médico en la posguerra inmediata. La asfixia de la mediocridad intelectual lo llevó a Francia, y allí se hizo reumatólogo. A la vuelta predicó la buena nueva del oficio aprendido entre grandes maestros, y con los años se hizo uno de ellos. Su conocimiento y su visión penetraron en muchos de nosotros e influyeron en casi todos. Dedicó su tiempo a atender a enfermos y a enseñar a sus discípulos. Su ejemplo y su trabajo fueron de los que han hecho de nuestro país, y de nuestra especialidad, lo que hoy es. Muchos lo llevaremos siempre en nuestro corazón y cerebro, y hoy lloramos su ausencia. ¡Descanse en paz!