El presente monográfico pretende mostrar una perspectiva general de la situación actual de la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) en pacientes con abuso o dependencia de sustancias.
La evolución de la epidemia del sida en España mostró un rápido crecimiento, en cuanto a número de casos diagnosticados hasta 1991, año a partir del cual comienza una estabilización de la epidemia con tasas de incidencia anuales altas, próximas a 100 casos nuevos por cada millón de habitantes. En la Comunidad Valenciana, al igual que en el resto de España, fue el uso compartido del material de inyección en usuarios de drogas por vía parenteral el mecanismo de transmisión más probable, seguido de las prácticas sexuales sin protección entre hombres y en tercer lugar la transmisión por relaciones heterosexuales. El sida, desde su irrupción en el año 1981, ha afectado fundamentalmente a personas jóvenes en edad productiva, siendo por tanto una de las causas más importantes de años potenciales de vida perdidos y la primera causa de muerte entre los 25 y 39 años en ese período de tiempo. Si bien durante las décadas de los ochenta y noventa toda la preocupación la acaparó el diagnóstico y la desolación ante la enfermedad y las muertes por sida, el final de los noventa fue decisivo para marcar la inflexión en el avance de nuevos casos.
La introducción y generalización de las terapias combinadas supuso una mejoría objetiva en la calidad de vida y supervivencia de los enfermos. Las estrategias preventivas encaminadas, fundamentalmente, a frenar la propagación de la infección y a sensibilizar a la población general sobre las prácticas de riesgos, así como a evitar la estigmatización de los afectados, contribuyeron notablemente al cambio en la evolución clínica y epidemiológica de la enfermedad del sida, en especial en los países desarrollados.
Todos estos avances han sido posibles gracias al trabajo continuado de muchas personas, empezando por los que lucharon al inicio de la epidemia por instaurar estrategias de intervención, clínicos que luchaban por controlar las infecciones y tumores asociados, salubristas que planificaban estrategias arriesgadas e impopulares en aquella sociedad, como los programas de intercambio de jeringuillas, la dispensación generalizada de metadona, las insistentes campañas sobre sexo seguro, la creación de nuevos recursos, etc.
Ahora bien, con la infección por el VIH y la enfermedad del sida no debemos lanzar campanas al vuelo. ONUSIDA nos recuerda que el número de personas que viven con el VIH sigue aumentando, así como el de defunciones causadas por el sida. Un total de 39,5 millones (34,1-47,1 millones) de personas vivían con el VIH en 2006, 2,6 millones más que en 2004. Esa cifra incluye los 3,4 millones (3,6-6,6 millones) de adultos y niños infectados por el VIH estimados en 2006, alrededor de 400.000 más que en 2004.
Por todo lo que ha supuesto y supone, para la sociedad, la infección por el VIH y la enfermedad del sida estamos obligados a continuar en su vigilancia e intensificar el estudio de poblaciones que con mayor frecuencia pueden mantener conductas de riesgo, como es el caso de los pacientes que presentan conductas adictivas. Confiamos en que esta monografía, realizada con todo rigor científico, sea de gran utilidad para el lector y mantenga en alerta el control de la epidemia.