Introducción
Desde mediados del siglo xx se ha incrementado el consumo de drogas en las sociedades occidentales y por esta razón tiende a pensarse que es ésta una conducta reciente. Ése al menos es el caso de los productos de síntesis, pero no puede decirse lo mismo de la amplia variedad de plantas con propiedades psicoactivas que se encuentran en la naturaleza, cuyo consumo directo o tras sencillos métodos de procesado (infusiones, fumitorios, emplastos, etc.) produce una modificación transitoria de la consciencia al consumidor.
Estas especies crecen libremente en el continente europeo y, por tanto, parece lógico pensar que nuestros antepasados pudieron servirse de ellas con diversos fines. ¿Pero cuándo y cómo se descubrieron los efectos psicoactivos de esas plantas?
Las sociedades preindustriales han basado su subsistencia en la explotación de los recursos naturales, desarrollando un gran conocimiento de las propiedades de la flora y fauna de su entorno. Bien por medio de la observación de los efectos que ciertos vegetales provocaban en los animales, bien por la autoexperimentación es de suponer que pronto se harían responsables a determinadas plantas de esos curiosos comportamientos. De hecho, el empleo de potentes drogas está muy bien documentado en el seno de algunos pueblos primitivos actuales (por ejemplo, los rapés psicotrópicos y las pociones de ayahuasca en varios grupos de la cuenca del Amazonas y del Orinoco; el cactus Peyote en ciertos grupos mexicanos como Huicholes y Tarahumaras, entre otros; los honguillos alucinógenos de comunidades tradicionales de Mesoamérica; la coca en Sudamérica, fundamentalmente en el ámbito andino, por citar algunos) quienes se refieren a ellas como «plantas de los Dioses» y las tratan con respeto y veneración, ciñendo su consumo casi exclusivamente a la celebración de ceremonias religiosas1-5. Estas sociedades se hallan en unos niveles de desarrollo socioeconómico y tecnológico similares a los de las poblaciones prehistóricas de Europa, lo que nos hace pensar que también éstas albergarían este tipo de prácticas.
Métodos
Diversas evidencias permiten rastrear los orígenes del consumo de drogas en el Viejo Mundo, sugiriendo así que esta práctica tiene una gran antigüedad6,7. Una de las especies que ofrece mayor número de testimonios en este sentido es la adormidera (Papaver somniferum), de cuyo látex se obtiene opio8. Las referencias escritas más antiguas en relación con esta planta se encuentran en tablillas cuneiformes de los sumerios, que datan del tercer milenio a.C., donde parece aludirse a sus efectos narcóticos, aunque esta teoría no está exenta de críticas9, y ya con más seguridad en los papiros del Egipto faraónico a partir del año 1550 a.C. (Papiro Ebers), los cuales evidencian el conocimiento de las propiedades psicoactivas de la adormidera10, especie plasmada asimismo en su iconografía junto a la mandrágora (Mandragora spp.), una solanácea alucinógena rica en alcaloides psicotrópicos (fundamentalmente hiosciamina, escopolamina y atropina). Contamos con restos arqueobotánicos de estas y otras especies que también aparecen mencionadas en los textos egipcios, una civilización que ya en la Antigüedad era admirada por su avanzada farmacopea, y así Homero en un pasaje de La Odisea (IV, 227-232) describe a la tierra del Nilo como:
«el país donde el suelo fecundo produce más drogas cuyas mezclas sin fin son mortales las unas, las otras saludables; mas todos los hombres allí son expertos como nadie en curar, porque traen de Peán su linaje».
Las alusiones al empleo de plantas psicoactivas por parte de otras grandes civilizaciones de la Antigüedad muchas veces resultan controvertidas, ya que por un lado, las descripciones son bastante vagas barajándose varios candidatos y, por otro, el conocimiento de estos vegetales no implica necesariamente su empleo como drogas. Por ejemplo, algunos pasajes bíblicos (Éxodo, 30, 22-25; Isaías, 43, 24; Jeremías, 6, 20; Ezequiel, 27, 19; Cantar de los Cantares, 4, 14) hablan del uso de un vegetal al que se refieren como «caña aromática», epíteto que según ciertas propuestas designaría a la marihuana11, aunque por el momento no contamos con evidencias probatorias. Tampoco las representaciones artísticas permiten hacer mayores precisiones debido al esquematismo de las imágenes, por lo que no vamos a ofrecer aquí una revisión pormenorizada de este tipo de documentos.
En los textos de los autores grecolatinos proliferan las alusiones a drogas vegetales12, fundamentalmente en obras de carácter botánico y médico, como los Tratados hipocráticos (siglos v-iv a.C.), Historia de las Plantas de Teofrasto (siglo iv a.C), De Materia Médica de Dioscórides (siglo i d.C.), Historia Natural de Plinio el Viejo (23-79 d.C.), De Arte Médica de Celso (siglo i d.C.), entre otras muchas. En ellas se hace mención a la adormidera, la marihuana, varios miembros de las Solanaceae con propiedades alucinógenas (mandrágora, beleño, Datura spp. belladona), junto a otras muchas plantas de similares efectos (acónito, eléboro negro, cicuta, etc.). No es infrecuente hallar, por ejemplo, indicaciones sobre las propiedades narcóticas del opio, siendo habitual recomendar su uso como somnífero. Buena muestra de ello la ofrece el siguiente fragmento, tomado del ensayo Acerca del sueño del célebre filósofo Aristóteles (384-322 a.C.), en el que también se hace mención a la mandrágora:
«Prueba de ello son los narcóticos, pues todos producen pesadez de cabeza, tanto los que se beben como los que se comen: la adormidera, la mandrágora, el vino, la cizaña. Sometidos a su influencia y adormilados, parecen sufrir esa afección y se sienten incapaces de levantar la cabeza y los párpados». (Somn., 456b).
El hallazgo de cápsulas y semillas de la amapola del opio en yacimientos griegos y romanos demuestran que el cultivo de Papaver somniferum ya estaba plenamente desarrollado en el mundo clásico, seguramente para aprovechar las propiedades oleaginosas de sus simientes, pero también para asegurarse el suministro de opio, sustancia que se aplicaba en el tratamiento de multitud de dolencias por lo que el estudioso de las drogas Antonio Escohotado lo considera «la aspirina de su tiempo»7. No siempre se empleaba esta droga con fines curativos como indica un pasaje de la Historia Natural de Plinio el Viejo (nat. XX, 199) en el que se nos informa de que el padre del pretor Publio Licinio Cecina, habitante de la ciudad hispana de Bavilum, recurrió al opio para suicidarse. Además, tanto en Grecia como en Roma, las cápsulas de adormidera son un motivo decorativo plasmado en multitud de
objetos13 (cerámicas, orfebrería, esculturas, relieves, amuletos, sarcófagos, monedas) debido a la triple simbología que encierra esta planta: a) fertilidad; b) sueño y muerte, y c) curación; de ahí que aparezca asociada a las divinidades que la personifican (Deméter, Hera, Afrodita/Hypnos, Morfeo, Thanatos/Apolo). Aparte de su valor simbólico, es posible que esta planta desempeñara algún papel en la celebración de ciertas ceremonias religiosas, según invitan a pensar las representaciones en arcilla de cápsulas de adormidera ofrecidas como exvotos en un buen número de santuarios griegos14 en torno al siglo viii a.C. De hecho, varios siglos antes el consumo de opio desempeñó un destacado papel en los rituales de las comunidades del Mediterráneo Oriental, como tendremos ocasión de comprobar más adelante, en los que se invocaría a una divinidad femenina como la representada en la estatuilla conocida como la Diosa de las Adormideras, cuyo nombre se debe a la tiara coronada por tres cápsulas de Papaver, que remata su cabeza15.
De este modo, parece evidente que el consumo de drogas estaba ya plenamente arraigado entre las antiguas civilizaciones del Mediterráneo, quienes se servían de ellas como remedios medicinales y vehículos religiosos. Este hecho necesariamente implica un largo proceso de familiarización progresiva con estas sustancias para que las primeras sociedades históricas del Viejo Mundo alcanzaran un conocimiento tan preciso sobre sus efectos, por lo que no parece descabellado suponer que la experimentación con las drogas se inició en la Prehistoria.
Uno de los primeros indicios que llevaron a plantear esta hipótesis surgió tras el descubrimiento, a mediados del siglo xix, de la Cueva de los Murciélagos (Albuñol, Granada). En el interior de esta gruta aparecieron una serie de cadáveres cuidadosamente dispuestos junto a los que se habían depositado variadas ofrendas funerarias de apariencia antigua, entre las que se recuperaron un buen número de cápsulas y semillas de adormidera16. Gracias al estudio tipológico de aquellos materiales y al análisis de ciertas muestras con la técnica del carbono 14, puede atribuirse ese hallazgo al Neolítico y fecharse posiblemente en torno al quinto milenio a.C.17, si bien no podemos afirmar que ya aquellas gentes conocieran las propiedades narcóticas del opio. Desde entonces se han ido recobrando restos de ésta y otras especies vegetales con propiedades psicoactivas en yacimientos prehistóricos de diferentes cronologías dispersos por todo el Viejo Mundo12,18,19:
-- Se han identificado restos de efedra (Ephedra altissima), un potente estimulante natural, en un enterramiento Neandertal en la Cueva de Shanidar, en Irán, que data del 60000 a.C., aunque no se puede precisar si su presencia debe entenderse como una ofrenda floral en honor al difunto, siendo entonces un hecho intencional, o es el resultado de la acción de algún animal, por lo que sería fruto de la casualidad.
-- Los restos de adormidera (Papaver somniferum) son abundantísimos, habiéndose documentado ya desde el sexto milenio a.C. en yacimientos neolíticos de Italia (La Marmotta) y España (La Lámpara, en Soria; Cueva de los Murciélagos de Zuheros, en Córdoba) y algo después en el Centro y Norte de Europa, y desde entonces seguirán compareciendo ininterrumpidamente en el registro arqueobotánico hasta nuestros días.
-- La presencia de Cannabis queda atestiguada desde el tercer milenio a.C., fundamentalmente a través de restos textiles (Abrigo de los Carboneros, Murcia), aunque ciertos hallazgos ofrecen una inequívoca lectura acerca de la explotación de sus propiedades euforizantes y estupefacientes. Nos referimos a una de las tumbas escitas excavadas en Pazyryk (Siberia) datada a comienzos del siglo iv a.C., en la que junto a los cadáveres de un hombre y una mujer se encontraron entre otras muchas piezas un par de braseros llenos de semillas de marihuana (Cannabis ruderalis), una bolsa con más simientes y dos grupos de 6 varillas que conformaban la estructura de sendas cabañas20. Este hallazgo supone la confirmación arqueológica de un relato del historiador griego Herodoto, quien en el siglo v a.C. describió el uso de marihuana entre los escitas de una forma bastante ingenua:
«... los escitas toman la semilla del susodicho cáñamo, se deslizan bajo los toldos de lana y, acto seguido, arrojan la semilla sobre las piedras candentes. A medida que la van arrojando, la semilla exhala un perfume y produce tanto vapor que ningún brasero griego podría superar semejante cantidad de humo. Entonces los escitas, encantados con el baño de vapor, prorrumpen en gritos de alegría. Esto les sirve de baño, pues resulta que jamás se lavan el cuerpo con agua.» (IV, 75, 1-2).
-- Varios yacimientos prehistóricos han deparado semillas de especies alucinógenas de la familia de las Solanaceae, caso de beleño (Hyoscyamus niger), dulcamara (Solanum dulcamara) y hierba mora (Solanum nigrum). Debemos señalar el hallazgo de restos de estramonio (Datura stramonium), una especie que se creía originaria del continente americano, en el sitio de la Edad del Bronce de Pécs, en Hungría, fechado en el segundo milenio a.C.
-- Igualmente se ha podido documentar la presencia de esclerocios de cornezuelo de centeno (Claviceps purpurea) en yacimientos neolíticos del norte de Europa (Langweiler, Alemania; Swifterbant S3, Holanda) y en contextos de la Edad del Hierro de Dinamarca (Grauballe) y España (Mas Castellar, Gerona; Padilla de Duero, Valladolid). Se trata de un hongo parasitario de los cereales y de herbáceas silvestres como la cizaña, en cuya composición entran potentes alcaloides alucinógenos; no en vano la LSD-25 es un derivado semisintético de este hongo.
Asimismo contamos con ciertas representaciones artísticas de un momento avanzado de la Edad del Bronce, en la segunda mitad del segundo milenio a.C, en las que el grado de realismo es tal que no existen dudas acerca de la identidad de las plantas plasmadas. Se trata en todos los casos de escenas de indudable carácter religioso que incluyen imágenes de la adormidera (Papaver somniferum). Distinguimos esta especie, por ejemplo, en varios anillos-sellos de oro procedentes de los enclaves griegos de Micenas13 y Tisbe21, datados hacia el 1500 a.C., en los que siempre aparece asociada a un personaje femenino que, siguiendo los convencionalismos del arte micénico, cabría interpretar como una diosa (fig. 1). El ejemplo más claro en este sentido lo ofrece la citada imagen de la Diosa de las Adormideras, descubierta en el santuario cretense de Gazi, atribuida al 1300 a.C. (fig. 2). Apareció junto a otras figuras de divinidades en un recinto subterráneo en el que se recuperaron restos de carbones, lo que ha llevado a pensar que en esta estancia se inhalaran los vapores de la combustión de opio, que sería quemado en el transcurso de alguna ceremonia ritual presidida por esa imagen13, de ahí que se la represente con los ojos cerrados quizás como alusión a los efectos de la droga.
Figura 1. Escenas representadas en un par de anillos que formaban parte del «Tesoro de los Sellos» depositado en una tumba en la ciudad micénica de Tisbe, Grecia, hacia el siglo xv a.C. (según Evans, 192521)
Figura 2. Figura de la Diosa de las Adormideras recuperada en el Santuario de Gazi, Creta, c. 1300 a.C. (Museo de Herakleion, Creta).
No obstante, ni el hallazgo de restos arqueobotánicos de vegetales psicoactivos en contextos prehistóricos ni su plasmación como motivos decorativos en objetos de esa época implica necesariamente su empleo como drogas, ya que hay que tener en cuenta otra serie de opciones. Puede que su presencia no se deba a un hecho intencional y que esas plantas llegaran al yacimiento como malas hierbas, por medio de animales, como contaminaciones modernas, etc. Es igualmente posible que las comunidades prehistóricas se sirvieran de estas plantas con otros fines, por ejemplo, por el valor alimenticio de las semillas de la adormidera, o como fuente de fibra en el caso del cáñamo. Sin embargo, tampoco debemos pensar que así fuera en todos los casos, y de hecho contamos con los resultados de ciertas analíticas que han detectado alcaloides y metabolitos de drogas en útiles prehistóricos y restos esqueléticos de las poblaciones de aquella época, respectivamente.
El procedimiento más usual para detectar esas sustancias en piezas arqueológicas parte en primer lugar de la observación de indicadores microscópicos en las muestras, para lo cual suele aplicarse la técnica de microscopía electrónica de barrido (MEB) combinada con el microanálisis de rayos X (EDX), los cuales permiten apreciar el microrrelieve de los residuos y conocer así su composición química, cualitativa y cuantitativa. Para detectar compuestos orgánicos se aplica la técnica combinada de la cromatografía de gases (GC) y la espectometría de masas (MS). Diversas muestras arqueológicas de diferente naturaleza y cronología se han analizado mediante estas técnicas y, en algunos casos, se ha podido confirmar su vinculación a drogas vegetales.
Resultados
Estas técnicas han permitido documentar la presencia de alcaloides de drogas en utensilios arqueológicos y sus metabolitos en restos de diversas poblaciones pretéritas (tabla 1). En algunos casos se ha verificado la antigüedad del consumo de ciertas drogas en un área determinada, cuyo uso está muy arraigado entre la población nativa. Así, se ha podido detectar el mascado de hojas de coca (Erythroxylon spp.) por parte de poblaciones andinas en momentos anteriores a la conquista de América entre todos los grupos de población22,23, ya que se han hallado trazas de derivados de cocaína incluso en momias de fetos y bebés, lo cual puede responder a la transmisión de estas sustancias de las madres a sus hijos a través de la sangre o de la leche materna, respectivamente, o a la administración de infusiones de hojas de coca a los niños. En muestras capilares de una momia de época inca perteneciente a una mujer24 se han hallado trazas de nicotina, un alcaloide presente en miembros de la familia de las Solanaceae a la que, por ejemplo, pertenece el tabaco. Este mismo alcaloide se ha hallado en residuos depositados en pipas25 procedentes del este de Norteamérica atribuidas al período cultural Early Woodland, el cual se desarrolló en el primer milenio a.C., demostrando que el consumo de tabaco tiene una larga tradición en el continente americano. También en Asia pronto se empezaron a consumir diversas plantas psicoactivas, como indica el hallazgo de nicotina26 en restos de antiguos habitantes de China, y de residuos de bétel (Areca catechu), un estimulante natural de uso muy extendido entre las poblaciones del Índico, en restos óseos de individuos enterrados en tumbas excavadas en Nui Nap27, al norte de Vietnam, atribuibles a la cultura Dongson, hacia el 500 a.C.
A pesar de la dificultad de detectar trazas de tetrahidrocannabinol (THC) en muestras de cierta antigüedad dada la rapidez con la que se deterioran estos compuestos, en algunos casos se ha podido documentar el empleo de Cannabis como fumitorio. Así, por ejemplo, se obtuvieron resultados positivos al analizar la cazoleta de una pipa en la que aún quedaban restos de hojas y cogollos de cáñamo18, recuperada en el castillo de Cornellà de Llobregat (Barcelona) en un contexto datado entre los siglos xi y xiii. Este hallazgo resulta muy interesante porque demuestra que el consumo de esta droga durante la Edad Media no se ciñó únicamente al mundo árabe, sino que también en territorio cristiano hacían uso de ella. Asimismo, se ha detectado la presencia de cannabinoides en un par de pipas recuperadas en la cueva de Lalibela28, en Etiopía, fechadas en los inicios del siglo XIV por radiocarbono.
Otros resultados, en cambio, han suscitado una gran polémica debido a sus implicaciones. Si la aparición de cocaína y nicotina en poblaciones sudamericanas prehispánicas no ha traído mayores consecuencias, no puede decirse lo mismo de su hallazgo en momias del Egipto faraónico29, cuando este alcaloide únicamente entra en la composición de la coca, una planta originaria del continente americano; y al contrario, la presencia de THC en momias andinas, compuesto igualmente documentado en momias egipcias, ha desatado un gran revuelo debido a que el único vegetal que lo contiene es el Cannabis y su introducción en el Nuevo Mundo se supone posterior a la llegada de Colón30,31. Esta aparente anomalía no se debe a una contaminación de las muestras ni a una falsificación de las momias y, de hecho, nuevos análisis han confirmado la presencia de THC, nicotina (cotinina) y cocaína en otra momia egipcia del 950 a.C.32,33, lo que ha llevado a proponer la existencia de contactos transoceánicos en época del Antiguo Egipto. Recientes investigaciones defienden, en cambio, que la presencia de esos alcaloides y compuestos en momias egipcias no estaría indicando el consumo de esas plantas por parte de los antiguos egipcios, sino contaminaciones modernas, ya que en el siglo xix en los museos se fumigaban ciertas piezas con tabaco a modo de insecticida para preservarlas34.
Esta polémica no ha impedido que se apliquen similares técnicas sobre muestras mucho más antiguas aún, de cronología prehistórica. Los análisis practicados sobre restos óseos procedentes de los yacimientos de Basta (Jordania) y Nevah Çori (Turquía), fechados en el vii milenio a.C., en busca de nicotina (cotinina) han resultado negativos35. No así los efectuados sobre diversas poblaciones centroeuropeas de diversas cronologías entre las que se ha detectado la presencia de ese alcaloide30,36: una población alemana de la fase Campaniforme de mediados del tercer milenio a.C., individuos inhumados en la necrópolis del Bronce Antiguo de Franzhausen, en Austria, de comienzos del segundo milenio a.C., y ya en momentos más avanzados, individuos de época tardorromana de Lenthia/ Linz y del enclave medieval de Gars/Thanau.
Hasta la fecha dos yacimientos de la Península Ibérica han proporcionado cerámicas en las que las analíticas señalan la presencia del alcaloide hiosciamina y de una bebida fermentada de cereales, lo que podría ser el residuo último de una cerveza en la que se hubiera disuelto alguna planta de la familia de las Solanaceae, quizás beleño, con el fin de obtener una bebida alucinógena. Uno de ellos es la cueva sepulcral del Calvari d'Amposta, en Tarragona, de época Campaniforme (tercer milenio a.C.), en donde uno de los vasos del estilo Marítimo o Internacional allí depositados como parte del ajuar fúnebre contenía esta poción37, sumándose así a la nómina de recipientes campaniformes en los que se han detectado trazas de bebidas alcohólicas38. El otro enclave es la necrópolis de Las Ruedas, en el núcleo vacceo-romano de Pintia (Padilla de Duero, Valladolid), donde nuevamente se ha detectado cerveza e hiosciamina en una vasija de cerámica hallada en la tumba de un guerrero de unos 30-40 años muerto en el siglo ii a.C39. Quizás no se trate de una casualidad que en ambos casos se haya descubierto esta poción psicotrópica en contextos funerarios, lo que nos hace preguntarnos si este preparado no sería una suerte de viático para las comunidades prehistóricas de la Península Ibérica durante la celebración de sus ceremonias sepulcrales12. Asimismo, se ha detectado hiosciamina en una cerámica recuperada en una fosa ritual en Prats (Andorra) y en algunas cazoletas del abrigo de Pedra Cavada, en Gondomar, Pontevedra37, aunque en este caso no se descarta que su presencia sea fruto de una contaminación posterior40.
Pero, sin duda, la droga de la que disponemos mayor número de evidencias que ilustran su empleo en la Prehistoria es el opio. Teniendo en cuenta la antigüedad de los restos arqueobotánicos de adormidera y el gran número de yacimientos prehistóricos en los que se ha documentado su presencia, no es de extrañar que pronto se descubrieran las propiedades narcóticas de su látex. Se han detectado opiáceos41 en los esqueletos de dos individuos masculinos adultos enterrados en las minas neolíticas de Can Tintorer (Gavà, Barcelona) en el iv milenio a.C. El hallazgo de restos de una cápsula de adormidera entre las piezas dentales de uno de ellos motivó la puesta en marcha de un estudio para detectar el consumo de opio entre los individuos inhumados en la cavidad, deparando resultados positivos en el caso de ese mismo esqueleto, que también presentaba una doble trepanación, y de otro con indicios de estrés ocupacional; por el contrario, no se pudieron detectar restos de opiáceos en los esqueletos de una niña y una mujer, sin que por el momento se pueda precisar si el consumo de opio en este yacimiento era un privilegio exclusivo de los varones adultos, ni tampoco si su empleo guarda relación con el duro trabajo en la mina o con prácticas medicinales.
En el segundo milenio a.C., durante la Edad del Bronce, el opio se convirtió en una valiosa sustancia adquiriendo también un destacado papel en los ritos religiosos, según sugieren aquellas manifestaciones artísticas a las que aludimos anteriormente. Nuevamente se han hallado opiáceos en otro yacimiento peninsular, así dos ricas tumbas de Fuente Álamo, en Almería, correspondientes a un hombre (tumba 68) y una mujer (tumba 111) albergaban sendos vasitos en los que los análisis de opiáceos han resultado positivos42, por lo que es posible que esas cerámicas contuvieran un aceite vegetal de adormidera, aunque la presencia de fragmentos de cápsula y semillas de Papaver spp. en la depositada en la tumba femenina lleva a considerar otras opciones aparte del opio. Ciertas evidencias llevan a pensar que a mediados del segundo milenio a.C. se estableció un comercio de esta droga en el Mediterráneo Oriental. En ese momento conocen una gran difusión unas jarritas de cerámica de reducida capacidad, las llamadas cerámicas de base anular (Base-Ring Ware), cuya forma podría estar imitando una cápsula de adormidera43, como una forma de anunciar su contenido en territorios fuera de Chipre, su centro productor. Si bien es cierto que análisis efectuados sobre algunos ejemplares han revelado la presencia de opiáceos en su interior44, apoyando así esa propuesta, esos resultados no han podido ser contrastados posteriormente, por lo que por el momento no puede afirmarse nada concluyente45. Algo similar ocurre en la tumba del arquitecto egipcio Kha (1405 a.C.), en Deir-el-Medina, Tebas, donde en alguna ocasión se ha señalado la presencia de opio en uno de los recipientes de alabastro que formaban parte de su ajuar funerario46, sin embargo, nuevos análisis practicados sobre ese mismo envase han resultado negativos45.
Conclusiones
A la vista de los documentos recogidos en estas páginas es posible afirmar que el consumo de drogas en el continente europeo se inició en la Prehistoria. Aparte de las especies vegetales con propiedades psicoactivas aquí mencionadas, estamos seguros de que las comunidades prehistóricas hicieron uso de otras muchas (pensamos, por ejemplo, en hongos psicotrópicos entre otros vegetales con similares propiedades)47. Algunas de estas evidencias sugieren relacionar estas sustancias con prácticas medicinales, pero creemos que su uso no era exclusivamente terapéutico, más aún teniendo en cuenta que muchos de los restos arqueobotánicos se han recuperado en contextos funerarios y rituales, lo que parece indicar que las drogas pudieron desempeñar una función destacada en la celebración de las ceremonias religiosas de las comunidades prehistóricas de Europa48,49, como también inducen a pensar esas escenas artísticas de carácter cultual en las que se han representado cápsulas de adormidera. De hecho, la presencia de esta planta en este tipo de ambientes y su elección como motivo ornamental que simboliza el sueño o la muerte puede atestiguarse ya desde el Neolítico (Cueva de los Murciélagos de Albuñol) y este papel alegórico se mantendrá a lo largo de la Prehistoria para perdurar en el mundo clásico50.