Aunque en los últimos decenios se han producido enormes avances en el conocimiento de la enfermedad vascular arteriosclerótica, y en los factores de riesgo que la aceleran, no deja de ser un hecho constatable que las enfermedades cardiovasculares son la primera causa de muerte en el mundo occidental, al igual que en nuestro país1.
Si bien la arteriosclerosis es una enfermedad crónica asociada al envejecimiento, los distintos factores de riesgo aceleran su progresión2; es también, por tanto, una enfermedad multifactorial, y la mayoría de pacientes que la sufren tienen simultáneamente varios factores de riesgo clásicos, entre los que destaca la hipertensión, el hábito de fumar, la diabetes y la dislipemia. Está bien asentado que las partículas de LDL son un factor causal de arteriosclerosis3.
En los últimos 3 decenios, hemos podido asistir a un cúmulo de evidencias que apoyan el beneficio clínico de la intervención con fármacos sobre los niveles de colesterol4. Comenzando en los 80 con la colestiramina5, pasando por las estatinas6, la combinación de estatinas y ezetimiba7, y más recientemente los inhibidores de la proteína PCSK98,9. Todos ellos han mostrado mayor o menor grado de reducción de eventos isquémicos, en general en línea con su potencia reductora de colesterol LDL. En el mismo sentido, las guías de práctica clínica recomiendan alcanzar cada vez niveles más bajos de cLDL al ser estos no solo beneficiosos si no también seguros10.
Pese a evidencias tan robustas, hay muchos pacientes inadecuadamente controlados en su colesterol, en especial aquellos que están caracterizados como de alto o muy alto riesgo11–13. Las razones son múltiples y se relacionan tanto con el paciente (adherencia, cumplimiento, tolerancia), el médico (inercia, desconocimiento) como la administración (visados, limitaciones). Además, otro factor relevante es la diferente respuesta de cada paciente a la medicación hipolipemiante, la variabilidad individual14. Ello conlleva la necesidad, cada vez más creciente, de utilizar combinaciones terapéuticas15,16 y el hallazgo de nuevas dianas terapéuticas17–19.
Por todo ello, es siempre una buena noticia la comercialización en nuestro país de un nuevo agente capaz de reducir los niveles de colesterol de LDL, como es el caso de bempedoico, el primero de su clase, que inhibe la ATP citrato liasa y, por ende, la síntesis de colesterol por los hepatocitos20,21.
Este número especial de Clínica e Investigación en Arteriosclerosis va a revisar y actualizar toda la evidencia científica relacionada con el metabolismo lipoproteico, la dislipemia, el riesgo vascular y su estratificación, la intervención farmacológica sobre los lípidos, resaltando la necesidad de mejora en áreas no cubiertas o en la interrelación entre niveles asistenciales. Naturalmente, se profundizará en el conocimiento de la eficacia y seguridad de los ensayos en fase II y fase III con ácido bempedoico.
FinanciaciónEste artículo ha sido financiado con una ayuda sin restricciones por Daiichi-Sankyo. El patrocinador no ha intervenido en la elaboración ni el contenido del mismo, que solo expresa la opinión de los autores.
Nota al suplementoEste artículo forma parte del suplemento «Lípidos y nuevos tratamientos en dislipemias», que cuenta con el patrocinio de Daiichi-Sankyo.