Este trabajo se concentra en la producción intelectual de Portantiero vinculada con la obra de Antonio Gramsci. Para ello repasa algunos momentos de su obra focalizando tanto el contexto socio político como a las diferentes configuraciones del campo intelectual. El objetivo principal del artículo consiste en atender al encuentro de Portantiero con la obra de Gramsci descifrando las modulaciones que esa recepción adquiere en su obra, tomando en cuenta la forma en que ésta operó como punto de quiebre en algunos momentos de su trayectoria política e intelectual y cómo al mismo tiempo adquirió sentido para ocupar un lugar destacado en el campo intelectual.
This work focuses on the intellectual production of Portantiero linked to the work of Antonio Gramsci. To do this, he reviews some moments of his work taking care of the sociopolitical and the different configurations of the intellectual field context. The main objective of this article is to attend the meeting Portantiero with Gramsci's work deciphering the modulations that acquires reception in his work, considering the way it operated as a breaking point at times of political and intellectual trajectory and how at the same time it made sense to occupy a prominent place in the intellectual field.
Este trabalho concentra-se na produção intelectual de Portantiero ligada à obra de Antonio Gramsci. Para fazer isso identificamos alguns momentos do seu trabalho e a sua relação com o contexto sociopolítico e as diferentes configurações do campo intelectual. O principal objetivo do artigo é estudar o encontro de Portantiero com a obra de Gramsci decifrando as modulações que esta recepção adquiriu no trabalho do primeiro autor, considerando a forma como isso significou um ponto de ruptura em alguns momentos da sua trajetória política e intelectual e como ao mesmo tempo adquiriu um sentido para ele ocupar um lugar destacado no campo intelectual.
Como se recordará Portantiero animó el campo intelectual argentino y también latinoamericano desde comienzo de los años cincuenta hasta su muerte en 2007. Formó parte de una generación que en los años sesenta irrumpió en la escena intelectual renovando el campo de la izquierda. Luego, a principios de los años setenta, renovó la interpretación que se tenía sobre el fenómeno peronista en un libro escrito junto a Miguel Murmis, “Ensayo sobre los orígenes del peronismo” que editara su amigo y compañero de ideas José Arico. En su exilio mexicano contribuyo a la renovación del campo de la izquierda intelectual con sus aportes para pensar la democracia. A su regreso a Argentina, ofició de “consejero del príncipe” del primer presidente constitucional que diera la naciente democracia, al mismo tiempo que gravitó en la universidad y en revistas culturales de la época en busca de aportes nuevos para el pensamiento democrático y de izquierda. En sus últimos años, asimismo, dedicó buena parte de sus esfuerzos a escribir la historia del socialismo en la Argentina buscando colocar una historia que juzgaba soslayada por la literatura nacional y popular del país. Por eso su itinerario revela una rica historia de la relación entre política y cultura para explorar algunos de los debates de nuestro campo intelectual.
A la conquista del mundo. Los años juvenilesSi hay una marca indeleble que recorre toda la trayectoria política e intelectual de Portantiero es la que ha dejado en sus intervenciones Antonio Gramsci. En efecto, desde su militancia juvenil a comienzos de los años cincuenta en el Partido Comunista hasta los años ochenta, cuando su autocrítica y su exilio mexicano lo alejaron de la tradición marxista, Gramsci gravitó como ningún otro autor en la búsqueda de una alternativa política de signo socialista. Por eso formó parte de los denominados “gramscianos argentinos” junto a José Aricó, al que estuvo ligado hasta su muerte y con quién emprendió sus más importantes batallas culturales.
Ese encuentro con Gramsci tiene puntos altos que merecen ser destacados, porque implican momentos de sus apuestas políticas e intelectuales y porque muchos de ellos alumbran rupturas propias y también generacionales. Este ensayo recorre algunos de esos momentos, concentrándose sobre todo en su primera obra de aliento, Realismo y realidad en la narrativa Argentina y Los usos de Gramsci, buscando subrayar las significaciones que se albergan en sus apuestas culturales y políticas.
El descubrimiento de Gramsci comenzó a gestarse cuando apenas tenía 18 años y casi por error desembarcó en el Partido Comunista (PC). Allí se vinculó rápidamente a Héctor P. Agosti, el intelectual más sobresaliente del partido, en momentos en que éste buscaba colocar una orientación que fuera menos dogmática y que se abriera a otras lecturas que la que pregonaba la política cultural del PC. En esa dirección Agosti emprendió la tarea de traducción de las obras del marxista italiano, y a Cuadernos de Cultura, la publicación oficial de la que se haría cargo en 1952, le asignó un papel central en esa renovación. Portantiero, a poco de su ingreso, se convirtió en su discípulo predilecto y en un colaborador permanente de la revista. A través de la crítica de libros y de la difusión de autores, principalmente peninsulares, que no entraban en la línea que pregonaban sus dirigentes viejos dirigentes, el joven comunista encontró la manera de mirar al peronismo con otras lentes que con las que lo miraban los antiguos camaradas, sobre todo después de 1955. Esa búsqueda de renovación que emprendiera con Agosti, tuvo un momento significativo con la publicación de su primer libro: Realismo y realidad en la narrativa argentina en 1961. Allí Portantiero buscaba dar cuenta de lo que tendría que representar el realismo en la literatura, pensando siempre en que éste era el género que debía practicar el comunismo tal como lo sostenía el Partido inscripto en el debate internacional que generaba las directrices políticas de la URSS. Por eso, es un libro sobre literatura argentina, que además estaba apuntalado por ese hecho decisivo de índole local que a los comunistas los había marcado e interpelado fuertemente: la irrupción del peronismo y su ascendiente en las masas obreras. El trabajo coronó su apuesta política personal de esos años, aunque difícilmente pueda ser leído con claridad si no se toma en cuenta que era parte de una conversación con otros escritores jóvenes, tanto del Partido como de otros espacios, todos recostados en el espectro cultural de la izquierda. De ahí que al comienzo su dedicatoria anotará: “A mis compañeros en Nueva expresión, este libro tan conversado, que ya no me pertenece”.1 Ese gesto amable mostraba su modo de inscribirse en su generación, pero también como se ubicaba en la pelea cultural con una voz propia.
Las fuentes en las que se inspiraba la obra eran varias: el joven Luckacs, por ejemplo, y sus Ensayos sobre el Realismo con los cuales dialogaba críticamente, pero, sobre todo, era Gramsci que colocaba su huella en la pluma del novel escritor. En efecto, la cisura entre los intelectuales de izquierda y el pueblo que desnudaba como nadie el peronismo, recorrerá como un hilo rojo toda la reflexión. Es que esa es la misma preocupación que Gramsci había abordado en Literatura y vida nacional y en El Materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, en su intento por construir una hegemonía proletaria y socialista. Asignándoles a los intelectuales un papel de importancia en la construcción de una conciencia coherente y orgánica para la construcción de un nuevo bloque histórico. Portantiero, siguiendo esa línea, examina críticamente, en su trabajo, las tendencias que jalonaron la literatura para así dar con un realismo que incorpore distintas variantes estéticas de modo que, con su aporte, hagan posible un acercamiento de la izquierda al país y a las masas. El libro fue escrito cuando muchos como él, creían que el realismo y el marxismo eran la clave para acompañar y descifrar el devenir histórico, y así poder transformarlo. En ese sentido es que su autor caracteriza a su tiempo como el de “los iniciales de una nueva civilización”.2
Este tono juvenil y optimista es el que identifica a su época, cuando los sesenta llegaban al calor de la Revolución Cubana. El libro es también el germen de la ruptura, aunque dos años más tarde Portantiero seria expulsado del Partido. En efecto, la obra contiene las orientaciones que lo apartan de las coordenadas que la ortodoxia comunista infundía a su política cultural y que luego aparecen con más vehemencia en 1963, cuando junto a otros jóvenes camaradas lance esa aventura intelectual llamada Pasado y Presente y se afirme como parte de una generación que intente ocupar el centro de la escena política y cultural.
El libro también recorre críticamente el panorama internacional de la literatura. Es allí que el decadentismo y vanguardismo son entendidos como la expresión artística que pone en evidencia la quiebra del mito de la burguesía del conocimiento absoluto y la felicidad total. De un modo original y con frescura de juventud, señala al decadentismo como el residuo del mundo burgués que está por acabarse, y a la vanguardia como la negación de ese mundo y el insumo para la superación que encarna el realismo socialista. Esa clave dialéctica es otra marca de época de su marxismo que sostenía con férrea postura su partido. Pero al mismo tiempo, como lo hiciera en sus notas periodísticas de Cuadernos de Cultura, el neorrealismo italiano es saludado con sumo interés, dejando en claro cual es el arte de su preferencia. El existencialismo francés, en cambio, es sentenciado como una expresión atrapada por el influjo de una denuncia moral no superadora y por ello no devenida en praxis revolucionaria. Que sus análisis estaban enmarcados en la teoría social e influenciados por las modernas ciencias sociales y que ese libro no era simplemente un ensayo de crítica literaria, lo muestra la problematización del binomio intelectuales/sociedad. Estrato intermedio y por ello contradictorio, los intelectuales son un problema pero fungen al mismo tiempo, como una pieza clave en la superación del mundo actual, una interpretación que, como ya señalamos, remite al Grasmci más puro. El problema no es otro que el de la integración de los intelectuales y el pueblo-nación.
Como en ningún otro momento, aparece aquí los signos de un cambio de época, en efecto, si se recuerda que desde el comienzo de la aparición del campo cultural hasta los años cincuenta dominó la figura del crítico literario y la del escritor como intelectuales prototípicos, la incorporación de Gramsci en clave teórica y política muestra la impronta sociológica que despliega el análisis. Pero esa colocación está anclada en la convicción de una contribución decisiva, ya que según Portantiero de lo que se trata es de que el arte aprehenda la realidad tal cual es, por eso el programa de la literatura contemporánea debe “desmitificar, acabar con el idealismo, integrarse a la lucha humana por la libertad, introduciendo en el contacto de la conciencia con la realidad una concepción del mundo que redescubra su esencia objetiva”.3 De ahí que el arsenal teórico no pueda ser ya el del análisis del contenido y sus coordenadas se desplacen en busca de la exploración de todo el cuerpo social.
Portantiero creía fuertemente que el camino trazado por Engels era el adecuado, tanto el método dialéctico como la perspectiva materialista permitían desentrañar las leyes que presiden el desarrollo de la naturaleza y la sociedad. Pero sostenía que el realismo debía ser el vehículo de una superación que se conforme nutriéndose de todas las conquistas humanas y recuperara toda la historicidad de su tiempo. Ahí radica la esencia de su método, en la preocupación siempre latente de recuperar los impulsos del vivir. Lo que afirmaba Portantiero es que había para la literatura y el crítico literario un programa superador, inscrito en un proyecto emancipatorio que no era otro que el del marxismo revolucionario. El realismo como tendencia está siempre clavado en la realidad contemporánea, y así el realismo es el método propio del arte. Aquí, la nota saliente radica en el esfuerzo por conseguir una colocación heterodoxa con respecto al realismo y la realidad apartándose de la teoría del reflejo acuñada por Lenin que con tanto ahínco seguía el Partido. Así, afirmaba que no se trata de postular una nueva poética o expresión artística sino de una nueva cultura, de una lucha por una nueva cultura para la emancipación humana. Pero todo su esfuerzo todavía está anclado en la tradición comunista, hay un impulso a mitad de camino entre la renovación y la tradición. En efecto, como ha sido señalado4 el despliegue de la crítica y la soltura de la rígida economía cultural marxista-leninista aparecerá con fuerza sólo cuando esté fuera del Partido.
Ya sobre el final el examen se desplaza a la literatura argentina, allí analiza en profundidad al liberalismo y la izquierda literaria que se desarrolló en el país. El fracaso político por fundar la revolución democrática por parte de los sectores de la burguesía marcó el desarraigo de las capas intelectuales y su desencuentro con el pueblo. De ahí que todo el examen sea visto como la suma de intentos fallidos. Nuevamente, como hicieran muchos intelectuales de su generación que adscribían a la izquierda, va condenar al liberalismo como la expresión más acabada de una élite que funda una literatura de espaldas al país. Borges revelaba como nadie esa expresión, sus aires universalistas eran vistos como símbolos del manierismo y de una concepción abstracta del arte literario. Por el lado de la izquierda el juicio no iba a ser mejor, si bien la literatura había dado nombres importantes le faltaba a ésta el anclaje social necesario para que su contribución sea decisiva además de una forma estética precisa. Por eso sobre el final sentenciará firme: “Solo a través del realismo la izquierda superará el desgarramiento de su separación con el pueblo”.5 Este libro será, como ya mencionamos, la apuesta política más alta de sus años comunistas pero, al mismo tiempo, esa obra oficiará como una despedida.
En efecto, cuando en 1963 junto a un grupo de intelectuales comunistas de la provincia de Córdoba dé comienzo a la publicación de la revista Pasado y Presente en otro esfuerzo de renovación del comunismo que se colocaba en la misma serie que las traducciones de la obra de Gramsci, la apuesta generará un revuelo tal dentro de las filas de los camaradas que terminará con la expulsión de todo el grupo editor y de sus colaboradores, cerrando así su etapa dentro del Partido. Es que no era para menos, y por eso vale la pena detenernos en su primer editorial, donde José Aricó, luego de afirmar contundente que la publicación era un impulso generacional, sentenciaba que ésta era: Una generación que no reconoce maestros no por impulsos de simplista negatividad, sino por el hecho real de que en nuestro país lasclases dominantes han perdido hace tiempo la capacidad de atraer culturalmente a sus jóvenes mientras el proletariado y su conciencia organizada no logran aun conquistar una hegemonía (las cursivas son mías) que se traduzca en una coherente dirección intelectual y moral.
Desligándose así de toda filiación intelectual con el Partido. Aun cuando por momentos trate de colocar la sentencia de manera velada como cuando deslizaba que la publicación. Será por ello la expresión de un grupo de intelectuales con ciertos rasgos y perfiles propios, que esforzándose por aplicar el materialismo histórico e incorporando las motivaciones del presente, intentará soldarse con un pasado al que no repudia en su totalidad pero al que tampoco acepta en la forma en que se le ofrece.
Para terminar arremetiendo que: Es preciso en primer lugar reconocer la validez de la instancia generacional, no tener nunca miedo de la obsesión por ver claro, de la “irrespetuosidad” del lenguaje, del deseo permanente de revisión del pasado que la caracteriza. Y además comprender cómo se desarrolla y cambia la realidad, no permanecer nunca atados a viejos esquemas, a viejos lenguajes y posiciones.6
Así, con marchas y contramarchas para terminar arremetiendo finalmente, los jóvenes intelectuales mandaban al desván del recuerdo las líneas que la dirigencia del Partido trazaba como estrategia política e intelectual.
Una generación juega su partida. Los años sesenta argentinosLa publicación marcó así el comienzo del fin de la relación de Portantiero, y de muchos otros, con las líneas directrices de los partidos tradicionales de la izquierda argentina respecto de las estrategias para llevar a cabo una política que propiciara un enlace entre intelectuales, Partido y clase obrera. El grupo de Pasado y Presente cuestionaba el canon marxistaleninista y la suscripción casi automática del Partido a las directivas de la URSS, sostenidos por la cúpula del PC, contestando con un marxismo que buscaba otras voces, entre las que sobresalía también Gramsci, que reivindicaba una lectura diferente de la relación intelectuales masa y colocaba a las tradiciones políticas nacionales como el nervio central de la preocupación tanto política e intelectual que debía adoptar la izquierda, pues era el peronismo aquello que movilizaba y partía aguas en la política de la época. En la interpretación que hacían de éste las nuevas generaciones, la clase trabajadora ya no era caracterizada como una masa en disponibilidad manipulada por un demagogo –visión clásica sostenida por la izquierda tradicional en general y por los máximos dirigentes del PC local en particular– sino como una clase con conciencia de sus intereses que había encontrado en el movimiento liderado por Perón, la oportunidad tantas veces postergada de conquistar sus derechos políticos y sociales.
De esta forma, la fracción integrada por Portantiero que animaba Pasado y Presente se inscribía en un fenómeno más amplio de renovación intelectual y política que, protagonizado por las nuevas generaciones, tenía lugar dentro del campo de la izquierda argentina, dando lugar al nacimiento de una Nueva Izquierda que avanzaría con diferentes variantes a lo largo de toda la década de los sesenta.
Otro elemento característico de esta nueva generación será el optimismo respecto al futuro del socialismo latinoamericano producto del fervor que despertó la reciente Revolución Cubana. En efecto, como se recordará, el cambio de régimen propiciado en Cuba en 1959 despertó en la región, sobre todo en sus sectores juveniles politizados, gran fervor debido a que la Revolución era vista como la prueba de que el socialismo podía expandirse por todo el continente.7 Ya no había que mirar del otro lado a miles de kilómetros para comprobar que el socialismo era posible, aquí nomás Estaban Castro y Guevara demostrando como se debía hacer la lucha. El cambio será progresivo pero este hecho comenzará a perfilar la idea de que la vía insurreccional es la adecuada.
En cuanto a la publicación, ya desde su nombre Gramsci aparecía como gravitante. Pasado y Presente, en efecto, fue parte de los Cuadernos de la Cárcel editados al cuidado de Togliatti en 1948, que el PC puso a disposición de habla hispana en 1954. Esto les proveía de una identidad propia dentro del partido. Por otra parte, el hecho de que sus miembros fueran expulsados por los contenidos de la publicación les dio a éstos un prestigio inaudito dentro de las fracciones juveniles. La publicación tuvo un alcance nacional, convirtiéndose en un punto de referencia para los sectores que se enrolaban en “La Nueva Izquierda”.8 Allí, Portantiero contribuiría con tan solo dos artículos “Política y clases sociales en la argentina actual” y “Un análisis m‘arxista de la argentina” en la primera etapa de la revista que duró desde 1963 hasta 1965. La heterodoxia que introducía la publicación al traducir textos de nombres como, Luporini, Della Volpe, Lacan, Hosbsbawn y Gorz, mostraban una apertura hacia otras líneas de análisis del mundo actual del que proponían los sectores tradicionales de la izquierda. Pero esto no hacía más que mostrar nuevamente lo gravitante que era Gramsci. Él había señalado con énfasis que el marxismo debía medirse con lo más alto del pensamiento burgués de su tiempo. Por eso había entablado un dialogo con Weber que nutrió muchas de sus reflexiones, como veremos más adelante.
Así, Pasado y Presente se lanzaba al encuentro de otros relatos que pudieran hacer inteligible el mundo convulsionado por el que atravesaba la Argentina y los sectores políticos de la izquierda. Este modo de buscar hacer inteligible el mundo y de concebirse como intelectuales basados en una mirada heterodoxa, será una marca de Portantiero y de todo el grupo Pasado y Presente en su largo itinerario.
Como se la ha denominado comúnmente, esa “larga década del sesenta” tuvo a Portantiero buceando en aguas profundas en la búsqueda de una salida socialista para la política argentina. Así, fue un referente intelectual de un grupo guerrillero (Ejercito Guerrillero del Pueblo, EGP) en los primeros años de la década, y combinó el periodismo cultural en la gran prensa hasta que recaló en Prensa Latina, la agencia cubana de la revolución, como corresponsal en Argentina. En 1966 obtuvo su licenciatura en Sociología en la Universidad de Buenos Aires y comenzó su carrera académica alejándose entonces del periodismo. Para lo que aquí importa basta decir que ese periplo terminó en 1974 cuando la muerte de Perón posicionó al ala derecha del peronismo en el poder, dando origen a una represión que sería la antesala del golpe de 1976. La universidad fue intervenida y expulsados todos aquellos que eran vistos como peligrosos para el régimen. La Alianza Anti-Comunista Argentina (triple A) inició una cruzada que no dejó afuera de su radio de persecución a quienes habían actuado por esos años en pos de instaurar el socialismo en el país, ya sea directamente en los grupos guerrilleros o actuando en grupos intelectuales o partidos políticos recostados en la izquierda ideológica. En ese contexto, Portantiero partió al exilio en 1975, cuando consiguió su traslado como profesor e investigador desde la sede de FLACSO en Buenos Aires a la de México.
Este movimiento, como había sucedido anteriormente, no era un curso de acción que emprendiera en soledad. En efecto, como consecuencia de las dictaduras implantadas en los años setenta, se produjo el exilio de muchos intelectuales vinculados con el espectro amplio de la llamada Nueva Izquierda. Así, países como Brasil, Venezuela, México, Canadá, España, Italia y Francia, fueron algunos de los destinos de acogida tanto de argentinos como de otros latinoamericanos que pasaban por idénticas situaciones en su lugar de origen. Ese exilio arrojó como resultado, en primera instancia, la asunción e interpretación progresiva del aplastamiento de las luchas sociales y de los grupos guerrilleros a manos de las dictaduras latinoamericanas setentistas, como una “derrota” incontestable de la estrategia revolucionaria sostenida y en aumento durante la década de los sesenta. Al mismo tiempo, el contacto en México con los procesos de reconversión teórica y política del socialismo europeo, les proporcionó, a los intelectuales exiliados, un marco más amplio para la comprensión de la propia “derrota” e iluminó la reflexión sobre los nuevos esquemas de interpretación y estrategias políticas a seguir a futuro.
En ese sentido, en seguida intentaremos mostrar de qué modo, en el debate que generó “la crisis del marxismo” Gramsci quedó en pie como la única referencia válida de la tradición marxista en el examen que Portantiero hiciera de esa polémica.
El exilio en México. En busca del tiempo perdidoDesde mediados de la década de los setenta, una serie de factores políticos, económicos y culturales contribuyeron a convertir a México en un país muy atractivo para los exiliados de las distintas dictaduras latinoamericanas, y en un escenario favorable para el proceso de recomposición del pensamiento de izquierda de la región. En este sentido, fue importante el proceso de democratización del modelo del PRI iniciado hacia el final del mandato de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) y profundizado por su sucesor, José López Portillo (1976-1982); que produjo una revitalización de la actividad política mexicana y facilitó el ingreso al país de emigrantes políticos de diversas tendencias, especialmente de izquierda. A esto se sumó un acelerado crecimiento económico –como consecuencia del boom del petróleo mexicano– que tuvo como correlato una “época de oro” para las universidades, con abundancia de recursos para la investigación, la publicación y el financiamiento de visitas de intelectuales extranjeros, como Jürgen Habermas y Michel Foucault, entre otros.9 Las instituciones de educación superior se expandieron y se crearon nuevas universidades e institutos de investigación científica. Estas condiciones fueron altamente productivas ya que, entre otros factores, posibilitaron que México se convirtiera en “caja de resonancia y lugar privilegiado de observación, estudio y discusión de los procesos en marcha en las sociedades latinoamericanas y, sus universidades e institutos de investigación, en espacios frecuentados por una pléyade de intelectuales vinculados a la izquierda de las diversas variantes (...)”. Por las mismas razones, México desempeñó “un lugar destacado en la publicación de textos vinculados a la cultura socialista y al marxismo en particular”.10 Por último, el crecimiento de la economía fue acompañado también por una ampliación del aparato estatal que pasó a asumir nuevas responsabilidades en la promoción de proyectos de desarrollo económico y social, y políticas culturales11. El conjunto de estos factores favoreció una amplia inserción laboral de los intelectuales y académicos exiliados en dependencias gubernamentales12 y en instituciones académicas.13
También fueron de vital importancia para la contención de los emigrados al espacio mexicano, las instituciones creadas por estos como respuesta a la nueva situación. Entre las más significativas de origen argentino, la primera en aparecer fue la Comisión Argentina de Solidaridad (CAS), fundada a comienzos de 1975 por un grupo compuesto por peronistas camporistas y militantes de izquierda distanciados de sus organizaciones políticas.14 Hacia octubre del mismo año, como un desprendimiento de CAS, surge el Comité de Solidaridad con el Pueblo Argentino (COSPA), producto de la iniciativa de miembros de Montoneros y del trotskista Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Ambos agrupamientos se vincularon con las comunidades de expatriados argentinos y latinoamericanos emplazadas fuera de México, conformando una red de lucha contra los regímenes dictatoriales de América Latina. Esto facilitó el intercambio de información y también creó condiciones para que las actividades se difundieran más allá de los países involucrados.
En lo que hace al campo intelectual propiamente dicho, una parte importante de la discusión de la izquierda exiliada en México, tuvo lugar en seminarios, jornadas y coloquios realizados entre 1978 y 1980 en distintos lugares de América Latina. Promovidos por universidades y centros de investigación mexicanos o por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), el conjunto de estas reuniones fue altamente eficaz para el intercambio y el debate de ideas entre intelectuales de diversas tendencias teóricas que reflexionaron sobre la problemática del autoritarismo, la democracia, el papel de la izquierda y las nuevas tendencias teóricas y políticas del socialismo europeo. Si bien algunos trabajos expuestos analizaron situaciones nacionales, contribuyeron de todos modos a presentar el marco de las nuevas perspectivas y preocupaciones que iban ganado el centro del campo intelectual y académico latinoamericano por aquella época.
Así, en octubre de 1978 se realizó en Costa Rica, a iniciativa de CLACSO, la primera conferencia regional “Las condiciones sociales de la democracia”.15 Éste fue el punto de partida de una serie de encuentros que buscaban reunir reflexiones de intelectuales de diferentes tendencias teóricas sobre los caminos posibles para una salida al autoritarismo. Un año más tarde, en Río de Janeiro, se celebró la segunda conferencia regional Estrategias de desarrollo económico y procesos de democratización en América Latina, también organizada por CLACSO. Por su aporte a la recuperación del concepto de democracia para el pensamiento de izquierda, fue importante también el seminario realizado en Morelia (Michoacán) en el mismo año que, organizado por el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, estuvo dedicado a la discusión del concepto de hegemonía.16
Por su parte, cabe destacar que, más allá de la organización de las conferencias mencionadas, la actividad de CLACSO fue de vital importancia para el desarrollo intelectual de los exiliados en distintos países de América Latina. Creado en 1967, el organismo tuvo como objetivos centrales el fortalecimiento de las ciencias sociales en América Latina y el establecimiento de vínculos académicos regionales. En noviembre de 1973 y marzo de 1974, en asambleas del organismo (Río de Janeiro y Maracaibo, respectivamente), se dispuso, como respuesta a la situación creada por las dictaduras instauradas en Chile y Uruguay, un programa de solidaridad y defensa de los científicos sociales (investigadores, profesores y estudiantes) víctimas de la represión académica. A tales fines, por ejemplo, se instrumentó una bolsa de becas. Asimismo, CLACSO favoreció ampliamente el intercambio académico y la circulación y comunicación entre los intelectuales latinoamericanos; reunió a los centros de estudio más importantes de la región, promovió publicaciones y desarrolló grupos de discusión y trabajo que abordaron distintas problemáticas de interés regional. Entre ellos, el más importante fue el grupo de Estado y Política, coordinado por Guillermo O’Donnell primero y, luego, por Norbert Lechner.17 Por ese espacio pasó buena parte de la discusión sobre el autoritarismo y la democracia.
No obstante, esta reelaboración del pensamiento de izquierda latinoamericano también se retroalimentó de los procesos de reconfiguración que se estaban dando en el espacio de la izquierda política, intelectual y cultural de los países latinos de Europa desde fines de los años setenta. En efecto, el proceso que se conoce vagamente como la “crisis del marxismo”18 funcionó como una suerte de faro hacia donde los intelectuales exiliados miraron buscando elementos iluminadores que pudieran servir a la comprensión de lo que estaba sucediendo en América Latina.
La llamada “crisis del marxismo” tuvo su epicentro en España, Italia y Francia cuando, después de haber sido durante mucho tiempo su paradigma hegemónico y haber tenido una época de oro en el decenio de 1968 a 1978, el marxismo entró en decadencia como ideología política y modelo teórico para gran parte de la izquierda de esos países. Esta circunstancia derivó, por una parte, en la desaparición de las figuras más relevantes del marxismo de esas naciones (la muerte de Poulantzas y Della Volpe y el declive personal de Althusser).19 Por otra parte, el ascenso de los llamados nuevos filósofos, entre los que se destacó André Glucksmann (discípulo predilecto de Althusser, hecho que le otorgó cierta legitimidad de origen a sus intervenciones) y Henri Lèvy. Estos proclamaron el carácter intrínsecamente totalitario del marxismo por tratarse, en el terreno de la teoría, de una doctrina omnicompresiva de lo social que anulaba las diferencias y, en la práctica, por haber degenerado en un tipo de Estado autoritario como el soviético. Por último, también fue importante en el proceso de declive del marxismo la emergencia de corrientes revisionistas del pensamiento marxista del siglo XX que pusieron en cuestión las tendencias de la II y III Internacional llegando con su indagación, incluso, a la crítica de Marx, Engels y Lenin.20
Dentro de los revisionistas, desempeñaron un papel fundamental intelectuales de la talla de Norberto Bobbio, Christine Buci-Glusckmann, Giacomo Marramao, Gianfranco Poggi y Lucio Coletti, entre otros. Estos, bajo el amparo de una red de fundaciones (Basso-Issoco y Enaudi, entre las más significativas) que promovieron la realización de seminarios, encuentros y publicación de libros, sostenían que eran otros los cuerpos teóricos y no el marxismo, los que podían contribuir a la construcción de una nueva izquierda en Europa que, en el plano político, veían ejemplificada por el Eurocomunismo italiano, francés y español, que seguía la vía parlamentaria y democrática en reemplazo de la estrategia de asalto al Estado.21 De acuerdo con estas miradas, no se encontraba en el corpus del marxismo una indagación fructífera sobre las funciones y el desempeño del Estado capitalista. Para Bobbio, por ejemplo, el principal escollo consistía en que la teoría marxista, al centrarse en la problemática de quién gobierna desde una dimensión instrumentalista, había descuidado el problema de cómo se gobierna, desatendiendo a la cuestión de las estructuras institucionales. De forma más o menos general, se afirmaba que, en realidad, lo que 30 años antes se había proyectado como un Estado de transición (el Estado de Bienestar pero, también, el Estado soviético), hacía fines de los sesenta se había erigido ya en un gigante burocrático que estaba lejos de extinguirse. En el plano teórico, los revisionistas proponían, por ejemplo, la lectura de Max Weber y Carl Schmitt para un pensamiento de izquierda, estas referencias no agotaban el cuerpo “externo” que se debía incorporar, pero introducían elementos para pensar la política allí donde el marxismo dejaba “un punto ciego”. Así se estaba frente a la emergencia de lo que de forma más o menos esquemática se conoce como “postmarxismo”, donde el núcleo que engloba las diferentes tendencias está puesto en la afirmación de que la tradición que se remonta a Marx no podía dar cuenta de la totalidad de lo social. Dicha corriente afirmaba que los esquemas y nociones como clases no explicaban con acierto ya los clivajes sociales y que por fuera del modo de producción y en el ámbito de la política podían encontrarse explicaciones de una lógica de funcionamiento más o menos autónomo.
Estos debates fueron seguidos atentamente por buena parte de los intelectuales de izquierda exiliados, influyendo de manera importante en las nuevas concepciones que se fueron perfilando. En efecto, no sólo eran seguidos con atención sino que buena parte de las conclusiones de esos debates eran aceptadas. Como por ejemplo la necesidad de una revisión exhaustiva del corpus marxista para buscar los autores y los elementos que efectivamente sí dieran cuenta de líneas para la reflexión actual y por otro lado, la incorporación de otras teorías que construyeran marcos de apreciación para un mundo que se visualizaba como más complejo que el que se postulaba en la III Internacional.
Un Gramsci para el socialismo y para la democraciaPortantiero se colocó en esa dirección y así es como debe ser entendida la publicación de su largo ensayo que ofició como prólogo a una compilación de textos del marxista italiano en 1977, para la colección de Cuadernos de Pasado y Presente y luego su libro aparecido en 1981, con el mismo título: Los usos de Gramsci. Porque en esos textos Portantiero le prestaría mucha atención a la cuestión de la actualidad del marxismo y como veremos a continuación delinearía posteriormente buena parte de sus posturas teóricas. En efecto, en sus trabajos de esos años dedicó buena parte de sus preocupaciones a historizar la investigación de los teóricos marxistas y examinar el papel de esas teorías en el análisis del capitalismo. Así, problemas como el funcionamiento del sistema capitalista, la complejidad que éste va adquiriendo a lo largo del tiempo con el espectacular desarrollo de la división del trabajo, el papel del Estado como ordenador de los conflictos en la sociedad, se colocaron en el centro de sus preocupaciones como parte de una reflexión crítica que, como señalamos, involucró a todo el contingente exiliar y que buscaba salir de la encerrona que suponían el diagnóstico de la “derrota” y las dictaduras militares.
En torno a estas cuestiones Portantiero examinará la postura teórica de la cual partía Marx para terminar afirmando que ésta era “fuertemente societalista, el pensamiento marxiano, desde su ruptura política juvenil con Hegel, lleva a sus extremos una tradición que tiende a subsumir lo político en lo social y a fundar las bases para una progresiva extinción del Estado, entendido este proceso como una recuperación de los poderes de la sociedad alienados en aquel”; eso lo llevaba a la conclusión de que “en ese sentido Marx era un hombre del siglo XIX y su visión de la emancipación social tenía serias dificultades para hacerse cargo de realidades como la nación y el Estado”.22 Esa limitación, para Portantiero, tuvo consecuencias notables para el desarrollo del marxismo en el siglo XX, de ahí que tanto la socialdemocracia como los pensadores y dirigentes de la III Internacional, no podrán salir de este callejón sin salida. En sus palabras: “el enorme vacío que el marxismo del siglo XX propone sobre la cuestión se deriva de esa precaria contraposición entre un enunciado abstracto y una realidad estatal y social enormemente más compleja”.23 Así, cuando examine a los teórico de la socialdemocracia afirmará que éstos habían caído en una visión ingenua, ya que postulaban al Estado como un lugar vacío posible de ser ocupado y direccionado en una orientación política determinada, perdiendo de vista de ese modo la resistencia y la complejidad del aparato estatal. Cuando en el libro que señalamos el examen se ocupe de la obra de Lenin y la llamada “generación de 1905” nuestro autor llegará a una conclusión semejante, porque tanto una y otra ala del socialismo europeo, afirmaba “resalta una similar inadecuación frente a la necesidad de una sociología del Estado capitalista, de sus formas cambiantes de hegemonía” Ni las relaciones de fuerza que devienen política ni las funciones estatales que articulaban las clases dominantes estaban contempladas.24 Para Portantiero es precisamente allí donde Weber cumple un papel central supliendo estas falencias, pues para el sociólogo argentino el pensador alemán fue quien mejor previó los cambios que se operaron en el capitalismo y con él, en el Estado, cuando en el siglo XX entró en su fase expansiva y porque fue un estímulo de gran influencia para el único marxista que pudo estar a la altura de los acontecimientos, Antonio Gramsci.
En lo que hace al primer aspecto, Weber es señalado como uno de los pocos pensadores que advirtieron de modo claro los cambios que comenzaba a mostrar el capitalismo tras la crisis que atravesó Europa en la primera posguerra. Esta afirmación está basada en los escritos políticos que Weber publicó sobre el presente y el futuro de Alemania en 1917 en el Frankfurter Zeitung. Lo primero que Portantiero destaca del análisis weberiano es el vaticinio acerca de que el viejo liberalismo ha desaparecido y en el mismo movimiento, la relación entablada entre Estado y sociedad como dos elementos externos. No se está solamente frente a la concentración del capital y la fase imperialista de éste, sino también frente a una sociedad de masas en la cual éstos no son sujetos pasivos de administración sino que más bien desempeñan un rol activo en la política debido a que imponen nuevos desafíos a la recomposición del capitalismo. Este cuadro se completa con la idea de que se está frente a un mundo de grupos e instituciones, de ahí que la relación de representación basada en la cadena Individuo, Soberano, Estado, aparezca como obsoleta. Weber era revalorizado porque además de ver con claridad los cambios que se suscitaban en el capitalismo, sus análisis superaban las visiones del liberalismo clásico y del marxismo de la II Internacional, incluso superando a Lenin, ya que éstos se encontraban anclados en la imagen del capitalismo del siglo XIX: en esta encrucijada, en este desafío que obligaba a repensar tácticas y estrategia, a dibujar nuevos proyectos de acción contrahegemónica a la altura de los cambios que el proceso sociopolítico planteaba, se empantanaron la teoría y la práctica socialista y democrática durante décadas; la crisis del 30 y el surgimiento del nazismo acentuarían esta impasse”, afirmaba Portantiero.25
Este inmovilismo pondrá de manifiesto que a excepción de Gramsci, el socialismo todo había errado en su respuesta a la recomposición capitalista y de ahí su crisis, en cambio Weber, “operará, desde la crítica al marxismo, una paradójica reconstrucción de los lazos entre relaciones sociales y relaciones técnicas (ambas como relaciones de dominación) mucho más correcta”26 Es en ese punto que la obra de Gramsci es revalorizada ya que éste postulará dos direcciones en sus análisis que lo ayudarán a salir de la encerrona en la que se encontraba el pensamiento de la izquierda. Puesto que en un mismo movimiento, de acuerdo con Portantiero, Gramsci se oponía al economismo y al evolucionismo, pues focalizaba: su contribución en el plano del análisis político, de las relaciones que se establecen bajo el capitalismo entre Estado y sociedad, a diferencia de sus camaradas […] él trato de colocar otro espacio analítico (…): el que puede alojar a una sociología de las transformaciones del Estado capitalista y de la política burguesa.27
Esa cercanía del pensador italiano respecto de Weber, se hace más explícita cuando Gramsci se detiene en las encrucijadas que generó la posguerra, cuando sus análisis se dirigen hacia los modos en que en el nuevo capitalismo se conjugan las crisis de hegemonía; así, Portantiero anota: “el conflicto entre dirección política representativa (parlamento y partidos) y dirección técnicamente adiestrada (burocracia) caracteriza para Gramsci –en una, al parecer, clara reminiscencia del tema weberiano de Parlamento y Gobierno… –la crisis política a cierta altura del desarrollo capitalista”.28 Portantiero encontraba una asimilación en las líneas de pensamiento de Weber y Gramsci en un análisis alejado de los otros marxismos que según nuestro autor caían, en algunos casos, en el reduccionismo, y en otros, en la pura abstracción.
Para Portantiero todo el examen de Gramsci sobre la compleja relación de tensión entre parlamento y burocracia en el capitalismo del siglo XX y sus análisis sobre el “americanismo” está permeado por el examen que Weber hiciera en Parlamento y Gobierno. Así, destaca que Gramsci podía inspirarse en Weber porque el marxista italiano creía que a Alemania e Italia los azotaba una similar crisis de hegemonía; los dos países tenían un problema estructural a la hora de establecer como un todo orgánico la relación entre Estado y nación. La debilidad de sus burguesías y la tardía unificación de esos países en un sentido moderno, hacía posible que Gramsci encontrara un estímulo en el pensador alemán. Pero estos derroteros históricos en los que ambos países se asemejaban mostraban la capacidad del análisis sociológico llevado adelante por Gramsci.
Había un hecho más que justificaba su rescate de ese marasmo en el que había caído el marxismo, éste era el hecho de que para Portantiero: Sus preguntas se parecen a nuestras preguntas, sus respuestas se internan en caminos que creemos útil recorrer. Escribiendo para una Italia de hace cincuenta años en sus escritos reconocemos una respiración que es la nuestra, en otra punta del tiempo y del mundo (…) su problemática nos alcanza.
Pero también gravitaba por el modo de encarar las indagaciones, de ahí que afirmara que su esquema metodológico, el impulso de su indagación, resulta sobre todo pertinente para el estudio de aquellas sociedades cuyo desarrollo gira alrededor del estado y de sus crisis (…) sociedades aún no “maduras”, dinamizadas por el Estado y por la política, pero en las que el Estado es mucho más “bonapartista” que “despótico oriental” (…) sus alcances metodológicos tienen una concreta resonancia empírica para nosotros (…) en América Latina son el Estado y la política quienes modelan a la sociedad.
Sociedades construidas “desde arriba”29 donde, como en Argentina, los populismos habían hecho el trabajo de construir la sociedad civil. Así, lo que Portantiero señala como “crisis del marxismo” es básicamente una dificultad sociológica para aprehender los cambios y la complejidad del sistema social y por ello una clara inadecuación para la práctica política de corte contrahegemónica en Occidente. En ese corolario, sólo Gramsci aportaba a una mirada teórica y política productiva en esos tiempos de cambio. Como en sus años juveniles, a fines de los años setenta volvía a apartarse del marxismo soviético. Al rescatar a Gramsci para volver a buscar en una línea heterodoxa estímulos para el pensamiento. Cuando a partir del exilio postuló que sólo la democracia es posible como salida racional para su país. Gramsci estará en la base de su sociología política. Porque concebirá a la democracia como un producto de los grupos en su lucha social en busca de plasmar sus derechos y conseguir así grados de libertad. Ya no lo citará de manera asidua y nuevamente serán otras referencias teóricas las que estén en el centro de su pensamiento, pero como dirá algunos años después rememorando sus trabajos de los años ochenta cuando piense a la democracia para la argentina “(…) el Gramsci que hay en aquellos trabajos es el Gramsci que podríamos denominar “consustanciado”. El Gramsci que está dentro de mí porque ésa es la manera que tengo yo de acercarme a las cosas”.30 Pero esa, la de los años ochenta, es otra historia.
Portantiero Juan Carlos (1961), Realismo y realidad en la narrativa argentina, Procyon, Buenos Aires, p. 158.
Crespo Horacio (1999), “Poética, política, ruptura “en Historia critica de la literatura argentina, Emecé, Buenos Aires, p. 527.
Gilman Claudia (2003), Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina, Siglo XXI, Buenos Aires, p. 430.
Burgos Raúl (2004), Los gramscianos argentinos. Cultura y política en la experiencia de Pasado y Presente, Siglo XXI, Buenos Aires, p. 430.
Yankelevich Pablo y Jensen Silvina (2007), Exilios. Destinos y experiencias bajo la dictadura militar, libros del Zorzal, Buenos Aires, p. 251.
Las universidades, entre las que se destacaron la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y el Instituto Politécnico Nacional (IPN), fueron centrales en el desarrollo de las actividades de docencia e investigación de muchos de los expatriados. Para una información con más detalle, véase (Bernetti Jorge y Giardinelli Mempo (2003), México: El exilio que hemos vivido. Memoria del exilio argentino en México durante la dictadura 1976-1983, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, p. 251.
Su primer secretario general fue el ex gobernador de Córdoba, Ricardo Obregón Cano, reemplazado dos años más tarde por Rodolfo Puiggrós, hecho que hizo posible que a la CAS se la denominara también la “Casa de Puiggrós”, debido a la relevancia de su figura. El núcleo originario congregó también, entre otros, a Esteban Righi, Haydeé Birgin, Rafael Pérez, Noé Jitrik y Tununa Mercado.
El material del ese primer encuentro fue reproducido por la revista Critica y Utopía en sus primeros cuatro números.
Los trabajos presentados en el seminario fueron compilados por Julio Labastida en el libro Hegemonía y alternativas políticas en América Latina, con prólogo de José Aricó. Allí el prologuista destacaba la importancia del concepto de hegemonía como una herramienta teórico-política que podía condensar la heterogeneidad social sin caer en el reduccionismo de la perspectiva de clases.
Lesgart Cecilia (2003), Usos de la transición a la democracia. Ensayo, ciencia y política en la década del 80, Homo Sapiens, Rosario, p. 249.
No debemos dejar de mencionar que la llamada “crisis del marxismo occidental” reconoce una vigorosa tradición de larga data, que tiene como uno de sus puntos centrales el famoso “Bernstein Debat”. Sin embargo, lo que otorga singularidad a este capítulo de esa crisis, es el hecho de que hacia fines de los años setenta esta dio como resultado el advenimiento de una corriente caracterizada como “postmarxista”, en algunos casos y, en otros, el abandono definitivo de esa tradición intelectual.
Después de los sucesos de mayo del ‘68 en Francia, Althusser se transformó en el filósofo oficial del marxismo latino y su prestigio se expandió por toda Europa durante la siguiente década. Galvano Della Volpe, de la misma manera, se convirtió en un referente importantísimo en la Italia de posguerra y Nicos Poulantzas, a partir de su estadía en Paris, pudo construir una posición significativa ocupándose de la cuestión del Estado en sus investigaciones.
Véase Paramio Ludolfo (1987), Tras el diluvio. La izquierda ante el fin de siglo, Siglo XXI, España, p. 260. Y Anderson Perry (2002) Consideraciones sobre el marxismo occidental, p. 187.
Si bien es extensa la bibliografía sobre el tema, a modo de ejemplo podemos nombrar: 1) La crisis del capitalismo en los años veinte de Giacomo Marramao et. al. (1981) El volumen recopilaba las ponencias presentadas en el seminario sobre “La tercera internacional y el destino del capitalismo en los años veinte” patrocinado por la fundación Basso-Issoco en 1976; 2) La terza internazionale e il partito Comunista de Ernesto Ragioneri compilador (1978); 3) Il partito nel sistema soviético 1917-1945 de Giulano Procacci (1975); 4) el trabajo de Franco de Felice sobre el VII Congreso de de la Tercera Internacional Fascismo, democracia, fronte populare (1974); 5) Poggi Gianfranco (1978) El desarrollo del Estado moderno, Nueva visión, Buenos Aires, p. 252. Y del mismo autor Encuentro con Max Weber (1981), Nueva visión, Buenos Aires, p. 143. 6) Por el lado de los españoles no debe dejar de mencionarse el influyente libro de Fernando Claudín(1977) Eurocomunismo y socialismo, Siglo XXI, España, p. 204.
Portantiero Juan Carlos (1991), “La generación de instituciones”, El ojo mocho, Buenos Aires, s/d, número 4, pp 2-6.