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Vol. 60.
Páginas 79-101 (enero - abril 2013)
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Trabajarel barrio: el escrachecomo intervención cultural
Working the neighborhood: the Escrache as Cultural Intervention
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Diego A. Benegas Loyo
* Doctor en Filosofía por la Universidad de Nueva York (2009). Profesor de la Universidad de Buenos Aires; Investigador de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, Argentina
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Resumen

La discusión sobre el terrorismo de Estado de la última dictadura argentina (1976-1983) se centró en un principio en los tribunales. Sin embargo ese proceso fue interrumpido y eventualmente detenido por leyes y decretos que consolidaron una “cultura de impunidad”. La lucha por justicia volvió entonces al terreno cultural: la proliferación de estrategias de memoria así lo demuestra. Las estrategias de acción política directa pueden también ser consideradas prácticas de memoria, junto con la producción narrativa. El escrache es una táctica callejera desarrollada desde 1997 por H.I.J.O.S. (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio), una organización que intervino sobre esa cultura de impunidad construyendo la condena social de la violencia estatal genocida. Para acercarnos a esta práctica, analizo una acción ocurrida en Buenos Aires en 2002 siguiendo un film que la muestra. Propongo que estas acciones son prácticas de memo-ria colectiva en la calle, que a partir de la lucha por derechos, cuestionan valores culturales implícitos de los vecinos, y disputan los usos del espacio público, ayudando a construir ciudadanía. Estas intervenciones constituyen también un emergente de un debate social contemporáneo sobre responsabilidad individual en la vida colectiva.

Palabras clave:
Argentina
dictadura
escrache
memoria
prácticas
justicia
Abstract

The discussion of State terrorism of the last argentine dictatorship (1976-1983) centered, in the beginning, mainly on the courts. However, that process virtually stopped by laws and decrees that consolidated a “culture of impunity”. The struggle for justice returned then to the cultural terrain: the proliferation of strategies of memory shows it. Strategies of direct political action can also be conceived practices of memory, as well as those of narrative production. The escrache is a tactic developed since 1997 by H.I.J.O.S. (Daughters and Sons for Identity and Justice, against Forgetting and Silence), an organization that intervened on that culture of impunity forging social condemnation of genocidal state violence. To approach this practice, I analyze one action happened in Buenos Aires in 2002 following a film that shows it. I propose that these street actions are practices of collective memory in the street, that based on the struggle for rights, question the implicit cultural values of the neighbors and dispute the uses of public space, helping to build citizenship. These interventions constitute as well an emerging sign of an ongoing social debate about individual responsibility on collective life.

Key word:
Argentina
dictatorship
escrache
memory
practices
justice
Texto completo
Introducción

La discusión pública del terrorismo de Estado de la última dictadura argentina (1976-1983) se centró, a partir de su caída, principalmente en torno a los juicios a los responsables. Sin embargo dos leyes y una serie de decretos detuvieron ese proceso entre 1986 y 1990 y ayudaron a establecer lo que se ha caracterizado como una cultura de impunidad. La lucha por justicia volvió a librarse en el terreno cultural, ya que la vía judicial estaba obstruida. Un reflejo de este proceso puede verse en la proliferación de “prácticas de memoria.” Me refiero no sólo a producciones discursivas, como testimonios y trabajos de ficción, escritos o cinematográficos,1 sino también a la instalación de placas y monumentos marcando el espacio, la realización de memoriales y homenajes, y la instauración de aniversarios y fechas recordatorias que marcan el tiempo. Más allá de éstas, las estrategias de acción política directa son también prácticas de memoria.

El escrache es una táctica surgida en Argentina en 1997 como una forma de cambiar esa cultura de impunidad. Consiste principalmente en la distribución de información sobre un agente del terrorismo de estado, a quien se nombra públicamente como “genocida” en un acto callejero que señala su lugar de residencia o trabajo. En este artículo analizo los escraches de H.I.J.O.S., una organización formada en 1995 que se propuso trabajar para construir la condena social de la violencia estatal terrorista y que desarrolló el escrache como su principal herramienta de acción directa. Entiendo estas acciones como prácticas de memoria que a partir de luchar por derechos humanos, cuestionan valores culturales implícitos, disputan los usos del espacio urbano, y ayudan a construir ciudadanía. Analizo elementos de una acción de diciembre de 2002 en la ciudad de Buenos Aires, siguiendo una producción de video que la relata y la muestra. Discuto el impacto cultural de interpelar a los vecinos como sujetos activos en la construcción de códigos éticos y, a partir de un trabajo de investigación más extenso, propongo ver a estas intervenciones como emergente de una sociedad que se debate en relación con la responsabilidad individual en la vida colectiva.2 Para esto deberíamos primero explicitar una definición de cultura.

Entendemos la cultura como un espacio conflictivo donde los actores se enfrentan para imponer y negociar significados, definiciones, y valores. Campo dinámico de conflictividad social, la cultura no es una entidad uniforme o idéntica a sí misma y no es neutral ni estática. Tampoco es única, sino la multiforme resultante de diversas subculturas en continua interacción y conflicto. Sigo ciertas ideas clásicas como la de Clifford Geertz que define cultura como “un patrón de significados implícitos transmitidos históricamente”, es decir, no es un campo explícito de discusión ni tampoco es conciente ni racional. Sin embargo, intento acentuar la dimensión práctica, cercana al concepto de habitus de Pierre Bourdieu, pues esos significados implícitos se reproducen y negocian en acciones concretas, repetitivas y cotidianas. Por otra parte, la cultura se nos aparece cercana a las “estructuras de sentimiento”, que propone Raymond Williams. De esta manera, podríamos incorporar no sólo los sentimientos, esa faceta “sentida” de la subjetividad, sino también pensar la función que éstos tienen en la conflictividad social; pues el conflicto social está al centro de la producción de estas estructuras afectivas. Propongo entender al escrache como intervención cultural, puesto que esta práctica política busca disputar la hegemonía estatal en la transmisión de significados implícitos en las prácticas cotidianas de los vecinos. De esta manera, el escrache incide en las versiones presentes en la esfera pública sobre el terrorismo de estado en Argentina.3

Durante la dictadura fueron preponderantes los discursos que definían al régimen como refundación de la patria, de ahí su nombre oficial, “Proceso de Reorganización Nacional” y al terrorismo de estado como una cruzada, oficialmente “Guerra Antisubversiva”. Luego del retorno de la democracia en 1983, estas versiones empezaron a ser desplazadas de su lugar hegemónico, superadas por la discusión sobre derechos humanos. En el léxico característico del lenguaje judicial se reenmarcó el terrorismo de estado en términos de “violaciones a los derechos humanos”.4 Sin embargo, el proceso de búsqueda y aclaración de hechos y responsabilidades se vio reducido, y luego truncado, por las leyes de Punto Final en 1986, Obediencia Debida en 1987, y los indultos presidenciales de 1989 y 1990, que determinaron que en la práctica ninguno de los militares responsables cumpliera condena. Con impunidad judicial por los crímenes, ellos podían, por ejemplo, intervenir en debates públicos contando sus crímenes sin ninguna consecuencia legal, participando incluso en elecciones, y accediendo a intendencias o gobernaciones. En su investigación sobre los escraches de H.I.J.O.S., Susana Kaiser nombra como cultura de impunidad esta situación donde la gente se había ya acostumbrado a convivir con ese conocimiento, sin que la contradicción contenida le resultara problemática.5

En este contexto surgió H.I.J.O.S., Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio, organización formada en 1995 por hijos de personas desaparecidas por el terrorismo de estado, y que luego se expandió a otras poblaciones. La agrupación surgió como una respuesta a la cultura de impunidad y los escraches, que comenzaron en 1997, fueron en ese momento, su principal herramienta de intervención política y cultural. Desde entonces H.I.J.O.S. creció rápidamente, extendiéndose por Latinoamérica y Europa, desarrollando múltiples tácticas e instrumentos a la vez que expandiendo y profundizando sus objetivos. Sin embargo, el escrache tomó una dimensión tan importante que trascendió a esta organización y se generalizó, siendo hoy parte del léxico de la acción política más allá de esta organización.

La palabra escrache ya existía en el léxico argentino por más de un siglo, parte del lunfardo, lenguaje de Buenos Aires con fuerte presencia en el tango. Su sentido general es “arruinar” algo, y especialmente se aplica al arruinar la reputación de alguien a través de revelar secretos o hechos de su pasado. Debido a su novedad, sólo los diccionarios de lunfardo más nuevos recogen el significado de “acción política”, que sin embargo ha devenido su uso contemporáneo más corriente. Desde la última dictadura, el Movimiento Argentino de Derechos Humanos ha utilizado múltiples instrumentos: marchas, cartas, juicios, entre otros; sin embargo, el escrache es una herramienta particular, surgida en un período específico de la post dictadura.

H.I.J.O.S. realizó su primer escrache el 16 de enero de 1997 en el Sanatorio Mitre, una clínica en el distrito comercial de Once, en la ciudad de Buenos Aires. En aquella ocasión la persona objeto fue Jorge Luis Magnacco, un médico que participó en el centro clandestino de detención en la Escuela de Mecánica de la Armada, asistiendo a mujeres embarazadas durante el parto. Las madres eran luego asesinadas y sus bebés secuestrados. Otras organizaciones habían realizado denuncias públicas o expresiones de rechazo antes, e incluso el mismo Magnacco, detectado por Abuelas de Plaza de Mayo, fue entrevistado por sorpresa un mes antes por un programa de televisión. Puede decirse también que los escraches de H.I.J.O.S. estuvieron inspirados en la actitud de confrontación y denuncia abierta de agrupaciones como Madres de Plaza de Mayo, quienes señalaban la presencia de genocidas “allí donde los encontraran”. Sin embargo fue H.I.J.O.S. quien desarrolló y perfeccionó práctica y teóricamente el escrache hasta convertirlo en la intervención política única que es hoy, con un estilo, procedimiento, y reglas específicos.6

El escrache ha sido analizado como estrategia comunicacional, como activismo de la memoria, y como performance basado en el trauma.7 Estos abordajes constituyen un innegable aporte. Sin embargo, no dejan claro los mecanismos por los cuales esta acción produce su impacto ni el nivel en el que se sitúa su accionar. El escrache actúa comunicando como se señala, pero sus efectos performativos trascienden lo informativo. Por otra parte, el escrache discute el presente y así se diferencia de otras tácticas de memoria, centradas en recordar. Además, su uso del trauma es radicalmente distinto de aquellos usos expresivos orientados a una catarsis o exteriorización dolorosa, común por ejemplo, en testimonios de sobrevivientes.

Los escraches plantean una forma particular de hacer política. Son intervenciones descentralizadas e incluso periféricas que apuntan a una transformación de los significados y valores de los habitantes de los barrios. En otro lugar analizo la forma en que esta práctica cuestiona y subvierte las teorías sobre trauma.8 Aquí, en cambio, sitúo el análisis más cerca de lo planteado por el Colectivo Situaciones, una agrupación de “investigación militante,” quien considera que el escrache “desborda las formas tradicionales de la política.”9 Interrogo en qué consiste ese “desborde” de las formas tradicionales, y como hipótesis a trabajar entiendo esta práctica como una táctica política de intervención cultural que actúa a través de un trabajo comunicacional y performativo, pero cuyo elemento esencial reside en la interpelación de los vecinos como sujetos de decisiones éticas.

“Es una forma diferente de militar el barrio”, explica Gabriela, de la Mesa de Escrache Popular. El vecino del barrio es el principal interlocutor de esta acción y sin embargo es el menos estudiado. El escrache se dirige al vecino como un actor social ya formado, pero de hecho colabora a definirlo. Los vecinos del barrio son una identidad emergente en la política contemporánea. Comenzando en los 1990 y más marcadamente en la siguiente década, muchos empezaron a intervenir en la vida política “en tanto vecinos”. Las asambleas barriales fueron un hito importante de ese proceso. Su forma de democracia directa las sitúa en un grupo de fenómenos sociales, donde también podemos incluir los movimientos de desocupados, las fábricas recuperadas y quizás hasta los mercados de trueque, ya que estas formaciones sociales muestran a los actores definiéndose por fuera de las referencias clásicas y más bien en relación con la comunidad que comparte un espacio geográfico. El “barrio” surge así como territorio, referencia material de una identidad política particular.10 En este sentido “el vecino” y el escrache emergen al mismo tiempo a la escena pública, juntos y en interacción. Pero cuando en esta acción se nombra a “los vecinos”, en cada ocasión se hace referencia a muy distintos grupos. A veces refiere a aquellos participando en la acción y otras a la gente que no participa, unas veces a la gente que vive en el barrio y otras a aquellos que solamente llegan para la ocasión. De hecho, la idea de “el barrio” cambia de significado a lo largo de este proceso: comienza definido como un territorio geográfico y luego va constituyéndose en un espacio político, un foro de discusión de cuestiones éticas. Correlativamente el significado de “los vecinos” se transforma en este recorrido. El escrache escenifica una versión de “los vecinos” contribuyendo con ello a forjar una identidad política: por eso afirmamos que el escrache produce a los vecinos, y en esto enfatizamos el doble sentido metafórico, de producción fabril y también de producción teatral.

Intervención

A finales de 2002, H.I.J.O.S. Capital y la Mesa de Escrache Popular organizaron en Buenos Aires un escrache a Luis Juan Donocik, comisario retirado de la Policía Federal Argentina, implicado en crímenes en los centros clandestinos de detención “El Atlético”, “El Banco” y “Olimpo”.11 Para entonces habían pasado cinco años de uso del escrache y esta práctica era ya una técnica compleja y desarrollada que había incorporado multiplicidad de actores y ostentaba gran consenso social. Hoy sabemos que los escraches de H.I.J.O.S. sufrirían un profundo cambio luego de 2005, cuando la Corte Suprema declarara inconstitucionales aquellas leyes de impunidad, permitiendo recomenzar los juicios por terrorismo de estado, ahora como “crímenes de lesa humanidad”. Por otra parte, ya había comenzado alrededor de 2001, un proceso social que llevaría al escrache a generalizarse. Así, esta práctica trascendería ampliamente a la agrupación que lo desarrollara en un principio, al ser adoptado por múltiples agrupaciones e individuos y con distintos propósitos. Pero ese proceso era todavía reciente en 2002; el escrache estaba aún dentro del terreno de H.I.J.O.S., su principal agente, y seguía refiriendo al terrorismo de estado de la década del 1970. Por esta situación particular es tentador pensar en este como un “escrache clásico”, si es que eso pudiera existir en la vida social. Sobre esta acción construimos nuestro tipo ideal, y así podemos puntualizar sus tres elementos más salientes: participación, anticipación, y disrupción: el escrache alienta a los vecinos a participar, les permite anticipar los distintos pasos de la acción y produce una disrupción de la cotidianeidad del barrio.12

Un cortometraje realizado por la Mesa de Escrache Popular describe esta acción.13 El video muestra cómo la asamblea de H.I.J.O.S. Capital14 decide la acción, y cómo la presenta y discute con la Asamblea del Barrio Cid Campeador, a la que la organización le propone el escrache. Si bien el escrache es todavía ideado y coordinado por H.I.J.O.S., la asamblea barrial es, ya en 2002, un interlocutor central. Especialmente después la crisis política cuyo epicentro fue la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre de 2001, las asambleas se convirtieron en un punto de referencia obligado en la construcción del escrache. Al involucrar a la asamblea barrial en su planificación, la organización logra agregar legitimidad a la propuesta: la demanda de justicia ya no se limita a los familiares de las víctimas del terrorismo de estado de la década de 1970, sino que ahora es planteada como una demanda de la comunidad toda. Al mismo tiempo, este movimiento torna el escrache en un asunto del barrio.

El escrache no es sorpresa para el barrio. Sus organizadores, H.I.J.O.S., asamblea barrial, y otros agrupados en la Mesa, ponen especial cuidado en permitir a los vecinos anticipar la acción, tornándola predecible. De esta forma, para el día de la manifestación, los vecinos pueden tener ya una idea bastante clara de lo que va a suceder: pintar murales y graffiti, repartir volantes, y pegar pósters han ido anticipando distintos aspectos. El video de la Mesa de Escrache describe intervenciones varios fines de semana en diversos puntos del barrio. Junto con estas actividades, los integrantes de la Mesa charlan con vecinos en la calle, plazas, y negocios, invitando personalmente y explicando sus argumentos. Reciben así apoyos pero también críticas y cuestionamientos: alguna gente no acuerda con la acción, y parece ser ésta una oportunidad importante para entablar diálogos.

“El escrache entra al barrio y empiezan las paredes a gritarle que es un genocida…” explica una integrante de la Mesa. La intervención en el territorio barrial busca que el escrache se escriba y se lea en el espacio local. Entre estas acciones, un mural realizado con niños del barrio describe el día del escrache por venir. En un interesante recurso mimético, al igual que las intervenciones que describe, la película de la Mesa también anticipa la acción. Flashes de la manifestación futura van intercalándose con las acciones que la anuncian. Por ejemplo, mientras alguien explica el boceto en papel para el mural y dice, “acá va a estar la policía”, la cámara muestra los niños pintando dibujos de policías en el mural en una pared del barrio. Luego en el video veremos filmación de los agentes de policía en la manifestación que ocurrirá semanas más tarde, y que tanto el mural como el boceto ya estaban prediciendo. Por otra parte, el texto del discurso principal, llamado apropiadamente “Texto a ser leído en el escrache”, fue repartido en la calle como panfleto semanas antes de la marcha y también fue subido a Internet para quien lo quisiera leer o imprimir; de este modo, al ser pronunciado en la ma-nifestación, los participantes podían tener una copia en la mano de lo que se estaba diciendo en público.15 El discurso efectivamente pronunciado resulta así la repetición de un texto ya conocido.

Sin embargo, el escrache es disruptivo, más allá de estos esfuerzos para hacerlo predecible: se trata de es una disrupción planificada y anticipada de la cotidianeidad del barrio. La película llega a su clímax con la manifestación, al igual que la propia intervención. Una manifestación política en un barrio es significativa principalmente debido a la estructura urbana prevalente en Latinoamérica, que los conforma como una zona periférica en relación con “el centro” de la ciudad. El barrio es imaginado como el lugar de lo cotidiano y no como un lugar de manifestaciones políticas y ese equilibrio de la vida cotidiana se rompe con el escrache, que pasa a constituir un acontecimiento barrial. La acción bloqueará calles, y traerá visitantes, periodistas, y fuerte presencia policial. En los primeros años del escrache varias acciones terminaron con fuerte represión.16 A diferencia de aquellos años, esta acción ocurre dentro de un ciclo de auge de la protesta social en Argentina, abierto en 2001, y que recién se reestructurará alrededor de 2004.17 Esta configuración de fuerzas sociales determina una tensa calma en la interacción de los manifestantes con la policía, aquí representante del Estado. Todo parece indicar que ese frágil equilibrio podría romperse en cualquier momento. Por un lado, la policía parece tener orden de no reprimir: los agentes no se mueven a pesar de insultos y algún salpicón que les alcanza de la tinta roja usada para marcar la casa. Por otra parte, la presencia de armas, cascos y escudos y la actitud corporal de los efectivos policiales hacen evidente que están listos para reprimir en cualquier momento. “Si tienen orden de reprimir, van a reprimir”, advierte en el video Julieta, integrante de la Mesa.18

Cambio cultural

Entendiendo como “cultural” los efectos de una acción política intentamos aproximarnos a un nivel particular de la acción situado en las constelaciones afectivas que sostienen el tejido social: un punto de solapamiento de lo subjetivo y lo colectivo. Desde este punto de vista, el escrache afecta de diferente forma a sus distintos actores. Los miembros de H.I.J.O.S. y otras agrupaciones representan historias de vida que el poder estatal silenció y deslegitimó. Para ellos, que programan y realizan el escrache, esta práctica produce afirmación de su subjetividad, legitimación, e inclusión de la historia personal en el relato colectivo, y encuentran en los otros la confirmación de una versión subalterna de la historia y de su papel en ella. Así esta acción, “…transforma el dolor en una potencia arrolladora”, explica una de las participantes en un escrache en Quilmes, Buenos Aires, en 2006.

El escrache también afecta a la persona escrachada: hay un ataque no tanto a la persona física, sino hacia su imagen social, su honor y su fama. Algunas personas objeto de escraches han acusado esto, ya sea atacando verbalmente, interponiendo recursos judiciales, o se han mudado de barrio, o en algún caso, de ciudad.19 En este artículo, puntualizamos más bien algunos efectos de esta táctica en los vecinos, sus destinatarios principales, ya que en los medios por los que esta acción callejera consigue ef ectuar su intervención subjetiva reside el núcleo de su efectividad política. En ese sentido, vemos un triple accionar del escrache respecto de los vecinos del barrio: les construye una identidad social, los problematiza, y les confía su continuación.

Como decíamos, el escrache interpela a los habitantes del barrio, pero esa apelación va cambiando a lo largo de la intervención. Al principio de la manifestación del escrache a Donocik narrado en el video de la Mesa de Escrache, una persona con un megáfono invita, “venga vecino, súmese al escrache que condena al represor….” Luego, la película muestra cómo llegan a la casa de Donocik, donde la policía ha emplazado una valla de defensa. Los manifestantes hacen un semicírculo y se pinta un cartel amarillo en el pavimento de la calle. Sin embargo, sobre el final de la acción se lee un discurso que entre otras cosas dice, “porque la calle es de los vecinos, que están acá y no quieren vivir con un genocida”. Entre estas dos referencias ha sucedido toda la acción. Desde aquellos “vecinos” del principio, que viven en el espacio del barrio y que el escrache invita a sumarse, hasta aquellos que el discurso del final asume que “están aquí y no quieren”, la representación ha cambiado, se ha expandido y se ha llenado de contenido. Mientras el del principio sólo compartía un espacio físico, el “vecino” del final es un sujeto político que quiere o no quiere vivir con genocidas, que se expresa o no sobre su derecho al territorio que habita. Correlativamente, el barrio, una zona geográfica, se ha convertido en una entidad política. Entre una y otra interpelación, el escrache ha construido una identidad cargada de significado ético y político. Por eso considero que el escrache interpela a la gente como siempre ya constituidos en vecinos.

Por dirigirse a producir efectos subjetivos el escrache problematiza a los vecinos. Después del escrache no encontramos en los vecinos los sentimientos de realización personal y colectiva que describen los miembros de H.I.J.O.S. o la Mesa de Escrache. Tampoco encontramos las expresiones de frustración o enojo que han expresado las personas objeto de escraches o sus allegados. Muy por el contrario, más bien en los vecinos son evidentes la ansiedad y contradicción, y hasta un cierto conflicto cognitivoafectivo. Susana Kaiser evalúa las opiniones de público que no participó y nota opiniones dispares: además de algunos que apoyan la acción, otros la evalúan como invasión a la privacidad, y muchos subrayan la agresividad que le perciben. Nuestras entrevistas con vecinos de diferentes barrios de Buenos Aires, Córdoba y Mendoza repiten esta dispersión de opiniones, algunos condenan la acción, otros dudan, otros apoyan. Sin embargo, en todos los casos los vecinos comienzan sus opiniones situándose a sí mismos en relación con los sucesos, incluso cuando las preguntas no lo requieren. Las respuestas comienzan, “Lo que yo vi…”, “Yo estaba en mi casa…”, “Yo no sé mucho, pero…” Esto se repite más allá de la pregunta, incluso en comentarios no solicitados y sin pregunta explícita. Por ejemplo, ante el comentario, “Estoy investigando sobre escraches”, un vecino de Río Cuarto, Córdoba, dice, sin siquiera explicar de qué está hablando, “Yo estaba en mi casa y los vi por la ventana, pasaron por acá… por ahí…” y describe un escrache en su barrio en 2006. En sus opiniones marcan, repiten, y hasta redundan en lo personal de la opinión. Con estilo casi introspectivo vecinos y vecinas se debaten sobre cuestiones éticas al conversar opiniones sobre lo acertado o injusto de esta acción. Una hipótesis sobre la sobreabundancia y lo contradictorio de las opiniones es que muestra a vecinos elaborando una cuestión abierta por el escrache. Cuestión que podría leerse como la pregunta, “¿y usted, qué opina?” La acción produjo un acontecimiento barrial que interpela a los vecinos como sujetos de decisiones éticas. Lo que en las entrevistas aparece como contradicción evidencia el proceso cognitivo de acomodar el evento, y su pregunta ética implícita, en su escala de valores.

La interpelación del escrache se estructura sobre una pregunta que efectúa un cambio en el foco de la atención. Sobre el final del video de la Mesa vemos, desde una cámara en el techo de un edificio cercano cómo se retira el escrache; vemos también cómo empieza a circular nuevamente el tránsito. Al final los autos circulan normalmente sobre la calle que muestra el graffiti amarillo, “Aquí se esconde Donocik genocida suelto.” Mientras, una voz en off dice, “Cuando ya sabés todo eso, cuando ya tenés toda esta información… ¿qué hacés con eso?” Esta es la pregunta que estructura el escrache. Y no es cualquier pregunta, porque, con efecto performativo, ese enunciado produce un paso de la atención hacia los vecinos y por esto marca semióticamente la apertura de un juego distinto. Es decir, la acción pone a los vecinos en jaque ya que plantea la situación de una manera que cancela el recurso a la ignorancia. Luego de esta intervención los vecinos tienen que hacer “algo” con “eso,” porque ahora sí saben. El escrache jugó sus cartas: ahora les toca a ellos.

Y ahora, qué?

El escrache produce una actualización, una localización y una subjetivización de la problemática del terrorismo de estado. La acción trajo la política nacional al espacio local; pero también trajo una situación del pasado al presente, y sobre todo, interrogó a los vecinos en tanto sujetos de decisiones éticas respecto de algo que hasta entonces podían evitar preguntarse. No necesariamente era el caso que no se preguntaran sobre eso, pero podían evitarlo. El tema lejano de los campos de concentración comienza a involucrar a los vecinos. El terrorismo de estado sigue estando lejos, en un pasado remoto y ajeno, pero la impunidad se muestra ahora como un problema actual, local, y propio. Por medio de este preguntar, el escrache interpela a los vecinos en tanto sujetos éticos. Apunta así a producir una revisión de los valores, de las expectativas de posibilidades, es decir, lo que es posible hacer políticamente y los límites a la participación de cada uno como ciudadano o ciudadana. Se propicia así un cambio en la manera de percibirse de cada persona dentro del colectivo y un reencuadre de la situación en que las personas viven su cotidianeidad. Esta intervención en la ciudadanía, es decir, en la forma de percibir sus deberes y derechos dentro de la sociedad y en la forma de entender el vínculo entre cada uno y la sociedad en su conjunto, marca las coordenadas a nivel microsocial de un posible cambio cultural más general.

Con todo, es importante mencionar aún otro aspecto. Podría decirse que el escrache “usa” el poder de la gente ya que los convoca a apoyar una causa ajena. Sin embargo la acción apunta a desarrollar el poder de organización y movilización de los habitantes del barrio: ellos no se afilian a H.I.J.O.S., por el contrario, pueden colaborar y tomar parte en una intervención específica que podría canalizar su descontento, pero esta relación no se extenderá en el tiempo. Si desean producir una nueva acción, deberán organizarla por sí mismos. De esta manera, la responsabilidad les ha sido transferida. Aquellos que participaron se saben ahora capaces de producir una acción política, pero también saben que nadie la hará por ellos.

“En realidad lo que más importa [es] la condena que le pueda llegar a hacer el vecino”, explican integrantes de la Mesa. No necesariamente los vecinos organizarán una manifestación, pero hay otras formas de acción política: la acción callejera es sólo una de las formas de intervención. Correlativo a mover la violencia política desde ámbito de lo extraordinario para enmarcarla dentro de lo ordinario, el escrache también presenta acciones cotidianas como actos de significado político. Decir “buen día,” caminar por la vereda, o incluso contar rumores, pueden devenir formas de participación política que el escrache se esfuerza por instrumentalizar para los miembros de la comunidad. Esto amplía el poder de los vecinos para intervenir en la vida ciudadana.

El escrache constituye un acontecimiento que irrumpe en la vida del barrio, por eso circulará como chisme y rumor, los canales usuales de la comunicación barrial. Estas redes informales de información son el espacio donde se debatirá la imagen de la persona señalada por esta acción. El barrio debatirá, discutirá y decidirá, en múltiples prácticas conversacionales, si la persona objeto es víctima de una difamación inmerecida a quien sería necesario apoyar, o si por el contrario, es un genocida impune a quien sería correcto y justo repudiar. Estas son discusiones políticas y éticas ¿Tiene más valor la propiedad privada o la vida? ¿Es la difamación una falta mayor o menor que el asesinato y la tortura organizados? Como decíamos anteriormente, Kaiser registra con certeza estas contradicciones éticas de los vecinos. Sólo que las ve como algo estático, ya que se pregunta si el escrache cambió o no sus opiniones.20 Por el contrario, consideramos que lo que se observa como opinión es sólo un momento de un proceso, y que el barrio tiene instancias específicas, si bien informales, de debate político y ético, donde evolucionan y cambian las opiniones barriales. Esto podrá ser una forma pre-política, o infra-política de intervención, pero es allí donde se negocian los sentidos y los valores culturales. En estas redes sociales informales tomará lugar la “condena social” de la que hablan los objetivos de H.I.J.O.S., que refiere en definitiva a un cambio cultural de dimensiones paradigmáticas, y que será la bisagra para un nuevo encuadre de la historia colectiva del terrorismo de estado, esta vez en términos de genocidio y militancia.

“El escrache que le hace el barrio empieza cuando nosotros nos vamos”, explica una integrante de la Mesa, indicándonos que parte crucial del escrache es no sólo el trabajo en el territorio, sino también su partida, ya que deja en manos de los vecinos el interrogante de qué hacer con esta presencia, ahora de conocimiento público, de un genocida de la dictadura que la democracia dejó impune. Para ese entonces, un tema de la política nacional se ha transformado en un problema barrial. Más aún, los habitantes de esa zona se han convertido en vecinos, es decir, miembros de una comunidad, y sujetos de decisiones políticas y éticas. Si bien sutiles y quizás pequeños, estos son los cambios en los códigos de valores, en los patrones de significados, que van produciendo un cambio en la forma de ejercer la ciudadanía, y así un cambio cultural. De esta manera, el escrache, una táctica callejera de intervención política, deviene una estrategia cultural, puesto que el verdadero impacto político comenzará como cambio cultural producido por la comunidad a partir de sus prácticas cotidianas.

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Ver por ejemplo, Arfuch, Leonor (2010), “Sujetos y narrativas”, Revista Acta Sociológica, núm. 53, FCPyS-UNAM, México, pp. 19-41.

Investigación realizada entre 2002 y 2007 en cinco ciudades de Argentina; incluyó entrevistas y material de archivo de esta y otras acciones, ver Benegas Loyo, Diego (2009), Against Terror: Trauma and Activism in Post Dictatorship Argentina, tesis doctoral, New York University, 380 pp.

Geertz, Clifford (1973), The Interpretation of Cultures: Selected Essays, Basic Books, New York, p. 89; Bourdieu, Pierre (2000), Esquisse d’une théorie de la pratique, Ed. Seuil, Paris, 429 pp.; Williams, Raymond (1965), The Long Revolution, Penguin, Harmondsworth, pp. 57-70; para una historia de estas versiones ver: Feierstein, Daniel (2011), El genocidio como práctica social: entre el nazismo y la experiencia argentina, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 440 pp.

Vezzetti, Hugo (2002), Pasado y presente: guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, Siglo XXI, Buenos Aires, 236 pp.

Kaiser, Susana (2002), “Escraches: Demonstrations, Communication and Political Memory in Post-dictatorial Argentina”, Media, Culture & Society, Sage, núm. 24, p. 502.

Tiseira, Leopoldo, director, (2005), Conoce un pelado…? Escrache. H.I.J.O.S. Zona Oeste, escrache a Cecilio Abdenur, director asistente Andrés Iozzolino, DVD, 48[sp/]min., Buenos Aires; Rodríguez, Carlos Ernesto (1993), “Menguele está entre nosotros: Doctor Magnacco, médico de la ESMA”, en periódico Madres de Plaza de Mayo, año 9, núm. 101, septiembre, p. 14; Clarín (1996), “Denuncian a un médico naval: dicen que era partero de desaparecidas”, 19 de diciembre; Página 12 (2005), “Diez años de prisión para el médico que asistía los partos en la ESMA”, 23 de abril; Gorini, Ulises (2006), La rebelión de las madres: historia de las Madres de Plaza de Mayo, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 670 pp.

Kaiser, op. cit.; Vezzetti, Hugo (1998), “Activismos de la memoria: el escrache”, Punto de Vista, Buenos Aires, núm. 62, pp. 1-7; Taylor, Diana (2003), The Archive and the Repertoire: Performing Cultural Memory in the Americas, Duke University Press, Durham, 326 pp.

Benegas Loyo, Diego (2011), “‘If There’s No Justice…’ Trauma and Identity in Post Dictatorship Argentina”, Performance Research, vol. 16, núm 1, pp. 20-30.

Colectivo Situaciones (2002), Genocida en el barrio, Ediciones de Mano en Mano, Buenos Aires, 108 pp.

Para un panorama de la multiplicidad de voces surgidas alrededor de la crisis de 2001, ver Sitrin, Marina, ed. (2005), Horizontalidad: Voces de poder popular en Argentina, Cooperativa Chilavert Artes Graficas, Buenos Aires, 314 pp.; también Fernández, Ana María et al. (2006), Política y subjetividad: asambleas barriales y fábricas recuperadas, Tinta Limón, Buenos Aires, 267 pp.

En diciembre de 2010, ocho años después de esta acción, Luis Juan Donocik fue sentenciado a “prisión perpetua e inhabilitación absoluta y perpetua”. La sentencia puede consultarse en el Centro de Información Judicial, Poder Judicial de la Nación, http://www.cij.gov.ar. Para una cobertura periodística, ver página 12 (2010), “Quiénes son los condenados y el represor absuelto”, 22 de diciembre.

Sobre la construcción de tipos ideales cualitativos ver Glaser, Barney G. y Strauss, Anselm L. (1967), The Discovery of Grounded Theory: Strategies for Qualitative Research, Aldine Publishing Co., Chicago, 271 pp.; también Goffman, Erving (1963), Stigma: Notes on the Management of Spoiled Identity, Simon & Schuster, New York, 147 pp.,

Mesa de Escrache Popular e H.I.J.O.S. (2003), “Escrache a Donocik”, DVD, 44[sp/]min., Buenos Aires.

“H.I.J.O.S. Capital” es la regional de H.I.J.O.S. en la Ciudad de Buenos Aires.

H.I.J.O.S. Capital (2002), “Texto a ser leído en el escrache a Luis Donocik alias ‘Polaco Chico’”, estuvo online en escrache.org, 8/4/2003. Una versión está como “Discurso escrache Luis Donocik 14-12-02” en www.hijoscapital.org.ar, 25/10/2011.

CELS - Centro de Estudios Legales y Sociales (1999), Informe sobre la situación de los derechos humanos en Argentina 1998, Eudeba, Buenos Aires, p 12.

Svampa, Maristella (2004), “Relaciones peligrosas: sobre clases medias, gobierno peronista y movimientos piqueteros”, El Rodaballo, Buenos Aires, 15 (10), pp. 3-9.

A pesar de que este escrache aparece “tolerado” durante la presidencia provisional de Eduardo Duhalde (2002-2003), no ha pasado aún un año de los disturbios de diciembre 2001, con más de 20[sp/]muertos, y sólo algunos meses del emblemático caso de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, militantes piqueteros asesinados en la represión policial del 26 de junio de 2002. El informe del Centro de Estudios Legales y Sociales da cuenta de 377 homicidios con participación de funcionarios de instituciones de seguridad en Buenos Aires y conurbano para 2002; Maristella Svampa menciona la “persecución judicial” afectando a más de 3000 dirigentes y militantes. CELS (2005), Derechos humanos en Argentina: informe 2005, Siglo XXI, Buenos Aires, p 227; Svampa, op. cit., p. 3.

La nota “El médico ambulante” narra una historia de este tipo, en HIJOS Si no hay justicia hay escrache, revista de H.I.J.O.S. Córdoba, año 3, núm. 4, primavera 1998, p. 11.

Kaiser, Susana (2002), “Escraches: Demonstrations, Communication and Political Memory in Post-dictatorial Argentina”, Media, Culture & Society, Sage, núm. 24, pp. 499-516.

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